UN “HOMBRE PARA TODO” EN SAN AGUSTÍN DE LA FLORIDA: EL CAPITÁN JUAN RODRÍGUEZ DE CARTAYA (cir 1560-1622). Revista del Instituto Sanmartiniano del Perú, número 30, Diciembre 2016

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Revista del Instituto Sanmartiniano del Perú N° 30

UN “HOMBRE PARA TODO” EN SAN AGUSTÍN DE LA FLORIDA: EL CAPITÁN JUAN RODRÍGUEZ DE CARTAYA (cir 1560-1622) JUAN CARTAYA BAÑOS1 Universidad de Sevilla RESUMEN: Exponemos en este artículo diversos acontecimientos que jalonaron la vida activa del capitán Juan Rodríguez de Cartaya, capitán “de mar y tierra” en San Agustín de la Florida en el primer cuarto del siglo XVII. Al servicio de varios gobernadores, realizó múltiples tareas militares, administrativas y de información, en un entorno dominado por tribus indias hostiles y piratas ingleses y holandeses. Destacó en diversas misiones, entre las que descolla –en 1609- la “jornada del Jacán”, al mando del capitán Fernández de Écija. En 1622 moriría ahogado al tratar de rescatar a un náufrago español, cautivo por los “yndios moros caribes”, dejando numerosa descendencia en la colonia. PALABRAS CLAVE: Juan Rodríguez de Cartaya / San Agustín de la Florida / Capitán de mar y tierra / indios caribes / piratas / Felipe III / Felipe IV. 1.

Un breve preámbulo: el porqué de este artículo

En el año 2007 tuve el honor de defender mi trabajo de investigación de Licenciatura –el consabido primer paso que siempre debe dar un doctorando para poder realizar posteriormente su tesis, que acredita la última cualificación académica- ante un tribunal presidido por don León Carlos Álvarez Santaló, de quien por entonces yo tenía un cariñoso recuerdo -propio de un alumno más-, al haber asistido a sus singularísimas clases durante los años de formación universitaria: nunca olvidaré, por ejemplo, su estimulante exposición acerca de los avatares por los que pasaron las exportaciones de cobre sueco durante la Guerra de los Treinta Años. ¡Don Carlos hacía ameno lo más impensable! Esa mañana de nervios, y ante el estrado que presidía ya como emérito, don Carlos dejó caer el interés y la favorable opinión que le merecían algunos de los trabajos que había presentado para su

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Dedicado a don Carlos Álvarez Santaló, maestro de historiadores.

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evaluación, instándome a publicarlos1, y en particular me hizo saber cómo se había “entretenido notablemente” (y creo que he citado textualmente su expresión) con las andanzas del capitán floridano Juan Rodríguez de Cartaya, un quién sabe si lejano pariente que hoy traigo a estas páginas. Evidentemente, esta deuda –la de publicar en forma de artículo aquel breve trabajo- había quedado pendiente; y no puedo concebir una mejor ocasión de saldarla que esta, publicando el trabajo que en su momento tanto le divirtió, en un modesto homenaje a lo que su persona ha supuesto para tantos investigadores de la Historia. 2.

San Agustín de la Florida durante los Siglos de Oro, y algunas noticias sobre el capitán

Juan Rodríguez de Cartaya San Agustín de la Florida durante los siglos XVI y XVII era una plaza fronteriza conflictiva, en la que las tropas españolas debían intervenir continuamente ante las continuas, habituales y sangrientas escaramuzas con las tribus indias vecinas, frente a los conflictos constantes entre los propios caciques, ante los numerosos ataques e incursiones de los piratas ingleses y franceses 2, y siempre asimismo frente a un medio natural perpetuamente hostil, que bordeaba la costa de naufragios. Este es el medio en el que se desarrollará la muy activa carrera militar de Juan Rodríguez de Cartaya, que pasó [...] treynta y quatro años continuos de soldado, cauo de esquadra, sargento, alférez, y de capitán de gente de mar y tyerra contra los enemygos olandeses y de otras naçiones que acudieron a ynfestar aquellas costas como con los yndios naturales de la tierra, como tan honrrado soldado 3,

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Cartaya Baños, J., “Don Francisco de Paula Cartaya y Barco: vida, actividades y antecedentes familiares de un clérigo ilustrado en la Sevilla del Siglo XVIII”, en Archivo Hispalense, tomo 92, número 279-281 (2009), pp. 27-53. 2 En un fiel reflejo de algo que ocurría de un confín al otro de las posesiones del Rey Católico. Hasta tal punto, que esta situación hizo exclamar a Felipe IV que “con tantos reinos como se han unido a esta Corona, es imposible estar sin guerra en alguna parte, sea para defender lo que hemos adquirido o para entretener a mis enemigos”. De hecho, San Agustín de la Florida fue asaltada por una escuadra inglesa al mando del conde de Cumberland, Francis Drake y John Hawkins en 1586, hecho que convenció a la administración colonial de levantar una fortificación definitiva, aunque el proyecto final aún se demoró casi un siglo. Acerca de las fortificaciones de Florida, ver Hoffman, Paul E: “A study of Florida defense costs: 1565-1585: a quantification of Florida history”. Florida Historical Quarterly, April, 1973. También Chatelain, Verne E: The defenses of Spanish Florida 1565 to 1763. Carnegie Institution, Washington, 1941. 3 AGI, Santo Domingo, 232. Relación de méritos del capitán Juan Rodríguez de Cartaya, enviada a Felipe IV por su viuda Francisca Ramírez de Contreras. Acerca de la población española de Florida en los siglos XVIIXVIII, Alexander, Elizabeth [et al.]: Fuentes para la historia social de la Florida española: 1600-1763. Fundación España en USA, Madrid, 1987.

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formando en las compañías reales asentadas en la ciudad de San Agustín de la Florida desde 1589 hasta 1622, año de su muerte, treinta y cuatro años en los que “los gobernadores [...] lo haurían ocupado en la mayor parte de las ocaçiones”. Sabemos por los testimonios del alférez Domingo Fernández de Villarreal y del sargento Cristóbal de Berlanga, recogidos en la relación de méritos enviada por su viuda a Felipe IV, que Cartaya había comenzado su servicio en la guarnición llegando a Florida “en setiembre de 1589, con la capitana bieja que se perdió en esta barra”, siendo gobernador Gutierre de Miranda. Desde ahí, Juan Rodríguez de Cartaya iría ascendiendo haciéndose primero cargo de una escuadra, y de ahí seguiría como sargento y alférez de una compañía, recibiendo posteriormente una promoción a capitán de infantería española otorgada por el rey Felipe III, aunque nunca llegó a ocupar el puesto por falta de vacantes (y tal vez por la no muy buena voluntad de alguno de los gobernadores a los que sirvió), terminando sus días como capitán de gente de mar y tierra en San Agustín de la Florida. El 31 de enero de 1600 encontramos un primer documento que le alude 1, escrito de la mano de Juan Ximénez, escribano público mayor, por orden del capitán general y gobernador Gonzalo Méndez de Canzo, en el que firma como testigo el sargento Juan Rodríguez de Cartaya. El documento es un bando, escrito para ser leído “en la plaça de armas y calles públicas desta dha. ciudad [de San Agustín de la Florida]”, en el que el Rey Felipe III manda y hace saber a los soldados, oficiales y habitantes de la plaza que “no permita[n] que haya esclabitud ni seruidumbre” de los indios, “por fuerça ny con título de esclabos ny que les ayan de serbir si no fuere a gusto y beneplácito de los dhos. naturales, y pagándoles lo que justo y moderado fuere”, avisando a los que incumplieran esta norma de que “será[n] castigado[s] con el rigor que se requiere”, mandando que se dé un pregón con esta orden, acompañado por las cajas y pífanos de las compañías, por las calles y plazas de la ciudad. El bando real tiene una causa y un motivo claros: escaso tiempo atrás, el gobernador Méndez de Canzo había mandado a sus tropas “castygar la muerte de los frayles que allí mataron los naturales de la dha. prouinçia”, capturando a los indios de las tribus vecinas y entregándoselos a los soldados de las compañías, para que “se siruiesen dellos en lo que Su Magd. y el Real Consejo de las Yndias mandasen”. El Rey contestó a dicha orden, sin embargo, prohibiendo la captura y la reducción a la esclavitud de los indios. Como podemos apreciar, el trabajo misional en la provincia de la Florida era verdaderamente arriesgado. Llevado a cabo primero por jesuitas y después por frailes franciscanos, muchos de ellos encontraron la muerte al tratar de evangelizar a las tribus 1

AGI, Santo Domingo, 224, R.5, N. 36.

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indias de la zona, como nos indica la documentación conservada: el gobernador Méndez de Canzo escribía, por ejemplo, cómo “el p[adr]e Fray Pedro Fernández de Choças me abissó por carta suya cómo los yndios de la Lengua de Guale avían muerto seis rreligiosos que en ella hestaban, En las dotrinas y conbersión dellos, acía más de dyez años” 1. Estos problemas se repetirán de forma continuada durante el primer cuarto del siglo XVII, dando testimonio de ello la correspondencia de los sucesivos gobernadores, que de vez en cuando darían a los caciques rebeldes castigos ejemplares. Entre 1550 y 1639 los españoles y las tribus nativas hostiles continuaron luchando por el control de la tierra de la Florida, y la relación de los gobernadores como Pedro de Ibarra con los indios del sur de San Agustín implicó la misma mezcla de coerción y de regalos que sus precursores habían utilizado, con resultados igualmente inciertos. Así en 1604, el ya alférez Juan Rodríguez de Cartaya –ascendido por Méndez de Canzo a su nuevo cargo: según el testimonio del ayudante Juan Sánchez de Mérida fue promovido en febrero de 1600, en sustitución de Hernando de Mestas, que había sido ascendido a capitán-, y que había estado recogiendo ámbar gris a lo largo de la costa, llevó al “capitán chico”, o cacique, de Aiz a San Agustín por la fuerza, para parlamentar con el gobernador. Allí le dieron regalos, y éste prometió traer a los otros caciques de nuevo a San Agustín a una reunión con el gobernador, lo que hizo “muy contento”. 3.

