Un orangután suelto en la calle: el fantasma de las revueltas de esclavos en \"Los crímenes de la Rue Morgue\"

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Descripción

UN ORANGUTÁN SUELTO EN LA CALLE: EL FANTASMA DE LAS REVUELTAS DE ESCLAVOS EN LOS CRÍMENES DE LA RUE MORGUE BÁRBARA GUDAITIS*

Existe entre la crítica de Estados Unidos que pertenece al ámbito de los estudios culturales una lectura no muy difundida en nuestro país. En ella, el orangután que asesina brutalmente a las L’Espanaye en Los crímenes de la Rue Morgue está íntimamente ligado a la revuelta de esclavos de Santo Domingo.1 El primer relato de Poe de la serie de tres que codifica el género policial de enigma se publicó por primera vez en 1841, en medio de un debate entre abolicionistas y esclavistas que iba subiendo cada vez más de tono. La obra que marcaría un antes y un después en la serie literaria, alude a este conflicto y toma parte en la disputa a través de la alegorización de los esclavos en la figura del mono asesino y su cuidador irresponsable. Varias cuestiones se cruzan en esta sublimación: en principio, el enfrentamiento entre el Norte y el Sur de Estados Unidos que atravesó (y continúa aún hoy reverberando) todos los aspectos de la vida cultural y social de ese país2. El modelo económico industrial-capitalista del Norte y el agrario-feudal del Sur estuvieron profundamente imbricados, cooperando en muchos aspectos incluso,3 y las fisuras hacia el interior de la Unión tardaron mucho hasta llegar a la fractura. En ese contexto, escritores y políticos tanto del Norte como del Sur abogaban fuertemente por la preservación de la Unión de Estados. Sin embargo, la contraposición de intereses se profundizaba, y el matiz ideológico de la disputa, el cuestionamiento a la Institución Sureña, cobraba cada vez más fuerza frente a los argumentos económicos o políticos. Por otra parte, el boom demográfico de las ciudades industriales de Occidente, producto de las migraciones del campo a la ciudad, trae aparejado una serie de preocupaciones respecto *

Artículo publicado en Capalbo, Armando y Costa Picazo, Rolando (comps). Estados Unidos y el modernismo. Revisiones contemporáneas. Buenos Aires, BMPress, 2009.

del crimen y las clases bajas, que en el caso de las ciudades estadounidenses, se traslada a los inmigrantes. Ciudades antes refinadas como París se ven invadidas por una ‘chusma ignorante’ que hay que contener. Foucault, en un artículo compilado por Daniel Link en El juego de los cautos4, señala que este tipo de narraciones surgen en el momento en que el Estado impone un poder reticular a la ciudad a través de la numeración de sus calles. La intención de poder localizar cada una de las viviendas confluye con un afán preventivo que toma fuerza en medio del fuerte resurgimiento de las ideas de Lombroso. Foucault propone entonces que la literatura policial juega un rol fundamental, ya que introduce una cesura entre el criminal y su extracción de clase, dejando completamente de lado sus motivaciones sociales. Ya no nos encontramos con el héroe popular, con aquel Robin Hood que los campesinos defendían, encubrían y cuyos crímenes lo hacían un héroe, sino con una mente fría y calculadora que planifica dispone del crimen para que de él resulte un enigma. “El hombre sencillo es ahora demasiado sencillo para ser el protagonista de verdades sutiles; se es perverso, pero inteligente. La literatura policíaca traspone a otra clase social ese brillo que rodeaba al criminal”. 5La pasión deja de lado a la política. Sin embargo, se necesita de todo un proceso de codificación para llegar a esa separación en donde el crimen se produce por un desorden del espíritu.6 El cuento de Poe que abre el camino de esa codificación está todavía lejos de la mente que planifica el crimen y lo convierte en un juego de inteligencia (esta mente no aparecerá hasta La carta robada). La estetización del crimen y su reformulación bajo condiciones más admisibles para la moral burguesa (el crimen como forma de arte, por ejemplo, en Chesterton) están recién comenzando, y para el lector actual de género policial, el recurso a un animal hace que el asesinato pierda un poco su belleza. Pero, tomado en su contexto de producción el mecanismo que separa al crimen y contexto social es más fácilmente reconocible: la caracterización de los negros como raza inferior más cercana al mono que al hombre es un tópico repetido y fácilmente reconocible dentro de la retórica imperial positivista del siglo XIX.7

