UNA CIUDAD PARA TI

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UNA CIUDAD PARA TI

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La ciudad, a medias imaginada (y sin embargo absolutamente real) empieza y termina en nosotros, tiene sus raíces plantadas en nuestra memoria [...] ¿Me dejaré contaminar otra vez por los sueños de la ciudad y el recuerdo de sus habitantes? LAWRENCE DURRELL El Cuarteto de Alejandría

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Valga el agradecimiento a mis exestudiantes y a mis futuros estudiantes del curso “Educación, literatura y sociedad” del Programa de Licenciatura en Literatura de la Universidad del Valle en Cali, Colombia

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Oh ciudad infinita tradición inquieta En algún lado nacen muchos no mueren suficientes En algún lado alguien duerme alguien despierta Ni sol ni luna solo luces que marcan el hola y adiós La historia habita la acera Algún auto escondido visto el silencio sacude un peatón dormido Visto el ruido escucho el amor no sé si salgo o entro mas sigue abierto el portón Miedos ambulantes desafían optimistas Miedos perpetrados ilusionan pesimistas Un corazón es solo una bomba que busca y no encuentra su tiempo de estallar

La sangre lila repinta la avenida Los hombres rosa respiran alevosía Las niñas bien… bueno ya lo sabes no están tan bien Oh ciudad infinita no te calles en la calle no te rindas a destiempo De violencia y paciencia abrazas la voz Oh ciudad contradictoria bendice esta desazón Todo funciona y nada está bien Nada funciona y todo está bien Qué más da ciudad de palabras deja que me mienta deja que les mienta Que no todo era coser y cantar pero puede ser bailar y contar letras en los ojos nombres en lápidas Al final todos somos solo un punto de vista

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INFANCIA

Naces sin espacio ni territorio, ni siquiera tu cuna o su equivalente alcanzan para definir tu existencia como algo más que el tiempo marcado por los pequeños latidos de tu corazón. La ausencia de lenguaje hace que tu universo esté lleno solo de estímulos visuales y sonidos inidentificables, que la gente grande espera que entiendas y que proclama como un acto de comunicación, cuando tu pequeña boca sin dientes esboza un gesto de aprobación o una fabulosa sonrisa. No vas hacia el mundo, el mundo viene hacia ti en forma del pecho de tu madre o del tetero provisto por una tía, una nana, una enfermera o un padre amoroso de esos que las últimas épocas han visto nacer y transformarse en modelos diferentes a los señalados por los libros sagrados. En forma de pariente reconoces lo que no eres aún sin saber lo que eres, y unos decímetros son distancias infinitas que te separan del caer de cabeza y dejar de vivir antes de comenzar a vivir. Un bebé, un bebé, un bebé: eres un bebé.

El universo multiplica su tamaño convertido en superficie, la cama insuficiente se abre convertida en piso para que tu evolución siga su desarrollo. Apoyado sobre tus manos, rodillas y pies te desplazas investigando ese mundo de prontos colores que cada día se define más en tus ojos nuevos. “Gatear” es el verbo que define tu movilizarte prehistórico entre aquellos que avanzan

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erguidos y que de cuando en cuando interrumpen tus aventuras levantándote por el aire como si no tuvieras derecho a ser un volumen por ti mismo. Gatear, gatear, oh maravillosa aventura; tus rodillas brillan el piso y celebras conmovido tu afincamiento en un mundo que supones empieza al borde de la cama y concluye al borde de la próxima pared o de la próxima puerta que los gigantes que te rodean han puesto como límite para tu presunta seguridad. Es toda una película de suspenso la expectativa que genera en la familia el que de repente te incorpores y resumiendo la historia de la especie te conviertas en el homo erectus. La pedagogía de la verticalidad es insistente: tus tíos te paran y te sostienen, tus abuelos te paran y te sostienen, tu madre te sostiene y te acerca a una superficie de apoyo; tu padre te anima, te para, te suelta; al otro lado alguien te espera, ya casi estás listo; tus tres pasitos superan al hombre en la luna; no hay en tu mente espacio para procesar, todos esperan que camines no que pienses ¿qué pensarás?

Entre gatear y correr solo ha habido un suspiro y un grito de alguna de las tías. Ahora la casa se hace pequeña y todos corren previniendo que tu reciente movilidad ampliada no se convierta en motivo de accidentes para tu propia integridad. De animarte, el mundo pasa a frenarte: calma, suave, detente que tu cuerpo es frágil, delicado, puede romperse; para algunos de verdad, a veces se rompe y como el lenguaje viene más lento, entenderlo es algo que en ocasiones requiere unas cuantas caídas, algunos golpes y de

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nuevo el llanto que creías desaparecido desde que identificaste que tu madre era tu madre y tu padre alguien diferente.

—Cuidado con el niño que se sale.

Afuera está la infinita, compleja, rica, misteriosa, estrambótica, rocambolesca, gris, verde, doblemente infinita: calle. Eres hijo de tu madre sí, pero también eres hijo de una ciudad.

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LA ACERA

Tus ojos son tu salida. El límite del balcón o “la ventana de la calle” es roto por tu mirada que cobija el afuera como si esparcieras el aire de tu cuerpo por cada color, cada imagen que ves, cada textura que sospechas. Afuera está la ciudad pero presientes como un sabio diminuto que sin haberte perdido en ella, también adentro está la ciudad. Necesitarás alguien que te dé la mano para saber, para reconocer cuán pequeño eres. Una nueva fragilidad acrecienta tu espíritu de aventura. Sabes que el afuera está allí, adentro de tus ojos. ¿Salir adónde, salir de qué? La condena del afuera se mete en tu deseo de crecer, de ser lo suficientemente grande para salir. —Aquí no más madre, afuerita aunque sea.

Es tu primer tramo de urbe, solo o acompañado sientes que has dado un gran paso. El territorio de adentro de la casa no se parece al espacio de la acera. Tienes suerte si se trata de un andén amplio de barrio republicano, de esos que se construyeron cuando en las ciudades se daba lugar a los caminantes. Tu andén es la pradera de un niño campesino, es tu punto de encuentro con los otros, tus niños vecinos y los desconocidos que transitan a un lado y a otro de la calle, tu nuevo límite; como si el mundo te lo entregaran en etapas de tiempo y espacio a medida que puedes atender las instrucciones de tus

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padres a quienes algún día desobedecerás en aras de satisfacer tu hambre de nuevos lugares.

El primer andén es un modelo de tu andar por el mundo. Tu capacidad de adaptación te llevará por aceras grandes o pequeñas, solitarias o tumultuosas, silenciosas y retumbantes, abarrotadas o estrechas; habrá en tu historia incluso “aceras de amor” y por consiguiente de desamor y de dolor. La amplitud del camino sentencia tus recorridos, tus devaneos, tus desplazamientos, tus paseos. Aún no sabes si serás un caminante o si renunciarás a la ciudad, aún no se sabe si serás un ciclista o renunciarás a la ciudad, aún no se sabe si asimilarás el gigantesco paso que se da cuando se desciende desde el andén hacia la autovía y lo que se queda atrás nunca es lo mismo puesto que la posibilidad de ir lejos y volver o no volver es la puerta de la vida.

