UN ASILO PARA LOS POBRES

June 4, 2017 | Autor: P. Ediciones | Categoría: Historia Social, Pobreza, Historia, Historia Argentina, Pobreza e desigualdades sociais
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Descripción

Un asilo para los pobres

Los mendigos y sus historias de vida (Buenos Aires a mediados del siglo XIX)

José Luis Moreno

Rosario, 2012

ÍNDICE CAPÍTULO I Pobres, pobreza y memoria ................................................................................. 11 CAPÍTULO II La creación del Asilo y sus vicisitudes ................................................................. 25 CAPÍTULO III Las características de los huéspedes (blancos y negros) ..................................... 39 CAPÍTULO IV Las historias de vida en boca de los asilados y en la letra de los empleados del asilo ............................................................... 47 CAPÍTULO V Representaciones simbólicas de los individuos y las familias ............................. 69 EPÍLOGO ........................................................................................................... 75 ANEXO Transcripción de las historias de vida ................................................................. 79

CAPÍTULO I Pobres, pobreza y memoria

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sta obra trata específicamente sobre pobres y mendigos, sus historias de vida y las políticas de las elites, en un periodo de rápida modernización de la ciudad de Buenos Aires, después de la caída de Rosas, y hasta el fin de la secesión de la provincia homónima del resto de La Confederación de las Provincias del Río de la Plata, finalizada en 1862, entre la batalla de Caseros y la revolución porteña del 11 de septiembre de 1862.1 Las historias de vida son un capítulo especial de la historia que, por lo general, tratan de biografías de distintos actores, o en el mundo contemporáneo, reconstruidas a partir de diversas fuentes, entrevistas y de la aplicación de los métodos de la historia oral, una técnica incorporada para incluir la memoria de los individuos y la rememoración de ciertos procesos o hechos. En el caso presente, se utiliza una fuente muy diversa a todas las enfrentadas por nosotros: se trata de historias de vidas muy breves pero muy elocuentes, elaboradas por las autoridades del Asilo General de Mendigos, inaugurado en 1858, y que compone un cuadro muy rico acerca de los individuos reclutados en la institución en el primer año de funcionamiento. Esas historias incluyen datos tales como el nombre y apellido, la edad, el lugar de nacimiento, el sexo, a veces el estado civil, la ocupación y las enfermedades que padecían. Los apellidos a veces resultan confusos, sobre todo los correspondientes a varones y mujeres extranjeros. La fuente se ha transcripto en el Anexo, y se ha reproducido tal cual fue encontrada en dos tipos de planillas diferentes; en una se anotaba el nombre y apellido, el sexo, la edad, la profesión, el origen y las enfermedades padecidas. En la segunda, se trazaba un perfil de cada uno de los aspirantes con los datos sobresalientes contados por cada uno, y seleccionados por los empleados. Estos fueron dos, a lo sumo tres, identificados por sus caligrafías y el modo de sintetizar algunas palabras. La historiografía sobre la pobreza no ha gozado de tanta popularidad como las historias de las elites, a pesar de la abrumadora cantidad de pobres en la historia del mundo pasada, y en tiempos contemporáneos. No obstante, en los últimos 20 ó 30 años, los aportes de los historiadores preocupados por los sin voz y sin rastros directos, han aumentado. Muchas de las fuentes antiguas o relativamente antiguas se ocupaban indirectamente de ellos, y cuando lo hacían de modo directo, como 1

Archivo de la Biblioteca Nacional, Asilo de Mendigos de la ciudad de Buenos Aires, inventario 624202.

en el caso de los padrones, los censos o los libros parroquiales, constituyen un registro igual al del resto de la población, donde las diferencias sociales pueden ser imperceptibles, y por ende, difíciles de captar. El pobre, transformado en un número mediante una abstracción cuantitativa, está muy alejado del “actor”, es decir, de aquel que la Historia le asignó un papel significativo en los designios económicos, políticos, ideológicos o culturales de un país o de una región. Las breves historias de vida constituyen algo más que un mero registro, pero sustancialmente menos que una biografía. La mayor parte de las historias personales aquí contadas son historias comunes, aunque algunas de ellas muestren facetas extraordinarias, y a veces, heroicas, no sólo porque algunos hubieran participado en la sucesión de guerras, sino y sobre todo, por las experiencias vividas. Este trabajo, en consecuencia, se encuadra en la historia de la pobreza y de los pobres. Enfrentar la cuestión de la pobreza constituye todo un desafío. No sólo desde el punto de vista histórico, sino también como uno de los grandes problemas contemporáneos, en tanto continentes y regiones enteras como África, la mayor parte de la población América Latina, de Asia y de la Europa central y de los ex países comunistas, están sometidos a formas agudas de pobreza, en algunos casos, extremas. El mundo desarrollado ha preferido mirar al costado o, directamente, ignorar la miseria estructural en muchos países, a sabiendas de ser en gran medida responsable de buena parte de las desigualdades a escala planetaria, con sus políticas coloniales, y más tarde, a través de mecanismos comerciales y financieros de dominación, cuando no estimulando guerras tribales o entre países. El hombre medio le huye porque en el inconciente rechaza, no sólo la realidad imaginada de los pobres –a menudo ni siquiera les resultan visibles aunque los tengan enfrente suyo– sino la mera fantasía de quedar envuelto alguna vez en la pobreza le provoca una fuerte negación y una fuga mental. Las medidas neoliberales para conjurar las crisis de los bancos y sectores financieros practicadas al unísono en todo el mundo desarrollado, han dejado y dejan profundas huellas: individuos de sectores bajos y medios quedaron en la calle sin trabajo y sin futuro. Argentina tiene pruebas de estos hechos, y más, en épocas de crisis recientes, para no mencionar a las que se vio sometida periódicamente en las últimas décadas del siglo XIX, en el siglo XX, en particular la de 1930. Lo novedoso de las últimas crisis es que, además de afectar a los escalones más bajos de la sociedad, también algunos sectores de las clases medias se vieron privados de trabajo, casa y hasta de comida. El historiador que investiga la pobreza pertenece, por lo general, a los sectores medios de la sociedad, y no escapa a una suerte de maraña intelectual a vencer para poder enfrentarse con un problema de aristas complejas. Además de constituir un problema existencial, la pobreza, en un país como el nuestro, es difícil

de estudiar. Las fuentes casi siempre son esquivas e indirectas, los registros son escasos cuando no inexistentes, y además, se enfrenta a dilemas metodológicos como la definición misma de pobreza o pobre, conceptos sobre los cuales no hay definiciones unívocas. Se debe imponer un fuerte interés por la temática, “…que se opone no sólo a la desinterés o gratitud sino también a la de indiferencia”. “La indiferencia es un estado axiológico, un estado ético de no preferencia así como un estado de conocimiento en el cual yo no soy capaz de diferenciar lo que está en juego”.2 Pero, a favor del enriquecimiento de la historiografía, hubo cambios que permitieron escapar de la indiferencia e incorporar la historia de los pobres al acervo general de la historia. Además, los pobres en el pasado y en el presente están ahí, forman parte de una de las realidades más duras y crudas. En algún momento del devenir historiográfico, parece haberse dado una vuelta de página cuando emergió con renovada fuerza, después de la Segunda Guerra Mundial, la denominada “historia social”, con epicentro en Francia y fuertes raíces en Inglaterra. Uno de los epígonos de la escuela francesa, Ferdinand Braudel dejó una de las obras monumentales de esa escuela3 donde, sin embargo, las referencias a las clases sociales inferiores no constituyen el foco central, aunque son múltiples las referencias a los sectores subalternos. En consecuencia, constituye un hito o punto de inflexión historiográfico. Los grupos subalternos comenzaron a tener al menos un “status simbólico” en el escenario histórico: los campesinos, los gremios, los obreros, las revueltas populares fueron centrales en algunos de los estudios de la denominada “Escuela de los Annales”, por referencia a la revista iniciada a partir de 1929, gracias a la iniciativa de Marc Bloch y Lucien Febvre y amenazada durante la guerra en la Francia ocupada. Revista con contribuciones intelectuales importantes de todos los historiadores participantes de la ola historiográfica francesa innovadora. Herederos de la majestuosa obra de Marc Bloch sobre la sociedad feudal, escrita como se sabe en la clandestinidad, hasta que el comprometido historiador fue hecho prisionero, torturado y fusilado por los nazis debido a su origen judío, constituyeron una generación de historiadores llamados a innovar los métodos y los temas de la historia. No sería justo omitir los aportes de Eric Hobsbawm y de E. P. Thompson, en Inglaterra, al conocimiento de los grupos subalternos y la clase obrera. Más allá de los movimientos pendulares de la historiografía y de las reacciones generadas por nuevas generaciones que quieren y necesitan diferenciarse de las anteriores, como las que da cuenta parcialmente Carlo Ginzburg en la obra más 2 3

BOURDIEU, Pierre y WACQUANT, Loic Una invitación a la sociología reflexiva, Siglo XXI, Buenos Aires, 2005, p. 174. Le méditerranée et le monde méditérranéen à l’époque de Philippe II, Paris, 1960 [en castellano, FCE, 1976].

