Ulúa, Revista de Historia, Sociedad y Cultura. Núm. especial, Esclavos Africanos y descendientes en Nueva España: expresiones de lo cotidiano

July 6, 2017 | Autor: Citlalli Domínguez | Categoría: Cultural History, Latin American Studies, History of Slavery, Early Modern Iberian Atlantic
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Descripción

Ulúa Revista de Historia, Sociedad y Cultura

Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales Universidad Veracruzana

Universidad Veracruzana Rector: Raúl Arias Lovillo Secretario Académico: Porfirio Carrillo Castilla Secretaria de Administración y Finanzas: Víctor Aguilar Pizarro Secretaria de la Rectoría: Leticia Rodríguez Audirac Director General Editorial: Agustín del Moral Tejeda Director General de Investigaciones: César Ignacio Beristain Guevara Director del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales: Juan Ortiz Escamilla Coordinación de la propuesta temática del número 19: Adriana Naveda Chávez-Hita Edición al cuidado de Horacio Guadarrama Olivera Asistencia editorial e intercambio institucional: Cecilia Sánchez Martínez Formación: Aída Pozos Villanueva Diseño de forros: Rosalinda Band Schmidt Ulúa. Revista de Historia, Sociedad y Cultura es una publicación semestral, cuyo título fue otorgado por el Instituto Nacional del Derecho de Autor el 20 de enero de 2003, con el Número de Certificado de Reserva 04-2003-012011411200-102. Número de Certificado de Licitud de Título 12761. Número de Certificado de Licitud de Contenido 10333. ISSN: 1665-8973. Ulúa. Revista de Historia, Sociedad y Cultura está indexada en clase (Citas Latinoamericanas en Ciencias Sociales y Humanidades) y latindex (Sistema Regional de Información en Línea para Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal). Toda colaboración y correspondencia deberá dirigirse a: Ulúa. Revista de Historia, Sociedad y Cultura, Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales, Universidad Veracruzana, Diego Leño 8, C.P. 91000, Xalapa, Veracruz, México. Tel. y fax: 01 (228) 8-12-47-19. E-mail: [email protected]. Distribución: Dirección General Editorial, Universidad Veracruzana, Hidalgo 9, Centro, C.P. 91000, A.P. 97, Xalapa, Veracruz, México. Tel. y fax: 01 (228) 8-18-59-80. E-mail: [email protected]. Pueden reproducirse textos o partes de ellos con la autorización por escrito del editor y citando la fuente. Los textos firmados son responsabilidad exclusiva de los autores.

Ulúa Revista de Historia, Sociedad y Cultura Año 10/Núm. 19

Enero-junio de 2012

Sumario Consejo Científico Montserrat Gárate Ojanguren

María Skoczek

Universidad del País Vasco

Universidad de Varsovia

Esteban Krotz

Andrzej Dembicz

Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco

Universidad de Varsovia

Oscar Zanetti Lecuona

Centro Nacional de Investigaciones Sociales-París

Universidad de La Habana Sergio Guerra Vilaboy

Universidad de La Habana

Alfred H. Siemens

Universidad de Columbia Británica

Alonso Pérez Agote

Alberto Guaraldo

Universidad de Turín

Antonio García de León

Claudio Lomnitz

Universidad Nacional Autónoma de México

Universidad de Nueva York

Hira de Gortari

El Colegio de México

Solange Alberro

Allan Burns

María de los Ángeles Romero Frizzi

Universidad de Florida

Esclavos africanos y descendientes en Nueva España: expresiones de lo cotidiano Adriana Naveda Chávez-Hita..............................................................................11

Frédérique Lange

Universidad del País Vasco

Instituto Mora

Presentación

Instituto Nacional de Antropología e Historia-Oaxaca

Artículos Mulatos, morenos y pardos marineros. La sodomía en los barcos de la Carrera de Indias, 1562-1603 Úrsula Camba Ludlow........................................................................................21 Polonia de Ribas, mulata y dueña de esclavos: una historia alternativa. Xalapa, siglo XVII Danielle Terrazas Williams..................................................................................41 San Lorenzo Cerralvo, pueblo de negros libres. Siglo XVII Adriana Naveda Chávez-Hita..............................................................................61

Leticia Gamboa Ojeda

Hijos de esclavos. Niños libres y esclavos en la capital novohispana durante la primera mitad del siglo XVII Cristina V. Masferrer León..................................................................................81

Editor General

La justicia y los esclavos en la Nueva España del siglo XVIII Juan Manuel de la Serna....................................................................................101

Universidad Autónoma de Puebla

Carmen Blázquez Domínguez

Comité Editorial Juan Ortiz Escamilla Rosío Córdova Plaza Feliciano García Aguirre

Propietarios de esclavos en Guanajuato durante el siglo XVIII María Guevara Sanginés....................................................................................121 La población afrodescendiente de la región de Tamiahua: la pesca y la resistencia a tributar a finales del siglo XVIII Filiberta Gómez Cruz........................................................................................147

Ensayo En busca de experiencias y vida cotidiana de los afromexicanos en la época colonial Patrick J. Carroll...............................................................................................167

Reseñas Sobre: Félix Báez-Jorge y Sergio Vázquez Zárate, Cempoala, por Eduardo Matos Moctezuma............................................................................179 Sobre: José Manuel López Mora, Inquisición de Veracruz. Catálogo de documentos novohispanos en el AGN, por Citlalli Domínguez Domínguez......................................................................187 Sobre: Adriana Naveda Chávez-Hita y Fernanda Núñez Becerra, División del Curato de Xalapa, 1769-1773 (Documento inédito), por Ángel José Fernández.......................................................................................193 Sobre: Franck Courtel, Manuel González de la Parra, Sandra Ryvlin et al., México, el otro mestizaje/Mexique, l’autre métissage, por Horacio Guadarrama Olivera..........................................................................199 Sobre: Elia Avendaño Villafuerte, Estudio sobre los derechos de los pueblos negros de México, por Óscar Hernández Beltrán.....................................................215

Resúmenes.................................................................................................219 Abstracts. .................................................................................................223 Colaboradores. ....................................................................................227 Normas para la presentación de originales.......................231

PRESENTACIÓN

Esclavos africanos y descendientes en Nueva España: expresiones de lo cotidiano

E

n 2011, la Organización de las Naciones Unidas (ONU)

estableció el Año de los Afrodescendientes como reconocimiento a los millones de esclavos africanos desterrados, quienes llegaron a América y construyeron una riqueza material y cultural junto a indígenas y españoles. El aspecto más evidente del proceso de mestizaje es el fenotípico, sin embargo, las investigaciones históricas han demostrado que los esclavos y sus descendientes nos dejaron su impronta en varios aspectos: históricos, sociales, culturales y lingüísticos. En ese sentido, la revista Ulúa, Revista de Historia Sociedad y Cultura se une a este reconocimiento al publicar un número dedicado a las expresiones culturales cotidianas de esclavos africanos y sus descendientes suscitadas en la Nueva España, en los siglos XVII y XVIII. En siete artículos y un ensayo, historiadores de diversas universidades analizan e interpretan nuevas fuentes documentales que ofrecen una visión más humana, menos rígida o marginal de lo que fue el sistema esclavista, toda vez que enfatiza la importancia que tiene el aporte de los esclavos africanos y sus descendientes en la configuración de las esferas cultural, social, además de la económica, tanto como la propia fenotípica. Y es que el análisis económico aplicado a los estudios sobre la esclavitud y la población de origen africano en el virreinato monopolizó por décadas el estudio de sus protagonistas: “el negro” y sus descendientes, primero al centrarse en el ámbito azucarero y, posteriormente, en los centros urbanos, demostrando la importancia en número de los trabajadores robados de África y valorando la riqueza generada en la Nueva España con base en su trabajo. De ahí que poco se supiera de la vida social, la identidad, las creencias, las fiestas, las costumbres y, menos aún, de su

