Un nuevo modo de decir a Dios La misericordia y el Año Jubilar en la bula Misericordiae Vultus de Papa Francisco

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Descripción

Un nuevo modo de decir a Dios


La misericordia y el Año Jubilar en


la bula Misericordiae Vultus de Papa Francisco

Facundo Echaniz



Con ocasión del Año Santo de la misericordia, que comenzará el 8 de
diciembre en todo el mundo, el Papa Francisco nos ofrece en su Bula
programática una hermosa presentación sobre la naturaleza y la importancia
de la misericordia en la vida del cristiano. Queremos ofrecer, con estas
breves líneas, 8 puntos en torno al tema que están presentes en el
documento papal, y que nos pueden servir como fuente de inspiración para
vivir en profundidad el Año Jubilar.



La misericordia: revelación del ser divino

Repetidas veces en la Bula el Papa Francisco afirma que la misericordia
es epifanía del mismísimo Misterio divino, es parte de la Revelación
histórica y por etapas a su Pueblo: El Padre, «rico en misericordia»
(Ef 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como «Dios compasivo
y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad» (Ex 34,6)
no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la
historia su naturaleza divina (MV 1). Y no sólo en el Sinaí, sino que el
mismo Jesús encarna en su vida, en sus palabras, gestos y actitudes la
misericordia y la compasión de Dios (MV 8). El Papa resalta especialmente
las parábolas dedicadas a la misericordia (MV 9) cuyo objetivo, sabemos, no
sólo es proponer un tipo de conducta ideal para el cristiano, sino que
buscan entreabrir el velo del misterio divino, la naturaleza del Reino de
Dios: Él es un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya
disuelto el pecado y superado el rechazo compasión y la misericordia.

Esta verdad tiene al menos dos consecuencias con proyecciones
pastorales. En primer lugar, muestra que la misericordia no es una mera
"actitud" de Dios para con nosotros. Ni siquiera se trata de una postura
asumida en determinadas situaciones de pecado, como si el corazón de Dios
pudiera cambiar con la realidad misma. Ella nace de un "amor visceral"
(rahamim), de lo más íntimo del ser divino (MV 6). Si Dios no fuera
misericordioso dejaría de ser Dios y pasaría a ser una creatura (MV 21).
Desde el punto de vista pastoral, esto nos obliga a aceptar que la
misericordia no puede ser un simple programa o método de captación de las
personas, ni mucho menos una postura impostada en un momento determinado –
el Año jubilar – destinada a caducar apenas se presenten nuevas propuestas
pastorales. La misericordia debe reflejar una espiritualidad, un modo de
concebir la fe y a Dios mismo.

Esto nos lleva a un segundo punto. La "autenticidad divina" de la
misericordia pone en juego el verdadero conocimiento de Dios. Sabemos que
la misión de la Iglesia busca que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad (1Tim 2,4). Y no pocas veces solemos hablar de
que la falta de fe del hombre actual hunde sus raíces en un conocimiento
deformado o incompleto de Dios. El mismo Pablo llegó a afirmar que los
contemporáneos de Jesús no habrían crucificado al Señor de la gloria si
hubiesen conocido el misterio de la sabiduría divina (cf. 1Cor 2,8). ¿No
podemos concluir que en el rostro misericordioso de la Iglesia se decide el
encuentro entre el Dios verdadero y el hombre de nuestro tiempo? La falta
de misericordia ¿no es una privación de Dios, un escondimiento de su
rostro, una provocación a la idolatría que tantas veces criticamos en
nuestros contemporáneos?