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reciente,4 también ocuparse de los pobres ha tenido sus bemoles historiográficos. Si la historia y la sociología política de las elites todavía hoy gozan de buena reputación y autores tan dispares en el tiempo y en el espacio como Maquiavelo, Vico, Mosca, Pareto, Veblen, Sartori, Wright Mills y otros, son citados casi de modo sistemático, la historia de los grupos subalternos, fue objetada en sus pretensiones historiográficas, y autores importantes como el caso del mismo Hobsbawm han sido cuestionados.5 La historia de los pobres nos coloca frente a la disyuntiva de alcanzar la “áspera verdad”, en la pluma de Ginzburg, sin la cantidad y calidad de las fuentes como las heredadas de las elites. Conocer la áspera verdad o aproximarse a ella, es el objetivo de todo y cada historiador y por esa razón se ha reconstruido la historia de los pobres a través de fuentes fragmentarias e incompletas. A través de ese sinuoso camino fue conocido el denominado ethos medieval, el cual justificaba la pobreza como hecho natural, y alumbraba el camino espiritual necesario dentro del cristianismo, para iluminar la vida virtuosa y alcanzar el reino celestial. Pero fue en la antesala de la Edad Media cuando se produjo la transformación de la religión de los oprimidos en la garantía del orden jerárquico medieval. La limosna se transformó en el acto de redención de los ricos, no sólo como el modo de ayudar a los desamparados, sino como una de las virtudes teologales para alcanzar la paz celestial. No les fue tan mal a los ricos ya que pudieron hacer pasar “el camello por el ojo de la aguja” tantas veces como quisieron (se alude aquí a la famosa parábola de San Mateo, para nada recordada por el catolicismo tradicional). La historia de los pobres y la pobreza no debieran necesitar justificaciones teóricas, aunque desde Carlos Marx en adelante las ha habido.6 Sobre los pobres Marx afirmaba: “Prescindiendo de vagabundos, delincuentes, prostitutas, en suma, del proletariado en harapos propiamente dicho, esta capa social consta de tres categorías: a) personas capacitadas para el trabajo pero incapacitadas para encontrar empleo debido a las

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GINZBURG, Carlo El Hilo y las Huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio, FCE, Buenos Aires, 2010, en especial Capítulo VIII, pp. 219-227. GINZBURG, Carlo El Hilo y las Huellas…, cit., véanse las observaciones a un escrito de Hobsbawm, pp. 220-222. Carlos Marx había analizado el tema del “lumpenproletariado”: en su mayoría integrantes del “ejército de reserva”, masa de pobres andrajosos afuera del mercado de trabajo que pugnaban por entrar en él, y por ello, amenazaban los ingresos de los trabajadores industriales. Ver “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, en Obras Escogidas de Carlos Marx y Federico Engels, Ed. El Progreso, Moscú, 1973, Tomo 2, Capítulo V.



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crisis del comercio; b) huérfanos e hijos de pobres; c) personas degradadas, envilecidas, no aptas para el trabajo”.7 Es absurdo pretender, por ejemplo, estudiar las elites sin un despliegue de la capacidad analítica del historiador de relacionarlas con los sectores dominados por ellas. Sería imposible comprender las relaciones entre el “popolo grosso” y el “popolo minuto”, en la Edad Media y comienzos de la Moderna,8 con independencia de las estructuras económicas, sociales, jurídicas, políticas y culturales, que les dieron vida a esos tipos sociales opuestos y antagónicos. Una de las obras que constituye un pasaje ineludible cuando se trata de la pobreza es el libro La Piedad y la Horca de Bronislaw Geremek, historiador de origen polaco, que también debió huir de su país durante el nazismo por su origen judío. Sus obras han circulado notablemente, en particular la mencionada, entre los historiadores italianos, franceses y de habla castellana, y ha tenido una influencia importante en estas latitudes.9 El título, alude al péndulo inherente a la condición de los pobres y los marginados desde la Edad Media hasta los inicios del capitalismo industrial. De un lado, la caridad cristiana simbolizada en la piedad, alude a los mecanismos de ayuda, corporizados en la limosna, de la que dependían los pobres, mendicantes o campesinos, cuando sus cosechas fracasaban por motivos diversos. Del otro, la horca, ejemplificada por las formas de control social que ejercieron las elites, desde la prisión, la internación en hospitales u otras formas de contenerlos o encerrarlos, hasta la misma pena de muerte. En los orígenes del capitalismo también pudieron vislumbrarse en algunos países como Inglaterra, leyes que combatieron de ese modo, la intrusión en las propiedades de los grandes poseedores de tierras por el sólo hecho de cazar venados o talar árboles.10 Al considerar los dos enfoques clásicos sobre la pobreza, el cultural, ligado al antropólogo norteamericano Oscar Lewis11 que concibiera el concepto de “cultura de la pobreza”, a través de la cual se reconocen valores y modelos transmitidos de modo intergeneracional, determinantes de la inferioridad del status social; y el situacional, personificado en la figura del pensador y activista norteamericano de MARX, Carlos El Capital. Crítica de la Economía Política, traducción de Juan B. Justo, Biblioteca Nueva, Buenos Aires, 1949, Libro I, Vol. 2, Capítulo 23, pp. 289-290. 8 Una traducción casi literal sería el pueblo gordo y el pueblo menudo, aludiendo así a los ricos y a los pobres. 9 GEREMEK, Bronislaw La Piedad y la Horca, Alianza, Madrid, 1989 [original en polaco, traducido al italiano por Laterza, Bari, 1986]. Del mismo autor se conocieron varios trabajos publicados en Francia, entre ellos Les marginaux parisiens aux XVIe et XVe siècles, Flamarion, Paris, 1976. 10 THOMPSON, Edward P. Los orígenes de la ley negra. Un episodio de la historia criminal inglesa, Siglo XXI, Buenos Aires, 2010. 11 LEWIS, Oscar Antropología de la pobreza. Cinco familias, FCE, México, 1959; Los hijos de Sánchez, Grijalbo, México, 1961.

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ideología socialista Michael Harrington,12 quien la atribuye a una derivación de la ubicación objetiva de los pobres en la sociedad, es decir, a un resultado de la estructura de dominación. Las ideas de Geremek se ubican en un lugar intermedio respecto a las ideas de dichos autores, “debido al convencimiento de que el fenómeno de la pobreza no podía examinarse de manera separada respecto al contexto social y a la actitud del resto de la sociedad hacia los marginados y ante los valores del éxito/fracaso material”.13 No se trata de un eclecticismo teórico sino de una aproximación en la que se incluyen tanto los elementos materiales como los inmateriales, y la interacción entre todos ellos ya que ninguno de por sí puede explicar la complejidad de los fenómenos involucrados en la pobreza. A través de los distintos momentos de la historia, el fenómeno de la pobreza ha sido y es asociado de algún modo con acciones ilegales, tales como robos, violaciones a la propiedad y a las mujeres. Son muchos los trabajos contemporáneos que abundan sobre el tema desde la perspectiva histórica, tal vez uno de los más destacados por la dimensión analizada –el inconsciente colectivo– y los comportamientos provocados por el miedo y su contagio es objeto del análisis de George Delumeau, muy poco conocido en la Argentina a pesar de la originalidad de su enfoque psicológico social aplicado a la historia.14 Los hechos analizados en esta obra van desde mediados del siglo XIV hasta fines del siglo XVIII, en el que se describe un universo de herejías, blasfemias, humillaciones y terrores colectivos, entre otros, provocados por causas de diferente naturaleza, tales como los conflictos entre católicos y protestantes, las pestes, las hambrunas y las guerras, y otras calamidades. Las ciudades, cuyos habitantes eran víctimas de un temor profundo y a veces desconocido y descontrolado, se atrincheraban y se aislaban frente a alguna de ellas, entre las más comunes las acechanzas de los pobres hambrientos en situaciones de crisis de subsistencia, de malas cosechas y alzas en los precios del pan. Las víctimas, agolpadas en las entradas de las aldeas y ciudades, eran percibidas como potenciales victimarios, razón por la cual se cerraban los accesos fortificados y con ello la posibilidad de conseguir una limosna, un mendrugo de pan. Se percibía al pobre como un actor peligroso, portador del estigma de la pobreza y por ende de ciertos vicios, hecho recurrente en diferentes contextos históricos y geográficos.15

12 HARRINGTON, Michael The Other America: Poverty in The United States, McMillan, New York, 1962. 13 GEREMEK, Bronislaw La Piedad y la Horca, cit., pp. 13 y 14. 14 DELUMEAU, George La Peur en Occident, Une cittè assiégée (XIV-XVIII sieclès), Hachette, Paris, 1978. 15 WAXMAN, Charles L. The Stigma of Poverty. A Critic of Poverty Theories and Policies, MacMillan, New York, 1976.



