Un canto de frontera (geopolítica y geopoética del Cantar de mio Cid)

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Descripción

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A E R., que, plurima in ter alia, prestó el título. Educados en una cultura cartográfica y acostumbrados a ver alzarse muros y alambradas entre países contiguos, habituados a los puestos aduaneros y a las torretas de vigilancia, al abordar un tema como el presente es necesario tener muy en cuenta que en la Edad Media, la frontera nunca era una línea, sino un área. En efecto, el limes no constituía una barrera estanca, sino una membrana que permitía la 6smosis; una zona sujeta al cambio de manos y donde la vida era peligrosa, pero al mismo tiempo prometedora, pues permitía obtener los beneficios del botín de guerra y gozar de ingenuidades o privilegios negados a quienes en el interior, aunque más protegidos del filo de una espada, doblaban su cuerpo labrando los campos bajo el paso de las gabelas que los oprimían. Por otro lado, cuando no había enfrentamientos armados, la frontera era una zona de transacciones entre los que se situaban a un lado u otro de la linde, de forma que la mentalidad de los extremadanos o habitantes de las zonas fronterizas distaba de plantearse la relaci6n con sus vecinos musulmanes en los términos de la llamada «soluci6n fran,ca», es decir, conversi6n o muerte. Por el contrario, la experiencia fronteriza tenía a menudo algo de mestizo, de ambiguo. En consecuencia, además de ser un territorio, la frontera era en el Medievo un estado de ánimo, una actitud vital, una mentalidad. El Cantar de mio Cid está estrechamente vinculado a la frontera; a la del Duero en el momento del destierro y a la del Tajo en la plenitud de la gloria cidiana. Esto se manifiesta en los itinerarios y escenarios de la acci6n, pero también en la forma en la que el Campeador se plantea su:relaci6n con el territorio. De este modo las líneas maestras que explican la actuaci6n c~diana tienen un fundamento geopolítico, pero su desarrollo en términos de fuerza ljlOtriz del poema épico revelan además una geopoética (término que le tomo prestado a Ferbando Aínsa, 2002). En efecto, el espacio no posee en el Cantar tan s6lo una dimensi6n realista (o, por mejor decir, posibilista), que permite el trazado sobre el terreno de una «r~ta del Cid» efectivamente realizable (como,podrá verse en 1~ contribuci6n de Alberto luque a este mismo monográfico), sino también una dimensi6n que en cierto modo cab(ía denominar simb6lica, porque responde a criterios de efectividad literaria y de significado sociocultural de los distintos tipos de espacio y además está puesta al servicio d: una iespec~fica co~'erencia ~rgumental. . . , Pero ademas de esta vmculacwn espae1al con las extremaduras o terntonos de frontera, el Cantar de mio Cid participa plenamente de esa peculiar mentalidad que se ha denominado espiritu de frontera y que se traduce en un reparto disimétrico de papeles entre cristianos, moros y judíos, pues el carácter de auxiliar o antagonista del héroe no se atribuye mecánicamente en virtud de la adscripci6n religiosa o étnica de los personajes. Del mismo modo, la lucha contra los musulmanes tiene menos de cruzada que de agresiva «campaña come.r:ial», de mod~ que el Cid aban~ona la inicia~iva de la lucha cuando se encuen.tr~ ya defimuvamente a:cort10dado como senor de Valencia, momento en que pasa de ser su¡eto activo de la guerra a ser su sujeto pasivo, un señor feudal por así decir estático, aunque jamás hierático (Boix, en prensa). ·1

Una realidad din~mica

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La frontera entre los reinos cristianos peninsulares y los territorios andalusíes en los siglo~ XI y XII no era precisamente una entidad estable. Aunque la invasi6n almorávide supuso el estancamiento de la frontera durante buena parte de·Ia decimosegunda centuria (salvo pequeños avances y retrocesos en las áreas lisboeta y toledana), el siglo precedente había visto un avance sustancial desde la línea del Duero a la del Tajo, gracias a la conquista de Toledo por Alfonso VI en 1085, y desde el Alto Arag6n a la orilla del Ebro, merced a las tomas de Huesca (1 094) por Pedro I y, ya al principio deL siglo XII, la de Zaragoza (1118) P9~'- Alfonso I el Batallador. A fines del mismo siglo, la caída de Teruel (1170) y Cuenca (11 77) en manos de sendos Alfonsos, el II de Arag6n y el VIII de Castilla, marcaba la renovaci6n del ímpetu norteño por el sudeste y preludiaba los grandes avances que llevarían a Jaime I de Arag6q. hasta Valencia (1238) y a Fernando III de Castilla y Le6n hasta Sevilla (1248). El poeta del Cantar de mio Cid vive en un período de relativa estabilidad de las fronteras, debida a la presi6n almohade entre la victoria de Alarcos (1195) y la rota de Las Navas (1212), en la que la actividad bélica de la frontera estaba más vinculada a la incursi6n que a