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sentir, pensar, amar, así como de sus prácticas sexuales y otros aspectos que dan testimonio del acontecer cotidiano y los ámbitos que antes no parecían importantes en la recreación de la historia o no eran percibidos o no interesaban a los estudiosos. Sin embargo, algo se ha rescatado al tratar de entender cómo y por qué funcionaban los comportamientos de personas vulnerables, castas y esclavos, junto a la mayoría de los habitantes, indios, y entre ellos, mujeres y niños. Por ello, desde la perspectiva de la historia cultural, por un lado, se puede entender a los descendientes de africanos esclavizados o ya libres como sujetos activos de las historias regionales, y por el otro, comprender la vida cotidiana de congos, caravalíes, matambas, en suma, de mujeres, hombres y niños que fueron forzados a salir de su territorio y enseguida transportados a América. Desde luego, este conocimiento será resultado del análisis de diversas fuentes de documentación y del planteamiento de preguntas que nos conduzcan justamente a descifrar las costumbres, las creencias y las actitudes de aquéllos en el terreno de la vida cotidiana y en medio de convencionalismos sociales, es decir, entre lo que era válido y estaba permitido realizar y lo que significaba infringir la norma. De tal suerte, a partir de la historia cultural y de la aplicación de su metodología, será posible examinar narraciones e historias de vida que, a su vez, nos darán luz sobre la identidad de los propios esclavos africanos y sus descendientes, pero también sobre la de los otros, al mismo tiempo que nos conducirán a reconocer los repliegues sociales y culturales que caracterizaron la época virreinal más allá de lo que, a simple vista, enuncian los discursos oficiales. En ese sentido, algunas de las aportaciones a la historiografía sobre la población de origen africano que estos artículos brindan están basadas en la consulta de los archivos judiciales, contraparte de los inquisitoriales, a través de los cuales es posible seguir juicios, no por delitos que ofendían a la Iglesia, sino por delitos criminales del fuero laico. Ambos archivos ofrecen historias de vida narradas en los interrogatorios, donde podemos analizar: quiénes eran estos esclavos, cuáles eran sus relaciones de parentesco, qué nexos tenían con otros grupos y familiares; su situación familiar y su prestigio social, no tanto para distinguir su “calidad” y status, como anteriormente se resaltaba, sino su identidad, vista y descrita por ellos o por otros.

Así, el artículo de Úrsula Camba Ludlow, “Mulatos, morenos y pardos marineros. La sodomía en los barcos de la Carrera de Indias, 1562-1603”, con el que inicia este número de Ulúa, tiene como objetivo analizar los encuentros sexuales entre los marineros que se hacían a la mar en los barcos de la flota española. Principalmente, se enfoca en aquellos comportamientos sexuales considerados por las autoridades como “inapropiados” o “pecaminosos”, como el pecado nefando o sodomía, que llegó a ser castigado con puniciones corporales y pecuniarias, según las leyes que regían la vida a bordo de las naves de la Carrera de Indias durante la navegación. Los marineros mulatos, pardos y morenos fueron los actores principales de estos encuentros furtivos, ocasionales, forzados o consensuados. Muchos de estos hombres se desempeñaron en las embarcaciones como pajes, grumetes y marineros, algunos eran libres y otros esclavos “que trabajaban para entregar la soldada a su amo”. A decir de Camba Ludlow, la presencia de mulatos y morenos como marineros “deja en claro la consideración social que tal oficio tenía”, así como los límites sociales que imponía la calidad. En cuanto a la estructura del artículo, éste se compone de una introducción y dos apartados. En el primero de ellos, la autora hace una reflexión en torno a la pertinencia de la utilización de los conceptos “queer”, “gay” y “homosexual” en los estudios históricos, con la finalidad de abordar la problemática desde una perspectiva de género y enfatizar cuál de los conceptos sirve mejor para abordar la problemática de los encuentros entre los marineros acusados de cometer sodomía. En el segundo apartado, se analiza la intimidad cotidiana a bordo de los barcos y la percepción que tuvieron acusados y acusadores de los comportamientos catalogados por las autoridades como “pecado nefando” o “delito de sodomía”. En este sentido, Camba Ludlow explora dos universos mentales: el de las autoridades, quienes definieron el delito de sodomía desde una perspectiva religiosa, es decir, como aquél que se comete entre dos personas del mismo sexo, y el de los implicados, quienes al parecer algunas veces eran conscientes de haberlo cometido y otras no, pero que recurrían a denunciarlo ante el temor de saberse descubiertos. Enseguida, Danielle Terrazas Williams, en el texto “Polonia de Ribas, mulata y dueña de esclavos: una historia alternativa. Xalapa, siglo XVII”,

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muestra cómo los descendientes de esclavos en Nueva España se encontraron en un mundo contradictorio, donde la calidad y el status jugaron en muchas ocasiones un papel ambiguo en la sociedad colonial. Con ello Terrazas Williams ofrece una perspectiva poco explorada en los estudios sobre mujeres de origen africano, donde tal vez el rasgo más interesante de esta historia sea el que dicha mujer fuera la dueña de sus medios hermanos esclavos. Y es que Polonia, mulata libre, tiene una situación económica favorable merced a la herencia familiar de su madre esclava, además de las redes sociales que logró consolidar a través de intereses económicos con personas acomodadas de la sociedad xalapeña del siglo XVII. Esta situación nos muestra a una mujer distinta a todas aquéllas retratadas en la historiografía del tema, en la cual figuran como amantes de españoles, cuidadoras de los hijos de las familias acaudaladas de la época, sirvientas, cocineras, hechiceras, curanderas, etcétera. Posteriormente, en el trabajo “San Lorenzo Cerralvo, pueblo de negros. Siglo XVII”, Adriana Naveda Chávez-Hita expone algunos elementos esenciales de la vida cotidiana de sus habitantes. Mucho se sabe de la valentía de estos cimarrones en su lucha contra la esclavitud, pero una vez más, al utilizar el archivo inquisitorial, Naveda Chávez-Hita puede demostrar de qué manera los protagonistas de esa lucha armada vivieron como cualquier ser humano en condiciones de paz. Y es que este pueblo de libres jugó un papel importante en el desarrollo de la vida social de sus pobladores al aceptar a habitantes descendientes de africanos libres de otros lugares a vivir con ellos o a esclavos huidos, quienes se asentaban definitivamente hasta que la Inquisición los descubría, no por ser un esclavo huido, sino por estar casado dos veces. Por su parte, en el artículo “Hijos de esclavos. Niños libres y esclavos en la capital novohispana durante la primera mitad del siglo XVIII”, Cristina Masferrer León analiza un aspecto de la esclavitud poco tratado hasta ahora en los estudios sobre la población de origen africano en México, es decir, aborda los aspectos de la vida de los hijos de los esclavos en la capital novohispana. Así, Masferrer León describe las condiciones en las que nacían y eran bautizados los hijos de esclavos y la calidad de los padres, quienes en muchas ocasiones eran de grupos étnicos diferentes. Relata asimismo los primeros años de los hijos de esclavos y la manera

como se incorporaban al mundo de sus padres bajo un esquema donde la esclavitud simbolizaba un sentido de pertenencia diferente al del resto de la sociedad. También nos introduce en el mundo de las actividades realizadas por los niños y los jóvenes libres o no, en el cual sus padres utilizaban su trabajo para obtener una utilidad económica. Además, la autora busca enfatizar las similitudes en la vida cotidiana entre aquellos hijos de esclavos ya libres y aquéllos que heredaron la condición legal esclava de sus padres, específicamente de la madre. Así, el artículo es un aporte a la historiografía acerca de la temática, sobre todo porque los estudios sobre la niñez de los hijos de esclavos son casi inexistentes. En el texto que sigue, titulado “La justicia y los esclavos en la Nueva España del siglo XVIII”, Juan Manuel de la Serna analiza los instrumentos de la justicia indiana utilizados por los esclavos africanos para obtener su libertad. Muestra cómo los esclavos emplearon el discurso jurídico instituido por el sistema colonial español para emprender acciones legales contra sus amos o contra aquéllos que intentaban mantenerlos en la esclavitud. De la Serna enfatiza que se debe entender que esta “cultura política” asumida por los esclavos varió de acuerdo con “las diferencias geográficas, el acceso a la información, la formación cultural” y el conocimiento que éstos tuvieran del tema. En este sentido, el texto nos muestra la experiencia de la esclavitud urbana, donde los esclavos conocían y tenían la habilidad de poder enfrentar a sus opresores y con ello generar espacios de negociación y obtener algo de dinero a lo largo del tiempo, para liberarse ellos o liberar a alguna otra persona de su familia que también fuese esclavo, por lo general. Asimismo el autor analiza las leyes que integraron el corpus del sistema jurídico novohispano; rescata el papel de Las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio como antecedente normativo de la esclavitud en España y que posteriormente sería aplicadas como base para regular este fenómeno en las colonias españolas de América. Para ejemplificar el proceso de negociación utilizado por los esclavos y las vías de acción legal para lograr la libertad, el autor revisa el proceso legal llevado a cabo por María Anna Josepha Cano, mulata esclava conocedora de la ley y de los mecanismos de control instituidos por el gobierno colonial, para obtener su libertad.