El humilde carro de balineras, la suntuosa patineta de aluminio, los fastuosos patines se abren paso en la memoria de las aceras de los barrios; los juegos de grupo, la interacción con los amigos, supuestos para siempre, son huellas transparentes en ese continente que va desde la puerta de la casa hasta el borde de la vía, apenas entre esquina y esquina. La acera de enfrente alcanza a ser un proyecto no realizado mientras los miedos de los padres ceden a tu madurez de infante grande que poco a poco gana autonomía fuera

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de la casa. Han sido pocos años entre la cuna y el andén y sin embargo qué grande es el espacio, un primer pedazo de la vida ha tenido lugar y tu territorio vital casi, casi se expande con la convicción de un más allá en el tiempo que parece ser un espacio sin dueño; un más allá incomprensible que no da espera a la

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necesidad de comprender cómo crece más rápido el mundo que tu propio cuerpo.

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NUESTRO TUMBAO

Entiendo por “tumbao” cierto sabor alegre que tenemos algunos seres humanos al movernos de un lado y a otro, derecha e izquierda, adelante y atrás. La palabra parece haber llegado en el habla coloquial que habita la música antillana que de alguna manera ha trascendido su presencia en las ciudades costeras para meterse tierra adentro en ciudades tropicales repletas de viento. Nuestro tumbao tiene mucho qué ver con nuestro caminar por nuestras calles, nuestras avenidas o nuestras escasas plazas; se trata de un movimiento imperceptible y rítmico que agregamos a nuestro cambio de paso a media que nuestra piel y nuestro cuerpo se enfrentan al viento y al calor de todo nuestro territorio. Nuestro tumbao nos mantiene en alerta bailarina y por ello cuando el tam tam, el tun tun o el chan chan acarician nuestros oídos nos vemos tentados a dejarnos invadir de la danza que sin permiso apenas surge poco a poco de nuestro caminado de gente bacana.

Aunque no llegues a bailar mucho como alguna de tus tías o alguno de tus abuelos, aunque nunca visites una bailoteca o lo hagas rara vez, será inevitable constatar que con miedos e inseguridades tu ciudad baila y baila todo el tiempo. No habrá certeza del porqué, tal vez sea el viento y la fuerza dúctil de las palmeras o tan solo el contoneo suave de la hierba, pero tu ciudad no ha dejado de bailar desde que era apenas un caserío apegado al rumor del río como su único y primer ritmo.

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Si vieras la ciudad desde el aire, notarías que en el cambio de los semáforos, el ritmo interno del tráfico vial quiere tener el espacio bailando antes del baile de los cuerpos; pero los cuerpos que parecen ser susceptibles a un solo tipo de música, son en tu ciudad susceptibles a los bailes de abrazo. La salsa, el son, el bolero, el tango y otros menos populares encuentran sus ejecutores con tal precisión y fantasía que se vuelve tradición para los chicos “soñar con bailar” cuando sean grandes. Y no es que los otros bailes no tengan cabida en la ciudad, es que los bailes de abrazo alcanzan la sabiduría de la fusión entre la curva de una palmera y el viento que la acaricia, la envuelve y la devuelve a su sitio con una nueva mirada entre sus hojas. Todos somos palmera y somos viento, espíritus maleables como arcilla que encuentra en la música unas manos hábiles que crean formas y belleza donde antes solo había silencio.

Tu ciudad tiene un himno que te prepara para el llanto cuando estés lejos: “Si supieras la pena que un día sentí / cuando en frente de mí tus montañas no ví”. “Cali Pachanguero” es una canción que le canta a nuestro sabor y a nuestro tumbao. Su compositor, el maestro Jairo Varela fue un hombre de mirada triste y de corazón alegre que a pesar de venir de otras tierras encontró en las ganas de bailar de la ciudad, la materia prima para hacer poesía urbana con los afectos de los bailadores que cuando entregan su cuerpo a la danza, igual que el maestro, entregan el corazón.

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No importa si no te conviertes en un gran bailarín, importa que con lo poco o mucho que llegues a bailar encuentres entre tu cuerpo y otro cuerpo la armonía de la vida convertida en una sencilla coreografía pues nuestro tumbao es en sí mismo un arte cuando damos el primer paso en nuestras calles.

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EL BARRIO

Allí estás vestido de frontera. El recorrido a la educación, el camino al cole han redibujado tus límites y mientras tanto conoces la más grande distancia jamás vivida. Unas cuantas calles te unen o te separan del conocimiento pero el recorrido mismo es el conocimiento mismo de la vida. Conocidos, accidentes, rostros familiares, rostros inéditos, una panadería, tropezones, dos panaderías, conflictos, la tienda de don José, el mercamóvil y los raudos monstruos que pueden segarte la vida como lo han hecho siempre con al menos un chico de ciudad: los autos. La acera de enfrente era frontera ante el temor de tus padres por tu seguridad de transeúnte pequeño, de chico distraído e inconsciente del riesgo, pero igual la vida ha seguido y pasado el tiempo ya no recuerdas con exactitud quién te enseñó a cruzar la calle, si tu propio padre, tu madre o alguno de los abuelos.

A su vez tus padres y tus abuelos tuvieron su propio barrio. En alguna conversación perdida habrá de brotar el recuerdo de los pioneros de estas calles. Entre la calle destapada y la lisura quebradiza de algunas de las calles actuales estuvo la propia juventud de tus padres o de tus abuelos. En algún momento de la historia uno de ellos jugó en las hondonadas adentro de las cuales luego quedaría sepultado el alcantarillado y los diversos sistemas subterráneos que habitan la ciudad oculta. La ciudad huecos y parque ha brotado lentamente y vidas enteras de recuerdos cobijan a quienes llegaron antes que tú. Algún tío memorioso podría contarte la historia hasta que un

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día tú mismo convertido en director de cine cuentes cómo el pueblo se volvió ciudad.

Es grato tener un barrio, digo, un barrio propio, un barrio de uno. Llevas tu barrio adosado a tu confianza como la tortuga lleva adosada su caparazón; en tu barrio eres señor aunque no seas amo; tienes vecinos desconocidos que te saludan, tienes vecinos conocidos que te ignoran de tanto verte. En tu barrio aprendes que las personas son historias, aprendes algunas, ignoras otras y terminas por no ver la tuya propia. Tu historia no es solo otra historia que vino con el barrio, tu historia es el barrio mismo que te hace, que incide en tu confianza en ti mismo o en tu territorio. En tu barrio aprendes a defender tu espacio, te lo ganas poco a poco; aprendes a identificar el espacio de los otros, aprendes a convivir.