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la conquista (aspectos estudiados por García Fitz, 1998 y 2005). Pese a ello, el autor del poema es perfectamente consciente de que las cosas no han sido siempre así, no s6lo porque canta las gestas de un héroe que conquist6 Valencia, perdida para los cristianos en 1102, sino porque sabe muy bien que en conjunto la situaci6n de la Península Ibérica no era la misma en su propia época que en la de su héroe. Por lo tanto, en la medida en que puede hacerlo, presenta el estado de cosas correspondiente a aquélla y no a la suya, tanto en lo referente a la linde de la Cristiandad con el Islam, como en lo relativo a la propia distribuci6n territorial del norte peninsular. En efecto, el poeta compone su obra en la «España de los cinco reinos», es decir, Portugal, Le6n, Castilla, Navarra y Arag6n, pero sabe que Portugal, Le6n y Castilla pertenecían a la misma corona en tiempos de Rodrigo Díaz, mientras que Arag6n y Barcelona poseían soberanos diferentes. S6lo yerra al considerar a Navarra independiente de Arag6n, situaci6n posterior a la muerte de Alfonso I el Batallador en 1134. Pero además el poeta es consciente, no s6lo de la diferente posici6n de las fronteras entre los reinos cristianos y Alandalús, sino de que éstas no se mantuvieron estables durante la vida de su héroe. En efecto, está claro que el autor .sabía que Tóledo fue conquistada por Alfonso VI durante el primer destierro del Campeador (1080-1086), pues en los vv. 435-83, cuando el Cid parte de Castilla, la zona del Henares es todavía territorio andalusí, pero más tarde el regnum Toletanum aparece bajo el dominio de don Alfon~o, ya que las vistas para el perd6n real se celebran a orillas del Tajo (v. 1954) y las cortes conyocadas para conocer en la acusaci6n de menos valer contra los infantes de Carri6n se celeb~an en la propia ciudad de Toled~ (v. 2963). Además, la Extremadura del Duero, que al prin~ipio del Cantar se extiende hasta la Sierra de Miedes (vv. 422-23), a partir del v. 1382 abarca ya por el sudeste hasta Medinaceli (conquistada en 1104). Por otro lado, está igualmente al tanto de que todo el territorio aragonés desde Huesca y Monz6n hacia el sur estaba ,entonces en poder de los musul,manes, siendo así que Zaragoza había sido tomada en 1118 y Cella (Celfo la de canal en el Cantar)ya en 1128 (Lacarra, 1978: 66-71 y 98). También es consciente de que, en el momdnto de su conquista por el Campeador, Valencia tenía un soberano independiente, mientras que en sus propios días la ciudad estaba bajo el control almohade (sobre la compleja situaci6n política de Valencia desde la muerte del Cid hasta la conquista de Jaime I, véase Guichard, 1990-1991). En resumidas cuentas, el poeta diferenciaba perfectamente la «España del Cid» de la «España del Cantar de mio Cid» y, al hacerlo, era capaz de transmitir también la mayor labilidad de los lindes territoriales en aquélla, frente a ésta. La frontera como territorio y la frontera como paisaje La dithensi6n espacial que opera en el Cantar de mio Cid, como en cualquier obra estructurad1 sobre un viaje, desde la Odisea hasta la última road movie, se articula sobre dos ejes distin os. Uno puede imaginarse como una línea horizontal o un corte longitudinal, sobre el que se establece, como en los esquemas periodísticos de las etapas del tour, la trayectoria del pr,otagonista. El otro cabría repi·esentarlo como una línea vertical o un corte latitudinal qtle individualiza cada punto de ese recorrido. El primer eje, que es el sintagmático o de la combinaci6n, determina la sucesi6n de lugares transitados; el segundo, que corresponde al paradigmático o de la selecci6n, a la caracteriza4i6n de cada uno de ellos. El primer plano opera por contigüidad y posee valor metonímico; el segundo lo hace por sustituci6n y ofrece un valor metaf6rico. Tomada como territorio cartografiable, el área de la frontera se configura en el Cantar como el espacio que recorren el Cid y sus hombres, movimiento que articula el enlace o ensartado de los diversos episodios que conforman la primera trama del poema, la que lleva al héroe del nadir de Vivar al cenit de Valencia. Tomada como conjunto de paisajes pintables o fotografiables, la frontera se articula, sin llegar a disgregarse, en los distintos puntos concretos que el Campeador recorre y, en especial, aquellos en los que se asienta y convierte en su residencia temporal (hasta alcanzar la definitiva en Valencia) y en su base de operaciones. Ambos aspectos son, l6gicamente (pues no hay plano sin puntos), indisociables, pero además resultan estéticamente complementarios. El avance por el territorio se vin~ula especialmente a la construcci6n argumental de la obra, mientras que el segundo atañe,' sobre todo, a la construcci6n simb6lica del héroe. No obstante, ambos se conjugan merced a una situaci6n muy concreta: el control del espacio se ejerce desde puntos privilegiados, que son justamente aquellos en los que el Cid y los suyos posan. De este modo, se hacen inseparables geopolítica y geopoética.

