Un cazador en las llanuras de Tortuguero en Costa Rica

May 22, 2017 | Autor: Emilio Vargas-Mena | Categoría: Fauna
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Descripción

UNIVERSIDAD NACIONAL-UNIVERSIDAD ESTATAL A DISTANCIASISTEMA NACIONAL DE AREAS PROTEGIDAS DEL MINISTERIO DEL AMBIENTE Y ENERGIA

Un cazador en las Llanuras de Tortuguero

Foto: E. Vargas-Mena

---------------------------------------------------------------------------------------Relatos y reflexiones de Manuel Solís Hernández, ex cazador, recopilados y editados por Emilio Vargas-Mena

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MINAE-SINAC UNED-CEA UNA-ICOMVIS-EDECA

Heredia, Costa Rica Agosto del 2007

Solís Hernández, M. y E. Vargas-Mena. 2007. Un cazador en las Llanuras de Tortuguero. Relatos y reflexiones de Manuel Solís Hernández, ex cazador. Heredia, Costa Rica: UNA, UNED y SINAC-MINAE. 88 pp.

Indice

1. La vida laboral del cazador…2 2. El aprendizaje del cazador…5 3. El perro tiene un lenguaje que el cazador conoce…15 4. Las armas del cazador…19 5. Labrador de madera y cazador…22 6. Cazador por contrato: a colón la libra, todo el año…27 7. ¿Por qué existe la cacería?...31 8. La montaña y el miedo, y los sentimientos del cazador…39 9. Las frustraciones del cazador…41 10. Cazador por deporte y afición…44 11. De peón bananero a guardaparque…47 12. Un guardaparque cazando chanchos en la Isla del Coco…49 13. La cacería comercial…54 14. Historias y mitos de cazadores…57 15. Conflictos en la cacería…69 16. Mujeres y cacería… 73 17. Conocimientos del cazador sobre el venado y el tepezcuintle…75 18. ¿Se puede controlar la cacería?...81 19. Anexo: Guía de entrevista en profundidad…87

Un cazador en las Llanuras de Tortuguero ---------------------------------------------------------------------------------------Relatos y reflexiones de Manuel Solís Hernández, ex cazador, recopilados y editados por Emilio Vargas-Mena1

---------------------------------------------------------------------------------------Yo nací en Villa Colón, en el cantón de Mora, en 1944. Para mí es “Villa Colón”, aunque ahora le digan “Ciudad Colón”. Mis papás habían nacido en el mismo pueblo. Y mis abuelos, que yo recuerde, también. Mi abuelita tenía algún grado de raza indígena.

El físico de ella y otras cosas siempre me

hicieron pensar así.

A la edad de cuatro o cinco años, nos fuimos con mi papá al Atlántico y casi que cortamos toda relación con la familia. Mi papá se llamaba Mauro Solís Hernández. Ahora que soy viejo, por las virtudes que he conocido, lo llamo un hombre “fuera de serie”. Mi mamá se llamaba Anatolia Hernández Guadamuz. Fuimos solo dos hermanos varones, nada más, pues ella murió muy joven. Yo no recuerdo nada de ella, porque yo tenía dos años cuando ella murió.

Mi hermano se llama Rafael. El es un cazador al que admiré siempre porque incluso me superaba en cuanto a orientación en la montaña. Siempre lamenté que nunca quisiera trabajar en Parques Nacionales.

Nosotros nos fuimos para Bataan, por Manila.

Allá papá trabajaba en

plantaciones de abacá, que es una planta similar al banano, oriunda talvez de Filipinas. Después, ya un poquito más grandes, nos fuimos para Línea Vieja y África. Línea Vieja era la región entre Siquirres y Guápiles, por donde pasaba el ferrocarril, que era la única vía de comunicación con el resto de la provincia y el país. África era un pueblito en esa región, contiguo a Guácimo.

Allí hice la

primaria. Yo solo llegué hasta el sexto grado. 1. Vida laboral del cazador

1

Testimonio basado en una entrevista a profundidad realizada por Emilio Vargas-Mena, los días 12,19 y 26 de junio, y el 29 de julio del 2007, en el jardín botánico Nectandra, en Balsa de San Ramón de Alajuela.

Ya de la edad de trece años llegamos a Roxana, en Pococí. Yo ya era un adolescente. Fue cuando conseguí un trabajo con unos nicaragüenses. Yo les ayudaba en pequeñas y fáciles labores, como limpiar sembradíos de maíz. Pero era una relación casi familiar, porque eran familias muy amigas. Con la ventaja, desde mi punto de vista, que ellos eran muy cazadores, tenían perros de cacería, y yo quería aprender eso. Incluso eran muy pocos los colones que ganaba trabajando para ellos. Me trataban como de la familia, no era mucho lo que ganaba, era algo casi simbólico. Yo todavía estaba con mi papá, pero a una distancia más o menos de tres horas. Yo me iba con Rafael, mi hermano, a trabajar toda la semana y luego regresaba donde papá unos días, y después me iba otra vez. Mi hermano es solo un año menor que yo.

Después de ese trabajo, ya talvez de unos diecisiete años, comencé a trabajar en labras de madera. Labrador de madera es un término que ahora mucha gente desconoce. Conocí también a unos nicaragüenses y trabajábamos en eso muy cerca del Parque Nacional Tortuguero. La madera que cortábamos era básicamente laurel y cedro. Pero eran cedros tan inmensos que la orden que teníamos era que la primera y segunda tucas había que dejarlas botadas, porque eran muy gigantescas y eran muy pesadas para el arrastre de los bueyes. Imaginemos el desperdicio de madera, de madera de calidad, que quedó botada en esos lugares.

Era un procedimiento muy sencillo.

A uno lo contrataban como labrador y

entonces uno se llevaba a la montaña un hacha, un cuchillo, una cuerda para hilar y un rifle. El rifle era casi una herramienta. Se trabajaba en parejas. Las montañas donde íbamos a trabajar eran inmensas, parecidas al África en cuanto a la abundancia de animales. Eso mucha gente no lo puede calcular. Nosotros nos metíamos diez o quince días, o hasta un mes, a la montaña, y ahí estábamos, cazando y trabajando. Cazando para comer y no había necesidad de sacar un día para cazar, era tal la abundancia de los animales. Ya en el viaje hasta el sitio de trabajo uno cazaba algún animal.

No hay nada escrito, en detalle, sobre cómo era la vida de un hachero. No se conoce el vocabulario que tenía, cosa culturalmente importantísima que creo que se va a perder. El vocabulario es importante porque el idioma sirve para identificar a una cultura o a una época de esa cultura. Yo talvez trabajé como labrador de madera unos diez años. Rafael también fue labrador, pero no tan aventurero como yo. El fue más que todo agricultor.

En cacería sí fuimos

parecidos, pero la finalidad talvez diferente.

Después de labrador fui trabajador bananero, trabajé en las plantaciones como palero.

Hacía los drenajes para secar los terrenos.

Trabajé en Roxana y

Cariari, en diferentes fincas bananeras. Y también, la última vez que trabajé en banano, fue en la zona Sur, talvez durante unos dos años, en las compañías nacionales.

Allí fue donde terminé de trabajar como peón bananero.

Sé lo

que ecológicamente significa la plantación bananera. Conozco las virtudes y defectos que tiene. Conocí mucho de eso.

En la época en que fui peón bananero también fui cazador, pero deportivo o por afición. Pero hubo un capítulo que quedó allí encerrado. Porque antes de ser propiamente un peón bananero, también trabajé como cazador. Mi labor era conseguir carne todos los días para determinado campamento de trabajadores bananeros. Yo tenía que conseguir la carne que los trabajador es consumían. No había carretera, eran condiciones muy elementales. Entonces el contratista buscaba alguien exclusivamente para eso: para cazar.

Después de las bananeras ya pasé a trabajar como guardaparque. Eso fue a finales de 1977, y fue cuando ya me retiré de la cacería. Yo entonces no volví a cazar desde ese momento, cuando tenía 33 años. Mi carrera de cazador en todos esos años hasta que empecé a trabajar en parques siempre fue allá, en la zona Atlántica, a excepción de la cacería de chanchos en la Isla del Coco, pero ya con propósitos diferentes. En la isla llegué a cazar cincuenta y cuatro chanchos en aproximadamente dos meses.

Se trató de una prueba para

demostrar que estos animales podían ser exterminados con los métodos tradicionales de caza, haciendo innecesaria la introducción de un virus en la

isla para matarlos, que era lo que recomendaban algunas personas. Eso lo contaré más adelante.

Pero luego renuncié a Parques cuando hubo una movilidad. Yo renuncié muy amargado de cosas que allí pasaban. Entonces volví un tiempo a trabajar en la bananera, en Osa, otra vez como palero. Allí duré poco, talvez dos años, y entonces me pasé a trabajar en una empresa turística en Golfo Dulce, donde duré un año. Y ya después empecé a trabajar aquí, en Nectandra, donde he tenido más estabilidad. Ya tengo unos seis años de trabajar aquí.

Yo soy casado, varias veces, ¡y quiero seguir casándome! La primera vez me casé con Elizabeth Morales, cuando tenía 23 años, en 1967. En ese primer matrimonio tuve seis hijos, dos hombres y cuatro mujeres. Ya están todos grandes.

En el segundo matrimonio tengo dos varones y una mujer.

Mi

esposa es María Alemán Valencia y, cosa folclórica, ¡estamos recién casados! Nos casamos hace unos tres años, pero ya teníamos unos dieciséis de vivir juntos. Nos casamos hasta que ya vimos que las cosas iban bien. Eso yo le aconsejo a la gente: nada de embarcarse a primera vista.

Yo solo una vez tuve una tierra por el lado de Cariari. Pero era muy difícil, porque el terreno estaba muy lejos de la familia y tenía que estar trasladándome mucho. Entonces me deshice del terreno.

En los veinte años que yo fui cazador hubo diferencias a lo largo del tiempo. Primero, ya cuando fui cazador y salía solo, solo cazaba saíno, tepezcuintle y venado, pero prefería el venado blanco que era la cacería más dura. Cazaba constantemente.

Después comencé a trabajar con un maderero y ya ahí la cacería mía declinó un poco, aunque siempre cazaba. Allí cazaba chancho de monte, venado, cabro y tepezcuintle. La cacería nocturna la hice a través de todo ese tiempo. Como bananero, ya trabajando como peón, la actividad bajó mucho porque yo tenía que ir a cazar muy largo y solamente los días libres. Entonces ya eran menos los días que podía cazar.

Recuerdo que en la cacería de venado a veces íbamos hasta seis cazadores, pero yo me acostumbré, hasta donde yo pude, a cazar solo, que es más difícil, más difícil. Yo siempre fui solitario en la montaña. Pero una finalidad era que entonces había más carne. Me gustaba darle carne al perro. Cazando en solitario había más carne.

Otra cosa que tiene el cazador es que le gusta demostrar sus habilidades. Es hombre potente, es muy autosuficiente, tiene todos los complejos del machismo.

Todo eso me indujo a querer cazar solo.

Muchas veces tuve

compañeros de cacería, pero solo ocasionalmente. Lo más que tuve fueron dos compañeros, nunca cacé en cuadrilla.

Para cazar chancho de monte,

venado, e incluso tepezcuintle, se necesita generalmente más de un cazador. El tepezcuintle, cuando se mete a la poza hay que buscarlo entre dos. Pero yo casi siempre anduve cazando solo

2. El aprendizaje del cazador

En mi familia no había cazadores.

Incluso mi padre decía que la cacería era

una cosa donde se buscaba lo que uno no ha perdido. Con eso talvez quería decir que era una cosa que no tenía sentido, o quizás que era una pérdida de tiempo.

Pero creo que no había en esa manifestación ninguna inquietud de

crítica ecológica, porque nadie la tenía en esa época.

Yo recuerdo haber comido mucha carne de monte cuando era niño. En mi casa, con mi papá, casi no comíamos esa carne. Pero nosotros en esa época éramos miembros de una iglesia evangélica y los nicaragüenses, esos amigos de la familia mía, eran cazadores y eran evangélicos. Entonces nosotros los visitábamos mucho a ellos y allí todo el tiempo había carne de monte.

Ir a la casa de los nicaragüenses, cuando yo era niño, era un acontecimiento único. Socialmente era importantísimo, se salía uno de la rutina y era una fantasía para nosotros en esa edad. En las gentes de ese tiempo y de esos lugares no había mucho protocolo, las cosas se hacían así, como rutina, pero

para mí era algo muy bonito.

Ahí empecé a comer carne de tepezcuintle, de

saíno, venado, chancho de monte…

Era una cosa que en ese tiempo se

justificaba porque había mucha pobreza y escasez de dinero.

La señora le decía al marido: - Ernesto, se acabó la carne. Como decir ahora, que la señora le diga al marido: - no hay arroz, no hay frijoles, no hay harina… Entonces Ernesto decía: - mañana voy de cacería. Era algo propio de la vida de ellos, de la comida de todos los días y todas las semanas.

Se iban con los perros por ahí cerca y regresaban con dos tepezcuintles y un saíno. También había arroz y maíz, frijoles no, porque llovía mucho y eso no permitía su cultivo, y había además verduras, y con eso se mantenía la familia. Así era en ese pueblito de nicaragüenses. después sí, pero no lo recuerdo.

Cuando eso no tenía nombre,

Ese pueblito se formó a base de

nicaragüenses que vinieron sacando hule. “Huleros”, se llamaban. Cuando la actividad del hule se acabó, ellos quedaron ahí como agricultores.

Al principio yo no tenía preferencia por ninguna de esas carnes. Ya después sí, aprendí la diferencia en cuanto a sabor y de qué manera sabía mejor la carne de monte. El tepezcuintle, y todavía creo eso, es el animal de la carne más sabrosa.

Estando con ellos yo miré todo eso. Cómo llegaban a la casa con los animales cazados y cómo los preparaban para cocinarlos.

Tengo la certeza que el

cazador no le enseña nada al niño, de acuerdo a lo que significa la palabra “enseñar”. Uno es el que aprende viendo, escuchando. Si uno tiene interés por aprender, uno entonces tiene la mente muy abierta y todo lo va captando.

Eso, aparte de que uno llega a idealizar al cazador. El cazador es el héroe para el niño, el “Tarzán de la Selva”. El niño entonces se pone ansioso por repetir lo que el cazador hace. Entonces escucha con cuidado lo que se habla sobre tácticas de los cazadores, estrategias del animal para defenderse, cómo actúan los perros y sus características, y otro montón de cosas que son parte de la cacería.

Los niños teníamos flechas con ligas para jugar. También había aquella flecha de arco que se hacía con las varillas de un paraguas viejo. Esos eran los únicos juegos que yo recuerdo que tenían que ver con la cacería. Creo que con la flecha del arco una vez maté una garza. Pero era muy poco lo que jugábamos con eso. Era peligroso para uno, para los niños, así nos decían los grandes. No decían que fuera malo para el animal, sino para uno.

Las niñas no tenían esos juegos.

Había una marcada diferencia entre los

juegos de los niños y de las niñas. La gente era más conservadora antes que ahora.

El perro de cacería es el perro más apacible que hay.

Es como una

contradicción, porque es un perro muy violento en la actividad de caza. En su mayoría son perros muy mansos, aunque salen excepciones. Los niños en las casas también jugábamos con ellos, en especial con los cachorros que también estaban en formación para aprender a cazar. Había como una mayor afinidad entre el cachorro y el niño para efectos del juego, pues los dos estaban aprendiendo lo mismo. El perro adulto era más tranquilo, más apartado.

Un detalle para conocer la personalidad de un perro de cacería es que hay perros que mueren en la actividad de caza, los mata un animal, porque tienen una temeridad absoluta en la cacería.

Yo llegué a tener un perro de cacería

que un tepezcuintle pequeñito en la casa lo levantaba de donde estaba. El perro se acostumbraba a verlo y no le hacía nada. Más bien se da el caso de un perro que está descansando aquí y un tepezcuintle, otro animalito llega y el perro abandona el lugar. No sé por qué será que lo hace. Pero en ese caso pareciera que el otro animal tiene más poder o infunde más temor que el mismo perro. Cosas curiosas.

A la edad de los trece años me entusiasmé, pero tremendamente, mucho, mucho, en aprender a cazar, porque estando muy pequeño ya había visto que los hombres, los cazadores, tenían una enorme habilidad para disparar con armas de fuego. Los perros de cacería eran muy bonitos, orejones, y había un

beneficio directo que se sacaba, que era comer carne muy rica.

Pero sobre

todo el admirar a los hombres, a los mayores cazadores, creo que ese fue el factor predominante que me indujo a eso.

Hubo dos nicaragüenses a los que yo admiré cuando era niño.

Uno era

Ernesto Blanco y el otro Diego Ruiz. Ellos tenían talvez treinta o más años. Eran relativamente jóvenes.

Las razones por las que admiré a estos dos

señores eran estas: Ernesto tenía una capacidad que yo nunca tuve, él se podía orientar en la montaña de noche. Eso es tremendamente difícil. Y el otro, Diego, tenía la habilidad de disparar en la noche usando el foco en la mano izquierda, la mano de apoyo. Eso nunca lo miré en ningún cazador en Costa Rica. Yo aprendí a cazar de noche como Diego. Eso tiene un montón de ventajas. Por esas razones fue que admiré mucho a esos dos señores.

Estos señores, antes de llevarme a la cacería, nunca me dieron ninguna explicación. Recuerdo una de las primeras veces que me llevaron de cacería. Fue una noche que quisimos matar un tepezcuintle en un comedero. Había mucho tigre. Sigue siendo mi lenguaje, quiero decir jaguar. Yo iba solamente por acompañarlos. No iba a cazar, no tenía armas ni sabía disparar. Yo me quedaba metido en una gamba de un árbol, Ernesto en la otra gamba del mismo árbol. Había un silencio y oscuridad total y como había tigre a mí me daba aquello mucho miedo. El miedo desaparecía y la emoción me llegaba en el momento en que yo miraba que la luz del foco de Ernesto se encendía.

Para encandilar, la noche tiene que ser muy oscura. Cuando yo miraba la luz y veía que Ernesto ya iba saliendo a caminar alrededor del árbol a buscar al tepezcuintle, la emoción era grande porque era un cazador muy certero al disparar. Cuando el se paraba yo hacía lo mismo. Ese era un momento de clímax para mí, cuando él agarraba el arma y se aprestaba a disparar.

Hubo

un momento en que él levantaba el arma, parecía que iba a disparar, pero no lo hacía.

Bajaba el rifle, daba unos pasos, y lo levantaba otra vez, pero no

disparaba. Era seguro que se trataba de uno de esos animales que llamaban “matreros”.

Y en esa zozobra en que el corazón me sonaba muy duro, yo deseaba que disparara, pero no disparaba. Y comencé a sentir ganas de estornudar. Y me contenía y me contenía, inventaba cosas, tragaba saliva y cosas de esas y en una de esas estornudé. El animal salió huyendo. - Hay Manuel, ¡que torta se jaló!, dijo Ernesto. No había carne en la casa y esa noche el hombre no pudo matar nada. Nunca se me olvidó eso. Ahora suena divertido pero recuerdo que me dio mucha vergüenza en aquel momento.

En la noche no iban los perros, porque cuando se va a encandilar no se llevan los perros.

La hora depende del estado de la luna. Se puede ir a cualquier

hora siempre y cuando la luna no esté alumbrando. Si la luna se pone a las doce de la noche, entonces a esa hora es que uno puede salir a buscar el tepezcuintle. Si se caza un animal y todavía se puede seguir cazando, uno se quedaba buscando a otro animal, no regresaba a la casa con solo uno.

Nosotros sabíamos que había mucho tigre porque se veían las huellas por todo lado.

Los nicaragüenses tenían dos, tres o cuatro hectáreas de potrero.

Cuando veían a las vacas nerviosas, tensas, que corrían y se reunían todas en un extremo podían ser dos cosas: o los chanchos de monte o el tigre. En esa época la población de animales silvestres era demasiado grande y el tigre no necesitaba alimentarse con ganado.

Ernesto usaba escopeta y Diego tenía un balaú. Yo después me acostumbré solo al balaú. En esos primeros eventos de cacería en que participé no era necesario desplazarse a lugares distantes.

Aunque ocasionalmente sí se

hacía. Tratándose de cazar chanchos, teníamos que caminar unos cuarenta y cinco minutos para llegar al sitio. El caserío de los nicaragüenses, con tres o cuatro ranchos, estaba totalmente enclavado en la montaña.

Había cacería nocturna, generalmente sin perros y había también cacería diurna, con perros o sin ellos.

Últimamente en la zona sur yo miré que

cazaban de noche con perros, pero en el Atlántico eso nunca lo ví.

Antes de empezar a cazar con el balaú, yo acompañé muchas veces a Ernesto y a Diego, talvez unas quince, veinte o veinticinco veces, o talvez más. A veces estábamos en la casa, donde los nicas y nos íbamos a buscar saínos. Un saíno, cuando va huyendo, busca un árbol caído o un árbol parado pero que tenga muchas cuevas en las raíces. Yo me acuerdo que yo corría jalando cosas y tucos - y tranque aquí, tranque allá –me decían- y yo corría tapando otras posibles salidas de escape. Y ya cuando le tapábamos todas las salidas había que planear cómo íbamos a sacar al animal de donde había quedado atrapado.

Esas eran experiencias que nadie puede comprender, solo uno cuando está en esa etapa de aprendizaje.

Era realmente emocionante.

Uno no haya que

hacer, uno hace lo que el otro le dice que haga. ¡Y el miedo que a mí me inspiraba el saíno! Porque son muy bravos cuando están acosados. Eso con los saínos lo miré varias veces cuando salíamos de día con los perros. Yo he mirado literatura que habla de la actividad nocturna de los saínos, pero yo nunca los miré de noche.

En otras experiencias previas, antes de ser cazador, también recuerdo que andando con Ernesto, buscando chanchos de monte, no me separaba ni un metro de él. Yo les tenía mucho miedo. Realmente es impresionante ver una manada de cien chanchos en estado de agresividad.

Realmente son muy

peligrosos, muy peligrosos.

Otras veces, cazando tepezcuintles, Ernesto me indicaba que él se quería separar de mí y entonces me decía: - súbase en este árbol, no se baje de ahí hasta que yo vuelva.

Y ya no se veía él. Yo me quedaba solo en el árbol. A

veces cinco minutos, lo más unos diez.

