Una atrofia limítrofe (Notas en Ciudad Juárez)

June 30, 2017 | Autor: Daniel Gamper Sachse | Categoría: Ciudad Juárez
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Descripción

Una atrofia limítrofe (Notas en Ciudad Juárez)

Daniel Gamper

i

L

legar al nuevo mundo y sentir que las palabras y las miradas, los dedos con los que tocamos las cosas, están gastados por el adocenamiento de sociedades reguladas hasta matar a la vida misma. El cansancio que pesa en los párpados no logra despertar al sueño, y pasan las horas de una vigilia yerma, de una Europa yerma, bañada en lujo y orden. La agotada fuente de vida de un continente gastado al que sólo le queda esperar que la periferia reclame sus derechos de centralidad. La tierra, hemos olvidado, es redonda. Ahora ya sí; y todos estamos equidistantes del centro. Una superficie uniforme, el sueño de la omnipotencia. El mundo no tiene medida humana. Morirá el viejo y el mundo continuará girando hasta consumirse. Pero sigamos perseverando en la vida, me digo, como un anciano incómodo, empeñado en meterse en la cama con pijamas que han lavado las manos indolentes de las nietas que hablan y no se las entiende. Tan viejo que no puedo defender un honor que no tengo. No como el regiomontano que defiende la memoria de su hermano, un valiente que se enfrenta a quien se atreva a cuestionar a su familia, a su viejo vecino enfermo. Un lenguaje, la verdad sea dicha, que sólo conozco de oídas. Europa no tiene ejército. Persisto en lo estéril porque intuyo dónde está la fuente de mi inactividad. ¿Será que Europa me ha corroído con su aparato? Vida diezmada, Europa, pienso estereotipadamente. Y repito lugares comunes para descubrir la imposibilidad de entender al otro, de no proyectar estereotipos fenotípicos que rebajan al indio, al mulato, al mestizo, al impuro. Persisto en los límites de la resistencia.

GUARAGUAO GUARAGUAO ∙∙ año año 14, 11, nº. nº. 34, 26, 2010 2007 -- págs. págs. 74-85 9-20

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¿Hasta dónde puedo aguantar sin entender? ¿Hasta dónde soy capaz de llevar mi aislamiento y mi impostura? Hasta el límite, me respondo. Sólo allí se desvelará algo. Donde desaparecen los equívocos y una nítida línea separa lo lícito de lo prohibido. El yo escindido: un par de ojos en busca de consuelo, buscando tal vez la gracia guadalupeña, pero nunca abiertos. Un yo que es un fuerte inexpugnable. Alabarderos defienden las empalizadas levantadas tras luchas entre fuerzas contrapuestas. Un yo cuyos contornos son el producto de un tira y afloja. Sólo la tensión entre los adversarios, la energía utilizada para conservar en buen estado las vallas que protegen la ciudadela de ataques e invasiones, sólo eso mantiene erguido al individuo. Si no hay nada contra lo que luchar, cuando la realidad no ofrece resistencia, se relajan las defensas, los soldados se dan a mil y una tropelías, y la cuerda del arco pende flácida, desprovista de promesas. Se pone el sol en el desierto. La luz oblicua. Tal vez estoy ya viejo para este continente. Ni para vampirizarlo estoy.

ii Cruzo la frontera entre Ciudad Juárez y El Paso, entre México y Estados Unidos, por el puente Paso del Norte, el que conducía a los gringos, en épocas mejores para el territorio fronterizo, a la afamada Avenida Juárez, hoy un pálido reflejo de su esplendor de antaño. Ahora, de noche, tan sólo hay militares patrullando, policías controlando, taxistas esperando clientes mientras duermen al volante, y chicos y chicas entrando y saliendo de las discotecas. El Kentucky mantiene una pátina de autenticidad a pesar de todo, y sus camareros saben satisfacer los deseos de la clientela aunque tienen que soportar la muy justificada y brava insolencia de los fumadores que se resisten a la colonización planetaria de las medidas sanitarias gringas. Ahí empieza o acaba algo. El Paso, una de las ciudades, con Honolulu, con el menor índice de delincuencia en los EE.UU. «Ciudad Juárez, la ciudad más peligrosa del mundo», apostrofan los periódicos. Un río, una valla, coches de policía, furgonetas y casetas en medio de la tierra de nadie que todos miran con suspicacia, como quien ya se imagina lo que sucede ahí dentro, y un control policial que recibe al extranjero, documentado o no, con una sonrisa y un buen humor que uno no sabe muy bien cómo explicarse, pero que no puede ser agua clara. La frontera es, en su límite,

