Una crítica epistemológica a la teoría económica del consumidor

September 24, 2017 | Autor: Antonio Romero Reyes | Categoría: Marxismo, Economia Política
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Antonio Romero Reyes

Una crítica epistemológica a la teoría económica del consumidor

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Una crítica epistemológica a la teoría económica del consumidor Autor: Antonio Romero Reyes1 Abstract Resumen Luego de la presentación del tema en la introducción se aborda la crítica al modo de pensar del análisis análisis económico, concentrando la atención en el pensamiento de Schumpeter cuya concepción de ciencia y de teoría lleva a la economía a distanciarse aún más de la realidad en aras de la perfección de los instrumentos de análisis. En contraposición con esto, y a renglón seguido, se retoma el análisis de la mercancía como paradigma que permite desnudar la seudo concreción en que se desenvuelve la teoría económica, recuperando en este contexto las categorías de alienación / enajenación, lo cual constituye un fundamento de importancia para la crítica de las teorías económicas de ámbitos más especializados (como la teoría del consumidor). Es en el apartado que sigue, sobre “el mundo de las apariencias”, donde dicha crítica es ejercida a nivel de la teoría y de la realidad práctica social.

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Economista político peruano. Especialista en planificación, economía urbana y desarrollo económico local. Actualmente

sigue estudios de Maestría en Sociología con Mención en Estudios Políticos, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima. Correo electrónico: [email protected]

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Galileo dijo que el mundo natural está escrito en lenguaje matemático. Actualmente, tratan de inventar que el mundo social está escrito en lenguaje económico. Mediante el arma de las matemáticas –y también del poder de los medios– el neoliberalismo se ha transformado en la forma suprema de contraataque conservador, apareciendo durante los últimos treinta años bajo la denominación de “el fin de la ideología” o, más recientemente, “el fin de la historia”. (Bourdieu 1998: 157) Frente al discurso del capitalismo […] ¿podemos esperar ver recomponerse un discurso anticapitalista coherente y eficaz? […] Diré solamente que el discurso anticapitalista es verdaderamente radical cuando se ataca a los caracteres fundamentales permanentes del capitalismo, es decir, en primer lugar, a la alienación economicista. Allí estaba, en mi opinión, el sentido del proyecto de Marx (Amin 2010: 28).

Introducción La ponencia se inscribe en uno de los ejes generales de las VII Jornadas de Economía Crítica: “La teoría económica en debate: categorías, conceptos y modelos de la economía política”. Tiene como antecedente el libro del autor: Miserias de la economía (Romero 2012), donde se hace la crítica a las principales escuelas de pensamiento de la denominada ciencia económica, enfatizando la escuela neoclásica y su pariente más próximo, la economía neoliberal. En esta oportunidad se aborda específicamente uno de los temas más especializados (y más divulgados) de la ortodoxia económica como es la teoría económica del consumidor. Mediante este abordaje se busca entonces la continuidad de lo iniciado a nivel de escuelas teóricas, esta vez desbrozando el camino para la crítica de los temas especializados. El objetivo del trabajo consiste en mostrar las falacias, inconsistencias así como el carácter fetichista que contienen los fundamentos microeconómicos sobre los que se levanta la teoría económica ortodoxa del consumidor. Como principal herramienta metodológica se utiliza la teoría crítica de Marx sobre la mercancía y el fetichismo, contenida en El capital. Bajo este marco se analizarán críticamente las premisas que sostienen el análisis microeconómico del consumidor, así como su supuesta “soberanía”. Antes de proceder de esta manera, empezamos con la discusión del marco epistemológico establecido por Schumpeter acerca del modo de pensar el análisis económico.

Crítica al modo de pensar del análisis económico La mayoría de los economistas que han sido educados en la ortodoxia de la escuela neoclásica tienen una inclinación natural a pensar las categorías económicas como eternas e inmutables, válidas para toda época y lugar. Este naturalismo economicista proviene del empleo generalizado del lenguaje matemático y su asimilación por las formas de pensar, razonar, 3

analizar y comprender la realidad.2 Es una vieja tradición que se ha transmitido de generación en generación y, por supuesto, se reproduce en las nuevas generaciones de estudiantes que se forman en las facultades de economía de las universidades. La historia de cómo se produjo la asimilación de las matemáticas por la economía en su aspiración de convertirse en ciencia es muy poco conocida, y aquí solamente se expone sus trazos gruesos. Schumpeter la presenta como el tránsito del pensamiento al análisis económico mediante el dominio de un conjunto de técnicas. El economista “científico” se diferencia de todas las demás personas que hablan, piensan o escriben sobre temas económicos, por su dominio de unas técnicas, que pueden clasificarse en tres grupos: historia, estadística y “teoría”. Estos tres grupos de técnicas constituyen lo que nosotros llamamos “análisis económico” (Schumpeter 1971: 28).

Más adelante y apoyándose en Joan Robinson, Schumpeter lo expresa así: “[…] la teoría económica es una caja de herramientas” (1971: 31). Podemos contrastar esta opinión con la del profesor Samuelson, en cuyo prólogo a su mundialmente famoso Curso de economía

moderna, argumenta: “[…] la economía no es un cuerpo acabado y embalsamado de sabiduría convencional, sino más bien un conjunto de materiales para el gran debate sobre la revolución, la libertad, la eficiencia y la inacabable búsqueda del bien de la sociedad” (1979: XIII). Sin embargo, en uno de los últimos capítulos de la última parte de su Curso (capítulo 38, Parte 6), Samuelson afirma de entrada muy seguro: “Todos los principios económicos que hemos aprendido podemos aplicarlos ahora a uno de los más retadores problemas de los próximos veinticinco años: el problema de las economías subdesarrolladas” (1979: 838). Con respecto a lo primero (la “caja de herramientas”) el comentario de Hinkelammert es categórico: se trata de “una representación de la teoría económica que considera a esta como un almacén enorme provisto de recetas y modelitos que explican cualquier fenómeno del mundo y pueden ser aplicados fácilmente” (1970: 15). Y en cuanto a lo sostenido por Samuelson el comentario crítico del mismo Hinkelammert es este: “Samuelson también podría aplicar sus principios al Imperio Romano o a alguna tribu salvaje. No duda en absoluto de que ellos explican la economía de la misma manera que la ley de gravedad puede explicar siempre la caída de una piedra. Pero este simplismo de los principios le cuesta caro. Forzosamente, debe renunciar a algo: la renuncia a la historia es, a la vez, la renuncia a la razón” (ibíd.). Al explicar en qué consiste la “teoría” Schumpeter (1971: 30-35) da a entender que se trata de una construcción lógica que comprende una cadena interminable de pasos metodológicos de interacción a través de la deducción e inducción: de la representación a la conceptualización; del descubrimiento de hechos a su clasificación y una nueva conceptualiza-

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“[…] el análisis económico se ocupa del comportamiento de los hombres en cualquier época y de qué efectos

económicos resultan de tal comportamiento […]” (Schumpeter 1971: 36).