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En los tiempos actuales, ese estigma sigue señalando a buena parte de la población negra norteamericana e “hispana”, según la clásica categorización censal y social de Estados Unidos; a los africanos y latinoamericanos en países de Europa, a los cuales se han agregado los originarios de los ex países comunistas. Una parte sustancial de las clases medias y altas de la mayoría de los países –incluida la Argentina– continúa pensando que la pobreza es hija de una deficiencia moral y de una anomalía, y no una consecuencia de la desigual distribución del ingreso. Desigualdad que en algunos países es verdaderamente extraordinaria y muy alejada de la condición humana. Las influencias del positivismo de fines del siglo XIX y mitad del siglo XX en Occidente no desaparecieron del firmamento valorativo de buena parte de las sociedades. Según esta corriente filosófica y científica, los males sociales tenían su origen en malformaciones en los seres humanos desde el mismo nacimiento. Las acciones criminales, por ejemplo, se producían como consecuencia de que la sociedad no había logrado aislar a seres perversos. Vagos, ladrones, seres violentos serían expresiones de estas impurezas. Esta visión, no deja de ser funcional a los grupos de altos niveles de consumo, a través de mecanismos que se retroalimentan permanentemente, en particular debido a las innovaciones tecnológicas generadoras de nuevas y más sofisticadas necesidades a las cuales no acceden la mayoría de los pobres. Definir la pobreza no es tarea fácil, dado su condicionamiento por la estructura económica social, política, cultural y religiosa. Constituye una categoría histórica a pesar de tener sólo un elemento y definitorio en común: un sector mayoritario de la población vive en circunstancias de zozobra permanente en cuanto a sus posibilidades de supervivencia alimenticia, a la regularidad de trabajo –si lo tiene– a la pérdida de derechos –siempre reducidos al mínimo– a un lugar abrigado, a una vivienda decente, al vestido, y a un escaso o nulo reconocimiento social. Esta falta de reconocimiento está estrechamente relacionada con las muy lentas transformaciones en las actitudes psicológico-sociales de la población, en los valores normativos que parecieran radicados en la naturaleza humana y en las bases sociales e ideológicas de los grupos dominantes: “…es fácil reconocer a principios y en el transcurso de la Edad Moderna (por ejemplo) el repentino y fuerte incremento del número de gente sin hogar y de individuos famélicos en las ciudades durante los inviernos o durante ciclos económicos de recesión, por la presencia permanente de familias urbanas subempleadas en el umbral de la indigencia, transmitiendo la pobreza y la marginación social a sus hijos en un ciclo de privación”.16 16 WOOLF, Stuart Los pobres en la Europa Moderna, Crítica, Barcelona, 1989.

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Ese proceso implica, además, la decadencia de la exaltación de la pobreza que el cristianismo medieval había elaborado, basada en la conciencia exacerbada de la miseria del mundo. Allí donde en los umbrales de ciudades opíparas, como en la opulenta y creativa Florencia del siglo XVII, crecía la gente de condición pobre, el “popolo minuto” sobrevivía en las fronteras de la indigencia. Las políticas de protección y asistencia, asentadas también en los principios cristianos de la limosna, comenzaron a ser selectivas: se les administraba a los pobres reconocidos, a los que concurrían a las iglesias o a los monasterios y se les negaba a los inmigrantes, mendigos, pordioseros y a las mujeres adúlteras y sus críos.17 Volviendo nuestra visión al territorio americano, podremos verificar que las políticas de expansión y conquista no sólo crearon más violencia entre los pueblos, sino también produjeron las condiciones de una mayor explotación de la mano de obra, incluida la esclavitud y la dominación colonial.18 Toda América sufrió el impacto de las políticas coloniales de norte a sur, con la activa participación de España, Portugal, Inglaterra y Francia. España doblegó a los pueblos originarios desde California y algunas regiones que después pasarían a pertenecer a Estados Unidos, como Arizona y Texas, buena parte del Caribe y la región central y meridional de América. La expansión colonial había sido comenzada por Portugal en 1415, con la conquista de Ceuta, en el continente norte africano y llave del Estrecho de Gibraltar, y después fue incorporando otros puntos de África, la isla de Madeira, el Río Congo y en 1487 los navegantes portugueses habían dado vuelta el Cabo de Buena Esperanza, mucho antes de que Cristóbal Colón, llegara a la isla Española, iniciando así la ocupación de los territorios, la conquista y evangelización de los pueblos nativos. Desde entonces la pobreza estuvo asociada a la explotación de los indígenas en las haciendas y en las minas. La política de saqueo llevada a cabo por los españoles en estas últimas fue la causa de enfermedades y desnutrición de los que ingresaban en los socavones mineros. Además, los trabajadores de las minas eran extraídos de modo forzoso de sus comunidades agrícolas, reduciendo la mano de obra disponible y sobreexplotando la mano de obra femenina e infantil. Debido a la caída estrepitosa del número de pobladores originarios causada por múltiples factores asociados a la conquista, hecho conocido como “derrumbe demográfico”, los españoles acudieron a la introducción de esclavos de origen africano, provocando así otro saqueo y en otro continente de seres humanos sometidos brutalmente. Los españoles acompañaron en este degradante pero lucrativo comercio a otros países, los cuales hicieron del comercio negrero un gran botín: Inglaterra, Francia, Portugal, Estados Unidos, Holanda y Bélgica. Las ideologías 17 WOOLF, Stuart Los pobres en…, cit., pp. 60-63. 18 WOLF, Eric Europa y la gente sin historia, FCE, México, 1987.



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imperantes orientaron estas políticas coloniales: se consideraba a los negros no pertenecientes al género humano y se los comparaba y asimilaba a las cosas. Más aún, algunos librepensadores compartían esas ideas tan adversas respecto a una parte del género humano: “La actitud de Voltaire frente a la cuestión de la raza y más específicamente frente a los negros, era ampliamente compartida por los ‘philosophes’. Sin embargo un dato personal puede haber contribuido a intensificarla. Desde joven Voltaire había invertido enormes sumas en la Compañía de Indias, que estaba muy involucrada en el tráfico de esclavos”.19 Los pobres en el Río de la Plata A partir de la conquista española se trasladó desde la península ibérica, y por ende, de Occidente a América, el estatus social y jurídico de pobre, así como las categorías de pobres de solemnidad y pobres vergonzantes, que sobrevivirían hasta el mismo siglo XX, aludiendo de ese modo, a los que lo eran desde el nacimiento, y los que alguna vez habían gozado de cierta holgura pero algún tipo de infortunio les había despojado de sus bienes y sus posibilidades de mantenerse o de sobrevivir. Ancianos o ancianas, solos o solas, abandonados por sus familias, enfermedades severas, afecciones de brazos, manos, pies y piernas, fracturas, heridas mal curadas, ceguera y otras calamidades ponían límites infranqueables a los individuos de cualquier edad. A veces personas solas, o con familias muy pobres cuyas posibilidades de alimentar y atender a un inválido eran mínimas. Tal vez ni siquiera se trataba de ancianos, sino de jóvenes de ambos sexos caídos en las garras de alguna enfermedad, accidentes o de la ceguera, mucho más frecuente de lo que uno podría imaginar. Los pobres de solemnidad y los pobres vergonzantes vivían de la limosna, institución cristiana cuyo propósito era evitar la muerte por inanición. Los pobres de solemnidad, muchas veces sumidos en la mendicidad, solicitaban ayuda a sus conocidos, en las iglesias y en los conventos. En Buenos Aires, algunos mendigos recorrían las calles a caballo en busca de un mendrugo de pan. En cambio, los pobres vergonzantes consideraban mancillada su dignidad si pedían ayuda en la vía pública. Lo hacían a través de aquellos que habían sido de algún modo pares y sabían de sus caídas en desgracia. Viudas de soldados o amanuenses del estado colonial y poscolonial, quedaban en la pobreza absoluta si no se les reconocían pensiones denominadas Montepíos. Soldados sumidos en la enfermedad, aún jóvenes, difícilmente se les reconocieran sus servicios si no habían envejecido o 19 GINZBURG, Carlo El Hilo y las Huellas…, cit., p. 176.

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no les correspondía una pensión. Haber pertenecido a un sector ciertamente desahogado económicamente no aseguraba tampoco la ayuda al caído en desgracia. Dependía no sólo de su participación dentro de algunas de las redes sociales, y a veces de alguna cofradía, sino también de la reputación pública de esos hombres y mujeres caídos en “desgracia”.20 Muchas de las historias individuales estuvieron estrechamente relacionadas con los años turbulentos posteriores a los sucesos de Mayo. Unos pocos, los más viejos, participaron en hechos anteriores: campañas a la Banda Oriental y al Paraguay contra los portugueses, invasiones inglesas, o formando parte de las milicias en los fortines de frontera. Las invasiones inglesas habían gestado otro emergente militar: la creación y ampliación de las milicias, que habrían de tener un papel importante durante la Revolución y los procesos que siguieron a ella. A su vez la revolución movilizó a la población, en particular a los sectores subalternos, ampliando la base política de una ciudad de fuertes restricciones sociales, y creando un colectivo con nuevos actores.21 Las campañas de los ejércitos emancipadores ejercieron una fuerte presión sobre los jóvenes varones, quienes fueron llamados a las armas bajo un nuevo imaginario patriótico, entre ellos, también a los esclavos con promesas poco convincentes de ser emancipados y libres. Por último, las luchas civiles entre unitarios y federales, entre los distintos caudillos emergentes con ideas opuestas relacionadas con la organización nacional, fueron creando un escenario complejo para los jóvenes, y a veces no tan jóvenes varones nativos y extranjeros, presionados a participar en las guerras internas. Las levas conspiraron en la campaña de Buenos Aires contra una mayor expansión de la frontera. No obstante, muchos pudieron eludir la fuerza coactiva de los reclutadores. También es necesario mencionar la guerra contra el Brasil, hacia fines de la década de 1820, para completar el clima bélico que envolvía la población, en particular la masculina.22 El ascenso de Juan Manuel de Rosas, quien durante los primeros años de su gobierno había creado una política hacia los indígenas con el objeto de mantener la paz y poder expandir la frontera, pudo generar un equilibrio beneficioso, al menos 20 Ver CRUZ, Enrique Normado La política social en el Antiguo Régimen, Purmamarka ediciones, Jujuy, 2009, pp. 72-73. También DI STÉFANO, Roberto “Orígenes del movimiento asociativo: de las cofradías coloniales al auge mutualista”, en DI STÉFANO, Roberto; SABATO, Hilda; ROMERO, Luis Romero y MORENO, José Luis De las Cofradías a las Organizaciones de la Sociedad Civil. Historia de la Iniciativa Asociativa Argentina, Buenos Aires, Gadis, 2002. 21 DI MEGLIO, Gabriel “Un nuevo actor para un nuevo escenario. La participación política de la plebe urbana de Buenos Aires en la década de la Revolución (1810-1820)”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, núm. 24, Buenos Aires, 2001, pp. 7-44. 22 GELMAN, Jorge “Crisis y reconstrucción del orden en la campaña de Buenos Aires. Estado y sociedad en la primera mitad del siglo XIX”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, núm. 21, Buenos Aires, 2003, pp. 7-32.