Se queda para siempre en tu memoria el sabor de la panadería de la esquina. La salud vigorosa del dorado que adquiere esa masa prodigiosa una vez horneada y el aroma del pan recién hecho se estampan en tus recuerdos de sujeto de ciudad. Eres con el pan, su sabor, su aroma y su color, uno en el mundo; único y diverso. Pan de barrio, sabor de ciudad. El pan disuelto en tu boca acompañado de una entre mil bebidas te hermana con ciudadanos del mundo que quién sabe dónde degustan pan árabe, pan francés, pan bogotano, pan tolimense, pan neoyorquino. Un bocado de pan tibio siempre te hará sentir que tu hogar está cerca.

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Es posible que en tu barrio haya un templo o más de un templo; no sabría decirte qué tipo de marcas son los templos en tu barrio, podrían ser arrugas o cicatrices de otro tipo pero su presencia hace que tu barrio sea uno y no otro. Los rituales de lo sagrado congregan a tus mayores de modos diversos, algunos buscan esperanza, otros buscan perdón y si la religión elegida funciona, bienvenida sea. En las bancas de la Iglesia, del templo, de la capilla se han posado infinidad de plegarias atendidas y desatendidas según las diferentes experiencias psicológicas. No temas vivir tu propia experiencia, no temas otra experiencia que sea en sí la ausencia de la experiencia religiosa; el mundo ha cambiado y no es obligación ser creyente pero tampoco es obligación ser ateo o individualista. Es una de las ventajas de no vivir en un pueblo pequeño, el culto a lo sagrado ya no es obligatorio. El templo es referente tanto para quienes asisten como para quienes no asisten a él. Sus alrededores confirman un ambiente diferente, en ocasiones más seguro; sus aceras son punto de encuentro, escapar de la custodia de los padres está permitido si tu destino es la ceremonia religiosa. Las aceras de los templos han sido testigos de centenarios primeros besos santificados por la intención de haber ido a orar. Oraciones por la vida y las nuevas experiencias marcan para siempre tu nueva experiencia de lo sagrado casi poniendo un dios y un beso en la misma balanza; con más experiencias de ese tipo, probablemente te conviertas en poeta.

La tienda de Don José es una tienda entre muchas de muchos “donjosés”. La luz cruzada de sus dos portales encuadra los estantes en los que el orden de

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los productos y el colorido de las etiquetas parecen dibujar mosaicos planificados por algún creativo diseñador gráfico pero que en realidad atienden a la intuición organizativa del tendero en función de lo que se vende más o menos y se requiere más o menos cerca de su alcance. ¿Cuántas tiendas hay en una ciudad? ¿Cuánta vida en una tienda? A su alrededor el barrio se reconfigura, es como si esa esquina fuese una antena de historias que circulan de mano en mano igual que una panela, una libra de arroz, una papeleta de café y el cambio o “las vueltas”, como has escuchado decir a lo largo de los años. Entre saludos amables o secos, sonrisas o indiferencias cotidianas, los dos portales de la tienda dejan pasar historias fragmentadas reales o inventadas que los clientes/vecinos cuentan para matar el tiempo o sencillamente para hacer la vida menos aburrida pues la televisión no alcanza para recrear ni recrearse lo suficiente.

Un cuarto de salchichón, una gaseosa de jengibre, media tapa de limón, una caneca de aguardiente; la tienda es cafetería, restaurante y bar según el día y la noche del año; su aroma siempre es una mezcla de jabón de ropa, granos a granel, polvillo de arroz, cerveza fresca y gente ajena pero reconocida. En ocasiones el ambiente es pesado pues para comprar un pan (de tienda, por supuesto) de quinientos debes atravesar la charla abrumadora de los borrachos, pero la mayoría del tiempo, la tienda es solo la certeza de la comida cercana y al alcance de cualquier bolsillo; la certeza de que si tus padres tienen el mínimo prestigio necesario, puedes comprar al

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fiado un bocado de dulce de guayaba o una libra de lentejas para ahuyentar el hambre de toda la familia.

No hay ciudades de clase alta o de clase media o de clase baja. Tampoco es seguro que un barrio en sí mismo pertenezca a una clase socioeconómica pero los gobiernos así lo asumen. En nuestro país los barrios tienen estrato, una categoría que les asignan los gobiernos municipales para que tengas la sensación de poder elegir dónde vives de acuerdo con tus ingresos; por supuesto también con base en eso te cobran más o menos por los servicios públicos y con ello condenan tus sueños de una mejor vida a la realidad de quedarte en el barrio por el que puedas pagar. En los barrios de clase alta, no importa si vives solo o acompañado, las tarifas del agua y la energía eléctrica ya vienen altas aunque no consumas más de lo necesario. En teoría esos barrios son los de estratos 5 y 6; los estratos 4 y 3 son los de la clase media que a su vez tiene tres subclases: la clase media alta, la clase media media y la clase media baja; eso pasa con todas las clases, así que en la práctica nos encontramos con un mínimo de nueve clases sociales a las cuales hay que sumarles el híperestrato, la categoría social que domina la ciudad y para la cual la noción de “barrio” es inútil pues sus residencias quedan en suburbios a los que los arquitectos contemporáneos han denominado “condominios”.

Dónde empieza o termina tu barrio no es tema fácil de resolver. En ocasiones algún docente de escuela te pone de tarea investigar tu comuna o conjunto

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de barrios agrupado administrativamente por el gobierno municipal. Buscas en red y en alguna página amable, incluso en la Wikipedia encuentras tu comuna y sin embargo los límites del barrio nunca están del todo claros. Tu barrio empieza donde los más viejos digan que empieza, ojalá fuera suficiente frontera. En ocasiones la violencia gregaria de las pandillas define territorios que se sobreponen al barrio que ya no tiene lugar; aprendes a las malas que hay puntos de referencia de donde no debes pasar o adonde no debes ir dependiendo de si eres o no amigo de “alguien”, o de si eres o no hincha del equipo de fútbol “indicado”; la vida te pone a prueba.

