Una aproximación crítica al concepto de razón en Thomas McCarthy como procedimiento deliberativo de justificación

July 6, 2017 | Autor: M. Barba Magdalena | Categoría: Political Philosophy, Epistemology, Habermas, Deliberative Democracy and Conflict
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Descripción

Sujetos, Acción y Conocimiento: una aproximación crítica al concepto de razón como procedimiento deliberativo de justificación en Thomas McCarthy.

Resumen En el presente trabajo se ofrece una semblanza de la teoría de la deliberación como justificación racional de Thomas McCarthy, representante de la Teoría Crítica en EEUU y especialista en el pensamiento de Habermas. Esta teoría se sostiene en una interpretación de la etnografía de Garfinkel como puesta en valor de la autonomía del sujeto, y del proyecto filosófico de Habermas como reconstrucción formal de las posibilidades de la razón tras el abandono de la idea de un sujeto de conocimiento no histórico. Su propuesta constituye una doble crítica, dirigida tanto a cuestionar la viabilidad de las teorías de la deconstrucción como a debilitar la confianza habermasiana en las posibilidades del consenso racional, reformulándolo para hacerlo empíricamente viable. Este trabajo recorre ambos enfoques, para terminar con unas conclusiones críticas. 1. La situacionalidad de la razón El presupuesto no problematizado del que parte McCarthy es el de que la razón es situada. Designamos con esto un enfoque general en la filosofía contemporánea según el cual no hay instancias previas a los marcos1 en los que se desenvuelven sujetos a las que nos pudiéramos referir para justificar una creencia, es decir, para sostener con certeza un enunciado de la forma “S es P” como verdadero en el sentido de representación adecuada del mundo objetivo. Al dejar por entelequia una consciencia individual que alcanzara la verdad apelando a su experiencia directa o atendiendo a estructuras puras, se ha asumido que el conocimiento posible al que pueden aspirar los sujetos dependerá de las herramientas de justificación de que dispongan en su contexto concreto, y que ese contexto consiste fundamentalmente en una forma específica de 1

Entendemos por “marco” cualquier contexto empírico: cultural, histórico, político…

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acción social basada en el lenguaje. Se postula, así, que el sujeto de conocimiento es social, y que lo social está siempre signado por la contingencia y variabilidad histórica, de modo que, por razón de la multitud y diversidad de las sociedades humanas, contamos con una multitud de sujetos de conocimiento diversos a estudiar. El estudio del conocimiento humano y de las posibilidades de la razón habrá de contar siempre con una explicación adecuada de las formas en las que se comportan los humanos en sociedad para poner creencias en circulación y justificarlas, de hasta qué punto es posible extraer de la multiplicidad de contextos de acción unos criterios normativos para la justificación o el rechazo de creencias, y de la medida en la que toda interacción social se encuentra ya atravesada de normatividad. Según McCarthy, nuestra situación como sociedad a este respecto se caracteriza por la presencia de equivalentes sociales de las “ideas de la razón” kantianas, es decir, de expectativas insertas en la tradición intelectual occidental

–como las nociones de

verdad o certeza- que rigen las prácticas sociales de justificación, y afirma que las discusiones metafilosóficas actuales pueden entenderse desde el desacuerdo en torno a qué trato merecen. Se plantea entonces una disyuntiva: deconstruir los equivalentes de las ideas de la razón presentes en las prácticas sociales de justificación de nuestra sociedad por mendaces y nocivos, dedicando nuestros esfuerzos filosóficos a mostrar su carácter contingente; o, en una tarea crítica análoga a la de Kant, reconstruirlos, asignándoles un lugar que se compadezca a un tiempo de los constreñimientos fácticos y de la inveterada aspiración filosófica a la universalidad. 2. Deconstrucción McCarthy considera errada la opción de la deconstrucción. Nuestro autor se interesa en especial por el pensamiento de Rorty, Foucault y Derrida. El proyecto de la deconstrucción adquiere en Rorty el aspecto del contextualismo radical, la tesis de que la justificación nunca trasciende la realidad histórica y social en la que se enmarca, de manera que tanto la evaluación de creencias para su aceptación o rechazo como la comprensión de lenguajes, prácticas y marcos ajenos está irremisiblemente condicionada por los principios, prácticas y expectativas que imperan en el marco de la sociedad que juzga. El reconocimiento de la pluralidad de marcos que