Mensajero de confianza del gobernador de La Florida

Dos años más tarde volvemos a tener noticias sobre Juan Rodríguez de Cartaya: a 16 de junio del año de 16062, se emite expediente de información y licencia de pasajero a Indias 3 para el alférez Juan Rodríguez de Cartaya, de la compañía del capitán Alonso de Pastrana, a Nueva España, “a las prouinçias de La Florida”, de donde había venido enfermo a Sevilla tras desembarcar en Cádiz, con una cédula real de permiso y por orden de la Junta de Guerra de Indias, para ir a informar al Consejo de parte del gobernador, Pedro de Ibarra. El alférez traía despachos del gobernador Ibarra 4, en donde este pedía “gente de guerra y otras cossas nesesarias, pues sin ellas es imposible seruir aquí a V. Magd.”, e informaba de una presa hecha a corsarios ingleses y franceses en la costa, a los

1 Carta de Gonzalo Méndez de Canzo, AGI, Santo Domingo, 224, R.5, N. 31. Acerca de las misiones franciscanas, Arenas Frutos, Isabel: “Auge y decadencia del sistema misional franciscano durante el primer periodo español (1565-1763)”. Anuario de Estudios Hispanoamericanos, 48. Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1991. Igualmente, Castro y Castro, Manuel: “Los franciscanos y la gobernación de La Florida: siglos XVI-XVII: documentos”. Hispania Sacra, vol. XLII, nº 85, CSIC, Madrid, 1990. 2 AGI, Contratación, 5296, N. 1, R.77. 3 AGI, Pasajeros, L. 8, E. 3939. 4 AGI, Santo Domingo, 224, R.6, N. 49.

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que se les habían incautado documentos que probaban “que tienen más plática de la costa y tierra adentro de la Florida los dhos. franceses e Yngleses que los que estamos aquí”. Cartaya había intervenido “en la toma del navýo inglés en la baýa de los Baxos”, donde “dió muestras de el balor de su persona”, por lo que recibió como premio ir a informar a España. El buque capturado terminaría sirviendo “en el armada de barlobento”, al mando de don Luis de Córdoba, y de los corsarios ingleses y franceses capturados se haría “justiçia dellos, conforme a las leyes destos reynos”, dándose al rey, como se acostumbraba, “el quinto que toca a Su Magd.”. Informaba también a Felipe III del establecimiento de relaciones amistosas con algunos caciques indios, en una provincia conflictiva “en donde tanta gente Pereçe y hacienda se pierde, y en todo me remito al dho. alférez Cartaya, que es quien mejor lo saue, Por auerlo uisto”. Y por capturar el navío inglés y llevar los despachos al Consejo de Indias el alférez había recibido una merced real: “Que al alférez Juan Rodríguez de Cartaya, que vino con el auiso de la presa, le corra su sueldo desde que salió de la Florida hasta que buelva a ella y demás desto se le den 400 maravedís cada día librados en el situado de aquél presidio”, aunque el alférez, de hecho, había pedido como ayuda de costa mil maravedís al día por cada día de viaje1, lo que le fue denegado por el fiscal. Esta merced sin duda debió venirle más que bien, aunque su monto fuera menor al esperado, a un bolsillo que no debía estar demasiado provisto, ya que, según otro documento incluido en el mismo legajo, se habla de [...] la necesidad de los capitanes y oficiales de guerra por ser muy poca la paga que tienen [y] por estar en tierra más pobre y les cuesta mas caro cualquiera cosa, y siruen como los de mar [...], por lo que pide “se les libre y pague como a los capitanes y oficiales de la Barra”, aunque según parece por un documento posterior2 hubo bastantes reticencias para cumplir con el pago del regalo real -aunque finalmente se le pagó-, montando un total de “tresçientos y nouenta y oçho mill y quinientos maravedís de ayuda de costa” (en torno a unos ochocientos cincuenta y cinco pesos oro,

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AGI, Santo Domingo, 232, 1 de diciembre de 1607. Carta del factor Alonso de las Alas al rey Felipe III: AGI, Santo Domingo, 224, R. 6, N. 64. Acerca de la función de los oficiales reales, Bushnell, Amy: Privilege and obligation: the officials of the Florida “Caja Real”, 1565 to 1702. Ann Arbor, Michigan, 1978. 2

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una cifra nada despreciable), que le fueron pagados a cuenta del dinero del Situado por Mateo Luis, piloto mayor de las Prouincias de Nueva España1. Tras 1606 regresaría a España en 1613, pasando a Madrid “con abisos y otros despachos” relativos al gobernador Juan Fernández de Olivera, que acababa de morir en noviembre de 1612. El 10 de enero de 1613, Juan de Arrazola y Joseph de Olivera envían a España, en el navío San Juan Bautista, a Juan Rodríguez de Cartaya, que llevaba la noticia de esta muerte de parte de los oficiales reales de Florida. Este documento especificaba el salario –cuatrocientos ducados- que habría de cobrar el alférez Cartaya a cuenta de su paga del situado como ayuda de costa, e insistía repetidas veces en la premura con la que debería presentar los despachos ante el rey, para que este proveyera a la mayor brevedad posible el cargo de gobernador, instando “a qualesquiera justizias del Rey nuestro Señor” que facilitaran el camino del mensajero, por lo que “Su Magestad se terná por serbido y nosotros quedaremos obligados al agradeçimiento y satisfaçión dello”, encomendando también a Cartaya realizar su misión “con la mayor diligençia… llegando al primero puerto de Castilla con el pliego de Su Magestad, y demás recabdos, como de su persona se espera”, realizando además a su regreso el embarque en La Palma de diversos productos –vino, entre otros- para servir “a la gente de guerra que sirbe en las dichas Probinçias” de Florida, y tomadas las órdenes reales “se bolberá a este dho puerto de San Agustín de la Florida con el fabor de nuestro señor”. Favor que, a lo que parece, obtuvo; ya que según el testimonio de Juan Sánchez de Mérida, ayudante de sargento mayor en 1622, “estando en la Corte, hizo presentación de los Papeles de sus serbiçios y en rremuneraçión dellos, Su Magd. y señores de su Rreal Consejo le dieron la Rl. 1

AGI, Santo Domingo, 229, N. 435. La necesidad de los hombres de armas del Situado llegó a ser acuciante por lo que parece, ya que Pedro de Ibarra, preocupado por la pobreza en la que se encontraban sus soldados, escribió al rey acerca de “la necesidad que Padeçen en esta Prouinçia los soldados casados a causa de las muchas criaturas que tienen y de la manera que Va. Magd. lo puede mandar Remediar”, haciéndole ver al rey que “a más de ser tanta limosna la que les hará, será justissima por ser de los mejores soldados para mar y tierra de quantos he visto”. Sin embargo, no parece que sus reclamaciones fueran bien atendidas: de trescientos hombres de armas con los que el gobernador defendía Florida, se pretendió reducir el contingente armado a la mitad (de hecho, en noviembre de 1600 se había llegado a considerar el desmantelamiento y abandono de Florida), algo que provocó repetidas quejas y memoriales del gobernador, que por otra parte sostenía importantes diferencias con varios oficiales y religiosos destinados en la provincia, y que le llevaron a un cruce de acusaciones mutuas, réplicas y contrarréplicas sucesivas ante el Consejo de Indias hasta el término de su mandato. Las quejas por las faltas y atrasos en los pagos serán una constante en la correspondencia de los sucesivos gobernadores. Acerca de la administración económica de la Florida española, ver Sluiter, Engel: The Florida situado: quantifying the first eighty years, 1571-1651. University of Florida Libraries, 1985. Acerca de este período, ver Arnade, Charles W: Florida on Trial, 1593-1602. University of Miami Press, 1959. Sobre los gobernadores españoles en San Agustín, ver Arana, Luis Rafael: List of the Governors of Florida, 1565-1961. The Saint Augustine Historical Society, Saint Augustine, 1961.

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Zédula”, habiendo recibido por tanto, fechada el 21 de mayo de 1613 en Madrid, Real Cédula por la que se le nombra capitán de una de las compañías de la guarnición cuando quedara vacante una de ellas: [...] pareçiéndome justo premiar lo bien que me ha serbido, y espero lo continuará adelante, he tenido por bien de hazelle merçed como por la presente se la hago, de una de las dos compañías que a por lo presente ubiere baça o la primera que baçare, y que sea premiado con las bentajas y otras cossas de la tierra. Tras su retorno a Florida, ya no volvió a España: se asentó definitivamente en San Agustín, en donde continuó desempeñando cargos militares como oficial de confianza junto a los sucesivos gobernadores, igual que había hecho a las órdenes de Gonzalo Méndez de Canzo, Pedro de Ibarra y Juan Fernández de Olivera. Ahora seguiría haciéndolo a las órdenes, primero, de Juan de Treviño y de Juan de Salinas después, hasta su propia muerte. 4.

