Un Gobierno en la oposición

August 14, 2017 | Autor: F. Álvarez Simán | Categoría: Gobiernos Locales
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Descripción

Un Gobierno en la oposición

JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ ZAPATERO

"José Luis Rodríguez Zapatero es secretario general del PSOE. "



En su lucha por el poder, el PP hizo una propuesta a la sociedad española:
había que mejorar nuestra democracia. Prometían más libertad, más debate
político, más competencia económica. Y muchas personas los creyeron. Muchas
personas creen aún que de verdad tienen una voluntad reformista cuando
deciden imponer un cambio en el sistema educativo, cuando dicen liberalizar
un sector de la economía.
En 1996, una parte importante de la sociedad española creyó que ya se había
conseguido un buen nivel de bienestar social, que ya se habían alcanzado
suficientes logros en educación, en sanidad, en protección social. Esas
personas confiaron en la propaganda de Aznar, creyeron que el siguiente
paso para mejorar la vida social, para seguir prosperando, era la
alternancia. Creyeron que el PP iba a profundizar en la democracia, que iba
a moralizar la vida pública, que adquiría un sincero compromiso
regeneracionista.
Basten algunos ejemplos para evidenciar lo contrario: los gobiernos en los
años ochenta acabaron con el monopolio de la televisión pública, y la
pluralidad de televisiones sirvió para mejorar la calidad de la democracia.
El siguiente paso, el que se esperaba del Gobierno del PP, era que diera un
salto cualitativo y legislase para garantizar la pluralidad en esos medios,
en particular en los públicos. Ése, como otros muchos compromisos de Aznar,
va a quedar inédito. No sólo no hay más pluralismo en los medios públicos,
sino que se ha favorecido la concentración de los privados en unas pocas
manos.
Decir que Aznar no ha cumplido su cacareado proyecto regeneracionista no es
retórica obligada para una oposición de piñón fijo y mala fe. No lo ha
hecho en el área económica, en la que las privatizaciones han sido una
desamortización tan fallida como la del XIX. Liberalización es
privatización en el diccionario de los conservadores, no competencia.
Monopolios antes públicos son ahora privados, y de las promesas de
racionalidad económica nada. En competencia telefónica estamos en la cola
de Europa (excepto Grecia) y en el sector eléctrico en cada región española
hay un monopolio de distribución. Si a esto sumamos el hecho de quiénes son
los que dirigen esas empresas, entonces al error económico hemos de añadir
la decepción moral.
Porque las lecciones teóricas de ética que impartió el PP prometían unas
prácticas que, llegada la hora, no hemos visto. Son muchos los ciudadanos
que saben que el Gobierno no ha actuado decentemente en el caso Gescartera.
Más bien al contrario, se ha refugiado en el insulto, en la crispación,
para no asumir sus responsabilidades. Como tampoco las asumieron en el caso
de las vacas locas o el reciente escándalo producido por la fabricación de
un bulo respecto al ex presidente del Gobierno. Lo cierto es que, después
de cómo han actuado, ya no tienen legitimidad para dar más lecciones de
ética a nadie. Menos aún cuando han rebajado al Fiscal General del Estado a
la función de protector de ministros. No había un proyecto de regeneración,
era pura táctica para la conquista del poder.
La práctica se le da mal al Gobierno. Los autocalificados como excelentes
gestores dan muestras de una gran ineficacia cada vez que se les presenta
una buena oportunidad. No sólo en los casos de las graves crisis
alimentarias o sanitarias, sino en temas como la investigación, la
seguridad o el mantenimiento del fluido eléctrico. Uno puede comprender
que, en ocasiones, se presentan situaciones difícilmente previsibles, pero
en el caso de nuestro Gobierno la falta de previsión es el método. También
la ausencia de diagnósticos solventes de los problemas sociales. Ante los
problemas, el Gobierno alienta las visiones más pesimistas y luego receta
las medidas más duras y más ineficaces que le dictan sus prejuicios
ideológicos. No es una aproximación racional al fenómeno de la inmigración
lo que guía su política, forzaron un cambio de ley para que no llegaran más
pateras y vemos cada día cómo se superan las marcas anteriores. La
selectividad creaba algunas disfunciones y, tras agredir brutalmente la
imagen de la Universidad, el Gobierno procede a crear una selectividad más
irracional y con más disfunciones que la existente. En lugar de mejorar la