Toda la actividad se realizaba

alrededor de un árbol, que era el comedero del animal. Los cazadores hacían con un machete lo que se llama un piquete, rodeando al árbol. Ese piquete se hacía antes de que el árbol empezara a botar la fruta.

Uno regresaba varios

días después cuando el animal ya estaba familiarizado con el cambio que representaba el piquete. El objetivo era recorrer el piquete, desplazarse más rápido, sin hacer el mínimo ruido, para localizar al animal y matarlo. Yo tenía

foco pero no podía encenderlo porque podía estorbar. Ese animal es muy arisco y entonces no había que prender el foco.

Los chanchos se cazaban sin perros. La mayor parte de los perros, cuando sienten el “tufo” de los chanchos, huyen o se le meten a uno entre las piernas y hasta se orinan. El chancho inspira un miedo terrible al perro. Entonces es raro encontrar un perro que siga a los chanchos. Pero sí hay, claro que hay.

Cuando los chanchos sienten la presencia de cazadores, generalmente huyen. Pero si encuentran un charral, ellos se reúnen o agrupan ahí. Es en estas ocasiones donde son verdaderamente agresivos. Pues bien, si los cazadores son dos, al llegar al charral donde están los chanchos, comenzarán a hacer una picada dentro del charrral en forma circular para encerrar la manada, talvez a unos veinticinco o treinta metros de donde ellos se encuentran. Los dos cazadores saldrán en direcciones opuestas, trabajando con el machete, hasta encontrarse otra vez. Cuando la picada está terminada, se planea la manera de matarlos. Los dos hombres se colocarán en forma opuesta, quedando los chanchos en medio de los dos. Por alguna desconocida razón, al huir estos animales, ellos respetarán la mencionada picada y regresarán al centro del charral. Es de esta manera que antiguamente se hacían grandes matanzas de chanchos.

Este procedimiento era de conocimiento general e indiscutible, y practicado por todo cazador de chanchos.

La cuestión ahora es saber si los chanchos

actuarán igual siendo grupos tan pequeños.

Esas fueron experiencias muy, muy bonitas para mí. El chancho tiene esa particularidad. La ventaja y desventaja es que cuando se ven acosados en manadas grandes, ellos se refugian en un lugar donde la vegetación sea densa. Todos se meten en lo que llamamos charral. En montañas muy limpias como Tortuguero o Corcovado el chancho generalmente huye. Pero cuando ellos encuentran un charral, ahí se esconden y ahí es donde los cazadores hacen verdaderas masacres de chanchos. Ahí matan y matan y matan… un

cazador por aquí y otro por allá… uno dispara y la manada corre para allá, y entonces el otro los está esperando y hace una matancina…

La cacería que yo preferí fue la del venado blanco.

En esas etapas de

aprendizaje yo salía con estos señores sin rifle pero ellos me explicaban lo relacionado con ese animal.

Dónde estaban los comederos y qué comía.

Había una planta, la paira, que al venado le gustaba mucho.

El nombre

científico es Meranthera nivea, si acaso no estoy equivocado. En la cacería de venado siempre hay varias personas.

Es una cacería muy difícil.

Los

cazadores se ubicaban estratégicamente por donde el animal iba a pasar ya cuando el perro empezara a perseguirlo.

Y a mi me decían: -lleve los perros

allá adentro, donde supuestamente está el venado. Entonces yo los llevaba, aunque los perros no tienen mucha necesidad de que los lleven porque tienen ese instinto, yo me iba metiendo entre ese charral. Yo no manejaba un rifle, ni sabía nada, pero yo me consideraba importantísimo porque me tocaba llevar los perros. Yo me sentía muy contento. Así iba aprendiendo. Llegaba al sitio y ahí soltaba los perros.

Otra cosa importantísima es cuando a uno lo ponían a jalar un animal.

Un

tepezcuintle, un saíno, un cabro…-un venado no, porque pesa mucho-. Esas son experiencias únicas, únicas, únicas!

Solamente el cazador puede valorar

esos detalles. La sensación que experimenta un cazador, un niño cazador, cuando carga un animal de estos, cuando llega a la casa todo lleno de sangre, lleno de barro, todo sucio, es un hecho único, incomparable, se siente uno muy gallo, realizado.

Leí una vez a un cazador, que no era tico, que decía que el cazador es un hombre acomplejado, y agregaba, ¿quién no tiene complejos?.

En nuestra

sociedad, aquí en Costa Rica, que hay tanto machismo, el ideal del muchacho joven es ser hombre. Y lógicamente en ese momento en que uno carga un animal, con la camisa llena de sangre, uno ya casi es un hombre.

Yo preguntaba, preguntaba muchas cosas, sobre los perros, sobre los animales, sobre huellas… pero a ellos no les nacía explicarle a uno.

Si

hablaban era porque uno preguntaba. En ese tiempo en que yo aprendía, nosotros salíamos a cazar casi todas las semanas. Pero dependía del trabajo que había que hacer. Si había que trabajar en la cosecha del maíz entonc es era muy esporádico ir a cazar, porque no había tanto tiempo, solo los domingos.

Cuando no había mucha presión de trabajo entonces sí íbamos

varias veces por semana. También dependía de la cantidad de piezas que se cazaran.

Si un día se cazaban bastantes piezas la siguiente salida se

prolongaba más. Era algo circunstancial.

Yo entonces tenía tres razones principales para aprender a cazar. La primera: ser igual que el cazador. Yo quería ser el retrato fiel de ese hombre: valiente, audaz, ágil… La otra: escuchar el ladrido del perro. Y la tercera: comer carne.

Uno comienza a esa edad, cuando uno es adolescente y está aprendiendo a cazar, a darle forma a esa gran pasión que viene después. Pienso que esa gran afinidad y pasión por la cacería, como todo en la vida, es un proceso que comienza a formarse en el inconciente. Eso va avanzando así, hasta que uno ya se da cuenta que es cazador. A esa edad, cuando uno aprende, no es total la pasión que uno logra sentir por la cacería.

Eso va a venir después. Eso

llega a ser muy, muy importante.

Creo que esas experiencias de aprendizaje no se reflejaron en los sueños y pesadillas del niño que aprendía. Para mí todo alrededor de lo que aprendía era positivo. Talvez algo que yo sí resentía mucho y me producía amargura y tristeza en esa época era cuando un animal mataba un perro.

Eso sí me

producía mucha aflicción. Como contraste yo no sufría tanto cuando el perro era herido. Lo único negativo que yo miraba en esos inicios en la cacería era la muerte de un perro.

Cuando yo aprendía también había un hijo de los nicaragüenses que estaba aprendiendo y que luego fue un tremendo cazador. Era Julián Bravo Argueta. Los demás hijos estaban todavía muy pequeños. Y las otras eran muchachas. De esas familias solo ese muchacho se estaba haciendo cazador.

También

salíamos juntos de cacería. No había ninguna norma, iba el que quería ir. A

veces íbamos los dos, a veces solo uno. Rafael mi hermano, que era solo un año menor que yo, también estaba aprendiendo al mismo tiempo.

Los niños

más pequeños no los llevaban porque había peligros para ellos, como las culebras, y a veces había que correr mucho, mucho, detrás del animal y pasar por lugares espinosos. Es una actividad muy dura. Hasta que el niño ya tenga fortaleza física y muestre habilidad entonces se puede llevar para que empiece a aprender.

Talvez por el sentimiento maternal una madre estaría preocupada porque el niño se vaya para la montaña, pero talvez por esa inexpresividad a veces del campesino, nunca mostraron como mucho temor o preocupación.

Parecía

como indiferente que saliera uno niño con los hombres de cacería. Talvez, y de eso sí me acuerdo bien, a veces no querían que el muchacho saliera porque había otras cosas que hacer, como picar leña, o jalar alguna agua del río en baldes, o alguna otra labor propia de la edad. Rafael y yo no éramos hijos de ellos y no estábamos tan obligados a eso.

Los comentarios entre los que estábamos aprendiendo giraban mucho alrededor de los perros. Hablábamos mucho sobre huellas. “En aquel banco de arena miré una huella de tal animal”… de eso comentábamos entre la gente de la edad. Pero cosas más detalladas de lo que ocurría cuando íbamos a la montaña, de eso no recuerdo que habláramos mucho.

Había una gran armonía, unas relaciones muy bonitas entre las familias nicaragüenses. Al final, al que cazaba casi no le quedaba nada, toda la carne se repartía. Viera que extraño, esos señores nunca mataron una danta. Pero la razón es esta: no había necesidad.

La carne de danta, además, no es

buena, no es sabrosa, no tiene un buen sabor. Si hay disponible una serie de animales alrededor, de sabor más rico, ¿para qué matar una danta? Y nunca la maté yo tampoco. Y conste que es una cacería exageradamente fácil la de la danta.

3. El perro tiene un lenguaje que el cazador conoce

Nada emociona tanto a un cazador como escuchar el perro. Incluso a veces los perros se reconocen por el aullido que tienen, la forma de ladrar en la montaña. Yo escribí un artículo para Parques sobre esto de los ladridos del perro.

En alguna parte está ese artículo.

El concepto puede variar de

cazador a cazador. Yo pienso que no hay dos cazadores que opinen igual. Eso se da, y siempre ha sido así.

Bueno, primero, cuando un perro ladra metido en la montaña, usted sabe cuál es el perro que está ladrando. Dependiendo de eso usted sabe si la huella que encontró el perro es de tepezcuintle, o es de venado o de un felino. Eso ya comienza a uno a orientarlo. Si vamos tres o cuatro cazadores por la montaña, si vamos caminando y de pronto oímos el aullido del perro, se produce un freno casi sincronizado, todos nos paralizamos en ese instante, para ver por dónde está ladrando y cuál es el perro que ladra y de qué animal se trata, si un tepezcuintle, un cabro o un saíno… el perro tiene un lenguaje que el cazador conoce.

Además de la presa en perspectiva, el hecho aislado de oír el sonido del perro, eso provoca una enorme emoción. Es de los placeres que el cazador siente además de capturar a la presa. Esa emoción de oír a los perros, no lo puedo negar, todavía persiste en mí, después de 30 años de no ir a cazar. Incluso he querido comprar perros de cacería, pero ahora son muy caros, muy caros.

Ernesto y Diego, los dos nicaragüenses, tenían perros. Nosotros teníamos en ese tiempo, y todavía se acostumbra, lo que llamábamos el perro de raza: lógicamente orejón.

Hay varias razas de perros orejones, pero para nosotros

valía que tuvieran las orejas muy largas, con una constitución muy distinta a la de un saguate, con aullido y ladrido diferentes.

Si el perro tiene el hueso del cráneo un poco pronunciado, un poco salido, es más fino. Entre más redondo el cráneo es también fino, pero no tanto. Yo no sé hasta dónde sea eso cierto, pero en el caso mío yo siempre tuve perros de raza orejones y perros saguates.

Cada uno de ellos actúa diferente.

La

combinación de los dos es lo que uno trata de buscar. El que es fino, de raza,

orejón, es más caprichoso, tiene más carácter, puede pasar diez horas corriendo detrás de un venado o puede comenzar a las seis o las siete, y a las doce de la noche ese perro está todavía corriendo. Los perros de cacería que son finos, tienen esa virtud, pero son más lentos en correr, y tienen olfato para seguir el rastro. Las virtudes en resumen son: más capricho, más resistentes a la carrera, más finos de olfato. La debilidad es que son más lentos. El perro saguate es más veloz para correr pero tiene menos capricho. Son las reglas, pero hay excepciones. Esas son las características.

Los nicaragüenses tenían de las dos clases de perros, de raza y saguates. Tenían cuatro o cinco. Es uno de los contrasentidos, de las cosas en que los cazadores se equivocan. Se pretendía conseguir la carne para los hijos, ¿para qué entonces tantos perros? Entre más perros, más carne había que darles y menos carne quedaba para la alimentación de las personas. Yo me acuerdo que esos perros comían carne cruda y también se les daba otras cosas, como yuca, banano maduro -que los perros comían mucho- y sobros de comida. El cuero de los saínos y los chanchos de monte se ponía al fuego en un brasero para quemarle el pelo, luego se raspaba con un cuchillo, y esa era una comida super excelente para un perro. Se cocinaba con verduras y se hacía una olla de carne y quedaba suave para comerlo. Cualquiera le daba de comer al perro: el cazador, la señora o los niños.

El perro es un animal de presa, un carnívoro, pero también la carne cruda estimula mucho a ese perro.

Si uno tiene un perro que quiere que se haga

bien bueno, un cachorro, entonces cada vez que mate a un animal déle un poco de carne. Eso es uno de los secretos que los cazadores tienen.

Una de las razones -entre otras- por la que yo creo que ha fracasado el control de la cacería en los parques nacionales ha sido porque ocasionalmente han matado en ellos a los perros de cacería, y creo que aún continúan matándolos. Eso ha sido tremendamente negativo.

El perro de cacería es como un

miembro más de la familia. Las mujeres nunca han sido como muy amantes de los perros, pero en esas condiciones en que por medio del perro venía mucha carne a la casa, esas mujeres cuidaban mucho a esos perros.

Entonces

cuando se causa un daño a un perro de cacería se está maltratando a toda la familia. Ellos no entienden nada de ecología ni de biología. Ellos solo ven un animal que es importante para ellos y que les han hecho un daño al matarlo.

Un mismo perro tiene diferentes ladridos. Uno lo escucha y dice: -ahora está marcando, que es cuando el perro descubre la huella y empieza a seguirla, a rastrearla.

El perro todavía no ha visto al animal, lo que ha visto es la huella.

Puede ser una huella vieja o una fresca y el tono del ladrido va a variar según sea vieja o fresca. Uno sabe, por el ladrido, si la huella es de la noche anterior o de ahora en la mañanita. Cuando el perro se va aproximando más al animal el ladrido es entonces más alegre y más seguido.

Cuando ya encontró al

animal el ladrido cambia totalmente. Entonces ya el cazador corre… -¡ya, ya lo encontró!

El cazador va calculando, tomando posiciones cuando el ladrido va

cambiando y cuando ya el perro lo encontró o ya lo sacó al animal, entonces es cuando el cazador ya corre a un ritmo, a un paso rápido hacia el lugar, porque ya sabe que el perro va detrás del animal.

También cuando el perro está en planta o cuando tiene al animal encaramado. “Planta” llamábamos nosotros en el caso de un saíno o de un animal que está en tierra haciéndole frente al perro, y el perro lo tiene plantado, el animal está en planta. Todo eso que pasa, el cazador lo sabe por el tono del ladrido. O sea que escuchar al perro es también un gran atractivo para el cazador cuando sale de caza.

En el buen sentido de la palabra y con respeto para las damas, solamente lo que uno siente por las mujeres, la pasión, es comparable a esas emociones que despierta la cacería. Para mí no hay otra cosa comparable. Porque se da el caso de que uno pasa ocho o quince días trabajando como obrero bananero y el domingo, que es día de descanso, en lugar de descansar, está uno deseando que amanezca para irse a la montaña.

Tiene que significar mucho

la cacería en sí, para que uno, el único día de descanso lo tome para ir a trabajar más duro y sufrir un montón de inconvenientes. Y desde el punto de vista de la comparación que hice con las mujeres, es en el pleno respeto de la palabra y en el buen sentido.

El cazador siente tremendo afecto por un perro.

Pero en esta sociedad

machista al hombre no le gusta demostrar sus sentimientos.

Ha habido

crímenes donde un cazador mata a alguien que le hizo un daño a un perro. Una vez un gringo mató un perro en una finca y el cazador fue a buscarlo exclusivamente para matarlo y lo mató.

Eso da idea de cuánto quiere un

cazador a un perro.

El cazador sí acaricia al animal, sí le da carnes, pero es un cariño un poco extraño, pero indudable en la vida del cazador. Inclusive alguna gente se queja de que el cazador quiere más al perro que a la familia, que a la esposa o a los hijos. Yo recuerdo que yo llegué a dormir, en dos ocasiones, con un perro en la montaña dentro del mosquitero. Era una noche de lluvia, con mucho barro afuera, y yo dormí con un perro hediondo y sucio dentro del mosquitero. Ahí dormimos en un rancho improvisado sobre una cáscara de balsa. El cariño es innegable entre un cazador y un perro.

El desprecio con que algunos

ambientalistas consideran y tratan a los perros de cacería, ha sido un error que ha fomentado el odio del cazador hacia quienes promueven la conservación de la vida silvestre animal.

Los perros de los nicaragüenses sí tenían nombre. Yo creo que no hay perro en el mundo que no tenga nombre, a excepción de los perros de la calle. Recuerdo que tenían una perra fina, colorada, orejona, pero que tenía el rabo cortado.

Y el rabo también implica una destreza que tiene el perro en la

cacería. A esa perra la recuerdo perfectamente: colorada, orejona y chinga. Se llamaba “Loba”. Era una perra fina, pero muy vieja. Era la maestra y la más querida. En aquel tiempo era indiferente tener perras o perros.

Tuve un perro que se llamaba Temible, una perra que se llamaba Pantera, que la trajeron de Nicaragua cuando era cachorra, con orejas tan exageradamente largas que si tomaba leche y se iba caminando mojaba el piso con las orejas. Tuve otro que me lo mató un saíno y no me acuerdo como se llamaba. Y el último que tuve, de ese sí que me acuerdo, era “Dólar”, el mejor perro que yo he visto para tepezcuintle. Era tres cuartos de raza, con orejas desarrolladas,

pero no tan largas como otros, de apariencia muy bonito, pero ladraba horrible, ese era el defecto del último perrito que tuve. Muy bueno, fuera de serie para cazar tepezcuintles.

4. Las armas del cazador

No recuerdo la primera vez que me tocó a mí usar el rifle y tirar al animal. Pero en esas primeras veces yo solo cazaba tepezcuintles o venado. Lo que yo siempre preferí como cazador fue el venado blanco. Y se da la situación de que en el venado blanco casi siempre son dos o tres cazadores. Difícilmente podría entonces recordar cual fue el primer animal que yo cacé. Pero si puedo decir que lo hice en compañía de otro.

La primer arma que yo usé no era mía. Era prestada y pertenecía a esos nicaragüenses.

En ese tiempo la gente tenía conductas o prácticas muy

bonitas, era más sincera, había mucha amistad entre la gente.

Ellos me

prestaban la carabina, el balaú. No hace mucho ruido, tiene más alcance y no hace tanto daño al animal.

La escopeta, muy escandalosa, hace que los

animales huyan.

La diferencia es que la escopeta es para tirar a corta distancia y uno no necesita afinarse mucho. El balaú es para tirar a mayor distancia, el ruido es menor, y el daño en la presa también es menor. La escopeta caus a mucho destrozo en el animal, el ruido es mayor y espanta a los otros animales. El balaú es calibre 22 y la escopeta puede ser 14, 20 o 28.

Cuando uno va a comprar la munición uno dice que necesita tantos balines. En ese tiempo la gente compraba la munición, la pólvora, los cartuchos, y ellos mismos rellenaban los cartuchos.

Tres balines juntos debían caber en el

cartucho, pero sin que uno quedara montado sobre el otro. Los balines tipo 28 no servirían para un 20 ni para un 12, quedarían flotando. T enían que quedar completamente juntos. El 28 era preferible porque tenía más alcance.

Los cazadores son muy valientes, muy valientes.

Ellos solo llevaban a la

montaña el foco, el rifle y el cuchillo. Nada más. Era gente muy práctica.

A

algunos les gustaba la manga larga en la camisa, para defenderse de los zancudos.

Otros señores llevaban cigarros y fumaban mucho de noche. Y

decían, talvez como un pretexto, que era para correr la purruja y los zancudos.

Pero, ¿qué es valor?

He aprendido que un acto de valor es un acto que

produce un efecto positivo. Lo contrario podría ser un acto de sadismo que yo ahora considero que se da mucho en la cacería. Esto con respeto para los cazadores y para quienes no piensen igual.

Hay dos tipos de tiros, uno explosivo y otro liso. El explosivo hace un gran daño al salir, pero el liso no.

Yo siempre preferí el liso.

El liso tiene el

inconveniente de que si un animal es dañado en la panza, se ahoga y si uno no lo capturó él va a morir de todos modos. El daño que se puede derivar del uso de un balaú depende también de la mentalidad del cazador.

Por ejemplo, primero yo me acostumbré a disparar solamente cuando tenía el 90 y resto por ciento de seguridad de que lo mataba. Entonces a mí se me fueron muchos animales que yo no los tiraba. Segundo, hay que saber escoger muy bien donde va a tirarle uno. Hay cazadores que tiran a donde sea y eso es terrible, porque el animal huye herido y posiblemente se va a morir. Yo aprendí a tirar siempre al codillo, a la paleta del animal, donde ninguno se salva.

Yo recuerdo de mi carrera solo un chancho de monte y un venado que se me fueron. Incluso el venado tuvo que ver mucho con que yo cambiara de actitud. El chancho de monte cayó herido después de que disparé. Corrí a su lado y creí que estaba muerto. Lo dejé allí y seguí tras la manada. Cuando regresé, el animal no estaba, se había recuperado y había escapado, pero indudablemente pronto habría de morir.

El venado, ese sí me dolió y cada

vez que me acuerdo me maltrata bastante. El venado se fue herido y esa es una historia aparte.

En mi carrera, que yo recuerde, esos fueron los dos únicos animales que se me fueron heridos.

El balaú no es aconsejable para la cacería de animales

grandes. A no ser que el cazador sea muy experimentado, que controle sus emociones, o sea, que no haga loco.

Yo conocí muchos cazadores,

muchísimos, que no capturaron al animal herido y después se veían los zopilotes por allá. Es muy triste eso, muy triste.

El rifle que usé siempre fue el mismo, balaú, calibre 22. Practiqué la caza diurna con perros y sin perros y también la caza nocturna. Trampas nunca utilicé. Recuerdo que en la Patagonia argentina había una tribu indígena que para ellos era odiable el uso de las trampas, para ellos un buen cazador tenía que cazar a base de habilidad y no de trampas.

Talvez por eso yo,

inconcientemente, nunca usé trampas. Pero también hubo mucha cantidad de animales y no había necesidad de usar trampas.

Los métodos que utilicé

pienso que eran muy buenos, muy efectivos.

5. El labrador de madera y cazador

Era algo muy simple. Un empresario maderero llegaba y me contrataba como labrador. Decía el sitio donde estaba la madera. En este caso eran lugares que actualmente son plantaciones bananeras en Cariari de Pococí. compraba la mercadería afuera e ingresaba a esos lugares.

Uno

Eran montañas

inmensas, bosques inmensos, no habían fincas dentro de esos bosques, había solamente animales.