La accidentada jornada del Jacán

Tras su primer regreso a Florida, los documentos le mencionan en el año de 1608 (al mediar en una sangrienta disputa entre dos caciques, el de Jega y el de las Bocas de Miguel Mora, “dexándolos agradeçidos y en buena paz”), y asimismo en el año de 1609 (19 de junio), como consta por carta de Pedro de Ibarra al Consejo de Indias 1, momento en el que alférez Juan Rodríguez de Cartaya se embarcó, a las órdenes del capitán de su compañía Francisco Fernández de Écija, a reconocer los puertos y bahías hasta el cabo de San Román, para hallar fondeaderos adecuados para las flotas, entablar relaciones amistosas y alianzas con los caciques indios y comprobar in situ hasta qué punto había llegado el asentamiento de ingleses y franceses en la Florida 2. Por ello, el gobernador Ibarra ordenó [...] al capp[it]án Fran[cis]co Fernández de Écixa que lo es de una de las dos compañías deste presidio se enbarque en la çabra [zabra] nonbrada La Asunción de Xpo. ques de su Magd. y del seruicio destas prouincias y lleue consigo hasta 25 personas que tengo señaladas de tierra y mar y 1

AGI, Patronato, 261, R. 11. Es una ocasión en la que, según el testimonio del soldado Juan de Espinosa, “dió muestras de el balor de su persona”, hallándose, según el testimonio del sargento reformado Cristóbal de Berlanga, “en la jornada del Jacán, con el capitán Fº de Écixa”. 2

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haga el dho viaxe en conformidad de la ynstruición que va ynserta con esta. Y ansí mando A toda la dha. gente obedezcan y guarden las órdenes del dho. cap[it]án Fran[cis]co Fz. de Écixa como las mías propias y por su ausencia o muerte es mi voluntad y mando se entienda lo mismo con el alférez Juº Rsº de Cartaya y por ausencia de entranbos el alférez Juan de Santiago porque Ansí conviene al servicio de su Mag[esta]d. Desde aquí en adelante no puedo resistirme a transcribir en buena parte el bello texto, que nos muestra en su lenguaje sencillo, narrativo y directo, las dificultades de una jornada de conquista y exploración, mezcla de descubrimiento y espionaje, cuyo resultado podía resultar imprevisible para el pequeño grupo que había embarcado en San Agustín de la Florida. Según la instrucción antedicha, Ibarra los envía a “descubrir, reconocer y tomar lengua en el nombre de dios Todopoderoso y de su Santísima Madre Mar[í]a y de San Buenauentura, sin acer agrauio, saluo caso forçoso para su defensa” a los naturales “dexando su fuerza para los enemigos estrangeros que puedan rendir”, recogiendo igualmente todas las referencias posibles sobre el terreno que pudieran resultar de interés, geográficas, estratégicas, etc., [...] tomando muestra y señal de las minas de oro o plata o perlas o otros géneros de metales y todas las relaciones de lo que fructifica la tierra ansí de frutos, drogas, yeruas como de ganados, trayendo de cada cosa las más muestras que pudiere. Para ello partieron el domingo 21 de junio, “después de auer oýdo misa y salido de la Yglesia Mayor1 desta ciudad de San Agustín de La Florida”, acompañados por “María de Miranda, natural de Santa Elena, lengua de aquella tierra [intérprete], muger de Juº de Espinosa, soldado deste presidio”. Tras salir al embarcadero, el capitán Fernández de Écija hiço una plática, abraçándolos a todos y a cada uno en particular se embarcó en la çabra que para esta ocasión estaua adereçada y preuenida de vastimentos y municiones y pertrechos convinientes y dos pieças de artillería, y estando en la çabra enbarcados y rancheados y quietos llamó a todos y mandándo[lo], se hizaron las velas dando el buen uiaxe y salimos muy a gusto. Y dimos fondo dos leguas a la mar y celando la noche sobrebino tanta tormenta que estuvimos toda la noche a Dios [rogando] misericordia con mucho trabaxo. Las malas condiciones climáticas les obligaron a volver a puerto para reparar la nave dañada al día siguiente, saliendo de nuevo al mar y fondeando durante varios días en varias bahías cercanas, como Gualaquini, Capala, Santa Elena y Cayagua, tomando lengua, enviando al alférez Cartaya a 1

La Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de Los Remedios.

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tierra para que procurasse traer alguno [de los caciques, para sonsacarle información], y el dho. alférez lo [halló], lo acariçió y lo traxo a bordo, uiniendo en su seguimiento una canoa donde uinieron dos hijos suyos y otro yndio y el dho. capitán los rregaló y les dió de comer y beber y después lo metió en el camarote de popa y le preguntó [...]. El cacique contestó a las preguntas de Écija que había visto, efectivamente y días atrás, un navío que no era español “a dos leguas más al sur deste Río Jordán”, donde se encontraban, cerca “del fuerte de los yngleses fortificado cerca de la varra”, situado en los alrededores de la Vuelta del Norte, informándole además de que un grupo de franceses había llegado hasta el interior, y que tanto unos como otros “estauan ynconfederados con los caciques comarcanos”. Preocupado por las noticias, y a través de un singular combinado de adulación, regalos de baratijas y sobornos, Écija consiguió que el cacique de Asati le trajera un prisionero francés cinco días más tarde. Pasado este tiempo, [...] con la marea mandó levar el dho. capitán y fuimos al pueblo del dho. mandador1, y siendo por la mañana, lunes 13 del dho. mes uinieron cantidad de yndios y el eredero de Sati que traýa el francés y otros caciques y prinçipales los cuáles rreçibió el dho. capitán con mucho amor y contento, y le entregaron al francés que dixo llamarse Juº Corbe2. El buen resultado de sus gestiones animó a Écija, que se retiró a cambiar impresiones con el alférez Cartaya y con el condestable de la artillería, y con ellos trató algunas cosas que conbenía que se hiziesen o prebiniesen, por conbenir al alto seruicio de Dios N[ues]tro S[eñ]or y de Su Magd., y [viendo] que los soldados iban con tan buen ánimo, [ellos] se olgarían de acometer aunque fuese un navío de alto borde, y a esto contestó el dho. alférez que le paresçía cosa puesta en raçón y que todos beníamos a obedesçer y guardar su orden, y su parecer era que en viendo algún enemigo se le ganase el barlobento y se reconociese con la orden que su m[erce]d dezía [...]. Por ello, acuerdan emboscarse para capturar alguna lancha enemiga, acordando disfrazar la bandera del buque, cambiando la española por otra de diferente nación [que] si biniesen a reconoçernos abiendo ocasión se podría acer diligencia de tomalla, y a eso respondió el dho. Juº Rº [el condestable de la artillería, Juan Rodríguez, que servía como intérprete en la guarnición] y dijo que dándole liçencia a él tomava eso a su cargo y que diría que era olandés por ser plático y conocer algunas personas, y el dho. Juº Rº dijo que se nonbraría de un pueblo y ciudad llamada Abstradam, 1 2

Cacique. ¿Jean Courbet?

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por ser puerto y ciudad mui populosa y que se gobierna por consulado y es donde entran y salen sobre cien navíos cada día y los dhos. navíos que entran no se pueden conocer por ser grande el comercio y ansimismo conoçía algunos personaxes y mercaderes gruesos cuyo diría que era la çabra y en todo lo susodicho se conformaron según la ocasión diere lugar. Continuaron costeando, tomando referencias de las bahías y ensenadas que encontraban, y el día dieciocho, en prevención de un próximo encuentro con los ingleses, mandó el capp[it]án pabesar1 la çabra y ponerse cada uno en sus puestos y a punto para lo que podía succeder pues ybamos donde podríamos descubrir al enemigo quando no pensásemos, y el dho. capitán llamó a todos los soldados y les dixo una plática en la manera que se [sigue]: ‘Señores soldados: Adonde iba tan honrrada ynfantería y gente de mar no era necessario hacer yo esta prebención porque me pareçe que no abía ninguno que no haga como soldado onrado, y como español cada uno deue señalarse con ánimo ualeroso, y en caso que alguno vea al compañero muerto, o caído, no ay de qué temoriçarse sino procurar de vengar la muerte o herida del amigo, pues siendo la demanda que llevamos la gloria de Dios primeramente, y serbiçio de n[ues]tro Rey y señor, Dios nos ayudará, y abiendo ocasión mirará el que muriese como buen xpiano. y baleroso’. Y acabando de deçir estas y otras raçones, dignas de deçir en semejante ocasión, el alférez su acompañado2 dijo que todos harían como soldados que heran, y que yban confiados en el balor de su m[erce]d, [por lo que] no les sería cosa dificultosa, y aquí se mostraron todos mui agradeçidos al dho. capitán y aparexados a qualquier trançe que se ofreciesse. Tras esta demostración de ánimo y confianza continuaron navegando, y al día siguiente descubrieron una ensenada que acía el dho. cauo adónde nos llegamos y dimos fondo hasta el lunes de mañana 20. Y este día se descubrió una baía en dónde se entendió estauan los dhos. yngleses poblados y en donde antes abían estado en t[ie]mpos passados y en un monte que avía dentro nos hicieron gran humada, y assí fuimos costeando los vajos, reconoçiendo lo que se pudo reconoçer y yendo cada uno en su puesto y con las Armas en la mano y el artillería a punto y los ombres en los topes que rreconoçiesen y dijeron no aber nada dentro en la vaýa más de quél humo que todos víamos, y no abiendo cosa alguna, determinó el dho. capitán de pasar adelante en seguimiento de ntro. viaxe.

