Una aproximación hermenéutica a la sexodiversidad en las culturas prehispánicas

May 23, 2017 | Autor: César Henríquez | Categoría: Prehispanic period, Homosexualidades
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Una aproximación hermenéutica a la sexodiversidad en las culturas prehispánicas César Henríquez

Introducción La sexualidad humana representa uno de los aspectos antropológicos de mayor complejidad, despertando a lo largo de la historia diferentes reacciones en relación a los comportamientos ligados a su práctica y por su papel fundamental en la reproducción de la especie. En este ensayo nos interesa indagar acerca de las prácticas no heterosexuales, en el contexto de las culturas prehispánicas, en cuanto a su diversas manifestaciones y la actitud de estos pueblos ante todo aquello que estaba al margen de los patrones heteronormativos, para valorar dichos comportamientos a partir de las prácticas sexuales del siglo XXI.

La investigación es de carácter documental e implica aproximarnos a los rastros que han dejado tanto los propios pueblos prehispánicos como las huellas vertidas en los registros escritos elaborados por los cronistas españoles. En este sentido, vamos a seguir el camino que ya ha trazado el antropólogo e historiador brasileño, Luis Mott (1994), quien afirma que para poder estudiar la homosexiualidad en el Nuevo Mundo, se tienen tres fuentes básicas, a saber, las cerámicas y esculturas con representaciones homoeróticas, algunos mitos tanto orales como escritos y los registros de los españoles en su primer contacto con los pueblos de Abya Yala.

Hay que reconocer, de entrada, las limitaciones y los riesgos que presenta esta aproximación al tema, empezando por el hecho que al ser una investigación documental, el acceso será a fuentes secundarias, lo cual nos coloca a la merced de los datos y de la interpretación de sus autores, así como sus preconcepciones sobre la sexualidad mediada por sus creencias religiosas; por otra parte, las categorías desde las cuales nos acercamos responden más a la epistemología

cultural del siglo XXI que a los horizontes de sentido de la época prehispánica, pudiendo llevar esto a que se valore a una cultura desde el baremo de la cultura propia.

Por tanto, estamos conscientes de las mediaciones culturales desde las cuales hacemos la aproximación al estudio, valorando la necesidad de utilizar categorías de análisis contemporáneas que, sin duda, iluminan las miradas hacia el

pasado.

Nos

referimos

a

categorías

como

género,

sexodiversidad,

homosexualidad, homoafectividad, bisexualidad, dualidad, queer; pero también estamos atentos a los riesgos que representa la distancia cultural que nos separa de los marcos conceptuales prehispánicos, para evitar incurrir en anacronismos hermenéuticos. Por ser este trabajo sólo una “aproximación” al tema, la tarea se orientará en rastrear las “pistas”, identificarlas, visibilizarlas y dejarlas en la superficie, con la intención que puedan servir de punto de partida para investigaciones subsiguientes. La estructura a seguir tiene como punto de partida el esfuerzo de los estudios contemporáneos por entender la sexualidad humana y sus complejidades que servirá de encuadre conceptual; luego se procurará identificar “desde adentro” la valoración de los propios indígenas de las conductas de la diversidad sexual; nos interesa saber también la opinión de los españoles al respecto, para finalmente expresar algunas precisiones a modo de conclusión.

Una aproximación a las categorías sexuales contemporáneas La sexualidad es un elemento inherente a la vida, ella es protagonista del misterio de la fecundación y el placer, así como de la construcción de los tabúes sociales más extravagantes. En la época contemporánea ella ha venido a ocupar la atención de las diversas disciplinas del saber, fomentando nuevas y atrevidas investigaciones que hoy por hoy han ampliado significativamente los marcos conceptuales tradicionales que permiten en la actualidad acercamientos más ajustados a la complejidad que reviste el asunto.