Finalmente, la originalidad del Dios cristiano puede ser admirada en su
modo particular de proponer la difícil relación entre la justicia y la
misericordia. Una relación, que no sólo es conflictiva para nuestra cultura
– la justicia reclamada como prioridad absoluta frente al caos de violencia
e inseguridad – sino para los mismos cristianos: no es un secreto, desde el
punto de vista relacional, cuán difícil resulta la vivencia del perdón en
tantos corazones heridos. Incluso pastoralmente, no pocas veces nos
sorprendemos divididos respecto al modelo de Iglesia que deseamos: ceder
ante las exigencias implicaría un relajamiento de las costumbres cristianas
– afirman algunos – a lo que otros contestan que una Iglesia del mero
cumplimiento aleja a las personas. El Papa Francisco recuerda, en este
sentido, la complementariedad entre la justicia y la misericordia, pero
intentando superar equívocos respecto a ambos términos y mostrando cómo en
Dios encuentran su verdadero sentido y equilibrio: Si Dios se detuviera en
la justicia dejaría de ser Dios, sería como todos los hombres que invocan
respeto por la ley. La justicia por sí misma no basta, y la experiencia
enseña que apelando solamente a ella se corre el riesgo de destruirla. Por
esto Dios va más allá de la justicia con la misericordia y el perdón. Esto
no significa restarle valor a la justicia o hacerla superflua, al
contrario. Quien se equivoca deberá expiar la pena. Solo que este no es el
fin, sino el inicio de la conversión (MV 21).



La misericordia: revelación del ser del cristiano

La parábola del servidor despiadado – en la cual se detiene
particularmente el Papa – establece una relación esencial entre la
misericordia vertical (de Dios para con nosotros) y la horizontal (de los
cristianos entre sí): Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar
del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son
realmente sus verdaderos hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de
misericordia, porque a nosotros, en primer lugar, se nos ha aplicado
misericordia (MV 9). De aquí que la misericordia no sólo revele la esencia
de Dios, sino también la esencia del cristiano.

Mutatis mutandi, la compasión cristiana no brota de un sentimiento de
lástima – y por ende de superioridad – hacia quienes viven una vida diversa
de la nuestra, hacia quienes han errado su camino o hacia quienes no
comulgan con nuestras ideas. Ella nace de la propia experiencia de haber
sido perdonados. No puede ser casualidad la relación entre el lema elegido
por el Papa Francisco – miserando atque eligendo –, reflejo de una
conciencia redimida, y su actitud constante de preferencia por los
marginados (encarnada en los países que ha elegido visitar, en las personas
que recibe en sus audiencias y en el tono de sus discursos).

Por eso, entendemos que el programa del "año de gracia" jubilar no es
intimista sino misionero. Es una oportunidad para llegar a los que sufren
de distintos modos (MV 16 y 19). Esta perspectiva kerigmática de la
misericordia va en consonancia con el lema: Misericordiosos como el Padre
(MV 14).



La misericordia como revolución cultural

El Cardenal Kasper constata el carácter revolucionario del anuncio de la
misericordia en nuestro tiempo[1]. Frente al drama del dolor, de las
grandes tragedias de nuestro siglo (las guerras mundiales, las torres
gemelas, los genocidios) un Dios misericordioso es rechazado – en el mejor
de los casos – como un Dios débil, impotente para intervenir a favor del
hombre: el sufrimiento en el mundo es probablemente el argumento de mayor
peso del ateísmo moderno[2].

Es un drama ante el cual no podemos ser ingenuos. Ya hemos dicho que,
por motivos obvios, nuestra cultura exalta la necesidad de la justicia como
condición fundamental de la convivencia humana. La indignación frente a
fenómenos como la inseguridad, la injusticia, la violencia, no deja lugar a
una actitud como es la de dar una nueva posibilidad a quien ha hecho el
mal. A tal punto que, cuando algo así sucede, lo juzgamos como un acto
de debilidad por parte de quien no sabe poner punto final, o incluso
de complicidad entre personas que prefieren salvar su pellejo. Traducido al
ámbito cristiano, esta crisis se refleja en una visión de la misericordia
como justificación del pecado, como un «total Dios perdona», y por ende
como un signo de su incapacidad frente a la libertad humana.