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en el paso aduanero y en el cambio de jurisdicción policial y militar, límite de la soberanía, algo que se interioriza. El que cruza la frontera lleva a cabo una serie de medidas de comprobación, de higiene burocrático-administrativa: verifica por enésima vez los papeles, la ropa, el coche, el aspecto de ciudadano impecable, lo cuenta Carlos González Herrera. Que nadie pueda sospechar nada, la migra espera. Pero la frontera no es sólo eso. Se interioriza una estructura que responde a la casi se diría que antropológicamente constante tendencia humana a poner límites a lo experimentable, a lo probable, a lo moralmente aceptable. El paso restringido y controlado responde a patrones interiores, a prohibiciones inconfesadas, a sistemas de orden precarios y falaces, débiles y cobardes, pues precisamente la contundencia con la que se despliegan los puntos de control no es más que el reflejo de la esencial precariedad humana. Toda demostración de poder debe ser vista siempre como una expresión de miedo. Miedo de entregarse al otro. Miedo demasiado humano para que no lo perdonemos. Pienso, insolente. Mi alma, atrapada en el umbral de lo lícito. US BORDER PATROL … securing America’s borders... … protecting the Homeland… ... facilities management... ... engineering’s office... ... tactical infrastructure... ... border fence... ... roads... ... fencing... ... lights... ... electrical components... ... and drainage structures... ... report suspicious activity...

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... to help the border patrol... ... achieve its primary... ... homeland security mission... ... reported on February 5, 2010... ... El Paso sector... ... two illegal aliens... ... two illegal aliens... ... two illegal aliens... ... two illegal aliens... ... two illegal aliens... ... two illegal aliens... ... two illegal aliens... ... two illegal aliens... ... two illegal aliens... ... from Mexico... ... a Barrio Triste 58 gang member... ... a Calle 13 gang member... ... reported on February 8, 2010... ... El Paso sector... ... 1,157 pounds of marijuana... ... 1,157 pounds of marijuana... ... 1,157 pounds of marijuana... ... 1,157 pounds of marijuana... ... 1,157 pounds of marijuana... ... 1,157 pounds of marijuana... ... 1,157 pounds of marijuana... ... 1,157 pounds of marijuana... ... 1,157 pounds of marijuana... ... a Chevrolet Silverado... ... the marijuana in the vehicle... La frontera interior. Eso llevo dentro, pienso, mientras cruzo el puente, el límite. Una línea que cruza la calzada y el paso peatonal. Pivotes metálicos blancos, rojos y amarillos que marcan jurisdicciones. Justo en el límite, ahí donde los soldados de los respectivos países no pueden cruzar,