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ción; de nuevos conceptos a nuevos hechos, etc. (Cf. Schumpeter 1971: 56 y 59-60).3 Los conceptos económicos así establecidos son relacionados mediante el uso de teoremas, postulados e hipótesis, los cuales se los especifica en “esquemas o modelos simplificadores”, en la misma forma como procede la física teórica. En palabras de la economista de Cambridge Joan Robinson, la teoría económica así construida y enseñada representaba más bien un “alejamiento drástico de la realidad” (Robinson 1960: 7). Este alejamiento seguramente no era ajeno al proceso histórico iniciado a mediados del siglo XIX (Wallerstein 2003: 34-36) que condujo a la institucionalización de las ciencias sociales (economía, ciencia política, sociología) en el mundo occidental (Europa y Estados Unidos); cada una buscando diferenciarse entre sí, reivindicando su propio objeto de estudio y separándose a su vez de la historia.4 El proceso de institucionalización de las ciencias sociales formó parte de lo que Wallerstein describió en otro lugar como la constitución de las “dos culturas” (2005: 14-23). Dentro de este contexto fue que surgió en la década de 1870 la época del análisis económico con la revolución marginalista que desencadenaron Jevons, Walras y Menger.5 El autor de la ponencia considera ese alejamiento de la realidad como una de las expresiones de la alienación en la ciencia económica (cf. Romero 2012), y esta alienación se expresa además en un discurso ideológico economicista del mercado (Amin 2010: 20-22). Para Schumpeter (1971: 45-46) el análisis económico era impermeable a la influencia de la filosofía (o incluso de la religión), aunque esta postura –filosófica en sí misma— no estaba exenta de ambigüedad: en primer lugar, si bien reconocía que esta influencia era “accidental” en las ciencias físicas, advertía que no se desprende “necesariamente” lo mismo con relación a las ciencias sociales; en segundo lugar, reconocía con sinceridad la legitimidad de dicha influencia sobre el comportamiento humano y “las convicciones políticas de los economistas”

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«En una interminable relación de intercambio, la investigación empírica y la interpretación “teórica”, contrastándose

en forma recíproca y planteándose mutuamente nuevos problemas, engendrarán finalmente modelos científicos, esto es, productos provisionales de la interacción de ambas con los elementos sobrevivientes de la representación original: así, se irán alcanzando progresivamente niveles más rigurosos de consistencia y adecuación» (Schumpeter 1971: 5657). 4

“[…] los científicos sociales nomotéticos –economistas, científicos políticos y sociólogos— estaban ansiosos por

delinear sus terrenos separados como esencialmente diferentes unos de otros (tanto en su objeto de estudio como en su metodología). Los economistas lo hacían insistiendo en la validez de un supuesto ceteris paribus para el estudio de las operaciones del mercado. Los científicos políticos lo hacían restringiendo su interés a las estructuras formales del gobierno. Los sociólogos lo hacían insistiendo en un terreno social emergente ignorado por los economistas y los científicos [políticos].” (Wallerstein 2003: 35). 5

Sobre el periodo de 1870 a 1914, incluyendo los “progresos” en la enseñanza de la economía, véase Schumpeter

(1975: 9-13). Sobre los autores y sus obras, que dieron lugar a la revolución marginalista en Inglaterra, Francia (Suiza) y Austria, cf. Schumpeter (1975: 66-92).

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(cursivas en el original); en tercer lugar, admitía que los teoremas económicos no gozaban de “autonomía lógica” con respecto a la filosofía.6 A diferencia de la época en que escribió Schumpeter, hoy en día la enseñanza ortodoxa exige del economista (profesional o en potencia) la renuncia a sus creencias filosóficas e inclinaciones políticas, si las tuviere. Samuelson lo expresa en forma disimulada –dirigiéndose especialmente a los estudiantes principiantes— al referirse al tema de la política económica en la introducción de su Curso: “debemos desarrollar la capacidad de ver la cosas tal como son, objetiva y desapasionadamente, sin relacionarlas con nuestras preferencias o antipatías” (1979: 9-10). Para Schumpeter el análisis económico es conocimiento instrumentalizado (y por ende, ciencia)7 donde las ideas, los conceptos y las categorías económicas están transformadas en términos de relaciones entre variables, las cuales a su vez han sido abstraídas de todo contenido social, político o histórico; y todo esto hace que el análisis económico lleve necesariamente a la construcción de una teoría económica pura. De ahí su alejamiento de la realidad. De ahí su (auto) alienación como fenómeno social propio de los economistas. Por eso la teoría económica como ciencia académica siempre estuvo plagada de robinsonadas, generalidades y metafísica pura y dura. Conviene anotar que para Amin la teoría económica se halla desgarrada por dos tendencias o posiciones extremas no necesariamente contrapuestas. De un lado, la economía

pura que “trata de librarse de todas las dimensiones de la realidad social que constituyen la organización de las sociedades en naciones, la práctica de la política y la intervención del Estado” (2010: 20). De otro lado, el pensamiento único que reconociendo la realidad del capitalismo “se expresa más fuertemente y más frecuentemente bajo formas realistas, apropiadas a situaciones concretas, combinando mercado, Estado y nación, compromisos