educación, el PP cuestiona las bases de un sistema social volcado en la
igualdad de oportunidades al segregar a los niños a edades tempranas y
sentar así las bases de una sociedad clasista.
Tal es la política reformista del Gobierno, tal es el uso de la mayoría que
están haciendo, que uno se pregunta si debe o no denunciar ciertas
situaciones. Porque estamos viendo que las terapias que aplica el Gobierno
hacen más daño y generan más problemas que los males que pretende arreglar.
La manera de hacer política del PP no ha cambiado desde que están en el
Gobierno, y ahora con la mayoría absoluta se parecen más que nunca a
aquella oposición bronca capaz de destruir todo lo que se pusiera por en
medio. Su forma de gobernar es destructiva. Primero destruyen las
instituciones que quieren reformar; descalifican a sus miembros como
posibles interlocutores, los desacreditan ante la opinión pública y,
finalmente, aplican sus recetas despóticamente. La deliberación democrática
es para ellos un trámite engorroso, no una práctica necesaria y
enriquecedora.
La estrategia del PP es siempre la misma, crean o agrandan los problemas ya
existentes. Lo hicieron en la oposición, creando un clima tal de crispación
política que muchos ciudadanos llegaron a pensar que el único modo de
superarlo era votando al PP. Raya en el cinismo que, después de ganar las
elecciones, el PP dijera que su Gobierno había terminado con la crispación
política en nuestro país. Terminado y empezado, habría que decir. Ahora, en
cuanto han visto la posibilidad de que el PSOE les dispute un triunfo
electoral, han vuelto a desempolvar la política de crispación y destrucción
del adversario a cualquier precio y en cualquier tema, sin el menor
miramiento hacia los daños colaterales de su estrategia.
Si nosotros decimos que no vamos a polemizar públicamente con el Gobierno
con respecto al terrorismo, lo hacemos
desde la convicción de que el terrorismo no puede usarse como instrumento
para desgastar al Gobierno y conseguir votos. Y si fue necesario proponer
el pacto contra el terrorismo, lo fue para que los ciudadanos tuvieran la
seguridad de que toda la energía de los demócratas se ponía al servicio del
fin del terrorismo. El Gobierno, lamentablemente, no ha podido soportar el
aprecio que han hecho los ciudadanos del comportamiento del PSOE en este
tema. Ahora nos encontramos en el borde de una polémica que no han dejado
de buscar desde el día que propusimos el pacto; pero quiero tranquilizar a
los españoles, el PSOE seguirá siendo, como siempre, bastión de la unidad
de los demócratas para derrotar a los violentos.
Es cada vez más obvio que la derecha que ahora nos gobierna participa
escasamente de los valores que hicieron posible la transición democrática.
Por eso tiene una vocación permanente de oposición. Por eso no ha
desarrollado un proyecto de país, sino una mera estrategia de conquista,
ocupación y permanencia en el poder político, económico y mediático.
La fantasía de Aznar y del PP respecto a su victoria ha sido la de un
cambio de régimen, no la normal alternancia en una democracia. Gobiernan
como si fuera la primera y última vez. Nada de lo anterior les parece
aprovechable para construir sobre ello, nada de lo que hacen y proyectan
para el futuro lo quieren acordar con los demás, porque en el futuro
político de nuestro país sólo se ven a sí mismos. No conciben una posible
alternancia, salvo como un acto colectivo de traición a España, hasta ahí
llega su paranoia.
Es nuestro empeño en defender un modelo de convivencia y una interpretación
de la Constitución ligada a los valores que la hicieron posible lo que
probablemente produzca esa extraña sensación que algunas personas tienen
respecto a nuestra forma de hacer oposición. Una oposición radicalmente
distinta de la que hizo y sigue haciendo Aznar, incluso desde el Gobierno,
porque el PP hace una durísima oposición a la democracia de 1978, que ellos
quieren revisar y nosotros tratamos de defender y perfeccionar. Y no
podemos defender la democracia a costa de la democracia. Hay un viejo
modelo literario a este respecto: el de la verdadera madre en el juicio de
Salomón. La renuncia a la mitad del hijo es la prueba de la maternidad, no
una señal de desafecto. El Gobierno, por si no ha quedado claro, tiene una
fuerte tendencia a dividir y enfrentar al país. No queremos ayudarle y
estamos seguros de que la sabiduría del pueblo emitirá un veredicto justo.
Estoy convencido de que no debemos dejarnos arrastrar por la estrategia de