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en la línea exacta donde acaba el imperio del dólar y empieza el reino de la impunidad, se puede protestar aunque sólo sea simbólicamente contra los gringos, tentando a la suerte, toreando a los soldados, y luego situándose un paso más allá, donde ya somos inalcanzables. La burla pasteurizada al imperio es terapéutica para el complejo de inferioridad. En Europa las fronteras se forjaron a base de lucha y sufrimiento. La historia parece que nos enseñó alguna cosa, de ahí que los académicos de esa parte del mundo estemos convencidos de que uno de los rasgos moralmente relevantes de nuestra especie es la capacidad de aprendizaje. Lo que aprendimos fue que, como escribía Benjamin Constant, para vivir en paz basta con sustituir la guerra por el comercio. Si quiero conseguir lo del vecino, todo será más fácil si le doy algo a cambio, pues no puedo garantizar que siempre seré lo bastante fuerte como para quitárselo a la fuerza. Por ello, ahora apenas tenemos fronteras a nuestra movilidad interior. Los pasaportes caducan y no nos damos ni cuenta, porque por Europa circulamos a cuerpo. Todos con nuestros derechos a cuestas, sin otro representante que nuestro físico desplazándose por el territorio. Todos autorizados a perseguir cada cual sus intereses. Todos interesados en tener derechos. Otras zonas pasaron por azares distintos: se compraron las tierras, se emplazaron militares, se rompieron pactos, se colonizó al vecino. La lucha por las tierras puede ser incruenta, pero lo que queda después es la violencia interior. Irreal, resulta desde la silla en la que uno se sienta a las pocas horas de aterrizar en la catalana terra, la conversación un par de días antes durante el desayuno de profesores. Antes hacían cenas. Ahora la sensación de peligro impera y hacen desayunos o almuerzos. Por lo visto alguien dijo que en Chihuahua acaba la cultura y empieza la carne: desayuno hiperproteínico, como en las pelis del oeste: la lente de aumento, o más bien de disminución, del otro, el mestizo y el indio, el que no cumple ni siquiera con unos mínimos cánones de belleza o de gracia, como dicen los pijos. En ese desayuno, los presentes desgranan sus vivencias de camino a casa, los pistoletazos, el miedo, las medidas de protección de la casa. Una balacera, coches parados en un cruce, una mujer chillando en el asiento del copiloto, un hombre que manipula su arma con soltura. Apretar el acelerador y salir corriendo. Durante la comida uno de los comensales anuncia que se ha comprado una casa a la que piensa mudarse pronto. La conversación subsiguiente no trata de la decoración, ni del transporte público, ni del precio. Sólo las

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medidas de seguridad importan. Alambre de espino, trampas metálicas, rejas, seguridad privada, llaves que no se pueden copiar, puertas reforzadas. Y dentro, el miedo a que suene el teléfono que nadie descuelga ya, salvo que se conozca el número del emisor. Todos pueden ser amenazados o extorsionados. La impunidad es completa y cualquiera se atreve a delinquir. Arrecian los acosos. No sería extraño que fueran los propios extorsionados los que extorsionan para deshacerse de las amenazas anónimas. Una cadena de ciudadanos extorsionándose unos a otros, aprovechando la energía del miedo, con el ruido de fondo de las balas que reportan los periódicos.

iii Abramos uno cualquiera, por ejemplo, El Norte del 14 de diciembre de 2009: «... “los sicarios del mañana ya nacieron y son desatendidos por el Estado, sus padres y la comunidad”, señala Óscar Máynez, criminólogo; «... al circular por la avenida Francisco Villarreal a la altura de la Ejército Nacional alrededor de las 4 de la tarde, el joven Aldo Guzmán, estudiante de la carrera de Economía de la uacj y su esposa, fueron interceptados por un automóvil Camaro deportivo de donde varios sujetos abrieron fuego contra el vehículo Corvette de color rojo modelo 1998, resultando muerto de manera instantánea el conductor del vehículo. Su esposa resultó herida de bala por lo que fue atendida por paramédicos y trasladada a una clínica del imss; «... a las 10 de la noche, un hombre fue asesinado a bordo de un automóvil Cavalier en el cruce de Panamericana y Centeno, mientras que otro individuo resultó muerto también por arma de fuego en la colonia Chaveña, en el cruce de 5 de febrero y Pedro Oñate; «... “una vez que terminen las fiestas decembrinas, se espera un nuevo éxodo de empresarios a El Paso, especialmente del ramo restaurantero”, manifestó ayer el presidente de Cámara Nacional de la Industria de Restaurantes, Federico Ziga Martínez; «... un joven fue asesinado a balazos en el exterior de un domicilio de las calles Bernardo Nozagaray y Modesto Flores de la colonia Fernando Baeza. Poco después en el Puente Internacional Zaragoza, fue reportado muerto un joven que aparentemente había resultado herido en los mismos