Eran baldíos que algún maderero tomaba en concesión. Uno entraba y se establecía en un rancho y ya empezaba uno a baquear la madera. Baqueano es un hombre que conoce toda la montaña. Baquear es buscar. Entonces uno el primer día se dedicaba a esa labor. Uno buscaba y dejaba piquetes, que eran como señales. Uno encontraba un árbol grande y entonces ahí dejaba unas marcas. Continuaba, encontraba una burra, una mancha de laureles o cedros. Eso duraba un día o dos. Luego ya se dedicaba uno al trabajo de corta y preparación de la madera. En esa actividad del día veía uno un montón de pavas, pavones, saínos y mucho chancho de monte, cabro también.

Entonces era una cosa muy simple. Ya uno sabía qué animales había donde le había tocado trabajar. Había un dato adicional que era que el cazador puede andar en otra actividad pero siempre tiene una actitud como de actividad de caza. O sea, si el cazador anda en la montaña buscando madera siempre anda buscando animales, siempre anda buscando huellas, siempre trata de escuchar sonidos, todo lo relacionado con la cacería. Uno no anda cazando, anda trabajando, pero los sentidos siempre están dispuestos para captar cualquier señal que implique a los animales.

En mi vida actual yo actúo igual.

Yo salgo de la casa y siempre estoy

buscando huellas, senderos de animales, captando sonidos, observando cuevas, siempre es igual.

Eso penetra en la mentalidad de uno. De esa

manera, en la labor diaria, uno estaba siempre dispuesto a cazar cuando apareciera el animal. Por eso el rifle era tan importante como el hacha cuando iba uno a labrar madera. Todo labrador andaba también su rifle.

Esa cacería no era cosa que se planificara.

Nosotros para cazar no

esperábamos que la carne se terminara. Cuando ya era muy poca la carne que había, entonces uno decía: -mañana voy a ver qué animal voy a tirar. Éramos dos o tres labradores trabajando juntos. El chancho de monte era la presa que podía durar más.

Nunca cazábamos más de un animal, por

pequeño que fuera, porque había muchos animales y la posibilidad de cazar estaba todos los días. No era necesario guardar mucha carne.

Yo llegué a calcular mucho el peso de un animal cuando me contrataron como cazador y tenía que cazar todos los días y vender la carne a colón por libra. Para un tepezcuintle recuerdo un promedio de 15 libras, talvez alguno pesó 20. Para un saíno creo que el promedio andaba en 25-30 libras.

Ese mismo

promedio era también del cabro. El chancho de monte y el venado blanco andaban por 45 libras, en promedio. Solamente carne, desechando lo demás. Entonces el cariblanco o chancho de monte era el que más carne producía. Si uno cazaba un chancho o dos, entonces había carne para muchos días.

Una cosa que tiene el cazador es que es muy hábil para preparar carne. Hay que secarla y ahumarla para que dure indefinidamente. Un kilo de carne fresca va a perder gran cantidad de agua después de que se seca. Aparte de que el sabor mejora cuando la carne se seca.

El secado de la carne es un procedimiento muy generalizado, pero yo le hice una variante.

Se hace un tapezco -que es una palabra que aprendí de mis

amigos nicaragüenses-, se ponen cuatro estacas de unos noventa centímetros de alto, con dos largueros y luego muchas reglitas separadas. Allí se coloca la carne del animal destazado. Se prende el fuego debajo del tapezco para tener un brasero a todo lo largo.

Luego se le ponen hojas encima a la carne,

platanilla, banano, cualquier hoja grande que haya… para encerrar el calor y que no escape. Esa es la manera tradicional.

Pero yo hice otra variante.

Colocaba el tapezco tomando en cuenta la

dirección en que el viento corría.

Cerraba tres costados con hojas.

Eso

permite que el calor que se está generando no escape, está totalmente encerrado. Si uno se asoma ahí, casi no resiste el calor. Cuando la carne se secaba de esa forma, tenía un resultado excelente. Con otro detalle: le echaba la sal solo para darle sabor.

También le echábamos comino y pimienta.

Nosotros llevábamos chile picante y limón ácido a la montaña, para posibles malestares. La carne con eso era más digerible.

Los cazadores en general

creen que echándole mucha sal a la carne se conserva mejor. Pero las carnes con mucha sal no me gustaban mucho. Yo le echaba solo la cantidad justa para darle el sabor. Esa era más o menos la forma de secar cualquier carne en la montaña.

El hueso es increíblemente rico para comer. Los huesos se picaban bien para que el calor penetrara bien adentro.

Cuando el hueso no se picaba bien,

quedaba seco por fuera pero por dentro no.

Las costillas, las patas, el

espinazo se sacaban, se salaban y era algo excelente. utilizábamos casi todo el animal.

Prácticamente

Y definitivamente el hueso tiene muchas

proteínas y otras cosas que son muy, muy alimenticias.

Casi nunca se

desechaba nada.

Las tripas a veces, pero era que se las dábamos a los

perros.

El cuero del venado sí se botaba. El del saíno y del chancho servía para darle de comer a los perros, pero si ya tenían suficiente comida entonces se botaba. Si se les daba a los perros se hacía una fogata, se le quemaba el pelo, se raspaba y cocinaba y eso era calidad.

Hasta uno podía comerlo, si era

necesario. Las cabezas se picaban, se les sacaban los sesos y se les daba a los perros. La lengua y otras partes de la cabeza, todo se podía cocinar en una sopa.

Casi absolutamente toda la carne iba para el tapezco y ahí se secaba. Nosotros casi nunca usábamos carne fresca para comer. A mí me parece que la carne fresca del animal silvestre no es muy buena, a excepción del tepezcuintle que fresco o salado es muy bueno. A mí el saíno no me gustaba, pero si no había otra carne lo comía. La carne fresca del chancho de monte es un poco mejor que la del saíno. Nosotros comíamos carne fresca solamente si no teníamos carne seca.

Nosotros siempre teníamos sobre el fogón un humero para la carne seca. Hay dos largueros sobre el fogón y ahí se pone la leña para que si está verde que se seque, o si no, para que se mantenga excelente. El humero de nosotros en la montaña no era para leña sino para poner la carne. Ahí se mantenía. Para comer, dependiendo de la premura del tiempo, uno bajaba el pedacito de carne del humero y se lo llevaba.

O, si teníamos tiempo, lo bajábamos y lo

calentábamos en un comal.

En trabajos madereros la carne casi siempre se comía sola, porque estábamos en la montaña, talvez a cinco horas de un pueblo. Pero a veces llevábamos un par de manos de banano y era una delicia un pedazo de carne de tepezcuintle o de chancho de monte con banano.

Y recuerdo que cuando íbamos a

trabajar, el almuerzo que llevábamos era una simpleza pero de calidad: un pedazo de carne seca, ese era el almuerzo. Teníamos calabazos para jalar el agua.

En ese tiempo no existían los galones plásticos.

En la actividad

maderera uno solo comía dos veces al día: a las seis de la mañana y a las cinco de la tarde. En el transcurso del día uno está en la montaña, trabajando. Entonces solo preparábamos alimento en la mañana y en la tarde.

Recuerdo de un lugar que llamaban El Palmar, donde había un rancho hecho por cazadores. Pero era tan lejos, tan lejos, que a veces se tardaban seis meses para que llegara un cazador ahí. El rancho se construyó por varios señores.

Alguien llevó semillas de malanga, unas semillitas pequeñas de

plátano y de banano, y unos palitos de yuca. Talvez no solo una persona, sino varias, fueron las que llevaron las semillas. Eso lo sembraron a la orilla del rancho y con el tiempo ya había malanga, yuca y plátano. Y se estableció entonces como una regla, que era que cada cazador que llegara allá podía coger lo que hubiera, pero tenía que limpiarlo y volver a sembrar para que siempre hubiera bastimento, que es como lo llaman los nicas. ¡Me dan ganas de volver a esa época!

Si un día cazábamos y llegábamos a las seis de la tarde, ya a las siete la carne del animal empezaba a secarse en el tapezco, si el tapezco ya estaba hecho. Era un trabajo rápido.

La duración del secado de la carne depende de la

potencia del fuego, que no debe tener llamas sino solamente brasas. En un tapezco como el que yo hacía, cerrado por tres costados, el tiempo que tomaba secar la carne era menor. Si era un tapezco abierto, entonces duraba más. Yo pienso que la carne puede durar unas cuatro o cinco horas secándose. Usted pone la carne y después de cierto tiempo tiene que quitar las hojas que están cubriéndola para darle vuelta, pues una cosa interesante es que la carne casi se seca mejor por encima que por debajo. Después que uno le daba vuelta había que taparla de nuevo.

Yo fui labrador de madera antes y después de casarme. Cuando se acercaba la fecha de salida entonces los días previos sí tratábamos de matar más animales para llevar carne a la casa.

Nosotros cazábamos el animal que

apareciera, no buscábamos ninguno en particular. Los sitios que uno escogía para cazar dependían del animal que quería cazar. Si era venado entonces iba a los charrales y no a la montaña.

Si era

tepezcuintle entonces buscaba las orillas de los ríos, los charcos o los charrales y la montaña abierta, y si eran cabros entonces buscaba la montaña abierta, pero dentro de la montaña, en los lugares donde hay charrales, ahí es donde está el cabro. Más o menos así eran los sitios que yo buscaba. Seguro hubo selecciones como inconcientemente, ni siquiera pensaba uno mucho el día anterior dónde iba uno a cazar. Es como cuando sale uno de la casa: uno sabe donde va, pero no piensa mucho en eso.

Yo maté más saínos y

tepezcuintles, que venados, pero el venado era el que me daba más emoción cazarlo.

6. Cazador por contrato: a colón la libra, todo el año.

En dos o tres oportunidades trabajé como cazador.

Cada oportunidad fue

talvez un año, algo así. Pero insisto en esta idea no por vanidad, sino para explicar mejor: tengo la impresión de que mis métodos fueron muy efectivos en la cacería.

Lo que quiere decir que la experiencia que adquirí me sirvió

posteriormente, ya trabajando como guardaparque.

Yo hacía cosas que no

gozaban de la aprobación de otros guardaparques o superiores, pero tenían lógica y eran efectivas.

Antes de contratarme a mí como cazador, la compañía bananera contrató a mi hermano Rafael. El era un excelente cazador. Y contrataron también a un amigo, un finado, un hombre, calidad de persona, pero que se distinguía por un valor a toda prueba.

Lo recuerdo solamente por Pepe,

Pepe Avilés.

Entonces los contrataron a los dos y se fueron para equis compañía a trabajar.

El cazador se hacía un tipo tan popular que en ese ambiente era la figura estelar. Pero no era por las habilidades que tenía, no, no. Sino que era porque se comía tan mal, tan mal... Porque imagínese que aquí donde estamos, que hasta aquí llegue la carretera y que uno tenga que ir a trabajar siete u ocho horas ahí para adentro. Allá entonces no había mucha comida. No había bestias y toda la mercadería había que meterla a la espalda. Y había que llevar mercadería para ochenta hombres. Eso era bastante complicado. Y

llegaron a ser más de ochenta trabajadores.

Hasta cien, y un mínimo de

cincuenta.

Imagínese entonces la cantidad de animales que había que matar. O sea que ecológicamente eso talvez puede generar alguna conclusión.

Entonces si

usted trabaja allí, como que vive del cazador. Uno llegaba ahí como cazador y la gente lo adoraba. Los perros eran fenomenales. Todo el mundo quería cuidarlos. Todo el mundo le hacía cariño al perro. El perro la pasaba muy bien.

Con el tiempo mi hermano ya no quiso cazar más.

Ni el otro tampoco.

Entonces mi hermano me dijo que se necesitaba otro cazador, - ¿por qué no vas vos a cazar?, me preguntó. Y yo le dije: -está bien.

Como yo era un cazador solitario, había entonces dos posibilidades. Una era que ganara más y la otra que la entrega diaria de carne descendiera. Pero yo me la jugué.

Yo estaba seguro de que no iba a tener problemas con la

abundancia, con el suministro de carne. Y fui.

Yo razonaba de esta manera: dos, tres, cuatro cazadores van a cazar, los perros encuentran un cabro, lo siguen, lo siguen y lo siguen hasta que lo matan. Da lo mismo que sean siete o que sea un cazador, porque siempre va a ser un cabro. Si uno encuentra una manada de saínos, los perros eligen uno y se van juntos, al final de la jornada el animal muerto es uno. Pueden ser cinco cazadores los que van, siempre será uno el animal cazado.

El tiempo

para cazarlo siempre será el mismo.

Si uno va solo, lógicamente toda la carne es para un solo hombre. Si van cinco, la carne se tiene que repartir entre los cinco. Tratándose de un salario, 25 libras de carne eran 25 colones para repartir entre los cazadores.

Entonces me fui solo, y pude hacerlo, pero mi esfuerzo sí tuvo que ser mayor. Y no tuve ningún problema y más bien gané mucha, mucha plata. Esa primera vez estuve como un año cazando para el campamento de los trabajadores. Yo

tenía que salir a cazar todos los días, todas las semanas, todo el mes, todo el año.

Como cazador conocía bastante la materia de cacería.

Uno conocía la

montaña, los mejores sitios para cazar, las épocas para cazar. Era un trabajo muy duro pero bastante simple, muy simple. Los métodos estaban basados en guías que uno tiene.

El chancho era talvez la cacería más fácil. Porque eran muchos y en manadas muy grandes, entonces había más seguridad. Con el cabro el inconveniente es que usted lo puede encontrar en una quebrada y tiene que estar pasando el río para poder cazarlo y talvez no lo puede coger. El saíno es más seguro. El tepezcuintle era un poco menos seguro.

Pero el más seguro de todos era el

chancho. Eran muchos, cien, ciento cincuenta animales en una sola manada. Siempre va a tener uno la posibilidad de matar alguno.

Si uno no anda

haciendo mucho ruido en la montaña, talvez pueda matar tres chanchos en un día, o tres saínos. A veces se combinaba: un cabro en la mañana, un saíno en el día, un tepezcuintle en la noche. O un chancho de monte en el día y dos tepezcuintles en la noche.

No había que ir muy largo, porque el ranchón estaba en el centro de la montaña y entonces los comederos y los sitios de cacería por lo general estaban muy cerca.

A 300 metros quizás ya uno podía conseguir un

tepezcuintle o un cabro. Yo traía el animal entero hasta el rancho, pero cuando la carga era muy pesada le quitaba las cabezas a los animales, que es lo que más pesa, y talvez las tripas. Pero la tripa no me gustaba botarla porque a la hora de pelar animales es más difícil. Con tripa es más fácil para pelarlos. Solamente que hubiera mucha carga botaba las cabezas, si no, llevaba el animal entero.

Talvez la pieza más cazada durante ese primer año fue el saíno. Porque en la montaña las manadas de chanchos son grandes y su territorio es muy amplio. Un día pueden andar por aquí, pero otros días están por otro lado, muy lejos. En cambio, el territorio de los saínos es más pequeño y las manadas no son

tan grandes. Son manadas pequeñas. Entonces era más fácil encontrar una manada de saínos que una manada de chanchos. Por eso talvez fue el saíno la pieza que más cacé.

Un detalle en relación a ese precio de la carne y a la actividad en sí es que yo ganaba mucho dinero en relación a lo que ganaban los otros trabajadores. Y yo tenía un interés particular en ganar mucha plata. Pero también la actividad tenía otro significado. Era talvez muy importante en el campo social, porque de mí y de esa actividad de cacería, dependía en cierta forma el bienestar de mucha gente. Si uno pudiera vislumbrar o ver lo que pasaba cuando llegaba uno con un animal… el estado de ánimo de los trabajadores, bueno…

Cuando trabajaba en eso yo no era casado. Tenía una finca a medias con mi hermano, que sí era casado. Como aquello era a medias yo era el que lo sostenía, el que cubría la deuda, la obligación.

Yo sí no tenía vicios,

absolutamente ninguno. Entonces el dinero que gané creo que lo usé bien. Al final se perdió por otras particularidades, pero no porque lo empleara mal.

En las otras dos oportunidades que también trabajé como cazador, fue en la misma zona y muy parecido. Era prácticamente lo mismo. Pero un detalle sí fue, por ejemplo, que cuando estaba de salida en los días libres, y ya tenía que regresar a la montaña, yo cazaba la víspera para poder llevar un poco de carne al trabajo.

Un tepezcuintle, un cabro o un animal mediano y si tenía tiempo

talvez hasta lo secaba. Yo quería llevar carne al trabajo. Yo me identificaba tanto con el lugar de trabajo y con los compañeros que a veces les llevaba carne. Entonces usaba días libres para cazar y llevar carne. Ese lugar donde trabajaba era entre Roxana y Cariari, creo que se llamaba Astúa Pirie, pero no recuerdo bien.

Talvez yo era el que comía menos carne en el campamento de los trabajadores. Porque la carne se comía fresca y a mí así no me gustaba. Mi obligación era llevar el animal, destazarlo allá, y guindarlo.

Cuando estaba

listo venía el responsable, el administrador o contratista, como se llame, y lo ponía en la romana. Yo de ahí en adelante no volvía a saber nada del animal.

Sí recuerdo un detalle interesante. Los trabajadores me decían, -¿Manuel, dónde vas a ir mañana? Y yo les respondía: -voy a ir a la picada tal, o voy a ir al cedromachal, que era un lugar donde había mucho cedro macho. Entonces cuando yo regresaba a las tres, por ahí me esperaban esos trabajadores para que les diera un pedazo de carne porque en el comedor les iba a tocar muy poca.

Esto da idea de las circunstancias en que se vivía en esos

campamentos. Da idea de la importancia de aquel trabajo de cazador.

Yo andaba cazando todo el día en la montaña y me relacionaba poco con ellos, pero como a las cinco sí estaba en el campamento y veía la forma en que el cocinero preparaba los alimentos. Era algo muy simple. Tenía una olla grande de aluminio, troceaba al saíno y lo echaba con un montón de agua. A mí eso no me gustaba pero era un banquete para los trabajadores.

No era una

delicadeza, pero en eso se puede ver la relatividad de las cosas.

Ellos

permanecían hasta 22 días seguidos en la montaña.

Yo no llegué a conocer ningún otro cazador que trabajara en la zona para llevar animales a un comedor bananero. después yo.

Solo mi hermano y su compañero y

No recuerdo haber conocido otro cazador contratado de esa

manera. Pero creo que ya empezaron a hacer vías de penetración y las fincas bananeras no quedaron tan retiradas como para seguir cazando de esa manera. Había más suministro de otras carnes gracias a los caminos.

Ya después de casado no volví a trabajar como cazador.

7. ¿Por qué existe la cacería?

Se dice que la cacería deshumaniza al hombre. mucho conflicto para el hombre.

La vida moderna genera

Tensión, esclavitud, los convencionalismos

sociales complican la vida del hombre, toda la semana trabajando, tenso, lamentándose de la situación. En ese contexto es que digo eso: la cacería deshumaniza.

En la montaña el hombre se deshumaniza, es decir, se quita todas esas preocupaciones de la semana y las va a dejar a la selva. Ahí va a demostrar varias cosas: que es más hábil que el animal, que es más poderoso, más ágil. Es algo puramente instintivo que concientemente el cazador no lo ve así. En el subconsciente eso es lo que él pretende. De ahí que se dice que todo cazador es un machista consumado.

La cacería ejerce esa pasión en el hombre. Algunos dicen que la cacería es un deporte. Otros dicen que es una necesidad psíquica del hombre. Otros dicen que el hombre todavía pertenece en algo al pasado, cuando el hombre vivía en las cavernas. Hay muchas teorías de la cacería y yo pienso que todas son ciertas porque no hay una verdad absoluta.

El cazador es cazador por naturaleza. ¿Cómo probarlo? Yo pienso que es muy fácil. Un niño comienza a gatear, y ya quiere tocar un perro, el niño no le tiene miedo a ningún animal. Se le arrima un gato y le tiene confianza. El niño quiere tocar todo animal que él ve. El no ha visto eso antes. ¿Por qué quiere golpear al perro? Estamos clasificados en el reino animal.

Y el hombre

primitivo fue un cazador. Entonces hay mucho de cierto en que el hombre trae en su sangre ese instinto de cazar.

En el caso del gato y otros animales como el perro de cacería, ¿qué es lo que hacen cuando están chiquitos?

En su juego aprenden todo lo que van a

desarrollar cuando sean grandes. El gatito no sabe lo que es el mundo, pero ya viene en él el instinto. Nosotros nacemos de forma semejante al tigre y a los animales de presa. De manera de que por ahí se puede justificar mucho la cacería.

Jurídicamente, ¿cómo ubicar la cacería? Siempre he pensado que la cacería es un derecho natural del hombre. Eso en términos muy generales. Entrar a analizar las circunstancias que hubo en el pasado u hoy en día, si uno está educado uno sabe que la ley de la conservación dice que todo costarricense mayor de tantos años puede practicar la cacería, o sea, la ley reconoce el derecho a cazar.

¿Qué función cumple la licencia? La gente dice que la licencia da el derecho a cazar, pero la licencia no da el derecho a cazar. Uno nació con el derecho a cazar. La licencia lo que hace es reconocer jurídicamente el derecho que tiene usted a cazar. Esto es en un contexto muy general.

La contraparte de esta concepción está en que muchas cosas que en el pasado fueron derechos ya perdieron ese fundamento. Antes, jurídicamente el hombre podía tener muchas señoras, pero las circunstancias han cambiado y aquel derecho ya hoy no se reconoce. Con la cacería pasa lo mismo. Antes uno podía ser cazador por necesidad. Ahora ya no hay necesidad de cazar. Talvez con unas pequeñisísimas excepciones.

Un cazador que conocí decía que el hombre primitivo cazaba para alimentarse y defender su vida. El dice que ahora eso ya no es necesario. Que la pobreza justifica la cacería, yo pienso que es algo muy fácil de contradecir. Las cosas que tiene el hombre moderno no las tuvo el hombre primitivo.

Para

alimentarse, el hombre moderno tiene más opciones que las que tuvo el hombre del pasado.

En el transcurso de un día de cacería, hay etapas que dan mucha emoción al cazador. La primera emoción es el primer ladrido del perro. En la mente del cazador todo cambia cuando escucha el primer ladrido. Otro paso importante de mucha emoción es cuando el perro encuentra al animal y ya comienza la persecución. Es una emoción tremenda.