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(IANTAR DE MIO CID En cuanto a la concepción del paisaje, que es la propia de la Edad Media, se articula fundamentalmente en torno ala división entre el yermo y el p~blado, la eual constituye la base de una escenografía literaria en la que el entorno sirve básicamente de telón de fondo sobre e1 que actúan los personajes y que guarda especial relación con las acciones que éstos llevan a cabo. Así, el yermo, ei lugar inculto y deshabitado (sea el páramo o el bosque), al que algunos textos medievales denominan locus horroris 'el lugar del horror' y al que tambíén se ha denominado locus terribilis 'el lugar terrible', es el ámbito propicio para la aventura, para lo inesperado, lo violento e incluso lo sobrenatural. En tanto que lugar de negación de la sociedad, es donde se retiran los marginados, sean voluntarios (como los ermitaños) o for~ados (como los bandoleros ·o los leprosos). En tanto que espacio de los in~tintos desatados es el marco de la violación, pero también de la apqrición diabólica, como la que experimentó Cristo en el desierto. Por eso el punto más bajo de la trayectoria del Campeador se expresa cuando, hallándose junto a la dudad de Burgos, ha de acampat en la glera...o playa pedregosa del río Arlanzón «commo si fuesse en montaña» (v. 61), es decir, en el ámbito propio de un excluido de la sociedad. Ahora bien, cuando el Cid y los suyos prenden posada un monte maravilloso o fuerte e grand, como sucede en el otero frente a Alcacer (v. 554) y en el Poyo de Mio Cid (v. 864), el despoblado pierde en parte su condición de tal y adquiere una consideración ambigua, pues la calificación del lugar se .traslada simbólicamente a su ocupante o, dicho en otros términos, el sitio resulta digno del héroe:

El efecto que en ambos planos busca el poeta al trazar el itinerario cidiano se advierte bien contrastando los muy diversos y a veces erráticos movimientos del Rodrigo Díaz histórico con la coherente trayectoria del Cid literario. En efecto, el primero seguramente combatió en la zona del alto Henares precisamente en el contraataque frente a una algara toledana que fue lo que le supuso su primer destierro, mientras que no consta su paso histórico por el valle del Jalón y tan sólo de forma circunstancial por el del Jiloca. En cambio, en el Cantar esas tres campañas enlazadas cumplen una funcign literaria perfectamente coherente, tanto en la gradación establecida entre las sucesivas victorias del Cid, como en su desplazamiento geográfico, que permite unir de forma coherente, mediante la ficticia intervención en la comarca de Calatayud, dos escenarios, el del Henares y el del Jiloca, ·que en la biografía del Campeador aparecían totalmente desligados, tanto crono~óglca como factualmente, y que aquí se inscriben juntos dentro de su paulatina marcha 'hacia Valencia (Russell, 1978: 50 y 55-56). Algo semejante sucede con la campaña de Levante, la cual tiene una base histórica, pero se desarrolló de forma distinta a la que describe el Cantar. Rodrigo Díaz no tuvo inicialmente la intención de conquistar Valencia, sino la de ejercer un «protectorado» sobre las pri~cipales plazas del litoral, desde el delta del Ebro hasta Denia. Para ello, a partir de 1090, estableció pactos con diversos gobernantes islámicos, que le aseguraron el cobro de parías o «tributos de protección». Al principio, sólo ocupó determinadas plazas fuertes (Morella, Borriana, Benicadell, Liria) que le permitían el control de la zona, pero cuando . los desequilibrios de la política i:nterna andalusí y la presión almorávide hicieron peligrar la int~gridad de ese protectorado, el Campeador intensificó sus conqu,istas, que se desarrollaron en . el siguiente orden cronológico: Cebolla (El Puig) en 1093, Valencia en 1094, Olocau en 1095, Almenara en 1097 y Murviedro en 1098. Por su parte, el Cantar altera sustancialmente este orden, además de citar entre las conquistas a Jérica, que sólo fue tributaria del Campeador. Según Menéndez Pida! (19441946: I, 72 y 1970: 167-68), la falta de correspondencia del Cantar con los datos históricos se debe a la ignorancia y confusiones del autor. Sin embargo, es obvio que el poema no inventa los episodios sustanciales de esta campaña (frente a lo que hace en la del Jalón), y que, como en el caso de la batalla de Tévar, presenta algunas interesantes concomitancias con la Historia Roderíci, la biografía latina del Cid compuesta hacia 1185-1190, especialmente la selección de topónimos (sólo Cullera no aparece en ella) y algunos detalles narrativos. Por ello, se impone ver en el Cantar, junto a ]a invención de ciertos elementos, una alteración de los sucesos reales, pero no arbitraria, sino deliberada. En efecto, frente a la diletante actuación histórica de Rodrigo Díaz, el Cid épico tiene desde el principio el designio de adueñarse del Levante, objetivo que cons.igue de modo rápido y eficaz. Para ello, desciende desde el noroeste ocupando paralelamente plazas interiores (Alucant, Jérica, Onda) y costeras (Almenar, Bordana, Murviedro). Los vaieJcianos intentan en vano detener ese avance, que continúa luego hacia el sur, dejando aislada Valencia. En este momento, el Cid posee las dos fortalezas clave para el dominio de la wna:¡ Murviedro y Peña Cadiella, con lo que la caída de aquella capital es sólo cuestión de tiempo. S~ trata de una estrategia clara y metódica (puesta de manifiesto por Hook, 1973, y Pardo, 197~: 62-63), que culmina con la toma de Valencia, lo que logra el efecto estético de hacer seguir~ las victorias menores el triunfo principal (Deyermond, 1987: 22). En un plano intermedio entre la consideración «territorial» y «paisajística» del espacio, se sitúan los itinerarios, cuyo papel poético depende de tres factores: por un lado, el de dotar de credibilidad a la acción mediante una geografía posible (pero no necesaria, en términos históricos); por otro, el de transmitir el ritmo del viaje (rápido en una sucesión i~parable, lento en una enumeración distanciada); en fin, el de aprovechar el valor evocador de la toponimia en sí. A este respecto, cabe hablar de una «poética del nombre», manifestada en la enumeración de determinados topónimos, la cual, como ya señaló Russell (1978: 159-205), transmite una lectura estética, basada en la carga de connotaciones que los nombres propios contenidos en tales relaciones podían producirle al auditorio, como en el siguiente pasaje, que evoca precisamente el tránsito de la frontera:

Otro día moviós' mio Cid el de Bivar e passó a Alfama, la foz ayuso va, passó a Bovierca e a Teca, que es adelant, e sobre Alcacer mio Cid iva posar, en un otero redondo, fuerte e grand; acerca corre Salón, agua noAI' puedent vedar. Mio Cid don Rodrigo . Alcacer cueda 1anar. (vv. 550-56). Aguijó mio Cid,. ívas' cabadelant, ( yfincó en un poyo que es sobre Mont Real; alto es el poyo, maravilloso e grant, non teme guerra, sabet, a nulla part. Metió en paria a Daroca enantes, desí a Malina, que es del otra part, la tercera Teruel, que estava delant; ' 862-69). en su mano tenié a Celfa la de Canal.1vv. 1

Desde estas posiciones es desde dpnde el héroe actúa, de modo que las mismas cumplen una específica misión bélica de control del territorio en el marco d~ la lucha fronteriza, haciendo que el carácter inicialmente hostil de la terra indomita quedÁ, en este caso, puesto al servicio de los intereses del protagonista. En efecto, en tanto q~e base de operaciones, el asentamiento en uno de estos emplazamientos privilegiados !le permite meter en paria, es decir, someter a tributación, a un área determinada. De este!modo, la ocupación de un punto estratégico permite ejercer el dominio sobre toda una ~omarca (Montaner, 1991). De llllevo la geopoética (cifrada en el valor simbólico de la elevación en que se asienta el héroe) se alía inextricablemente con la geopolítica. Finalmente, frente al yermo, en oposición polar, está el poblado, cuya manifestación más compleja es la urbs 'la ciudad'. El marco urbano es el típico de las tramas que tienen que ver con las presiones sociales, con la hipocresía y con las conveniencias, como revelan, en el Cantar, las escenas iniciales que tienen lugar en Burgos, pero la urbe puede ser también el ámbito en el que operan adecuadamente las instituciones de una sociedad armónica o, al menos, capaz de recuperar su equilibrio interno. Lo segundo sucede en el lugar de la corte, presidio por el rey como administrador máximo de la justicia, según ocurre en T9ledo, donde se le hace justicia al Cid, mientras que lo primero se refleja en el dominio de una sociedad de frontera idealizada, según ocurre en «Valencia la casa».