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Señala asimismo que este tipo de situaciones enfrentadas en el ámbito cotidiano evidencian que la libertad para los esclavos era, más que un criterio de vida, una cuestión de honor. Por otro lado, el trabajo de María Guevara Sanginés, intitulado “Propietarios de esclavos en Guanajuato durante el siglo XVIII”, tiene como objetivo explorar las diversas actividades en las que se vieron inmersos los dueños de esclavos en Guanajuato, ciudad que fue pieza fundamental de la minería novohispana. Algunas de las actividades en que estuvieron involucrados los propietarios de esclavos fueron: la minería (la mayor parte de ellos), el comercio, la ganadería y la agricultura, así como la producción de algunas artesanías, textiles y tabaco. En sentido paralelo a los dueños de esclavos, Guevara Sanginés destaca el papel que desempeñó el trabajo esclavo en el desarrollo y la consolidación de estas actividades, donde también existieron españoles pobres y algunos indios de repartimiento. Sin embargo, el objetivo central de esta investigación es observar las diferencias en las relaciones amo-esclavo y analizar el tipo de organización para el trabajo y la producción, así como la diversidad en el proceso de desaparición de la esclavitud al reconvertirse el trabajo esclavo en asalariado. Finalmente, la autora destaca la propuesta de realizar una historia regional comparada, que permita observar y detallar la singularidad de estas relaciones en contextos sociales específicos. Más adelante, Filiberta Gómez Cruz, en el artículo “La población afrodescendiente de la región de Tamiahua: la pesca y la resistencia a tributar a finales del siglo XVIII”, rescata las actividades realizadas históricamente por los afrodescendientes de Tamiahua. Explica en primer término cómo, y bajo qué argumentos, en 1782, los pardos, mulatos y negros libres de la laguna de Tamiahua, pescadores y milicianos a la vez, evitan ser alistados como tributarios de la Corona española. Asimismo, basándose en el Padrón Militar de 1790, Gómez Cruz logra identificar las actividades tradicionales de las personas pertenecientes a este grupo, como es el caso de la pesca, la cual continúa hasta hoy en día realizándose en esa región. Por último, Patrick J. Carrol, en su ensayo “En busca de experiencias y vida cotidiana de los afromexicanos en la época colonial”, luego de analizar el complicado sistema social de conexiones de dominación y resistencia en el que se vieron inmersos negros e indios, vierte una serie

de consideraciones teóricas y metodológicas y subraya la importancia que tiene el destacar la cotidianeidad de los grupos subalternos. Carroll afirma que la identidad se negocia a través de la calidad, y para ello analiza casos ubicados en contextos sociales y económicos diferentes donde catalogar a un individuo por su apariencia física implicaba subjetividad; la identidad la revelaba la pertenencia a un grupo étnico-social, aunque el fenotipo indicara otras características. De esa manera, los resultados alcanzados por cada uno de los autores mencionados son ya un aporte a los estudios acerca de la presencia y la persistencia africana en México; al mismo tiempo, constituyen un reconocimiento a la herencia cultural y social de la población de origen africano en nuestro país, así como a las sabidas aportaciones que hizo ésta al desarrollo económico de la sociedad novohispana. En ese sentido, dichos trabajos revelan una visión menos marginal o sesgada, de tal suerte que a través de la revisión de los documentos, y en particular de las expresiones culturales y las historias de vida cotidiana donde se escuche la propia voz de los africanos esclavos y sus descendientes, será posible reconocer la identidad de éstos y, al mismo tiempo, la imagen del otro, es decir, la de los grupos dominantes, así como las dinámicas socioculturales que conformaron dicha realidad. Con todo, resulta conveniente descifrar, entre los intersticios de la historia oficial, los códigos creados y recreados por los africanos esclavos y sus descendientes que caracterizaron y configuraron esa amalgama sociocultural compleja que reunió a africanos, españoles e indígenas.

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Adriana Naveda Chávez-Hita Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales, Universidad Veracruzana

ARTÍCULOS

Mulatos, morenos y pardos marineros. La sodomía en los barcos de la Carrera de Indias, 1562-1603 Úrsula Camba Ludlow*

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a presente investigación tiene por objeto analizar y desentra-

ñar los encuentros sexuales entre los marineros de los barcos que viajaban al Nuevo Mundo. Hay casos en que la flagrancia es innegable, mientras que en otros existe una “leve” sospecha pues los intentos de cometer el pecado nefando parecen reducirse a caricias y “tocamientos”. Por otro lado, nos interesa destacar la disparidad de las actitudes que las autoridades tuvieron frente a esos comportamientos, así como las puniciones corporal y pecuniaria impuestas a los mismos. Con frecuencia encontramos que los implicados (sean víctimas o acusados) son pardos o mulatos, lo cual no resulta extraño sin tenemos en cuenta la calidad y condición de quienes se hacían a la mar en las flotas de Indias, asunto sobre el que volveremos más adelante. Así, comencemos por explicar la tipología del delito/pecado “aborrecible” que nos ocupa. Los pecados de lujuria se dividían en dos especies: los pecados naturales, es decir, la fornicación simple y la fornicación cualificada que comprendía el adulterio, el sacrilegio carnal y el incesto, y la segunda especie que eran los pecados contra naturaleza. Estos comprendían la masturbación, la polución, el bestialismo y la sodomía, que podía ser perfecta: coito anal entre miembros del mismo sexo o imperfecta, coito anal, sexo oral, etcétera, entre personas de distinto sexo.1 Sodomía, pecado nefando, abominable pecado, pecado contra natura, o simplemente *

Dirigir correspondencia al Instituto Cultural Helénico, Ave. Revolución 1500, Col. Guadalupe Inn, C. P. 01020, tel. (01) (55) 56-62-15-42, e-mail: [email protected]. 1 Bennassar, 1981, p. 296.

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el pecado, es la forma en que se designó al acto mediante el cual se derramaba el semen en un vaso o recipiente “no apto” para la procreación. En la teología y la moral cristianas, la sodomía fue considerada como un pecado contra Dios, contra uno mismo y contra el prójimo. Atentado contra la fe y la moral, por ser pecado de sensualidad y de razón, y pecado de error que podía conllevar un comportamiento herético.2 Por otra parte, a partir del siglo XVII los casos de sodomía —no sólo en los barcos, sino de igual manera en la Península Ibérica, a juzgar por Bartolomé Bennassar y Francisco Tomás y Valiente— se “desvanecen” o al menos dejan de ser registrados, perseguidos y sentenciados tanto por los capitanes de las flotas como por la Casa de la Contratación, encargada de reglamentar y regular todos los asuntos concernientes a la Carrera de Indias. Son tres los procesos que nos ocupan y que se encuentran en el Archivo General de Indias. Debido a que los delitos eran cometidos en altamar, el capitán general o codueño a cargo de la flota, fungía como juez, es decir llamaba a declarar a los testigos, decidía si debía aplicárseles tormento a los acusados y dictaba la sentencia mientras el navío llegaba a Sevilla para que los culpables fueran encerrados en la cárcel de la Casa de la Contratación y juzgados por las autoridades civiles. En efecto, el pecado nefando fue juzgado —al menos en los barcos de la flota de Indias, en Sevilla y en la Nueva España— únicamente por la justicia civil y no por la Inquisición; a pesar de que se encuentran testificaciones en el ramo inquisitorial, los procesos no “tocaban” al Santo Oficio. Los contemporáneos del siglo XVI coinciden en una cosa: navegar era “un negocio desesperado y espantoso”; en efecto, hacerse marinero sólo era producto de la desesperación. La vida en el mar era calificada de “cruel”, “perversa”, “mala” y “difícil”. Pese a que la pobreza era una de las principales razones para hacerse a la mar, Pablo Emilio Pérez Mallaína señala que no hay que desdeñar el aburrimiento, la monotonía y el aislamiento como posibles motivos. También estaban aquéllos que eran forzados o embaucados en una borrachera para hacerse marineros, así como los secuestros de menores de edad o la venta de niños por padres sumidos