Otro paso, talvez el clímax que se experimenta en la cacería, es cuando uno oye el perro en cueva, cuando tiene al animal encuevado o plantado, arrinconado. ¡Emoción sin límite! Pero toda la emoción desaparece cuando el animal muere. ¡Debería ser al revés! Cuando el animal muere es cuando hay mucha carne que comer.

Si la necesidad de alimentarse es lo que justifica la

cacería entonces mayor emoción debería haber después de matar al animal porque ya va a haber carne para la familia. Pero en la vida real para mí eso no

es así. Yo pienso que es una demostración de que no hay necesidad de cazar para mantenerse.

Todo lo que yo miré trabajando en Osa como guardaparque refuerza mi tesis de que la pobreza o el hambre no justifican la cacería. Aparte de que las poblaciones de animales disminuyeron tanto, ¿por qué el dueño de 30 hectáreas no tiene comida en su casa? Yo no tengo tierra y tengo yuca, tengo malanga, tengo chanchos y muchas cosas, y no tengo tierra. ¿Por qué el que tiene tierra carece de ese recurso?

Yo pienso que ese argumento de la pobreza y de la necesidad de cazar, viene de ese famoso estado paternalista de Costa Rica. Todo mundo quiere que el estado le regale todo. En este momento en mi caso yo no necesito cazar, desde que dejé de cazar hace treinta años nunca he padecido hambre. Yo he podido regalar un racimo de plátanos, banano, yuca, los chanchitos que tengo están pequeños pero el año entrante yo puedo matar uno si quisiera. Sin tener tierra tengo todas esas cosas.

¿Por qué un hombre con treinta hectáreas caza argumentando que es pobre, que tiene hambre?

Eso son cuentos chinos. Leí por ahí que la cacería y la

pobreza se dan porque el hombre cazador y campesino tiene una baja autoestima, que la pobreza es aprendida. El niño comienza a oír a los padres que son muy pobres y que tienen necesidad de cazar. Eso nace de una baja autoestima. animales.

Piensan que todo se resuelve matando, matando y matando El problema es ¿qué pasa cuando se acaban los animales?

¿Cuándo no haya árboles que vender? Ya no habría entonces ninguna salida a la pobreza y a la necesidad de alimentación. Son puros mitos.

Por eso cuando se argumenta que el hombre moderno caza por pobreza yo no estoy de acuerdo. Si se caza un tepezcuintle que puede pesar en promedio de diez a doce libras, si hay que darle a un perro un pedacito, si hay que repartir la carne entre dos cazadores, ¿cuánta carne queda a cada familia? Muy poca. Entonces no es la pobreza la que justifica la cacería actualmente.

En aquel tiempo había más atenuantes.

Había más pobreza y mucha

población de animales. Pero ya no se puede decir que es la pobreza lo que justifica la cacería.

Matar un animal, y con el perdón de los cazadores, eso yo ahora lo detesto, lo detesto. Pero no es nada malo matar a un animal, si la población de ellos lo permite, para nada, porque es un recurso igual que otros muchos. Pero que yo lo mate, eso es otro tema.

Yo inclusive cuando cazaba podía haber ganado plata en actividades que eran más fáciles que la cacería.

Porque la cacería tiene episodios muy duros,

duros, duros y peligrosos. Yo como hombre soltero podría haberme mantenido de una manera más simple porque no tenía necesidad de tanto dinero.

La razón principal de la cacería es puramente psicológica, esa es la palabra exacta.

Algo del pasado todavía fluye en el cerebro del hombre. Aunque no

debería tener la fuerza que tuvo en el pasado.

Por la mentalidad que tiene el hombre, por la formación que tiene el cazador, su principal recompensa es llegar a aquel momento final en que dispara, cuando la competencia con la presa termina. No es la posesión de la presa, no. Usted corrió y lo atajó donde el animal iba y ya no pudo correr más, es el momento en que lo agarró. Es, en resumen, demostrarse que fue más hábil, más resistente, que fue superior al animal. Me parece ahora que eso es muy ingenuo, pero es lo que yo creo que el hombre siente cuando anda en la cacería, porque se dan casos de cazadores que no comen la carne. Mi tío fue un pescador fanático que no comía pescado.

Entonces la recompensa

principal no es la carne, no.

Y para mí cambiar esa actitud del pasado solo se logra a base de educación.

Ninguno de mis dos hijos me acompañó a cazar alguna vez. La señora y yo nos separamos y no hubo esa oportunidad porque no se criaron conmigo. Yo recuerdo que mi hijo mayor, cuando yo ya era guardaparques, sí anduvo conmigo en los parques. Yo le mostraba huellas de animales. Recuerdo que una vez andaba una tigra parida, y yo le explicaba a él la huella del bebé. Pero nunca fuimos de cacería. Mis hijos no se contaminaron, si cabe el término, de esa cuestión.

Yo pienso que todos los cazadores son diferentes.

Pero yo establecí

inconcientemente algunas reglas en cuanto a la presa. Yo no disparaba si no tenía el ciento por ciento de seguridad de que iba a acertar. Yo siempre trataba de matar al animal sin que sufriera. Si era un cuchillo, entonces había que darle el golpe en la cabeza, que es donde el animal no siente. En el grupo de nosotros se ridiculizaba al que llevara un tepezcuintle con muchos machetazos. Eso era una pérdida de puntos.

Yo aprendí por ejemplo que cuando un venado empieza a correr en círculos y círculos es porque puede ser una hembra que ahí tiene un bebé, y yo eso lo respetaba mucho.

Cuando miraba a una gallina de monte que volaba en

círculos yo sabía que tenía unos pollos por ahí.

Yo era tan terco para la

cacería que llegué a perseguir ocho horas a un tepezcuintle.

Ocho horas

después de encontrarlo, y dele, dele, dele… lo tenía que perseguir por el río para cazarlo. Las ganas de matar a ese animal eran como una fuerza superior, como si estuviera envenenado.

Pero también sentía consideración para los

animales y los mataba de tal manera que no sufrieran tanto, que no sufrieran tanto. El animal representaba muchas cosas buenas para mí. Pero nunca fui tan inconciente de buscar o disfrutar el sufrimiento de un animal. Eso nunca tuve yo.

Si yo soy amigo de un cazador al que le matan el perro, ese que mató el perro va a tener dos enemigos, el cazador y yo. Hay una identificación plena entre todos los cazadores. En un estado normal hay una armonía, hay una relación muy espléndida entre los cazadores. desagradables con cazadores.

Pero tuve algunas experiencias

Me acuerdo una vez un hombre que mató a una mona para quitarle el monito. Cuando la mona cayó al suelo, el monito se desprendió y empezó a subir por un árbol y entonces el hombre brincó y lo bajó y entonces ahí lo agarraron los perros. Yo recuerdo que yo ese día casi me agarro con el machete con el hombre ese. Me pareció algo repugnante hasta el extremo.

Tuve algunas experiencias parecidas, tanto que yo ponía condiciones. Si van a cazar conmigo nadie debe matar un pájaro por sacar pulso. Nadie debe matar un mono, ni nadie debe matar un cherepo -que es un garrobo-.

Siempre

guardé consideración especial hacia los animales. Y no puedo presumir que era porque tenía conocimiento de ecología, era que me nacía como una obligación.

Talvez un detalle que posteriormente insistí con los cazadores es que hay que contener el ansia de disparar. Si no, muchos animales se van heridos. Yo me cuidé mucho de eso. Solo dos animales me acuerdo que se me fueron heridos.

Tuve una educación muy buena con mi papá. La Biblia la leí demasiado, la leí demasiado. Si usted quiere proteger la ecología recomiéndele a la gente que lea la Biblia, si usted quiere influir en la gente para que cambie de actitud, para que valore la naturaleza, enséñeles que lean la Biblia. La Biblia tiene mucho contenido que respalda el amor y la protección de la naturaleza. Eso aparte del sentido común.

Yo pienso que la persona muy religiosa, siempre al inicio del día, para cualquier actividad que vaya a realizar, reza. Pero salir a cazar es una acción mecánica, no hay tanta profundidad en el pensamiento.

Yo tengo admiración por las

religiones en cierto sentido, pero pienso que las religiones en general han tenido mucho que ver con el desastre ecológico en el planeta, por la forma en que interpretan alguna norma establecida en cuanto a cazar. Y alguna gente en particular culpaba al cristianismo de la destrucción del planeta, entre otros factores.

Yo tengo mucho respeto para los amigos católicos pero creo que la religión católica ha tenido que ver con esa destrucción. Esta sociedad fue forjada por el catolicismo. En eso no hay discusión. En mi caso yo tuve más relación con evangélicos. Pero tanto católicos como evangélicos me decían a mí que la Biblia dice que hay que matar para comer. Entonces yo decía que daba la impresión, al oír a estos señores hablando, de que el cristianismo es sinónimo de hambrunas.

La Biblia sí dice que se puede matar para comer, pero las circunstancias de la época en que fue escrita la Biblia eran diferentes. Todo ha cambiado. La Biblia es rica en recomendaciones ecológicas, aunque esa palabra de “ecología” no se mencione. No enseña a los feligreses qué es la ecología y la naturaleza o qué es la cacería. No veo ningún problema en eso.

En la filosofía cristiana todo esto lo hizo Dios. Y si yo encuentro un cazador tengo que ponerme en el punto de vista de él. Para un cristiano todo lo hizo Dios, y entonces ¿cómo un cristiano puede destruir y destruir, matar y matar? Un enorme contrasentido hay en esa actitud. Einstein dijo una vez que en la belleza de la naturaleza el miraba el rostro de Dios. Entre los indígenas sí había una relación entre los animales y la cacería y los dioses. Pero entre nosotros, en aquella época en que yo era cazador, eso no se veía así.

Yo no tengo ninguna preparación académica pero si presumo de tener sentido común y eso lo hace a uno adivinar qué siente un animal cuando está en determinadas condiciones.

Si yo tengo hambre estoy preocupado, si un

animal está en esa condición está mal. Si yo me pincho con una espina me duele, si a un venado se le mete un balazo le duele más. Si uno sufre por un dolor de huesos, un animal con dos balazos, en las condiciones en que lo ponía un cazador, va a sufrir más.

Entonces todas esas conclusiones pienso

que influyeron bastante, influyeron mucho, mucho, en mí.

8. La montaña y el miedo, y los sentimientos del cazador

Yo tuve los mejores sentimientos hacia la montaña. No sabía ecológicamente cuáles eran todos los beneficios que la montaña daba, pero recuerdo que veía en ese tiempo las películas de Tarzán y leía también una revista cómica en que un viejito, muy mentiroso, que había sido cazador, le contaba historietas a los niños.

La revista tenía paisajes ideales, muy ideales.

La montaña ejercía

sobre mí una enorme atracción y yo no sabía nada de ecología. Era como una postal para ver.

La gente que habla de matar y matar animales por miedo, yo digo que es un temor infundado. El miedo es el producto de la ignorancia. Si yo conozco lo que hay en la montaña, los peligros para mí son mínimos, muy pocos. Si yo no conozco cuál es la realidad de una selva, los peligros se multiplican, se convierten en muchos, muchos, muchos. Si yo tengo información yo sé que las culebras venenosas no caminan de día, que no están en los senderos limpios, etc. Si yo sé cómo actúa el jaguar, si en esta montaña hay muchos jaguares, pero hay muchas poblaciones de animales que él consume, para mí no hay mucho peligro. Si sucede lo contrario, entonces para mí si hay un peligro.

Entonces el miedo en la montaña para mí no existe. La montaña inspira mucho miedo al guardaparque, en términos generales.

Y uno de los fracasos de

parques en la protección está en ese miedo que les inspira la montaña. Lo escribí una vez y me eché un montón de guardaparques de enemigos. Si usted camina solo en la montaña, usted camina con más cautela.

Como

cazador usted tiene más cuidado, porque no tiene un punto de apoyo en caso de accidente. Si va a cruzar un río usted es más cauteloso. Si va a saltar también.

Si usted anda conmigo usted piensa las cosas menos. Eso es un hecho. Y ahí comienzan a presentarse posibilidades de peligro.

La tesis mía,

respetando lo que piensan otros, es que en la montaña no hay tantos peligros, como la fantasía de la gente lo supone.

La cacería disipa esos temores

infundados que hay. Y recuerde usted que muchos animales se matan por miedo: culebras, sapos, felinos… puro miedo.

En la época de cazador yo admiraba la montaña y llegué a sentir un poquito de lástima cuando botaba árboles. Recuerdo un árbol de zurá o guayabón allá en Limón. Yo miraba una cepa enorme de guaria morada floreando. Yo quería ganar dinero, mi trabajo era labrar, y miraba esa guaria tan hermosa. No me sentía tan eufórico de botar ese árbol porque yo sabía que la guaria iba a morir.

Talvez uno no puede describir bien lo que ve cuando uno tiene poca información sobre el valor de un bosque. Pero hay algo muy bonito. En climas calientes se da con frecuencia que usted va sudoroso, con carga, por una calle soleada y de pronto entra en un parche de bosque.

Su estado de ánimo

cambia, está fresco, y si usted viene de trabajar quiere entonces sentarse a descansar. Usted talvez no está valorando mucho el medio, pero su espíritu, esa parte inconciente le dice: -caramba, usted está en un lugar muy especial, muy especial. Y esas cosas así aisladas, muy, muy inconcientemente, todas juntas, talvez fueron las que me llevaron a cambiar, a dejar de cazar. Ya cuando empecé a leer entonces fui aprendiendo otras cosas.

La Biblia habla de manantiales de agua viva, de árboles que producen frutos, y muchas referencias a eso. Jesucristo fue a un bosque a orar. Independiente del concepto que la gente tenga de Dios, la Biblia está llena de muchas cosas. Yo pienso que sí, que la religión también influyó en mí. Yo escribí sobre Dios y la responsabilidad nuestra en relación con la naturaleza.

Donde yo cazaba esos veinte años no había un Parque. A mí no me tocó verme perseguido o vigilado por guardaparques.

Las leyes apenas

comenzaban, nunca tuve esa experiencia que sí han tenido los cazadores. La cacería se miraba como algo normal, algo muy positivo. Incluso los cazadores eran admirados por parte de mucha gente. Esa clase de problemas nunca los tuve.

Comprendo lo que se siente, porque yo ya lo viví cuando fui

guardaparque. Yo fui campesino y cazador y entonces puedo entender las reacciones del cazador frente al guardaparque. No puedo recordar si ya había licencias de cacería, pero sí había ya algunas leyes, pero mientras no haya quien asuma el ejercicio de la ley es como si la ley no existiera y fuera todo legal. En esa época todos los reglamentos de caza eran simbólicos.

9. Las frustraciones del cazador

El sentimiento de frustración que surge cuando el cazador no obtiene su presa nace de ese machismo que lo domina. Se ve muy feo que el cazador llegue a la casa sin caza. El tiene que pasar por el pueblo, al cazador le gusta exhibir su pieza.

Si un cazador pasa con un venado, el va a pasito lento, porque

quiere robar cámara, que la gente lo vea.

Eso es lo que más lo mortifica

cuando fracasa. Y además se frustra porque ese día no va a haber carne en la casa. Pero el sentimiento de la frustración nace principalmente porque la gente no lo va a aplaudir.

Cuando el cazador se frustra puede venir un sentimiento de revancha. Recuerdo de un tepezcuintle que me tenía enchilado.

Yo con perros muy

buenos, y aún así nunca lo pude matar. Nunca lo pude matar. Entonces el siguiente domingo, después del fracaso, yo quería volver al mismo punto. Y así pasaron varias veces y nunca lo pude matar. Hay un sentimiento como de revancha.

Vea que mucho de lo que pasa alrededor de la cacería es

psicológico.

Yo pienso que hay cazadores buenos, que son los menos, y los malos. Si yo pudiera definir a un cazador bueno sería un cazador que tenga conocimientos muy vastos de la conducta del animal, porque si no, va a fracasar. Hay que saber cómo corre el animal, qué hacer con el viento, con la luna… Lo otro que tiene un buen cazador es mucho capricho, mucho coraje, que corra todo el día, que cargue mucho, que tenga mucha capacidad de carga. Hay muchos otros aspectos, por ejemplo, que no maltrate a los animales.

Yo dije un día

molestando a unos amigos que el tepezcuintle era para ancianitos y cazadores enfermos… yo admiro al cazador que le gusta la cacería más difícil, en este caso, ninguna como la del venado blanco.

El cazador malo para mí es el que va a la montaña y quiere devolverse a las dos horas porque ya tiene hambre. Que no quiere ir muy largo. Que dispara a todo lo que se mueve. Que los perros los tiene muy mal cuidados. Se dice que

en cacería el perro no puede ser gordo, pero eso es mentira, yo siempre tuve perros gordos. Todo eso ayuda a definir a un buen y mal cazador.

La cacería sí influye en la vida personal de la gente. En mí no influyó tanto porque yo tenía esa contraparte, la educación de mi padre. Pero yo he mirado en el comportamiento del cazador un matón -no lo diría en la calle ni ante un grupo de cazadores- un matón, muy dominante en la casa, áspero con la esposa, y en el trabajo su personalidad es parecida.

El cazador es más

amistoso con sus perros. Cuando el hijo mío compró una escuadra niquelada muy bonita yo le dije, - Manuel, las armas, como el dinero, son para hombres inteligentes. El arma produce un efecto muy negativo en el ser humano. Y ese es el instrumento cotidiano del cazador.

Mucho de lo que le inspira ese

sentimiento el lo va a aplicar en la vida.

Una vez yo venía de cazar venado, eran las cuatro de la tarde, tenía un perro cortado, y no había cazado nada.

Pasé al frente de la casa de un

nicaragüense que era un hombre muy matón, tenía un perro muy agresivo y ese perro atacaba a cualquier perro que llegara por ahí. Yo venía tan frustrado, con hambre, cansado. Yo me dije: -si ese perro sale hoy a golpearme los míos yo le voy a hacer algo a ese perro. Y si el nica viene a reclamar yo voy a tener un problema con el. Cuando llegué, el perro se vino inmediatamente y yo traía un cuchillo encubiertado y le di bien duro, con muchas ganas. El nica me gritó desde la casa, pero no salió. Yo estaba dispuesto a cualquier cosa. Pienso que lo que había detrás de eso era la frustración por no haber agarrado nada ese día, después de tanto esfuerzo. Cuando el cazador deja de cazar eso lo afecta mucho, pero el efecto va disminuyendo con el paso del tiempo. Las primeras veces en la bananera yo sí resentía que no podía cazar, oía un perro de cacería o lo veía en una casa y yo sentía nostalgia.

Y lógicamente la relación con los cazadores seguía.

Yo

participaba en las reuniones de ellos, en los comentarios, inclusive llegué a comprar perros de cacería sin ser ya cazador. Y yo todavía quisiera tener un perro. Eso a mí me afectó. Pero fue disminuyendo con el paso del tiempo. Cuando ya fui guardaparque ya casi no quedaba nada de ese sentimiento.

El retiro mío fue paulatino. Pienso que en la mayor parte de los cazadores pasa lo mismo, a no ser que abandonen el pueblo y se vengan a San José. Dependiendo del animal uno puede seguir cazando aunque esté viejo. Si uno caza venado, si ya está uno veterano, ya no va a poder. A los cincuenta todavía puede uno correr.

Hace poco jugaba todavía fútbol. Un viejo podría

participar en la cacería de venado, pero no puede actuar como los cazadores jóvenes.

Lo pueden poner a uno en una quebrada por si pasa por ahí el

venado corriendo.

Si uno es viejo sí puede participar en cacería de tepezcuintle. Ahí va despacito detrás del perro, puede correr 50 o 100 metros cuando sale el animal al río. Ahí sí, con ese animal, un cazador de ochenta años puede cazar perfectamente bien. Dependiendo del tipo de cacería entonces así puede ser la edad del cazador.

Hasta con noventa años, si usted tiene buena vista,

puede ser un excelente cazador de tepezcuintle pero en la noche. O de día, esperando a la presa. Si tiene vista y ánimo para jalar el gatillo talvez pude ser todavía un buen cazador.

Para mí el deporte puede funcionar como un sustituto de la cacería. Yo ya no juego fútbol porque me daría vergüenza decir que no puedo llegar a trabajar porque estoy lesionado. Pero el fútbol es una gran emoción. En este momento ya la cacería está muy difícil, hay mucha ley. Las alternativas a la cacería dependen de cada persona.

Si yo estuviera ahora en esa situación y me

dijeran que para dejar de cazar me darían unos libros muy buenos y una cámara para filmar, yo sería feliz con esa cámara en la montaña, filmando, leyendo libros, escribiendo…

Yo en parques encontré el sentimiento contrario al de la cacería.

Antes

perseguía a los animales y ahora pasaba a protegerlos. Yo pasé entonces a tener enemigos afuera y adentro del parque.

Podría uno pensar que los

enemigos de los animales están afuera, pero también están adentro, por la actitud que tengan hacia el trabajo, por la filosofía que tengan de lo que es un parque. Yo me compenetré tanto que tenía entonces muchos enemigos. Y lo hice con la misma pasión con que hacía la cacería. Entonces yo pasé de una

actividad que me producía mucha complacencia a otra que me daba la misma complacencia. No hubo un gran desequilibrio emocional.

10. Cazador por deporte y afición

Cuando empecé a trabajar de peón bananero yo ya estaba casado. Siempre seguí cazando en los días libres, pero ya ahí la cacería se convirtió en un pasatiempo y siempre buscando lo mismo, repitiendo lo mismo que antes había hecho buscando los animales.

La gente de campo se pregunta por qué toda una semana trabajando muy duro, y el domingo de descanso se van para la montaña a cazar. El día de descanso se cambia por una actividad que va a ser más dura que lo que estaba haciendo los días anteriores. Eso refleja lo que significa la cacería para el hombre, para el cazador. ¿Por qué esa intensidad?

También yo salía a cazar con gente que llegaba de otros lugares. Llegaban a que yo los guiara a cazar. Era gente de la ciudad que querían ir a la montaña, que querían ver cómo era la cacería con perros, cómo era la cacería del venado. montaña.

Venían uno, o dos, o tres señores de estos y ya nos íbamos a la Esto pasó a lo largo de los veinte años en que fui cazador,

independientemente de en qué estuviera trabajando. Ellos no me pagaban ni yo les cobraba. Recuerdo una vez un hombre que venía llegando de África, un cazador. Y yo no quería salir con él porque los perros estaban muy maltratados. Hay una planta aquí que le dicen sainillo, es una aracea. Cuando el perro trabaja todos los días y se mete por esas plantas, bota el pelo y se quema, porque la planta tiene una sustancia muy fuerte. Los perros míos estaban así, quemados. El cazador aquel era un hombre de mucho dinero. Yo no quería salir con él a cazar.