El Papa, citando a Tomás de Aquino, recuerda que la misericordia no es
signo de debilidad sino de la grandeza divina (MV 6). Es una cualidad que
exalta su cercanía y su preocupación por la vida y las vicisitudes de cada
ser humano. El Dios (el cristiano) misericordioso no establece relaciones
de compromiso con quien tiene delante, sino que "se hace cargo", asume su
vida como viene dada e intenta transformarla. Resulta significativo que el
entonces Cardenal Bergoglio llamara la atención hace algunos años sobre
este aspecto cuando describía el corazón misericordioso del pastor: Suele
suceder que muchas veces nuestros fieles, en la confesión, se encuentran
con sacerdotes laxistas o sacerdotes rigoristas. Ninguno de los dos logra
ser testigo del amor de misericordia que nos enseñó y nos pide el Señor
porque ninguno de los dos se hace cargo de la persona; ambos –elegantemente-
se los sacan de encima. El rigorista lo remite a la frialdad de la ley, el
laxista no lo toma en serio y procura adormecer la conciencia de pecado.
Sólo el misericordioso se hace cargo de la persona, se le hace prójimo,
cercano, y lo acompaña en el camino de la reconciliación.[3]

De aquí que el anuncio de la misericordia tenga una dimensión profética
irrenunciable. Frente al desvanecimiento cultural de la experiencia del
perdón (MV 10) la actitud misericordiosa de la Iglesia vuelve a ser un
oasis en el desierto, pero al mismo tiempo se convierte en denuncia para el
hombre altaneramente justiciero, para el hombre vengativo, para el hombre
desentendido e individualista. La comunidad cristiana está llamada a
mostrar que misericordia y justicia son dos caras de una misma realidad que
brota de una genuina preocupación por la dignidad de las personas (MV 20).



La Puerta: acceso a corazón de Dios y de los hermanos

Algunos de los argumento hasta ahora desarrollados nos sugieren la
fuerza simbólica de la Puerta Santa. No se trata simplemente de un gesto
devocional o catequístico, sino que nos indica "el movimiento de la
misericordia". Se trata de una experiencia que debe ser transitada,
atravesada, ante la cual no somos sujetos pasivos. La misericordia no es un
regodeo intimista que inflama mi propia subjetividad, sino que es un
movimiento de salida que incluso exige dejar un espacio para adentrarse en
otro.

En primer lugar, la misericordia es acceso al misterio de Dios. Quien
quiera conocerlo debe animarse a experimentar su amor visceral, debe
atreverse a romper ciertos cerrojos, pre-conceptos y debe ponerse en
camino. En la parábola del Padre Misericordioso (Lc 15), sólo la decisión
del regreso permitió al hijo experimentar la misericordia del padre.
Resulta enriquecedor que en nuestra diócesis la Puerta jubilar ofrezca el
itinerario de conversión que recorrió el hijo de la parábola, ya que ella
no es otra cosa que una invitación a viajar al corazón del Padre: Él nunca
se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y
quiere compartir con nosotros su vida (MV 25).

En segundo lugar, la Puerta nos permite entrar en el misterio del
hermano. La propuesta de una "única" Puerta en cada diócesis sugiere la
idea de que la misericordia debe ser vivida ante todo como Pueblo
cristiano. No se trata de una experiencia personal, sino de la conciencia
comunitaria de que Dios está presente en medio de nosotros. La Puerta Santa
nos introduce, en definitiva, en la Iglesia, signo de la comunidad viva de
los creyentes, y sólo en este ámbito de comunión podemos experimentar su
misericordia: atravesando la Puerta Santa nos dejaremos abrazar por la
misericordia de Dios y nos comprometeremos a ser misericordiosos con los
demás como el Padre lo es con nosotros (MV 14). La misericordia nos permite
descubrir al hermano como sacramento de Cristo (MV 15).



La misericordia como lectura de la realidad

La misericordia de Dios no es una idea abstracta sino que se revela en
acciones concretas (MV 6). La historia de la salvación está llena de
ejemplos, como lo ilustra el Salmo 135 (MV 7). Esta alabanza agradecida
revela una lectura de la realidad bajo el signo de la misericordia. La
misericordia es hermenéutica, interpretación de los acontecimientos humanos
y al mismo tiempo certeza de la Presencia de Dios. A partir de una lectura
misericordiosa de la historia, la realidad rompe su hermetismo horizontal y
se abre a la irrupción de la eternidad en lo cotidiano, y de modo especial
en las dificultades.