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La importancia que Schumpeter atribuye a la tesis se aprecia cuando remarca varias veces: “[…] las convicciones

filosóficas o teológicas de un investigador científico no ejercen ninguna influencia definida sobre su labor analítica“ (p. 45); «[…] los factores religiosos y filosóficos no ejercen influencia sobre el instrumental que el economista utiliza ni sobre los “teoremas” que elabora» (ibíd.); “Mi tesis, en tercer lugar, no implica ninguna adhesión hacia las consideraciones que comúnmente se hacen respecto de la autonomía lógica que, frente a la filosofía, tienen las proposiciones o los teoremas económicos. Aunque esta autonomía se acepte, puede aceptarse también sin contradicción la existencia de aquellas influencias filosóficas que se deslizan en los procedimientos del trabajo analítico de manera lógicamente ilegítima” (ibíd.). 7

“[…] ciencia es todo campo del conocimiento que haya desarrollado técnicas especiales para la investigación de los

hechos y para la interpretación o la deducción (análisis)” (1971: 23); “[…] la ciencia es conocimiento instrumentalizado” (p. 24); “[…] la teoría económica es una caja de herramientas” (p. 31). Schumpeter es tributario de la matriz de pensamiento positivista para la cual “[…] la razón está limitada en el plano de la teoría al empleo desinteresado del método científico (la idea de la razón como valorativamente neutral) y en el plano de la práctica está limitada a la aplicación predictiva y tecnológica del conocimiento empírico resultante. De este modo la razón se restringe a la razón científica y su única relación con la práctica es la técnica” (Aguilar 1998: 79).

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sociales propios al funcionamiento de bloques hegemónicos” (2010: 23). Identifica tres expresiones del pensamiento único en la historia moderna del capitalismo: i] el liberalismo nacionalista de los monopolios (1880-1945), incluyendo la desviación fascista de entreguerras; ii] el keynesianismo en materia económica (teoría y gestión macroeconómica) y su expresión “social y nacional” como Estado de Bienestar (1945-1980); iii] el pensamiento neoliberal mundializado como expresión de la crisis global del sistema (1980-1990) y el periodo de caos que esta crisis inaugura. En esta ponencia, entonces, lo que vamos a discutir gira en torno de la economía pura, concerniente a una de sus temáticas fundamentales (la teoría del consumidor). Cuando los economistas ortodoxos hablan de problemas económicos, hacen su diagnosis y prognosis como si de pronto las subidas y descensos de las variables adquirieran vida propia, llegando incluso a impresionar a los legos sobre como las curvas logran ajustarse al nuevo equilibrio, pasado un tiempo indeterminado. Según estos economistas, cuando quieren comunicar sus resultados al público, toda crisis (financiera o no) se resolverá mediante “la calma de los mercados”, “dejar pasar” la turbulencia, que es solo cuestión de tiempo, y es la única “receta” que nos ofrecen. Resulta impresionante para los legos y el gran público, pero es encantamiento puro.8 El análisis económico promovido y consagrado por Schumpeter, así como la flagrante contradicción que conlleva entre teoría económica y realidad,9 tiene hondas raíces e implicaciones profundas, que se aprecian claramente situándonos en el contexto de la crítica de la economía política. En el capítulo XLVIII sobre la fórmula trinitaria, libro tercero de El capital, Marx hace ver que los economistas clásicos y sus divulgadores (los “economistas vulgares”) nunca pudieron comprender que el capital, la propiedad de la tierra y el trabajo asalariado representaban formas sociales determinadas, correspondientes al modo de producción capitalista; dichos economistas identificaban estas formas como fuentes de riqueza –es decir, formas reducidas a “elementos de producción”— de manera que el capital generaba un interés, a la tierra le correspondía una renta, y al trabajo un salario; mistificaban por consiguiente dichas formas sociales, quedando así ocultadas como fuentes de ingreso (interés, renta, salario); suprimían con ello a la ganancia como forma de manifestación del plusvalor. De esta manera fue como las relaciones sociales quedaban enajenadas –es decir, arrancadas— de su

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“[...] Se cree a menudo que con sólo afirmar, solemnemente, que la prosperidad continuará, ya se garantiza que

efectivamente continuará. Entre los hombres de negocios, especialmente, la fe en la eficacia de tales encantamientos es muy grande” (Galbraith 1976: 48). 9

“Como el capitalismo puro no existe, como el capitalismo realmente existente no constituye una aproximación del

capitalismo puro, pero es de una índole diferente, los teoremas propios a la economía pura no tienen sentido alguno y las reglas de conducta y proposiciones que se deducen son inaplicables. Nuestros ideólogos tienen entonces que aceptar que las naciones y los Estados en competencia existen, que la competencia es oligopolística, que la propiedad privada ordena la repartición del ingreso, etc.” (Amin 2010: 23).

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propia realidad histórica, siendo sustituidas por apariencias: el fetichismo de los factores de

producción: capital-interés, suelo-renta de la tierra y trabajo-salario (Marx 1981: 1037-1042).

El análisis de la mercancía Tanto en la Contribución (Zur Kritik...) de 1859, como en El Capital (Das Kapital) de 1867 y ediciones posteriores, Marx comienza el análisis de la sociedad capitalista representándola como una constelación de mercancías respecto de las cuales, en el intercambio entre ellas, los individuos son simples poseedores o cumplen el rol de soportes conscientes.10 Marx parte entonces de relaciones entre cosas, donde los individuos se relacionan por lo que tienen o poseen (dinero, mercancías, propiedades, recursos) y no por lo que son o representan en su individualidad; en otras palabras, por las mercancías que aquellos pueden ofrecer e intercambiar en un determinado mercado bajo la mediación del dinero. En esta sociedad mercancía y dinero son las formas básicas de existencia del capital, en el entendido de relaciones sociales transfiguradas en cosas u objetos intercambiables, siendo la mercancía su expresión primera y más elemental. Como señalaba en los Grundrisse: “Las categorías expresan por tanto formas y modos de la existencia, y con frecuencia simples aspectos de esta sociedad, de este sujeto” (Marx 1970: 43). Ergo, Marx se dispuso a estudiar aquella sociedad -la sociedad burguesa y capitalista— que vive en base a la producción de mercancías, proponiéndose desentrañar el secreto más recóndito (ocultado bajo las apariencias de las categorías económicas) debido a lo cual esta sociedad, históricamente determinada, se desarrolla incesantemente acumulando capital. Y tal secreto lo encontró en el trabajo productor de mercancías, trabajo creador de valor de cambio ,

trabajo general abstracto, o también trabajo social, que se materializa en tiempo de trabajo coagulado en objetos intercambiables.11