El hombre y otra gente seguían insistiendo y yo les decía que los perros tenían ese problema. Insistieron tanto, que un día nos fuimos para la montaña. Y era un cazador que venía de cazar de África y yo presentía lo que el esperaba de

mi y de los perros: perros alegres, buscando presa.

Y ya entramos a la

montaña y fue terrible porque todos los perros detrás de mí. parábamos a comentar algo todos los perros se echaban.

Cuando Yo quería

devolverme para la casa.

Lo cierto es que al final un perro encontró una huella y ese día terminamos cazando un tepezcuintle. Creo que el me dijo después de la cacería que él había tenido muchas experiencias pero que nunca había salido con un hombre como yo.

El me dio el consejo de que toda la experiencia que tenía como

cazador la escribiera.

Eso fue hace años y hasta ahora estamos haciendo

esto.

En general, se puede decir que la cacería es un método para purificar al hombre de todos sus contratiempos, preocupaciones y malestares que ha sufrido en el transcurso de la semana. Era el caso cuando yo era trabajador bananero.

Yo iba de cacería para desintoxicarme.

Ya no tenía aquellas

finalidades de las experiencias anteriores, cuando era labrador o trabajaba para el comedor de la bananera. Pero también deseaba escuchar los perros. Algo adicional importante era que el perro necesitaba salir. Yo entonces no solo buscaba aquel domingo en la montaña mi propio disfrute, sino también el del perro. Yo quería que el perro saliera, que corriera por el monte, que nadara, que ladrara…

Yo me distraía, oía el perro, conseguía un pedazo de carne, pero sobre todo me desintoxicaba del trabajo.

Los bananales son lugares muy feos para

trabajar. Todo el tiempo que fui trabajador bananero yo hacía eso los fines de semana. Fueron varios años, aunque no corridos. A veces pedía un permiso y me internaba en la montaña. Iba solo o con un compañero para cazar, secar la carne y traerla a la casa.

Si mis jefes no me daban el permiso para ir a estacionarme unos días a la montaña, entonces renunciaba al trabajo y siempre me iba. Esto lo menciono como aspecto importante de que hay fuerzas psíquicas, o no sé cómo llamarlo, que son las que de alguna manera obligan al hombre a buscar la cacería:

donde sea, cueste lo que cueste, piérdase lo que se pierda, súfrase lo que se sufra. Arriesgar un puesto de trabajo, un salario, por un día de caza, parece que no tiene sentido, pero así sucede. Pero a mi no me costaba volver a conseguir trabajo, y entonces renunciaba y me iba.

Yo jugué bola desde niño. Era muy circunstancial. Una definición de la cacería es que se le considera deporte. Cuando yo tenía unos veinte años, el fútbol y la cacería eran dos deportes que competían, pero a esa edad ganaba el fútbol. Seguro yo ya era medio “pata caliente” y entonces me gustaban las muchachas. El domingo era un día espléndido, no había fiestas, pero todo el mundo llegaba a la plaza. Era una actividad cultural por excelencia.

Ahí

llegaban todas las muchachas bonitas de la comarca. Ese factor hacía que yo prefiriera ir a jugar fútbol a la plaza que ir de cacería a la montaña.

El equipo de nosotros se llamaba el Águila Blanca y jugábamos todos descalzos. Era en Guácimo, allá por el pueblito que se llama África.

Pero la

cosa cambió cuando ya me casé. Ya me daba miedo correr riesgos de una fractura y entonces sufrir una complicación para mí y para la familia. Yo pensé que el riesgo era menor en la montaña que en una cancha de fútbol, y entonces volví a la cacería los fines de semana.

Y aquí también se refleja lo

que yo considero que son peligros reales o ficticios en una montaña. Contrario a lo que mucha gente cree, en una cancha de fútbol pueden haber más peligros.

Además de disfrutar la montaña, era también muy, muy importante traer carne a la casa el fin de semana. La cacería entonces pasó a predominar sobre aquel domingo de fútbol.

Pero no era una sola finalidad, no era solo lo

deportivo de la cacería, o solo la necesidad de conseguir carne.

Era la

combinación de todas las cosas.

Yo nunca formé parte de algún club de cazadores. Ni tampoco llevé los perros a algún campeonato, eso no me gusta para nada.

Nunca he visto un

campeonato de perros, parece que eso era algo que había aquí en el Valle Central y en la zona norte. Pero en Guácimo, donde yo vivía, nunca lo llegué a

ver. No me parece que eso sea una buena prueba para medir la calidad de un perro. Pero tendría que ver un campeonato de esos para poder decirlo.

Aunque la cacería se consideraba deportiva por parte de mucha gente, en realidad era una cosa diaria de todo el tiempo y nadie se preocupaba por organizar campeonatos o cosas especiales.

Yo también guardaba cacheras de venado, calaveras de saíno, los colmillos exagerados de los tepezcuintles, y alguna vez quise hacer una colección de pieles.

Cacé un oso caballo, felinos, pero no el tigre, sino el caucel y el

manigordo. Pero no fueron muchas las pieles que llegué a tener.

11. De peón bananero a guardaparque

Cuando se estaba estableciendo Tortuguero como parque nacional, yo andaba cazando en el sector oeste de ese parque, en la parte cercana a Cariari, y dentro del parque me encontré una cuadrilla.

Eran un ingeniero y varios

trabajadores. En el grupo estaba Juan Diego Alfaro, que ahora es amigo mío. Nos conocimos y empezamos a conversar. Yo les dije que yo era cazador, y ellos me explicaron que estaban haciendo unos carriles para establecer un parque nacional.

De inmediato yo sentí una cosa bonita y entonces les pregunté si tenían que contratar gentes. Entonces me preguntaron si yo conocía bien la montaña de allá y si conocía a los cazadores. Yo les dije que sí, entonces me preguntaron si quería trabajar con ellos. Ese fue mi primer contacto relacionado con lo que luego sería mi actividad como guardaparque. Después de unos días de espera y un poco de papeleo, ya me enganché y empecé como guardaparque.

El primer día que empecé a trabajar me tocó ser encargado del Sector Oeste de Tortuguero, como antes se le llamaba.

Ese sector todavía no estaba

colonizado pero sí tenía ya mucha cacería. Yo calculo que talvez en esos años, cuando se empezaba a colonizar, había talvez unos diez cazadores activos en ese sector. Diez era una cantidad muy grande por las circunstancias

en que se daba la cacería. Había poco empleo en esa zona, y los señores que estaban ahí estaban apenas afincándose, y entonces dependían mucho de la cacería para alimentarse y cazaban bastante.

Yo tenía unos cinco trabajadores a mi cargo en ese sector del parque, pero no recuerdo que alguno fuera también un cazador. Había el inconveniente en ese tiempo de que los trabajadores que se contrataban como guardaparques no eran de las comunidades de adentro. Era algo que resentía la población, que los guardaparques siempre fueran personas de afuera.

Después de trabajar en Tortuguero estuve en Braulio Carrillo, en el Bajo de la Hondura. Me parece que era el año 1981. Después estuve trabajando en La Amistad, en Hitoy Cerere, en la Isla del Caño y también en Rincón de la Vieja. Luego fui a la Isla del Coco, a realizar los trabajos normales del guardaparque. Cuando ya mi carrera como guardaparque estaba muy avanzada fue cuando me tocó ir a matar chanchos a la Isla del Coco.

12. Un guardaparque cazando chanchos en la Isla del Coco

Lo que sucedió en esa época refleja la autoridad que tuve y que tengo para señalar algunas deficiencias de parques nacionales. Se consideraba que la Isla del Coco tenía unos tres mil, talvez cinco mil cerdos, que estaban destrozando la isla y que entonces había que matarlos.

Y que estaban

destrozando la isla, sí era cierto. Como hay poca fruta en la isla, el chancho anda removiendo tierra, buscando las lombrices, y provocando un daño pavoroso.

Ese chancho vino de Inglaterra hace unos doscientos años o más. Era un tipo de chancho doméstico que creo que lo trajeron los balleneros o los piratas con la finalidad de tener carne fresca en la isla después de sus andanzas y correrías por el Pacífico. Pero los chanchos se multiplicaron muchísimo. Ya cuando se creó el parque nacional se vio la conveniencia de exterminarlos.

Pero en parques no había experiencia ni vocación de cacería. No conocían mucho sobre métodos de caza.

Algunos técnicos recomendaron la

introducción de un virus en la isla y matarlos de esa manera. Eso me sonó muy mal a mí. Fue en esos días en que empecé a trabajar en el Coco. Se hizo una reunión en San José para tratar el tema. La idea predominante era la del virus. Yo fui a esa reunión para tratar de contrarrestar esa idea. Argumenté lo que consideré más apropiado, pero miré que mi idea no tenía éxito. Entonces propuse lo siguiente: - esos chanchos tienen muchos años de estar ahí, ¿por qué no esperar algunos meses más y hacer yo el intento de probar que esos animales pueden ser eliminados con métodos de cacería? Aprobaron la idea y propuse empezar el mes siguiente. Eso fue en el 90 o 91, no puedo recordar bien las fechas.

Creo que en ese tiempo el director del parque era Roberto

Avilés. Yo no conocía a ninguno de los que participaron en aquella reunión, excepto a Alvaro Ugalde, que fue el que me invitó.

Cuando llegué al parque encontré que todos los senderos estaban abandonados. Entonces yo no pude llegar directamente a cazar los chanchos. Primero trabajé limpiando senderos y en ese trabajo fui también localizando los sitios.

Cada animal tiene sitios que prefiere.

Al mes siguiente ya pude

empezar a cazar.

En esos días llegaron también dos cazadores famosos de San José, pero de esos cazadores que viven en la ciudad, que tienen plata y carro y muchas otras cosas. Ellos, creo que en una semana lograron matar solo un chancho. Ellos estaban en Bahía Chatham, en un barco. Yo hice amistad con ellos y dijeron que querían ayudar al parque de alguna manera. Estaban preocupados por la situación de los chanchos. Ya cuando me faltaban pocos días para regresar a Costa Rica –cuando uno está en la Isla se hace la idea de que está como en el extranjero- les expliqué que al día siguiente iba a ir de cacería para ver cuántos chanchos se podían cazar en un día.

Ellos discrepaban conmigo en cuanto a las posibilidades. Ese era el día para demostrar que era posible. Me fui y regresé a la casa ya oscureciendo. Ya

ellos se habían ido para el barco, y al día siguiente ya se iban de la isla. Yo ese primer día cacé cinco chanchos. ¿Cómo les demostraba que había cazado cinco chanchos y que no era un invento mío? Entonces lo que hice fue meter los cinco rabos en una bolsita, escribir una nota y mandárselos en un bote que había venido del barco. Quedaron sorprendidos.

Entonces ya comencé a cazar y cazar todos los días. Tuve un éxito fabuloso que nunca trascendió. Pero me hizo reflexionar. Un día de esos miré unos nueve chanchos pero no pude matar ninguno.

¿Por qué?

Me puse a

reflexionar. Yo pensaba que en unos seis o siete meses se podía terminar ese trabajo, pero que era mejor no matarlos a todos.

Porque hay en esto una

cuestión medio compleja: la ley de conservación de la fauna silvestre dice que los animales domésticos, cuando pierdan esa condición, serán amparados por esa ley. Esos chanchos tenían ya al menos doscientos años de estar en la isla. Ya eran parte del ecosistema de la isla y estaban amparados por esa ley.

Me pareció siempre una irregularidad jurídica pretender exterminarlos todos. Yo pensaba bajar bastante la densidad de los chanchos, pero no eliminarlos. Incluso a veces los encontraba atractivos, porque eran manchados, con blanc o. No los veía muy diferentes a los chanchos domésticos de nosotros. Talvez que los de acá tienen las orejas caídas, los de la isla no las tenían así, por su condición de animales silvestres. Por lo demás yo los veía muy bonitos.

Comencé a cazar tantos que entonces inventé un método para que la mortalidad no fuera un problema de salud para otras especies. Dividí el parque en sectores, y nunca iba dos veces al mismo sector. Mataba uno o dos en un sector y ya no volvía ahí hasta ocho días después.

Pero aún así, quise

enterrarlos para un mejor resultado. Pero había lugares tan rocosos que no se podía. Era también muy incómodo cargar la pala por todo lado.

Pero había otro punto interesante y es que ahí en la isla hay mucha mosca de gusano. Uno mataba un chancho por el sendero y seguía, y luego cuando al regreso volvía a pasar por ahí, aquel chancho que uno había matado ya estaba blanco, blanco de esa “queresa”, que era como nosotros le decíamos al

huevecillo. El animal muerto se llenaba de eso en cuestión de horas. Eso era muy bueno porque permitía una descomposición rápida del animal. Lo que no sucede aquí.

Eso estaba muy bien porque el animal desaparecía pronto,

porque, si no me equivoco, allá no había zopilotes, que es una ventaja acá en relación con los animales muertos.

Con ese método de la dispersión de la

caza, más el factor de los gusanos, no había problemas de enfermedades o de alguna peste que fuera a afectar a otros animales.

Comencé a tener un éxito muy bueno que, repito, nadie llegó a valorar. Yo llegué a cazar cincuenta y cuatro chanchos en unos pocos meses de una entrada y como quince días de la siguiente. Una entrada a la isla era de mes y medio, a lo más, dos meses. Pero yo estaba solo como guardaparque en la isla, aunque sí había gente de la naval. Yo tenía que hacer todas las labores de un parque nacional, desde atender al público cuando llegaban los turistas, limpiar senderos, cocinar… todo, todo, todo tenía que hacerlo yo. Entonces mi tiempo disponible para la cacería era muy poco.

Los cincuenta y cuatro chanchos fueron un reto impresionante dadas las circunstancias en que yo trabajé y el tiempo en que lo hice. Recuerdo que comencé a sentir problemas de conciencia al mirar los chanchos muertos. Cachorros, chanchas panzonas, todos muertos.

Un día miré una chancha

lindísima y yo dije: - esa no la mato. No quería matarla. Pero yo pensaba: - en San José hay gente que está esperando el resultado de mi trabajo, tengo que matarla. Cuando ya estaba un poco más cerca la maté. Corrí porque había un precipicio cerca. Y la chancha no era una chancha, era un chancho siclán, castrado. Era inmenso y gordo y probablemente había tenido un accidente cuando estaba pequeño y había quedado así, castrado, y parecía una chancha. Pasé momentos muy preocupado porque me daba mucha lástima.

Una vez ví un chancho pequeñito, blanco con negro, echado en un lugar donde no entraba ni un rabo’e zorro. Y me dije: -qué hago con este chanchito tan pequeñito, tan cachorrito. - Si no lo mato ahora, tengo que matarlo después, pensé. Y lo maté.

Aprendí cosas fabulosas. tener cría.

Las chanchas domésticas hacen sus nidos para

En la isla empecé a encontrar nidos y yo pensaba que eran de

chanchas que habían tenido cría o iban a tener cría. Pero al paso del tiempo comencé a mirar que casi no había chanchitos pequeños. El porcentaje de chanchas con crías era muy, muy bajo. Pero los nidos que yo encontraba no me calzaban con eso.

Una vez tiré un chancho y se me fue herido.

Yo conocía un nido donde

siempre pasaba a ver si encontraba algún animal. Como a los ocho días de que había tirado aquell chancho que se me había ido, pasé por el nido ese y ahí estaba el chancho muerto. Entonces la conclusión que yo saqué fue que hembras y machos hacían nidos en la isla. ¿Por qué razón? Porque hay mucha, mucha lluvia ahí. Yo pensé que era entonces una adaptación de los chanchos a esa cantidad de lluvia.

Yo tuve muchos problemas en la Isla del Coco que repercutían directamente en el manejo de la isla. Pasaban cosas ilegales, pésimas,… Por eso fue que tiempo después decidí acogerme a la movilidad laboral y retirarme.

El problema de los chanchos todavía hoy sigue existiendo.

Se había

establecido que se le iba a dar seguimiento a la actividad de cacería que yo empecé, que cuando yo salía de la isla iban a llegar otros funcionarios a continuar.

Parques tenía y tiene todavía gente que sabe cazar.

Pero la

primera vez que fueron a relevarme, el muchacho que mandaron no sabía qué era la cacería, no sabía andar en la montaña ni usar la carabina.

Cuando yo regresé, el primer día él quedó en la casa y yo salí a la montaña. Y cuando yo estaba allá oí como treinta tiros que sonaron. Regresé y le pregunté al muchacho qué estaba haciendo. Me dijo que sacando pulso. Cuando uno sabe que si se quiere cazar hay que hacer el mínimo ruido posible. Si uno dispara por todo lado y hace mucho ruido los animales se vuelven ariscos. Yo usé solo el balaú, por la ventaja del menor ruido. Tampoco usé perros aunque sí pretendía usarlos al final cuando ya fueran más escasos los chanchos.

Entonces miré que aquello era una charlatanería y que así no se podía cazar un chancho más. El muchacho había llegado ahí de paseo, como si fuera un turista que no sabía nada de caza y había ahuyentado a los chanchos.

Habría que ver cómo es el comportamiento de esos chanchos con perros, para saber si hubiera cazado más de 54 si hubiera llevado perros de cacería a la isla. En el continente, tratándose de manadas de saínos, con tres o cuatro perros, un perro sigue a solo un chancho y los otros perros siguen a ese perro, y así al final termina uno cazando solo un saíno. Yo hice cualquier cantidad de apuntes sobre los chanchos, anotaba el sendero, el sector, la hora del día, actividad del chancho, describía detalles del evento, hembras o machos, con cría o sin cría… Yo no llegué a conocer ningún estudio que se hubiera hecho en la isla sobre los chanchos, ni tampoco vi que llegara ningún investigador en el tiempo que yo estuve, pero una cosa sí era cierta: no habían tantos chanchos como ellos decían, talvez solo la mitad o un poquito más.

13. La cacería comercial

Se pueden hacer diferencias entre los cazadores por la predilección de la presa, por el destino que le de a la presa. Están los que van por salir a la montaña y quieren dejar un ambiente rutinario y entrar a otro diferente, están los deportivos que salen a cazar, hay los que van y no llevan rifles, pero sí quieren oír perros, y entonces van solo a acompañar, sin hacer mucho esfuerzo, como cuando uno comienza a aprender.

Hay gente que le gusta

cazar felinos, es su predilección.

En cuanto a destino se dan los que cazan por vender, por dinero. Eso antes no se daba mucho pero ahora sí. Recuerdo un hombre en Tortuguero que cazaba chanchos para cambiarlos por guaro de contrabando y para venderlos. Uno le decía que le cambiaba una carne de chancho por un galón de guaro. Uno podría hacer diferentes grupos de cazadores.

En la época que yo era cazador poca gente cazaba con fines comerciales. Sí vendían carne en el mercado, pero era muy ocasionalmente, porque siempre

fue más diversión, deporte y carne para la casa. Pero a mí, algunas pocas veces, me encargaban, sobre todo, tepezcuintle. Valía cien colones. Algún amigo me hacía el encargo, pero la finalidad no era vender.

En aquel tiempo siempre se engordaba un chancho para tener manteca, talvez de eso la gente se acuerde. Y esos eran chanchos enormes, muy grandes. Era un chancho talvez de cien o ciento veinte kilos. Era mucha la manteca que daba y también mucha la carne. La manteca se guardaba en aquellas latas cuadradas que había antes. Entonces sí había carne de cerdo en las fincas y también carne de res en los negocios, en las carnicerías.

Además de las

gallinas, que también había en la finca.

Yo ganaba bien en las bananeras y entonces no necesitaba cazar para vender. Talvez algunos cazadores sí lo hicieron. Pero no conocí ninguno que tuviera esa única finalidad. No recuerdo que hubiera cantinas donde uno llegara y pudiera pedir una boca de tepezcuintle y se la sirvieran.

Yo el primer rifle que compré era superbueno, pero simple, simple, simple y viejo, viejo, viejo. Era de solo un tirillo y cada vez había que recargarlo. Era exageradamente barato y no recuerdo cuánto me pudo haber costado. cacería no tenía costos importantes.

La

Una caja de tiros para un balaú era

regalada. No me acuerdo ese precio, pero no era problema comprarla y cada cajita tenía cincuenta tiros.

Yo ese rifle no lo llegué a reparar desde que lo

compré. Me duró todo el tiempo de cazador.

Una cosa muy bonita que yo ví fue que los cazadores regalaban los cachorros de sus perros de cacería. No los vendían. Yo nunca vi pagar a nadie por un perro. Siempre los conseguía uno regalados. Todo era intercambiable. A veces uno ayudaba a entrenar un perro de cacería en la montaña y entonces talvez le regalaban a uno un cachorro. Pero siempre hay una transición de lo más simple a lo más materialista, y entonces ya se empezó después a cobrar por los perros.

Cuando venían cazadores de afuera que querían que uno les ayudara como guía, uno nunca pensaba en cobrarles, se iba con ellos. Si uno hubiera querido hacer negocio con eso, pues hubiera sido lo mismo que con las fincas para cazar: como habían muchos cazadores no había necesidad de pagarle a nadie. Había demasiada oferta. Eran épocas bonitas.

Antes no había la necesidad de buscar una finca, hablar con un dueño y ofrecerle dinero para poder cazar allí. Antes uno venía de San José, se metía por la montaña y encontraba animales por cualquier lugar. No había leyes que regularan la caza. Entonces había todo un abanico de posibilidades de cazar por todas partes. Si alguien hubiera intentado hacer negocio con una finca para cazar, hubiera quebrado, porque no se hubiera ganado ni un colón.

Ahora yo pienso que eso sí es una posibilidad.

He leído algunas cosas.

Recuerdo que en Venezuela en una ocasión los ambientalistas dijeron que todas las prácticas de control de cacería habían fracasado. Entonces creo que establecieron un curso para enseñar a los cazadores a cazar. No tenía que ver con las prácticas, sino más bien con la filosofía de lo que es la cacería: respetar vedas, información sobre cada especie, meses en que se puede cazar cada animal… yo siempre he sido partidario de que haya un período sin veda en el que la gente pueda cazar, pero sujeto a leyes. En esas condiciones podría existir el área o finca para cazar y sé que algunos países las tienen. Eso lo considero una alternativa solamente si ya no hay otra cosa que hacer.