El tipo de barrio que te toca en suerte en contraste con la familia de la que vienes y las fortalezas del colegio al que asistes, marca las probabilidades a favor o en contra de que termines como miembro de una pandilla. Entrar en la adolescencia aturde pues ya no te dejan ser niño y tampoco te dejan ser adulto, sencillamente no te dejan ser y por ello algunos terminan creyendo que solo pueden ser en medio de otros a quienes ven o creen sus iguales. No importa la causa, si tu rebeldía se topa con un grupo de malandrines, es posible que te sientas cómodo siendo parte de la manada. “Pandillero” será la etiqueta y tus habilidades te pondrán en el excepcional lugar del líder o en el común lugar del seguidor; lo que recibas a cambio por pertenecer será una relativa confianza psicológica que solo buscas para resolver la mala leche que quieres ver en tu propia familia o en el colegio que no tiene profesores con la paciencia necesaria para darte motivos para coger otro rumbo. Es fácil suponer que la pandilla te hace fuerte y no todas las pandillas son malandras

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pero es más difícil seguir adelante sin la muleta del grupo y sobretodo evitando que el grupo la tome contra ti por ser solamente un chico juicioso que sigue su camino hacia otra parte dentro del barrio o fuera de él. Bastante paz habría en tu vida si supieras dónde empieza y dónde termina tu territorio, sin miedo a encontrar violencia al otro lado de la frontera. RURALURBANOS

Tu ciudad no es la única del país en la que de cuando en cuando, en más de uno de sus barrios, canta un gallo a la madrugada y no será ese el único signo de la presencia de un alma campesina en el espíritu de lo urbano. En ocasiones nosotros mismos miramos de forma peyorativa el contenido campesino de nuestras ciudades señalando ese lugar común de que vivimos en “pueblos grandes” y no en “ciudades de verdad”. Con certeza podrás descubrir que nuestros pueblos grandes sí son ciudades y que su esencia campesina no las hace menos ciudades sino que las hace diferentes pues nuestro modelo no es necesariamente Barcelona sino que también puede incluir ciudades indígenas como Cochabamba, o ciudades de vocación agrícola como Tunja o Palmira.

Lo campesino de la ciudad de todas maneras no es motivo inmerecido de conflicto. El campo de nuestro país ha sido golpeado por décadas por una guerra fratricida que ha importado poco a quienes vivimos en las ciudades a pesar de que nuestras ciudades son tan nuevas que todos tenemos al menos

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un bisabuelo o un tatarabuelo campesinos. A nuestras calles llegan diariamente los desplazados por la violencia o por la pobreza con la esperanza de que la ciudad desconocida y organizada tenga oportunidades de trabajo para quien solo sabe trabajar la tierra. Y no estaría mal que tuviéramos parques con sembrados intensivos de flores, caña de azúcar, papa o frutas y que algunos campesinos trabajasen en ellos enseñándonos a valorar nuestras relaciones con la fertilidad de nuestras tierras; bueno, es una idea, pero sin ideas no podría ofrecerte esta ciudad que te traigo poco a poco hecha de palabras.

La nostalgia del canto del gallo, de la leche fresca de vacas recién ordeñadas, de la marranera denunciada por algún vecino porque su aroma ya no es admisible en la vida residencial de las comunidades urbanas, habita las raíces antropológicas de cada ciudad en Colombia. Somos campesinos de ciudad pero eso no tiene que ser motivo de broma o vergüenza, al contrario, deberíamos enseñarle al mundo como un gran orgullo, lo difícil y fructífero que ha sido urbanizar grandes campos fértiles y convertirlos en ciudades que anhelan la mayoría de edad representada en ciudadanos que respetan las diferencias, saben usar la ciudad, cumplir los deberes con la misma y por ello, reclamar su derechos.

FRAGILIDAD EN RUEDAS

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Las distancias se han hecho largas. No tendrá sentido vivir en la ciudad si todo queda cerca. Las ruedas son la solución, no necesariamente con motor. Ya el barrio pudo haber sido explorado no solo en caminatas sin sentido que presagiaban el perderse en el horizonte. La bicicleta es tu nueva mejor amiga, trasciende las calles del barrio, incluso las de los barrios vecinos, también las de toda la comuna; la bicicleta es aire, tiempo y desplazamiento; la bicicleta es una libertad no imaginada; las hay de todos los colores e incluso las hay de todas las clases socioeconómicas. Te movilizas más allá de tus fronteras tan solo con la fuerza asombrosa de la maquinaria de tu cuerpo integrada a la bella ingeniería de una bicicleta. Eres un ciclista por decisión, por oportunidad, por necesidad pero ciclista al cabo; atrapas la ciudad a pedalazos sin mayor conciencia del peligro.

Un dicho absurdo afirma que el último en darse cuenta del agua es el pez y ya metidos en la metáfora aceptamos su conciencia. Al subirte a la bici te das cuenta de lo que significa caminar, ojalá quienes empezasen a manejar vehículos a motor se hiciesen conscientes de lo que significa no solo caminar sino también de lo que significa desplazarse en bicicleta; de lo que significa la fragilidad del peatón y del ciclista ante el peso y la velocidad mortales de un automotor. Cual tragedia griega, la muerte anunciada por los automotores pesa todo el tiempo sobre quienes vamos por la ciudad apenas con nuestro cuerpo o si acaso, adosados a la belleza dinámica de una bicicleta. Las calles reclaman a nombre del comercio y de la industria, más de cuarenta y cinco kilómetros por hora y por ello, las velocidades humana y más que

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humana del peatón y de la bicicleta, no son funcionales para esta época. Cuánta paz requiere una nación para que los automovilistas vean en el peatón o en el ciclista, lo sagrado de la vida.

La velocidad es la marca del tiempo pero también la necesidad de calma, el espíritu de brisa que cobija la ciclovida o su equivalente en parques lineales aún por construir. La evolución de la vida no se detiene ni siquiera cuando el automóvil convertido en objeto de culto parece signar los recorridos de los gobernantes. La ciudad para la gente de a pie seguirá siendo esperanza mientras la sociedad en alguna de sus formas comprende la diferencia entre desplazarse y respirar. CAOS

La ciudad ha crecido contigo, los rasgos que la vida va dejando grabados en tu rostro y en tu mirada se parecen a las transformaciones de parques, calles, autopistas y cruces de caminos en general. Serás ciudadano si aprendes cómo usar la ciudad o serás un simple citadino si asumes que la convivencia urbana no es un reto para ti. En la escuela básica primaria alguna maestra pila se acordará de la necesidad de enseñarte la razón de ser de las señales de tránsito y tu obligación de respetarlas; como peatón, como ciclista, como conductor tendrás la posibilidad de reconocerte parte del espacio como agente de normalidad o caos. Las calles no son ni peligrosas ni seguras, el uso que la gente les da es lo que las transforma. Un peatón imprudente es un peligro para sí mismo o para otros al igual que un ciclista.

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Un conductor imprudente es un peligro para todos, un vehículo en las manos incorrectas es un arma mortal; si te descuidas, si te distraes puedes terminar convertido en un criminal de la carretera. La maestra de la escuela es en ese sentido un agente civilizador que puede salvarte de la fatalidad irracional. El accidente siempre estará allí esperándote signado por su definición misma pero su gravedad se incrementará si es resultado de tu distracción en la vía o de tu irresponsabilidad al desobedecer las normas de tránsito. Un semáforo en rojo o un pare no son opciones, atenderlos es una obligación que salva vidas y por consiguiente es una necesidad estructural de la convivencia en la ciudad.