Es interesante que el Papa resalte la necesidad de volver a escuchar la
Palabra de Dios como presupuesto para asumir la misericordia como estilo de
vida (MV 13). Una Palabra que, como sabemos, no se limita a las Sagradas
Escrituras sino que se manifiesta en el libro de la creación. La escucha
sugiere atención (no es lo mismo que oír), capacidad de escrutar, de
interpretar lo que Dios y la realidad tienen para decirnos.

El Año Jubilar como "tiempo extraordinario de gracia" (MV 5) muestra,
además, que la misericordia tiene una dimensión temporal, que su
experiencia solo es posible a través del tiempo. Se ha dicho que "el tiempo
es superior al espacio". El mundo de las estrategias militares lo muestra
con total crudeza[4]. Durante siglos las guerras han privilegiado el
espacio por sobre el tiempo: vencía quien poseía el espacio más amplio. Las
guerras modernas (Vietnam, el fenómeno del terrorismo o de la guerrilla,
etc.) han demostrado, sin embargo, que se puede vencer de otro modo:
actuando tácticamente, esperando el momento oportuno para atacar. En la
Iglesia, por mucho tiempo hemos tenido una idea geográfica de la misión.
Ésta debía ser hasta los confines del mundo (Hch 1,8). Hoy, la nueva
vivencia del tiempo y del espacio nos obliga a pensar la fe con otras
categorías.[5] La misma no implica prioritariamente, en la era global,
alcanzar espacios que aún no han conocido a Cristo – los límites espaciales
han sido relativizados –, sino ayudar al creyente a realizar un camino
hacia una plenitud anhelada. La lógica del proceso triunfa en nuestra
cultura por sobre la lógica de los resultados: Una impostación ligada más
bien a la doctrina, al espacio por ocupar, prestará mayor atención a los
resultados, mientras la lógica de la misericordia se concentra más en los
procesos, en los itinerarios, en el tiempo[6].



La misericordia como nuevo lenguaje

El Año de la misericordia se enmarca en el 50° Aniversario de la
conclusión del Concilio Vaticano II (MV 4). Se trata de un evento
significativo en el que la Iglesia tomaba conciencia de la necesidad de
hablar de Dios a los hombres de un modo nuevo. El Papa Francisco evoca este
gran intento pastoral como una inspiración para nuestro tiempo: la Iglesia
debe encontrar un nuevo lenguaje comprensible al hombre contemporáneo.

La misericordia, en este sentido, es la categoría por excelencia del
magisterio papal. Se trata de una verdadera "categoría matriz", es decir,
desde la cual intenta dar forma a la totalidad de la experiencia cristiana:
El magisterio del Papa Francisco ha retomado algunos temas centrales del
Vaticano II, que sin embargo no tenían una categoría unifícante que les
permitiera recorrerlos en su compleja articulación (…). El Papa Francisco
ha logrado utilizar – y decir – una sola palabra para dar una forma a la
compleja articulación de las cuestiones. La categoría de la "misericordia"
puede ser la clave, el nuevo marco para repensar una forma cristiana
radical[7].

De modo particular, el Pontífice asocia esta categoría unifícante al
lenguaje terapéutico. Él mismo se encarga de citar a los dos Papas
conciliares. Juan XXIII proponía usar la medicina de la misericordia y no
empuñar las armas de la severidad[8]. Pablo VI, por su parte, aludía a la
parábola del Buen Samaritano como fuente de la espiritualidad del Concilio,
al mismo que tiempo retomaba la imagen medicinal: El Concilio ha enviado al
mundo contemporáneo en lugar de deprimentes diagnósticos, remedios
alentadores[9]. Francisco retoma este estilo en la Bula, aplicándolo a la
misericordia: ella es el remedio que sana las heridas de los hombres (MV
15). No exageramos si afirmamos que para el Papa la enfermedad es el nuevo
vocabulario de la moral. Recordemos cuando habló, por ejemplo, de los
pecados de la Curia Romana sin entrar en categorías culpabilizantes sino
utilizando un lenguaje sanitario: las enfermedades[10]. De aquí también la
idea de la Iglesia como hospital de campaña, como ámbito que debe aliviar
el dolor antes que tratar la enfermedad.