Las culturas occidentales se han caracterizado, por lo menos en lo formal, en legitimar la conducta heterosexuales, convirtiéndola en parámetro obligatorio para juzgar cualquier comportamiento de carácter sexual, juzgando como errado o condenable las conductas que salen de dicho patrón. No obstante, esta percepción de la realidad sexual, no niega la presencia de otras manifestaciones, sino que las rechaza como ilegitimas y las condena.

Los estudios contemporáneos plantean que los seres humanos no están determinados biológicamente en cuanto a su orientación sexual o identidad de género. ¿Qué significa esto? Quiere decir que todas las personas biológicamente nacen con genitales definidos, bien sea penes o vaginas, (o ambos en algunos casos), pero que los comportamientos que las personas asumen en el desarrollo de su vida, no están determinados necesariamente por los mismos. Es decir, una persona que nace con un pene, no quiere decir que su conducta obligatoriamente va a regirse por los estereotipos asignados cultualmente a lo que es masculino; de la misma forma, con una persona que nazca con una vulva. La asignación de conductas y roles que cada cultura hace en base a la fisionomía biológica de cada individuo, es lo que se conoce como género, y tiene que ver con todo aquello que se aprende socialmente en relación a lo que debe ser masculino o femenino (Stolcke, 2000).

Todas la sociedades construyen su marco teórico dentro del cual se valora, juzga, castiga o premia lo que es propio de un hombre o de una mujer: vestido, modo de hablar, actividades de trabajo, espacios de poder, ámbito de acción, comportamiento público y privado, estética corporal, entre muchas otras. Cuando un individuo sale de los patrones biológicos deterministas es cuestionado y se convierte en un transgresor o transgresora de género. Si una niña prefiere los juegos o actividades culturalmente asignados a los niños o viceversa, las familias entran en pánico, la sociedad se pone en alerta ante el cuestionamiento evidente

del modelo hegemónico convencional que asigna un tipo de conducta a cada individuo de acuerdo a sus genitales (Henríquez, 2015).

Además, los genitales tampoco determinan los afectos de las personas, como muchos tienden a creer. En un modelo heteronormativo es lógico pensar que las mujeres son atraídas por los hombres y viceversa, no hay cabida para otra variante dentro de este modelo de carácter binario. No obstante, la orientación sexual, es decir, por quien se siente uno atraído o atraída afectivamente no tiene obligatoriamente una relación genital-biologista. Por eso, en todas las culturas es posible encontrar personas con pene que sienten atracción por otros varones, de la misma manera ocurre con las mujeres.

En este momento es importante, ir delimitando y definiendo las categorías de identidad sexual, que tiene que ver con el cómo me siento yo en relación a ser hombre o mujer, y en algunos casos ambos; y por otra parte, entender la orientación sexual, es decir, hacia quien siento atracción física y afectiva, quién me atrae los hombre o las mujeres. Ni la identidad, ni la orientación sexual son producto de la cultura, es decir, no son constructos sociales, sino que son elementos inherentes a los seres humanos.

Todo este marco teórico se ha ido construyendo en las últimos 60 años, gracias a las investigaciones gestadas en las diversas disciplinas de las ciencias humanas, posibilitando miradas más agudas que facilitan la comprensión de la sexualidad (Gómez, 2015), lo que a su vez permite preguntarnos acerca de la sexualidad dentro de las culturas prehispánicas y en este caso, de la diversidad sexual dentro de los pueblos de Abya Yala: ¿había prácticas sexuales entre personas del mismo sexo en los pueblos prehispánicos? o ¿estas prácticas fueron traídas por los españoles? ¿Cuál era la actitud de la comunidad ante las mismas? ¿Qué tanta aceptación o rechazo producían estas prácticas? ¿Qué tipo de comportamientos no heterosexuales tenían lugar en estos pueblos? ¿Qué

similitudes o diferencias había entre la manera como los indígenas ejercían su sexualidad en el periodo prehispánico y los comportamientos contemporáneos?

Una aproximación a la sexodiversidad desde los pueblos prehispánicos Los datos e información acerca de las prácticas no heteronormativas en las culturas prehispánicas vienen dadas fundamentalmente, por los rastros que las mismas han dejado en el lenguaje, especialmente en los vocablos para designar lo diverso, en relatos, poemas y también en la iconografía procedente de la época.