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durante un tiempo, para la ocupación de nuevas tierras. Lo cual, de todos modos, no impidió los conflictos con las provincias, manteniendo siempre el alerta de guerra. Otros conflictos menores se circunscribieron a espacios más reducidos.23 Las mujeres de la elite habían irrumpido en el plano público con la creación de la Sociedad de Beneficencia, y la integración de su comisión directiva con damas, cuyas familias formaban el partido revolucionario. Muchas mujeres de las clases subalternas trabajaban en oficios variados detectados en fuentes como los padrones de mediados del siglo XVIII.24 Los esclavos y esclavas fueron emancipados en contados casos y, como se recordará, la Asamblea del año 1813 decretó la libertad de vientres pero no redimió de ese estado a los que ya eran esclavos. En la campaña, predominaban los grupos familiares en las unidades productivas, allí todos trabajaban, ancianos, mujeres y niños, y los varones cuando no eran reclutados. Los hombres laboriosos pero pobres, en muchas oportunidades eran impotentes frente a los más poderosos, campesinos sin tierra o con poco terreno podían vivir permanentemente al borde de la quiebra y del hambre.25 Esos fueron los escenarios correspondientes a las historias de los individuos incorporados al Asilo de Mendigos. Extranjeros, de distintos orígenes habrían de completar un universo complejo de varones y mujeres de experiencias similares en algunos casos, y en otros muy diferentes. Otro grupo, más joven, nos muestra la vulnerabilidad frente a la adversidad: accidentes graves, ceguera o impedimentos permanentes, los colocaba en la marginalidad si no tenían familiares o parientes que se apiadaran de ellos. Memoria, reminiscencia e historia Las fuentes utilizadas deben ser observadas con distintas lentes. Una es la del relato breve, y en general conciso, del individuo internado en el Asilo. Apela a un racconto de las historias individuales cuando el proceso de deterioro provocado por la vejez y la enfermedad, en la gran mayoría de los casos, llevaba a la persona a una situación límite, en la cual se circunscribían unos pocos datos de su pasado. Algunos de ellos corresponden a un conjunto de información como el origen, la edad, obviamente el sexo, la ocupación, el estado de salud, que constituyen el cua23 FRADKIN, Raúl “Asaltar a los pueblos. La montonera de Cipriano Benítez contra Navarro y Luján en diciembre de 1826 y la conflictividad social en la campaña bonaerense”, en Anuario IEHS, núm. 18, Tandil 2003, pp. 87-122. 24 MORENO, José Luis y DÍAZ, Marisa “Unidades domésticas, mujer, familia y trabajo en Buenos Aires a mediados del siglo XVIII”, en Revista de Historia Social y de las Mentalidades, Año III, núm. 3, Santiago de Chile, 1999. 25 GARAVAGLIA, Juan Carlos “Pobres y ricos: cuatro historias edificantes sobre el conflicto social en la campaña bonaerense, 1820-1840”, en Entrepasados, núm. 15, Buenos Aires, 1998, pp. 1940.

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dro de base. Podrían caber dudas en cuanto a la exactitud de alguno de ellos, como la edad, sobre todo en quienes manifiestan tener más de 80 años. Dudas que, sin embargo, no llegarían a invalidar la condición más o menos objetiva del conjunto de información de cada individuo. También, podríamos considerar alguna duda respecto al estado civil, uno de los datos “objetivos” más retaceado en la fuente. Si no se lo expresaba espontáneamente, parecía evidente que los empleados no siempre lo preguntaban. Los datos del pasado, sobre todo en los más viejos, podrían estar recortados. Más aún por los empleados de la administración del Asilo, quienes llevaban a cabo las anotaciones y formulaban las preguntas a los internos. Es probable que pudieran filtrar datos y dirigir el interrogatorio a algún aspecto de la historia personal según de quién se tratara, del aparente interés en cada persona o según quién había recomendado la internación. Es muy evidente, aún dentro de la brevedad, que ciertas historias personales son más abundantes en detalles que otras. Todo proceso de reconstrucción personal de la memoria supone un ensamblado de fragmentos, una reconstrucción del yo histórico. En ese proceso, aparece el fenómeno de la reminiscencia, una suma de recuerdos, un indicador de la elaboración normal de cada actor del duelo por los objetos perdidos. “El mundo de los viejos, de todos los viejos es, de forma más o menos intensa, el mundo de la memoria. Se dice al final lo que has pensado, amado, realizado, es lo que eres. Eres lo que recuerdas”.26 En la teoría psicológica de la reminiscencia el viejo acude a su memoria como el reservorio de esos fragmentos de documentos edificantes, que le permiten seguir reacomodándose a pesar de las transformaciones que éste experimenta.27 Los especialistas consideran distintos tipos de reminiscencia, las cuales también se aplican a las personas más jóvenes: la reminiscencia glorificadora (típica de los artistas y deportistas muy exitosos, donde se desvaloriza el presente a partir de un pasado mejor); la que pasa revista a los hechos del pasado justificando sus decisiones (típica de la gente normal); la narración de cuentos en la que se exalta la acción individual en lo público, teatralizando para mantener el interés de los otros; y la reminiscencia bloqueada, característica de los que sufren problemas de comunicación, y de caracteres depresivos.28 Estos aspectos son tenidos en cuenta en el momento de controlar los datos que cada uno de los asilados cuenta y son transcriptos. Norberto Bobbio, nuevamente, nos vuelve a hablar del universo de la memoria como una cantera natural a la cual el viejo puede acudir para reconstruir su 26 BOBBIO, Norberto De Senectute, Taurus, Madrid, 1997, p. 37. 27 GASTRÓN, Liliana y ANDRÉS, Haydée “Aportes metodológicos. La reminiscencia. Una función para hacer historia”, en Revista Argentina de Clínica Psicológica, núm. 2, Buenos Aires, 1993, p. 163. 28 GASTRÓN, Liliana y ANDRÉS, Haydée “Aportes metodológicos…”, cit., pp. 161-162.



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pasado y su presente. Dice: “…el mundo del pasado es aquel donde a través de la remembranza te refugias en ti mismo, retomas a ti mismo, reconstruyes tu identidad que se ha ido formando y revelando en la ininterrumpida serie de todos los actos de la vida, concatenados entre si”.29 Existe una temporalidad del individuo, a veces inconsciente, conectada con los hechos que lo rodean placenteros, desagradables y a veces violentos. El modo de interaccionarlos es a través de la activación de la memoria individual controlada por hechos históricos detectables.30 Parece evidente que las preguntas efectuadas al ingresar a la institución activaban esos espacios de la memoria, vueltos a fijarse en los escritos formales de los empleados del Asilo que, por fortuna, han sobrevivido en el archivo. Sería absurdo, además de imposible, sumar las informaciones emergentes de cada individuo, sus propias historias, para lograr un todo, la historia; lo importante en sus relatos son ellos mismos, sus experiencias personales, los traumas que muchas veces aparecen, las visiones de un hecho o un periodo, todas las vivencias, que nos dibujarán imágenes, destellos, siluetas, penumbras y sombras, de hechos vividos en su largo peregrinar. Nos permitirán situar los hechos personales en un contexto histórico determinado, más que como una suma o una superposición de experiencias particulares. De algún modo, se pueden registrar los lazos existentes entre la memoria individual y la memoria colectiva de ciertos grupos sociales. No sólo estamos hablando de viejos, pobres y enfermos. Algunos de ellos se empobrecieron al final de sus vidas cuando sus fuerzas habían menguado y no encontraron un continente protector o una ayuda generosa. Un destino cruel les soltó la mano en el peor momento de sus vidas: la vejez y la enfermedad. Algunos tenían familia pero habían perdido el vínculo: conflictos, desamores, desinterés, pobreza de medios, estuvieron presentes en muchos de los dramas personales. Esas historias individuales no eran completas ni pretendían serlo; los municipales, más tarde denominados concejales, intervenían en la admisión y pretendían elaborar un perfil mínimo de cada uno con el objeto de estudiar el caso. Ese registro nos ha llegado a nuestros días y es el que evaluamos en este trabajo.

29 BOBBIO, Norberto De Senectute, cit., p. 68. 30 CASTEL, María “Temporalidad inconsciente y tiempo histórico. Acerca de la recepción benjaminiana de la obra de Sigmund Freud”, en ACHA, Omar y VALLEJO, Mauro Insconciente e historia después de Freud. Cruces entre filosofía, psicoanálisis e historiografía, Prometeo, Buenos Aires, 2010, pp. 51-72.