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en la miseria.3 En efecto, los barcos tenían una buena dotación de niños y adolescentes, como veremos más adelante. Según las ordenanzas del 14 de julio de 1522, los navíos de más de 100 toneladas debían llevar al menos 26 tripulantes, entre ellos, un artillero, ocho grumetes y tres pajes, junto con tres o cuatro oficiales. Es decir, que la tripulación, aproximadamente compuesta por 30 hombres, convivía con los pasajeros en un lugar confinado, hediondo e incómodo. Con frecuencia los niños, abandonados a su suerte, debían repartirse entre los barcos y las guaridas de ladrones como el patio de Monipodio cervantino. El buen marinero debía empezar desde la más temprana edad ya que la experiencia era el único fundamento de los conocimientos náuticos. Los niños fueron un objetivo codiciado por los maestres de los barcos pues eran aprendices poco exigentes a los que sólo se les pagaba con la alimentación diaria y con palizas si no cumplían con su trabajo. Todos los navíos tenían aproximadamente media docena de niños y adolescentes entre los 11 y los 15 años. Así, entre la gente de mar había una escala de “desprestigio social”, los menos favorecidos eran aquéllos que realizaban los trabajos más puramente manuales: pajes, grumetes y marineros, incluídos guardianes, despenseros y contramaestres, los cuales no eran sino antiguos marineros experimentados que seguían siendo calificados como “toscos”, “rudos” y “faltos de entendimiento”.4 Por otra parte, como ya lo señalamos, con frecuencia los puestos de pajes, grumetes y marineros eran ocupados por negros y mulatos. Algunos de ellos libres, otros esclavos que trabajaban en los barcos para entregar la soldada a sus amos. En efecto, el hecho de que tanto esclavos como libertos desempeñaran el oficio de marineros deja en claro la consideración social que tal oficio tenía para los contemporáneos.5 No hay que perder de vista que el pecado nefando implicó también un vínculo emocional entre los individuos y aunque no fuera un delito específico de los negros y mulatos, a menudo tropezamos con ellos en los procesos seguidos en contra de los marineros.

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Pérez Mallaína, 1992, p. 35. Pérez Mallaína. 1992, p. 49. 5 Pérez Mallaína, 1992, pp. 46-47. 4

2 Jordan,

2002, p. 139.

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Una breve reflexión en torno a la utilización de los conceptos queer, gay y homosexual como categorías analíticas

Es preciso destacar que al referirse a los encuentros o intercambios sexuales entre personas de un mismo sexo en un pasado más remoto, diversos académicos apuntan hacia una incipiente “subcultura sexual gay”, una “clara identidad queer en el siglo XVII” o más llanamente utilizan el término “homosexualidad”.6 Dichos conceptos no logran explicar la complejidad de los encuentros homoeróticos en los siglos estudiados. Los términos gay, queer y homosexual se construyen con el correr de los siglos XIX y XX en contextos políticos, sociales, sicológicos y médicos muy distintos del religioso que prevaleció en los siglos XVI y XVII. Asimismo, confinan a un ámbito muy reducido el significado de la sodomía o de los encuentros entre personas del mismo sexo, al tratar de encontrar una “identidad homosexual” subyacente. De tal forma que no abordaré la problemática desde un punto de vista de “género” que supondría una identidad a priori. Dicha perspectiva binaria, que ha sido utilizada de forma recurrente por los historiadores anglosajones, pone énfasis en que el “paciente” sería la parte femenina, mientras que el “agente” detentaría el poder masculino y a partir de esa premisa se analizan las “prácticas homosexuales”. Tal explicación es reduccionista y deja a un lado una serie de consideraciones legales, sociales y religiosas, entre otras. En realidad lo que interesa a la presente investigación es abordar, desde la historia cultural, el por qué de esos comportamientos, la tolerancia o intolerancia de las autoridades y el significado que tanto los involucrados como los testigos daban a dichos actos. En ningún momento, y esto es importante resaltarlo, creo que exista una identidad gay u homosexual, entre los implicados, ni siquiera de forma incipiente o sutil. Por otra parte tampoco utilizaré el término queer actualmente tan en boga en los estudios académicos en los Estados Unidos. Esto por varias razones: la

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primera, por ser una palabra que para algunos investigadores sigue siendo peyorativa;7 en segundo lugar, por ser un término “ahistórico” que raramente toma en cuenta realidades fuera del mundo anglosajón anteriores a la Segunda Guerra Mundial. En efecto, los investigadores que siguen la teoría queer no miran de forma histórica ni sistemáticamente las formas en las cuales el sexo, el género y/o la sexualidad son organizadas y concebidas en distintas sociedades a través del tiempo.8 Asimismo, plantean una visión esencialista de las motivaciones humanas que no toma en cuenta las variaciones culturales del concepto de masculinidad.9 Y por último, aunque no menos importante, porque al ser un término anglosajón resulta inaplicable al mundo hispánico de los siglos XVI y XVII. De tal forma que el término más apropiado para referirnos a aquellos transgresores sexuales será la de sodomitas que es la utilizada por los hombres de los siglos XVI y XVII.

La intimidad cotidiana, los “manoseos” y el lecho compartido: la percepción de testigos y denunciantes

Los casos que aquí analizaremos presentan varias diferencias entre sí pero tienen el común denominador de implicar a pardos, mulatos y menores de edad. Así, en mayo de 1562, Antón de Fuentes, lombardero (artillero)10 de la nao de Santa María intentó cometer el pecado nefando con Alonso Prieto, grumete de catorce años, huérfano de color “quebrado” (probablemente mulato, ya que su madre se llamaba Leonor 7

González Pérez, 2003, p. 10. Murray, 2002, p. 25-247. 9 Adam, 2002, p. 177. El libro de Federico Garza Carvajal, Quemando mariposas..., cuyo acento está 8

6 Mott y Higgs, 2003. Serge Gruzinski fue pionero en el tema de la sodomía en Nueva España analizando con seriedad y rigor el escandaloso proceso llevado a cabo por la justicia civil por el abominable pecado, en contra del mulato “Cotita de la Encarnación” y sus secuaces a mediados del siglo XVII, pero no los llama sodomitas sino “homosexuales novohispanos”. Cfr. Gruzinski, 1986.

puesto justo sobre el concepto de vir a pesar de tener fuentes excepcionales del Archivo General de Indias, no logra ahondar en el análisis y reflexión serios tanto de los comportamientos sexuales como de su explicación e inserción en el contexto adecuado. Asimismo, tiene errores graves que alteran el sentido de las fuentes (no queda claro si son de la paleografía realizada por el autor o de la traducción), ya que hay palabras como “bastón” que el autor utiliza para designar el miembro masculino, la cual no aparece en la fuente en cuestión (el término correcto es “pija” o “pixa”), y confunde la palabra “muslos” paleografiando “músculos”, por mencionar sólo algunas. Cfr. Garza Carvajal, 2002. 10 La “lombarda” era un tipo de escopeta, traída de Lombardía, y que el rey Enrique II ya había utilizado contra los moros en Granada. Covarrubias, 1995. p. 720.

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Prieta). El proceso es llevado a cabo a bordo de la nao anclada en la bahía de Cádiz bajo la autoridad de Pedro Menéndez de Avilés, caballero de la orden de Santiago y capitán general, quien parece conocer a profundidad los procedimientos legales que deben realizarse pues el caso es llevado de forma escrupulosa, exhaustiva y ordenada. Alonso declaró que Antón lo había llevado bajo cubierta para que le “detuviera una candela” para después ordenarle que se sentara sobre sus piernas y se desvistiera, ante lo cual Alonso “se bajo los zaraguellos y el dho. Anton de Fuentes le tentava las manos e luego le tento por encima del espinazo y las nalgas y el culo y le metia un dedo [...]”11 Antón trató de penetrar a Alonso pero éste “sintió que se lo metia y se desvió de el […] dando boces”. El artillero le suplicó silencio ofreciéndole lo que quisiera a cambio pero el muchacho respondió con firmeza “hera yo moro o hereje no lo tengo de [sic] dejar de decir a my señor el maestre”.12 Alonso escapó a cubierta y lo acusó con Melchor, el hijo de Alonso de Campos, maestre de la nao. Aquí vemos cómo aparece un estereotipo: los herejes y los moros siempre esconden algo y, por lo tanto, siempre serán sospechosos de un comportamiento desviado y, por supuesto, incorrecto. Se ha señalado reiteradamente que “convertidos en moriscos, los antiguos musulmanes eran, de entrada, sospechosos de nostalgias islámicas y prácticas clandestinas”.13 De ahí que Alonso muestre su desprecio y desconfianza hacia el silencio que Antón le ruega encarecidamente guardar. El capitán Pedro Menéndez manda a aprehender tanto a Antón como a Alonso, a trasladarlos a la nao capitana y a ponerles los pies en un cepo. Posteriormente, son llamados a declarar Alonso de Campos y su hijo, Melchor, además de Sebastián Fernández, el piloto de la nao. El primero refiere lo sucedido bajo la cubierta del barco, señalando que se había enterado del incidente por Melchor, ya que él dormía cuando Alonso subió gritando. Aunque agrega que posteriormente el muchacho le había referido de viva voz lo sucedido. Por su parte, Melchor testifica que Alonso se había acercado a él y llorando les había contado tanto a él como al piloto de la