Las huellas dejadas en el lenguaje El lenguaje es una de las herramientas culturales que delimita las fronteras entre lo “humano y lo animal”, nos ayuda a construir, a representar la sociedad con sus complejidades y especificidades, a expresar las ideas, conceptos e imaginarios compartidos o no; por medio de él “nombramos”, “identificamos”, “caracterizamos”, “visibilizamos”, “definimos”, el mundo del que somos parte y que a su vez nos habita. Dentro del léxico de las culturas prehispánicas es posible encontrar una variedad de vocablos utilizados para hacer referencia a comportamientos de tipo sexual que salían del patrón heterosexual, y por tanto develaban relaciones, conductas e identidades que transcendían a las asignadas al patrón binario hombre-mujer.

Luis Mott, en su trabajo sobre Etno-historia de la homosexualidad en América Latina, al cual ya hemos hecho referencia, da a conocer varios de estos vocablos, que revelan que las prácticas “homosexuales”, no eran desconocidas en la región de Brasil y América del Sur antes de la llegada de los portugueses, al contrario eran socialmente aceptadas y según Mott, hay abundante evidencia que sustenta dicha afirmación, señalando que en dicha región, el pueblo Tupinambá empleaba la palabra tibira, para identificar a los hombres que sentían atraídos por otros hombres, y usaban Cacoaimbegira, en el caso de las mujeres que se comportaban de manera semejante. En algunos grupos, Guaicuru y Xamicos, que habitaban lo que hoy es el territorio de Paraguay, se identificaba con la

palabra cudinhos, a los hombres que asumían roles culturalmente identificados con las mujeres, en este caso no sólo son hombres que eran atraídos por otros hombres, sino que se vestían y asumían comportamientos socialmente considerados femeninos: tenían marido al cual siempre llevaban agarrado del brazo, orinaban agachados, fingían tener la menstruación cada mes, se adornaban como mujeres, entre otras cosas. El pueblo Cuicateco de México, nos recuerda Eva Hunt, se referían a las personas homosexuales con la frase “caminantes invertidos”, como metáfora que describía la manera contraria de cómo estas personas se conducían, a la vez que esta descripción también implicaba que “su caminar” estaba signado por los excesos sexuales.

Los Mayas le decían patlaches, a las mujeres que se vinculaban afectivamente con otras mujeres, literalmente significa “hacerlo una mujer a otra”, o “mujer que tenga conocimiento carnal con otras mujeres”, (Montejo, 2012), lo cual es una clara referencia a lo que en la sociedad contemporánea llamamos lesbianas. En la población zapoteca se encuentra el término muxes, para hacer referencia a un grupo de

varones que se visten como mujer y que asumen

papeles femeninos de comportamiento y actitudes, lo cual es considerado por los estudiosos contemporáneos como un rastro actual que evidencia una faceta de la homosexualidad en esta región prehispánica, la cual fue aceptada y tolerada hasta hoy (Borruso, 2010)

Los Rarámuris, de la sierra tarahumara, empleaban los términos ropekes, usado mayormente para identificar a las mujeres atraídas por otras mujeres y nawikis (el que canta), para designar a los homosexuales varones. En cada caso respectivamente, estas personas asumen las actividades socialmente asignadas tanto a hombres como a mujeres, llegando incluso a modificar sus nombres para adaptarlos a su identidad de género. (González, 2013).