La misericordia como ejercicio

El Papa hace mención de tres prácticas relacionadas con la misericordia,
propicias para ser practicadas durante el Año Jubilar. Se trata de la
peregrinación (MV 14), las obras de misericordia (MV 15) y las indulgencias
(MV 22). Cada una de ellas indica, podríamos decir, un camino u orientación
de la misericordia…

En primer lugar, la peregrinación – que como bien sabemos y el mismo
Papa recuerda, simboliza el camino de nuestra vida – muestra al cristiano
que la misericordia es una meta por alcanzar y requiere compromiso y
sacrificio (MV 14). En ella, la misericordia toma la forma de un viaje
hacia Dios. Ya hacíamos alusión a esta idea cuando hablábamos de la Puerta
Santa: sólo quien se pone en movimiento, sólo quien rompe la pasividad y el
aislamiento – como el hijo menor de la parábola – es capaz de experimentar
la misericordia. Todos los que hemos hecho alguna vez la experiencia de
peregrinar sabemos del sacrificio y renuncias que comporta. Pues bien, el
abrazo consolador del Padre debe ser buscado, anhelado, conseguido. Por
eso, sólo experimentará la misericordia quien la desea.

Así como la peregrinación inserta la misericordia en un camino de
elevación – subir la montaña santa, correr hacia los brazos del Padre que
nos espera al final del camino – las obras de misericordia espirituales y
corporales (MV 15) prolongan en sentido horizontal este rasgo fundamental
del cristiano. Se suele remarcar, en consonancia con el evangelio, que sólo
puede ser misericordioso quien ha experimentado en su propia vida la
misericordia (aunque la parábola del servidor despiadado, en Mt 18, nos
muestre que no se trata de una ley matemática). En este sentido, no es
menor el hecho de que se califique "de misericordia" este conjunto de obras
consagradas por la Iglesia: sólo puede vivirlas en su verdadero sentido
quien ha hecho una experiencia personal de perdón. De otro modo podrían ser
denominadas simplemente "obras de amor" o de "bondad", o "actos de
altruismo". Sin embargo, su naturaleza misma las ubica como respuesta, como
devolución a un acontecimiento previo. Podríamos afirmar, sin exagerar, que
si no nos descubrimos sedientos, hambrientos, desnudos, forasteros o
enfermos, que si no sentimos el deseo de buscar consejo, de aprender, de
ser consolados, que si no aceptamos la corrección o valoramos la paciencia
y la oración de quienes nos rodean, no estaremos en condiciones de
practicar las obras de misericordia.

Por último, como en cada Año jubilar, el Papa recuerda la importancia de
las indulgencias (MV 22). Las mismas son definidas por el Código de Derecho
Canónico como «la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados,
ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo
determinadas condiciones consigue por medio de la Iglesia, la cual, como
administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro
de las satisfacciones de Cristo y de los Santos» (c. 992). Las mismas
presuponen una distinción que no siempre tenemos en cuenta: una cosa es la
culpa (perdonada en el sacramento de la reconciliación), y otra la pena, es
decir, las consecuencias o heridas que este pecado ha dejado en quien ha
sido afectado por él (ya sea el mismo pecador u otra persona). Esta herida
debe ser sanada – generalmente con la penitencia –, más allá del perdón.
Las indulgencias hacen referencia a esta pena: libran a quien ha pecado de
tener que reparar el daño causado con su pecado.

Por otro lado, la doctrina de las indulgencias hace referencia al Tesoro
de la Iglesia: desde antiguo los cristianos han creído que el martirio de
los santos y, sobre todo, la vida y Pasión de Cristo, redundan en beneficio
de toda la Iglesia. Es decir, en este camino de reparación o sanación el
pecador no está sólo, sino que cuenta con la ayuda de Cristo y de los
santos.