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nao los “malos propósitos” de Antón. A su vez, Fernández señala haber visto llorando a Alonso y al preguntarle la causa, le relató que había bajado para sostener una vela pues Antón necesitaba sacar una pieza de tafetán de un baúl. El lombardero al verle unas heridas en el pie se había ofrecido a curárselas pero en realidad “le habia metido los dedos por el sieso14 e que el dho Antón de fuentes con su natura se lo queria meter por el sieso e que como se lo sintió le dijo ¿soy yo moro o turco que me quereis?”15 Aquí aparece una variante, ya no es hereje sino turco. A pesar de que se ha señalado a los extranjeros como más “propensos” a cometer el crimen de sodomía, Bennassar advierte que al menos ante el tribunal inquisitorial de Zaragoza, por ejemplo, “hay que rendirse a la evidencia: una gran mayoría de los criminales ‘execrables’ son cristianos viejos”.16 A continuación, toca el turno a Antón de declarar. Señala ser marinero desde hace quince años y tener treinta de edad aproximadamente. Asegura que Alonso había bajado con él y lo había visto “meneándose […] diziendo que le dolia un pie […] por unos palos que le habia dado el capitán en muchas partes del cuerpo”. Agrega que el muchacho tenía “vejigas” (ampollas) por todo el cuerpo y en las nalgas por lo cual se dispuso a curarlo. Niega haberle metido los dedos y dice “no acordarse” si le dijo que se bajara los calzones. El capitán manda secuestrar los bienes de Antón y nombrar un curador para Alonso que es menor y “no tiene padre ni madre que salga por el a la defensa desta causa”. Un pasajero, Luis de Peralta es designado curador y, a su vez, nombra por su fiador a Juan de Salas, soldado de la nao capitana. Se realiza el secuestro de bienes de Antón y el inventario de los mismos revela una gran cantidad de objetos entre los que se encuentran docenas de prendas de vestir (zaragüelles, camisas, jubones, gorgueras, bonetes, medias, zapatos, guantes de cabrito), una espada, espuelas, decenas de peines, saleros de estaño “nuevos”, setenta y un docenas de botones, pasamanos de seda, fruteros de Ruán, rosarios, entre muchos otros objetos.17 14

11

Archivo General de Indias (en adelante AGI), Justicia, 856, N. 11, f. 5.

12 AGI, Justicia, 856, N. 11, f. 2. 13 Bennassar, 1984, p. 300.

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“Ano con la porción inferior del intestino recto”. Diccionario de la lengua española, Real Academia Española, 2001, p. 1400. 15 AGI, Justicia, 856, N. 11, f. 5. 16 Bennassar, 1984, p. 306. 17 AGI, Justicia, 856, N. 11, fs. 10-12v.

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Esto revela que además de ser artillero y curar enfermos en los barcos, Antón aprovechaba los viajes a Indias para quizás dedicarse al comercio. Antón es sometido al tormento de “burro” (potro) y agua, pero a pesar de las varias vueltas a los cordeles y las seis jarras que le obligan a ingerir para arrancarle una confesión “verdadera” el marinero niega haber cometido delito alguno.18 Entonces, el almirante sospecha que alguien proporcionó unos “polvos” a Antón para que resistiera el tormento y así evitar su confesión pero a pesar de iniciar otra averiguación en el barco e interrogar a sus guardianes y a quienes tenían contacto con el preso (como quien le llevaba la comida), no se saca nada en claro.19 Por su parte, Alonso fue eximido del tormento mientras no existiera información adicional del proceso. Recordemos que al ser menor de edad, con un poco de suerte y quizás con la benevolencia del capitán, el implicado podía librar el castigo. El 11 de mayo, apenas a diez días de iniciado el proceso, el capitán Menéndez encarga a Juan Martínez el traslado de los presos (con grillos en los pies) a la cárcel de la Casa de la Contratación; asimismo remite la denuncia y los testimonios para que sean entregados a los jueces en Sevilla. Así, el licenciado Venegas, fiscal de la Casa, formula la acusación de pecado nefando contra los dos implicados pero Antón de Fuentes insiste en su inocencia: […] siendo como soy ombre onrrado y teniendo como tengo muger y siendo como soy casado y siendo buen cristiano y temeroso de dios […] no se puede ni debe presumyr q quisiese hazer ni hiziese delito tan feo […] y los tocamyentos que hize al dho Alo. paje fue para efeto de curarle los golpes que tenya en su cuerpo […] [pues] tengo de costumbre de curar y emplastar y sangrar a las personas q tenian algun mal en la dicha nao donde yo e ido y benydo a Yndias y a otras partes […]20

Antón acusa tanto al maestre Alonso de Campos, como a su hijo Melchor, de haber inducido a Alonso a levantarle falso testimonio, ya que estaban “mal” con él a tal punto que el maestre habría jurado, “poniéndose la mano en las barbas”, que impediría a toda costa que Antón lle18 AGI, 19 AGI,

Justicia, 856, N. 11, f. 16v. Justicia, 856, N. 11, f. 17. 20 AGI, Justicia, 856, N. 11, f. 26.

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gara a las Indias.21 A esto se sumaba que Alonso era paje y “deudo” muy cercano del maestre, por lo cual era evidente que obedecería en todo y sin chistar las órdenes del mismo. Por último, Antón alega que debido “al recio tormento” que le fue aplicado quedó manco del brazo izquierdo “como por vista de ojos se puede ver”.22 En su defensa, Antón prepara un cuestionario y llama a diez testigos en su favor. Entre las preguntas que pide se les hagan están las siguientes: —Si saben que Antón de Fuentes es casado desde hace cinco meses y que “es muy amygo de mugeres y procura tener conversación con ellas”. —Si saben que “a tenydo y tiene por costumbre en la nao e naos donde a navegado y navega de curar y emplastar a las personas que caen enfermas en ellas y el mismo los sangra y emplasta y unta y haze los demas beneficios”. —Si saben “que el dho Alo Paje tenia una herida en el tobillo del pie izquierdo [….] y le avian dado ciertos palos […] en el cuerpo y espaldas […] y tenia cardenales”. —Si saben “que el dho Alonso es muchacho parlero mentiroso […] y demás desto es pariente muy cercano” de Alonso de Campos, “por lo cual y por ser paje le tiene respecto y miedo muy grande”. —Si saben que “el dho Alonso de Campos estaba y está mal con el dho Antonio de Fuentes y abia reñido con el y le abia jurado y prometido poniendose la mano en las barbas que avia de hazer y procurar que no pasase a las Yndias”. Los testigos, todos marineros —entre catalanes, flamencos y andaluces—, reconocen que antes de casarse, Antón tenía una “amiga” llamada María Méndez que era de Triana y “la tenían por su mujer”, pues la vieron dormir en la misma cama “mucha noches”, y que por supuesto Antón era “amigo de mugeres y aficionado a ellas”. Es bien sabido que la Iglesia prohibía las relaciones sexuales fuera del matrimonio pero en este caso esa “pequeña” falta, sirve para demostrar que, en efecto, Antón no sentía inclinación alguna por los hombres, pero también muestra que esas

21 AGI, 22 AGI,

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Justicia, 856, N. 11, f. 28. Justicia, 856, N. 11, f. 27.