Vale la pena destacar la presencia, en diversos pueblos prehispánicos, de personas con características “duales” o “andróginas”, que en cuanto a su identidad

y orientación sexual podían ser hombres o mujeres en apariencia y en comportamiento. En este sentido se vestían y asumía las tareas femeninas y masculinas, las cuales cohabitaban de manera simultánea en una misma persona, quien no pocas veces, ejercía actividades de carácter sagrado, terapéuticas, económicas y hasta guerreras dentro de su comunidad, lo cual expresa la aceptación y el respeto del cual gozaba. Estas personas “dos espíritus”, como también se les ha dado a conocer, integraban en un solo cuerpo las identidades y comportamientos de lo femenino y lo masculino, lo cual le daba dentro de su pueblo la capacidad de realizar funciones que no podían realizar ni el varón ni la hembra. Hay una variedad de palabras que se emplean para nombrar a este tipo de individuos dentro de las diversas culturas prehispánicas, se tiene que los dinéh (navajos) los llaman nàdleehé, “el que se transforma”; los mayas “antzil xinch´ok”, que quiere decir literalmente femenino/masculino (Montejo, 2012). Las huellas dejadas en el arte La existencia de una variedad de esculturas, iconografías, estatuillas, vasijas que han sido datadas en la época precolombina en distintos pueblos, en las cuales la concepción de la sexualidad constituye un elemento característico, arroja pistas significativas a la hora de indagar sobre sexualidad prehispánica y sus variantes.

La cultura mochica peruana es conocida por las piezas de cerámica delicadamente acabadas, conocidas como huacos, de las cuales un importante porcentaje están dedicados a la actividad sexual, y aunque sólo dos piezas podrían atribuirse a la actividad homosexual entre hombres, es claro que dicha actividad era practicada en esta cultura. Las pocas piezas dedicadas a las prácticas homosexuales encontradas, para algunos investigadores, se debe no a la poca atención que se le podía prestar a esta práctica, sino a personas que condenaban y rechazaban los comportamientos expresados en las cerámicas, entonces procedía a destruirlas por considerarlas conductas aberrantes. Luis Mott señala que en esta colección Mochica cuyo origen se remonta a 1000 a.c, el 3%

de las piezas representan escenas de penetración anal, y concuerda con la idea de la destrucción de muchas piezas por parte de los españoles que derritieron piezas en oro que representaban comportamientos homoeróticos, invisibilizando los rastros de estas prácticas en dichas culturas.

En las famosas cuevas de Naj Tunich, en Guatemala, donde los Mayas dejaron sus huellas en pinturas rupestres, hay una en especial que ha llamado la atención de los investigadores: dos personas, aparentemente hombres ambos, se encuentran abrazados de frente y es claro la presencia de un pene erecto entre ellos. Mientras para algunos la representación es una clara expresión del afecto homosexual, para otros es una expresión heterosexual. La diferencia de opiniones radica en cómo identificar a la persona del lado izquierdo que aparentemente es más joven, para algunos es un muchacho y para otros una doncella. De la misma manera, en los grabados encontrados en lo que se conoce como Rancho San Diego, en Yucatán, hay uno donde aparecen dos jóvenes y uno

está

estrangulándose y manifiesta una clara erección, lo que para algunos es evidencia de relaciones homoafectivas (Montejo, 2012).

Es común también encontrar figuras de barro y vasijas que presentan una ambigüedad de género, difícil muchas veces de ubicar dentro de la clasificación binaria occidental de la sexualidad, como es el caso de piezas que presentan vagina, pero carecen de pechos femeninos, o a la inversa con pene y pechos femeninos. Varios cronistas hacen referencia a un pendiente usado por los indígenas en su cuello con un ídolo de oro donde se aprecia un hombre cabalgando sobre otro, en una clara relación sexual homoafectiva.

Las huellas dejadas en la religión La sexualidad de las culturas prehispánicas está constituida y representada en una estrecha relación con lo sagrado, en consecuencia con los ritos, ceremonias y festividades

religiosas, en las cuales las deidades asumen

características antropomórficas de los comportamientos sexuales del pueblo, o por

lo menos de su comprensión de la misma. Una de las características que vale la pena destacar es la dualidad de género que algunas deidades expresan, en las cuales lo femenino y lo masculino cohabitan con una realidad totalizante e integradora.