la derecha. No debemos ayudarles a deteriorar la democracia hasta
convertirla en una carcasa sin vida. Ése no es nuestro camino. Es posible
que algunas personas, pocas por cierto, se olviden de que vivimos en un
país en paz civil. La gran mayoría de los ciudadanos no vive la situación
política con la crispación y el encono con que se vive en algunos medios
políticos y periodísticos. No hay dos sociedades, hay mucha gente que
cambia su voto, que atraviesa rubicones ideológicos que otros jamás se
atreverían a cruzar. Eso no se puede obviar si uno quiere hacer política,
si uno quiere gobernar un país que se construya entre todos, uniendo
territorios y personas.
Muchos de nuestros futuros votantes se abstuvieron o votaron al PP en las
últimas elecciones y dudo que acepten como razonamiento que ellos eran los
equivocados; sobre todo porque entonces no se entenderían las razones por
las que los socialistas hemos cambiado. Fue su actitud, en buena medida, el
duro aldabonazo que precipitó un cambio necesario en nuestro partido.
Posiblemente se equivocaron al creer en el programa supuestamente
regeneracionista del PP, pero tenían razón en exigir al PSOE un cambio.
Ese cambio es un cambio que pasa por recuperar los mejores valores que
fundaron la democracia en nuestro país, con un profundo respeto a las
instituciones legítimas que es preciso mejorar y perfeccionar cada día. Los
valores de la tolerancia, de un poder más próximo a los ciudadanos, con un
decidido compromiso social, no pueden estar sometidos a la táctica ni a la
coyuntura. Ése es el camino que hemos elegido y creo que nos puede llevar
muy lejos.
De la experiencia histórica y del combate ideológico y político con el
neoliberalismo ha surgido en todo el mundo una izquierda renovada. Una
izquierda que apuesta por una democracia de los ciudadanos, una democracia
en sentido fuerte, en la que son las personas los sujetos de la historia.
Nosotros, los socialistas españoles, queremos la España plural que nace de
la Constitución, queremos un país integrador de la diversidad, comprometido
con la construcción de una Europa que sea un modelo de globalización a
escala humana. Queremos un país que promueva la cultura, atento a la
situación de las familias, comprometido con la responsabilidad social de
las empresas, con la situación de los discapacitados, de los mayores, de
las mujeres. Un país en el que los jóvenes escuchen mensajes de apoyo y de
estímulo, y no de permanente descalificación.
Hay muchas cosas que hacer, tareas urgentes: nuestro país necesita fomentar
la innovación para avanzar en la sociedad del conocimiento, para lo que es
necesario ayudar a la Universidad, trabajando con ella y no contra ella; es
necesario mejorar nuestro sistema de investigación; necesitamos crear un
ámbito más seguro para los emprendedores, para los que crean riqueza; hace
falta un cambio en la fiscalidad, un cambio que valore el trabajo, que
promueva el ahorro. Vivimos en la sociedad del riesgo, necesitamos un nuevo
modelo de seguridad ciudadana; también de seguridad ambiental, debemos
poner en marcha una estrategia de desarrollo sostenible para reducir los
niveles de contaminación del aire, del suelo y del agua, para duplicar el
uso de energías renovables, y para mejorar nuestro equilibrio territorial y
del necesario impulso al desarrollo rural.
Todo ello sólo será posible con un poder político tolerante y que ensanche
nuestras libertades públicas. Beligerante en la defensa de los derechos de
aquellos que vienen a vivir y a convivir con nosotros. Que reconozca los
derechos y las libertades adecuados a la moral de una sociedad moderna.
Éste es nuestro proyecto para convertir a España en el país de la
innovación, de la solidaridad y de la tolerancia. Estoy seguro de que hay
suficientes alientos para hacerlo, y estoy seguro de que entre todos
haremos una España para todos, en una sociedad que nos haga más capaces,
para ser más solidarios entre nosotros y con el resto del mundo.
En definitiva, el PP fue oposición a la Constitución del 78, fue una dura
oposición al Gobierno que modernizó España en los ochenta; y ahora, cuando
su mero proyecto de poder puede estar en cuestión por una nueva
alternativa, se convierte en un Gobierno en la oposición, en oposición a
los mejores valores de la convivencia, de la justicia social y de la
fortaleza de los ciudadanos. Por eso la oposición de hoy será el Gobierno
digno de mañana.
v
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