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Empavesar; colocar la bandera o pavés (en este caso, holandesa) que no les identificara como españoles frente al enemigo. 2 Juan Rodríguez de Cartaya.

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Una vez comprobado el hecho de que los ingleses se habían asentado en territorio español, solo quedaba encontrarlos. Y a eso se dedicaron Écija, Cartaya, Santiago y el pequeño destacamento armado (sólo una escuadra, 25 efectivos) que se hallaba bajo sus órdenes, sufriendo durante la búsqueda varios encuentros con indios, que les hostigaron “emboscados, con sus arcos y carcaxes, pitando con unos pitos y dándonos bozes nos binieron siguiendo a todo correr por la playa largo rato”, y a los que no respondieron, cumpliendo las órdenes del gobernador. Afrontaron además un nuevo temporal (“nos bino un gran aguacero con biento de tierra”), y avistaron constantes señales de humo cada vez que se veían obligados a fondear, señales estas que servían a los indios – probablemente igual que los pitos que utilizaban- para alertar a los ingleses, sus aliados, de la presencia de la reducida tropa española. Un día después, llegando a la baýa del Jacán, a las 5 de la tarde, antes de llegar a la punta de la varra del sur mui poco trecho, el que yba en el tope de cintinela Reconoció un navío surto en la vaýa y por ser ya tarde el dho. capitán mandó dar fondo y luego mandó prebenir todo lo necessario, tomando cada uno su puesto y Repartiendo toda la ynfantería en tres quartos para que hiciesen guardia, asistiendo en los dhos. quartos en cada uno el dho. capitán y los dhos. alférez[es]. Y uista la ocasión el dho. cap[itá]n llamó al dho. alférez su acompañado [y a los demás oficiales, suboficiales, al piloto y al condestable de la artillería], y estando todos juntos en su presencia [...] les pidió consejo acerca de qué hacer, siendo él mismo partidario de acometer y rendir la nave enemiga. A esto, Cartaya –que fue el primer consultado, como segundo en el mando: y aquí podemos oírle hablar y exponer su parecer, casi como si estuviéramos presentes-, pidiendo licencia para proponer su raçón, dijo lo siguiente: ‘Señor capitán, en Raçón de lo que Vmd. propone, no me parece; aunque donde va un tan gran soldado y de tanta yspiriençia como Vmd. no era menester tomar pareçeres, más Vmd. los pide. Digo y es mi parecer que siendo Dios servido, mañana, gustando Vmd. uamos y entremos por esa vaýa ganando siempre el barlovento, y se reconozca qué navío es y de qué porte; y si fuese desuentaxa conoçida no soi de parecer acometelle por nengún caso, sino ponernos A la trinca 1 a aguardar al dho. navío qué haze y si envýa alguna lancha para reconoçernos y en caso que la envýe procuremos de tomalla, y si no se pudiere hacer se procure de Enuialla a fondo con el artillería por ber si se puede tomar alguna persona de quien se pueda tomar lengua y aviso de lo que se pretende, y siendo de porte que nos yguale u que nos tenga poca bentaja lo barloemos 2 p[ar]a que siendo Dios servido, se pueda conseguir lo dho.’ Y ansimis[m]o dijo ‘que si la lancha fuese de [mayor] porte, era de pareçer nos

1

DRAE: Estar a la trinca, ponerse a la trinca: “Disponer las velas de modo que la embarcación ande poco”. DRAE: barloar o abarloar: “Situar un buque de tal suerte que su costado esté casi en contacto con el de otro buque, o con una batería, muelle, etc.” 2

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fuésemos retirando por Raçón de que la dha. lancha no biniese a detenernos hasta que llegase el nabío de fuerça sino que rretirándonos la esperásemos donde la pudiésemos tomar u barloar sin que el dho. nauío la pudiese socorrer tan presto. La prudencia y la astucia parecen ser cualidades que describían a nuestro experimentado alférez, cuya opinión fue de hecho aceptada y compartida por todos: el resto de los oficiales y suboficiales, de acuerdo con el alférez, pidieron a los hombres “que guarden silencio y que estén en sus puestos” con el fin de no alertar a la nave enemiga y poder mandar la derrota 1. También Fernández de Écija estuvo de acuerdo con ello, invocando ante sus hombres el “seguro favor de Dios”, mandando silencio a la gente, y que los centinelas estuvieran atentos, “por uer si salía el nauío para afuera”. Al amanecer del día siguiente, el sábado 25 de julio, día del señor Santiago, se puso un marin[er]o sobre el tope y descubrió el dho. nabío estar como estaua el día Antes y a este punto nos dimos a la uela estando de contino la posta en el tope2, la qual descubrió quel dho. nabío hacía tanbién la vela, a la vuelta de nosotros, procurando nosotros siempre ganalle el barlobento3, y fuimos en su demanda llegándonos a él, y allí que el dho. nauío se hiço a la uela. En ese momento, una gran humareda al norte y otra al noroeste, “ques donde está un rrío mui caudaloso”, señaló su posición, con lo que vieron claramente “que los humos ni más ni menos que nos haçían por la costa eran ansimismo señas”. Se acercaban cada vez más al navío enemigo, con lo que pudieron reconocerlo “porque bimos traýa dos belas de gavia y una gran bandera arbolada, y ser el dho. navío de gran fuerça, largo y raso”, con lo que apreciaron su ventaja, siendo además difícil darle alcance “siendo el uiento poco y escaso”. Écija llamó de nuevo a consulta a sus oficiales, haciéndoles notar cómo el enemigo yba procurando de meternos y en ponernos en la uaýa de donde pudiese ser señor de nosotros, pues había amainado las uelas de gavia y se dexaba yr con la marea. Y a este tiempo, el enemigo que ya estava de nosotros mui çerca, como no podía ganarnos el barlobento començó a yr arribando y ansí nosotros viramos de la otra buelta y el dho. nabío caçó a popa4, y descubrió una popa que pareçía un castillo, y nosotros, uisto que no podíamos hazer camino, dimos fondo en medio de la vaýa. Y el dho. nabío con biento y marea a popa fue navegando más de tres leguas pareciéndonos siempre yba para dentro y a cauo de dos oras u tres 1

DRAE: Derrota: “Rumbo o dirección que llevan en su navegación las embarcaciones”. El vigía en el extremo del palo mayor. 3 DRAE: Ganar el barlovento: “situarse dejando el enemigo u otra escuadra o buque a sotavento o en disposición de poder arribar sobre él”. 4 DRAE: Cazar: “poner tirante la escota, hasta que el puño de la vela quede lo más cerca posible de la borda”. 2

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nos paresció se tornava acercando, y el dho. capitán mandó dar uela y largar todo el trapo, y el dho. navío vino siempre la buelta donde estávamos y siguiéndonos hasta el poner del sol, lo que obligó al capitán a salir de la bahía y adentrarse en el mar, habiendo caído ya la noche, temiendo una emboscada. El barco según parece había salido bastante malparado, y habían perdido el palo mayor tras las maniobras que habían realizado para evitar que el navío inglés, más rápido y potente, les abordara y capturara. Por ello, el capitán Fernández de Écija llamó de nuevo a consejo, e hizo ver a los oficiales cómo al ser la çabra pequeña y [estar] haciendo mucha agua de una uía abierta demás que llebamos el árbol mayor rrendido y en t[iem]po de ynbierno y yr tanta Altura donde entrando agosto y setiembre reinan los nordestes y estes y trabesías1 y ansí, para acertar y ho herrar pido a Vsms. su pareçer [aunque] digo de cumplir la orden como la traigo suceda lo que succediere. Los oficiales convocados decidieron también seguir adelante, y Juan Rodríguez de Cartaya dio su parecer, en la manera siguiente: ‘yo soi de parecer que para que se cumpla la orden de Su Magd. y del señor gobernador que se prosiga el dho. viaxe hasta donde se pueda para yr descubriendo y sondando conforme la orden ynstruición que trae V[uestra] m[erce]d. y obligándonos necesidad y tienpos si no se pudiere llegar a la altura que dicha ynstruición contiene [44 grados y medio norte], se podrá desde aý boluer y de buelta soi de parecer se buelua a rreconoçer la baýa del Jacán adonde hallamos un nabío que estava de cintinela y guardia en la dha. baýa, como consta por la relación a que me remito y otrosí digo: que si a la buelta lo boluemos a ver, es cosa aberiguada ser cuerpo de guardia y cintinela de los enemigos que se entiende están en esta baýa. Todos estuvieron de acuerdo en que era una señal evidente de que “estaua el enemigo allí poblado”, y firmaron todos “de sus nombres” los pareceres que habían expuesto, con lo que “apareció conbenía al seruiçio de Dios N[ues]tro. S[eñ]or. y de Su Mag[esta]d. boluer a dar el auiso de todo lo que se a bisto e ynfor[mad]o en el dho. viaxe, ansí de los naturales como de todo lo uisto y sucedido. Y así, con esta rresoluçión”, decidieron seguir su camino, este ya de regreso. Aprovechando el momento de relativa tranquilidad, el capitán mandó llamar al condestable de la artillería Juan Rodríguez y al prisionero francés, y por la lengua francesa, la qual entendía el dho. Juº. Rº. le preguntó al dho. francés lo que antes desto no había sido pusible por causa quel dho. francés hauía perdido su lengua francesa y hablaua yndia, y quando le preguntavan algo respondía en yndio y no se dexaua entender.

1

DRAE: Travesía: “viento cuya dirección es perpendicular a la de una costa”.