Yo creo que un finquero al que algún animal le esté atacando sus animales, tiene el derecho de matar a aquel animal que le está haciendo daño. Pero pienso que si las cosas se hicieran razonablemente no habría necesidad de ejercer ese derecho. Primero hay que comprobar si el animal está haciendo el daño, lo que es solo un poco burocrático, y luego hay que proceder a cazarlo. Y talvez sea más difícil cazar un tolomuco o un león breñero, que un tigre.

Una vez recuerdo que un tigre pavorosamente grande empezó a salirse del parque en Tortuguero. Se le informó a los jefes del inconveniente y dijeron que si el animal se salía del parque…- “pues que lo maten”. A los pocos días unos

cazadores viejos de la zona lo mataron y estaban muy impresionados por el tamaño del animal.

Entonces qué hacer, porque yo estoy de acuerdo que al

finquero hay que protegerlo, pero si se mata el animal… ¿cuál es la razón de ser de una cultura civilizada con un servicio de parques nacionales?

14. Historias y mitos de cazadores

Habían relatos muy, muy interesantes, que yo no sé hasta dónde pudieron haber influido en mi experiencia de cazador.

En mi pueblo yo oía decir que en la noche salía un animal grande, que era el Cadejos. Se contaba que un día en la noche un hombre llevaba un saco de gallinas al hombro y se encontró un animal grande, el animal lo atacó en la oscuridad, el hombre salió huyendo y dejó las gallinas botadas.

Al día

siguiente llegó y encontró a las gallinas muertas, pero dentro del saco. Ese era el Cadejos, decía la gente. Eso se contaba allá en Villa Colón, Santa Ana y Puriscal. Era la gente que creía en fantasmas, en La Llorona y en todas esas cosas.

Ya después me puse a razonar.

¿Qué animal mató a las gallinas de esa

historia? No había sido un espíritu, lógicamente. Y es que también se decía que el oso hormiguero tiene esa costumbre. Si él agarra un animal se le sienta encima. Y eso se vió en una National Geographic donde, en el Amazonas me parece que fue, se ve un oso hormiguero sentado sobre un perro. A un amigo mío le pasó que encontró un oso de esos en la montaña y el perro lo atacó, pero el oso lo agarró y se le sentó encima.

Talvez el espíritu que había

atacado al hombre de las gallinas y se las mató había sido un oso hormiguero. Talvez se les sentó encima y después se fue.

En otra historia se contaba que un hombre nica, de esos que eran huleros, se fue a cazar. Le propuso a su compañero que fuera con él, pero tenía pereza y no quiso ir.

El compañero se quedó durmiendo en la ranchilla, que era solo

para acampar. Cuando eran ya los once de la noche, el que se había ido para la montaña empieza a oír ese ruido fuerte que se oía antes cuando la tormenta

ya venía y entonces se va corriendo para el ranchillo. Cuando llegó, vió que estaba un jaguar sentado al pie de la cama, con la cabeza al nivel del camarote, y el compañero durmiendo con la cabeza para el otro lado. Ahí mismo mató al jaguar. Y el compañero pegó el gran brinco en la cama y le reclamó por el escándalo. – Asomáte para que veas lo que hay ahí, le dijo el otro.

El tío de la señora de mi hermano es un nicaragüense de esos hombres que solo nacen una vez cada cien años, de cáscara amarga, que hasta la familia le tiene miedo. Es de esas gentes para los que la palabra es un código de ley, un hombre de confiar. Le decían don Chombo, y se llamaba Jerónimo. Una vez mató un jaguar, lo colgó en el peladero, y cuando estaba pelándolo y sacándole el cuero en la parte de las nalgas, tocó con el puñal un hueso, pero… ¡no podía haber un hueso en una nalga! Lo sacó y … ¡era un colmillo de un chancho de monte! Lo que muestra la relación que hay entre los tigres y los chanchos. Muy, muy interesante esa anécdota.

Recuerdo otras historias que me sucedieron a mí, algunas bastante dramáticas. Mi hermano decía que yo ya no era un hombre valiente, que era más bien un hombre tonto. Y sí, yo era un poco tonto en esas situaciones. Posiblemente he olvidado unas cuantas de las historias, pero si me recuerdo estas otras.

Una vez andaba cazando un caucel. Nunca había matado un caucel. El subió a un árbol, un árbol de gavilán. Llegué yo donde estaban todos los perros en la raíz del árbol ladrando hacia arriba. Entonces deduje que el caucel estaba encaramado en el árbol. Se veía muy difícil para subirme. Pero me subí, y revisé muy bien todo el árbol y no estaba el animal. El problema fue que cuando quise bajar ya no pude. Y no pude, y no podía. Yo andaba solo, para variar. Y así pasaron dos horas y resto.

Pensé que si intentaba bajar y me caía, me podía quebrar la columna o alguna otra cosa me podía pasar. Al final me decidí. Fue una de esas decisiones dramáticas en que uno sabe que la vida pende de un hilo. Pero no quedaba

otra alternativa. Vi un bejuquito pequeño que le dicen tripa’e gallina y con él bajé hasta cierta parte y de ahí me lancé. Me golpeé bastante pero no pasó a más.

La moraleja fue que de ahí en adelante yo no subía a ningún árbol si no estaba garantizado que el descenso era seguro. Hasta en ese momento supe que el caucel es el animal que más camina por el dosel de los árboles. Lógicamente, parte de la estrategia del animal es la táctica de subirse a un árbol, llegar bien arriba, y pasarse a otro y así seguir huyendo.

Los perros que no son

experimentados, llegan a ese árbol y ahí pueden quedarse horas y horas ladrando hacia arriba. Y el cazador que no sepa, también, ¡hasta puede ser que llegue a subirse al árbol a buscar al caucel!

Hasta el cazador más

experimentado tiene días en que descubre algo que no sabía.

Otra vez los perros encuevaron un tepezcuintle por una quebradita. Era como un zanjón, que tenía en el fondo un chorrito de agua que luego caía hacia una quebrada. Y como formando parte de un tapón estaba un árbol de gavilán muy grande, por donde entraba aquel chorrito de agua muy pequeño. Había una piedra a la raíz del gavilán y ahí se metía el agua y pasaba por el zanjón y luego volvía a salir a la quebrada.

Había como diez metros entre la raíz del árbol y la quebrada donde iba a dar el chorrito de agua. Yo me metí a la cueva esa por el zanjón, arrastrándome. Comencé a escarbar y a escarbar y a escarbar… Y la tierra que iba sacando la acomodaba donde pudiera.

Era de día y yo andaba con un compañero.

Llegué escarbando hasta encontrar una especie de nido, pero ya no estaba ahí el tepezcuintle. En eso duré horas. Llegó un momento en que me dí cuenta de que el tepezcuintle había escapado de la cueva por otro lado y que ya yo no estaba haciendo nada ahí metido.

Cuando quise salir, me di cuenta que la cueva se había anegado. La salida estaba ya totalmente ciega. Yo sin darme cuenta, al escarbar y mover la tierra a como podía, y al meterme más adentro de la cueva, había tapado la salida del agua hacia la quebrada. El agua seguía subiendo. El compañero estaba

afuera en la quebrada esperando y sí podíamos hablarnos a gritos. Yo ya le expliqué que el zanjón por donde me había metido se había llenado de agua y que se había taponeado.

Convenimos en que yo me iba a deslizar para atrás y que él iba a meter los brazos en la salida para que cuando yo llegara ahí, él me jalara de los pies. Comencé entonces a recular dentro de la cueva, todo lleno de barro, hasta la cara. Llegó el momento en que, acostado, el agua me empezó a llegar a la nariz. Ya tuve que respirar profundo, bajar la cabeza, meterla en el barro y empujarme hacia atrás…hacia atrás, lo más fuerte que podía. ¡Hasta que sentí que el muchacho me agarró de los pies y me jaló! Esa fue otra cosa que nunca quise repetir. Pienso que si ese día no hubiera estado ese muchacho conmigo, quizás hubiera muerto ahí mismo.

Recuerdo una vez que andaba en la zona de Tortuguero, por el límite oeste del Parque, buscando chanchos de monte. Yo estaba a un día de camino del pueblo más cercano -camino en bote, porque no había camino por tierracuando empiezo a escuchar los tumbos de los chanchos. Ese ruido que hacen los chanchos, cuando son muchos y andan en manada, puede ser escalofriante. Me frené inmediatamente, antes de dar el siguiente paso. Yo quedé inmóvil con las piernas abiertas. Y cuando me convencí de que no eran chanchos, ya iba a seguir caminando. Cuando veo hacia abajo y miro que a dos metros de mí estaba una terciopelo de dos metros de largo… enorme, enorme…

Yo ya tenía unos ocho días de estar acampando en la montaña. No sé por qué pegué un grito de terror. Yo no hubiera tenido la más mínima posibilidad de salvación si ese animal me hubiera mordido.

Que yo recuerde, esa fue la

única vez en mi vida que he gritado de miedo. Así, no sé por qué, de pronto me salió el grito. Me he reído de las películas de terror cuando la gente grita y hace escándalo. Y entonces me siento un poco raro cuando recuerdo que grité de miedo. Talvez por ese machismo que sigue ahí escondido.

Después del grito lógicamente me aparté, la culebra se deslizó hacia una quebrada, y en un recodo de la quebrada había un playoncito de unos dos metros cuadrados. Ella cayó ahí, había un desnivel como de metro y medio. Y esta fue otra loquera que hice: no quería gastar un tiro matándola con el rifle y entonces brinqué abajo para ir a matarla con el machete.

Y ahí en las

quebradas, las culebras pueden ser más peligrosas. Talvez más temeraria fue esta acción, que la primera. Si la culebra está “arrebajada”, que llama uno, que es cuando está más dispuesta a atacar, y está al alcance de uno, se le da en la cabeza con el filo. Si la culebra va caminando, uno le da con el lomo del machete, no con el filo, sobre el espinazo, y entonces las quiebra. De esa manera ella ya no puede seguir caminando y uno puede matarla sin peligro.

Tuve muchas experiencias con terciopelos en la montaña y creo que sí puedo hablar de que hay temores infundados en relación a ellas. Una vez quise matar una terciopelo, pero no a machetadas, porque estaba en una ramazonada. Quise meterle la punta del cuchillo en la cabeza, pero a la hora de hacerlo, una rama me desvió y no acerté. Con el movimiento, la culebra se levantó hacia arriba, yo le miré las quijadas abiertas, le miré toda la parte interna del hocico, aquello se veía blanco, blanco, blanco… ¡y me agarró el puño del cuchillo! Quedé otra vez aterrorizado, pero no grité. Yo brinqué hacia atrás y caí de espaldas en un zacatal.

Se dice que todo lo que hace una culebra es por instinto y que es uno de los animales más torpes que hay. La culebra va a morder todo lo que la maje. Muchas veces uno puede estar parado a un geme de una culebra y ella no se mueve para nada. Pero si alguien le pone el pie, ya sea humano o bestia, ella reacciona.

En el parque Piedras Blancas las culebras hace unos meses

mataron como siete caballos. Otra lección aprendida: ellas no atacan si uno no las molesta. Pero sí dan mucho miedo.

Una vez quise también matar un saíno en una cueva. Había un árbol enorme, de esos árboles típicos de Tortuguero o de Corcovado. Perseguimos con los perros al saíno hasta la cueva que estaba debajo de aquel árbol, y después de mucho rato de estar ahí, vimos que no había posibilidad de sacarlo. Entonces

decidí entrar, arrastrándome hacia adentro para matarlo.

Solo los pies me

quedaron afuera. Yo andaba con botas de hule.

El saíno lo veía yo con la luz del foco, reculado allá atrás, en un recodo de la cueva. El sacaba la cabeza y luego se echaba para atrás, y entonces yo ya no lo miraba. Este es uno de los ejemplos de cuánto poder ejerce la pasión por la cacería sobre el hombre, al extremo de ponerlo a arriesgar su vida. Yo había visto muchos perros prácticamente destazados por un saíno, o degollados brutalmente por ese animal. La potencia que un animal de esos tiene en los colmillos es tremenda.

Ya calculo que cuando él sacaba la cabeza por el

recodo de la cueva era cuando ya le podía disparar. Y así lo hice. La siguiente vez que él sacó la cabeza, le disparé.

En el momento pude ver que no era mucho el daño que le había hecho. Cuando yo jalé el gatillo el chancho ya iba pa’tras. Me di cuenta que el disparo se lo había pegado en la trompa. O sea, que no significaba que iba a quedar paralizado o que se iba a detener. Oía que el animal roncaba, pero, producto de la sangre, hacía como gárgaras y se escuchaba espantoso. Y entonces me entró un miedo terrible. El animal en esas condiciones puede ser el doble de peligroso. Yo me puse a temblar pero no quise salir y me puse listo con la carabina. Cuando yo oí que el animal hacía un ruido diferente, le grité a mi hermano: -¡ya se va a salir! El intentó sacarme por los pies, pero se quedó con las botas en la mano en ese primer intento.

Cuando oí aquel ruido ya el animal venía, pero con tanta velocidad que cuando yo jalé el gatillo nuevamente, la cabeza del chancho ya pasaba de la punta del cañón. El venía con el hocico abierto y se le podían ver todos los detalles por dentro. Solté el foco, solté la carabina y como pude, con la mano izquierda aparté la cabeza del animal que quería morderme, con tan buena suerte y con la protección de Dios, que lo agarré de una oreja y lo arrinconé contra una pared de la cueva.

Otra cosa que me favoreció en ese momento,

milagrosamente, fue que el animal no hacía a retroceder, si no solo a empujar para salir. Eso me facilitó sostenerlo. Si el se hubiera echado pa´trás no lo hubiera podido sostener, pues son muy lisos. Entonces cuando yo lo estaba

sosteniendo, mi hermano empezó a jalarme otra vez, pero poco a poco, para poder sostener al saíno, yo acostado, y para ir midiendo su fuerza. Hasta que me salí completamente de la cueva. Ya cuando tuve la cabeza afuera, el saíno salió corriendo por un lado y mi hermano, que estaba cerca, lo mató.

Nunca

volví a repetir eso. Uno no debe meterse en una cueva a matar a un saíno.

Estas cosas pasaron hace unos cuarenta años, y hay más que ahora no recuerdo. Tuve fama de valiente. Pero yo digo ahora que en aquel momento aquello no era valentía, era ignorancia o estupidez. Ya uno viejo se supone que es más sabio y no haría nunca cosas así. Pero esas anécdotas dan talvez mejor idea de lo que es la cacería. Y del poder que ejerce sobre los cazadores. Y también dan mejor idea de que no es tampoco muy difícil dejar de cazar. Si se busca la seguridad personal, si se busca el bienestar de la familia, esas son tonterías que nadie las debería hacer.

Viví también una historia de un tigre. Había unos hombres muy valientes allá en la zona de Tortuguero. Nicaragüenses la mayoría, pero también otros ticos. Eran labradores de madera y cazadores.

Y este tigre comenzó a ser tan

agresivo, que todos ya le teníamos miedo. Todos. Porque en las picadas de la montaña, a cualquier hora del día, por ahí se veía pasar. Era inmenso. Era inmenso. El se paraba por allá y uno gritaba o golpeaba el cuchillo contra un árbol y él no se movía. Pero había una cosa que yo llamo casi misteriosa aunque no creo en misterios y nunca he creído en esas cosas- pero yo me preguntaba: -¿por qué este animal, cada vez que hacía sus cosas, nadie andaba un rifle, nadie, nadie...? Así fue creciendo la fama de él y ya todos le teníamos miedo. Cualquier hombre que entraba a esa montaña sabía que estaba en territorio de aquel tigre.

Nosotros guardábamos todas las

precauciones. Una noche iba yo hacia el campamento, era allá por donde esta el río Tortuguero, del puente de Cariari unas tres horas montaña adentro. Pero en aquel tiempo no había ninguna finca, ningún rancho a la orilla del río, era selva total.

Era como la una y media o dos de la madrugada. Yo iba caminando a esa hora porque quería llegar a trabajar en la mañana. De pronto, comencé a oír el

sonido ese que hace el pavón. No le dí importancia, seguí caminando, porque era un pavón.

Seguí caminando, y el pavón seguía como detrás de mí,

haciendo ese ruido.

Yo iba caminando por un callejón boyero. Yo iba tan

confiado en que era un pavón, hasta que me di cuenta de que… ¡el pavón no anda en la noche!

Cuando recordé eso me sobresalté.

Y pensé

inmediatamente: -¡es el ruido del tigre! Bajé entonces rápido el “bambador” –que era el salveque de antes- y vi que adelante en el camino había un giro de noventa grados. Ya yo sabía que era el tigre que venía detrás de mí. Entonces yo pensé: - Este tigre me va a atacar en ese recodo del callejón. Cuando llegué ahí yo llevaba el bambador en una mano y el machete, que me lo había sacado de la cintura, en la otra. Yo ya iba caminando de medio lado y arrecostado a la orilla opuesta del callejón para tener más posibilidades de defenderme. El ruido siguió sonando pero se fue quedando a unos diez metros primero, después unos quince, y hasta ahí llegó. Ni me atacó, ni continuó detrás de mí, pero yo calculo que me siguió como media hora o más.

La lección que aprendí es que el tigre no ataca a la gente y que si sigue a las personas no es con la intención de atacar, sino por simple curiosidad. Y uno oye a muchos campesinos y a gente del campo contar que el tigre los siguió en la noche y que casi los caza. Yo comprobé que el tigre me había seguido, y que venía detrás poniendo las huellas de él encima de las mías. Eso se podía ver muy claramente en el barro.

Esa noche pasé algunos momentos muy

preocupantes.

La experiencia más dramática que tuve, pero en otro sentido, es la de un venado herido, el que antes mencioné que había huido después de dispararle. No puedo borrar ese hecho de la mente.

Era un venado blanco, hermoso, de esos que los cazadores llaman un padrote. Lo tiré de carrera, muy cerca, y no cayó. Lo seguí un rato y ya empecé a encontrar rastros de sangre. Mis perros venían muy atrás. Traía cuatro o cinco, todos muy finos. Lo seguí, pero los perros venían tan perdidos, tan

perdidos, que yo no los oía. El venado llegó a un charral. Yo seguía el rastro de sangre.

Llegué donde había estado echado y de donde había salido hacía pocos minutos. Yo ya apenas escuchaba a los perros ladrando. Encontré cuajarones de sangre del venado ahí donde había descansado. Aquello me impresionó terriblemente. Veía toda la hierba aplastada y todo el montón de sangre.

Empecé a recordar el dolor que yo había sentido cuando había tenido el accidente con un rifle en el brazo. Recordé el dolor que sentía en el hueso y la sed espantosa que me había dado. Entonces empecé a revivir lo que a mí me había pasado y a calcular que el venado estaba pasando por lo mismo.

Luego llegaron los perros. Los perros a veces, o con cierta frecuencia, pierden el rastro del animal por algunos minutos, pero luego lo vuelven a encontrar. Llegamos a otro lugar donde el venado había estado echado y, otra vez… el mismo montón de sangre… Seguía persiguiéndolo, pensando que ya lo iba a alcanzar.

Pero en aquella persecución no se me quitaba de la mente el drama que yo había vivido, y seguía comparando con lo que el animal estaba sufriendo. Cuando yo había tenido el accidente, mi hermano estaba a mi lado, el me ayudó, me entablilló la mano, me ayudó en todo sentido, me daba ánimo. Yo botaba cantidad de sangre, pero tenía alguien que me ayudara. El venado iba solo, herido de muerte. Cuatro perros finos de mucho capricho detrás de él. El está casi agonizando, escuchando el sonido de los perros, temiendo que se aproximen, está débil, con una sed también espantosa, y así continúa su huida.

Escapaba de nuevo, perdía a los perros, y al final de aquel día, los perros perdieron definitivamente el rastro. Ya no lo pudimos encontrar. Yo volví a la casa y aquella experiencia había sido para mí como una película de terror. Psicológicamente me había impactado tanto, tanto, que entonces seguí pensando en otros hechos parecidos que viví con otros animales, con un saíno

que iba corriendo con las tripas afuera, o con un chancho con una pata quebrada de un balazo, escapando de los perros que corrían detrás de él…

En el momento no cambié, pero si influyó mucho en mí esa historia del venado herido para que yo dejara definitivamente la cacería.

Yo sigo admirando al cazador en cuanto a destrezas y conocimiento de algunas cosas. Pero hay una faceta que yo pude comprobar en esa época en que cazaba, con la que yo no estaba de acuerdo.

Talvez un poco de

superstición, eran cosas que no creí en ese momento, y que ahora con más razón las veo ilógicas, absurdas.

Recuerdo que hace muchos años -ya mi cabeza empieza a falsear y he olvidado mucho de lo que pasaba- los cazadores creían en algunas cosas. Por ejemplo, el perro y el cazador, casi que no se pueden considerar como dos partes separadas, las dos se complementan. Un perro es muy peligroso para un parque nacional, porque significa que el cazador esta ahí, y el cazador a veces es muy dañino, porque el perro le ayuda mucho.

El perro es

fundamental para la actividad del cazador. Pues bien, nada deprime tanto a un cazador que cuando el perro se le “enfría”. “Enfría” quiere decir que usted tiene el perro más bueno que ha tenido en su vida, el de más fama en su región, y un día usted lleva el perro a cazar, el va a la par suya, de pronto encuentra una huella, y empieza a trabajar pero… cinco minutos después… se quita. Y usted no le encuentra explicación a eso. El perro se quita y viene y se echa a su lado. No está enfermo, no tiene hambre, ¿qué pasa? Y así se fue el día, y el perro no hizo nada: se enfrió.

El siguiente día lo lleva uno otra vez, para probarlo, a ver si ya está bien, y el perro sigue igual, no sirve para nada. Es en esas situaciones que se dice que el perro suyo está “frío”, “que se lo enfermó alguien”.

Y ese enfermar es que

talvez cuando usted mató un tepezcuintle y le dio la cabeza al perro, un hueso cayó en el agua. Generalmente la cabeza se le da al perro ahí mismo donde uno cazó al tepezcuintle, en la montaña. En el río o en la orilla del río, sobre un

árbol, usted pica la cabeza con el cuchillo para deshuesarla y se la da a los perros.

Pero si algún hueso de aquellos cayó al agua, el perro se le va a

enfriar. O sea, que los cazadores generalmente no quieren saber nada de un hueso que se haya caído al agua porque el perro se va a arruinar, el perro se va a enfermar, se va a enfriar.

Otra razón para que eso sucediera es que uno no podía darle carne del tepezcuintle que había cazado, a ninguna vecina que estuviera embarazada. ¡Por nada del mundo! Si uno hacía eso, el perro se enfriaba automáticamente.