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corresponde a la pluralidad de sociedades nos abocaría, según Rorty, a abandonar las aspiraciones trascendentales de la filosofía. Esto es, los principios generales del conocimiento válido que la filosofía lograra excogitar no expresarían, en realidad, más que los condicionamientos y presunciones más profundamente enraizados en la estructura del pensamiento de un sujeto concreto; encumbrarlos en criterios normativos universales no nos llevaría, realmente, a un conocimiento más adecuado del que puede ostentar cualquier otro marco, sino a imponernos en la práctica a sujetos con marcos conceptuales distintos. Así, según la interpretación que McCarthy hace de Rorty, deberíamos, en vez de empeñar nuestro esfuerzo filosófico en aspiraciones universales sin sentido, contentarnos con el sentido común de nuestra época. En cuanto a Foucault, su proyecto filosófico consiste en una crítica de las estructuras socio-culturales en las que se ha encarnado el concepto occidental y moderno de razón desde la perspectiva de que toda determinación teórica corresponde a un ejercicio del poder. A diferencia de la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, Foucault no acomete, desde este presupuesto, la reformulación de una forma más o menos adecuada de razón mediante la crítica de la ideología, sino que asume que toda operación teórica disimula un acto de dominación, coherente, por norma general, con el sentido del sistema que es el caso. En la ontología del poder de Foucault, la agencia, la capacidad del sujeto de erigirse en dueño de su realidad, queda anulada en la medida en la que la acción individual es asimilada a la realización práctica de los intereses del sistema. Es decir, el sujeto no se concibe ya bajo el concepto de la autonomía, sino, por el contrario, es pensado como el punto en el que convergen una multitud de relaciones de poder que lo constituyen y lo dirigen. Posteriormente, Foucault reformularía esta idea para concederle al individuo un grado de autonomía suficiente como para poder tomar distancia crítica, en vez de constituir únicamente un punto de aplicación de un sistema práctico de relaciones de poder . No obstante la corrección, esta reformulación se dirigió ante todo a poner en valor la realización de la libertad como un contrapoder ejercido en la construcción de sí y acorde a un ideal estético, quedando obliterada la posibilidad de un ejercicio autónomo de las capacidades cognitivas. Por último, Derrida señala la contingencia de las aspiraciones que regulan las prácticas de justificación en la sociedad occidental aportando una noción de significado como el

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resultado únicamente de un juego de relaciones diferenciales entre palabras, en el que nunca se da un elemento fundamental capaz de centrarlo y darle un sentido –por ejemplo, la referencia a la experiencia o un concepto metafísico- pues este elemento también estaría constituido en el juego de relaciones diferenciales, juego que se teje y se desteje a lo largo del tiempo sin pauta estable. Por tanto, el significado no es unívoco, sino que es, más bien, el efecto que se produce al seguir el rastro del tejido inagotable de diferencias. Para Derrida, la filosofía constituiría el intento estéril de excogitar principios generales del lenguaje, para lo cual ha de obviar o reprimir lo que no puede ajustar al modelo propuesto a tal efecto; el cometido de la deconstrucción sería poner de relieve las inevitables tensiones internas surgidas en esta empresa, señalando que conceptos como “verdad” no expresan más que la aspiración de la filosofía occidental a una universalidad imposible mediante la determinación de los principios rectores de la univocidad y estabilidad del significado. En suma, el proyecto de la deconstrucción redunda en situar al sujeto de conocimiento en un marasmo de determinaciones contingentes que lo constituyen y lo gobiernan, ya sea el marco conceptual de la sociedad, las relaciones de poder o el estado histórico del tejido del lenguaje. La radical historicidad del sujeto dejaría por fantasiosa la empresa de extraer normatividad de los contextos de acción social para la justificación de creencias, empresa de la que la filosofía sería la máxima representante. McCarthy realiza críticas a cada autor y al conjunto del proyecto de la deconstrucción. Respecto de Rorty, McCarthy señala que el etnocentrismo en el que cae al reivindicar la asunción del sentido común del marco que es el caso, rechazando así las pretensiones filosóficas de trascenderlo, incurre en contradicción cuando se constata que en nuestra práctica como comunidad están implícitas, precisamente, estas pretensiones. Si el marco en cuyos supuestos, según Rorty, habríamos de hallar el fin de todas nuestras investigaciones posibles contiene como supuestos fundamentales ideas que, precisamente, sitúan la validez de una creencia en que trasciende el marco, entonces, a pesar de Rorty, no deberíamos limitarnos a nuestro marco ni tolerar que se considere válida una idea sólo porque encuentra buen acomodo en el suyo. En palabras de McCarthy, su crítica a Rorty