La cultura Maya, por ejemplo tenía a Itzamná, una de sus deidades principales, la cual ha recibido múltiples interpretaciones de su papel dentro del campo religioso de entonces, ya que ella conjuga la complejidad de la dualidad como elemento inmanente a su ser que incorpora los opuestos cósmicos, como lo femenino-masculino, de tal manera que su manifestación se da en ambos géneros, haciéndola a una especie de deidad andrógina. Lo mismo ocurre con el dios del maíz, Yam Kaax, el cual asume indistintamente tanto roles femeninos como masculinos o ambos. Este mismo fenómeno de la “bisexualidad divina” se encuentra dentro de los nahuas que tienen a Ometéotl, el dios de la dualidad, el cual se puede manifestar tanto como masculino como femenino (González, 2013). Los Incas, a su vez se refieren a una deidad creadora de carácter andrógino, denominado Chuqui Chinchay «guarda de los hermafroditas e indios de dos naturas » o Viracocha, una de las principales deidades, a la cual se le atribuye una dualidad sexual.

Por otro lado, en el panteón azteca, la diosa Xochiquetzal, según Mott, representa una divinidad hermafrodita, cuya función era la de proteger el amor y la sexualidad sin fines reproductivos, llegando a ser considerada por algunos investigadores como una divinidad de las relaciones no heterosexuales o padre del afecto entre hombres, lo cual ejercía en su manifestación tanto masculina como Xochipilli, haciéndolo una deidad de carácter intersexual. (Abya Yala). Para los mayas, de acuerdo a Mario Humberto Ruz, las personas podían ser hombre, mujer, bisexual u homosexual, y la diosa luna también era considerada con características duales.

De acuerdo a lo planteado por (el matrimonio homosexual) en su tesis sobre el matrimonio homosexual, las divinidades de los pueblo originarios del Ecuador, podían ser tanto femeninas como masculinas: Dios Sol, Dios Luna, Madre Tierra, Madre Naturaleza, Padre Volcán, y no mostraban rechazo por la bisexualidad, quienes de acuerdo a su interpretación de la sexualidad, exigían que para desempeñar el alto cargo religioso de Chaman, la persona tenía que representar tanto lo femenino como lo masculino, símbolo de sabiduría, integrado en un solo individuo por lo que lo homosexual venía a ser requisito para ejercer dicha función dentro de estas culturas. Una aproximación a la sexodivesidad desde los conquistadores La llegada de los ibéricos al territorio de Abya Yala, los colocó ante una nueva realidad totalmente desconocida para los europeos, quienes la van a reflejar, entre otras maneras, a través de las crónicas y diversos escritos elaborados en la época colonial, que dejan ver la interpretación y actitud de los “visitantes” ante unas sociedades que no se organizaban ni actuaban dentro de la lógica de la cultura española. La sexualidad y el comportamiento no heterosexual es manifestado por los conquistadores desde sus propios horizontes de sentido e intereses, pero aun así sirven de rastros a seguir en la aproximación a las prácticas homoeróticas de los pueblos originarios.

El cronista. Gonzalo Fernández de Oviedo va a registrar prácticas sodomitas, las cuales incluye dentro de una lista “descriptiva” de los habitantes del golfo de Urubá, donde también los califica de “comer carne humana” y de personas crueles. Vincular el canibalismo con la sodomía va a ser una constante no pocas veces empleado por los españoles. En relación a las prácticas no heterosexuales, señala que “el pecado nefando contra natura”, refiriéndose al contacto sexual entre dos hombres, es bastante común en diversas regiones, incluyendo a los líderes que tienen ese “maldito pecado” con muchachos jóvenes. Oviedo también apunta que hay varones jóvenes que se visten con prendas de mujeres y además asumen las tareas de barrer y fregar como otras actividades

exclusivas de las mujeres. Estas personas, de acuerdo al cronista, son rechazadas por las mujeres, quienes no lo expresan abiertamente; sin embargo cuando un indio quiere ofender a otro usa el término “camayoa”, para referirse a su comportamiento “afeminado” (Quiros, 2003). Reseña también Oviedo, la costumbre en algunos

hombres de usar un collar con una figura en relieve

finamente labrada en oro que mostraba a un hombre sobre otro en una evidente y clara relación homoerótica, la cual la calificó de diabólica.