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Según parece, y no sabemos si después de apretarle un poco o bastante, o tal vez en el fondo agradecido de que le hubieran liberado de la prisión en que le tenían los indios, el francés al final aceptó responder en su lengua a las preguntas que Écija le hacía, confirmándole que efectivamente había un poblado de ingleses en el interior 1, y que tenían un fuerte de madera, y dijo que tenían dos nabíos gruesos artillados, a manera de castillos, en guardia del fuerte, y otros dos en guardia y çintinela de la Varra, sin [olvidar] otros que yuan y uenían, y ansimismo dixo que todos los años uenía un nabío de Yngalaterra cargado de bastimentos y municiones, y ansimismo se le preguntó si sauía la distançia u camino que hauía desde el pueblo de Sati hasta la población de los yngleses; dijo que no lo sauía. No obstante, hizo saber al capitán que había varios indios aliados con los ingleses, particularmente uno, que les servía de intérprete y también de verdugo. A esto, el capitán Fernández de Écija le dijo “que tubiese quenta si acaso benía este yndio, y que si biniese le auisasse de secreto”, con el fin de capturarlo y sacarle toda la información posible, a lo que el francés respondió que así haría. Y según nos cuenta la relación fueron “prosiguiendo nuestra derrota ya dha. con calmas y bonanças hasta ponernos en 33 grados y medio escasos el último día de julio”, aunque después, ya entrado agosto y la estación del mal tiempo, “començó a benir el uiento arreçiando con aguaçeros y sobrebino tanta tormenta”, que, como pudieron, comprometida la arboladura y haciendo aguas, costearon hasta los 35 grados norte, donde les llevó el fuerte viento, con una profundidad de cincuenta y una brazas. El domingo 9 de agosto avistaron tierra “a quatro leguas del cauo de San Román de la Vanda del norte”, se acercaron a recoger agua y dieron fondo, e intentaron, a remo y en vano, salir de nuevo al mar. Sin agua, embarrancados, con el buque en muy mal estado y en un punto a lo que parece de la desesperación, el sábado 15, siete días más tarde nos encomendamos a Ntra. Sra. de la Soledad y prometimos sacalla en proçesión y decille vísperas y misa pidiéndole nos rremediase de biento faborable para yr a dónde pudiésemos tomar agua, y al quarto del alua, domingo 16 nos dio Dios el biento por el norte y nos duró hasta las 4 de la tarde dos leguas al norte del Jordán donde entramos en una barra donde tomamos agua y leña [el] lunes 17 del dho. mes, y siendo el día de San Lorenço se le puso a éste rrío de San Lorenço.

1

Con seguridad se trataba del núcleo inicial de la ciudad de Jamestown, fundada en 1607, dos años atrás de los sucesos aquí narrados. Acerca de la penetración de los ingleses en Florida y Virginia, ver Coxe, Daniel: A description of the english province of Carolana: by the Spaniards call’d Florida, and by the French La Louisiane. University Press of Florida, 1976.

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Debido de nuevo al mal tiempo, tormentoso, con relámpagos y con un viento fuerte y constante que les acometía con furia, entraron hacia el interior siguiendo el cauce del río, para ponerse a resguardo. El día 21 “vino el dho. mandador del Jordán y el dho. capitán lo regaló, el qual nos guió y lleuó por dentro de un caño al Río Jordán y fuimos al pueblo del dho. mandador”, en donde se encontraron con un hermano de éste, que tenía algunas noticias de los ingleses, indicándoles que su fuerte estaba “por camino derecho, por tierra, a unas 50 leguas poco más” de allí. Écija pagó su información con regalos, como era costumbre, y recibió a otros indios, jefes y caciques, de los que amplió informaciones y a los que aseguró como aliados con más obsequios de hachas, cuchillos y cuentas. El jueves 27 salieron al mar, buscando la bahía de Cayagua, en donde salieron a recibirles varias canoas de indios. Una de ellas se aproximó al buque, y a este subió un yndio con un sombrero viejo tocado, y ansí como entró dentro el francés le conoçió, y dio parte al dho. capitán de cómo aquél yndio era uno de los que auía ydo a la poblaçión de los yngleses y siendo auisado desto el dho. capitán llamó a el alférez su acompañado y le dio orden que le fuixese a hablar con el dho. capitán, y metiéndole en el camarote, y al dho. francés, y a Juº Rº condestable, lengua del francés, le començó a preguntar por el dho. francés si había estado en la dha. poblaçión de los yngleses y rrespondió que sí. El indio informó a los oficiales acerca del fuerte inglés, aunque luego, interrogado por María de Miranda, la intérprete india que llevaban los españoles, negó su testimonio diciendo que el francés mentía, y que él no conocía el fuerte ni había estado en él. Écija mandó ponerle grillos “y ponelle a buen recaudo hasta uer lo que se averiguaba”, y recabando información de otros indios que también habían venido a la bahía, éstos le hicieron saber su parecer: que según ellos, el prisionero “no sauía nada” de lo que se le había preguntado. Écija llamó de nuevo al francés, al que requirió si era cierto que el preso era uno de los indios que trataban con los ingleses, y éste se afirmó en su respuesta, diciendo que “quando no fuese uerdad lo ahorcasen y lo quemasen”. Esto decidió de nuevo al capitán a llamar al indio, y “apretándole por una parte y obligándole por otra con gran artifiçio y astucia de palabra”, hizo reconocer al indio prisionero que conocía el emplazamiento inglés, donde “auía una casa mui grande donde estaua el cacique de los yngleses”. Agotado sin duda por el interrogatorio y el más que probable castigo recibido, el cacique indio pidió que cesase, y el capitán lo mantuvo preso tomándolo como rehén para obtener más información más adelante, aunque lo tranquilizó sobre su prisión por boca de María de Miranda, la intérprete, permitiendo que le acompañara uno de sus familiares que había venido a saber de él. El mismo día,

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trató el dho. capitán con el yndio Alonso, lengua y cacique de un pueblo de dho. puerto que si se atrebía de yr a rreconoçer por tierra el dho. ynglés dónde estaua poblado, y el dho. yndio se ofreçió de yr de buena boluntad y [que] fuesen a donde están los yngleses no dándoles a entender que eran ynbiados de españoles ni [que] los auían visto ni los conocían y que andubiesen como yndios simples mirándolo todo, ansí la fuerça que tenían como gente y nabíos y artillería, y qué entrada tenýa por la vanda de tierra, y si la fuerça era grande. Y el dho. yndio Prometió al dho. Capitán de traelle rrelaçión de todo sin faltar un punto y que bendría con brebedad de todo lo qual se puede tener mui grande fe y esperança de que el dho. Alonso lo hará por ser yndio xpiano. y auer estado en San Agustín dos bezes, siendo allí antes ya mui rregalado. Así, tras haber enviado espías al campamento inglés, los españoles siguieron costeando y atravesando varias bahías durante el mes de septiembre, hasta el día 24 en el que entraron en el puerto de San Agustín de la Florida, “dando a Dios ynfinitas gracias”. No termina aquí la crónica: por carta posterior de Pedro de Ibarra1, sabemos que los indios enviados al fuerte inglés habían llegado a San Agustín el 15 del mismo mes, y que estos no habían podido acceder al asentamiento enemigo por habérselo impedido los indios aliados de los ingleses, por lo que “temerosos de sus vidas, se bolbieron de donde se ynfiere que ya tienen granxeados [aliados] asta allí los yngleses”. En suma, la pequeña escuadra había cumplido su cometido, pese a sus más que accidentados cuatro meses de arriesgada travesía: establecer alianzas con algunos caciques indios, obtener de ellos información, e informar ellos mismos al gobernador Ibarra acerca de la situación en la costa y el interior de la Florida, dando noticia sobre la penetración de los ingleses hacia la provincia española desde Virginia, formando estos un numeroso contingente que había levantado y fortificado un asentamiento que finalmente se mantuvo estable y sin verse incomodado a posteriori tras la tregua de los doce años firmada por Felipe III con Inglaterra en ese mismo año de 1609. No obstante, hubo esfuerzos serios y varios intentos para erradicar las bases protestantes de Virginia, cabeza de puente hacia Florida: desde 1595, se venía considerando a propuesta del Consejo de Indias la creación de una Armada de Barlovento que repeliera a ingleses, franceses y holandeses en estas latitudes. Aunque la Armada se construyó, su actuación fue intermitente y no continuada, tal vez debido a su alto coste2. Incluso hubo propuestas para anexionar el territorio (y el contiguo archipiélago de Bahamas) a la corona española. 1

San Agustín de la Florida, 28 de octubre de 1609. En Goodman, David: El poderío naval español: historia de la Armada Española del siglo XVII. Ediciones Península, Barcelona, 2001. La construcción de una potente Armada había sido un empeño nacional desde Felipe II, y así justificaba su creación Martín de Aróztegui, Secretario de Marina, a Felipe III: “La Monarquía 2

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5.