El semáforo en especial es un objeto fascinante que forma parte de un sistema muy sencillo y sin embargo de infinita utilidad en todas las ciudades del mundo. Avanzar, prepararse para detenerse y detenerse resultan de un pequeño carnaval de luces que por reiteración llegamos a mirar perdiendo el asombro que deberían producirnos. Verde, amarillo, rojo forman una secuencia automática que en la mayoría de los conductores se asimila como norma de convivencia para respetar la seguridad y la vida de los demás conductores, de los ciclistas y de los peatones; sin embargo qué lejos estamos del día en que desaparezcan los accidentes ocasionados por quienes temerarios, de cuando en cuando deciden desobedecer la señal de alto en su vibrante color rojo. El semáforo es ciudad y tu respeto por él te hace ciudadano pues no se trata del respeto a un objeto sino a las vidas que salva.

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Otro cantar es el trancón, el atasco, el taco… esa extraña pero precisa aglomeración de vehículos en un espacio limitado de calles en la que el movimiento es excepción y no regla. Desde ingenieros de tránsito hasta conductores de ambulancia pasando por abuelos, que creen saberlo todo sobre la ciudad porque envejecieron con ella, tienen diagnósticos y fórmulas para hacer que el desplazarse rápido por sus calles sea un éxito. Pero no hay tal, cada vez más carros para las mismas calles expresan la frustración de individuos que sienten el ir de un lado a otro de la ciudad como un derecho sin deberes. ¿Es acaso el trancón la máxima muestra de la estupidez urbana? ¿Son acaso las “horas pico” un absurdo kafkiano que desafía la creatividad de los planificadores de ciudades? Cientos, miles de vehículos van a la misma hora hacia el mismo punto cardinal y casi siempre por la misma vía, sus conductores no tienen un plan, esperan que mágicamente la ciudad lo resuelva por ellos. Los nuevos liderazgos se sienten entre ciclistas porque éstos buscan un espacio que no tienen en la ciudad; entre conductores no hay ni habrá liderazgos porque los mismos recibieron su lugar como un regalo del cielo, entre conductores no hay liderazgo porque no sienten que deban luchar por lo que la sociedad les ha concedido sin reclamarles nada a cambio.

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COLECTICIVILIZÁNDOTE

Si has sido un niño bien, como le dicen en mi tierra a los que tienen más que menos, habrás llegado tarde al transporte colectivo legal o ilegal. Llegar temprano al transporte colectivo implica que tu familia tenía menos que más y que el colectivo o el masivo no fueron opción sino necesidad.

A mitad de camino están los taxis que por ser usados individualmente o en grupo no son el mejor ejemplo de lo colectivo. Una vez que has vivido muchos años y has tomado algunos taxis llegas a creer que son un tema indispensable para las ciudades pero la verdad es que son solo un mal necesario a mitad de camino entre el auto particular, los autobuses y los sistemas integrados de transporte; a eso súmale las soluciones presentes o futuras que pueda tener tu ciudad incluyendo por supuesto los trenes eléctricos y las ciclovidas con acceso a bicicletas públicas.

Tu primera vez en el transporte público debería incorporar un rito de paso que de alguna manera te convirtiese en Otro. La vida ya no es la misma cuando te subes en una buseta o en alguno de los autobuses de un sistema integrado de transporte. Si vivir en una ciudad es una experiencia única en la que te ves obligado a compartir tu espacio con miles de desconocidos, viajar en el transporte colectivo es esa experiencia llevada al extremo. Dependiendo de la hora, del día, de la ruta puedes encontrarte con el placentero ir de un lugar a otro recreándote con la humanidad convertida en

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rostros desconocidos que sin embargo te son familiares tan solo porque comparten contigo ese “vivir en la misma ciudad”; incluso puede que algún día en el transporte público conozcas a algún ser humano que llegue a significar mucho para ti. Claro, no todo es color de rosa; si se trata de la hora correcta pero necesaria puede que ese transportarse sea una pesadilla que te abruma mientras algunos de los miedos propios de la ciudad hacen fiestas con la paranoia que te invade mientras una masa de gente informe te atrapa en su seno y sientes que te esculcan, te soban y te oprimen, peor, otros sienten que eres tú quien los esculca, los soba, los oprime; el malestar se da tan solo porque estás allí, no porque sea la intención de alguien en particular sino porque es el resultado del transportarse en general en un sistema que todavía no madura puesto que la ciudad misma y sus habitantes no maduran para organizar y organizarse en otra manera de viajar. Un ejemplo sencillo de nuestra incompetencia son los viajeros que abordan el transporte con un morral a la espalda sin conciencia de cómo obstaculizan el paso de otros y facilitan que los ladrones puedan saquearlo; en algún sistema integrado de transporte de otra ciudad, instruyen al ciudadano para que lleve su morral al pecho cubierto con uno de sus brazos tanto para evitar que estorbe como para evitar que puedan robarte algo de su contenido; es un ejemplo de cómo el prestar atención permite que evoluciones como pasajero y con ello también evolucione el sistema. Y es que tanto los autobuses tradicionales como los novedosos de los sistemas integrados distan mucho de ser lo que debería ser el autobús humanizado.

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Los humanos somos dados a humanizar las cosas de dos maneras, desarrollando afecto por ellas o adaptándolas para que sirvan mejor a los miembros de la especie. Lo inhumano es entonces lo que produce rechazo en nuestro afecto o lo que dista mucho de ser adecuado para nuestra especie. Cuando en un autobús con capacidad para 40 personas meten 70, o con capacidad para 100 meten 160 personas es fácil definirlo como un autobús inhumano o mejor, deshumanizado ¿Por qué? Porque fue construido para resolver necesidades de la especie pero no cumple su función debido a la incapacidad gerencial y política de sus administradores y eventualmente a la corrupción que impide que los recursos de cada empresa o del sistema en general se usen de manera correcta.

Cada ciudad tiene ritmos y flujos de gente y vehículos que varían con el paso de las horas y de los días. Las empresas de transporte se ven en el dilema de no contar con autobuses y conductores suficientes durante las horas pico y con exceso de vehículos y conductores en las horas neutras del día. La ventaja es que las ciudades que crecen y crecen tienden a convertir en horario pico todo el día y con ello equilibrarían el sistema para que los costos operacionales de más buses y conductores se viesen compensados con la afluencia permanente de pasajeros, óptima para financiar la operación de los sistemas. Sin embargo nos enfrentamos a una paradoja: el sistema no es un sistema; la razón es que al menos en nuestra ciudad tanto las empresas privadas de transporte como las públicas o semipúblicas están conformadas por “dueños de buses” y no por capital accionario; en consecuencia, los