CAPÍTULO II La creación del Asilo y sus vicisitudes

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a idea de progreso y civilización era común a toda la elite intelectual nacida y crecida a la sombra del rosismo. La denominada “Generación del ‘37” había alimentado las ideas de una organización nacional basada en los lineamientos del capitalismo y liberalismo triunfantes en el mundo civilizado. El cómo lograrlo imponía miradas diferentes en un medio en el que la política activa estaba renaciendo. Sarmiento, Alberdi, Mitre y otros políticos e intelectuales promovieron, con sus ideas y acciones, la puesta en funcionamiento de una república y un orden generadores de progreso. Aún envueltos en contradicciones propias de una realidad, la de Buenos Aires, siempre dinámica y cambiante, supieron generar un camino o una guía en un tránsito espinoso, impuesto por una geografía política abigarrada y compleja.31 La creación del Asilo constituye una medida complementaria de otras relacionadas con el disciplinamiento y el control que la elite porteña, republicana y liberal, pretendía imponer como antesala del progreso, orden que Rosas había impuesto con autoritarismo no exento de violencia.32 Recordemos también el afán centralista de muchos ilustres porteños y la secesión del Estado de Buenos Aires, finalizada en 1862, con la aceptación de modificaciones constitucionales y la unión con el resto de la Confederación de las provincias, antesala de la nación argentina.33 La etapa de la secesión constituye un periodo de transición y de prealistamiento de los cambios producidos en los años siguientes. En efecto, esta década y las siguientes, traerían aparejadas muchas transformaciones en el área pampeana y en la ciudad de Buenos Aires. Hacia esos años el peso de los extranjeros ya era muy importante hasta el punto de equilibrar y, en ciertas edades, superar a los nativos. Y ello cuando todavía no se había profundizado el movimiento migratorio de origen europeo que eclosionaría después de 1880. 31 HALPERIN DONGHI, Tulio Una Nación para el Desierto Argentino, CEAL, Buenos Aires, 1982. 32 Sin embargo, las necesidades políticas tuvieron el mismo destino, ver SALVATORE, Ricardo “Reclutamiento militar, disciplinamiento y proletarización en la era de Rosas”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, núm. 5, Buenos Aires, 1992. 33 HALPERIN DONGHI, Tulio Una Nación para…, cit.

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En esa época también comienza a delinearse un mercado de trabajo capitalista, en el cual el salario se impondría sobre otras formas de remuneraciones arcaicas. Comida y alojamiento habían constituido formas de remunerar a la mano de obra de baja calificación. El beneficio de recibir el pago de un salario por parte de un sector de los trabajadores y trabajadoras dejaba afuera del mercado laboral a un grupo importante beneficiario de los modos clientelísticos, patriarcales y señoriales del viejo orden social, en el que recibían “protección” a cambio de servicios.34 Los débiles, los enfermos, los tullidos, los mendigos y “vagabundos”, habrían de constituirse en un estorbo frente a los nuevos valores del orden y de la disciplina social. Las fuentes históricas definían a veces indistintamente a los vagabundos, mendigos y atorrantes. Marginales o no, se los consideraba sin oficio ni ocupación conocida a partir de los 12 ó 13 años. La vagancia había sido objeto de una legislación represiva desde el mismo periodo colonial y poscolonial, cuando la expansión de la frontera agrícola requirió cada vez más de trabajadores. Desde el punto de vista del “orden público”, no se discriminaba entre un enfermo o minusválido y un vagabundo. Por ello es interesante saber quiénes llegaban a las puertas de un Asilo cuando comenzó su existencia institucional. Instituciones de caridad y control social como la Sociedad de Beneficencia (SB), emergieron rápidamente del ostracismo al que el rosismo los había sometido. Urquiza, después de Caseros, fue muy cuidadoso en devolver a las damas el control de las instituciones que habían manejado desde la fundación a instancias de Rivadavia.35 El diario El Nacional, fundado en 1852 por Dalmacio Vélez Sarsfield, y en el que colaboraron Sarmiento, Alberdi y Mitre, entre otros, siguió con mucha atención los movimientos y los avatares de dicha Sociedad en la década de 1850 y 1860, lo mismo que los movimientos filantrópicos en sus avances y retrocesos, además de los problemas sanitarios y las epidemias. Ello muestra el interés, la atención y el cuidado que la población, en general, y la de carácter marginal, en particular los enfermos, huérfanos y expósitos, despertaban en la opinión pública y en las autoridades. La misma atención recibieron las iniciativas filantrópicas, en particular si estaban destinadas a crear o ayudar alguna institución relacionada con la pobreza o la enfermedad. La filantropía, con Rivadavia como su figura más descollante en el Río de la Plata pos revolucionario, había quedado suspendida en los últimos años del rosismo, en particular, durante el bloqueo anglo francés; y la 34 SABATO, Hilda y ROMERO, Luis Alberto Los trabajadores de Buenos Aires. La experiencia del mercado, 1850-1880, Sudamericana, Buenos Aires, 1992. Una visión de los cambios políticos e ideológicos en HALPERIN DONGHI, Tulio Proyecto y construcción de una nación, 1846-1880, Ariel, Buenos Aires, 1995. 35 MORENO, José Luis “Modernidad y Tradición en la re fundación de la Sociedad de Beneficencia durante el Estado de Buenos Aires, 1852-1862”, en Anuario IEHS, núm. 18, Tandil, 2003.



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dramática escasez de recursos golpeó las instituciones asistenciales. A través de la filantropía y su herramienta preciada, la beneficencia, las nuevas elites urbanas y rurales se incorporaban a la asistencia social, el modo secularizado de la caridad cristiana. Ha sido señalado por varios autores el fenómeno de la explosión asociativa después de la caída de Rosas. Ello estuvo acompañado de la irrupción de diversos tipos de publicaciones y de un renacimiento político alrededor de las cuestiones de la cosa pública, temas recurrentes como el tipo de federalismo que habría de adoptarse, y el papel de Buenos Aires y de las provincias en el país. Hilda Sabato considera que “el asociacionismo era muy valorado por gente social y culturalmente diversa. Se lo concebía como un baluarte de una sociedad libre, moderna, democrática y solidaria”.36 Es que no sólo florecieron los clubes de las elites como el Club del Orden o el Club del Progreso, entre otros, sino también asociaciones mutuales, de nacionalidad y de trabajadores. Las sociedades masónicas no estuvieron ajenas a la efervescencia asociativa,37 y muchos de sus miembros impulsaron la política caritativa. Imbuidos de una fe republicana y liberal, expresada en una unánime confianza en el progreso, tan caro a los partícipes de la generación de 1837, y a los intelectuales y políticos agregados después de Caseros, expresaron, tal vez como ningún otro grupo o sector, esa particular combinación de laicismo, filantropía y voluntad de poder y control de los grupos subalternos. El catolicismo consideraba a las acciones filantrópicas de falsa caridad.38 Las rápidas transformaciones de la vieja Europa y la multitud de individuos que el desarrollo del capitalismo allí expulsaban, ya se había manifestado en el Río de la Plata con la aparición de una nueva inmigración. Las preocupaciones de Rosas por el control de los pobres se trasuntaron en un cuidadoso sistema represivo, no solamente utilizado contra los opositores, sino contra lo vagos y menesterosos. Un poder y control que Alberdi también postulaba, pero en un marco de severidad republicana. El control de los marginados se transformó en una preocupación colectiva aunque con algunas diferencias según lo tratara Sarmiento, Mitre o Alberdi, en la demorada construcción de la nación.39 Las revoluciones de 1848 sirvieron de aviso premonitorio a algunos de los republicanos liberales porteños, acerca de las dificultades de mantener a los gru-

36 SABATO, Hilda “Estado y Sociedad Civil”, en DI STÉFANO, Roberto; SABATO, Hilda; ROMERO, Luis Alberto y MORENO, José Luis De las cofradías… cit., p. 106. 37 Véase GONZÁLEZ BERNALDO DE QUIRÓS, Pilar Civilidad y Política en los orígenes de la nación Argentina. Las sociabilidades en Buenos Aires, 1829-1862, FCE, Buenos Aires, 2000, pp. 244-248. 38 GONZÁLEZ BERNALDO DE QUIRÓS, Pilar Civilidad y Política…, cit., p. 246. 39 HALPERIN DONGHI, Tulio Una Nación para…, cit., passim.