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“La mercancía [...] no es mercancía, sino en relación con otras mercancías. La relación real de las mercancías entre sí

es su proceso de cambio. Es un proceso social en el cual intervienen los individuos, independientes unos de otros, pero lo hacen sólo como poseedores de mercancías: la existencia recíproca de los unos para los otros es la existencia de sus mercancías, y no se manifiestan en la práctica sino como soportes concientes del proceso de cambio” (Marx 1973: 31). “Los sujetos no existen recíprocamente en el cambio sino gracias a los equivalentes y se confirman iguales en virtud del cambio de objetos en que el uno existe para el otro. Están en pie de igualdad como poseedores de equivalentes de los cuales son fiadores recíprocos en el proceso del cambio; pero, como se sirven son indiferentes los unos de los otros: todas sus otras diferencias personales no les interesan, y poco importan todas las demás cualidades individuales” (Marx 1970: 165). 11

“El tiempo de trabajo es la existencia viviente del trabajo, poco importa su forma, su contenido, su individualidad; es

su modo de existencia viviente bajo su forma cuantitativa, al mismo tiempo que su medida inmanente. El tiempo de trabajo materializado en los valores de uso de las mercancías es a la vez la sustancia que hace de ellas valores de cambio, es decir, mercancías, y el patrón que sirve para medir la magnitud exacta de su valor. [...] Como valores de cambio, todas las mercancías no son sino medidas determinadas de tiempo de trabajo coagulado” (Marx 1973: 18). Conviene recordarle al lector la diferencia que Marx establece entre el trabajo creador de valores de cambio y trabajo

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En el capítulo sobre la mercancía del Libro primero de El Capital, en lugar de “trabajo enajenado” o “producto del trabajo enajenado” Marx utiliza las expresiones “trabajo humano indiferenciado”, “trabajo abstractamente humano”, “gasto de fuerza de trabajo humana”, “gelatina de trabajo humano”, o simplemente “trabajo humano”; 12 categorías simples que le permitieron realizar el análisis de las mercancías en términos de valores al abstraerlas de sus valores de uso y de los trabajos concretos que encierran. Pero el mismo análisis de la mercancía que se efectúa en El Capital, y particularmente el pasaje sobre el fetichismo de la

mercancía, presupone la noción de trabajo enajenado que había descubierto en los Manuscritos de París del 44. En la Contribución de 1859 Marx utiliza la noción de alienación universal de mercancías para denotar que en el intercambio es el valor de uso lo que se aliena (i. e. se convierte en valor de uso para otro): Para transformarse en valor de uso, la mercancía debe afrontar la necesidad particular para la cual ella es objeto de satisfacción. Los valores de uso de las mercancías devienen, pues, valores de uso al permutarse de manera universal, al pasar de las manos para las que son medios de cambio a aquéllas para las que son objetos de uso. Sólo en virtud de esta alienación universal de las mercancías, el trabajo que ocultan se convierte en trabajo útil (Marx 1973: 31-32).

En consecuencia, podríamos añadir con toda justificación que el “trabajo útil” que encierran las mercancías es trabajo enajenado; encontramos aquí nuevamente la vinculación genética, esta vez entre la Contribución de 1859 y los Manuscritos de 1844. En los Manuscritos del 44 Marx descubre en el trabajo enajenado la cara oculta de la propiedad, mientras que en El capital había partido de la mercancía (una apariencia, una cosa, un objeto material) para descubrir el mecanismo oculto que explica la producción de valor (el

creador de valores de uso: “Mientras que el trabajo creador de valor de cambio se realiza en la igualdad de las mercancías como equivalentes generales, el trabajo como actividad productiva sistemática se realiza en la infinita diversidad de los valores de uso que crea. Mientras que el trabajo creador de valor de cambio es un trabajo general

abstracto e igual, el trabajo creador de valores de uso es un trabajo concreto y particular que, según la forma y la materia, se divide en una infinita variedad de tipos de trabajo” (Marx 1973: 25). 12

Marx (1988: 46-47, 54-55 y 62-63). Jürgen Habermas –uno de los representantes de la Escuela de Frankfurt— fue

quien impugnó la teoría del valor-trabajo de Marx, que era el fundamento de su concepción filosófico materialista de

praxis humana, al no haber diferenciado trabajo de interacción. Con relación a este asunto, en la sociedad capitalista regida por criterios mercantiles, y donde la cosificación se vive y experimenta cotidianamente, las relaciones entre cosas son las que gobiernan la interacción humana, incluyendo en esta última las relaciones intersubjetivas. En otras palabras, a la luz del fetichismo de la mercancía, “el fenómeno de la cosificación se refiere a la objetivación y pérdida de sentido del sujeto en un mundo despojado de su carácter subjetivo, que aparece sólo como un mundo constituido de objetos, vale decir, un mundo cosificado” (Aquilar 1998: 83-84). A pesar de su insistencia, Habermas no logra comprender que “[…] tanto en él (Marx) como en Lukács se intenta demostrar cómo bajo una particular forma de régimen social –el capitalismo— el trabajo presenta una mutilación de su dimensión interaccional debido al imperio de la categoría mercantil en la coordinación de las relaciones sociales” (loc. cit.).

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trabajo excedente y la plusvalía). En el contexto de este último –insistimos— el trabajo creador de valor presupone al trabajador enajenado, esto es, un individuo despojado previamente de todo medio de producción que le era propio y solamente dispone de sus capacidades físicas y mentales (es decir, fuerza de trabajo) que ofrece en el mercado. Los economistas clásicos nunca pudieron ver que detrás del “trabajo” (el valor de cambio, la mercancía) estaba el obrero –y, por extensión, todo trabajador que se aviene a ser explotado por el capital— como persona e individualidad, lo que hizo decir a Marx: “la Economía política se limita a formular las leyes del trabajo enajenado” (Marx 1962: 70). Toda la economía posterior a los clásicos incluyendo lo que ahora se conoce como teoría económica (“análisis económico” en las palabras de Schumpeter) está basada en esas “leyes”, y por eso no es gratuito que Marx les dedicara, en el Libro primero de El Capital, la crítica al fetichismo de la