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…era la idea de que la práctica social está estructurada por nociones de verdad y realidad que trascienden el contexto.2 En cuanto a Foucault, McCarthy considera errada la suposición de que nuestra actividad cognitiva está orientada exclusivamente por motivos de estrategia y poder. McCarthy reconoce que en la historia de la modernidad occidental las ideas de razón o verdad han jugado un papel importante en procesos de dominación práctica, como el colonialismo, pero señala que no somos únicamente “animales de herramientas”, sino también “animales de lenguaje”; y el uso del lenguaje, como veremos, entraña una normatividad irreducible e incluso contradictoria con la dominación y la estrategia, normatividad que la ontología foucaultiana del poder no sabría reconocer. Por último, McCarthy observa del deconstruccionismo de Derrida que el ataque total al lenguaje del racionalismo de la modernidad le priva de un andamiaje conceptual en el que sostenerse a la hora de evaluar cuestiones concretas. El lenguaje del deconstruccionismo derrideano es ante todo destructivo, y la parte positiva de la filosofía de Derrida, aquellos ensayos y estudios en los que se piensan problemas concretos, se limita a una deducción demasiado abstracta de conceptos – por ejemplo, el concepto de lo político-, obvia las investigaciones empíricas al devaluarlas como fundadas únicamente en la metafísica, y termina por sostenerse íntegramente en las mismas ideas que en otras partes se busca abandonar –en ideas ilustradas, por ejemplo, al evaluar conflictos políticos concretos. El proyecto de la deconstrucción en su conjunto adolece, según McCarthy, de rechazar in toto las idealizaciones presentes en la tradición filosófica pergeñando una serie de hipostatizaciones igualmente abstractas y contradictorias. Atender a la teoría social empírica nos ha de llevar, según el autor, a desmentir la imagen del sujeto como mero producto de su tiempo sin más posibilidades que las de reproducir los supuestos de su marco, y a sustituirla con la de un sujeto híbrido, a la vez producto y agente, capaz de ejercer la autonomía a partir del contexto. Reconocer la inevitable pertenencia del sujeto al contexto histórico concreto y la falibilidad del conocimiento del que se dispone

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MCCARTHY, T. (1992) Ideales e Ilusiones. Reconstrucción y deconstrucción en la teoría crítica contemporánea. Tecnos. P. 40

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constituye sólo la mitad de la reflexión filosófica; la otra mitad considerará, en estas condiciones de razón situada, cómo puede orientarse la acción social hacia la maximización posible de la justificación racional.

3. Reconstrucción El proyecto de la reconstrucción consiste en hallar el lugar que corresponde a la normatividad de la justificación en condiciones de razón situada. En palabras de McCarthy, …la caída del sujeto trascendental no era per se incompatible con la recuperación de algunas de las demandas universalistas de la filosofía trascendental, aunque éstas habrían de ser ahora reformuladas en conjunción con las ciencias humanas.3 Se trata de determinar cuáles son las posibilidades de la justificación racional asumiendo que el sujeto de conocimiento es histórico, es decir, asumiendo que quien evalúa creencias parte siempre de un marco concreto que aporta las reglas que rigen sus interpretaciones. Determinar las posibilidades de la razón habrá de consistir en especificar un procedimiento formal de interacción social, es decir, una serie de pasos prácticos que, por una parte, se concreten en la repartición de roles entre una pluralidad de sujetos comprometidos en la evaluación cooperativa de una creencia, y que, por otra parte, sean pasos formales en sentido kantiano, esto es, que en lugar de expresar una interpretación concreta del mundo, expresen la manera en la que todo sujeto de conocimiento humano opera para realizar interpretaciones y forjarse creencias. Así, se aspira a hallar en la constitución más nuclear del sujeto, con independencia de los marcos y de las contingencias, los principios que rigen la justificación racional. Y, puesto que se parte ya de que la razón es situada, es decir, de que corresponde a una forma de interacción social, se postula que toda interacción social con sentido cognitivo llevada a cabo por un sujeto de conocimiento humano entraña ya un potencial de racionalidad. El proyecto de la reconstrucción, en suma, pretende sacar a la luz este 3