Timucúas y calusas, o el difícil statu quo en la Florida del primer cuarto del siglo XVII

Acerca de nuestro alférez, de nuevo existen datos sobre la expedición que él mismo dirigió tres años después, en 1612, ante los indios calusa en la zona de la bahía de Tampa, siguiendo la misma política que había usado ocho años antes, en 1604, cuando había recorrido la costa en el buque Asunción recolectando, por igual, ámbar gris y caciques hostiles para eliminar a estos últimos, pacificarlos o llevarlos, reducidos y por la fuerza (“tyraron a los yndios de arcabuçaços y mosquetaços, y mataron a el cacique y a otro yndio hermano suyo, por lo qual los yndios se an alborotado”), a presencia del gobernador de turno 1, y combatiendo a los corsarios ingleses y franceses. Esta reacción española vino provocada por la muerte de diecisiete indios cristianos pertenecientes a la tribu timucúa a manos de los pohoy y tocobaga en 1611: casi inmediatamente, los españoles reaccionaron ejecutando a varios caciques culpables con rapidez. Tal vez impresionado o atemorizado por la rapidez de la reacción española, Carlos, el jefe calusa hizo insinuaciones de paz al inicio del año 1612, y Juan Fernández de Olivera, el nuevo gobernador español de la Florida, mandó a Juan Rodriguez de Cartaya en un barco con veinte soldados y un piloto para escenificar la paz con los líderes nativos, parando en Pojoy y Tampa. En cada parada, Cartaya ofreció regalos y estableció paz y amistad. Carlos le respondió devolviendo a un hombre negro de Cuba cuya canoa había naufragado en Florida a causa de una tormenta, dándole como regalo dos objetos de oro, y prometiéndole devolver a cualquier cristiano que pudiera naufragar en su costa. En un informe a Felipe III, el gobernador de la Florida escribió cómo el alférez había recompensado a los nativos fieles con regalos y cruces para su protección. En el mismo año de 1612, el 24 de noviembre, sintiéndose “muy fatigado de su enfermedad”, muere en San Agustín el gobernador Olivera. Ante su lecho de muerte se encuentran los oficiales reales del situado, que firman el acta de defunción y entre los que está el alférez Cartaya. En noviembre de 1613, tras regresar de España y recibir su cédula de capitán, Cartaya parte de nuevo “ya que conbiene ynbiar persona de la plática y espiriençia que es neçesaria” a defender a los religiosos de la lengua de Guale, que estaban siendo hostigados de manera continuada por los indios hostiles, enviado por el nuevo gobernador, Juan de Treviño Guillamas. Se embarca en la lancha San Pedro de España consta de Reinos tan separados que necesita fuerzas superiores en el mar para oponerse a las de los que envidian su grandeza y su riqueza y desean su destrucción. Es, por lo tanto, deseable que Vuestra Majestad ordene que en todo momento haya una cantidad de barcos de la calidad, tamaño y fuerza requeridos.” (Martín de Aróztegui a Felipe III, Madrid, 15 de agosto de 1617). 1 AGI, Santo Domingo, 224, R. 6, N. 45, B. 2.

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“con el mayor recato y silençio que pudiesse, y sin que aya ningún escándalo, y en todo hará [así lo esperaba el gobernador] como de su persona y espiriençia confío”. La vigilancia de las fundaciones misionales era una misión habitual en una provincia en la que el tambaleante status quo y los intereses contrapuestos (españoles, holandeses, franceses, ingleses, y unas veinte tribus indias) hacían que la situación fuera, por defecto, insegura. Era constante, por tanto, la vigilancia llevada a cabo desde San Agustín de las fundaciones franciscanas, que llegaron a ascender a más de veinte en total, a finales de siglo 1. Prueba de esta inseguridad a la que aludimos, un año más tarde, ya en 1614, Carlos, el jefe calusa, con el doble juego que usaban la mayoría de los caciques indios –utilizado igualmente por los propios españoles-, continuó causando problemas y en marzo de ese año atacó las aldeas nativas que apoyaban a los españoles: envió trescientas canoas de guerra a la provincia de Mocoço en Tampa, destruyendo las aldeas de los ahora aliados pojoy y dos de sus ciudades, matando y capturando a más de quinientos indios. No escapó con vida más allá de una docena 2, que fueron enviados por el cacique calusa para amedrentar a otras tribus aliadas de España, y para dar el aviso a los mismos españoles de que se habían abierto las hostilidades. La reacción de San Agustín no se hizo esperar: Juan de Treviño, el nuevo gobernador tras el fallecimiento de Olivera, enviará en junio de 1614 las fragatas San Martín y San Pedro, con dos escuadras al mando de Juan Rodríguez de Cartaya, para combatir a los rebeldes “en la baýa de Carlos, Tanpa, Taçhista, y Muspa”, cumpliendo éste su misión a la satisfacción del gobernador, según parece, y reduciendo a la obediencia nuevamente –y castigando- a los caciques y tribus rebeldes de forma expeditiva 3.

1

En 1674, tras la visita del obispo Gabriel Díaz-Vara Calderón se contabilizarán veintisiete, desde San Diego de Salamomoto hasta San Nicolás de Chacatos. En McEwan, Bonnie G (Ed.): The spanish missions of La Florida. University Press of Florida, 1997. 2 En Hoffman, Paul E: Florida´s Frontiers, Indiana University Press, 2002. Sobre la actuación punitiva de Juan Rodríguez de Cartaya, hay referencias asimismo en Turner Bushnell, Amy: Situado and Sabana: Spain´s Support System for the Presidio and Mission Provinces of Florida, University of Georgia Press, 1994. Ambos autores hacen referencia a una relación de méritos enviada al rey, fechada en 5-7-1613 y recogida en AGI, Indiferente, 1863. No obstante, bajo esa signatura no hay ningún documento que aluda a Juan Rodríguez de Cartaya: el legajo es una recopilación de mercedes y disposiciones muy posteriores, ya de final de siglo. No sabemos si se trata de un error de transcripción de Bushnell, la primera en citar el documento (Hoffman simplemente recoge la referencia de esta autora). 3 Worth, John E.: “The Pineland Site and Calusa-Spanish Relations, 1612-1614”, Friends of the Randell Research Center, Vol. 4, N. 2, June 2005. Debo aquí agradecer al profesor Worth, del Randell Research Center, Florida Museum of Natural History, su gran amabilidad al facilitarme copia de la orden del gobernador Treviño y al ponerme sobre la pista de varios documentos; entre otros, del memorial enviado por Francisca Ramírez, viuda del capitán, consignando los méritos de este tras su muerte en 1622. La orden de Juan de Treviño (transcrita en AGI, Santo Domingo, 232), fue emitida el 30 de marzo de 1614.

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Otros documentos nos dan información añadida acerca de varias acciones llevadas a cabo por Cartaya tras su nombramiento como capitán: en un memorial sobre el servicio de Pedro Álvarez de Godón1, que había servido como alférez acompañado de Juan Rodríguez de Cartaya, su viuda, Petronila de Cañizares y Ossorio recoge el testimonio del capitán Cristóbal Quixano en 1618, que nos dice cómo Godón, que llegaría a ser sargento mayor, “se halló en el descubrimiento de Bahama, Por aconpañado del capitán Juan Rodrígues de Cartaya”. Godón había sido cabo de navíos y de gente de mar y guerra, con lo que debió trabajar muy estrechamente con Cartaya, aunque no sabemos a qué alude exactamente en cuanto a ese “descubrimiento”, o expedición a Bahama. Sabemos, por supuesto, que las Islas Bahamas fueron descubiertas por Cristóbal Colón en 1492. Pero no existió en ella ningún asentamiento europeo estable hasta 1647: concretamente, en esa fecha se instaló allí un grupo de disidentes religiosos ingleses. Bahama estuvo oscilando entre la soberanía española y británica durante un tiempo, hasta volver a manos de Inglaterra en 1783, como consecuencia del Tratado de París. Posiblemente –aunque no hemos podido ver más información sobre esa jornada en ningún otro documento- Cartaya dirigió una expedición de reconocimiento, para determinar las posibilidades de la zona, tal vez para su colonización, o quizá para aprovechar su situación para la defensa del archipiélago y del continente aledaño, muy cercano: debió ser entre 1613 y 1618, pero no conocemos la fecha exacta. 6.

Problemas financieros y una muerte olvidada

Por lo que se ve en la documentación que hemos manejado, Cartaya no solo realizaba misiones de compleja ingeniería diplomática, de exploración o de pacificación: es frecuente verlo aparecer en órdenes que tienen mucho que ver con la pura y simple administración, o gestión burocrática de la guarnición y sus recursos: en 1615, Treviño envía al capitán Cartaya a investigar sobre el naufragio de la lancha con documentos que se había enviado desde San Agustín a la Habana; en enero de 1619, irá a solicitar y a recoger de los caciques indios cincuenta trabajadores para el situado; y sólo unos días más tarde, en ese mismo mes de enero, irá –y hará lo mismo otras veces en ese mismo año de 1619 y el posterior de 1620-, embarcado en la fragata Nuestra Señora del Rosario, a San Pedro y la lengua de Guale para entregar bastimentos y provisiones a los franciscanos de las misiones, aprovechando su viaje para amonestar a aquellos caciques que no trataban con consideración a los religiosos. En febrero de 1620 va a Cuba, a Matanzas y a San Juan de Los Remedios del Cayo para recoger y embarcar ganado para poblar, aunque este tipo de servicios rutinarios se ven seguidos de 1

AGI, Santo Domingo, 21.