mercancía (Marx 1988: 87-102).13

El mundo de las apariencias: la materia prima del análisis económico A los mercados de bienes de consumo donde se adquieren los medios de vida y de subsistencia con el salario u otros ingresos similares, el trabajador/trabajadora acude junto con muchos otros trabajadores asalariados, pequeños productores, artesanos, empleados, trabajadores independientes, así como los pobres e indigentes. Estos mercados se encuentran por lo general en el mismo espacio (v. gr. una ciudad grande), pero ahora acuden como demandantes y consumidores. Las mercancías que produjeron para los capitalistas y otros grandes propietarios, según su ubicación en la estructura productiva y de empleo, van destinadas a dos grandes mercados: bienes intermedios y de capital (el sector I de Marx) o bienes de consumo final (sector II). El sector II, entonces, se halla conformado por todas las mercancías para el consumo de los trabajadores (mercados de bienes-salario), los sectores medios y las clases altas (bienes de primera necesidad de mejor calidad; bienes de consumo duradero). Para estos dos últimos estratos existen además los mercados de bienes suntuarios o de lujo. La teoría económica hace abstracción de todo eso y partía de la existencia de dos individuos y dos bienes que están dispuestos a intercambiar (cada individuo “posee” una determinada cantidad de uno de los bienes), asumiendo como datos del mercado los respectivos ingresos y precios. Otra forma de análisis, todavía más simplificada, consistía en suponer la dotación de dos bienes distintos frente a los cuales un individuo genérico decide la combinación (es decir, la cantidad de uno y otro) que lo lleve a maximizar su satisfacción (la “utilidad marginal”) en el acto de consumo. Para llegar a tal resultado la teoría postula, supone

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Hemos realizado el examen del fetichismo en la economía posterior a Marx, en Romero (2012: 39-70).

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o asume como premisa que el individuo en cuestión (y por extensión, la sociedad compuesta de “n” individuos) es capaz de hacer un cálculo racional en base a las opciones que tiene. Ese era, más o menos, el análisis que antes se hacía en la denominada teoría del consumidor y el ejemplo clásico de los manuales eran dos individuos náufragos (Robinson Crusoe y su amigo Viernes) en una isla.14 De esta realidad idealizada a la cruda realidad siempre hubo una marcada distancia. 15 Si los individuos (abstractos y ahistóricos en el marco del análisis económico) alguna vez fueron soberanos en sus actos de consumo y además racionales, como presuponía la teoría, esta soberanía y su concomitante racionalidad se fueron perdiendo hasta desvanecerse con el desarrollo de las técnicas de la publicidad y del marketing, a través de los medios masivos de comunicación y sobre todo con la rutilante velocidad de las modernas tecnologías de la información y comunicación, impactando y transformando los estilos de vida. Hoy en día, en los comienzos del siglo XXI, vemos como la competencia ha llegado a tales extremos que hasta la forma, color, presentación o envoltura, sabor y olor, material del que esté hecha la “cosa”, etc., es decir, todo lo relativo a la manifestación exterior de los productos consumibles, durables o no, encierra “felicidad”.16 Se hace creer que el valor de las cosas proviene de su exterioridad así como de la calidad que diferencia esa misma exterioridad (representada en una “marca”) de otras similares, proporcionando la sensación de un producto exclusivo, relacionando su tenencia y consumo con calidad de vida, proporcionando identidad a los modos de vida de los sujetos de cualquier género y edad que posean la mercancía en

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En esto consiste el individualismo metodológico: “se construyen conceptos y categorías sobre la base de concebir la

realidad social desde la inexistencia de lo relacional. Conceptos y categorías donde lo único que existen son individuos aislados (Robinson Crusoe). Cuerpos conceptuales que además parcelan la realidad social, asumen sin cuestión la división de las disciplinas sociales: esto es político, esto es económico, esto es sociológico. Se trata de paradigmas cerrados que no permiten con soltura moverse de lo general a lo particular, de la política a la economía y a la sociología, que dificultan el paso del análisis de individuos al análisis de lo relacional. La realidad social es una integración de todo ello”. (Lora 2008) 15

Refiriéndose a los economistas de la escuela filantrópica, Marx afirmaba que esta escuela “Niega la necesidad del

antagonismo; […] quiere realizar la teoría en tanto que se distinga de la práctica y no contenga antagonismo. Dicho está que en la teoría es fácil hacer abstracción de las contradicciones que se encuentran a cada paso en la realidad. Esta teoría equivaldría entonces a la realidad idealizada” (Marx 1974: 103). En el siglo XX un economista neoclásico tenía la siguiente impresión de sus colegas: “Me fui haciendo consciente de que los economistas matemáticos de la posguerra caían en el conservadurismo de no adaptar sus teorías a la realidad, sino de tender a acomodar la realidad a la teoría. Como Procusto, han seccionado implacablemente cualquier elemento de la realidad que no se ajustaba a sus modelos” (Michio Morishima citado por Guerrero s/a: 59, n. 46). 16

"El conformismo social se convierte en una técnica perfecta para evitar el sufrimiento humano. Es decir, para reducir

las pretensiones sociales de felicidad a su mínima expresión. La búsqueda de placer inhibitorio de conciencia reorienta los deseos hacia los objetos. La máxima felicidad es la que emana de la posesión de objetos para su disfrute. Y el mercado proporciona toda una gama de objetos para aumentar el grado de placer, reduciendo las perspectivas de felicidad. No hay que olvidar que en esta perspectiva de análisis, la búsqueda de felicidad es el máximo de placer individual y no el principio ético aristotélico del bien común." (Roitman 2004: 94)

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cuestión, generando percepciones y hábitos psicológicos hacia esas exterioridades, que de pronto adquieren hasta vida propia y atributos mágicos imbuidos por la publicidad idiotizada e idiotizante.17 Las campañas publicitarias deberían ser materia de una atenta observación clínica, en términos psicoanalíticos, así como por el contenido educativo o la deformación de valores que propician. Esto lo decimos no solamente para los tradicionales “bienes suntuarios”; incluye prácticamente todo el espectro de bienes, desde los de primera necesidad hasta la salud y educación. En términos de la taxonomía de Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn (1986: 40-47), el apetito desmesurado y hasta patológico por tener o poseer cosas, atizado por la propaganda de todos los medios sin excepción, atraviesa prácticamente el universo de las necesidades humanas (axiológicas y existenciales) y sus satisfactores (materiales y subjetivos, tangibles e intangibles). El deseo por tener y poseer, inducido aún más allá de las necesidades básicas, es magnificado por la proliferación de las tarjetas de crédito en los sectores populares, entre los pequeños empresarios prósperos y sus familias de los nuevos sectores medios. Refiriéndose a la televisión de entretenimiento (shows) en su país, Noam Chomsky sostuvo en un diálogo: Una de las maneras de afrontar una vida poco plena es comprar sin parar; pues bien, estos programas se dedican a explotar las necesidades emocionales de los espectadores y los mantienen desconectados de las necesidades de los demás. A medida que se van desmantelando los espacios públicos, las escuelas y los relativamente pocos espacios públicos que quedan trabajan para convertirnos en buenos consumidores. (Chomsky 2007: 32-33)

