¿UN MINISTERIO AMABLE? El Ministerio de la Gobernación, ese desconocido (y II)

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Descripción

¿UN MINISTERIO AMABLE?
El Ministerio de la Gobernación, ese desconocido (y
II)

Con los presupuestos conceptuales evocados en el post anterior cualquier
lector estará anhelante por conocer cómo se autoretrata dicho Ministerio en
dos etapas que no fueron amables: la guerra civil y la dictadura
franquista. Lo que destaca, ante todo, es una pretendida voluntad de
equidistancia. La historia se esboza en términos formales y en omisiones
glamorosas. Ya se sabe, una historia oficial -u oficiosa- debe ser
rigurosamente "objetiva". Así, por ejemplo, se habla del "bando
republicano" y del "bando nacional", pero no tema el lector. En alguna
ocasión también hay referencias al "Gobierno legítimo de la República" y el
contrario recibe el adjetivo de "denominado". ¿Quién lo desnominaría?

La voluntad de "objetividad" alcanza extremos desusados. Por ejemplo, no se
afirma en ningún momento que los servicios de seguridad republicanos
estuvieran controlados ya fuese por los malvados comunistas o los sicarios
de Stalin. ¡Caramba! Esto sí que es una sorpresa porque tales afirmaciones
forman parte integral de las autojustificaciones franquistas y de la
controversia intra-republicana. ¿No lo dijeron y repitieron hasta la
saciedad anarquistas y poumistas? Entre otros. La cuestión quizá se
explique, en términos puramente formales, porque en justa correspondencia
la historia del Ministerio omite toda referencia a la penetración nazi-
fascista en la España "nacional" y, sobre todo, en los cuerpos de seguridad
del "nuevo Estado".
Item más. La guerra es la guerra es la guerra pero en el caso de esta
apasionante historica casi aparece como un picnic. ¿Quién habla de
violencia en ella? ¿Qué fue eso de la represión? Rien de rien. A lo sumo
pequeñas divergencias entre españoles que, eso sí, compartían gustos
comunes como los toros, el cine y el fútbol. A veces, no puede evitarse,
aparece la referencia al carácter fratricida de la contienda pero aun así
había hermanos que se escribieron cartas en el curso de la misma, por
ejemplo los Machado. Sobre las razones de la explosión, el desarrollo, la
duración, tampoco rien de rien.
Una pequeña decepción la ofrece el golpe de Casado. Parecería que hubiese
sido el resultado de una actitud casi patriótica para lograr un acuerdo
entre militares que limitase las anunciadas represalias de los vencedores
y, ¡qué espíritu nacional!, "evitar el intento del Gobierno de Negrín de
prolongar el conflicto hasta enlazarlo con la inmediata conflagración
europea" (p. 141). ¡Una intención muy, pero que muy aviesa!
Por cierto, si no hay la menor referencia a la represión tampoco la
encontrará el lector al carácter internacional de la guerra. Los españoles
parece que se dieron de mamporros ellos solitos. Y, además, absurdamente.
Las mejores perlas se dejan, claro está, para la dictadura. Sí, se utiliza
este término pero, tampoco tema el lector, no se la adjetiva salvo en una
ocasión. ¿Por qué? Porque, en el fondo, de lo que se trató era de crear
"una especie de versión española del antiguo ideal alemán del Estado
administrativo autoritario basado en el Derecho" (p. 149). Ni Linz lo
hubiese expresado mejor. ¿Imitación foránea? Sí, un pelín, pero a lo
Bismarck. El lector no debe pensar en regímenes abominables como los nazi-
fascistas. Franco, eso sí, se esforzó mucho. ¿Para qué? Pues para
"presentar al régimen como un sistema limitado de Gobierno sometido a
Derecho y a no llamarlo "dictadura" sino "democracia popular orgánica"
(DPO).
Admire el lector cómo los historiadores del Ministerio del Interior han
descubierto un nuevo concepto. La única DP que he conocido un pelín fue la
denominada República Democrática Alemana y no me suena que a ningún
tratadista se le ocurriera añadirle la O. Puede ser ignorancia supina. O
no. En cualquier caso felicito efusivamente al equipo del ministro
Fernández Díaz por haber efectuado una percée conceptual que habrá, cuando
se conozca mejor, de dejar admirados a centenares de historiadores,