Ibíd. P. 141

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potencial independiente del marco y a la vez presente en la interacción social, de manera que, si bien se reconoce la falibilidad del conocimiento, se proponen formas de redimirla. La reconstrucción que propone McCarthy se fundamenta, por el lado de las ciencias humanas, en la etnografía de Garfinkel, y, por el lado filosófico, en la teoría de la acción comunicativa de Habermas. Garfinkel orienta sus estudios sistemáticos sobre la cultura a determinar la agencia, es decir, a describir el lugar que ocupa en la interacción social la capacidad de los individuos para emplear discrecionalmente las reglas y creencias que les suministra la cultura, criticándolas, mejorándolas o desechándolas. Este propósito constituye una reacción contra el paradigma de que los sujetos están irremisiblemente comprometidos con los patrones cognitivos y de acción en los que han sido socializados, lo cual arroja una concepción del sujeto como mero producto y seguidor de normas, sin conceder a la agencia y a la revisión crítica un papel relevante en la formación de creencias. La etnografía de Garfinkel ataca esta concepción subrayando que reduce el conocimiento que los sujetos tienen de las reglas en las que se socializan a un mero epifenómeno. Según Garfinkel, los sujetos sí son agentes activos en la formación de creencias, pues, ya que serán hechos responsables por ellas, han de preocuparse por su justificación. Por ello, es importante poseer un buen conocimiento de las reglas y presupuestos del marco, conocer su sentido y ser competente en su empleo. Ahora bien, las normas que prescriben nuestra conducta, así en lo práctico como en lo cognitivo, no son unívocas ni exhaustivas: para demostrarse aplicables en contextos particulares de acción, las reglas deben ser suficientemente abstractas como para poder interpretarse con relativa flexibilidad. En palabras de McCarthy, Las estructuras de interacción, imputadas recíprocamente, presupuestas mutuamente y sancionadas socialmente, son manejadas “local” e “interaccionalmente” por los participantes mismos a través de interpretaciones y juicios sobre el terreno4.

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MCCARTHY, T. (1993) La pragmática de la razón comunicativa, en Isegoría/8. P. 71

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Es decir, hay un componente necesario de discrecionalidad en la aplicación de las normas por parte de los sujetos, componente que se realiza en la aportación de razones. Por tanto, las interpretaciones no están predeterminadas por la conformidad, sino que se transforman activamente por medio de la acción de los sujetos en cada situación. Junto con el componente de la responsabilidad, esto indica que siempre se espera del sujeto que sea capaz de aportar buenas razones que justifiquen la aplicación de una regla a un caso concreto, como la aceptación de una creencia. De este modo, la actividad cognitiva se revela vinculada al procedimiento de interacción social de exigir y aportar de forma autónoma las razones que justifiquen satisfactoriamente la adopción o rechazo de una creencia a los ojos de una audiencia, que las valora teniendo en consideración el conjunto de presupuestos y reglas que conforman la cultura a la que pertenecen. Este procedimiento, que regula el entendimiento mutuo dentro de un marco, constituye una parte central de la interacción social cotidiana, es decir, tiene un carácter ordinario. No obstante, la etnografía de Garfinkel destaca la importancia de la justificación mediante la aportación de razones suponiendo como límite a este procedimiento el marco concreto en el que se realiza la interacción social. En la interpretación de McCarthy, la teoría de la acción comunicativa de Habermas constituye un progreso a este respecto, puesto que se interesa en describir los supuestos y reglas pragmáticas que pueden orientar la justificación como intercambio deliberativo de razones a trascender el marco cultural. Sabemos ya que el proyecto de reconstrucción racional que interesa a McCarthy cae bajo una concepción de la razón como situada. Esta concepción sostiene que la formación de las creencias no la opera una consciencia individual mediante la apelación directa a la experiencia o a estructuras metafísicas, sino un proceso de interacción social que involucra a sujetos con interpretaciones distintas que, mediante el uso de un lenguaje compartido, se demandan y ofrecen razones mutuamente en base a la autonomía descrita por Garfinkel. La teoría de la acción comunicativa de Habermas se dirige a revelar en el intercambio ordinario de razones para la formación de creencias los principios pragmáticos generales que regularían normativamente la justificación racional con trascendencia de los marcos concretos. En este sentido, puede decirse que la filosofía de Habermas acentúa el carácter trascendental de un sujeto cuyos límites y

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oportunidades epistémicas, sin embargo, no dejan de ser pensadas en relación al marco cultural e histórico y a las formas de interacción social humana. Aclararemos, en lo que sigue, cómo se concilian pragmatismo y trascendentalismo en la teoría de la acción comunicativa de Habermas según McCarthy. La pregunta de la que parte la teoría de la acción comunicativa, reconociendo que el conocimiento es resultado de un entendimiento en cuanto a las razones aportadas en la evaluación cooperativa de creencias, es cómo sea posible el entendimiento en general. La acción comunicativa es la coordinación social orientada al entendimiento, es decir, el conjunto de reglas que orientan a un grupo de sujetos con interpretaciones y deseos dispares a prestar su acuerdo mutuo en torno a un tema en concreto. Puesto que el conocimiento resulta del entendimiento, tenemos dos maneras de pensarlo: por una parte, podemos atender al contenido empírico que informa nuestra interpretación del mundo; en este caso, estudiamos las “creencias”. Por otra parte, podemos atender a la manera en la que las creencias son puestas en circulación y a cómo se aceptan y se rechazan las razones aportadas en su evaluación; en este caso, estudiamos los “actos de habla”. Un acto de habla es la operación lingüística mediante la cual, entre otras posibilidades, proponemos creencias para su escrutinio en la deliberación pública. El hecho de que el conocimiento resulte, en cualquier marco, un proceso de exigir y ofrecer razones invita a sospechar que la forma de esta operación entraña un potencial de justificación racional, es decir, una manera de evaluar creencias capaz de producir un entendimiento de la humanidad en general, con independencia de los marcos concretos. Por ello, la teoría de la acción comunicativa tematiza la forma de la interacción social en torno a los actos de habla, con el objeto de extraer de su estructura los criterios normativos para la justificación racional. En la medida en la que tiene éxito, podemos decir que la razón humana es “comunicativa” y que se apoya en la forma de la deliberación. Entendemos un acto de habla cuando conocemos lo que lo hace aceptable, es decir, las razones que pueden aducirse en su favor. Así, el significado de un acto de habla está estrechamente ligado al dar razones. Según Habermas, en esta estructura de interacción social cotidiana ocupa un lugar central el que todo acto de habla venga siempre acompañado de pretensiones de validez. Las pretensiones de validez son las