La solución fácil y simplista a este asunto proviene de aquellos personajes de televisión que dicen -a manera de slogan- “tú tienes el control” (!!), como si se tratara nada más que de una cuestión de gustos saltarse los canales para ir de un programa basura y de contenido alienante a otro que aparente menos. El periodista César Hildebrandt, comentando el descubrimiento que llevó, desde el 2006, a la producción en masa del televisor de pantalla plana, sostuvo que el televisor ha dejado de ser “un mero artefacto” para convertirse en “el secreto del sistema”. Hemos pasado así del televisor-aparato al consumo de La Televisión con

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“Los expertos saben convertir a las mercancías en mágicos conjuntos contra la soledad. Las cosas tienen atributos

humanos: acarician, acompañan, comprenden, ayudan, el perfume te besa y el auto es el amigo que nunca falla. La cultura del consumo ha hecho de la soledad el más lucrativo de los mercados. Los agujeros del pecho se llenan atiborrándolos de cosas, o soñando con hacerlo. Y las cosas no solamente pueden abrazar: ellas también pueden ser símbolos de ascenso social, salvoconductos para atravesar las aduanas de la sociedad de clases, llaves que abren las puertas prohibidas. Cuanto más exclusivas, mejor: Las cosas te eligen y te salvan del anonimato multitudinario. La publicidad no informa sobre el producto que vende, o rara vez lo hace. Eso es lo de menos. Su función primordial consiste en compensar frustraciones y alimentar fantasías: ¿En quién quiere usted convertirse comprando esta loción de afeitar?”. (Galeano 2005)

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mayúscula (Hildebrandt 2008). La “caja boba” ahora emboba a todos/as pues a través de ella el sistema se inmiscuye en las vidas privadas de hombres y mujeres, -p. ej. personajes famosos y/o de notoriedad pública-, en base a las cuales conquista sus audiencias adictas cuyos estilos y costumbres de vida terminan siendo moldeadas y manipuladas por el marketing publicitario. En cambio, “la televisión” con minúsculas -aquella de los “dimes y diretes”- ha rebajado la política hasta los niveles de la novelería. Así como hay locuras especulativas, se fomentan también las locuras consumistas: hemos transitado del mundo de las mercancías -a secas- al maravilloso mundo de las marcas, donde nuestras vidas son movidas cual marionetas por poderosos intereses crematísticos a su alrededor (Klein 2001),18 en una fiebre aparentemente interminable de consumismo y buenos negocios. Y todo esto constituye solo la punta del iceberg que nos proyecta la “sociedad de la información”. Apoyándose en autores alemanes (Siegfried Kracauer y Jürgen Habermas), el sociólogo Zygmunt Bauman señaló que el mundo capitalista en el transcurso de 50 años (1929-1979) habría pasado de una “sociedad de productores” –vía la revolución en las comunicaciones— a una “sociedad de consumidores”.19 Este tránsito lo explica a través de la progresiva generalización del acto de compra-venta de fuerza de trabajo (una mercancía más en el mercado) a todos los ámbitos de la existencia social, proceso que fue facilitado por la desregulación y la privatización empujadas por el mismo Estado en su abdicación frente a las fuerzas del capital y la globalización.20 De su condición inicial de mercancía con un valor de uso especial (engendrar más valor del que posee), el trabajo pasó a ser considerado un producto con un valor de cambio, es decir, un objeto vendible con cualidades atractivas (proveer

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En su libro la autora desenmascara la realidad del “imperio de las grandes empresas” sobre la cual se ha asentado lo

que muchos denominaban alegremente la “nueva economía”. 19

Lipovetsky también coincide en esto: el “capitalismo de consumo” ha destronado a las “economías de producción”

(2007: 7), impulsado por un “proceso de personalización” que representa una nueva lógica de la organización social; proceso que representa a la vez “una nueva estrategia que desbanca la primacía de las relaciones de producción en beneficio de una apoteosis de las relaciones de seducción” (2000: 17). 20

“Es sobre todo la retransformación del trabajo en producto la que más ha sido afectada hasta ahora por los procesos

gemelos de desregulación y privatización. Esta tarea ha sido exonerada de toda responsabilidad gubernamental directa debido, totalmente o en parte, a la tercerización a manos de empresas privadas del marco institucional imprescindible para la provisión de los servicios esenciales que permiten que el trabajo sea vendible (por ejemplo, en el caso de la escolaridad o la vivienda, el cuidado de los ancianos, y la creciente variedad de servicios médicos). Así que la tarea general de preservar en masse las cualidades que hacen del trabajo algo vendible se convierte en preocupación y responsabilidad de individuos, hombres y mujeres (por ejemplo, deben costear su propia capacitación con fondos personales, o sea privados), a quienes hoy por hoy tanto políticos como publicistas alientan y arrastran a hacer uso de sus mejores cualidades y recursos para mantenerse en el mercado, a incrementar su valor de mercado y a no dejarlo caer, y a ganarse el aprecio de potenciales compradores.” (Bauman 2007: 21-22) Y más adelante: «El sentido profundo de la conversión del Estado al culto de la “desregulación” y la “privatización” radica en haber transferido a los mercados la tarea de la reconversión laboral» (op. cit.: 23)