sociólogos y politólogos. Ahora bien, reconozcamos, objetivamente, que los
autores son conscientes de que Franco no respondía "ante instituciones
jurídico-políticas de raíz y composición democráticas".
En realidad, los funcionarios del Ministerio del Interior bajo el PP
blanquean todo lo que pueden. Destaca un ejemplo antológico al aludir a la
famosa ley de 8 de marzo de 1941 sobre reorganización de los cuerpos de
seguridad en una tríada compuesta por el General de Policía, el de Policía
Armada y de Tráfico y el Instituto de la Guardia Civil. Al lector
despistado no le sorprenderá demasiado, sobre todo si recuerda a los
escasamente añorados "grises". Hay que acudir al BOE (8 de abril del mismo
año) para saber lo que había detrás: nada más, ni nada menos, que un
planteamiento fundamental establecido por tan augusta disposición.
A saber, "la victoria de las armas españolas, al instaurar un Régimen que
quiere evitar los errores y defectos de la vieja organización liberal y
democrática, exige de los organismos encargados de la defensa del Estado
una mayor eficacia y amplitud". En consecuencia, la "nueva policía
española" debía realizar "una vigilancia permanente y total para la vida de
la Nación que en los Estados totalitarios se logra merced a una acertada
combinación de técnica perfecta y de lealtad". Para lo cual,
previsoramente, ya en 1938 se habían firmado acuerdos de cooperación con la
Gestapo y las SS, sin duda hábiles transmisores de técnicas apropiadas y
"profesionales" en consonancia con aquellos tiempos que, ¡oh, cielos!,
desaparecen en la historia presentada por el ministro Fernández Díaz.
Los alemanes indican esta forma de proceder de hablar a través de las
flores. Es una técnica que, al parecer, no se ha olvidado en la capital
madrileña. El terrorismo etarra se configura como "independentismo radical
vasco" (p. 163), aunque el sustantivo indicado aparece como tal o en forma
adjetivada en otras ocasiones. No creo que sea una manifestación de
"corrección política".
Una perla mucho más blanca y valiosa. ¿Qué pasa con la inolvidable Brigada
Político-Social (BPS), lo más parecido a la Gestapo que nunca ha habido en
España? Pues que solo se la menciona una única vez, mal y de tapadillo. En
la misma página, al indicar que la actividad terrorista se inició en agosto
de 1968 "con el asesinato del jefe de la Brigada Social de Guipúzcoa".
¡Pobre hombre! Claro que no se le identifica con su nombre, no sea que
entre la vieja generación evoque recuerdos amargos. Se llamaba Melitón
Manzanas, de profesión torturador. Se le concedió, por cierto, a título
póstumo una medallita como víctima de ETA.
Sobre los comisarios y jefes de la BPS (Yagüe, Blanco, los hermanos Creix,
Billy "el niño", etc.) existe ya una abundante literatura pero sus
servicios al Ministerio de la Gobernación de la época hoy ya no se hacen
valer. Sic transit....
En definitiva, debemos saludar alborozados la demostración de la probidad
investigadora, del celo por la objetividad y de la capacidad de eliminar
aspectos hoy no del todo agradables. Esperemos que bajo un nuevo equipo
ministerial en los próximos años los funcionarios del Ministerio del
Interior hagan algún esfuercillo adicional para poner la historia de tan
importante organismo en consonancia con la relevante historiografía,
teniendo en cuenta que la opinión pública parece tener en mayor estima hoy
a los policías y guardias civiles que a los políticos que los mandan.
¡Ah! No he logrado resolver una duda existencial. Aquel paradigma de
insigne servidor del Estado que fue el durísimo ministro de la Gobernación
Don Blas Pérez González, ¿llegó a ser presidente del Tribunal Supremo? No
me suena, a pesar de haber sido catedrático de Derecho Civil y miembro del
glorioso cuerpo jurídico militar. En realidad no es cierto, pero es lo que,
en una finta final, se afirma en esta curiosa historia (p. 153). No quiero
pensar que tenga mucha importancia porque después de algunas de las
omisiones e interpretaciones creativas que he identificado en estos dos
posts un tanto apresuradamente, un errorcillo factual de tal porte no
significa mucho. ¿O sí?
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