La primera carta que envió Hernán Cortez al emperador Carlos V en 1519, contiene referencias acerca de la práctica de la “homosexualidad” en las comunidades, quien las cataloga como propia de todos los indígenas de Veracruz, se refiere a ella, como va a ser costumbre, empleando el término sodomitas y lo califica

como

“aquel abominable pecado”. El religioso Fray Bernandino de

Sahagún en sus escritos de 1560 se refiere a las personas que tenían prácticas homosexuales, como “abominable, nefando y detestable”, quienes producen asco por sus comportamientos afeminados, lo cual lo hace digno de ser quemados. (Jiménez, 2007)

En el caso de Bartolomé de las Casas, se encuentra un intento por dar una explicación de carácter “sociológico“ a las prácticas sodomitas, cuando advierte que en la región que hoy es Guatemala, los padres consideraban una falta muy grave dicha conducta de la cual protegían a sus hijos, pero que al ser enviados a los templos cristianos de la época, para ser instruidos en la fe, eran corrompidos por jóvenes mayores en “aquel vicio” del cual era imposible rescatarlos. Las Casas al referirse a los Muxes los presentan como mozos que se visten como mujeres, quienes a su vez realizaban ritos y ceremonias a sus dioses exponiendo sus cuerpos “movidos por los diablos”. De la misma manera se refiere como una “monstruosidad” a los hombres que mantienen relaciones sexuales con otros hombres y que viven como esposos (op.cit). Relatos similares presenta Alvar Núñez Cabeza de Vaca, describiendo a individuos en las Costa de la actual Florida, al describir un naufragio que tuvo en dicha región.

Garcilaso de la Vega subraya que los Incas “rechazaban” los actos sodomitas y que promovían la captura de tales individuos para ser quemados vivos en las plazas, al igual que sus casas y los arboles de sus heredad “arrancándolos de raíz” para borrar de la memoria tan abominable “cosa” y evitar que otros cayeran en el mismo delito, ya que el pecado de uno podría acarrear consecuencias para todos (Molina, 2010). No obstante, se advierte que en tiempos del Inca Yupanqui había jóvenes que eran preparados para atender sexualmente a los guerreros, lo cual contrasta con lo planteado por de la Vega.

El Fray Domingo de Santo Tomas narra que en el Perú, había hombres encargados de los templos, cuya vestimenta era femenina, la cual había adoptado desde niños, así como modo de hablar, actuar muy vinculado a ceremonias y practicas ligadas al aspecto religioso incluso contactos sexuales. Es muy popular la pintura de Theodorus de Bry, que muestra a unos indígenas “homosexuales”, vestidos de mujer, siendo despedazados por perros en el territorio que hoy es Panamá, acusadas de ser aficionados o practicar el “terrible pecado nefando”, aplicando un juicio a todas ilegal, como lo denuncia el propio Bartolomé de las Casas, quien no avala dichos comportamientos, pero tampoco el procedimiento seguido para el castigo aplicado. (González, 2013).

En relación a los indígenas que asumían conductas de carácter andrógino, que posteriormente lo estudiosos popularizaron como “berdaches” o “dos espíritus”, Bernal Díaz del Castillo, convirtió a este “tercer sexo” en prostitutos y los presentó ante Cortez quien aceptó la idea con beneplácito. Del castillo, al igual que el resto de los españoles, se refería a estos individuos como “diabólicos” y “abominables”, a la vez que sostenía que todos los pobladores de tierras calientes como las costas eran “sodomitas” que se vestían con atuendos femeninos. (Mérida, 2007).