Un día el perro se me arruinó, se me enfrió totalmente. Era el perro más bueno que había en la zona. Y yo decía: -pero es que no le he dado carne a ninguna mujer embarazada, es que no he echado huesos en los ríos. Y entonces otros cazadores me decían: -¿qué pasa?, ¡averiguate a ver quién es!

Alguna mujer

a la que le diste carne está embarazada, solo que no se le ve el estómago.

Y era que había un remedio para el perro. Los cazadores creían que aquella mujer tenía que masticar un bocado de comida para luego dárselo al perro. Y así el perro se componía. Yo nunca creí en eso, pero el perro se me había enfriado. Yo no busqué ninguna cura. Resulta que lo que el perro tenía era anemia, el estaba gordo pero con anemia, era una enfermedad como cualquier otra. Yo lo curé y el perro siguió igual que siempre.

Otra razón para que el perro se enfríara era que la mujer, cuando el perro está echado por ahí, le pase por encima.

Hay cazadores que se ponen pero

furiosos, como usted no tiene idea, si la esposa o una mujer pasa por encima de ellos. Eso es imperdonable. Esa es otra razón para que el perro se enfrie. Nunca creí yo en eso.

Otro mito se refiere a cómo hacer para que una manada de chanchos no se vaya de la zona. Digamos que usted vive por allá, y yo por aquí, más cerca de la carretera. Usted llega una tarde corriendo a mi casa: - Manuel, dicen que miraron los chanchos allá por mi casa. ¿Qué te parece si vamos mañana? -Sí claro, vamos mañana, le respondo.

Pero ya hemos oído que a los chanchos los han tirado allá en Zarcero, los han tirado en aquellas otras montañas… Es una de esas manadas que se escapan del bosque, de un parque nacional. Los tiran aquí, los tiran allá. Son animales muy, muy ariscos. Lo olfatean a usted y no se vuelven a ver. Oyen un disparo y no se vuelven a ver. Ya son manadas pequeñas.

Entonces nos vamos, corremos, y tenemos la suerte de matar uno. -Manuel, esos animales están cerquita de la casa, hagamos que se queden aquí, me dice usted. Entonces uno le corta la cabeza, pero rapidísimo, al chancho, hace un hueco y la entierra con el hocico viendo hacia la parte de afuera, hacia la carretera. Entonces ellos nunca se van a ir para el otro lado, para la montaña. Se vienen para este otro lado, pero por aquí es donde están la carretera, los carros, la gente.

Entonces ahí los cazadores van a matar hasta el último

chancho que quede. Ese era otro mito que antes tenían los cazadores. Está también el del famoso “chanchero”, relacionado con la cacería del chancho. No se sabe qué animal es, pero se cree que es un pájaro. Es un búho, para mí es un búho, pero muy grande. Digamos que estamos en la montaña, somos labradores de madera y somos agricultores. A cualquier hora de la noche uno está dormido y de repente se despierta porque oye que dicen: “¡aquí vaaa!”, pero muy duro… “¡aquí vaaa!”, “¡aquí vaaa!”… Y la gente ya medio despierta decía: - es que acaba de pasar el chanchero.

Uno se

espabilaba y preguntaba: - ¿para dónde iba? Y entonces alguien decía: iba hacia la finca tal… o iba hacia el este…, volando, lógicamente.

Pues apenas amanecía, nosotros, emocionados, cogíamos el rifle y nos íbamos en la dirección por la que el chanchero iba. Los cazadores creían que ese pájaro, esa ave, o ese animal, andaba detrás de los chanchos. El chancho duerme allá, duerme acá, camina unos kilómetros, y regresa hasta la otra noche. La gente decía que era un pájaro, nocturno, pero no decían su nombre. Para mí era un búho lo que la gente escuchaba, pero nunca creí que siguiera a los chanchos.

Recuerdo un caso folclórico. Una vez conocí un hombre nicaragüense, valiente a todo dar, muy viejo ya para la edad que yo tenía en ese momento, pero yo lo admiraba. Al señor la esposa como que le daba órdenes, el hacía todo lo que su señora decía, la señora era chiquitita, pero era como la mamá para él, por la autoridad que tenía.

Un día le dice la señora: -fijate que anoche pasó el

chanchero. ¿Por qué no vas y matas unos chanchos? - Mirá es que el día está feo, tengo pereza…, respondió el. -No, no, andá. ¿Por qué pereza, si los chanchos están ahí seguros? ¡Fue el chanchero el que pasó avisando!

El señor al final se decidió a ir, no le quedó otra salida. Pero había que pasar por unas ramazones al frente del rancho. Aquello era pura montaña. Era un campamento maderero. Entonces uno tenía que montarse sobre las ramas para pasar. El señor se fue entonces a buscar a los chanchos.

Cuando

oímos un disparo enorme. El usaba una escopeta. Corrimos al río.

El señor

iba saliendo empapado en sangre. El costado de la cara y el pecho estaban llenos de sangre. Y corrimos a rescatarlo. Lo sacamos de la ramazonada. Y era que pasando las ramas se había caído, y en la caída se le había ido un disparo al aire. Y el cañón se le había incrustado en el oído y le había hecho un destrozo total. El cañón de la escopeta es muy ancho. Eso le pasó a ese señor por buscar a los famosos chanchos siguiendo al chanchero. En estos momentos ya yo no oigo a ningún cazador hablando del chanchero. La cacería de chanchos ya casi desapareció, a excepción de la que sigue dándose dentro de los parques nacionales.

Pero esa fue una cosa que tenía mucha

credibilidad en aquel tiempo.

Yo recuerdo también que algunos cazadores decían que habían dos venados: el malacate y el blanco. Pero pienso que eso fue un mito. Simplemente que el malacate es el estado en que el venado está echando la cachamenta. Pero uno puede cazar un venado grande y no tiene astas. Yo solo llegué a ver con dos astas y pequeñas ramificaciones.

Si recuerdo de un cabro que tenía colmillos. En el campo se dice que es una virtud, que si uno va de cacería, y lleva un colmillo de cabro, nunca fallará. Pero que esa virtud desaparecerá tan pronto alguien conozca que uno tiene

ese colmillo.

Su tenencia debe ser un misterio para otras personas.

En

realidad los colmillos en el cabro son una anormalidad en el animal.

Ese cabro yo lo cogí vivo, era un cachorro y quería amansarlo en la casa. Cuando le metí el dedo en el hocico sentí que tenía algo. Lo bajé de inmediato y lo revisamos y tenía los colmillos. Tanto que esos comillos yo los guardé en un frasco con alcohol y me los robaron del cuarto en el campamento. Ahí se fueron los colmillos. Talvez cien mil cazadores habrán muerto sin conocer los colmillos de un cabro. Porque eso no es normal. Es un caso que se aparta de lo normal, una anormalidad.

15. Conflictos en la cacería

En aquellos años, con aquella extensidad enorme y poca población, no habían conflictos de competencia entre los cazadores. Los cazadores, digamos de San Carlos, van a cazar ahora a otros lados porque ya no encuentran animales allá. Pero antes eso no pasaba, entonces no había “cazadores de afuera” que vinieran a menudo a cazar donde uno cazaba.

No había posibilidad de

conflicto.

Siempre la cacería ha sido como un gremio. Más bien a uno como cazador le gusta que usen su casa para dormir y el día siguiente salir de cacería. Ahora sí podrían haber conflictos entre cazadores, porque ahora sí ya hay competencia por la presa, pero en aquella época no habían.

Yo pienso que esa idea de ese cazador Mena, que escribió ese libro, de que los campesinos aprendan a comer mapachín, sarigüeya o zorros, para que no cacen a los otros animales, es una idea excelente, pero muy soñadora, porque yo nunca podría comer guatusa ni zorro. Esas son cosas culturalmente muy arraigadas en las personas. Talvez entre los pequeños eso podría hacerse, pero con los cazadores viejos no.

El otro inconveniente que yo también veo es por qué solo se piensa en las especies comunes domésticas para resolver el problema de la alimentación.

Hay estudios por ejemplo de la paloma castilla, de la cría de conejos… Alguna vez leí que en América Latina el consumo de proteínas es muy bajo, por lo que se recomendaba la cría de esas dos especies que son de multiplicación muy rápida, desarrollo igualmente rápido, muy nutritivas y de buen sabor. Eso me parece mejor que pensar en mapaches y zorros.

Siempre hay una cosa que se habla muy negativamente del cazador, pero no todos la tienen. Un finquero me decía que él odiaba al cazador, porque si cazaba llevaba comida a la casa y si no cazaba también. Se refería al robo de bananos, naranjas y cosas así. Y eso creo que es cierto en un gran porcentaje. Esa es otra clase de conflicto.

Otro es el que se deriva de la consecuencia del maltrato a un perro. En la cacería de venado, cuando el animal espacios abiertos.

se ve acosado, trata de salir a los

Al venado cansado le cuesta más desplazarse por las

cerrazones, por los cachos y sus patas. Si usted ve la lámina de un venado encuentra que su lomo se ve horizontal. Si ve el de un cabro, va a encontrar que la parte delantera es más baja que la trasera. Eso quiere decir que al venado le cuesta más que al cabro correr por las cerrazones.

Por eso busca

el lugar abierto. Y si hay ganado el potrero es un buen lugar porque ahí el rastro se pierde y cuesta más seguir la huella.

Y es en esas condiciones

cuando los finqueros pueden llegar a matar un perro. Y eso sí desata un odio mortal del cazador hacia el finquero.

La cacería sí representaba algo importante para la comunidad, pero no siempre. Socialmente era importante porque si uno no estaba, uno estaba seguro de que algún pedacito de carne llegaba a la familia de uno porque los cazadores del gremio pasaban a dejarla. Eso era una costumbre. Pero no era algo determinante, porque en esos tiempos los ríos estaban repletos de camarones y peces, pero en cantidades exageradas.

Entonces no había

necesidad de depender tanto de la cacería. Ir de pesca era menos costoso y menos riesgoso.

A mí me tocó mucho, ya cuando era guardaparque, perseguir a los cazadores. Yo siempre he creído que uno hace muchas cosas porque están en el subconsciente. El seguir un rastro de cazadores es como seguir un animal. Recuerdo que una vez miré dentro de Corcovado un arbolito de naranja limpio, con una huella. Yo andaba solo, porque hasta cuando fui guardaparque seguí siendo solitario.

Yo seguí la huella de ese hombre desde las nueve o diez de

la mañana hasta las cuatro de la tarde. No supe por donde había entrado al parque, pero seguí el rastro de ese hombre hasta que vi que había salido del parque. Un día llegué a la casa de mi hermano y le dije, mirá, vos anduviste allá por la quebrada… y me dice, - no. ¿Por qué?

- Porque encontré un

naranjito limpio, le dije. Y vos tenés esa costumbre de limpiar arbolitos.

- No,

sí fui yo. Cinco horas detrás y eso lo hice cualquier cantidad de veces como guardaparque.

En la búsqueda de la marihuana también.

Y eso talvez me producía más

emoción que seguir el rastro del cazador. Pero es igual, se busca la huella, las evidencias, cualquier cosa que el hombre deje en el rastro, hasta llegar a la plantación.

Puede haber dos sentimientos en el cazador, dependiendo de la personalidad, al saber que es perseguido por un guardaparque. Uno es el temor y el otro la reacción muy violenta. – “Si este pedazo de tal por cual me persigue, yo no dejo que me quite el arma, y si hay que morirse ahí nos morimos. Y si me toca un perro lo voy a matar a él”. Cosas así a mi me las decían los cazadores. Hay cazadores muy consecuentes pero hay muchos que no.

El que tiene

temor teme consecuencias jurídicas, pero el otro es de franca violencia. Mi actitud como guardaparque siempre fue muy civilista y por eso nunca tuve mucho problema.

Si el cazador está dentro de un parque nacional y se siente perseguido, él huye si no anda con perros.

Un buen cazador no deja un perro botado. El va a

estar con su perro. Si no anda con perros el va a huir.

El cazador solitario

como que es más razonable; en grupo, es más violento. Ha habido casos en que cuatro o cinco cazadores se enfrentan a unos guardaparques, no dejan

que les decomisen el arma ni el tepezcuintle, los ridiculizan y los guardaparques tienen que irse, regresarse. Los cazadores reaccionan de una manera estando solos y de otra estando en grupo.

Hay cazadores que ven a la cacería en un parque nacional como una competencia. Hablábamos de que la sensación que experimenta un cazador hacia el animal es el de una competencia, a ver quién es más hábil y más poderoso.

En el cazador yo creo que algo de eso existe hacia el

guardaparque.

Hay algo que influye en esa mentalidad del cazador: el

guardaparque en Costa Rica no tiene la admiración de la gente de campo.

En muchos casos, con razón o sin razón, al guardaparque se le considera un tipo ignorante, un poco cobardón, haragán, que viene de San José a trabajar ahí. Y entonces el cazador adquiere más valor, se vuelve más audaz. Yo recuerdo que a mí muchos cazadores me dijeron en la península: - “nosotros vamos a seguir cazando todo el tiempo y nadie podrá impedirlo”. Entonces sí se da esa competencia. Que no es extraña, porque el cazador es machista en un alto porcentaje.

16. Las mujeres y la cacería

Había un hombre nicaragüense que yo conocí, que era valiente hasta la temeridad, ya mayor. La señora de él era pequeñita, ya mayor también, pero con un temperamento terrible.

La señora, por la edad que tenía, parecía

físicamente muy frágil, pero también muy valiente. El señor le decía: - voy a ir a cazar a aquel ojoche. Y había mucho jaguar, mucho jaguar. La señora nunca se quedaba sola si el marido iba a la caza. Nunca, nunca se quedaba sola. Y no era tanto por acompañarlo, era porque le gustaba ir a cazar. Ella era muy valiente y por alguna razón ella me agarró ley a mí. Decía que yo era un cobarde para la montaña.

Mi cuñada, la que se casó con mi hermano, también le gustaba acompañarlo a él en la cacería del tepezcuintle, pero no en la del venado o la de otros

animales. Ella iba a la cacería del tepezcuintle, en las orillas de los ríos, donde era muy bonito, pero a las montañas abiertas, ahí no iba.

Aparte de esas dos mujeres, no conocí a ninguna otra que le gustara salir a cazar. La cacería es algo propio de hombres. Si hubieran mujeres cazadoras yo creo que habría que buscarlas en Osa, en esas montañas donde ellas trabajan como oreras, donde son muy audaces. Pero no conozco ninguna que sea o haya sido cazadora.

Es a los hombres a los que les tocaba el trabajo de destazar. La mujer se limitaba a poner el agua a hervir, para el caso del tepezcuintle. En el saíno y el venado es el hombre el que hace todo. Yo, mientras aprendía, me limitaba a hacer las partes más favorables, porque hay partes que son más incómodas. Pelar un saíno o un venado no es tan difícil. Pero ya destazarlo sí, entonces eso lo hacían los hombres grandes. participación en el asunto.

Las mujeres no tenían mucha

Pero sí le recordaban al marido cuando se había

acabado la carne. Como toda mujer que se preocupa cuando algo escasea.

El destace del animal, para las familias de antes, era un ceremonial tan impresionantemente importante, que nunca lo comprenderán algunos de los actuales ambientalistas.

La gente con autoridad casi siempre son hombres.

Yo pienso que si los

hombres que han dirigido parques nacionales no se han interesado antes por esta materia de la cacería eso ha sido por falta de visión. No mostraron interés antes por este tema. La mujer por su naturaleza es más sensible. En este caso, las mujeres que han impulsado este estudio sobre la cacería muestran una visión más amplia del problema de la cacería. Aparte de que también está de por medio la situación de las familias en el campo, no solo lo que tiene que ver con parques, sino con las mismas familias del campo. Que los hombr es no se hubieran interesado en esto antes representó una pérdida de puntos irreparable para la institución. Es un tremendo contrasentido que hayan tenido que ser las mujeres las que se hayan interesado por este asunto, y los hombres los que hayan estado a cargo del control.

17. Conocimientos del cazador sobre el venado y el tepezcuintle

El cazador aprende las cosas casi como instintivamente. No está en la mente del cazador tomar datos sobre lo que hace. Eso no está en su mente. Cuando yo trabajé en parques, entonces eso como que completó lo que yo había aprendido antes como cazador.

Lo que sé de los animales es como una

combinación de ambas cosas. Pero para el cazador la ecología no existe.

Recuerdo que cuando cazaba encontraba que el venado en diferentes épocas estaba con cría y no he leído nada sobre ese tema como para estar seguro. Pero me inclino a pensar que no tienen épocas definidas para su reproducción. En Guácimo no había verano o invierno, todo el tiempo era lluvia y lluvia. Allá me parece que los venados tenían crías en distintos meses porque yo encontraba venadas con cría en distintas salidas que hacía.

Me parece que todos los venados llegaban a tener solo una cría, pero si llegué a ver compañeros que mataron venadas que tenían dos crías. Eso fue en más de una ocasión.

Cuando uno está cazando un venado y lo ve que está

corriendo en círculos, entonces uno sabe que es una hembra, porque está tratando de cuidar la cría. Entonces yo siempre conjeturé, igual que los demás cazadores, que es la hembra la que se encarga de cuidar al cachorrito.

El venado come muchas frutas y muchas plantas. El prefiere los charrales y la montaña cerrada, pero sale a buscar fruta. Allá en Guácimo, en el charral, que es donde más tiempo permanecen, ellos comen la paira y el cogollo de un bejuco espinoso que se llama bebechicha.

También comía pastos tiernos

silvestres, creo que la witeringia, una solanácea. Comen también frijoles y maíz. En el frijol ese animal puede ser tremendamente dañino.

Nosotros como cazadores hablábamos de las burras. Decíamos que habían burras de tres, cinco o diez hectáreas. Eran áreas de charral enclavadas en montañas y fincas. Y sabíamos que en cada burra había varios venados. Ahí permanecían los venados todo el tiempo, mientras no llegara un cazador.

Posiblemente en época de celo talvez un venado abandone su pequeño territorio. Pero pienso que en condiciones normales ellos siempre se quedan en esas burras mientras haya alimento. Aquí en Costa Rica algunas personas hablan de migraciones locales. Pero eso se da con el chancho y el saíno. Yo creo que con el cabro y el venado eso no sucede.

Los venados andan en grupos de tres o cuatro animales, incluyendo cachorros. Recuerdo que una vez echamos los perros en una burra de unas dos hectáreas y salieron como siete venados.

Yo considero que es un animal que es

relativamente de manada, que le gusta andar con otros. Pero también es que antes había mucha cantidad de venado. Tengo la impresión de que el territorio del venado es corto. Los factores que lo pueden sacar de ahí son el celo, la escasez de alimento o la presencia de cazadores.

Los venados tienen dormideros y sitios preferidos para dormir. Uno los encontraba y miraba que por el estado de la hierba daba la impresión de que el venado venía a dormir un día y otro día… talvez varios días en el mismo sitio, pero no tengo datos científicos sobre eso.

A larga distancia solamente los cachos pueden ayudarle a uno a distinguir entre el macho y la hembra. Pero si son pequeños no se puede, es muy difícil diferenciarlos. No sé cuánto tiempo pueda vivir un venado.

Lo que al venado lo hace retirarse instintivamente del ser humano es el olfato. Uno puede toparse con un venado a siete metros y él se queda ahí, casi sin moverse, pero si usted toma nota es que el viento le está favoreciendo a uno mientras está viendo al venado. Otras veces, de manera instantánea, huye.

Siempre se decía que el jaguar y el puma eran los depredadores del venado, pero en esos tiempos había mucho animal silvestre, y el jaguar y el puma estaban por allá en la montaña, donde estaban los chanchos y los saínos. Pienso que el venado no sufrió mucho del ataque de pumas y jaguares porque ellos estaban en la montaña cerrada y el venado prefería los charrales. Pero yo sí supe de venados muertos por jaguares y pumas, aunque nunca ví

ninguno. El único animal al que el venado ataca es al perro de cacería, cuando lo acosa.

El venado como todo animal herbívoro tiene control sobre determinadas plantas, al igual que la danta. No creo que sea un dispersador de semillas, es más bien un consumidor. Pero no podría hablar mucho de las funciones que cumple el venado en el bosque.

Pienso que el venado fue llevado al borde de la extinción por la cacería en Costa Rica. Habría que tener datos para saber a qué estado llegó, pero yo sé que en algunos lugares desaparecieron totalmente. Allá donde yo me crié y donde yo cazaba, creo que ahí no quedó un solo venado blanco. Y hay otros lugares donde no quedó tampoco absolutamente ninguno. En otros lugares parece que ahora tiende a recuperarse, de eso no conozco mucho. Pienso que en el futuro próximo el venado todavía corre el peligro de extinguirse, pero por otros factores.

Tengo la impresión de que, a larga distancia, los parques

nacionales van a desaparecer. Y eso mucha gente lo cree también. Cada vez hay más presión sobre los bosques, sobre las áreas protegidas, cada vez hay más consumidores, eso le puede llegar a afectar al venado y a tantas otras especies.

Tengo la impresión de que el tepezcuintle es un animal que se reproduce más de una vez por año, dos veces talvez, lo más tres. Tienen solo una cría. Yo llegué a ver muchos pequeñitos. Yo he oído que a veces nacen dos. Otro detalle es que hay zonas donde se dice “- en aquella parte ya no queda un tepezcuintle”, y después de un tiempo usted veía un tepezcuintle, y después otro y otro… como que tienen la propiedad de reproducirse rápido. El cazador eso no lo discute. A veces la gente se escandaliza porque esos animales llegan de pronto cerca de la casa, o porque ayer el cazador tal mató un tepezcuintle ahí por el puente.

La hembra del tepezcuintle es la que cuida las crías. Yo me dí cuenta de eso de esta manera. En la cueva donde está el tepezcuintle el perro llega y ladra en la entrada principal y el animal empieza a buscar la otra salida, el “usú”.

Sale muy rápido para huir al río o para meterse en otra cueva más segura. Pero a veces uno escucha que el perro ladra y ladra y que el animal no sale. Si el tepezcuintle no sale, ya uno se pone a pensar que, o es una cueva ciega, o es una hembra con cría. Y casi siempre era una hembra con cría.

De allí

deduzco que es la hembra la que se encarga de cuidar a la cría.

Yo tengo la impresión de que el tepezcuintle vive siempre en una sola cueva, pero que en el transcurso de la noche entra a varias cuevas. Eso hace que inclusive el perro se equivoque. A veces el perro llegaba a una cueva, ladraba y ladraba, le daba vueltas, se le paraba encima, y después seguía otra vez el rastro, como si el tepezcuintle se hubiera metido a aquella cueva y después se hubiera ido para otra.