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servicios). De esta manera, además de la relación entre el individuo y un objeto de consumo, aparece una relación mercantil nueva que opera con las mismas reglas e incorpora la interacción humana como objeto de compra-venta: es la sociedad de consumidores de la que nos habla Bauman.21 Lo paradójico y llamativo es que, en esta sociedad, el sujeto es al mismo tiempo consumidor (elector “soberano”) y objeto (un producto “elegible”); pero su ser consciente y la propia subjetividad están amalgamados para que actúen siguiendo la lógica mercantil, lo cual es sistemáticamente ocultado por la propaganda y la publicidad.22 De aquí nace lo que Bauman denomina el fetichismo de la subjetividad, mostrándolo en una serie de ejemplos: el sueño de la fama; el servicio de citas; el comercio electrónico; la búsqueda de pareja; la compra de placer; la búsqueda de felicidad a través de objetos de consumo (ropa, celulares, viajes). Podríamos añadir también: el esfuerzo que hacen los profesionales para hacerse presentables y vendibles a través de sus curriculum vitae, cuando concursan para un puesto de trabajo en las empresas (o en el sector público); la demanda de carreras profesionales técnicas y de posgrados especializados con el consiguiente surgimiento de un mercado de títulos (incluyendo universidades “bamba”); el afán por estar al día con la moda; el calco y copia de los estilos de vida de los “famosos” (estrellas de cine, futbolistas, animadoras de televisión, personajes de la farándula u otros). En el gráfico de la siguiente página se han representado ambos fetichismos, siendo la adaptación de un esquema encontrado en Dussel (2014). En términos de este mismo autor, el fetichismo viene a ser el ocultamiento de una relación; es la separación e inversión de los componentes de la relación sujeto-objeto donde el primero pasa a ser un medio.

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La sociedad de consumidores presupone la cultura consumista y se define como “un conjunto específico de

condiciones de existencia bajo las cuales son muy altas las probabilidades de que la mayoría de los hombres y mujeres adopten el consumismo antes que cualquier otra cultura, así como [son altas] las [probabilidades] de que casi siempre hagan todo lo posible por obedecer sus preceptos” (Bauman 2007: 77). «En otras palabras, la “sociedad de consumidores” implica un tipo de sociedad que promueve, alienta o refuerza la elección de un estilo de vida consumista, y que desaprueba toda opción cultural alternativa; una sociedad en la cual amoldarse a los preceptos de la cultura del consumo y ceñirse estrictamente a ellos es, a todos los efectos prácticos, la única elección unánimemente aprobada: una opción viable y por lo tanto plausible, y un requisito de pertenencia» (op. cit.: 78). 22

«En la sociedad de consumidores nadie puede convertirse en sujeto sin antes convertirse en producto, y nadie puede

preservar su carácter de sujeto si no se ocupa de resucitar, revivir y realimentar a perpetuidad en sí mismo las cualidades y habilidades que se exigen en todo producto humano de consumo. La “subjetividad” del “sujeto”, o sea su carácter de tal y todo aquello que esa subjetividad le permite lograr, está abocada plenamente a la interminable tarea de ser y seguir siendo un artículo vendible» (op. cit.: 25-26).

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SOCIEDAD DE CONSUMIDORES

Sujeto

Fetichismo de la subjetividad

Circuitos de distribución y venta

Cualidades y habilidades (“productos” para el consumo)

Satisfacción material (consumo) Bienestar subjetivo (consumo emocional, hiperconsumo)

MERCADO (Valores de cambio)

Productos del trabajo (mercancías)

Fetichismo de la mercancía Explotación de trabajo vivo SOCIEDAD DE PRODUCTORES Elaboración. El autor, en base a Dussel (2014: 40).

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El mercado queda así absolutizado como lo único visible (la figura del triángulo en el gráfico anterior), es lo fenoménico y la única realidad empírica de los economistas, y de los posmodernos como veremos a continuación. Desaparece así la fuente de la ganancia y el origen del capital, así como el sometimiento de la subjetividad alienada, ya que ahora todas las categorías económicas (y sociales) son desprendidas del juego del mercado. 23 La separación se da también por parte de los individuos que ofrecen sus cualidades o habilidades como valores de cambio en el otro lado del mercado. De ahí la intromisión economicista en la explicación de los fenómenos, procesos y comportamientos sociales, a través de la corriente de ideas del

Freakonomics y del Imperialismo económico.24 Este último concepto proviene de Lazear (1999) y Schuldt (2013: 65) confirma el alcance “invasivo” del mismo: Esto [el imperialismo económico] debe entenderse en el sentido de que los economistas han invadido prácticamente todas las áreas de reflexión e investigación tradicionalmente

reservadas para los demás científicos sociales, así como para los dedicados a la psicología y el derecho. De manera creciente, una miríada de académicos –en los centros de investigación y docencia— se plegaron a esta corriente, la que sigue luciendo promisoria para muchos, a pesar de sus pantanosos axiomas y sus fiascos en materia de prevención y de pronóstico (en que la Gran Depresión es solo el ejemplo más reciente). 25

Lipovetsky desestima la existencia de la alienación, que asocia con la modernidad, celebrando más bien la apoteosis de la soberanía del individuo y la personalización dando lugar a la sociedad posmoderna. Se podría sostener que él resalta el lado positivo de la alienación: los individuos genéricos y consumidores viven felices porque pueden elegir y toman sus decisiones soberanas sobre lo que desean hacer, buscando afianzar la privacidad por sobre las preocupaciones sociales y los intereses comunes de las grandes colectividades. Lo social en este

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En la sociedad de productores: «Al “separar” el valor del trabajo vivo se permite pensar que el valor procede y

pertenece a la mercancía (olvidando su origen). Esto permite por su parte “separar” al capital del trabajo vivo; el capital aparece así como algo consistente en sí que merece ganancia, y el trabajo, como algo consistente en sí que merece salario» (Dussel 2014: 117). 24

La palabra Freakonomics es el título del libro de Levitt y Dubner (2006) que tuvo una difusión mundial (fue traducido

a más de 30 idiomas). Ideas asociadas: lo atípico, enigmático, el lado oculto (económico) que encierran los comportamientos y decisiones de la vida cotidiana. Otros textos en la misma línea, uno de ellos catalogado como “Bestseller mundial”, son los de Harford (2007; 2008). Sobre esta corriente de ideas el economista israelí Ariel Rubinstein (2006) sostuvo que: "[...] economists believe that they have a lot to contribute ti any field - sociology, zoology or criminology. The academic imperialism of economics has something in common with political imperialism. [...]. The complex interplay of feelings of superiority and deficiency has driven every empire, and economics is no different" [Traducción libre: “los economistas creen que tienen mucho que aportar en cualquier campo - sociología, zoología o criminología. El imperialismo académico de la economía tiene algo en común con el imperialismo político (...). La complicada interrelación de complejos de superioridad junto con los propios defectos ha conducido a todos los imperios, y la economía no es la excepción”]. 25

El “imperialismo económico” se relaciona muy bien con lo que en otro lugar el autor de esta ponencia ha

caracterizado como el proceso de colonización de las ciencias sociales por parte de la “ciencia económica” (Romero 2012: 33-38).