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perspectivas bajo las que se reclama a los interlocutores que den su aprobación al acto de habla emitido, es decir, constituyen los requisitos que debe cumplir un acto de habla para concitar la aprobación de los interlocutores, en cuyo caso su contenido pasa a formar parte de nuestra visión del mundo. Podemos identificar tres relaciones que un sujeto establece con la realidad mediante la emisión de un acto de habla: expresión del mundo interno, establecimiento de una relación de comunicación con un interlocutor, y representación del mundo externo. En base a ello, identificamos tres tipos de pretensiones de validez: veracidad, o expresión no engañosa del mundo interno; rectitud, o que el acto de habla sea socialmente apropiado; y verdad, o expresión de manera representacionalmente adecuada del mundo objetivo compartido. Un acto de habla puede ser criticado si se considera que no cumple una pretensión de validez, y es aceptado si se aportan razones que justifiquen que las cumple. En el plano cognitivo, un acto de habla tiene éxito y pasa a formar parte de nuestro acervo común cuando las razones aducidas en su favor convencen a la audiencia en cuestión de que representa adecuadamente el mundo objetivo compartido. Vemos ya cómo construimos el conocimiento que tenemos del mundo logrando, en el trato cotidiano, acuerdos sobre creencias mediante la problematización de las pretensiones de verdad de los actos de habla que las expresan y la superación de la problematización aduciendo razones convincentes para el interlocutor. Siempre está presente, por tanto, un principio de racionalidad, que opera obligando al que emite un acto de habla a estar dispuesto a ofrecer razones en caso de que sus pretensiones de validez sean problematizadas. En la teoría de la acción comunicativa de Habermas, los principios normativos capaces de regular la justificación racional y trascendental de creencias habrán de consistir en la realización explícita de este principio como continua problematización crítica en condiciones ideales en la búsqueda de un consenso fundamental. La normatividad pasará por alcanzar, mediante un procedimiento de radicalización de la problematización crítica de las pretensiones de validez presente en la acción comunicativa cotidiana, un consenso capaz de concitar la aprobación de todo sujeto de conocimiento humano. Este procedimiento recibe el nombre de “discurso”. En la acción comunicativa cotidiana las pretensiones de validez se aceptan con mayor regularidad, mientras que, en el discurso, son siempre problematizadas de forma explícita hasta alcanzar los consensos fundamentales, que, así, estarían racionalmente

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motivados. Que los consensos fundamentales a los que todo sujeto de conocimiento humano prestaría su aprobación tienen lugar en el procedimiento del discurso señala una asimilación de la noción de verdad a la de justificación racional. Esto es: según McCarthy, la teoría de la acción comunicativa de Habermas es, en su aspecto normativo5, una teoría consensual de la verdad. La verdad de una creencia que sostenemos depende del acuerdo de cualquier otro que pudiera entrar en deliberación con nosotros para evaluarla, acuerdo cuya consecución es todo lo que desean los involucrados en el discurso, de modo que opera como una “idea de la razón” práctica. El término “verdadero”, en fin, no designa una propiedad de las creencias, sino algo que se puede hacer con ellas, a saber, dirigir el conocimiento disponible y la capacidad de evaluación crítica a justificarlas racionalmente. En palabras de McCarthy, La cuestión, ¿bajo qué condiciones es un enunciado verdadero? es, en último análisis, inseparable de la cuestión, ¿bajo qué condiciones está justificada la aserción de este enunciado?6 Ahora bien, la realización del discurso como procedimiento para alcanzar el consenso racionalmente motivado precisa unas condiciones que, en conjunto, reciben el nombre de “situación ideal de habla”, y que constituyen sus condiciones de posibilidad en el sentido de que son suposiciones asumidas inevitablemente en el momento de participar en el discurso. En la situación ideal de habla debe haber libertad para radicalizar progresivamente el discurso, es decir, para poner en cuestión toda pretensión de validez, alterando los marcos interpretativos y revisándolos críticamente hasta alcanzar el consenso. La idea del consenso racionalmente motivado implica que se ha evaluado críticamente incluso el marco que da sentido a acto de habla cuyas pretensiones de validez son problematizadas. Para McCarthy,