El tepezcuintle anda mucho en la noche, sobre todo en esas noches muy largas, de mucha oscuridad, pero regresa a su cueva, que si uno la ve por dentro, encuentra que ha tenido mucho uso. Si es una noche corta, talvez se mantiene a unos cincuenta o cien metros de su cueva, pero si es una noche larga se puede alejar hasta kilómetros.

Pero no solo es el factor de oscuridad, sino también el alimento. Yo empecé a seguir una vez un tepezcuintle a las siete de la mañana y lo encontré en la cueva hasta las cinco y media de la tarde. Más de diez horas caminando detrás del rastro. El perro tiene que seguir todo lo que el animal caminó.

El tepezcuintle come muchas cosas: frutas como guabas, ojoches, mangos, naranjas, limón dulce, castañas, manicillo -que es un bejuco-, come también maíz, y muchas otras cosas. Es un animal nocturno, pero yo llegué a cazar dos de día. Uno fue porque, persiguiendo unos chanchos, ellos asustaron a un tepezcuintle que entonces salió de la cueva y lo maté. ¡El chancho ahuyenta cualquier animal, hasta las culebras le huyen! El otro fue cuando pasé por un comedero de chilamate. Había un árbol de muchas gambas donde una vez había visto a un manigordo durmiendo. Yo andaba viendo a ver si miraba un cabro para cazarlo y me asomé en la gamba y ahí estaba un tepezcuintle comiendo. Pero encontrarlos en el día es muy raro.

Recuerdo un tepezcuintle que cacé que tenía un solo colmillo, un solo ojo y que no tenía pelo, y cicatrices por todo lado. Se lo dí a los perros. Quién sabe cuántos años tenía. Yo no sé cuánto tiempo puede vivir un tepezcuintle.

No es fácil distinguir entre el macho y la hembra. Había un tepezcuintle que nosotros le decíamos “guardatinaja”. Ese tenía la cabeza muy grande y era entonces un macho.

Ese mismo tepezcuintle, jovencito, a la par de una

hembra, yo no podría distinguirlo.

Son animales totalmente solitarios. Solo se ven juntos la hembra y el cachorro. Se dice que son parejas establecidas, monógamas. En la noche lo que ven es la luz. No ven a la gente. Simplemente quedan paralizados. Pero si ya antes han sido perseguidos, ellos, apenas ven el destello de la luz, se van y uno no los vuelve a ver, hasta que el perro lo acorrale en la cueva.

El tepezcuintle está siempre en las orillas de los ríos, porque necesita mucho el agua, y en las orillas puede haber montaña o charral.

Si uno va a cazar

tepezcuintle, busca los sitios en los ríos o cerca de ellos.

El animal todos los

días va al agua.

En caso de verse acosado busca el agua para intentar

escapar.

Los felinos son los principales depredadores del tepezcuintle, sobre todo el manigordo y el león breñero. Mi hermano una vez persiguió un tepezcuintle desde las seis de la mañana. Eran unos pastizales. Y era un verano muy caliente y la perra estaba muy debilitada. Quería ahogarse en las cerrazones y los pastos por los que pasaba.

Había un sol ardiente.

Se miraba tan

desesperada que salía cada rato del rastro, iba al río, se bañaba y seguía la persecución. Como a las doce del día escuchó mi hermano a la perra ladrando como si ya lo hubiera encontrado, y lo que vio al llegar fueron los restos del tepezcuintle. Un manigordo lo había cazado en la noche. Las horas que la perra lo estuvo rastreando fueron las horas que el animal había caminado antes que el manigordo lo cazara. Creo que la boa también puede comer tepezcuintles. Pero los felinos son los que más los cazan.

No creo que el tepezcuintle sea un dispersador que entierre semillas. Hay muchas localidades donde ya no queda un tepezcuintle. Es una de las piezas que siempre ha sido preferida en la cacería. Pero pienso que hay dos cosas que se combinan para favorecer al animal.

Una es que una hembra puede

llegar a tener dos o tres crías por año. Lo otro es que no es cualquier perro el que puede seguir siete u ocho horas a un tepezcuintle. Un perro necesita mucho tiempo para localizarlo. Pero sí hay muchos lugares donde ya no hay tepezcuintle. También están las áreas protegidas donde no se cazan y hay algunos finqueros que están prohibiendo la cacería en sus fincas.

Eso ha

ayudado y creo que en algunos lugares ya el tepezcuintle no está realmente en riesgo. Pero en el lugar donde yo vivo, si se sabe que llegó un tepezcuintle, ¡la gente corre a traerlo!

¿Se puede controlar la cacería?

Si con las leyes que tenemos estamos mal ecológicamente, sin control estaríamos peor. Yo no estoy de acuerdo en que se eliminen restricciones a la cacería. No, para nada. Yo ahora me siento mal de saber que a un venado le han metido un balazo. Me siento mal. No hay necesidad de hacerlo. No lo puedo justificar.

Eso de las licencias de cacería que han existido desde hace años ha sido un folclor. Tiene sentido, tiene lógica, pero una ley que no se cumple es una ley mala. Las licencias de cacería tienen razón de ser, jurídicamente. Ya expliqué antes que yo pienso que la licencia no da derecho a cazar, sino que reconoce ese derecho.

Pero ningún reglamento sirve sin vigilancia.

Se establecen

determinada cantidad de piezas por temporada de caza por cazador, y no se cumple. Nadie, nadie, nadie lo cumple. Se establece la cantidad de perros a ser utilizados por día de caza, nadie lo cumple.

Se establecen feriados y

domingos como días de caza, y nadie lo cumple. En circunstancias ideales podrían funcionar las licencias de cacería. Pero eso no sucede acá, en Costa Rica.

Un asesor de la Ministra me dijo una vez que él consideraba que el 75 o el 80% de las acciones ilegales de caza no trascendían.

O sea, que cuando se

plantean veinte denuncias hay otras ochenta de las que no se supo. Si hay veinte cazadores conocidos, hay otros ochenta que no se conocen.

Los

cazadores son cantidades en toda parte. Los que llegan a solicitar una licencia son los cazadores ingenuos, algunos bien intencionados. Pero eso no significa nada, nada, nada.

Yo fui cazador durante veinte años y nunca en la vida me topé con una autoridad que me preguntara por una licencia. Y en el pueblo, y en toda parte, se ven los cazadores por todo lado, y nada pasa. Eso de las licencias no sirve para medir nada, ni el efecto de las leyes, ni el efecto de la caza sobre las poblaciones animales.

Muchos de esos cazadores que fueron a pedir la licencia no respetan ninguna norma. Yo he conocido algunos de esos cazadores con licencia que practican la caza en días y en zonas prohibidas por el reglamento. Pero sí le sacan la licencia a un finquero, se la enseñan para que los deje entrar a una finca. Es decir, a veces usan la licencia para su propio beneficio. Establecer leyes y reglamentos de cacería en Costa Rica ha sido puro folclor.

La prohibición total de la cacería y la persecución de los infractores es idealísticamente el punto exacto. En primer lugar, repitiendo lo que había dicho Ricardo Jiménez cuando prohibió las peleas de gallos: “un pueblo que para divertirse y emocionarse necesita torturar animales, ver correr su sangre, es un pueblo que necesita civilizarse”.

Dadas las circunstancias de sus poblaciones, muchos animales no deberían cazarse. Estaría de acuerdo con la caza cuando haya sobrepoblaciones de animales. De otra manera no. Para una sociedad cristiana matar animales por placer es una contradicción.

Promover cotos de caza y turismo internacional lo considero un remedio menos malo. Pero si en Costa Rica hay tantos cazadores de aves y animales, ¿por

qué traerlos del extranjero? Sí estaría de acuerdo con eso si hay control y si hay suficientes presas.

Si hay garantía de que se van a respetar los

reglamentos no tendría inconveniente. Con esa idea estoy de acuerdo cuando ya no haya otra alternativa.

Yo tenía mucha piña allá donde vivo. Y había un zorro que llegaba a comerlas. Mi señora quería que yo matara el zorro. Me decía que a mí me había costado mucho trabajo tener las piñas. A mí me da mucha cólera si el zorro llega a comer las piñas, pero no lo mato, porque él necesita más de las piñas que yo.

Yo hace años iba a cazar y no necesitaba de ningún animal para sobrevivir. Yo no encuentro cómo justificar la cacería para sobrevivir. Salvo en unos poquísimos casos, yo no encuentro esa justificación.

Para mí la solución está en educar a la persona, ofrecerle información, abrirle otras opciones.

Ayudarle, sí ayudarle, definitivamente.

Pero mantener los

permisos es la más torpe de todas las ayudas, porque algún día van a desaparecer los animales y la persona va a seguir tan pobre como cuando tenía los venados ahí a la par, y tendrá que buscar otra cosa que hacer.

Las alternativas que se puedan ofrecer para la gente que caza merecen un capítulo aparte. Es que no es suficiente decir que uno no está de acuerdo con algo. Es que hay que justificarse y abrir posibilidades a la gente que no está de acuerdo o que se ve afectada.

Yo conozco algunos cazadores que fueron contratados como guardaparques, pero eso fue algo accidental, no fue una política planeada, más que todo los contrataron porque son personas

que conocen las

montañas.

No

necesariamente funciona eso. En el caso mío funcionó porque yo tuve libertad de acción. Yo decidía y establecía la forma de trabajar. No dependía de un superior para decidir sobre los patrullajes y qué hacer de noche. Cuando un cazador es contratado y depende de otro que no entiende mucho del problema, esa es una plaza perdida. Toda la capacidad del cazador se pierde.

Una política de contratar cazadores me parece que sería algo fabuloso. Y no estaríamos tan mal si eso se hubiera hecho antes, pero no se hizo. Sí conocí un guardaparque fuera de serie, excazador, pero muy matón.

Le gustaba

exhibirse con armas, las esposas, el traje de fatiga y todas esas cosas. Aun así, el cazador puede ser analfabeta pero excelente cazador, y si se le ayuda con capacitación, métodos civilistas de educación y otros recursos, al año podemos tener el mejor guardaparque, y de aquella matonada no queda nada.

Nunca llegué yo a encontrar que a algún gobierno se le ocurriera una buena idea sobre cómo controlar la cacería. Nunca, nunca, nunca. Yo conversé con mucha gente extranjera cuando trabajaba en parques y ellos concuerdan conmigo en esto. Yo digo que los ticos estamos engañando al mundo con eso de la conservación a nivel nacional.

Porque hay mucho folclor y mucha

proclama, pero los animales mueren, mueren, mueren y mueren. Hay muchas actividades relacionadas con la conservación en Costa Rica, muchas, muchas. Juntan millones para hacer un parque, pero ¿la cacería, que es el mayor problema de los parques? Nunca he visto algo como un esfuerzo ordenado, fundamentado, que se estudie para ver qué se hace.

Analizando todo lo que viví en Parques Nacionales y la realidad del país, yo digo que estamos realizando una comedia.

Porque no puede haber áreas

protegidas, y no se puede hablar de parques nacionales, no se puede hablar de prestigio, si los cazadores andan libres, si los animales sufren, si ni siquiera los felinos están seguros en el área protegida.

Eso quiere decir que hemos

fracasado. Hemos fracasado, aunque la propaganda oficial diga lo contrario.

Yo personalmente, como un idealista, como un ambientalista, la verdad es que me siento frustrado. Cuando estuve trabajando allá en Osa pensé qué hacer y escribí sobre eso. Propuse salir con cazadores a cazar y filmar el dramatismo de las acciones del cazador.

Filmar cómo se mata un animal, cómo sufre

cuando le pegan un machetazo y quedan las tripas guindando o le cortan una pata.

Queríamos tener algo sistemático, a largo plazo, documentado.

¡Filmemos cosas que realmente sean impresionantes sobre el sufrimiento de un animal!.

Yo pienso muchas cosas, muchas loqueras. ¿Qué podría funcionar? Todas las acciones de educación yo las veo muy buenas.

Pero también tiene que

haber una autoridad y una pena que me haga entrar a mí, como cazador, en razón, además de los buenos modales.

Combinemos esas dos cosas.

Tengamos buena educación pero apliquemos también la misma ley.

Si a uno

lo encuentran a ahora en un parque nacional le cobran una multa de unos veinte mil pesos, pero ¿qué pasaría si le cobraran medio millón?

Ese problema de la cacería y de la ausencia de una política ordenada se da en todos los países. Pero si Costa Rica va a la vanguardia en esta clase de materias, ya debería haber comenzado a reflexionar y a analizar lo que se ha hecho acá y lo que se ha hecho en otros países. Desconozco si en América Latina hay algún país exitoso en el control de la cacería. En Venezuela se vieron frustrados porque no podían controlar la cacería.

Entonces alguien

propuso enseñar a cazar al cazador legalmente, de acuerdo a las características del animal.

Cuando estuve en Osa planteé la necesidad de formar un grupo de cazadores que cuando hubiera una denuncia sobre un jaguar o un puma haciendo daños, fueran a resolver el problema.

Si uno trabaja para el servicio de parques

nacionales y uno es cazador y en San Carlos hay un problema de esos, aparte de que a uno le gustaría ir, lleva los perros, sus armas, sus dardos, localiza al animal, lo persigue, lo encarama en algún árbol, lo duerme, lo captura y lo traslada a otro lugar y problema resuelto. Y no hubo que pagar los servicios de ningún profesional, porque sería gente del mismo sistema entrenada para hacer eso.

Lo otro sería formar un fondo para cubrir daños. El manigordo y el caucel, por ejemplo, hacen mucho daño en los gallineros. Se paga el daño pero también se captura el animal y se lleva a otro lugar. Esas son posibilidades que existen pero que no se han explotado. Todo lo contrario, se ha utilizado la fórmula más fácil que es matar, matar y matar.

Algunas personas se oponen a los zoocriaderos porque se convierten en una mampara para seguir capturando animales. La gente puede seguir vendiendo animales de la montaña, diciendo que son de un zoocriadero. zoocriaderos se están mirando como una solución para la no extinción. salvaguardan algunas especies.

Los Se

Yo tendría uno, si tuviera plata, pero no en

condiciones tan reducidas, ni con finalidad comercial. Tendría una hectárea para que estuvieran libres los animales.

Yo conocí zoocriaderos que eran

cajones muy pequeñitos, los animales muy apretados. Yo llegaría a utilizar los zoocriaderos como una última alternativa. Yo copié en un artículo esta idea: “Cuando se libera un animal en cautiverio no hacemos más que devolver una pieza mal colocada a un intrincado rompecabezas”.

Y también algunas cosas filosóficas, como: “En muchas

culturas han reconocido la conexión física y espiritual entre los hombres y la naturaleza”.

Cosas de esas, en otro lenguaje, en el lenguaje del que tenga

habilidad para educar, es lo que hay que enseñar a los cazadores.

19. Anexo: Guía de entrevista en profundidad 1. El contexto. □ □ □ □ □ □ □

Lugar y año de nacimiento. Procedencia de los padres. Comunidades en que ha vivido. Su familia. Su historia laboral. Etapas principales en su vida. Panorama general de su experiencia como cazador. □ □ □ □

Edad cuándo empieza a aprender sobre la cacería. Lugar donde empezó a aprender. Años durante los cuales fue cazador. Regiones en que practicó la cacería.

2. Primeras experiencias de cazador □

El aprendizaje inicial □ Cómo aprendió a cazar. □ Sus maestros de cacería. □ Métodos de enseñanza. □ Métodos de aprendizaje.



Descripción de primeros eventos de cacería. □ Lugar. □ Hora de salida y regreso. □ Equipo (armas, machete, puñal, comida, perros, indumentaria). □ Presa □ Descripción detallada del primer evento en que participó. □ Descripción detallada del segundo evento en que participó.



Motivación principal al aprender a cazar. □ □ □ □ □ □



Por qué aprender a cazar. Sentimientos del niño o adolescente. Sueños y pesadillas. Contexto familiar. Abuelo, padre, madre y hermanos. Tíos y primos. Abuelos cazadores? Preparar la carne, cocinar, compartir y comer la presa. Rol de la madre.

Contexto comunitario. □ □ □

Otros niños amigos aprendiendo al mismo tiempo. Significado de aprender a cazar en la comunidad. Tema de conversación entre niños y adolescentes.

3. El cazador experimentado □ □

Años posteriores de práctica de la cacería. Etapas en esos años.

□ □ □ □ □ □ □ □ □ □ □

Cambios en la cacería. Sitios. Armas. Perros. Presas favoritas. Disponibilidad de presas. Más vigilancia, denuncias, problemas legales y clandestinidad. Cambios importantes en la forma o método de cazar. Grupos o clubes de cazadores. Cacería en grupo. Cacería individual.

4. Aspectos psicológicos: □

Descripción detallada de los sentimientos del cazador (previos, durante y posterior al evento): □ □

Descripción de un evento de cacería memorable en que participó. Descripción de sentimientos en ese evento: □ Hacia sí mismo. □ Hacia su presa. □ Hacia sus perros. □ Hacia sus compañeros de caza. □ Hacia los vigilantes o guardas. □ Hacia la montaña o el monte. □ Hacia la cacería.

□ □ □ □ □ □ □

Recompensa principal de la cacería. Fracaso y éxito de un cazador. Concepto del buen cazador. Concepto del mal cazador. Tipos de cazadores según los cazadores. Aspectos en común. Aspectos que los diferencian.

□ □ □ □ □ □

Razones principales para cazar animales. Importancia de la cacería en la vida personal del cazador. El cazador sin cacería. Vigilancia y persecución sobre el cazador. El retiro. Sustitutos posibles de la cacería.

5. Aspectos económicos: □ □ □ □ □ □ □ □

La carne de monte como valor económico. Compra y venta de carne de monte. Carne de monte “gratis” vrs. carnes del mercado. Carne para el consumo familiar y carne para la venta. Podía un cazador de esa época sostener una familia cazando y vendiendo las piezas? Podía un cazador conseguir un complemento económico importante para su familia a través de la cacería? ¿Dejaría el cazador el trabajo con salario para irse a cazar? Cómo se financian los costos de un cazador (armas, municiones, perros…)

□ □ □ □ □ □ □

Compra de su primer equipo (armas, municiones, perros…) Fincas para cazar. Cotos de caza como negocio. Costos de ser cazador a lo largo de sus años de experiencia. Pagos necesarios para cazar. Venta de servicios a cazadores de fuera de la comunidad. Baquianos.

6. Aspectos socio-culturales: □ □ □ □

Abuelos, padres, hijos. ¿Transmisión por generaciones? ¿Contaban los abuelos y los padres historias de cazador? ¿Cuáles historias de cazador contaron? ¿Se cuentan todavía?

□ □

¿Le tocó enseñar a cazar a algún niño o a algún joven? ¿Cómo le enseñó?



¿Cómo se preparaban los cazadores para salir a cazar?

□ □ □ □

Descripción detallada de los equipos y las técnicas y estrategias de cacería según presa. Descripción de los trucos o artimañas del cazador. Para burlar a la presa. Para burlar al guardaparques.

□ □ □ □ □

¿Cómo se organizaban en la montaña? ¿Sobre qué se conversaba en la montaña? ¿Cómo se celebraba grupalmente una cacería exitosa? ¿Cómo se lamentaba una cacería sin éxito? Comer la carne de monte en la montaña.

□ □ □ □ □

Conflictos entre cazadores. ¿Competencia entre cazadores por las presas? Cazadores de la comunidad versus cazadores de afuera. Cazadores rurales versus cazadores de la ciudad. Conflictos con propietarios de fincas.

□ □ □ □

¿Qué sería la comunidad donde usted vivía sin cazadores? ¿Representaba la cacería una parte importante de la vida en comunidad? ¿Perteneció a algún club de cazadores? Campeonatos de sabuesos. Otros campeonatos.



□ □

¿Cómo participaban las mujeres (abuela, madre, hermanas, hijas, primas) en relación a la cacería? ¿Alguna vez acompañaron las mujeres a los hombres en los eventos de cacería? ¿Por qué sí o por qué no? ¿Conoce alguna mujer cazadora?

□ □ □

Religión y cacería Rezar antes y después. Dios y los animales.



7. Aspectos ecológicos: □

Conocimiento del cazador sobre la presa y su hábitat



Para cada especie que cazó:



Conocimiento biológico: □ Reproducción. □ Cuidado de las crías. □ Alimentación. □ Rango de acción. □ Migraciones, distribución. □ Madrigueras. □ Longevidad. □ Diferencias entre machos y hembras. □ Comportamiento grupal. □ Reacción frente al humano.



Conocimiento ecológico: □ Hábitat que prefiere. □ Depredador-presa. □ Relaciones con otros animales. □ Importancia del animal en el bosque. □ Rol del cazador en las relaciones ecológicas. □ Estado de conservación de la especie. □ Extinción en Costa Rica por cacería.



Fuentes del conocimiento: □ □ □ □

La experiencia de cazador. Aprender de revistas, folletos, libros. Aprender de cazadores de la ciudad. Aprender de la prensa: □ Periódico □ Radio □ Televisión

8. Aspectos políticos y legales: □ □ □ □ □ □ □ □

¿Lo afectó a usted lo que el gobierno decidía hacer en relación con la cacería? ¿Tuvo usted licencia de cazador? ¿Cuáles fueron sus experiencias con los guardaparques? ¿Qué representa o qué significa el guardaparque para el cazador? El guardaparque como autoridad superior. ¿Fue usted sujeto de alguna denuncia formal en los tribunales debido a su actividad de cazador? ¿Cómo le fue en relación con esa denuncia? Qué opina usted sobre: □ dejar que se cace libremente, □ controlar la cacería a través de las licencias de cazador,



□ □ □ □ □ □ □ □

establecer reglamentos de cacería con períodos de veda y cuotas de cacería, □ prohibir legalmente la cacería y penalizar severamente a los infractores, □ organizar cotos de caza y promover el turismo de cacería. □ contratar a cazadores como guardaparques. ¿Conoce la ley de conservación de la fauna silvestre? ¿Cree que esa ley es justa? ¿Cree que el gobierno ha ido cambiando las políticas relacionadas con la cacería? ¿Cómo ha visto usted los cambios a lo largo de los años? ¿Qué piensa de los ambientalistas en relación con la cacería? Los ambientalistas radicales. Los ambientalistas moderados. Si usted pudiera decidir… ¿qué intentaría hacer en relación con la cacería?

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