No es casual la elección de Poe de alejar el escenario del crimen, llevándolo a la que Benjamin definió como la capital ese siglo.8 En medio de la disputa alrededor de la esclavitud, necesita una ciudad que no participe de este fenómeno netamente estadounidense. Sin embargo, creer que por este hecho su obra tampoco lo hace, creo, es un error. París es el corazón del poder imperial a través del que Europa somete al resto del mundo (al cincuenta por ciento de la superficie del planeta para la época en que Poe escribe, de hecho). La enorme conflictividad al interior de la sociedad estadounidense deja relegado parcialmente este hecho, pero la localización del enunciado en Francia establece un puente, da cuenta de una conexión identitaria que configura un ‘nosotros’ blanco occidental. Por otra parte, la narración está a cargo de un angloparlante que, a la vez que se distancia de ciertas actitudes de Dupin a las que caracteriza como ‘típicamente francesas’ (su gusto en hablar de sí mismo, por ejemplo), comparte con el caballero un orden simbólico del mundo que trasciende las fronteras nacionales de Occidente. Sin embargo, la preocupación por la inmigración atraviesa toda la investigación. Cada uno de los testigos afirma haber escuchado gritos en un idioma que no es su lengua materna. Para cada uno de ellos, el asesino siempre es otro que se configura a partir de una incomprensión lingüística. El resultado de la investigación explica que este hecho se debe a la confusión que lleva a los testigos a interpretar los gritos inarticulados del animal en términos de lenguaje, lo cual da cuenta de dos cosas: en primer lugar, la alteridad se configura siempre a partir de un hecho de lenguaje, de una incomunicación. En segundo lugar, que esos sonidos inconexos que producen los africanos negros no conforman lenguaje, y es un error tomarlos por tal. En ese sentido, los esclavos se encuentran en el punto más lejano de la alteridad, de la incomunicación, puesto que ni siquiera tienen una lengua. El factor imitativo que es el centro del asesinato se duplica en la articulación de sonidos, que aunque imiten una lengua, no lo son.

Dentro de la retórica imperial, el lenguaje es a su vez la posibilidad de acceder a la razón. Uno de los motivos que se esgrimieron para secuestrar esclavos en las costas africanas fue el estado primitivo en que se hallaban, el que se demostraba por la ausencia de escritura.9 Hay un arco de racionalidad, que va desde el exceso en Dupin hasta la ausencia total en el orangután, y que se demuestra en su asociación con la lecto-escritura: Dupin, caballero venido a menos, sólo conserva el lujo de los libros ¿Por qué? Porque no son tal cosa. Los libros no son para él un fetiche o un artículo de colección, sino aquello mismo que le permite subsistir. Los libros son el logos en su expresión más pura, y el acopio excesivo del logos –que hace que su inteligencia excepcional se asemeje en su forma exterior a la magia– es la condición necesaria para las facultades mentales del detective. Al otro lado del arco, el orangután sólo puede acceder a movimientos imitativos, ya que carece de logos por completo. Al no tener lenguaje, no puede pensar. Si no puede pensar, imita, y al imitar, se extralimita, justamente, porque como no tiene la capacidad de raciocinio, no distingue lo que está bien de lo que está mal, ni lo propio de lo inadecuado. En un movimiento de mímesis puramente formal y vaciada de contenido, el animal intenta afeitar a una mujer. El problema de la palabra atañe además al título del cuento, ya que el crimen define el espacio geográfico. La elección de la palabra morgue no es casual: no se llama Calle Muerte, ni Calle Asesinato, ni Calle Crimen. La morgue es un depósito oficial, un organismo del Estado donde los cadáveres se amontonan en espera de un diagnóstico que explique las causas de defunción, o la identidad del difunto. Es siempre un espacio colectivo de muerte, en donde los cadáveres recalan en función de una incógnita, como etapa previa a la sepultura. En consecuencia, sólo un cadáver capaz de suscitar el enigma transita por la morgue. Se trata de cuerpos violentados a los que o bien se somete a una nueva instancia de violencia bajo la forma de la autopsia, o bien se les devuelve la integridad bajo la forma del reconocimiento. Y para ello, como decía, la identidad o las causas de la muerte deben ser de interés. Claramente, este no es el caso de los cuerpos de los esclavos. Pero las víctimas del cuento son mujeres

