Un autógrafo del maestro, por favor [A la memoria de Francisco Nieva]

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Descripción

Sábado 12 de noviembre de 2016 l Heraldo de Aragón

56 l CULTURA&OCIO

OPINIÓN

David Serrano-Dolader

Un autógrafo del maestro, por favor

Retrato del dramaturgo y figurinista Francisco Nieva, en una de sus últimas visitas a una exposición en Madrid. JUANJO MARTIN/EFE

Murió Francisco Nieva, el escenógrafo y dramaturgo de la rebeldía y la opulencia ● El escritor, distinguido con el Premio Príncipe de Asturias,

poseyó un temperamento barroco y sintió el dolor de España ZARAGOZA. Francisco Nieva, que murió la noche del jueves a los 91 años, ha sido un solitario en las letras españolas. Como dramaturgo y como novelista. No es nada fácil ubicarlo ni ponerle corsés: algunos lo ven poco español, un autor abigarrado que mezcla el surrealismo, el romanticismo («Los románticos son seres que mueren de deseos de vida») y una tendencia a la desmesura no exenta de belleza y decadencia. Era un creador al que le gustaba la provocación, el enredo disparatado o mágico, la exuberancia o el canto a una sexualidad libre, carnal, quizá salvaje. Lo cierto es que, pese a todo, fue un creador muy activo y plural que estuvo siempre en lugares claves. Nació en Valdepeñas (Ciudad Real, 1924) y La Mancha le marcará de formas muy distintas: fue seguidor de Cervantes, lo estudió y adaptó ‘Los baños de Argel’. En los duros tiempos de la Guerra Civil vivió oculto en Sierra Morena, espacio de bandoleros y enigmas al que regresará, al menos simbólicamente años después, cuando adaptó para la escena ‘Manuscrito encontrado en Zaragoza’ del polaco Jan Potocki. Aprovechó aquellos años para leer, oír historias y forjar una

mentalidad más o menos fantástica. Al parecer quiso ser actor, pero su padre se lo impidió; en cambio, logró algo que sería determinante en su carrera: se matriculó en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. La pintura será una de sus pasiones que se mantendrán hasta su muerte: fue pintor, figurinista, dibujante y un gran escenógrafo, con un increíble sentido plástico, casi de temperamento operístico. Tenía, la tuvo siempre, una tendencia a la suntuosidad, pero también quiso ser un rebelde, un transgresor salvaje, y mantuvo un constante espíritu crítico, de modo muy diferente al de Buero Vallejo y Alfonso Sastre. Presenta más conexiones con el ‘teatro pánico’ de Fernando Arrabal. De la pintura a París y Venecia Al joven artista le interesaron mucho los movimientos de vanguardia, sobre todo el postismo –de la mano del poeta Carlos Edmundo de Ory, pero también de Ángel Crespo o de los hermanos Antonio y Carlos Saura, jovencísimos y ya tan inquietos, de Fernández Molina– y del futurismo. Tras pulular por Madrid y exponer y mostrar su talento, logró una beca y se fue a París, donde

viviría entre 1948 y 1961. Esa larga década fue capital: asumió una rica tradición cultural europea, frecuentó a Antonin Artaud, a Samuel Beckett, estuvo en el estreno de ‘Esperando a Godot’, y también conoció a Eugene Ionesco. París aún era una fiesta y por allí, por Montmartre o Saint-Germaine-des-Prés, abundaban los escritores, los artistas, las musas como Juliette Grecó, las continuas insurrecciones. Y él pintaba, iniciaba sus primeras obras, cultivaba la bisexualidad, de hecho se casó y se descasó. A principios de los años 60 buscó una atmósfera ideal y la encontró en Venecia, donde dio rienda suelta a la pintura y la literatura. En 1964, a los 30 años regresará a Madrid (también vivió en Roma y Berlín) y allí hizo de todo: montó textos ajenos, realizó escenografías, y no tardaría en publicar sus primeras obras en ‘Primer acto’. A la vez desarrollaba ese espíritu erudito, de honda curiosidad, que no le faltó jamás: firmó estudios complejos y fascinantes de García Lorca, de quien se sintió cerca; abordó la vida y la obra de Mariano José de Larra en ‘Sombra y quimera de Larra’; admiró con sinceridad a Ramón María del Valle-Inclán y