En algunos momentos de la historia de la Iglesia se ha caído en una
concepción jurídica de la gracia y del perdón: el pecado como delito que
debe ser pagado a quien ha sido perjudicado (Dios y el prójimo). Muchos han
criticado el hecho de que las indulgencias parecían un atajo, o una
"compra" del perdón. Y debemos admitir que esto ha sido siempre un riesgo.
Incluso en nuestros días, la mayor parte de los cristianos, o bien no
entienden la lógica de las indulgencias, o bien no la comparten. El Papa
Francisco las propone en su sentido verdadero, que podemos aprovechar para
profundizar y comunicar a los fieles en este Año de la misericordia. En la
base de la doctrina sobre las indulgencias se aprecia una fina percepción
de cómo el hombre entra y sale de una situación de error: el pecado quiebra
algo que no puede ser fácilmente restaurado, más allá de que exista el
perdón. Este fenómeno es comprobable incluso en el ámbito puramente humano,
sobre todo en los casos en los que se traiciona la confianza (infidelidad
en las parejas o entre amigos). Hace falta tiempo y esfuerzo para
reconstruir la relación. La posibilidad de acortar este camino está en
manos sólo de quien ha sido ofendido.



El sacramento de la reconciliación como ámbito privilegiado de la
misericordia

El Papa destaca, finalmente, el sacramento de la Reconciliación como
ámbito privilegiado de misericordia (MV 17). Se resalta especialmente la
actitud misericordiosa de los confesores, que va más allá de su respuesta
concreta frente a la confesión del penitente, sino que se extiende a
actitudes como la acogida, la comprensión, etc.

El sacramento, para ser ámbito de una verdadera experiencia de la
misericordia, no puede limitarse a un diálogo apurado en el confesionario.
En este sentido, creemos que la invitación del Papa es una oportunidad para
rescatar la verdadera experiencia celebrativa de la Reconciliación, lo cual
es posible sólo si se respetan cada una de sus partes:

- La contrición: es la experiencia de la conversión, y no tanto el
"dolor por las culpas", como muchas veces lo comprendemos (esto
último en definitiva, es "narcisismo" espiritual). Es el momento de
la metanoia, del cambio de mentalidad, en el que tomamos conciencia
de que nuestra vida ha ido por la dirección equivocada, en que
hemos "malgastado los bienes que se nos han confiado" – como sucede
al hijo pródigo – y sentimos el deseo de emprender el camino de
regreso.

- La confesión: la misma va mucho más allá de una mera "enumeración"
de faltas. Consiste en la necesidad de "contar", "narrar" la propia
vida, compartirla con el Otro. Para los antiguos Padres, la
verdadera confesión no se limitaba a "admitir" los pecados, sino
que incluía la posibilidad de narrar las maravillas de Dios en la
propia historia. Se trata de aquel he pecado contra el cielo y
contra ti del hijo que vuelve a su casa, y a quien duele más haber
traicionado el amor de su padre que haberse equivocado. Y es que la
experiencia de conversión lleva a descubrir, junto a la propia
fragilidad, la Presencia evidente y constante de Dios en nuestra
vida. Por eso la conciencia de pecado, al menos la verdadera, va
siempre de la mano de la conciencia de Dios.

- La penitencia: es la concretización del arrepentimiento. No se
trata, como tantas veces se entiende, de un mero acto reparador
frente a una ofensa infringida, sino de la terapia que busca sanar
las heridas que el pecado ha dejado en nosotros. La penitencia debe
colaborar en la "liberación" de un espíritu oprimido, debe hacer
experimentar al pecador arrepentido que su corazón no es una
piedra, sino que aún puede ser capaz de amar, que aún tiene algo
para dar a los demás.

- El perdón: al menos desde el punto de vista experiencial, va mucho
más allá de la absolución del ministro. No se trata de la
"sentencia favorable" de un Juez bueno sino de la palabra creadora
del mismo Dios que es capaz de hacer revivir los huesos secos. Es
el soplo que da vida al barro, el aceite del Buen Samaritano que
cura nuestras heridas. El abrazo del padre que nos espera al final
del camino. Es la certeza de que no estamos solos en este regreso.
Es aquel "te perdono" de un amigo que nos libera del peso de una
culpa y nos permite volver a sonreír y darle la mano mirándolo a
los ojos.