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Nos referimos con esta precisión a que toda filosofía tiene dos aspectos: uno descriptivo, que se dirige al ser – por ejemplo, cómo funcionan nuestras capacidades cognitivas por lo general – y otro normativo, que se dirige al deber ser – por ejemplo, cómo debe funcionar nuestras capacidades cognitivas para arrojar un conocimiento verdadero -. Pensar el ser proporciona las condiciones bajo las que ha de pensarse el deber ser. Para McCarthy, la acción comunicativa sería el ser descrito por la filosofía de Habermas, y el discurso, el deber ser pensado a partir de la acción comunicativa. 6

MCCARTHY, T. (2013) La teoría crítica de Jürgen Habermas. Tecnos. P. 351

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…la noción de “verdad” funciona…como una “idea de la razón” con respecto a la cual podemos criticar no sólo pretensiones particulares dentro de nuestro lenguaje, sino también los patrones mismos de verdad que hemos heredado.7 Pero, fundamentalmente, la situación ideal de habla se caracteriza por que la única fuerza que empuja en favor de la aceptación de un argumento, de una razón aducida en favor de un acto de habla, es su propia capacidad de convicción. Es decir, la situación ideal de habla es aquella en la que hay ausencia absoluta de coacciones externas, de manera que la única fuerza que opera es la fuerza del mejor argumento. La coacción externa y otros usos del lenguaje como el engaño distraerían los esfuerzos implicados de la consecución de un consenso al que todos pudieran prestar libremente su aprobación, de manera que el consenso resultante no sería auténtico y no podría ser considerado racional. La ausencia de coacción externa se da cuando hay una distribución simétrica de las oportunidades de elegir y emplear actos de habla por parte de los sujetos implicados en la deliberación, y una efectiva igualdad de oportunidades de participar en la deliberación. En suma, la teoría habermasiana de la acción comunicativa, en la interpretación de McCarthy, revela un procedimiento normativo, el discurso, que dirige a los sujetos a alcanzar deliberativamente la justificación racional como consenso racionalmente motivado, es decir, un consenso que alcanzaría todo sujeto de conocimiento humano, con independencia del marco interpretativo del que parta, si procede a la problematización progresiva de las pretensiones de validez de actos de habla mediante la mutua exigencia y aportación de razones en condiciones de ausencia de coacciones externas. En la medida en la que el discurso arraiga en los presupuestos prácticos universales que rigen la forma en la que los humanos interactuamos comunicativamente de forma cotidiana para alcanzar el entendimiento, vemos cómo se entroncan el pragmatismo, como estudio de la acción social concreta, y la racionalidad como normatividad trascendente al marco. Para nuestro autor, esos presupuestos pragmáticos intervienen en 7

MCCARTHY, T. (1992) Ideales e Ilusiones. Reconstrucción y deconstrucción en la teoría crítica contemporánea. Tecnos. P. 42

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…la interacción comunicativa en la vida cotidiana y en los contextos científicos. Esas nociones forman la base de nuestro mundo compartido y son la fuerza motriz que subyace a la ampliación de sus horizontes por medio del aprendizaje, la crítica y la autocrítica.8 A pesar de la diversidad de los marcos interpretativos, de las determinaciones culturales, de los contextos históricos, de los constreñimientos empíricos…a pesar de que todo lo fáctico del conocimiento humano está signado por la contingencia, la razón, para McCarthy, ocupa su lugar en el mundo gracias a la justificación por medio de la deliberación.