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pos subalternos en un marco de rigidez y contención institucional, tal como lo advirtiera Tulio Halperin Donghi en el texto citado. Según algunos autores, la mayor parte de los líderes que condujeron el proyecto de aquellos años pertenecían, como lo habían sido los personajes impulsores de la emancipación, a la masonería.40 Algunas de las cofradías masónicas se denominaban con títulos alegóricos a la caridad como Consuelo del Infortunio, Tolerancia, Regeneración y Lealtad, entre otras. Varios de sus miembros impulsaron la creación del Asilo de Mendigos y participaron del primer consejo de administración. El liberalismo anticlerical se fusionaba bien con algunos preceptos de la masonería que propugnaba un republicanismo acerado en un contexto de libertades que no excedieran los límites institucionales del modelo británico o norteamericano.41 Las ideas masónicas postulaban, respecto a los pobres y menesterosos, lo siguiente: “…asistir a los desdichados es un deber y obligación a todos los hombres, pero particularmente a los masones, quienes son enlazados juntos por una cadena indisoluble de afección sincera”.42 Las sociedades filantrópicas inspiradas en algunos de los preceptos masónicos como la fraternidad, la caridad y el patriotismo, e inmersas en la realidad política porteña, propugnaban la unión de los porteños y de todo el “país” como finalidad suprema.43 En esos años se afiliaron comerciantes como Esteban Señorans, José Martínez de Hoz, Jorge Haynes, Antonino Cambaceres, entre otros. Y profesionales como los abogados Lorenzo Torres, José Roque Pérez, Fernando Cruz Cordero, Juan Agustín García, y algunos médicos notables, entre los cuales estuvieron Guillermo Rawson, Manuel Salvadores y Federico Mejía. El escribano Adolfo Saldías y el procurador Federico Urtubey conformaban un núcleo todavía más vasto. No figuraban ni orfebres, ni artesanos ni obreros porque la campaña de afiliación se realizó preferentemente entre personas intelectuales y acomodadas, así como de influencia dentro de los ambientes políticos y sociales. En el año 1857, se declaró en la ciudad de Montevideo una epidemia de fiebre amarilla, sembrando durante mucho tiempo temor, zozobra y angustia. No fue posible evitar su entrada a Buenos Aires al año siguiente, provocando a fines 40 CHAPARRO, Félix A. José Roque Pérez: un héroe civil argentino, Multicartas Editores, Rosario, 1951. 41 LAZCANO, Martín V. Las Sociedades Secretas, Políticas y Masónicas en Buenos Aires, 2 Vol., Pedro García Editor, Buenos Aires, 1927; Monitor ó Guía de los Franc-Masones, Buenos Aires, 1860, Archivo Histórico de la ciudad de Buenos Aires (en adelante AHCBA), caja 12, núm. 7, sección Dobranich. 42 Monitor ó Guía de los Franc-Masones, cit., p. 38. 43 CHAPARRO, Félix A. José Roque Pérez…, cit., p. 128. El destacado es nuestro.



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de marzo, los primeros casos fatales. La virulencia del morbo se extendió durante los meses siguientes, produciendo alrededor de 300 víctimas. En esa oportunidad, como lo había hecho a mediados del siglo XVIII la Hermandad de la Santa Caridad frente a otra epidemia, los masones habrían de irrumpir poniendo en práctica sus postulados de caridad y abnegación frente a una nueva calamidad. El flamante gran maestre doctor José Roque Pérez reclamó el apoyo de las logias y “hermanos” con ayuda y dinero para la construcción de un lazareto y la compra de elementos médicos y sanitarios. Al parecer, la idea de la creación del Asilo de Mendigos, nació en el seno de una de las cofradías masónicas,44 aunque, un año antes de la fecha de aprobación definitiva, González Catán, un concejal muy activo y no perteneciente a la masonería, había presentado un proyecto al Concejo Deliberante que resultó aprobado pero no fue puesto en práctica.45 Como resultado, la creación o fundación del Asilo tuvo dos fechas, la segunda resultó la definitiva. En realidad el proyecto de la creación del Asilo se transformó en una suerte de Cruzada en la cual se plasmaban los más “elevados propósitos” de las nuevas cofradías masónicas y filantrópicas: “Si bien de las Actas consta que el local Convento de los Recoletos fuera en todo momento un bien de la Comuna, no quita el indiscutible derecho que, moral y materialmente, asiste a la Masonería Argentina para reclamar el título de única y exclusiva fundadora y sostenedora del Asilo, mientras las resistencias clericales no se hicieron sentir para quitarle la Administración y dirección”.46 La documentación así lo prueba, en tanto algunos miembros de la masonería pasaron a integrar la comisión administradora del Asilo. No obstante, González Catán, fue quien habría de presentar el proyecto de creación del Asilo, unos meses antes en la comisión de educación del Concejo Deliberante. El proyecto fue finalmente aprobado el 6 de julio de 1858, con fuerte presión de los masones.47 Esa misma comisión, muy activa en temas referentes a la mendicidad y la pobreza, había presentado un proyecto unos meses antes prohibiendo la mendicidad en la ciudad de Buenos Aires.48 Ello habría provocado una fuerte presión institucional dado que no se había previsto qué hacer con los mendigos, salvo colocarlos en las comisarías 44 MEYER ARANA, Alberto La Caridad en Buenos Aires, Tomo 1, Buenos Aires, 1911, pp. 77-78; LAZCANO, Martín V. Las Sociedades Secretas…, cit., p. 416. 45 AHCBA, Actas del Concejo Deliberante, 27 de octubre de 1857. 46 LAZCANO, Martín V. Las Sociedades Secretas…, cit. 47 AHCBA, Actas del Concejo Deliberante, 6 de julio de 1858. 48 AHCBA, Actas del Concejo Deliberante, 6 de junio de 1858.

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por cortos periodos, dada la ausencia de lugares apropiados para dar alojamiento a decenas de individuos en las calles. El grupo filantrópico que propusiera abiertamente la creación de un asilo de mendigos en la ciudad se dirigió del modo siguiente a las autoridades del Concejo Deliberante: “Los abajo firmados, nombrados en Comisión por las Sociedades filantrópicas para solicitar de la Municipalidad su autorización para fundar un Asilo de Mendigos en el antiguo convento de los Recoletos, y nombrados por la Municipalidad para plantear y administrar dicho establecimiento, asociados a la Comisión de Educación, cumplen con el deber de presentar la cuenta de los gastos hechos en el edificio, material del establecimiento, y en su administración hasta el 31 de octubre último, así como los veinte documentos orijinales (sic) que comprueban dicha cuenta”.49 El proyecto ya se había aprobado por el Concejo Deliberante pero no lo habían sido los gastos en los que se habían empeñado. Esa comisión administradora fue rápidamente suplantada por otra. Los conflictos no cesaban. La comisión de educación estaba dominada por los masones, poco prácticos en los manejos administrativos; el grupo católico era minoritario, y las tensiones entre unos y otros se trasladaron a la comisión administradora del Asilo. Formaban parte de esa comisión el canónigo Gabriel Fuentes, Juan Antonio Martínez y Héctor Varela, más otros siete representantes de las sociedades filantrópicas, mencionados más arriba. El grupo organizador había gastado según la cuenta que presentó al Concejo Deliberante la suma de pesos doscientos cincuenta y seis mil y cuatro reales de moneda corriente y pretendía ser reembolsado de inmediato.50 En la sesión de creación del Asilo, el Concejo Deliberante aprobó que esa comisión se hiciera cargo de los gastos ocasionados por la reforma del convento de los Recoletos. Además de no haber autorizado un plan de gastos a pagar por el Municipio, tal como la novel comisión administradora había quedado comprometida, los intereses del municipio y de los grupos filantrópicos no expresaban una armonía necesaria para el buen funcionamiento de la entidad. El ex convento de los Recoletos51 había sido parte del acuerdo para aprovechar las numerosas celdas y salones 49 AHCBA, Actas del Concejo Deliberante, 19 de noviembre de 1858. Los firmantes eran Esteban Señorans, Federico Pinedo, Antonio Zinny, Patricio Fernández, Mariano Billinghurst, Manuel Cabrera, A. J. Alvez Pinto y Héctor Varela. 50 AHCBA, Actas del Concejo Deliberante, 19 de noviembre de 1858. 51 Es un edificio que sirvió de refugio durante más de un siglo a menesterosos, ancianos y enfermos. Fue clausurado y remodelado para el funcionamiento del Centro Cultural Recoleta y las galerías comerciales linderas denominadas “Buenos Aires Design”.



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que conformaban su arquitectura. El grado de deterioro del local, y el cambio de destino, imponían una adecuada refacción. En apariencia, las sociedades filantrópicas pretendían una autonomía plena en la administración del Asilo, sin la pérdida de las fuentes económicas proporcionadas por el municipio. A su vez, éste no veía la necesidad de replegarse, no sólo por sus aportes a las erogaciones, sino por la sencilla razón de ser el Asilo de Mendigos una institución del orden público, y de su ámbito de competencia. A pesar de haberse finalmente reconocido los gastos erogados por la antigua comisión, en 1859 fue nombrada una nueva comisión administradora, integrada por Bernardo de Irigoyen, Juan N. Fernández, Mariano Billinghurst, Ezequiel Ramos Mejía, Roque Pérez, Juan Anchorena y Luis Frías. Esta comisión recibió, finalmente, la bendición de las autoridades municipales.52 Todos tenían interés en el proyecto, pero diferían los criterios del Municipio y de los grupos católicos, apareciendo en algunas oportunidades aliados contra el avance y el entusiasmo arrollador de los grupos masones. Las sociedades filantrópicas, sin embargo, no se retiraron y tuvieron mayoría en la administración del asilo. No obstante, en poco tiempo, pasó bajo dependencia y administración directa del Municipio, al fracasar aquellas sociedades en el financiamiento del proyecto. Sin el aporte del tesoro del estado municipal, una aventura de tamaña naturaleza era imposible, y el compromiso de los grupos masónicos no llegaba al límite de comprometer sus patrimonios personales. Los sectores filantrópicos no lograban imponer totalmente su filosofía laica, y se vieron sometidos a una clara orientación religiosa impuesta por el reglamento, tal como se verá. La caridad cristiana, de carácter individual y no grupal, comenzó a desplazar la filantropía, en tanto el dinero en cantidades importantes engalanaba a los nuevos ricos que llegaban al poder. El caso de Saturnino Unzué fue muy ilustrativo, entre otros, porque habría de donar importantes sumas al Asilo.53 Además, los sectores católicos, pretendían tener mayor influencia en las instituciones filantrópicas y caritativas. En muchas de las sesiones del Concejo Deliberante se expresaban vivamente las diferencias entre los distintos grupos, como en ocasión de la inauguración del Asilo, en octubre del mismo año. La discusión giró en torno a la formación de una comisión especial a fin de recibir a los invitados, integrada por funcionarios municipales. El grupo filantrópico masón pretendía que fuera la comisión administrativa misma en funciones y que “…la municipalidad asistiera como las demás

52 MEYER ARANA, Alberto La Caridad en Buenos Aires, cit., p. 324. 53 MEYER ARANA, Alberto La Caridad en Buenos Aires, cit., p. 328.