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hechos y que sus familiares llevaban para su atención médica a la ciudad de El Paso, Texas; «... “nadie nace siendo malo; los señores sicarios que por el momento mantienen a Juárez como rehén de la violencia seguramente de niños carecieron del amor de una familia y en ese camino hacia la edad adulta fueron perdiendo valores”, explicó Alfredo Guerrero Méndez, prestigiado consejero familiar mexicano quien ayer dictó aquí la conferencia magistral titulada “Había una vez una familia”; «... un hombre que tripulaba un automóvil Corvette rojo, nacional, convertible y con placas de circulación EDE-9232, fue alcanzado por sujetos armados que le dispararon a corta distancia; «... la explanada de la Mega Bandera fue el marco donde el Gobernador del Estado, el Presidente Municipal de Juárez y el Coordinador de Crime Stoppers para América Latina y el Caribe, Alex McDonalds, formalizaron públicamente la firma del convenio de denuncia anónima que a partir de enero 2010 se llevará a cabo entre autoridades, la prestigiada organización y la ciudadanía en general. El presidente municipal convocó a los juarenses a confiar en las autoridades y a participar en la lucha contra la delincuencia, proporcionando información a través de la organización privada más segura del mundo; «... alrededor de las 10 horas, un hombre de aproximadamente treinta años de edad, fue asesinado a bordo de un automóvil Lumina 94, guinda en el cruce de las calles Buenos Aires y Puerto Príncipe de la colonia Industrial; «... la delegada regional del Estado de Chihuahua del Instituto Nacional de Migración, Julieta Núnez González, dio a conocer que del 15 al 23 de diciembre esperan el arribo a México de más de 70 mil personas, por los puentes internacionales de Ciudad Juárez, razón por la cual realizarán un operativo para evitar que sean objeto de delito alguno; «... exigimos el diseño y puesta en marcha de un Pacto Gobierno-Sociedad, mediante la instalación de una Asamblea permanente denominada “Solución para Juárez” que tenga como punto de partida un Plan de Rescate de Juárez, basado en el reconocimiento de que la situación de violencia no es exclusivamente un problema de seguridad pública, sino una auténtica crisis de gobernabilidad, que no puede resolverse exclusivamente con estrategias tradicionales en manos de las policías y el ejército; «... ya por la tarde, en el cruce de las calles Grosella y Tercera de la colonia Ampliación Aeropuerto, fue rafagueada una mujer que fue trasladada

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por sus familiares aún con vida al Hospital Star Médica en donde poco después se reportó la defunción; «... jóvenes que se autonombran “universitarios de izquierda” (sin especificar plantel o instituto) se presentaron ayer en la delegación estatal de la Procuraduría General de la República de Lincoln y Hermanos Escobar para pintar la barda y colocar consignas contra el clima de violencia y la inseguridad que persisten en nuestra ciudad.»

iv Así cada día. Periodistas que acuden a las comisarías para poder sentar acta de lo que, irresponsablemente, insisten en llamar «ejecuciones». El mismo Jorge Castañeda, ex secretario de Relaciones Exteriores de México y profesor universitario, utiliza el mismo término en un artículo publicado en la prensa española, constatando que en el año 2009 se dieron más de 6500 «ejecuciones» en el país, otorgando de este modo patente de corso a las organizaciones e individuos que se toman la justicia por su cuenta (sic). En el Diccionario del español usual de México, editado por el colegio de ídem, se recoge como tercera acepción de la palabra «ejecución»: el «acto de matar a alguien, generalmente en cumplimiento de una sentencia: ejecución de los traidores». El ejemplo que ilustra el significado habla de «traidores», lo cual puede tener dos significados: o bien son los traidores a la patria, ejecutados en estado de guerra cuando impera la infausta justificación de la ley sólo por la fuerza, o bien los traidores a los códigos de un grupo. La justicia no castiga a los traidores, sino a los que cometen delitos, sean traidores o no. Y en el caso de que ejecute algo, ese algo no son más que sentencias que en la mayoría de los países (con las notables excepciones yanqui y china) no incluyen la ejecución entendida como la puesta en práctica de la pena de muerte, el trabajo del verdugo. Ejecutan penas de pérdida de libertad, no de muerte. ¿Se puede afirmar que los homicidios continuados en las calles de Ciudad Juárez son ejecuciones? La palabra «ejecución», al igual que la palabra «violencia», no son descriptivas únicamente, sino que siempre se hallan en un marco moral. Si calificamos un homicidio como ejecución, presuponemos que ha habido una sentencia previa, pero ¿acaso es pública la sentencia, como debe serlo la de la «justicia igual para todos»? ¿Hay legítima defensa, abogados, un procedimiento que proteja a los individuos?