Vino mio Cid yazer a Spinaz de Can, grandes yentes se le acojen essa noch de tod~s partes. Otro día mañana piensa de cavalgar, ixiéndos' va de tierra el Canpeador leal; de siniestro Sant Estevan, una buena cipdad, de diestro Alilón las torres, que moros las han. Passó por Alcobiella, que de Castiella fin es ya; la cal~ada de Quinea ívala traspassar, sobre Navas de Palos el Duero va pasar, a la Figueruela mio Cid iva posar. (vv. 392-402). /

La frontera como mentalidad El espacio fronterizo impone su propia lógica. Cuando uno ve las cosas (o mejor dicho, se las imagina) desde la retaguardia, es mucho más fácil demonizar al enemigo, que es sólo un ente teórico en una construcción sobre el Bien y el Mal. Pero en la frontera, aUiique uno no siempre pueda responder del vecino, al menos cabe la posibilidad de conocerlo y esto cambia las cosas. Desde el punto de vista de su tratamiento literario, cuando el enemigo pertenece a un grupo sentido como distinto o ajeno, nos hallamos ante la «épica del exterior», es decir, aquella cuyos conflictos no enfrentan al héroe con los miembros de su mismo grupo, sino que lo oponen a los otros, a los de fuera. Es lo que ÍNSULA

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Vista de los campos

de Castilla desde la puerta cahl: de la fortaleza de Gormaz (So i

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ALBERTO MONTANER/ UN CANTO DE FRONTERA...

sucede, por ejemplo, cuando en la !liada todos los caudillos griegos, cada uno soberano de su propio territorio, olvidando momentáneamente sus rencillas internas, se unen para . atacar Troya en venganza por el rapto de Helena. En la Edad Media, ese enemigo externo es por antonomasia el infiel, el pagano, que se identifica fundamentalmente con el enemigo musulmán, aunque en el oriente europeo puedan 'ser las tribus no cristianizadas procedentes de las estepas asiáticas (como los polovtsianos o los tártaros, en el caso de la poesía épica rusa). Cuando el enfrentamien;:o con el enemigo externo se hace en términos de guerra santa, para derrotar al enemigo de la fe y exterminarlo o, en el mejor de los casos, obligarlo a elegir entre la conversión o la muerte, nos encontramos con la «épica de cruzada» (o «de yihad», desde el lado islámico), como la ,Chanson de Roland. Sin embargo, este enfrentamiento no es siempre radical y a veces se plantea en términos de una lucha más circunstancial, que admite cierto grado de compl-ensión y aun de admiración por el enemigo. Es lo que ocurre en la «épica de frontera», propia de los territorios limítrofes entre la Cristiandad y el Islam en ambos extremos del Mediterráneo: las pen[n• sulas Ibérica y Anatólica. Precisamente a este grupo pertenece el principal poema épico bizantino, el Diyenls Akritis, que ofrece una perfecta caracterización de este tipo de épica, como expone más detenidamente Eusebi Ayensa en su contribución a este mismo número de fNSULA. En este contexto, el enfrentamienEo con «el otro» se concibe ante todo como una actividad económica. En efecto, la de la frontera es una «sociedad organizada para la guerra» (según la consagrada expresión de Lourie, 1966, y Powers, 1988; para lo que sigue, téngase en cu~nta además García Fitz, en prensa): Dicha sociedad, ante la realidad de un límite territo~ial moldeable y móvil, adopta una constitución «violenta», es decir, articulada sobre los valores morales del guerrero, bien armada y orientada a la actividad bélica, hasta tal punto que apenas ha:y diferencia entre la vida civil y la militar. La recurrencia de la guerra en este territorio es una cuenta de partida doble: por una parte arruina y por otra enriquece, de modo complementario y alternativo, pu_es el que hoy arrebata, mafiana puede ser a su vez saqueado. Esta concepción está bien presente en los pasajes del Cantar que aluden a la guerra como fuente de ingresos cotidianl como forma de ganarse el pan: , 1 ·

Por Santa María vós vayades passat~ vayades a Malina, que yaze más adelant, tiénela Avengalvón, mio amigo es de paz, con otros ciento cavalleros bien vos consigrá (vv. 1462-65). Don llegan los otros, a Minaya se van ha millar; cuando llegó Avengalvón, dont a ojo lo ha, sonrisándose de la boca ívalo a abra~ar, en el ombro lo saluda, ca tal es su usaje: -¡Tan buen día convusco, Minaxa Álbar Fáfiez! . Traedes estas duefias por o valdre+os más, mugier del Cid lidiador e s~s fijas ¡naturales; ondrarvos hemos todos, ca t'al es la su auze, maguer que malle queramos non ge lo podremos far, en paz o en guerra de lo nuestro abrá, ¡muchoDl' tengo por torpe qui non conosce la verdad!Sonrisós' de la boca Minaya ÁlbarFáfiez: 1 -¡Ya Avengalvón, amigoDl' sode~ sin falla! Si Dios me llegare al Cid e lo vea on el alma, d'esto que avedes fecho vós non p .rderedes nada. Vayamos posar, ca la cena es adob,da. Dixo Avengalvón: -¡Plazme d' esty. presentajal Antes d'este tercer día vos la daré doblada.- (vv. 1516-33). A esta doble actitud de la defensa del mérito ti ersonal como motor de cierto ascenso social y de relativa buena vecindad con el que se alla al otro lado de la frontera se la ha llamado esplritu de frontera, que implica una hosti idad no radical contra el otro e incluso . una re1acton . ' re1attvamente . buena con e1presunto enemtgo, como muestra e1caso permtte de Avengalvón en el Cantar, por más que el respeto mutuo nunca ahogue la diferencia: «Estamos hablando, recordemos, de dos sociedades en pugna, aunque comercian entre sí más tiempo del que guerrean, pero que se dotan qe una base literaria y folklórica de relatos apologéticos, para mantener intacta la creencia en su propia superioridad, e intercambiar fácilmente mercancías, pero no tan fácilmente ideas que puedan minar sus identidades» (Corriente, 2002: 189-90). 1