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otros en los que el capitán deberá hacer “como de su persona y expiriençia [se esperaba], porque assí conbiene al servicio de Su Magd.”, como hizo al embarcarse de nuevo el 29 de julio de 1620, al armar una chalupa con diez soldados para ir hasta la barra de Mosquitos, donde varios “nabíos gruessos” enemigos (ingleses u holandeses), habían atacado y cañoneado las fragatas del situado La Trinidad y El Rosario que iban con pliegos a La Habana, viéndose estas obligadas a varar, volviendo las tripulaciones a San Agustín por tierra a pie. Salió a encontrarse con los navíos del Situado, que llegaban con la paga y los bastimentos desde Nueva España, y una vez se encontró con ellos los capitaneó, procurando eludir al enemigo, más potente, según la orden del gobernador Salinas: Hordeno al capitán Juº Rº de Cartaya se enbarque luego en la chalupa deste Pressº y con dyez Personas con sus armas que e mandado señalar salga deste puerto y baýa, haçiéndose a la mar, y si descubriera algún nabío surto pasará adelante asta dar abiso a los dhos. nauíos del Situado y se enbarcará en el nabío de el Situado que le pareçiere y en otro el piloto Juº albarez, y pasará dando rresguardo a que no le bea para que nos podamos baler de los bastimentos y Haçienda de Su Magd. que trajeren [...]. Ordeno a el Capitán Alonso de Pastrana o a la persona que biniere en su lugar en los dhos. nabíos dejen hacer y hordenar el dho. biaje a el dho. Cap.an Juº Rrz. de Cartaya. El capitán volverá a embarcarse el 19 de marzo de 1621 en la chata San Juan, para buscar la artillería que se había perdido al varar las fragatas un año antes, y que, según algunos indios, aún estaba montada entre los restos de los barcos. Aprovechó el viaje para intentar capturar a los indios que habían matado al sargento mayor, Miguel Pérez de Oco, y a tres soldados: debería, si no encontraba a los directos culpables, prender a los caçiques de Jega, Santa Lucía y Aiz, al Capitán Grande y a un yndio llamado Mena, portándose con el recato y prudençia que fío de su persona, sin ussar de las armas, con la buena yndustria y maña de la que había hecho uso en otras ocasiones, debiendo, ante todo, negociar con los indios, entregándoles “mantas, cuentas, tabaco y cuchillos”. Tenemos otras referencias sobre Juan Rodríguez de Cartaya, y concretamente, sobre su maltrecha economía: en 1619 figura en la petición1 que Antonio de Herrera, residente en San Agustín de la Florida, hace el 14 de diciembre de ese año al nuevo gobernador, Juan de Salinas (que había sido nombrado el 13 de marzo de 1618), acerca de que se le reintegren las cantidades que había anticipado en préstamo a un crecido número de oficiales y soldados, a cuenta de las pagas del 1

AGI, Santo Domingo, 229, N. 579.

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Situado que como siempre llegaban mal y tarde (un capitán cobraba solo 280 escudos, es decir, 3113 reales1). En la relación aparece reconociendo su deuda, que importaba 1017 reales, una tercera parte de su salario anual. Esto nos indica que las condiciones económicas de los oficiales, como vemos, eran realmente precarias. El mismo Juan de Salinas hace saber al rey cómo los capitanes de Ynfantería que sirben a V. Magd. en este presidio con 280 escudos de sueldo pasan extrema neçesidad, y tanta que mueren de hambre y están tan desnudos y desluçidos que no Pueden ponerse delante sus Compañías porque el sueldo es tan corto que no alcança para comer y Vestir 2. Y los mismos gobernadores no eran ajenos a estas carencias: Gonzalo Méndez de Canzo, gobernador en 1598 (había accedido al cargo en 1596), escribe a Felipe II en febrero de ese año lo siguiente, acerca de sus apuros económicos: Estoy muy gastado, y enpeñada mi haçienda y patrimonio por acudir a uuestro rreal seruiçio, que con el sueldo que V. Magd. me haçe merçed de mandarme dar no me puedo sustentar en esta tierra, por ser [todas] las cosas muy caras, y me gasto mucho con los naturales para atraellos a Vtro. rreal serbiçio. V. Magd. me haga merçed de mandarme dar una buena ayuda de costa conque pueda pasar y acudir a mis obligaciones, que en ello rreçibiré mucha merçed 3. Pero en el caso del capitán Cartaya, parece ser que los equilibrios financieros eran una constante en su vida cotidiana: de hecho, sus deudas –crecidas- le impedían acercarse por La Habana “donde debía muchos marauedís, porque no le molestaran sus acreedores”. También tenía deudas –e importantes- en la propia San Agustín, como se deduce de la encuesta realizada a su muerte. De hecho, el 31 de julio de 1621 pide como merced y para ayudarse económicamente que el gobernador dé a sus hijos varones el sueldo correspondiente a dos plazas de soldado, lo que se deniega, ya que éstos “son de corta hedad”, asignándole a su hijo mayor, Juan, con once años en 1621, una plaza con su sueldo para que “se le asiente de page de una de las fregatas del Situado”.

1 El coste de la vida en San Agustín de la Florida era realmente elevado: Sabiendo que el salario anual de un capitán era de 280 escudos, es decir 3.113 reales, un traje nuevo llegaba a costar 220 reales, y un caballo 1.600, es decir, aproximadamente la octava parte y la mitad, respectivamente, de sus ingresos totales anuales. Con esta situación, el endeudamiento, como vemos, era sin duda inevitable y desgraciadamente habitual (En Turner Bushnell, Amy: The King´s Coffer: Propietors of Spanish Florida Treasury 1565-1702. University Press of Florida, 1982). 2 AGI, Santo Domingo, 225, R. 3, N. 11 (San Agustín de la Florida, 20 de noviembre de 1618). 3 AGI, Santo Domingo, 224, R. 5, N. 31.

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En este año de 1621 volvemos a tener datos acerca de los servicios del capitán Juan Rodríguez de Cartaya, en una nueva carta de Juan de Salinas al rey -ya Felipe IV- que había ascendido al trono en ese mismo año: Después de aber dado quenta a Vmagd. de la muerte del sargento mayor deste presidio, y tres soldados, y del yntento que tenía de castigar los culpados, ymbié al capp[it]an Juan Rodríguez de Cartaya con 20 soldados en una lancha y llegado al punto hizo tan buena diligençia que prendió a un Capitanejo que fue el delinquente y caudillo y a otros casiques y yndios, y bolviendo con ellos para este presidio, ocho leguas del cabo de canaberal les dio un tiempo por la trabesía tan rreçio que les obligó a barar. Con harto Riesgo, Perdióse la lancha y escapóse la gente y los presos vinieron aquí y aberiguado el casso no se alló otro culpado que a este capitanejo, mandéle ahorcar y hacer quartos, y a los demás di libertad […]1. Por lo que vemos Salinas estaba realmente decidido a poner orden en Florida, dando todo el ejemplo que fuera necesario, harto ya de los hostiles nativos (“gente uellaca y mentirossa, no guardando palabra que hubiessen dado, porque son traydores, y no se puede fiar dellos nada”) y no muy dispuesto a usar de muchas contemplaciones con ellos, ya que, según entendía, “mientras no son ostigados y amedrentados con algún castigo hazen mill trayçiones y maldades”. Las hostilidades entre la guarnición y los indios se habían recrudecido en esas fechas, ya que en el mismo documento se recoge que el gobernador también había enviado a Alonso Díaz de Badajoz, capitán de la otra compañía, a socorrer a los religiosos que habían sido hostigados en las misiones. Asimismo, Salinas da cuenta de que “en dos probinçias an tomado las Armas los Ynfieles, rompiendo las paçes, de lo que an Resultado algunas muertes”, e informa de un contingente de soldados heridos y tullidos en estas escaramuzas, comunicando al rey la necesidad de rehacer las banderas del Tercio al haber perdido numerosos efectivos, lo que nos hace confirmar el recrudecimiento de los enfrentamientos entre españoles e indios en torno a 1621. De hecho, se realizaría una leva de cincuenta nuevos soldados en ese año, y se nombrarían nuevos oficiales de guerra en los años siguientes (1623-1624)2, debido a un número creciente de plazas vacantes. Esto 1

AGI, Santo Domingo, 225, R. 3, N. 12. En 1621, los capitanes de las dos compañías de infantería asentadas en San Agustín de la Florida son Alonso de Pastrana y Alonso Díaz de Badajoz. Juan Rodríguez de Cartaya es “capitán de las lanchas y la gente de mar y guerra”. En 1623 tenemos referencias acerca del sargento mayor Gavira, de cuyo puesto se hace cargo en 1624 Antonio de Herrera, que había sido alférez y posteriormente fue capitán; en 1626, otro de los 2