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propietarios de grupos de buses se ven enfrentados por las mejores rutas o los mejores horarios y por eso en los peores horarios el servicio de transporte se hace cada vez peor. Así mismo, la economía de las pequeñas empresas por no ser de escala se ve menguada en su desarrollo en comparación con las grandes empresas que pueden costear sus repuestos, combustible y mantenimiento con mayores volúmenes y mejores ventajas competitivas para obtener mejores precios. Si los sistemas de transporte fueran de capital accionario, ello significaría que desaparecerían los propietarios de vehículos o grupos de vehículos y que los dueños de la compañía compartirían proporcionalmente sus gastos y sus utilidades. Visto así, el deterioro de uno solo de los autobuses sería el deterioro del precio de la acción de todos al igual que la falla en el cubrimiento de las rutas afectaría el bolsillo de todos los propietarios. En ese sentido no habría disputa por los horarios o por las rutas y los horarios pico subvencionarían los horarios neutrales con sus utilidades y permitirían optimizar el servicio; incluso los pasajeros querrían ser dueños de su sistema de transporte y querrían tener al menos una acción para sentirse no solo dueños simbólicos de su transporte colectivo sino también dueños reales de un sistema que por eso habría que cuidar todavía más. Pensarás que soñar no cuesta nada, puede que sea cierto, pero lo que cuesta más es no soñar. De nada nos sirven las transformaciones en el transporte público si el cambio de la guerra del centavo de un bus tradicional contra otro apenas sirve para transformarse en la guerra entre una empresa y otra, dueñas de lotes de más o menos vehículos del sistema integrado.

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Pero humanizado no solo significa sin sobrecupo y a tiempo; al hablar de autobús humanizado tendríamos que ambicionar que su espacio interior fuese un territorio educativo en el que las diferentes secretarías municipales y los diferentes ministerios nacionales pudiesen desarrollar campañas informativas y formativas para llevar los mensajes necesarios, adecuados y eficientes a los usuarios del transporte público, ávidos y necesitados de construir una mejor ciudadanía. En los autobuses deberías poderte informar sobre trámites ante el gobierno municipal, sobre campañas de vacunación, sobre ofertas de becas educativas y sobre todo lo imaginable para facilitar la vida al ciudadano mientras se desplaza de su hogar hacia el trabajo o del trabajo hacia su hogar. Las campañas podrían desarrollarse mediante el uso de una emisora educativa exclusiva de los sistemas integrados de transporte, mediante pantallas enunciadoras o incluso táctiles o sencillamente con carteles en los asientos reemplazando la publicidad con la que algunos sistemas han intentado mercantilizar el trayecto de desplazamiento abrumando al usuario. En fin, lo colectivo en el transporte pasa por la imaginación de todos: pasajeros, conductores, planificadores urbanos, ingenieros de tránsito y por qué no, por la imaginación de los nuevos políticos que necesitan las ciudades del futuro.

No creas que es tan irrealizable un transporte humanizado, puntual, cómodo y confiable; el sueño depende de poner de acuerdo a algunos Ministerios como los de Hacienda, Transporte, Gobierno, Educación y Cultura y, a los Concejos

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Municipales y los alcaldes de las ciudades con Sistemas Integrados de Transporte proyectados, en ejecución o funcionando. No lo olvides, dejar de soñar cuesta mucho.

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SEGURICONFIANZA

Estar y sentirse seguro son dos procesos diferentes. Puedes sentirte seguro en los brazos de tu madre, pero ella puede sentirse insegura si le faltan los medios para protegerte cubriendo todas tus necesidades. Si la vida te privilegia y tienes segura la comida y la dormida, tu hogar será el primer escenario donde te sentirás confiado y ese sentimiento o esa sensación es invaluable. Tu calle será tu calle, tu barrio será tu barrio y tu ciudad será tu ciudad por lo confiado que puedas sentirte en cada espacio a medida que ganas autonomía para moverte a través de territorios diversos.

La condena de las ciudades contemporáneas siempre está atravesada aparentemente por el tema de la seguridad en las calles y su contraste con el miedo como motor de la inseguridad psicológica. Un barrio de pobres da miedo a los ricos y un barrio de ricos da miedo a los pobres, entre el pandillero y el guardaespaldas solo hay teorías que intentan explicar por qué si la sociedad no es justa, sin embargo esperamos que las ciudades sí lo sean.

Sería fácil acudir a la miseria como explicación para justificar el crimen en las ciudades. No es que no haya crimen en el campo pero la existencia de cuerpos policiales es hija de la ciudad desde la antigua Roma hasta la mística y polémica Policía de Nueva York. En la ciudad llena de conocidos que no se conocen habitan los que están y los que solo van de paso, habitan

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no solo ciudadanos sino sus angustias, odios, calamidades, envidias, impaciencias, violencias a punto de estallar. No todo criminal es un malandro ni todo malandro es un criminal. El espíritu humano es tan humano que admite muchos más colores que blanco y negro y por tanto los habitantes de la ciudad no se pueden dividir entre buenos y malos. El orden o el caos pueden permitir que un “ciudadano de bien” termine transformado en un energúmeno o que un joven violento comprenda que el problema de la sociedad no es con él y se reencarrile por caminos más confiados.

La seguridad es además, tal vez sobretodo, un negocio: vende rejas, muros, alarmas, circuitos cerrados de videovigilancia, guardas uniformados, guardaespaldas, gases irritantes o “tasers” de defensa personal, armas, seguros todo riesgo que no cubren todos los riesgos y quién sabe qué cosas más; por eso, no es descabellado suponer que una ciudad segura sería un mal negocio para muchos y sin embargo “la idea de una ciudad segura” vende campañas políticas y la ilusión de buenos gobernantes y destacados cuerpos policiales que cumplirían el deber de guardar los bienes y la integridad física de los ciudadanos.

A pesar de todo hasta la ciudad más insegura es bastante segura; no importa cuántos policías por cada cien mil habitantes tenga una ciudad, ninguna tendrá suficientes policías para tanta gente. Lo destacable es que en la ciudad una buena parte de su población se porta correctamente por educación, hábito, decisión o tradición y esa parte de la población viene de

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todos los sectores socioeconómicos y por ello no podemos atribuir el crimen a la pobreza o a la miseria pues son más los padres pobres que buscan el alimento de sus hijos sin acudir al delito que aquellos que se justifican con el mismo. Claro que eso nos deja el enigma de los padres ricos que acuden al delito tan solo para ser más ricos, esos pueden robarse una ciudad entera, pero el sistema de justicia de nuestra nación parece no estar preparado para resolver semejante crimen de lesa humanidad: ¡Se han robado toda una ciudad! En nuestro país hay familias enteras que se dedican a tan espantoso negocio.

En nuestra ciudad es una maravilla el buen comportamiento de los sábados en la tarde de parte de quienes salimos a la calle por alguna razón. En contraste, la noche del sábado es percibida por las autoridades como riesgosa y difícil pues es la noche de la rumba y se espera que gracias al consumo de licor, diversos tipos de ciudadano pierdan el control en riñas familiares (más tristemente), callejeras o al volante de un vehículo que habrá de convertirlos en criminales. Las autoridades se preparan los sábados en la tarde para la larga jornada de la sangrienta noche del sábado, por eso hay menos policías y menos guardas de tránsito en las calles y sin embargo hay más tranquilidad, menos violencia y menos accidentes. Es como si la mera brisa de la tarde del sábado y la leve disminución del tráfico acariciara la estabilidad mental de los callejeros sabatinos y por ello la ciudad funcionase más relajada, más tranquila en toda su vitalidad. Este periodo de calma sabatino empieza poco después del mediodía y se extiende casi hasta la

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medianoche cuando aún los malos bebedores no terminan su primera botella de licor fuerte.