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relaciones repetidamente sancionadas por las autoridades eran aceptadas o al menos toleradas por la comunidad. Por otra parte, algunos testigos coinciden en haber estado presentes cuando estalló la riña entre el maestre y el artillero, en la que “se hablaron palabras de enojo e injuria”, diez o doce días antes de que éste fuese aprehendido.23 Afirman que, ciertamente, el paje es sobrino de Campos, motivo por el cual le tiene miedo y respeto, y algunos sostienen incluso que Alonso es “parlero y mentiroso”. Asimismo, otros confirman que, en efecto, Antón sangra, emplasta y cura con frecuencia a los pasajeros y marineros de los barcos en los que viaja. Finalmente, y pese a su exhaustiva defensa, el artillero fue condenado a dos años de suspensión para navegar en los barcos de la Carrera de Indias, bajo pena de suspensión perpetua si incumplía la condena; por su parte, Alonso fue liberado.24 Alonso de Campos cumplió su amenaza y al menos en aquel viaje y por dos años más consiguió que, en efecto, Antón no llegara a las Indias. A pesar de que las pragmáticas sobre el pecado nefando establecían claramente que el acusador no podía ser enemigo capital del acusado, esto no parece importar a las autoridades pues éste proceso es un claro ejemplo de la rivalidad y el deseo de venganza entre dos marineros. El “encuentro” o intento de Antón por abusar de Alonso es un incidente aislado pues ninguno de los testigos declara que anteriormente se hubiese suscitado un caso así o que Antón fuera conocido por acosar y manosear a pajes y grumetes como en los casos que veremos más adelante. El siguiente caso que nos ocupa, asimismo, está protagonizado por un mulato y una de las víctimas es un muchacho pardo. En 1591, también a bordo de un barco de la Carrera de Indias, Gaspar Caravallo fue acusado por los pajes Pedro Merino y Francisco Quixada, ambos de color moreno y de 13 años de edad, de haber intentado cometer el pecado nefando con ellos. El primero declaró que Gaspar “[…] lo beso en la boca quatro o cinco vezes [...] otras vezes le tentaba el culo y este declarante andava temerosso del y sospechando era puto y siempre que se acostaba se hazia 23 AGI, 24 AGI,

Justicia, 855, N. 11, fs. 40-41v. Justicia, 855, N. 11, f. 125.

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muchos nudos en los calzones del miedo del dho Gaspar Caravallo porque no lo cabalgase [...]”25 El mulato Caravallo era despensero26 de la nao de Rodrigo Díaz, anclada en San Juan de Ulúa. Pedro Merino declaró que un par de semanas atrás había visto a Gaspar meterse bajo cubierta con un grumete llamado Juan Vizcaíno, y que “atisbando por un agujero vio que se estavan tocando lo suio” y que en otra ocasión Gaspar le ofreció mucho dinero si se dejaba “cabalgar”. Además, hacía un mes que el mulato le había dicho “que lo queria joder”. Las acusaciones se van incrementando: en otra ocasión, Gaspar tomó la mano de Pedro y se la puso sobre el miembro “derram[ando] polución [...] y la tenía larga [...] y este testigo la sintió mojada y olía mal y se limpió la mano [...]”27 Nuevamente, volvemos a la idea de que el semen es “sucio” y despide un olor desagradable. Cansado y temeroso del hostigamiento de Gaspar, Pedro se arrojó al agua y se fue nadando a otro barco de la flota. Asimismo, Juan Vizcaíno, de 17 años de edad, acusó al mulato despensero pues “siempre andava enseñando su natura a los muchachos [y cuando los pajes los vieron encerrarse] fue porque Gaspar se sacó el miembro y le pidió a Juan que hiciera lo mismo”, a lo cual se negó. Agregó que Pedro le había contado que también a él le había enseñado el miembro “y que lo tenía mayor y feo”.28 A su vez, uno de los principales acusadores, el moreno Francisco Quixada, hijo de un carpintero de Triana, acusó al mulato de obligarlos a él y a sus compañeros a ponerle las manos “en su natura” y que no lo habían acusado antes porque tenían miedo de que los matara.29

25 AGI, Contratación, 5730, N. 4, 1584-1594, Autos fiscales. 26 “Despensero, el que tiene a su cuenta la despensa y el gasto

de lo que se compra en las casas de los señores”. Covarrubias, 1995, p. 418. El despensero se encargaba de la distribución de los víveres en el barco, además de “despabilar los faroles, alimentar el fogón, instruir a los grumetes en cuarteo de la rosa y en las cantinelas que debían dejar oír al volver las ampolletas, particularmente para tener la certidumbre de que no se dormían; al repartir las raciones habían de procurar que se consumiera primero lo más añejo, conservando siempre en su poder el pañol de los víveres”. Pulido, cit. en Martínez, 1999, p. 74. 27 AGI, Contratación, 5730, N. 4, 1584-1594, Autos fiscales. 28 AGI, Contratación, 5730, N. 4, 1584-1594, Autos fiscales. 29 AGI, Contratación, 5730, N. 4, 1584-1594, Autos fiscales.

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Cuando le llegó el turno de declarar a Gaspar dijo ser de Triana y estar casado (el matrimonio era un instrumento importante de defensa que también utilizó Juan el contramaestre en el caso anterior) y “que todo el viage el dho. Po. Merino dormia a gusto [...] porque se lo encomendo su abuela y su madre”. Agregó que cuando el niño estaba solo lo abrazaba y lo besaba y “le tentava el culo”.30 Pero posteriormente Gaspar se contradijo y desacreditó las acusaciones que se le hacían diciendo que como castigaba a Pedro “le tiene enemistad” y que tanto Juan como Francisco “son muchachos de muy poca hedad y por ser como son pajes de la dha. Nao me tienen odio por los haber castigado y castigar sus desquidos”.31 Gaspar insistió en su defensa asegurando que los pajes fueron mal aconsejados por sus enemigos, además de carecer de edad legítima para declarar pues “tienen diez u once años […] y son faciles y mentirosos”.32 Es importante resaltar que Juan tiene 17 años, y a pesar de no tener la mayoría de edad legal para denunciar no es tan “pequeño” como Pedro y Francisco, pero para el mulato ese “detalle” no parece importar. Rodrigo Díaz, dueño de la nao testificó a favor de Gaspar, por lo que Juan, Pedro y Francisco fueron encerrados bajo cubierta. Gaspar fue entonces condenado al tormento de jarras de agua y garrucha, pero no confesó a pesar de que le amarraron unas pesas en los pies “hasta que ya no respondía y bomitava”.33 El capitán del barco lo condenó a la sentencia de vergüenza pública en una “chalupa por entre las naos urtas en el puerto”, con un pregonero que declarara sus delitos. Asimismo fue condenado a recibir trescientos azotes, diez años en galeras y destierro perpetuo de la Carrera de Nueva España. En caso de incumplimiento sería condenado a muerte previo pago de una multa de 50 pesos. Gaspar protestó alegando que tanto la pena corporal como la pecuniaria eran injustas. Al llegar a Sevilla, el fiscal de la Audiencia acusó a Juan de Lambarri, almirante de la flota, de no haber entregado a Gaspar para aplicarle el 30 AGI, 31 AGI,

Contratación, 5730, N. 4, 1584-1594, Autos fiscales. Contratación, 5730, N. 4, 1584-1594, Autos fiscales. 32 AGI, Contratación, 5730, N. 4, 1584-1594, Autos fiscales. 33 AGI, Contratación, 5730, N. 4, 1584-1594, Autos fiscales.