Elenco temático de la Bula

1) La Misericordia como revelación del Misterio trinitario.

2) Rasgos de la misericordia.

3) Carácter significativo de la fiesta de la Inmaculada - Imagen de la
Puerta.

4) El Concilio como evento significativo en busca de un nuevo lenguaje para
hablar de Dios.

5) El Año Jubilar como "tiempo extraordinario de gracia".

6) La misericordia no es una idea abstracta sino que se revela en acciones
concretas.

7) Porque es eterna su misericordia (Sal 135). La misericordia como
hermenéutica, interpretación de los acontecimientos humanos y certeza de la
Presencia de Dios.

8) La vida de Jesús no es otra cosa sino misericordia.

9) Las parábolas del evangelio revelan el rasgo paternal de Dios.

- Asimismo, la parábola del servidor despiadado establece una relación
entre la misericordia vertical (de Dios para con nosotros) con aquella
horizontal (de los cristianos entre sí).

10-12) Dimensión profética de la misericordia frente a la sensibilidad
cultural por la justicia.

13) Escucha de la Palabra como presupuesto para asumir la misericordia como
estilo de vida.

14) La peregrinación como imagen de nuestra vida.

15) La misericordia como remedio que sana las heridas de los hombres.

- A través de las obras de misericordia (corporales y espirituales)
despertamos nuestra conciencia aletargada a por la indiferencia, la
habitualidad y el cinismo.

16) Dimensión misionera de la misericordia. El programa del "año de gracia"
jubilar no es intimista sino de anuncio, en consonancia con el lema:
Misericordiosos como el Padre.

17) El sacramento de la Reconciliación como ámbito privilegiado de
misericordia. Se resalta especialmente la actitud misericordiosa de los
confesores.

18) Los misioneros de la misericordia y las misiones diocesanas.

19) Destinatarios privilegiados de la misericordia:

20-21) Relación entre justicia y misericordia: la Iglesia está llamada a
mostrar que se trata de dos caras de una misma realidad:

- La justicia no debe ser vista como castigo para el escarmiento, sino
restitución de la dignidad de quien ha sido afectado por el pecado.

- La justicia puede degenerar en legalismo si no tiene en cuenta la
misericordia.

- La misericordia no anula la justicia, sino que la completa: quien se
equivoca deberá expiar la pena. Solo que este no es el fin, sino el
inicio de la conversión.

22) Las indulgencias.

23) La misericordia como categoría ecuménica e interreligiosa.

24) María, la Madre de misericordia.

25) Conclusión.

-----------------------
[1] Cf. W. Kasper, La misericordia. Clave del evangelio y de la vida
cristiana (1. La misericordia: un tema actual pero olvidado), Sal Terrae,
Santander 2012, 11-28.
[2] Kasper, La misericordia…, 12.
[3] J. Bergoglio, El mensaje de Aparecida a los presbíteros. Mensaje en
el V Encuentro Nacional de Sacerdotes, Villa Cura Brochero, 11 de
septiembre de 2008, 15.
[4] Cf. Michel de Certeau, L'invenzione del quotidiano, Edizioni Lavoro,
Roma 2010, 69-75.
[5] Cf. S. Morra, Dio non si stanca. La misericordia come categoria
teologica, EDB, Bologna 2015, 113-120.
[6] Morra, Dio non si stanca..., 118.
[7] Morra, Dio non si stanca, 17-18.
[8] Juan XXIII, Discurso de apertura del Conc. Vat. II, Gaudet Mater
Ecclesia, 11 de octubre de 1962, 2-3.
[9] Pablo VI, Alocución en la última sesión pública, 7 de diciembre de
1965.
[10] Francisco, Discurso en la Presentación de las Felicitaciones
Navideñas a la Curia Romana, 22 de diciembre de 2014.
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