blancas de clase media, y las circunstancias del crimen lo suficientemente excepcionales para interesar no sólo al Estado, sino a la prensa, la opinión pública y al Chevallier Dupin. La excepcionalidad del crimen se configurará en condición necesaria de la serie policial, pero no exactamente con el signo en que aparece aquí: este doble asesinato se caracteriza por su brutalidad, cosa que sólo se repetirá, dentro del policial de enigma, en el segundo cuento de la trilogía, El misterio de Marie Rôget. Esta demostración de barbarie extrema contrasta fuertemente con los modos suaves del caballero Dupin, y marca la distancia entre el perfecto Caballero Sureño y el bruto esclavo. Aquí entonces se encuentra la cuestión de la morgue: basta un solo crimen –aun siendo un doble asesinato, el crimen es uno y así se lo investiga en el relato– de un negro contra un blanco para convertir la calle en un reguero de cadáveres, en una morgue, no por un problema simbólico, sino por un problema exponencial. Es decir, librados a su voluntad, los esclavos no tardarán es desahogar toda su brutalidad innata contra los amos blancos. El fantasma del levantamiento de esclavos liderado por Nat Turner, el más importante de la historia de Estados Unidos, y el más salvajemente reprimido, estaba muy vivo aún en la memoria de los blancos (no hay que olvidar que los esclavistas necesitaron mutilar el cuerpo de Turner, como si quisieran cerciorarse de que no volvería). Las sublevación de esclavos en la isla de Santo Domingo había contribuido a alimentar durante medio siglo los temores de los esclavistas, y no estaban dispuestos a dejar que sucedieran fenómenos similares en las plantaciones del Sur.10 Este mismo miedo se transformó en uno de los principales argumentos de los abolicionistas, ya que consideraban inevitable la sublevación si no se otorgaba la libertad antes. En ese contexto, el relato de Poe tiene como efecto reafirmar la postura a favor de la escalvitud, pues siendo el simio un animal irracional, quien debe hacerse responsable del crimen es su dueño. El horroroso y violento asesinato de las damas L’Espaneye nunca hubiera ocurrido si el marino no hubiese sido tan imprudente como para dejar escapar a la bestia. Lo que provoca el crimen, en definitiva, es la irresponsabilidad del hombre que, en principio,

introdujo al bruto en un ambiente que no es el suyo, y luego, por si fuera poco, perdió el control sobre él. El verdadero conflicto del relato es la tragedia que engendra un individuo de clase baja que se convence a sí mismo de que puede poseer esclavos y ascender en la escala social. El peligro entonces no proviene del sistema, sino de la inadecuación del amo. Hubiera sido sin dudas preferible que nunca los hubiesen traído, pues con ellos llegan una violencia y una brutalidad sin precedentes. Pero una vez fuera de África, a riesgo de convertir las calles en una verdadera morgue, los esclavos no deben liberarse jamás.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS AAVV. The Cambridge History of American Literature, Vol II. Bercovitch Sacvan and Patell Cyrus R. K. (eds.) Cambridge, Cambridge University Press, 1995. Benjamin, Walter. Iluminaciones II. Tr: Jesús Aguirre. Madrid, Taurus, 1972. Cheyfitz, Eric. Poetics of Imperialism. Colonization and Translation from The Tempest to Tarzan. New York y Oxford, Oxford University Press, 1997. Gates, Henry Louis Jr. The Signifying Monkey. A Theory of African-American Literary Criticism. New York y Oxford, Oxford University Press, 1988. Link, Daniel (comp.) El juego de los cautos, Buenos Aires, La Marca, 1999. Said, Edward. Culture and Imperialism. New York, Vintage Books, 1994 Todorov, Tvetan. Nosotros y los otros. Sin mención del traductor. México, Siglo XXI, 1991.

NOTAS

1

Véase Sundquist, Eric J. “The Literature of Expansion and Race” en AAVV. The Cambridge History of American Literature, Vol II. Bercovitch Sacvan and Patell Cyrus R. K. (eds.) Cambridge, Cambridge University Press, 1995. 2 Idem. 3 Idem. 4 Link, Daniel (comp.) El juego de los cautos, Buenos Aires, La Marca, 1999. 5 FOUCAULT, MICHEL. “Criminalidad, poder literatura” en Link, Daniel op. cit. 6 Link, Daniel. “El juego silencioso de los cautos” en Link, Daniel (comp.) op. cit. 7 Véase Cheyfitz, Eric. Poetics of Imperialism. Colonization and Translation from The Tempest to Tarzan. New York y Oxford, Oxford University Press, 1997; Said, Edward. Culture and Imperialism. New York, Vintage Books, 1994 y Todorov, Tvetan. Nosotros y los otros. México, Siglo XXI, 1991, 8 Benjamin, Walter. “Paris, capital del siglo XIX” en Iluminaciones II. Madrid, Taurus, 1972. 9 Ver Gates, Henry Louis Jr. The Signifying Monkey. A Theory of African-American Literary Criticism. New York y Oxford, Oxford University Press, 1988. 10 Véase Sundquist, Eric J. op. cit.

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