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castigo, pues venía preso en un barco que pertenecía a Antonio Navarro (probablemente bajo el mando de Lambarri) y no en la de Rodrigo Díaz (aquel que testificó en su favor) y en la cual había sido interrogado y sentenciado. Al parecer Gaspar huyó y no encontramos indicios de que hubiese sido recapturado. En este caso, podría ser que los pajes y el grumete, resentidos por los regaños y maltratos del despensero, planearan tomar revancha con una acusación que les garantizaba la lejanía, la deshonra y, con algo de suerte, hasta la probable muerte de Gaspar. También puede ser que Díaz testificara en su favor pues probablemente conocía de tiempo atrás al mulato, supiera de sus “debilidades” y le parecieran inofensivas, o simplemente porque le era útil, y alguien más por amistad, compasión o dinero le facilitó la huida a Gaspar. El último caso que analizaremos está protagonizado por un mulato y un morisco. Así, en 1603 encontramos al mulato Jerónimo Ponce también preso en la cárcel de la Casa de la Contratación en Sevilla, por haber cometido el pecado nefando en La Habana desde donde fue remitido. A su vez, un español había llevado a la cárcel a Domingo, su esclavo morisco porque “tenia todas las maldades del mundo y para que no le faltase ninguna también era puto”.34 Al día siguiente de su llegada, Domingo le contó al capitán Luis Tinoco que Jerónimo Ponce “le avia echo el amor diziendole que hacia quinze dias que no se lo avia hecho a nadie”.35 Esa misma noche, Tinoco jugaba damas con otro capitán, mientras Domingo los miraba jugar y Jerónimo le lanzaba huesos de aceituna para que subiera a dormir con él. No está muy claro si Tinoco estaba recluido o si custodiaba a los presos, pues junto con sus compañeros intentaba evitar la cercanía entre Jerónimo y Domingo. Pero la orden del alcalde Manuel Fernández fue contundente: “acercallos para que si son putos los quemen”.36 La postura del alcalde muestra que es mejor salir de sospechas y acabar de una buena vez con el mal y sus perpetradores. Después de vigilarlos toda la noche, Domingo y Jerónimo son sorprendidos acostados y sin ropa. A la mañana siguiente, el alcalde Fernández entraa

34 AGI, 35 AGI,

Escribanía, 1075c, 1603-1604, Pleitos de la Casa de la Contratación, f. 2. Escribanía, 1075c, 1603-1604, Pleitos de la Casa de la Contratación, f. 3. 36 AGI, Escribanía, 1075c, 1603-1604, Pleitos de la Casa de la Contratación, f. 3v.

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la celda e insulta a Jerónimo llamándolo “perro buxarrón” y encerrándolo en los aposentos de la servidumbre de la cárcel (probablemente para mantenerlo alejado de Domingo). Al ser interrogado el esclavo acusa a Jerónimo pues “le echo las piernas encima y le anduvo palpando los muslos”.37 Otro de los presos, Pedro Sánchez, asegura que cuando Domingo llegó a la cárcel le dijo, refiriéndose a Jerónimo, “yo no se lo que me quiere este mulato que me anda tentando las carnes”.38 Este episodio nos recuerda el paso del famoso buscón Don Pablos por la cárcel donde encuentra a un hombre acusado de haber cometido el pecado nefando, refiriendo que “Había confesado éste y era tan maldito, que traíamos todos con carlancas,39 como mastines las traseras, y no había quien se osase ventosear, de miedo de acordarle donde tenía las asentaderas”.40 Tanto Jerónimo como Domingo (como los pajes y grumetes de los otros dos procesos analizados) eran menores de veinte años, así que se les nombra un curador. En su defensa, Domingo alega que todo lo que declararon los testigos es verdad y que cuando Jerónimo se encaramó sobre él, lo amenazó con gritar pero el mulato dijo que lo ahogaría y así le “metio el miembro por el culo [...] agarrando a este confesante por los hombros. [...]”41Aunque no lo introdujo del todo por ser “gordo”, Domingo aseguró estar mojado por la simiente de Jerónimo. El paso obligado para “extraer” la verdad es, obviamente, el tormento. Las autoridades colocan a Domingo en el potro para que ratifique su confesión. Por su parte, Jerónimo declaró que había sido marinero de la Carrera de Indias, libre, vecino y natural de Sevilla, que lo habían encarcelado cinco años atrás (es decir, a los 15 años, aproximadamente) y que había estado en varias cárceles y debía cumplir la pena impuesta de galeras. Además, niega haber acosado, tocado o tenido relaciones sexuales con Domingo. Fue sometido a un careo con éste último pero ninguno de los dos se retractó de las declaraciones hechas. Entonces toca el turno a 37 AGI, 38 AGI,

Escribanía, 1075c, 1603-1604, Pleitos de la Casa de la Contratación, f. 5. Escribanía, 1075c, 1603-1604, Pleitos de la Casa de la Contratación, f. 8. 39 Carlancas: “collares fuertes y armados de puntas que ponen a los perros para poderse defender de los lobos, cuando se muerden con ellos, y para contra otros animales y otros perros”. Covarrubias, 1995, p. 273. 40 Quevedo, 1994, p. 114. 41 AGI, Escribanía, 1075c, 1603-1604, Pleitos de la Casa de la Contratación, f. 10.

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Jerónimo de ser atado al potro y a pesar de que “los cordeles entraban por la carne en las dichas bueltas de los brasos nunca jamas ablo ni abrio los ojos [...] y por parecer que era desmayo y decirlo asi el verdugo”,42 suspendieron el tormento. A su vez, Domingo no ratifica su declaración sino que asegura haber confesado por miedo al tormento. Se mandan sacar los autos de La Habana (por el proceso que se le había seguido al mulato Jerónimo), junto con los testimonios de tormento de garrucha, agua y cordeles que se le aplicaron al mismo en altamar, y finalmente, a pesar de apelar la sentencia de fuego y garrote alegando que Domingo miente, Jerónimo es condenado a la pena máxima. No conocemos el destino del esclavo, pero en el caso del mulato podemos intuir que, ante su reincidencia, efectivamente fue quemado en la hoguera por la justicia civil.

Consideraciones finales La conclusión de los tres procesos, es decir, las sentencias son bastante variables entre sí. En el primer caso es la suspensión para navegar por dos años en los barcos de la Carrera de Indias; en el caso del mulato Gaspar la pena es aún mayor, pues además de la suspensión perpetua para navegar, se suman los azotes y la multa, mientras que en el caso de Jerónimo la sentencia es la pena máxima: la muerte por el fuego. Pese a ser un delito cuya punición era la hoguera encontramos que la aplicación de las leyes estaba sujeta a la discrecionalidad de las autoridades, pero también a las relaciones entretejidas a bordo de los barcos. El odio, la rivalidad, el rencor fueron algunos de los motores que impulsaron las denuncias. Asimismo, los acusadores eran siempre menores de edad, lo cual pareció actuar en su favor pues en la mayoría de los casos no recibían castigo alguno o, en último término, eran tratados con cierta benevolencia (según lo hemos visto tanto en la legislación como en la práctica). No es casualidad tampoco que sean menores quienes denuncian el delito: como lo señalamos, eran los más desprotegidos y vulnerables de las tripulaciones. A menudo, pardos, prietos o mulatos huérfanos y desamparados, estos 42

AGI, Escribanía, 1075c, 1603-1604, Pleitos de la Casa de la Contratación, f. 19v.

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muchachos podían ser objeto de abusos y maltratos con relativa facilidad. El lector se preguntará si en realidad se puede llamar “benevolente” el trato que reciben las víctimas del delito de sodomía. En efecto, a nuestros ojos la respuesta es una negativa contundente, pero si tenemos en cuenta que la legislación —que hundía sus raíces en Las Partidas— no admitía atenuantes para quienes se vieran implicados en tan abominable pecado —ya fueran éstos pacientes, agentes, víctimas o victimarios— y cuya consecuencia última era la muerte por el fuego, podemos contextualizar las penas recibidas por los muchachos en cuestión como “un mal menor”. Tal y como lo señalamos, los procesos en los barcos por el pecado nefando “desaparecen” con el correr del siglo XVII, eso por supuesto no significa que dichos comportamientos cesaran, sino sólo quizás que la mirada de las autoridades se dirige a otros delitos, pero esto es sólo una hipótesis que deja abierta la puerta a futuras investigaciones. Pese a que la sodomía no era un delito exclusivo de los pardos y mulatos, nos tropezamos con huellas de esos hombres y niños, quienes obligados por la soledad, la pobreza y el reducido espacio, debían compartir los días, las noches y, en ocasiones, el lecho, durante largas jornadas, con miembros de su mismo sexo, alejados de su familia —si es que la tenían— y permaneciendo en el último peldaño de la escala social.