Ten presente que tan solo por haber nacido en esta ciudad y por estar creciendo en ella tendrás el deber de saber beber, de no caer en el licor como una respuesta a la desesperación, la angustia o el aburrimiento. Tal vez la ciudad sería más segura si a todos nos enseñaran a beber responsablemente desde chicos en medio de una tradición familiar. Sería bueno que todos los chicos no tuviesen la desagradable experiencia de ver a sus padres ebrios, o incluso que si tuviesen la experiencia, por reacción se pusiesen el reto de nunca caer en ese estado. Tal vez la sociedad es tolerante con el consumo de alcohol porque su nivel de adictibilidad es menos alto que el de otras drogas pero es extraño que las familias no toquen el tema seriamente con sus hijos ya que no se trata de un tema tabú. En nuestra ciudad se celebra con licor desde un bautizo hasta el triunfo del equipo de nuestro afecto; se celebra en la casa, en el bar y en la calle; lo cruel es que muchas celebraciones se convierten en tragedia y entonces nos encontramos con una de las grandes fuentes de inseguridad real y psicológica para todos: la ciudad borracha. Lo lógico es que si tenemos una ciudad que no sabe beber tendríamos que plantearnos necesariamente convertirnos en una ciudad que sí sabe beber; una ciudad que sabe tomarse un trago y disfrutarlo, y sabe cuándo parar e irse a descansar y cuándo entregar las llaves; una ciudad incluso en la que los conductores se vuelven abstemios cuando manejan y solo de cuando en cuando se toman un trago

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en la confianza del hogar y su bicicleta, su moto o su auto están bien guardados y a salvo de ser destruidos o de convertirse en armas absurdas. Suena también absurdo eso de que pensemos en aprender a beber y que sea la ciudad misma quien nos lo enseñe desde la escuela o la familia pero es necesario, absolutamente necesario: una ciudad que sabe beber, menos problemas tiene que resolver.

Te hablaba hace un rato del miedo ¿Has caminado por esas calle a cuyo lado y lado solo están los cercos de unidades residenciales? Seguro que al menos una vez; la sensación que te da ese amplio espacio con pocos vehículos que pasan y menos transeúntes todavía, es la de una vulnerabilidad absoluta. Quienes viven dentro se creen seguros gracias a los cercos y las cámaras pero el afuera condena a los caminantes a la soledad insegura en la que el territorio entre reja y reja es como un escenario donde puedes ser el actor secundario de un drama en el que el protagonista te asalta, se lleva tus pertenencias o en el peor de los casos deja tu cadáver tendido sin más testigos que el video que los noticieros populizarán escandalizados por la nueva víctima que se cobra la violencia urbana. La paradoja de la inseguridad real de las calles producida por la pretendida seguridad real adentro de los conjuntos residenciales solo revela la complejidad de suponer que una ciudad es segura porque tome medidas físicas contra el crimen. El crimen evoluciona, se adapta, se acomoda, se reacomoda; la ciudad es lenta, muy lenta para reacomodarse y por ello las ciudades no solo tienen el reto de tomar medidas contra la inseguridad sino

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que sus planificadores tienen el reto de diseñar sus espacios para no facilitar el crimen y para favorecer la convivencia civilizada.

Los medios de comunicación no ayudan mucho para subsanar el contraste entre la seguridad física y la seguridad psicológica que rara vez coinciden en la ciudad. Si bien es cierto que los medios tienen que informar, lo complicado no es el qué sino el cómo. En ocasiones ocurren al menos tres crímenes en una misma zona geográfica de la ciudad que es una ciudad en sí misma, por ejemplo “el sur”. Las noticias son presentadas más o menos resumidas en un solo titular: “Se incrementa la inseguridad en el sur de la ciudad”. Si tú vivieras en el sur, la noticia no sería fácil de digerir; entre dos asesinatos (grave por supuesto) y un asalto, una población de un millón de personas ha quedado conmocionada; unos cuantos cientos de miles cambian sus rutinas esa semana, uno que otro sigue pensando en la utilidad de conseguirse un arma y si los criminales ven noticias podrán escoger entre atacar de nuevo la misma zona aprovechando el miedo imperante o escapar a los controles policiales que se esperaría se activasen en la zona y que sin embargo no es seguro que aparezcan porque no estaban en la planificación de la secretaría de gobierno para esa semana en ese sector. Ya ves, el mal periodismo incremental la inseguridad psicológica o percepción de inseguridad; insisto, no porque informa sino porque agrupar tres noticias sin contextualizar cada escenario informativo y sus características tiene como consecuencia la promoción de la paranoia en cientos de miles de personas. Necesitamos entonces no solo mejores servicios de transporte sino mejores servicios

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informativos. Afortunadamente los nuevos medios, especialmente Twitter nos sirven para contrastar la información oficial con la información de las calles que es actualizada segundo a segundo por transeúntes, taxistas y conductores en general que informan el estado de las vías, la accidentalidad o los crímenes justo en el momento mismo en el que se están cometiendo y además dan parte a las autoridades directamente a través del mismo medio. Ya veremos cómo evolucionan los nuevos medios para combatir la inseguridad física real en las calles de la ciudad. A eso ayudará mucho que las autoridades administrativas, políticas y policiales combatan la corrupción y ejecuten creativamente los planes de control, prevención y protección para proteger a la ciudadanía. Nada genera más confianza que la transparencia de las autoridades en el cumplimiento de sus deberes y a mayor confianza, mayor seguridad real y psicológica.

LA CIUDAD MEDIÁTICA

Imaginemos una rueda de prensa a la que nos citan los gobernantes y su séquito de una ciudad. En esa rueda de prensa nos muestran con detalle no exento de angustia y ansiedad, todas las miserias de la ciudad: la miseria humana, la miseria administrativa, la miseria religiosa, la miseria educativa, la miseria policial y la miseria policial entre otras. Nos informan las autoridades que tienen un plan para reducir y para tratar de acabar con al menos una de las miserias, la humana. Esa miseria que más que hablar del drama de quienes viven sin los mínimos vitales para ser considerados humanos, habla

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del resto de nosotros que no vivimos en la miseria y que sin embargo hemos perdido el asombro al llegar a considerar normal que haya seres humanos que vivan infrahumanamente. No se trata de que nos sintamos abrumados por el deber cristiano de la caridad pues sabemos que la miseria es estructural y que no se resuelve con limosnas aunque bien podamos admirar a esos buenos samaritanos que reparten cenas en las noches en las zonas más deprimidas y peligrosas de la ciudad.