López de Gómara quien estuvo al servicio de Hernán Cortés en la década de 1540 en su Historia General de las Indias, señalaba que los habitantes del nuevo mundo […] no conocen al verdadero Dios y Señor, están en grandísimos pecados de idolatría, sacrificios de hombres vivos, comida de carne humana, habla con el diablo, sodomía, muchedumbre de mujeres y otros así. (Molina, 2010)

Para 1579, el arzobispo de México, Pedro Moya, propuso una estrategia evangelizadora a Felipe II, a través de la cual: […] se evitarian ydolatrias y borracheras y peccados nefandos [...] porque son tan misserables, holgaçanes y baxos de entendimiento, que es neçessario apremiarlos y neçesitarlos á hazer lo que á ellos mismos les conviene como á menores.

Los cronistas peruanos hacían menos referencia a la sodomía de los indígenas que los cronistas de Mesoamérica, sin embargo los calificativos empleados por el religioso José de Acosta para caracterizar a los indígenas incluían “salvajes”, “bárbaros”, “fieras”, y además acotaba, se diferencia[ba]n poco de los animales: andan también desnudos, son tímidos y están entregados a los más vergonzosos delitos de lujuria y sodomía. El dominico Reginaldo de Lizárraga refiriéndose a los pobladores de la región de Guayaquil, especialmente a los Yungas y Chonos escribe: […] sobre todas estas desventuras [los habitantes de los llanos] tienen otra mayor: son dados mucho al vicio sodomítico, y las mujeres estando preñadas fácilmente lo usan. Y agrega que a ello se sumaba la […] mala fama en el vicio nefando; el cabello traen un poco alto y el cogote trasquilado, con lo cual los demás indios los afrentan en burlas y en veras; llámanlos perros chonos cocotarros. (Molina, 2010). En ese orden de ideas también a los chiriguanos, habitantes de las zonas bajas del actual territorio boliviano, recibieron acusaciones similares: No guardan un punto de ley natural; son viciosos, tocados del vicio nefando, y no perdonan a sus hermanas…

Es clara la postura de condena recurrente y similar, no pocas veces “exageradas” por parte de los cronistas acerca de lo que para ellos representaba

un pecado nefando, es decir,

repugnante, no digno de ser ni mencionado,

aborrecible, detestable, horroroso y contra la naturaleza.

Un intento de conclusión Esta aproximación inicial

a los comportamientos que salen del patrón

heterosexual permite hacer algunas inferencias y precisiones sobre la presencia y el papel que desempeñaron dichas prácticas por los pueblos prehispánicos, lo cual ayuda a construir una visión menos prejuiciada y un tanto más cercana sobre la sexualidad de los pobladores de Abya Yala, antes de la llegada de los europeos

Lo primero que hay que señalar es que la heterosexualidad, entendida como las relaciones afectivas entre un hombre y una mujer, no eran las únicas conductas sexuales que tenían lugar dentro de las culturas prehispánicas. Las evidencias encontradas tanto en el arte, mitos, religión, como en lo aportado por los cronistas españoles, derrumban la idea, posicionada en el imaginario de muchos, que las prácticas de la homosexualidad eran desconocidas para estos pueblos y que fueron incorporadas como parte del contacto con los conquistadores europeos, que no sólo trajeron nuevas patologías sino también nuevos comportamientos sexuales. La presencia del homoerotismo en los pueblos originarios, podríamos decir, que ha estado tan presente en la vida de dichas culturas como la misma religión, donde las festividades religiosas sirven de contexto para visibilizar el homoerotismo y donde la diversidad sexual se expresa como una manifestación de las deidades. En otras palabras las prácticas no heterosexuales ya tenían lugar en estas tierras mucho antes de que Colón pisará Abya Yala, haciendo de esta práctica un fenómeno de larga data dentro de la historia de la humanidad.