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corporaciones, así que à ella le correspondía el lugar preferente en ejercicio de facultades que tenía”.54 González Catán era el más ferviente actor de los intereses municipales, para quien, “…debía tenerse presente que se trataba de un establecimiento debido a la municipalidad, que ella lo había proyectado y al cual había concurrido. Que su pensamiento y su ejecución había nacido en la municipalidad. Que estos hechos debían ser bien establecidos y que siendo la municipalidad el jefe del asilo, estaba en sus facultades de nombrar la comisión especial propuesta”.55 La alianza de los católicos y representantes del Municipio triunfó y se nombró una comisión especial con una fuerte representación del municipio para recibir a las autoridades civiles y eclesiásticas. Los conflictos entre masones y católicos llevaron a las autoridades eclesiásticas a negarse a participar de la inauguración, y acusaron al gobierno de avalar, con su sola presencia, la ceremonia y promover así las actividades de las órdenes masónicas. Un reglamento para ordenar la vida cotidiana El Concejo Deliberante aprobó un reglamento muy completo y pautado, en paralelo al establecimiento del Asilo. En sus primeros artículos, establecía que la administración inmediata estaría a cargo de la Comisión de Educación del Concejo más tres “municipales” (concejales), bajo la autoridad del presidente de esa comisión.56 El régimen interno sería controlado por un Administrador surgido de una terna propuesta por la Comisión a la Municipalidad. Dicho administrador era obligado a residir permanentemente en el Asilo y era responsable del orden, las existencias, los empleados, el aseo, la ropa de los internados, la alimentación y la salud de los internos. Dos veces a la semana, recibirían ropa limpia, y un médico de visita diaria se encargaría de los enfermos. A los internados se les encomendaban tareas en la huerta o en los talleres, además de secundar a los mayordomos. Se debía llevar anotaciones precisas del

54 AHCBA, Actas del Concejo Deliberante, 15 de octubre de 1858. 55 AHCBA, Actas del Concejo Deliberante, 15 de octubre de 1858, p. 270. 56 AHCBA, Reglamento para el Asilo de Mendigos, 1858. Está firmado por los miembros del Concejo Deliberante: Felipe Botet, Juan Cruz Ocampo e Isaac Fernández Blanco Estaba organizado en seis capítulos y 71 artículos. El capítulo V trataba de “Disposiciones Generales”, entre las cuales el “uso obligado del uniforme que dé el establecimiento y llevar visible el número que dá el establecimiento, los varones en la gorra y las mujeres en el brazo derecho” (artículo 63).



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nombre, edad, patria, religión y estado civil de todos los internos. Además de un libro donde el médico asentaba las enfermedades de los internados y su evolución. Uno de los artículos indicaba: “Antes de la primer comida, es obligación de todos los asilados que no estén enfermos, la concurrencia al Templo a oir misa que el capellán del Establecimiento tiene obligación de decir todos los días para ellos”.57 El Administrador debía velar por la dieta y la calidad de los alimentos. Se indicaba un menú sobre la base de sopas, pucheros, fideos y carnes. Asimismo, el Administrador debía llevar también un libro de defunciones, aclarando la enfermedad o algún hecho anterior que hubiera provocado la muerte. Serían admitidos todos “los pobres de solemnidad de ambos sexos sin distinción de nacionalidad; todos los inválidos de la Independencia o de nuestras guerras civiles que solicitaran un albergue, o que, sin solicitarlo, ofreciéndoselo, desearen aprovecharse de las ventajas del Establecimiento”. También, podía solicitar albergue cualquier “inmigrante desvalido de cualquiera de los dos sexos, cumpliendo como los demás, las obligaciones y el reglamento interno”.58 Una verdadera declaración de principios que habría de inaugurar en los hechos una larga política favorable al ingreso de extranjeros y de individuos empobrecidos que no practicaban la mendicidad. Buenos Aires ya era una ciudad en la cual se manifestaba, anticipándose al proceso inmigratorio masivo, una buena muestra colorida de extranjeros. Los aspirantes debían presentar, a los fines de la admisión, una carta de presentación del cura de la parroquia o del Alcalde de barrio, con el visto bueno del “municipal de la parroquia”. A cambio de techo, vestido y comida, los asilados debían guardar un orden estricto, casi carcelario. En verano, el horario de inicio era a las 6 de la mañana, y a las 7 en invierno, aseados, lavados y vestidos con el uniforme que suministraba el establecimiento, y listos para concurrir al templo a escuchar la misa. El desayuno se servía a las 8 en verano y a las 9 en invierno. Luego, los asilados tenían media hora de recreo, debiendo concurrir, pasado ese lapso, a ocuparse de las tareas asignadas. De mañana, las tareas duraban tres horas en verano y media hora menos en invierno, después de las cuales debían dedicarse a la limpieza antes del almuerzo. Después del mismo, podían descansar una hora y dedicarse a las faenas otras dos horas. La cena era temprano, variando siempre en las estaciones. A las 8 de la noche debían estar en sus celdas (palabra textual en el original). Debían asear sus cuartos, salvo los enfermos que estuvieran impedidos.

57 AHCBA, Reglamento para el Asilo de Mendigos, 1858, artículo 15. 58 AHCBA, Reglamento para el Asilo de Mendigos, 1858, artículo 24.

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Los asilados podían recibir visitas dos veces a la semana en horarios permitidos, pero no podían permanecer en el edificio sino en la portería. Ningún asilado podía retirarse a más de cuatro cuadras en las horas de recreo. Si se los encontraba mendigando eran pasibles de la aplicación de una sanción, prohibiéndoseles la salida durante tres meses; en la primera reincidencia el castigo era de seis meses, y en la segunda de un año. Se les prohibía mendigar aunque podían recibir dádivas (textual en el original). Estaba prohibida la ingesta de alcohol fuera de lo proporcionado por el Asilo durante la cena. El padre capellán, además de la misa, debía instruir en los deberes religiosos a los asilados, exceptuando a aquellos que “no fueran de nuestro credo” aunque debían “asistir a las prácticas de nuestra religión”. También se encargaba de los funerales y oficios de los fallecidos a los que estaban obligados a concurrir todos los asilados y empleados. Además, todos acompañarían el féretro hasta la fosa donde debían desfilar de dos en dos, y con separaciones entre ellos. Además del Administrador, el capellán y el escribiente auxiliar de la Comisión, había dos mayordomos, cuatro capataces, un celador de noche para los varones y una celadora para las mujeres, y un barbero. Todos, excepto el capellán, estaban a las órdenes del Administrador, quien tenía el poder de expulsarlos por razones de incumplimiento. Uno de los mayordomos estaba a cargo de la huerta y de los trabajos agrícolas, y el otro, del interior de las habitaciones, claustros, cocinas y oficina. En cuanto a los capataces, uno debía conducir el carro con caballos a fin de realizar las diligencias necesarias y requeridas, incluidas la de recoger mendigos en la calle. Un segundo lo secundaba en esas tareas. Los otros dos eran destinados al arreglo, limpieza y aseo de todas las dependencias. Había dos cocineros, uno para el departamento de varones, y otro para el de mujeres. Los días domingos no había actividades formales salvo concurrir al templo dos veces: a la mañana y a la tarde, además, de estar destinados para recibir visitas. Estaba expresamente prohibida la “holgazanería”, y salvo los absolutamente impedidos, todos debían realizar las faenas, hasta la medida de sus fuerzas.59 Aquellos que se vieran superados por el esfuerzo, debían expresarlo taxativamente a fin de exonerarlos de la carga. Además del uniforme, los mendigos se identificaban por un número que los varones ostentaban en una gorra, y las mujeres en un brazalete en el brazo derecho. Se puede apreciar en este reglamento la disposición de las autoridades municipales a ejercer una rígida disciplina, el control de los internos, y en los casos en que las enfermedades no lo impidieran, a recuperarlos para el trabajo. En el uso de un número de identificación individual en vez del nombre y apellido, podemos 59 AHCBA, Reglamento para el Asilo de Mendigos, 1858, artículos 57 y 58.