4. La revisión de McCarthy No obstante su aprobación general a los propósitos y tesis fundamentales de la teoría de la acción comunicativa de Habermas, McCarthy identifica en ella una serie de tensiones a resolver. En primer lugar, sabemos que las conclusiones de la teoría de la acción comunicativa se dirigen a la coordinación de las creencias de sujetos diversos para redimir su unilateralidad y alcanzar consensos universales. Ahora bien, Habermas admite que la posibilidad de que se desplieguen las estructuras de la acción comunicativa tal y como las ha sustanciado se da, empíricamente, en contextos muy determinados – paradigmáticamente, en la esfera pública burguesa a lo largo del desarrollo de la modernidad occidental, que Habermas piensa como una progresiva institucionalización explícita de la acción en sociedad. ¿Cómo defender, entonces, que esas estructuras, tal y como las ha definido, son universales? Habermas alega que se trata de una evolución. El problema reside, entonces, en argumentar empíricamente que la capacidad de actuar comunicativamente es la culminación de una evolución en la que se despliegan las capacidades racionales de la

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humanidad. Para ello, Habermas se basa en los estudios de psicología evolutiva de Piaget y Kohlberg, que identifican una serie progresiva de estadios en la evolución de la inteligencia del sujeto - Piaget, por ejemplo, aduce que, en el estadio más bajo, el sujeto aún ignora el funcionamiento de sus propias capacidades cognitivas, mientras que en los estadios superiores ya puede reflexionar sobre presupuestos de su pensamiento que antes eran tácitos. La modernidad nos habría llevado a un punto en la historia del conocimiento en la que, en base a nuestra buena disposición a la reflexión y al trabajo crítico, estaríamos en la misma posición respecto de nuestro propio conocimiento que un observador externo, es decir, nuestra constitución fáctica no impondría ya condiciones de peso en nuestra comprensión de nosotros mismos. McCarthy critica fuertemente esta idea, pues, al sumarse a esta interpretación, Habermas estaría trabajando con una concepción del punto final de la historia de la razón que es incapaz de dar cuenta de sus propias intuiciones.9 El problema radica en que, puesto que nuestro conocimiento se construye y se justifica en el intercambio de razones, no podemos reivindicar tener un adecuado conocimiento ni de nuestro propio conocimiento si no ocupamos explícitamente nuestro lugar en un debate al respecto con otros sujetos, sin aspirar a distanciarnos del proceso deliberativo como observador externo y objetivo. Así, por más que pertenezcamos a un proceso histórico dirigido a explotar el potencial racional de la comunicación cotidiana, aún debemos entrar en diálogo crítico con culturas distintas con el fin de entender mejor nuestro conocimiento y a nosotros mismos. Para la justificación del conocimiento, nunca somos más que participantes en una deliberación con otros sujetos. En segundo lugar, McCarthy debilita la exigencia del consenso racionalmente motivado indicando que, en vez de necesitar involucrar el asentimiento explícito de los sujetos participantes, la noción del consenso racionalmente motivado puede dirigir la deliberación de manera más efectiva si se construye sobre ideas como el compromiso de los sujetos hacia el resultado temporal del debate en un momento concreto o la maximización de la conciliación entre interpretaciones divergentes. Para McCarthy, 9

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La única suposición que parece necesaria para el genuino toma y daca del discurso racional es el la fuerza del mejor argumento pueda contribuir a la forma final de cualquier tipo de acuerdo que se alcance.10 Por último, es concebible un escenario en el que entren en la deliberación sujetos tan diversos que el intercambio no progrese debido a desacuerdos fundamentales. Según el autor, El buen éxito del principio de universalización de Habermas al pasar de los múltiples “yo quiero” a un “nosotros queremos” unificado depende de que encuentre necesidades universalmente aceptadas. El argumento esbozado sugiere que esto no sería posible cuando se dan divergencias fundamentales en las orientaciones de valor.11 McCarthy reconoce así una tensión acaso irresoluble entre la realidad de múltiples marcos interpretativos y el ideal del consenso racionalmente motivado, de forma que la orientación de la deliberación, en la interacción social práctica, no debería regirse en tales casos por la consecución de un consenso unánime, sino por la minimización del desacuerdo, derivándolo a consensos distintos a los que se conceda mayor valor. Los sujetos involucrados habrían de coincidir en que el tema problemático implica una serie de cuestiones aún no tratadas, de modo que la deliberación prosiga por otros derroteros. Por ejemplo, se podría convenir en que tener una postura sobre el aborto remite a una concepción de la vida, de modo que los sujetos dirigirían su esfuerzo a este tema. Ciertamente, no se resolvería de forma automática el desacuerdo, pero sí sería posible seguir progresando deliberativamente a la espera de nuevas razones que puedan iluminar el problema, maximizando así, en lo posible, la justificación racional. En suma, la razón como procedimiento deliberativo de justificación racional adquiere en McCarthy un cariz fuertemente pragmático, que resulta de debilitar el ya débil trascendentalismo habermasiano para hacer empíricamente viable la maximización de la justificación racional. En este sentido, la consecución del consenso racionalmente

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motivado no es más que una “idea de la razón”, un presupuesto pragmático dirigido a regular de manera formal la deliberación, y que, de hecho, puede sustituirse por presupuestos análogos, - como la derivación del desacuerdo a acuerdos precedentes que puedan dar cuenta de situaciones prácticas complejas y eviten que la deliberación entre en tensiones insuperables.