Esta transferencia de riqueza se traduce en cierta movilidad social, debido a que el esfuerzo y valía personales, que aquí equivalen a esfuerzo y valía guerreros, tienen un peso determinante en la consideración del individuo, pero también en sus ingresos económicos, todo lo cual repercute en su posición social. Lo expresa bien el verso 1213: «Los que fueron de pie cavalleros se fazen». Esto significa que en la Valencia del Cid, los enriquecidos peones pueden adquirir el equipo de caballero, de modo que, sin ser nobles de linaje, disfrutaban de exención de impuestos, mayor proporción del . botín y privilegios de naturaleza penal, procesal y civil, ad forum militis: «Todo hombre que tenga un caballo de silla por valor de doscientos sueldos, así como escudo, lanza y casco metálico, no pague ningún tributo, más que el fonsado y el apellido, mientras mantenga el caballo anualmente. En caso contrario, no le valga y tribute» (traduzco el Fuero de Teruel § 1O1 11; el Fuero de Cuenca contiene una disposición semejante en el lib. I, § 6). Así pues, dado que la lucha se plantea ante todo como una cuestión de supervivencia y no como un combate a todo trance, revestido de tintes más o menos místicos, el Cantar desconoce radical «pa"iens unt tort», es decir, «los paganos están en el error», del Roland y hasta a los moros atacados se les reconoce paladinamente el derecho a defenderse, como sefiala el propio Cid cuandolos musulmanes valencianos vienen a sitiado en Murviedro: ÍNSULA



Poética de la frontera La conjunción de espacio con valor geopoético y geopolítico, por una parte, y de ámbito de una mentalidad específica, por otra, hacen que del ethos fronterizo surja un modo especial de enfrentarse a la creación literaria. La frontera posee, en definitiva, su propia poética (Montaner, 2004). A fin de cuentas, la pasión por el límite -una variante, en último término, de la irresistible atracción del abismo- ha dado pie, tanto en formulación directa como figurada, unas veces para mantenerse al borde y otras para transgredido, a innumerables argumentos literarios. Dent:ro de ellos, ocupan un papel importante los que identifican límite y linde. ¿Cuántos cuentos folclóricos no empiezan con la prohibición, pronto transgredida, de cruzar el lindero del bosque? En paralelo a esa simbólica división entre cultura y naturaleza, entre territorio domefiado e indómito, la frontera entre los espacios habitados por diversos pueblos es terreno 'abonado para la imaginación, en especial cuando esa línea separa dos civilizaciones distintas, dos modos de organizar la sociedad, dos mundos de creencias; cuando los que se encuentran allende la frontera no son sólo súbditos de una nación diferente, sino los otros, encarnación, en definitiva, de lo Otro, tan temible siempre como atrayente. No es casual, pues, que uno de los pocos 731

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En consonancia con esta actitud, mientras que Carlomagno le dice al emir Baligant que «No debo dar paz ni amor a un pagano» (Roland, v. 3596), el Campeador cuenta con un aliado musulmán, Av:engalvón, sefior de Molina, con quien mantiene las más cordiales relaciones, aunque siempre bajo el signo del leal servicio y del sometimiento del musulmán al cristiano:

Primero fabló Minaya,' un cavallero de prestar: -De Castiella la gentil exidos somos acá, si con moros non lidiáremos, non nos darán del pan. Bien somos nós seiscientos, algunos ay de más; en el nonbre del Criador, que non pase por ál: vayámoslos ferir en aquel día de eras.- (vv. 671-76).

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Pesa a los de. Valencia, sabet, non les plaze; prisieron so consejo que·!' viniessen cercar. Trasnocharon de noch, al alva de la man acerca de Murviedro tornan tiendas a fincar. Violo mio Cid, tomós' a maravillar: -¡Grado a ti, Padre spirital! En sus tierras somos e fémosles todo mal, bevemos so vino e comemos el so pan; si nos cercar vienen, con derecho lo fazen. A menos de lid aquesto no·s' partirá (vv. 1098-1106).