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adivinar una intención de despersonalizar y encuadrar en una disciplina severa, de relativo encierro: la institución se imponía sobre los sujetos, dejándoles poco margen para sus exteriorizaciones. Al igual que en las cárceles o en los hospitales psiquiátricos, el régimen de “institución total” impuesto en el Asilo, absorbía las individualidades y las personalidades se desdibujaban o desaparecían en lo cotidiano, rígidamente pautado y estandarizado, bajo el supuesto de estar todas las necesidades particulares satisfechas.60 El rito religioso diario formaba parte de una simbología en la que siempre estaba representado el dolor y el sufrimiento de los pobres, los que habrían de ser redimidos en el paraíso. Se administraba así una dosis de resignación, disimulada en las supuestas buenas intenciones de la internación obligatoria de los mendigos. La presencia religiosa manifiesta en los grupos masones su predisposición a aceptar a Dios más que a la iglesia y a los sacerdotes, aunque había puntos de contactos muy notorios con los más altos valores de la filantropía por ellos sustentada. Mostraba, además, cierta resignación hacia el grupo católico, temeroso éste de la profundidad del laicismo protocolar por aquellos profesado. Las condiciones y la disciplina establecidas provocaron la huída del establecimiento por parte de algunos de los internados –los casos fueron señalados de modo marginal en las planillas originales registradas en el Archivo, y tal circunstancia, se ha incorporado en las historias individuales; asimismo algunos de ellos, hacían esfuerzos notables para restablecer los vínculos familiares o amistosos, y que los parientes se hicieran cargo de sus miembros internados en el Asilo. Muchas veces, los mismos asilados, solicitaban autorización para salir en búsqueda de un pariente, amigo o conocido que les diera refugio. Administración contable, alimentación y condiciones sanitarias Durante los primeros tres años, hasta pasar a depender directamente del municipio de la ciudad de Buenos Aires, la administración disponía en los reglamentos, en particular, en el Capítulo VI, el establecimiento de criterios de financiación, a saber: 1) las suscripciones voluntarias de los vecinos de la ciudad; 2) los socorros que buenamente puedan esperarse del gobierno; 3) el producto de las faenas o labores que se practiquen en el establecimiento; 4) las donaciones de cualquier género. Asimismo, el reglamento establecía la competencia de un Contador y de un Tesorero para la obtención de los fondos y la rendición mensual de los ingresos

60 Véase GOFFMAN, Irving La presentación de la persona en la vida cotidiana, EUDEBA, Buenos Aires, 1981; Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales, Amorrortu, Buenos Aires, 1984; Estigma. La identidad deteriorada, Amorrortu, Buenos Aires, 2003.

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y egresos. Un balance final debía presentarse a la Comisión Administradora cada año y remitirse a la Municipalidad la que ordenaría su publicación. La estructura financiera del Asilo refleja muy bien a los grupos e intereses convergentes en el proyecto y divergentes en la ejecución. La renuencia municipal, para llamarla de algún modo, quedaba reflejada en la redacción del punto 2. No se fijaba un monto ni siquiera aproximado del aporte del Municipio. En cuanto al punto 3 manifiesta una expresión de deseos más que un proyecto fundado en actividades programadas y pensadas. Tampoco reflejaba una idea, aún vaga, del estado de salud y de las posibilidades laborales de los futuros asilados para generar bienes fungibles. Los puntos 1 y 4 expresan los deseos y las creencias de las cofradías masónicas acerca del entusiasmo de los vecinos de Buenos Aires en sacrificarse económicamente con aportes voluntarios a los efectos de financiar el Asilo de Mendigos, toda vez que los mendigos en las calles formaban parte del paisaje urbano acostumbrado, aunque no deseado. Una de las primeras medidas destinadas al financiamiento fue dictada en el Concejo Deliberante organizando una rifa de 2000 billetes divididos en seis fracciones por el valor de $250 cada uno, destinándose la mitad de lo recaudado al Asilo y la otra mitad a los premios de los ganadores.61 Las actividades filantrópicas tales como conciertos, rifas y donaciones de los vecinos fueron erráticas y no alcanzaron a completar las necesidades financieras del Asilo. El entusiasmo de las sociedades filantrópicas se estrellaba contra la realidad: si el municipio no aportaba fondos, las finanzas del Asilo estaban llamadas a sufrir penurias. De hecho, al poco tiempo de inaugurado, la comisión administradora urge a las autoridades municipales a pagar los sueldos atrasados de los empleados.62 En cuanto a la alimentación, el Asilo había realizado una suerte de licitación a efectos de descentralizar el suministro de alimentos. De este modo, la comisión administrativa contrató a Emilio Pellet hasta la finalización del año 1859.63 Se pagaba 4 pesos diarios por cada persona internada más los empleados. Es decir, el Asilo desembolsaba diariamente alrededor de $650 para la manutención de los internos y los empleados, una cifra importante para la época. Las condiciones del contrato estipulaban para todos los días un desayuno con base en té y pan, salvo los jueves y domingos en los que se servía café. El almuerzo consistía en un plato de sopa o caldo, tres cuartos de libra de carne de puchero (alrededor de 300 gramos), y una quinta libra de pan (alrededor de 100 gramos). A la tarde se les daba una taza de té y una quinta libra de pan.

61 AHCBA, Actas del Concejo Deliberante, 27 de agosto de 1858. 62 AHCBA, Actas del Concejo Deliberante, 5 de diciembre de 1858. 63 AHCBA, Salud Pública, Asilo de Mendigos, pp. 484-486.



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La cena estaba integrada por una taza de sopa, tres cuartos de libras de carne de puchero, una ración de guisado, una quinta libra de pan y una octava cuarta parte de vino carlón, alrededor de medio vaso. Las sopas debían alternarse durante la semana, dos días de pan, dos de arroz, dos de fideos y una de legumbres, pudiendo ser uno de los días de fariña. Los guisos también debían variarse: dos días de carne, dos de porotos, uno de locro de trigo, uno de locro de maíz y uno de pescado. Además se debían suministrar verduras obtenidas en el huerto o compradas. Se establecía que los alimentos fueran de buena calidad y las raciones en mal estado debían ser devueltas. Para ello el administrador podía inspeccionar todos los días el estado de los alimentos. El encargado disponía de dos cocineros y dos ayudantes. Algunas de las compras realizadas por Pellet muestran ciertos rubros alimentarios utilizados, tales como: yerba paraguaya –seguramente sustituto del té– azúcar sin refinar, azúcar refinada y aguardiente. Ésta última presumiblemente no estaba destinada a los internos sino a los empleados ya que, como se observó en el análisis del reglamento, había una prohibición taxativa de la ingesta de alcohol salvo el medio vaso de vino carlón64 incluido en el menú. Desde un punto de vista actual puede observarse cierto equilibrio en la dieta, más allá de la inclusión de la carne dos veces al día. Hacia esa época la dieta diaria, incluida la de la elite, no era ni refinada ni variada. Aníbal Arcondo, citando a Lucio V. Mansilla en sus memorias refiriéndose a la alimentación afirma: “En el país de los ganados, la carne de vaca y de carnero era flaca como regla general. Las aves escuálidas. Las legumbres una que otra: Pocos variados los demás menesteres; el pescado escaso; y los tendales y los ganchos donde yacían bobinos (sic) acuáticos, roñosos, lo mismo que los delantales grasientos, de los que despachaban…”.65 El puchero y el asado eran los platos preferidos de los porteños, las variantes de las carnes guisadas como el locro o la carbonada también se servían aunque con menor frecuencia que en las provincias del interior. Entre los sectores humildes las frutas eran pocas, y las frutas secas inexistentes. En cambio, el pan de trigo estaba incorporado a la dieta diaria desde los comienzos del siglo XVII cuando se pudo 64 Nos llama la atención la inclusión del vino carlón en tanto originalmente era producido en España e importado al Río de la Plata a través del monopolio comercial. Probablemente los vinos consumidos en Buenos Aires a mediados del siglo XIX provenían de Mendoza, vinos ácidos o agrios por las vicisitudes del transporte y almacenamiento. ARCONDO, Aníbal Historia de la alimentación en Argentina. Desde los orígenes hasta 1920, Ferreira Editor, Córdoba, 2002, p. 135. 65 ARCONDO, Aníbal Historia de la alimentación…, cit., p. 184.

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establecer el cultivo del trigo en las quintas de los alrededores del núcleo citadino. Las aves de corral y los huevos no estaban incluidos entre los alimentos diarios, aunque es posible que fueran considerados para los enfermos.66 Sin embargo, las casas solían tener gallinas, pollos y a veces conejos. Los pucheros o guisados solían contener carnes, papas, zapallos, choclos y, a veces, porotos, garbanzos y lentejas. En las mesas de la gente acomodada se podían incluir chorizos y morcillas, además de algunos postres, como la mazamorra, dulce de batata, leche cuajada y natillas. No parece que estos fueran un plato fuerte del rancho diario del Asilo, si no más bien inexistentes, tal como surge de las planillas de insumos. El encargado debía tener disponible agua caliente todo el día a disposición de los asilados por cualquier necesidad. Sabemos del hábito del mate con bombilla, muy común en el periodo colonial e incorporado a la dieta diaria en todo el territorio, desde entonces. Asimismo, el encargado debía velar por el orden y la limpieza de la cocina.

66 A comienzos del siglo XVIII se observan las aves de corral en las compras del hospital de Córdoba. ARCONDO, Aníbal Historia de la alimentación…, cit., p. 75.

Marina Becerra Marxismo y Feminismo en el primer socialismo argentino. Enrique Del Valle Iberlucea

Adriana María Valobra Del hogar a las urnas. Recorridos de la ciudadanía política femenina. Argentina, 1946-1955

Lea Geler Andares negros, caminos blancos. Argentina a fines del siglo XIX

Lucía Lionetti y Daniel Míguez (compiladores) Las infancias en la historia argentina Intersecciones entre prácticas, discursos e instituciones (1890 - 1960)

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