5. Dos críticas a la propuesta de McCarthy A pesar de su revisión de la teoría de la acción comunicativa para hacer empíricamente viables sus conclusiones normativas, la propuesta de McCarthy no está exenta de defectos. En primer lugar, el concepto de situación ideal de habla figura un escenario muy improbable. La consecución, dentro de lo posible, del consenso racionalmente motivado no puede prescindir, según McCarthy, de la situación ideal de habla. En la teoría de la acción comunicativa, la situación ideal de habla opera como un “sello de garantía” de que el consenso alcanzado es verdaderamente racional. Todo caso de deliberación en el que la coacción desequilibrara el intercambio de razones sería juzgado inauténtico por McCarthy, y sus conclusiones no serían consideradas racionalmente justificadas sino sesgadas y unilaterales. Distingamos dos maneras en las que la coacción puede jugar un papel: puede constituir alguna forma de presión puntual sobre los sujetos implicados en la deliberación que es el caso, o puede adoptar la forma de la dominación estructural, es decir, de una presión ejercida sistemáticamente. La dominación estructural haría imposible la situación ideal de habla en una sociedad, puesto que, o bien excluye sistemáticamente a ciertos sujetos de la deliberación, o bien minimiza su relevancia, deficiencias de reconocimiento de las que los propios sujetos perjudicados, constituidos y educados en ellas, pueden ser partícipes. Si el criterio del que disponemos para certificar que el consenso alcanzado está justificado racionalmente es la situación ideal de habla, y si la situación social en la que se da la deliberación está estructurada por sistemas de dominación, entonces es imposible, en esta situación, dar cuenta de la maximización de la justificación racional en cualquier consenso que se alcance. Ahora bien, hay razones fundadas para creer que, en cierta medida, esta es nuestra situación

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como sociedad. Por tanto, la situación ideal de habla no nos es operativa como criterio para determinar cuándo se ha maximizado la justificación racional de una creencia. Por otra parte, la reconstrucción de McCarthy yerra al no reconocer todas las complejidades empíricas dentro de la cuales deben pensarse las posibilidades reales de la justificación racional. Para la descripción de la interacción comunicativa cotidiana, McCarthy opera con un paradigma del intercambio deliberativo de razones que nos remite a la conversación entre individuos, es decir, a una situación en la que los sujetos de la deliberación conocen al interlocutor o al menos conocen su aspecto, saben quién está hablando en cada momento, hay un intercambio de razones reglado y verbal, los mensajes llegan efectivamente al interlocutor…características que no dan cuenta de la complejidad real del intercambio comunicativo en el que se forjan creencias en nuestra sociedad, la sociedad de la publicidad, los think tanks y los medios de comunicación. Por ejemplo, nunca se da una simetría en las oportunidades para producir y hacer valer interpretaciones – en los periódicos, por ejemplo -

ya que sólo unos sujetos

determinados tienen los recursos y la ocasión para ello. También es un problema el que el intercambio comunicativo apenas se dé como intercambio deliberativo de razones: prima, en cambio, la concurrencia en el tiempo de un número de interpretaciones producidas y arrojadas al espacio público, escaseando las ocasiones en que un sujeto tiene las herramientas, el tiempo y al voluntad de conocerlas todas, ponerlas en común y problematizar sus pretensiones de validez. Y, en fin, es habitual que las interpretaciones de las que disponemos para considerar las cuestiones del día a día estén atravesadas de interés.

6. Conclusión La propuesta de McCarthy de reconstruir la razón como consenso de un proceso deliberativo formal de justificación, no como meta posible sino como ideal regulativo de la acción social, pretende maximizar la racionalidad posible - el grado en que se puede realmente justificar creencias. McCarthy habría hecho viable la idea del consenso racionalmente motivado para guiar efectivamente la coordinación deliberativa hacia la justificación racional, dentro de lo posible, del conocimiento disponible. Sin embargo,

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la complejidad del intercambio comunicativo en nuestra sociedad, así como la profundidad con que la dominación arraiga en él, prueban igualmente inviable que el consenso sea el ideal regulativo de justificación, pues en el intercambio comunicativo en el que se forjan nuestras creencias no se da ni la simetría entre los sujetos participantes ni la posibilidad de valorar todas las interpretaciones. Así, una teoría que maximice la justificación racional en el intercambio comunicativo de nuestra sociedad habrá de asumir que los constreñimientos fácticos le imponen privilegiar el papel cognitivo de determinados sujetos, acciones y conocimientos.

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