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-¡Grado al Criador e al Padre espirita!, todo el bien que yo he todo lo tengo delant! Con afán gané a Valencia e éla por heredad, a menos de muert no la puedo dexar. ¡Grado al Criador e a Santa María madre, mis fijas e mi mugier, que las tengo acá! Venido m' es delicia de tierras d' allent mar, entraré en las armas, non lo podré dexar; mis fijas e mi mugier verme an lidiar, en estas tierras agenas verán las moradas cómmo se fazen, afarto verán por los ojos cómmo se gana el pan.- (vv. 1633-43).

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~ANTAR géneros con verdadera raigambre social (popular, pues, en su sentido lato) surgidos en la modernidad sea el western americano (en sus versiones literaria y cinematográfica). Este parangón no es casual, sino que surge del hecho de que «ciertamente las condiciones de vida en regiones de frontera dan lugar a unas formas de organización y convivencia y . generan unas normas que, transcendiendo las coordenadas espaciales, ofrecen ~ierta similitud» (Barrero, 1993: 69). Esto le permite a Rico (2007: XXII) hacer un guiño al lector para explicar que sólo «cuando comprobamos que la concordancia ~e paisaje geográfico y paisaje anímico nos lleva derechos a un público en concreto, al Par East, al mundo de la frontera del siglo XII, entendemos hasta qué grado el destinatario determina la singularidad del Cantar». La forma de concebir la poesía que determina esta singularidad es magistra:Imente explicada por el mismo Rico (2007: XVII-XVIII) en los siguientes términos: 1

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Así, pues, la conquista de Valencia es en el Cantar menos la duplicación de unos sucesos de finales del siglo XI, como complacería a algunos lectores modernos, que pieza eficadsima de una delicada construcción narrativa, que tiene presente pero no acata, según hoy quisieran otros, las rutinas de la epopeya románica. El juglar concede al episodio toda la relevancia deseable, pero no la mide en el mapa de la Reconquista o del juego de fuerzas en los tiempos

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de Alfonso VI, ni de acuerdo con los planteamientos de rigor en las gestas, sino que la acota en otro campo: la verdad familiar, -personal, humana de Rodrigo Díaz. Sólo si se percibe que ése es precisamente el terreno privilegiado. por el autor se comprende también la estructura de la:obra, no gobernada por las conven~iohes de la épica al uso ni sujeta a las constricciones de la historiografía, sino atenida a una concepción propia y singular de la verdad poética. De este modo, la poesía de la frontera transgrede la preestablecida frontera de la poesía y crea su pr~pio marco. Si, como ha señalado Frutos (1991: 514), «la poesía expresa, no simplemente el ser,' como dice Heidegger, salqndo a lo metafísico, sino 'el ser del poeta en su mundo', esto es\ en una realidad espacio-temporal dada» y si «por otra parte, toda creación artística (y también la filosófica) expresa~ el ser de su creador en el nivel de su tiempo», posiblemente no deba extrañarnos que el ethos de la frontera preste tan peculiares resonancias a un poeta que enraíza en ella, en términos tanto materiales como conceptuales, la visión del mundo que moldea su poema. A. M. F.-UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA

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CAMINOS

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EXILIO

La Eneida, el Cantar de mio Cid y la tradición épica universal

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H E R, O I C O

mediante engaño de la diosa Venus y del morral Anquises; Rodrigo, hijo, según un rumor extendido, de la violencia ejercida por un conde sobre una molinera; - Dos héroes que, según diversas tradiciones periféricas, fue~·on criados por sus padres de un modo relativamente apartado de la atención pública, para evitar conflictos y problemas derivados de lo anómalo de su nacimiento; - _Dos héroes que, una vez que irrumpen de manera definitiva ~:n la escena pública, compensan el prestigio negativo derivado de sus oscuros orígenes in ediatos y conquistan, gracias a sus méritos personales, un gran prestigio militar y huma o, que les hace destacar entre los demás nobles y les convierte en paladines carismáticos 1calor de conflictos de gran violencia. Una vez desaparecido Héctor, Eneas queda como c4udillo incontestable del ejército troyano. En las guerras civiles y étnicas de la península Ibérica, Rodrigo destaca también, en cuanto desaparece el rey Sancho II, como cabeza carismática de la nobleza militar castellana; - Dos héroes que, en esa fase feliz y positiva de rutilante progrfsión épica, se esposan (Eneas con Creúsa, Rodrigo con Jimena) y tienen descendencia (..(\.scanio en el primer caso; doña Sol y doña Elvira en el segundo). - Dos héroes que se casan por amor, pero cuyos matrimonios les resultan, sin duda, beneficiosos, pues contribuyen a su promoción sociopolítica y a su ingreso en los círculos más elevados de la nobleza. Cuando Eneas se casa con Creúsa, se copvierte en yerno del rey Príamo (y cuando, más adelante, esposa a Lavinia, pasa a ser yerno del rey Latino). Cuando Rodrigo se casa con Jimena, emparenta con una familia nobiliaria de más poder e influencia (que no alcurnia) que la suya. - Dos héroes que, en un momento de madurez de su biografía épica -tras acceder a la gloria militar, al matrimonio y a la generación de descendencia-, es decir, cuando culmina o se cierra la ascensión de la mayoría de los héroes, son expulsados, de modo violento, imprevisto, rápido y traumático, de su solar patrio; lo que les sume en un estado de dolor y de depresión, con efusión de ayes y de lágrimas, que es intensamente subrayado dentro de sus respectivas epopeyas. Eneas y Rodrigo son héroes que en su niñez hubieron (por culpa de sus orígenes) de ser criados en un nada prestigioso segundo o tercer plano, que en su juventud (por gracia de sus méritos) pasaron a la primera fila de la fama, del honor, del prestigio, de las riquezas, y que, en plena madurez, se convirtieron, de la noche a la mañana y del modo más dramático, en héroes despojados, tristes\ desarraigados, a los que la contemplación de las ruinas de la casa solariega que han de abandonar precipitadam~nte sume en la desesperación. Recuérdense los lamentos de Eneas ante la ruina en que, en un último y dramático fogonazo, ve convertida su casa: 1