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nos hace dar noticia de la inesperada muerte del capitán Cartaya, mientras regresaba de la costa sur de Florida: cómo yendo el dho. Capitán el año de seysº y veynteydos a la costa del sur y canal de Bahama, con orden del gobernador, al lugar de Santa Lucía con treynta y dos soldados, y treynta yndios christianos de Timucúa, a castigar los yndios moros caribes del dho. lugar que hauían muerto muchos españoles, y haviendo cumplido con su orden y bolbiendo el dho. Capitán a salbar uno de los soldados que le hauían cautibado, temiendo que le matasen, se aogó en el mar sin hauer pareçido su cuerpo. El 7 de octubre de 1621 había embarcado de nuevo, tras ser informado el gobernador por los indios del naufragio en la costa de Jega de la nave almiranta de Santo Domingo: los yndios de la dha. costa le dijieron que en la de Gega se abía perdido un nabío y que de él se abían escapado treynta y quatro personas, hombres, mujeres y muchachos, y que los naturales abían ahorcado y muerto la mayor parte, y que de ellos están quatro hombres en el pueblo de Ayz, y podría ser que ubiese muchos más en otras partes, [y] conbiene recojerlos. Así, Cartaya debería yr a recoger los españoles que quedaron bibos entre los yndios de la costa en los lugares de Ays y Jega y que se escaparon de los lugares de Santa Lucía y Hobe en la dha. costa, [y] que eran de el Almiranta de Santo Domingo que dio a el trabez en la dha. costa. Para ello, embarcará con cuarenta soldados para recorrer la costa, para intentar recuperar la artillería perdida y a “la gente que hallare”, de buen grado o por fuerza, y para informar “de regreso y de secreto” al gobernador “de los que an sido agresores, para que a su tienpo se castiguen”. De esta primera expedición regresó trayendo veintiocho personas a San Agustín, según testimonio del capitán Alonso Díaz de Badajoz (según el testimonio del alférez Domingo Fernández de Villarreal trajo primero veintidós personas, volvió a rescatar a seis más, las trajo igualmente y regresó a por el que quedaba1), embarcándose de nuevo “a sacar al español que estaba cautibo” en Hove, algo que

capitanes es Diego del Pozo, y en 1627 los nuevos capitanes serán Martín Freyle de Andrade y Alonso de Argüelles: este último también asumirá la plaza de sargento mayor. 1 Como nos cuenta el memorial enviado por la viuda del capitán a Felipe IV solicitando su merced: “Treynta personas que quedaron bibas sacó el dho. mi marido de entre los dichos yndios”, y al ir a rescatar al último “porque no le martiriçasen como a los demás”, naufragó igualmente “por la Barra de Mosquitos, con dos chalupas, con biento y temporal que les sobrebino [que] se ahogó con otros ssoldados”. Incorpora al memorial los testimonios del capitán Alonso Díaz de Badajoz, de 61 años, que conocía al capitán desde 1589; del alférez Domingo Fernández de Villarreal, que “había estado presente en los bautismos de sus ijos”, de 76

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nunca pudo hacer (lo rescató el mismo Díaz de Badajoz más tarde, al ir a ver lo que había ocurrido con Cartaya, y aprovechó para acabar con uno de los caciques rebeldes y otros doce indios). El capitán Juan Rodríguez de Cartaya se ahogó el once de marzo de 1622 en una chalupa cargada de bastimentos y municiones, con otros dos soldados en la barra de Mosquitos, por causa de “un biento trabesía”: “Se anegó la chalupa y se bolcó boca abajo”, según el testimonio del sargento reformado Cristóbal de Berlanga, ahogándose en las aguas que tan bien conocía, y que tantas veces había surcado en sus misiones. 7.

Conclusión: el rastro familiar

Tras su muerte, su viuda Francisca Ramírez de Contreras elevará una petición al rey 1, a la que ya hemos aludido, fechada entre el 26 y 27 de abril de 1622 y que incorpora un memorial de los méritos y servicios del capitán, por el que podemos seguir al completo su carrera militar y gracias al cual hemos podido obtener muy valiosos datos. No se le concedería la merced que pedía –una pensión de por vida y la paga de una plaza de soldado para una de sus hijas-, aunque alegó que “es tanta [mi necesidad] que no tengo para comprar un pan para mi sustento y de mis hijos, suplico se me haga merçed para ayudar my sustento y criar y rremediar mys hijos”, pues no tiene, ni aún vendiendo “las casas en que bibe y quanto tiene”, para pagar “ny la terçera parte de las deudas” que dejó su marido. Alegaba asimismo ser “nacida en estas Probinçias”, e hija y hermana de soldados, muertos en el servicio de la guarnición –su padre Juan Ramírez de Contreras, al servicio de Gonzalo Méndez de Canzo, había sido capturado y “hecho quartos de los yndios, y lo presentaron unos caçiques a los otros”2, y su hermano Jusephe de Contreras había muerto también ahogado cuando llevaba unos despachos a La Habana, a bordo de la fragata San Martín, en 1611, en el cabo Cañaveral-, y alega que con esta situación “[había quedado] la dha. Françisca Ramírez con syete hijos, los çinco dellos hembras y con muçha neçeçidad”. De hecho, la mayor de sus hijas, María, tenía casi catorce años; la más pequeña, Antonia, tan solo ocho meses. Apiadado por la situación, años; del soldado Juan de Espinosa, de 62 años, “conueçino” suyo; del soldado Francisco Millán, de 48 años, “que tenýa con ellos gran yntimidad”; del sargento Cristóbal de Berlanga, de 64 años, que “vió casar al dho. Juan de Contreras y a Mª del Junco”, y del ayudante de sargento mayor, Juan Sánchez de Mérida, de 50 años. 1 En AGI, Santo Domingo, 232. 2 Juan Ramírez de Contreras procedía de Baena (Córdoba), y destacó como cazador e intérprete en la colonia (En Manucy, Albert: Sixteenth-Century St. Augustine: The People and Their Homes. University Press of Florida, 1997). Por su muerte se concedió una pensión vitalicia de cien ducados al año a su esposa, doña María de Junco, hija a su vez de Juan de Junco (que había sido contador de la guarnición y tenedor de bastimentos del fuerte) y de doña María de Pomar, quedando su hija, Francisca Ramírez, su hermana Ana (nacida en 1597) y su hermano Jusephe “huérfanos y pobres”, a la muerte de Juan de Contreras.

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Juan de Salinas ordena a 20 de mayo de 1622 a “Joan de Cueba, veedor y factor” de Florida, le de tres reales y medio al día en bastimentos; sin embargo, dos años más tarde y por Real Cédula dirigida al nuevo gobernador, Luis de Rojas y Borja1 se le quita la ración que percibía y se responde negativamente a su petición, ya “que no ha lugar lo que pide”, según entendía, y ofreciéndole a cambio, casi como una limosna, la merced de “dosçientos escudos, dados de una sola uez, de las sobras del Situado”2, reprendiendo incluso al gobernador por haberle dado una ayuda, para que “de aquí adelante no se aga semexante cosa”: así pagó la administración, por lo que vemos, los prolongados servicios del capitán, muerto en cumplimiento de su deber tras más de treinta años sirviendo bajo las banderas del rey, y pese a la mucha satisfaçión que de su persona se a tenido, y gran prática que tenía, ansí de las costas como de la tierra e yndios naturales de ellas, y [haber] apasiguado ynquietudes y alborotos de los dhos. yndios, porque es hombre para todo, de mucho serbiçio y muy plático de toda esta tierra y de la mar 3. Si no tenemos ya más datos acerca de Rodríguez de Cartaya, sí tenemos en cambio algunos sobre su familia más cercana: el entonces alférez había casado con Francisca Ramírez el 15 de febrero de 1602, y como nos indica la petición y el memorial de su viuda, en 1622 Juan Rodríguez de Cartaya tenía siete hijos, teniendo la mayor de ellos, María, “treze, para catorçe años”. Esto es, había nacido en 1608, siendo bautizada en la parroquial de San Agustín el 3 de mayo de ese mismo año4. En el mismo documento se nos habla de una “segunda de sus hijas, con doze años de edad”, es decir, Francisca, bautizada el 4 de enero de 1610; y de una tercera, Antonia, con sólo ocho meses de edad, bautizada el 10 de octubre de 1621. Junto a ellas, se nos habla de María Ana (bautizada el 12 de septiembre de 1614), Beatriz (bautizada el 27 de septiembre de 1616), Juan (bautizado el 21 de enero de 1612), y del hijo varón más pequeño, Gerónimo, que había sido bautizado el 8 de octubre de 1619. Conocemos algunos de estos datos gracias a que en el mismo Estado de Florida, en los libros sacramentales de los archivos de la Catedral de San Agustín (St. Augustine) del hoy condado de Saint Johns, se conservan las partidas de bautismo, matrimonio o defunción de los hijos del capitán: María Ana Rodríguez de Cartaya (fallecida el 5 de junio de 1636), y casada con Francisco

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San Agustín de la Florida, 31 de octubre de 1624. AGI, Indiferente, 451, L. A8. 3 Siguiendo las nuevas pautas marcadas por Olivares en su Gran Memorial de 1624, en el que aconsejaba a Felipe IV que interrumpiera el pago de las ayudas de costa y mercedes en los que tan pródigos habían sido su padre y su valido, Lerma (Elliott, J. H., de la Peña, J. F., y Negredo, F (Eds.), Memoriales y cartas del Conde Duque de Olivares. Vol. I. Política interior, 1621-1645 (tomos 1 y 2). Marcial Pons Historia, Madrid, 2013. 4 Sería su padrino –al igual que en el caso de buena parte de sus hermanos, salvo Jerónimo y Antonia- el factor Andrés de Sotomayor.

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Castellanos el 26 de febrero de 1634, madre de Francisco (1634); de Beatriz Rodríguez de Cartaya, casada con Alonso Fernández de Cendrera el 19 de mayo de 1632 1, padres de Agustina (1634), Alonso (1640) y Pedro (1641), y de Gerónimo Rodríguez de Cartaya, casado el 27 de julio de 1647 con Magdalena Jorge, nacida esta a su vez en 1627. Estas fechas pueden indicarnos también que Juan Rodríguez de Cartaya podría haber nacido en torno a 1560-70, al haber comenzado a servir en 1589 en la guarnición de San Agustín, según las fechas que manejamos en la relación de méritos enviada por su viuda. No sabemos cómo salió adelante esta mujer sola y sin recursos, viuda y huérfana de soldados, “cargada de hijos” y cargada también de deudas, de la que la maquinaria administrativa se había despreocupado absolutamente.

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Hijo del oficial real comisionado para la toma de cuentas de la colonia, Francisco de Cendrera o Fernández de Cendrera y de Agustina de Lara García de la Vera; había nacido en 1612.

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