su plástica, que podría ser, en algunos detalles y perspectivas, su antecesor y su maestro. Se aproximó a José Gutiérrez Solana, y estableció lazos de colaboración con Adolfo Marsillach, José Luis Alonso y Antonio Malonda. El artista querido y distinguido A partir de 1970 impartió Escenografía en la Escuela de Arte Dramático y en su vieja casa, en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, dio Dibujo Decorativo. Poco a poco fueron apareciendo sus mejores obras: ‘Pelo de tormenta’, ‘Malditas sean Coronada y sus hijas’, Coronada y el toro’, ‘El combate de Opalos o Tasia’, ‘El baile de los ardientes’, ‘El rayo colgado’, ‘Te quiero zorra’. Fue un narrador tardío de novelas y cuentos y creó un personaje recurrente, el gallego Cambicio de Santiago. Publicó su ‘Teatro completo’ en 1991 y 2007. Académico de la RAE desde 1990, recibió los grandes premios de las letras españolas: el Premio Nacional de Teatro en dos ocasiones (1980 y 1992), el Príncipe de Asturias (1992), el Max y el Valle-Inclán, entre otros. Uno de sus libros más apasionantes son sus memorias: ‘Las cosas como fueron’ (2002). «Yo no soy radical. Soy matizable y matizador», diría, y reconoció que siempre le dolió España y sus heridas. ANTÓN CASTRO

«Cuando era chico me llevaban mucho al teatro, pero me aburría muchísimo. Siempre decía: ‘¿por qué no se convierten en monstruos que se devoran los unos a los otros?’. Más tarde, cuando comencé a escribir, empecé a mostrar monstruos que se devoran entre sí». Paco Nieva dixit. Ha muerto… un monstruo. Acurrucado y genial, escondido en una esquinita discreta de un modesto palco. Ahí vi por última vez a Nieva. Era febrero o marzo de 2015 y disfrutaba (él, yo… y cientos de alucinados espectadores) de su último estreno: ‘Salvator Rosa o El Artista’, en el Teatro María Guerrero de Madrid… tras más de 30 años de espera. A la salida, lo vi en la puerta. Lo confieso: me entraron ganas de acercarme y pedirle un autógrafo. Lo admiraba, lo admiro. Como los niños que no se atreven a acercarse a sus ídolos futbolísticos, yo también me quedé sin autógrafo. Pero me quedé también con esa tristeza del tesoro no conseguido. Mi tristeza era respeto, admiración, orgullo de haber leído todo lo que Nieva ha publicado. Ha muerto un monstruo. El 12 de noviembre de 2015, hace exactamente un año, se presentó en Madrid su último libro: ‘Teatrillo Furioso’, bellísimo libro-homenaje que reúne las obritas ‘Farsa y calamidad de Doña Paquita de Jaén’ y ‘La Misa del Diablo. Función para Monaguillos’. Incluye también 14 imágenes realizadas por el propio Nieva, dibujante arriesgado y genial a lo largo de toda su vida. La tirada fue solo de cien ejemplares, numerados y firmados por Nieva. No son sus mejores obras pero… así me he hecho, por fin, con mi deseado autógrafo… sin molestar a la fiera, sin despertar al monstruo, sin hacer bajar al santo de la peana. Amén. El autor abre su ‘Teatrillo furioso’ con una carta a Marisa y Cristina, inspiradoras de la primera de las obritas que incluye el libro. Acaba diciendo: «Espero que mi trabajo os guste y os haga reír y soñar. Un beso de vuestro amigo». Me has gustado, me has hecho reír y soñar. Aunque no me conozcas, yo soy tu amigo. Beso recibido. Gracias.

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