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contexto es sinónimo de “narcisismo colectivo” (Lipovetsky 2000: 13-14). Se trata de la liberación de los valores individualistas que se hallaban aprisionados en las sociedades modernas (Lipovetsky se refiere a Europa occidental), caracterizadas como “democráticodisciplinarias,

universalistas-rigoristas,

ideológicas-coercitivas”

(2000:

6).26

La

cultura

posmoderna que brota de la sociedad de consumo no es de lucha contra la imposición de la disciplina, el rigor, la coerción, el control, pues de ninguna manera se cuestionan esos mecanismos.

Lo que caracteriza a dicha cultura es más bien una huida hacia adelante, la

“búsqueda de calidad de vida, pasión por la personalidad, sensibilidad ecologista, abandono de los grandes sistemas de sentido, culto de la participación y la expresión, moda retro, rehabilitación de lo local, de lo regional, de determinadas creencias y prácticas tradicionales” (2000: 10).27 Por más que se esfuerce en demostrar lo contrario, lo que el pensamiento y discurso de Lipovetsky refleja fielmente es el triunfo universal de la alienación y del fetichismo de la mercancía. En el caso del hiperconsumo, que es la fase última a la que ha llegado la evolución de la sociedad de consumo, el fetichismo ha pasado de la mercancía en sí (el producto) a la dimensión imaginaria de la marca (el imaginario de la felicidad, del disfrute, de un estilo de vida diferenciado).28 Es necesario darse cuenta que la marca de un determinado producto es asimismo otra mercancía pero que, a diferencia del producto material, contiene un valor imaginario e inmaterial: su posesión a través del producto provee al hiperconsumidor de nuevas sensaciones, experiencias, estilo de vida y de todo aquello que promete la publicidad. 29 En eso consiste justamente la alienación hiperconsumista: un individuo alienado de los demás que a través del consumo de marcas busca retroalimentar su propio ego y su narcisismo. Aquí la

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“El ideal moderno de subordinación de lo individual a las reglas racionales colectivas ha sido pulverizado, el proceso

de personalización ha promovido y encarnado masivamente un valor fundamental, el de la realización personal, el respeto a la singularidad subjetiva, a la personalidad incomparable sean cuales sean por lo demás las nuevas formas de control y de homogeneización que se realizan simultáneamente. Por supuesto que el derecho a ser íntegramente uno mismo, a disfrutar al máximo de la vida, es inseparable de una sociedad que ha erigido al individuo libre como valor cardinal, y no es más que la manifestación última de la ideología individualista; pero es la transformación de los estilos de vida unida a la revolución del consumo lo que ha permitido ese desarrollo de los derechos y deseos del individuo, esa mutación en el orden de los valores individualistas. […] Vivir libremente sin represiones, escoger íntegramente el modo de existencia de cada uno: he aquí el hecho social y cultural más significativo de nuestro tiempo, la aspiración y el derecho más legítimos a los ojos de nuestros contemporáneos.” (Lipovetsky 2000: 7-8) 27

“Sólo estamos en el comienzo de la sociedad de hiperconsumo y por el momento no hay nada que permita detener,

ni siquiera desacelerar la huida hacia delante de la comercialización de la experiencia y los estilos de vida” (Lipovetsky 2007: 16). 28

“No se vende ya un producto, sino una visión, un «concepto», un estilo de vida asociado a la marca: en adelante, la

construcción de la identidad de marca estará en el núcleo del trabajo de comunicación de las empresas” (op. cit.: 42). 29

“La publicidad, en efecto, ha pasado de ser una comunicación construida alrededor del producto y sus beneficios

funcionales a ser una serie de campañas que difunden valores y una visión que pone el acento en lo espectacular, la emoción, el segundo grado, y en cualquier caso en significantes que sobrepasan la realidad objetiva de los productos” (op. cit.: 41).

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alienación tiene una connotación subjetiva y empalma con el fetichismo de la subjetividad de Bauman, con una diferencia: mientras que en el lado de la oferta el sujeto coloca sus capacidades, cualidades y habilidades como otras mercancías en el mercado, en el lado de la demanda su subjetividad le es implantada por las estrategias de publicidad y el marketing para que actúe como un demandante de marcas (“estilos de vida”). Lipovetsky se equivoca cuando presupone que la subjetividad del hiperconsumidor o –para tomar una expresión suya más elaborada— la del “turboconsumidor” está libre de las influencias de la propaganda.30 Los mensajes de seducción y estimulación de los deseos, el culto hedonista del placer, “la euforia publicitaria, la imagen exuberante de las vacaciones, la sexualización de los signos y los cuerpos” (Lipovetsky 2007: 31), se propagan y difunden no solamente en la sociedad de consumo de masas. Esas y otras estrategias de comunicación son continuadas y perfeccionadas también en la “civilización del hiperconsumo” que el autor nos anuncia. La “educación de los consumidores” que él menciona en los primeros tiempos de la era del consumo de masas, ha continuado indudablemente en la actualidad con nuevas y renovadas técnicas que han sido antecedidas por diversos estudios sobre la psicología del consumidor. A través de la marca, la relación del (hiper)consumidor con la mercancía es emocional y subjetiva, lo cual en verdad no es nada nuevo pues compagina perfectamente con la teoría económica neoclásica de la utilidad marginal que surgió en el último tercio del siglo XIX.

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Al menos en una gran medida. Si la publicidad no fuera el mecanismo de transmisión o de difusión, el estilo de vida

del individuo (lo que quisiera ser mediante la imitación, la emulación o la reinvención) lo adquiere mediante la observación, lo que ve en su entorno personal y más inmediato (la familia, los parientes, las amistades, el barrio, el distrito y la ciudad donde se vive). Al final de cuentas, en la sociedad de consumo, el estilo de vida es una construcción social moldeada por la publicidad.

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