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Sólo digo que utilizar la palabra «ejecución» para hablar de las muertes en las calles de Juárez no ayuda a entender lo que está sucediendo. Con un Estado desaparecido, en el maremágnum de la frontera, apenas caben los matices. El desorden está al servicio de algunos. Y las armas convencen, pero no hacen justicia. Lo dice Rousseau; la fuerza no hace derecho. Seamos rígidos en el uso de esa palabra. Puede ser una guía. Es cierto que tampoco hay que pecar de ingenuos con estas cosas. Sin embargo, corresponde a los periodistas otorgar o no autoridad a los que portan armas. Decir «ejecuciones» es una manera de atribuir moralidad a la violencia armada. Las personas mueren, algunos serán miembros de un cártel, terminados por sus enemigos. Otros, en cambio, son paseantes, alcanzados por una de las muchas balas perdidas. Y otros aún son víctimas de la impunidad con la que se mueven las armas, del efecto contagioso de la violencia que hace que algunos decidan resolver sus discrepancias a tiro limpio. En el Naked Harem de El Paso se prostituyen niñas de 15 años sin protección. En Honolulu también hay pobreza y miseria. Eso no es óbice para que la Sra. Clinton sostenga que para acabar con el narcotráfico en la frontera sea imprescindible que suba el nivel de vida de los mexicanos. Una obviedad que, por otra parte, contiene una solución que parece imposible si pensamos que la situación en Juárez es la punta del iceberg globalizado: las maquilas dependen no sólo de la mano de obra local y del espíritu empresarial de los ciudadanos, sino también de los vaivenes de la economía mundial. Eso dicen. Luego está la cuestión del estado de derecho. La procuradora exige a los 76 nuevos agentes de policía ministerial que respeten sin restricciones el estado de derecho, la dignidad de los detenidos y los derechos humanos. Al instante siguiente en la televisión, a las ocho de la mañana, se suceden, durante quince minutos, primeros planos de tres detenidos, culpables según parece de centenares de «ejecuciones». En un descampado delante de un cuartel de policía, la cámara se detiene delante de cada uno de los tres individuos que tiemblan de frío entre los policías que los escoltan. La cámara los enfoca a pocos metros para que el espectador se deleite en la cara de mala gente con la que nos miran, ahora ya desactivados, en manos de un cuerpo de seguridad estatal que invita a los ciudadanos a recuperar la confianza en las instituciones vulnerando los derechos de los detenidos. Sólo falta un pelotón de ejecución que acabe con sus vidas para que los ciudadanos se convenzan de que el único Estado de Derecho que los puede proteger

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es precisamente el que quebranta los principios de ese mismo Estado. La exhortación de Benito Juárez ha sido olvidada por las instituciones y los funcionarios. La violencia del Estado no se «somete al imperio de la ley» ni «se comporta con arreglo a la dignidad de su cargo».

v Los milagros existen. La Virgen de Guadalupe da fe de ello. Veamos cómo. Es sabido que los comandos que liquidan personas están organizados. Un restaurante. Dos individuos disfrutan de su última cena. Están acabando ya cuando entra un hombre con una pistola cuyo cargador vacía sobre los comensales. Al salir se cruza con otro que los remata con su arma automática, el famoso cuerno de chivo, el Kaláshnikov que no se encasquilla ni queriendo. Un par de ráfagas y todo se acabó para los dos pringados que se creían inmunes. «Trabajo terminado», escribe el, así llamado, reportero. A cualquier cosa le llaman trabajo aquí, piensa el turista alemán. Con el estruendo cae al suelo una imagen de la Virgen que será recogida horas después por una de las camareras. Milagro, exclama. Las balas no han perforado el cuadro, sólo le han hecho un rasguño. «La Virgen quiere que toda esta violencia se termine», clama al cielo la buena señora. La Virgen puede detener las balas que los hombres disparan porque tienen miedo. En el estacionamiento del restaurante homenajearán para siempre jamás a la virgencita milagrera. «¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has de menester? No te apene ni te inquiete otra cosa.» Salgo de la habitación del hotel a desayunar y lo que veo en el pasillo me invita a levantar una barricada en la puerta y contactar con el consulado de España: una hilera de treinta policías, cada uno con su metralleta o subfusil al hombro que se dirigen a sus habitaciones. Hay tanta pasma que no queda lugar en los cuarteles, y los policías se alojan en los hoteles. Pienso en mis pocas pertenencias en la habitación y en el centenar largo de armas automáticas que me rodean, y recuerdo lo que acabo de leer en la prensa, que los delincuentes se hacen pasar por policías para extorsionar por teléfono a los ciudadanos. O sea, que para tener más credibilidad delictiva no hay nada mejor que camuflarse de policía. Mientras tanto el ejército arresta a policías extorsionadores y el propietario de una furgoneta contempla cómo un retén militar decide quedársela para uso privado.