Creo que puedo imaginar esa rueda de prensa. Lo que no logro imaginar son las preguntas de los periodistas que serían en sí mismas respuestas a la aparente pérdida de la razón de parte de las autoridades municipales. Y es que en la imaginación de muchos periodistas de diversos medios no cabe la idea de informar sobre una ciudad real sino sobre una imagen de la ciudad que no es lo mismo que la ciudad imaginada.

La ciudad mediática suele ser un contubernio entre los medios de comunicación y las oficinas de prensa y relaciones públicas de las alcaldías municipales. No es que no haya que destacar lo bueno de una ciudad, sus logros, sus obras inauguradas sin importar si el costo fue correcto; eso no es censurable. Lo censurable es que nos muestren en la tele, en la prensa o en la radio, una ciudad que no coincida con aquella que recorremos día a día, bien sea a pie, en bicicleta o en algún vehículo particular o de servicio público.

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Ya lo notábamos al hablar de seguridad: la imagen de la ciudad transmitida no coincide con la ciudad real, a veces para mal, a veces para bien. No estaría mal que las oficinas de prensa de las alcaldías no se asumiesen como organismos de propaganda sino como intermediarios entre la información que importa tanto a gobernantes como a ciudadanos. La función habitual es engañosa pues intenta mostrar una ciudad perfecta y por ello cuando los problemas se agravan o estallan cogen desprevenida a la ciudadanía y con ello se incrementan las probabilidades de expresiones inadecuadas para el descontento popular.

Los periodistas oficiales que trabajan en las oficinas de prensa parecen coincidir en la promoción de una imagen más para turistas que para ciudadanos cuando en la práctica esa imagen debería ser promocionada de forma especializada por las secretarías de turismo y por los operadores particulares que se lucran del negocio de tener visitantes para las fiestas carnavalescas en las que la música y la danza pueden ser los espectáculos principales.

Ya sabes que imaginar es la clave de esta reflexión y si algún día la pulcritud y eficiencia de nuestros centros escolares está a la par de los de Finlandia, no lo dudes, eso también traería turistas, los cuales no solo viajan buscando una sociedad del espectáculo. La ciudad de la tele entonces, la de la prensa, la de la radio puede intentar vendernos imágenes fragmentarias que le hacen pensar a los gobernantes que todo funciona bien si sus cuentas están bien,

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pero los medios de comunicación en busca de una objetividad relativa deben fiscalizar permanentemente si lo que las oficinas de prensa municipales les muestra es de verdad lo real. Cuántos cientos de millones gasta un alcalde en campañas publicitarias debería servir como fórmula para saber si está haciendo las cosas bien; entre más publicidad, más imagen comprada requiera, más podremos sospechar que las cosas no se están haciendo correctamente. Insisto, no es que no haya que destacar lo bueno; por ejemplo la inauguración de una gran estación de transporte masivo, sino también cuánto duró el contrato, si costó lo justo y si fue terminada dentro de los plazos establecidos por ese mismo contrato. Claro que los alcaldes deben celebrar la terminación y hasta inaugurarlas humildemente con actos sencillos, pero la ciudadanía también debe celebrar que las obras cuesten lo justo, se hagan en el plazo previsto, queden bien hechas y tengan los anexos necesarios para facilitar y proteger la vida de los peatones.

Es paradójico, se trata de imaginar la mejor ciudad pero no de convertir en “imagen” la ciudad que ya existe. La imaginación es para solucionar problemas, para proponer soluciones, para plantear alternativas. En tiempos de redes sociales hay muchas verdades que las alcaldías intentan ocultar pero que los ciudadanos de a pie revelan con cualquier cámara, incluso la de su teléfono y un anuncio en Twitter etiquetando al medio de comunicación o a la institución adecuados.

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Se trata de imaginar una ciudad otra a partir de ciudades que ya existen o han existido como Curitiba, Madrid, Montreal o incluso como la Bogotá que fue y que se espera que vuelva a ser cuando resuelva su sobredosis de autos para la cual no hay ampliación de vías que alcance; se trata de imaginar incluso ciudades nunca vistas. Gran reto sería pensar ciudades campesinas y sin embargo modernas con ciudadanos que bien sepan ordeñar una vaca o respetar absolutamente todas las señales de tránsito tanto a pie como en sus vehículos. Sabemos bien que políticos y periodistas prefieren suponer a imaginar, pero no podemos perder la esperanza. Si nuestras ciudades actuales no funcionan, no podemos insistir en llover sobre mojado. Se vale tapar huecos, pero se vale también la inspección permanente sobre la responsabilidad de los daños en las vías. ¿Cuántas calles destruidas se nos atraviesan porque las compañías de telefonía, gas, televisión, internet, acueducto usan la estructura de la ciudad sin repararla correctamente? Los medios de comunicación deberían tener un inventario de daños en las vías que no han sido producidos por el mero desgaste del tráfico vehicular, eso daría buena imagen a los medios mismos y a la ciudad.

La ciudad comunicada en los medios locales, regionales o nacionales se vuelve parte de la ciudad real. Si los niveles de inseguridad no se contextualizan y explican en las noticias, la ciudad se vuelve más insegura pues el miedo se incrementa. Si los logros científicos, comerciales e industriales son opacados por las necesidades de promoción turística de las fiestas, la ciudad termina vendida negativamente como una ciudad en la que

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el único valor es la rumba. Si las noticias de deporte se limitan a dos empresas de fútbol que recurrentemente esperan que la ciudad las salve, los otros deportes terminan desaparecidos en el imaginario mediático. Imagino una ciudad en la que la importación de patines es libre de aranceles e IVA por la misma razón por la que los computadores de bajo precio lo son. Imagino una ciudad que selecciona a los niños con vocación basquetbolística y los pone en un programa nutricional de control de crecimiento. Imagino una ciudad que hace campeonatos internacionales deportivos pero que también hace congresos educativos sobre lectura, escritura, matemáticas y artes.

Una ciudad que crece y que progresa no solo crece con obras o con espectáculos, su espíritu también debe crecer y para ello no basta mejorar sus instituciones escolares y sus parques recreativos y deportivos. El espíritu de la ciudad en serio debe anhelar la justicia social para dar ejemplo a la sociedad nacional; la suma de ciudades justas puede generar una sociedad justa. El asunto ya no es de ideologías de izquierdas o derechas, es de volver práctico y realista y no por ellos menos soñador, el reto de reunir ese montón de desconocidos que habitan la ciudad y hacerles sentir con razón y sentimiento que la ciudad en la que viven es su derecho y su responsabilidad. Espero que ahora que te has convertido en un adulto joven lo comprendas y lo pongas en práctica junto a tus amigos y compañeros. La ciudad es para ti, y tú y yo, somos para la ciudad.

AMÉN.

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