Otro señalamiento que hay que desmontar es la falsa creencia y los esfuerzos de algunos grupos contemporáneos que luchan por los derechos de las personas sexodiversas, de hacer creer que la homosexualidad era una práctica tolerada por todos los pueblos aborígenes a diferencia de la intolerancia que hoy

tiene lugar en muchas sociedades. Así como hay que admitir que esta práctica se podía encontrar en casi todos los pueblos prehispánicos, también hay que decir que la actitud de los mismos ante dicho comportamiento no era homogénea y variaba de un grupo a otro. En algunos casos, da la impresión que hay mayor tolerancia, incluso respeto por estas personas, quienes gozaban de aceptación y cuya identidad sexual les otorgaba cierto status dentro de las comunidades, mientras que en otros, la desaprobación y el rechazo son evidentes, hasta el punto que algunos pueblos castigaban con la muerte talos actos.

Por otra parte, no hay que obviar que dentro de los pueblos indígenas no sólo tenía lugar una diversidad de orientaciones sexuales que trascendía al patrón binario heterosexual, tales como la bisexualidad y la homosexualidad, sino que también era posible encontrar una diversidad de identidad de género, que no siempre están vinculadas a dicha orientación, tal como ocurre en la sociedad contemporánea. Este el caso de hombres que tienen relaciones con otros hombres, pero no se consideran a sí mismo homosexuales, al contrario entienden este comportamiento como una manera de consolidar su hombría; o el caso de hombres que asumen comportamientos y roles femeninos; mujeres con apariencia masculino que también asumen los hábitos de los varones, es clásico el caso de las “amazonas”, conocidas por sus destrezas para la guerra. E incluso, no pocas personas en algunos pueblos mantienen una identidad de género andrógina, de carácter dual, donde lo femenino y lo masculino se bifurcan como un todo en un solo individuo, el cual no es fácil ubicar dentro de las categorías binarias occidentales.

Los rastros dejados por los cronistas españoles, en su mayoría religiosos, revelan lo que ya hemos apuntado, la incuestionable presencia de prácticas no heterosexuales en los pueblos originarios, pero también el profundo rechazo y aborrecimiento que estas prácticas despertaba en los conquistadores, quienes no dudan en descalificar en sus escritos con expresiones por demás recurrentes en casi todos, como “pecado nefando”, “sodomitas” y “contra natura”, argumentos

que también vinculaban la práctica de “antropofagia” e “idolatría”, usados para justificar el sometimiento a la fuerza de los indígenas. Estas posturas se han mantenido en el tiempo posicionándose tanto a lo largo de todos estos 500 años, tanto así, que estas y otras expresiones son utilizadas en el siglo XXI para referirse de manera antagónica a las realidades sexodiversas. Tomando como punto de partida esta pista histórica colonial, no es difícil intuir que las actitudes de homofobia

y

de

condenación

que

hoy

cohabitan

en

las

sociedades

latinoamericanas, han sido alimentadas por la aversión expresada desde su llegada al continente por los españoles invasores, quienes volcaron su valoración religiosa a tales conductas.

Finalmente hay que recordar que la sexualidad humana se manifiesta con sus complejidades tanto en las culturas prehispánicas como en cualquier otra, y todas comparten la variedad de prácticas como la diversidad de actitudes ante las mismas. Toda cultura valida comportamientos, censura otros, establece normas y castigos que expresan el cómo se percibe y vive la sexualidad humana en un contexto y tiempo determinado, con sus certezas y ambigüedades, e incluso sus propios tabúes. La vivencia y

valoración de la sexualidad no es estática, es

dinámica dentro de cualquier grupo humano, de allí que no es extraño encontrar que en ciertos momentos de la historia algunas cultura expresaron menos o mayor tolerancia, más o menor aceptación hacia cierto tipo de prácticas, o encontrar valoraciones antagónicas dentro de una misma sociedad.

Lo que sí es evidente es que los diversos comportamientos e identidades sexuales, así como las diferentes actitudes ante los mismos han estado presentes tanto en las culturas prehispánicas como en las culturas contemporáneas, de tal manera que el desafío en una mundo globalizado y multicultural es el respeto y la tolerancia hacia todo “lo otro”, que no soy yo ni se comporta como yo, y cuyo universo de sentido es diverso al propio, es decir la convivencia de las alteridades humanas.

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