Ni el Cantar de mio Cid ni ninguna otra obra del ciclo histórico-literario primitivo ~edie­ val del Cid bebieron directamente -creo yo- de la Eneida de Virgilio. Es decir, qtle fueran quienes fueran los -muchos y anónimos sujetos- que elaboraron de manera :oral y que pusieron luego -al final de un largo proceso- por escrito los más viejos relatos cidianos que se conocen -el Cantar de mio Cid, las Mocedades de Rodrigo, las versiones cronísticas en latín o en castellano-, no partieron de la lectura directa ni del seguimiento servil de la gran epopeya romana. Sin embargo, no es nada difícil apreciar que la epopeya latina de Virgilio y la anónima epopeya de la Castilla medieval comparten ideas, tópicos, estructuras narrativas -que van desde los esquemas argumentales generales hasta el diseño de determinados episodios y micromotivos, pasando por el p~rfil de ciertos personajes y por los modos de presentar y de dosificar el espacio y el tiempo- llamativamente parecidos. Aunque haya que atribuir, en principio, tales coincidencias a que +en mi opinión- ambas narraciones beben de un viejísimo, tradicional, pluricultural manahtial de ideas y de representaciones comunes y patrimoniales de lo heroico, más que a que la tina inspirara directamente, como modelo inmediato, a la otra. Dicho de otro modo: ~1 Cantar de mio Cid no es, en absoluto, hijo genético de la Eneida, aunque sí es, en cierto mo do, un primo lejano y bastante más joven, desgajado un milenio y pico después del mismo gran tronco de la literatura épica universal. No es, en cualquier caso, un primo cualquiera, sino un primo que -creemos-, por caprichosa aleación de una sugestiva combinatoria de genes, nació con rasgos y con facciones sorprendentemente similares -más que los de la gran mayoría de las demás epopeyas- a los de su lejano pariente. 1

De la macroestructura al micro motivo Las coincidencias entre la Eneida y el Cantar de mio Cid comienzan en la propia estructura narrativa general de ambas epopeyas. Una estructura que podríamos denominar ascendente, porque ambas se inician en una situación que podríamos asociar al concepto de carencia que consagró Vladimir Propp en su Morfología del cuento (1928), o etiquetar, adoptando de un modo algo libre la terminología del antropólogo norteamericano George M. Foster (a partir sobre todo de 1965), como una situación de bienes limitados. Las dos epopeyas culminan, en cualquier caso, en la satisfacción plena de la carencia inicial o, si se prefiere, en un estado de bienes no limitados. Eneas y Rodrigo son, en efecto, - Dos héroes pertenecientes a linajes nobiliarios incontestables, pero relegados a una categoría de segundones y de no soberanos en relación con las dinastías reinantes en su tiempo; - Dos héroes, además, de orígenes anómalos, hijos, de algún modo, de la desigualdad, e incluso, según algunas tradiciones, de la bastardía: Eneas, nacido de la unión

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Voy primero al portón que en la muralla nos dio salida. Al desandar mis pasos, la. vista aguzo por hallar, si puedo, las huellas que dejamos en la noche.

(*)' Deseo agradecer aqu! los

ÍNSULA

consejos y la bibliograf!a,

NOVIEMBRE 2007

\~ios!simos, que a la hora de redactar .. , este articulo me han dado Teresa Ji;;,énez Calvente y Angel

Gómez Moreno.

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ALBERTO MONTANER/ UN CANTO DE FRONTERA ...

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