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vi «Por ejemplo, un hombre de 45 años de edad que tenía como señas particulares tatuajes en el hombro derecho e izquierdo con imágenes de caras de diablo en expresiones alegre y triste; en el área de ambas clavículas una estrellita, el nombre “Karlita” en el pectoral izquierdo, una imagen de un tigre y la leyenda “mi madre Esther” en el brazo derecho; el rostro de un viejito en el brazo izquierdo y dos rostros de mujeres y un dragón en la región dorsal», escribe Hérika Martínez Pardo en El Norte del 12 de diciembre de 2009. En Ciudad Juárez cada mes se inhuman entre veinte y cuarenta cuerpos no identificados ni reclamados por familiares. Cuerpos marcados que no pueden decir quiénes son, pues en realidad los cuerpos no son nada, no existen, no hay ya misericordia para ellos, ni siquiera la de enterrarlos con cierta dignidad. Los mantienen en las cámaras refrigeradas hasta que ya no caben más o se cumplen los plazos preceptivos y los queman. Queda la fría descripción de las señales que el sujeto creyó oportuno dejar en su cuerpo: las novias, los duelos, la cárcel. Tatuajes ganados a la muerte, y no la decoración lúdica y recreativa de los hijos del bienestar. Es probable que todo tenga una razón de ser. Puede ser que algunas de las muertes sean verdaderas ejecuciones, que algunos de los muertos estén pagando pecados del pasado. Tal vez uno se cargó a un miembro de otra banda y ahora lo están buscando para terminarlo de una vez por todas. Puede ser, también, que todo sean guiones inventados para dominar la arbitrariedad. Mi mirada sólo ve sospechosos. Ricos que se alimentan de la sangre de un pueblo que pasa hambre, jóvenes que se atreven a ser felices buscando el placer privado mientras la desolación lo rodea todo, académicos en la torre de marfil de una institución superflua, mujeres en busca de occidentales que las saquen del hoyo de la desesperación y la miseria morales, niños criados entre la suciedad, portadores de enfermedades medievales, indios que persiguen el dinero del güerito que viene a husmear. Miro y miro y sólo veo mi ansiedad. Miro y miro y sólo veo la aridez de mi mirada, el descaro y el oportunismo del turista que antes visitaba a los constructores de ideales y que ahora persigue la salvación a través del peligro ajeno. Sé que no puedo entender nada y efectivamente no entiendo nada. Y, sin embargo, aro y aro las circunvoluciones de mi cabeza-tierra.

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vii El viaje, protegido por los huéspedes, es siempre, por desgracia, un viaje al interior. Visitamos una frontera y nos vemos escindidos. Un pastor protestante que no tolera en los otros los errores que él no acepta para sí. Si quieres juzgar tienes que ser impecable, me recuerdo a cada momento sin siquiera apercibirme. Inconscientemente juzgo sólo cuando estoy libre de culpa. Por ello, paseo por las tierras que colonizaron nuestros ancestros, que expoliaron los rudos íberos, y no siento más culpa que la que habitualmente cargo como pesado fardo en el hombro derecho. Veo la culpa de los otros y, ya lo he dicho, tengo la desfachatez cristiana de perdonarlos. ¡Aj! ¡Que alguien me saque los guantes! ¡No siento nada! Usted no puede pasar. Este sentimiento no tiene lugar aquí, expulsémoslo. Esta sonrisa no tiene razón de ser, mejor dejar que la lasitud me invada. Este sueño no se puede realizar, apártalo. Apártate, maldito. Deja paso a sangre nueva.

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