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Polonia de Ribas, mulata y dueña de esclavos: una historia alternativa. Xalapa, siglo XVII Danielle Terrazas Williams*

E

l 14 de marzo de 1679, en la jurisdicción de Xalapa, Polonia de

Ribas estaba en cama, muy enferma, su fin se acercaba.1 Hacía seis días había ido a ver al notario para entregar su testamento, quizás fue una de sus últimas acciones para dejar arreglado sus asuntos personales. No era su primera visita al escribano público. A lo largo del siglo XVII, Polonia había ido varias veces, mostrando su conocimiento de las reglas y los procedimientos apropiados. Sin embargo, fue el 14 de marzo cuando se registró su escritura final dando una carta de libertad. Polonia era dueña de esclavos y en ese documento dio la libertad a un negro criollo de cincuenta años llamado Gerónimo de Yrala. Este hecho no era extraordinario para la época. Muchos propietarios de esclavos, sin importar el género, liberaron a sus esclavos en el lecho de muerte. En 1675, Polonia liberó a otro negro criollo llamado Juan de Yrala.2 Un año después, le dio una carta de libertad a otro negro criollo de nombre Diego de Yrala.3 Sin embargo, el caso narrado aquí es excepcional por dos razones: Polonia era mulata libre y Gerónimo y Juan de Yrala, sus esclavos, eran además sus hermanos. Polonia de Ribas, mulata y dueña de esclavos, tuvo una posición social no muy común en el siglo XVII en Nueva España. Todos los propietarios de esclavos con ascendencia africana se encontraron en un mundo contradictorio. En el México de la época colonial la ley permitió que * Dirigir correspondencia a Carr Building, History Department, Duke University, Durham, NC 27708, tel. (919) 684-2343, e-mail: [email protected]. 1 Archivo Notarial de Xalapa, Colecciones Especiales, USBI, Xalapa, Veracruz-México ( en adelante ANX), 8 de marzo de 1679, fs. 486v-489f. 2 ANX, 16 de febrero de 1675, fs. 77v-78v. 3 ANX, 2 de septiembre de 1676, fs. 164v-165v.

Ulúa 19, 2012: 41-60

[41]

issn: 1665-8973

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las mujeres fueran propietarias de esclavos, pero ¿qué significó que una mulata o una parda libre fuera dueña de esclavos?, ¿cómo llegaron a tener esclavos?, ¿cuáles son las razones que las motivaban a involucrarse con la posesión de esclavos? Quizá el hecho de que Polonia de Ribas, mulata y dueña de esclavos, tenga una posición de poder nada común en el siglo XVII en Nueva España, en una sociedad preocupada por la calidad y el estatus, nos ayude a responder algunas de estas preguntas. La historia de una dueña de esclavos, quien a su vez tenía relaciones familiares y raciales con los mismos, no es fácil de contar, ya que en la historiografía mexicana no se ha realizado ningún trabajo sobre este tema; por ello es una tarea ardua contextualizar lo que sucedía en la jurisdicción de Xalapa. Este tema ha sido más estudiado en la historiografía de Brasil, Estados Unidos y el Caribe, y por ello algunas veces tomamos ejemplos de estos lugares. En este trabajo queremos de ahondar en la vida de nuestra protagonista y su familia, incluyendo el análisis de otras propietarias de esclavos que también vivían en la jurisdicción de Xalapa, tratando con ello de profundizar en otros aspectos de los comportamientos de nuestra protagonista. Los documentos en los que nos hemos basado forman parte del Archivo Notarial de la jurisdicción de Xalapa, en el actual estado de Veracruz. El primer caso que analizo es de 1609 y el último de 1724. Puse especial atención en las filiaciones que estas mujeres tuvieron con figuras prominentes, como mercaderes, curas, jueces y hacendados de la región. Referencias éstas que pueden revelar cómo estas mujeres libres de ascendencia africana obtuvieron viabilidad económica y social en la Nueva España. Ubicado en el Golfo de México, Veracruz era una de las regiones más importantes por ser la entrada más antigua y más grande de la Nueva España. El historiador Patrick Carroll lo describe así: “Por su ubicación estratégica por el Camino Real entre la ciudad de México y la costa, [la regiones de Xalapa, Córdoba-Orizaba y el puerto de Veracruz] se involucraron mucho en el comercio imperial”.4 Mientras el comercio jugó un papel principal en el puerto de Veracruz, el cultivo de azúcar se convirtió en el producto más importante de la región central, que involucró directamente a la economía de mano

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de obra africana esclava y libre.5 En Historia de Xalapa. Siglo XVII, el historiador Gilberto Bermúdez Gorrochotegui escribe: “[…] donde no hay negros, no hay azúcar; y sin su forzada colaboración, difícilmente se hubieran amasado las grandes fortunas de [las elites] y de otros inmigrantes peninsulares que se avecindaron en la provincia de Jalapa”.6 Fortunas impresionantes se hicieron y las mujeres libres de ascendencia africana no querían estar excluidas de estas nuevas oportunidades de ascenso y movilidad socioeconómica. Es en esta región, y en estas unidades productivas azucareras, en donde se desenvuelve la vida de estas mujeres y las relaciones familiares, económicas y sociales. Aunque Xalapa no tenía el mismo nivel de abundancia de poder y riqueza que el centro del virreinato, todos los vecinos de la jurisdicción, de una manera u otra, estuvieron relacionados con la producción de la riqueza y el desarrollo del comercio intercolonial. La historiadora María Elisa Velázquez, en su obra sobre mujeres de origen africano y sus descendientes en la Ciudad de México, escribe lo siguiente: “El intercambio cultural, los vínculos afectivos y las diversas alianzas sociales, posibilitaron mecanismos de ascenso y movilidad socioeconómica, pese a muchas legislaciones formalmente coercitivas”.7 Al parecer fueron estos factores los que permitieron a algunas mujeres aumentar sus oportunidades de vida. Más de tres cuartas partes de las mujeres que trabajaban como domésticas y en las industrias urbanas eran negras y pardas libres con la responsabilidad de mantener sus hogares.8 También en el pueblo de Xalapa durante el siglo XVII, negras, mulatas, pardas y morenas libres se encontraban empleadas en cocinas, posadas, haciendas y casas particulares. Un grupo privilegiado y pequeño se convirtió en algo más: propietarias de esclavos. Nuestra protagonista, Polonia de Ribas, tuvo la oportunidad excepcional de tener tres esclavos varones. Ella a lo mejor poseía más esclavos, pero sabemos con certeza que al menos tuvo tres por las tres cartas de libertad que les dio. No hay documentos para afirmar cómo o cuándo Polonia 5

Carroll, 1991, p. 14. Bermúdez Gorrochotegui, 1995, p. 331. 7 Velázquez, 2006, p. 106. 8 Gonzalbo Aizpuru, 1987, p. 174. 6

4

Carroll, 1991, p. 14.

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consiguió a Diego de Yrala, el esclavo que no era su pariente y a quien liberó en 1676. Una donación en 1655 ofrece una explicación del caso más interesante de sus hermanos Gerónimo y Juan de Yrala. El 25 de febrero de 1655, el capitán don Joseph Seballos y Burgos, un vecino de Xalapa, le donó dos esclavos a Polonia de Ribas.9 Esto es excepcional porque pocas personas en Xalapa donaron esclavos a sus conocidos o familiares por el gran valor que tenían, especialmente los esclavos varones. Durante el siglo XVII, solamente había 36 casos de donaciones de bienes registrados en la oficina del escribano público.10 Solamente había 12 casos (30%) que incluyeron la transferencia de esclavos a individuos, familiares u organizaciones religiosas. Los 12 casos demuestran que la donación de esclavos fue una actividad exclusivamente de una elite. La red social de Polonia de Ribas tuvo un papel importante en su vida como dueña de esclavos y para entenderla mejor, tenemos que empezar por el principio. Polonia de Ribas nació en San Antonio Huatusco, lugar enclavado en la región central veracruzana. Ningún documento disponible menciona su fecha de nacimiento, pero quizá ella nació en la década de 1630 porque ya era dueña de esclavos en 1655. El testamento de Polonia de Ribas dice que su madre, Clara López, nació en Guinea.11 Clara era esclava en una hacienda azucarera en San Antonio Huatusco llamada La Tenampa. No fue esclava toda su vida porque, el 17 de noviembre de 1643, el mismo don Joseph de Seballos y Burgos le dio su libertad.12 Probablemente, hija y madre se mudaron de Huatusco juntas porque en 1655, el mismo año de la donación de sus dos hermanos, Polonia ya vivía en Coatepec, pueblo perteneciente a la jurisdicción de Xalapa. En su testamento de 1679, Polonia mencionó que Clara López ya había fallecido, pero no dio la fecha ni la causa. Nada indica que Polonia haya sido esclava, sin embargo, aunque fue hija de una esclava,13 es probable que viviera toda su vida como mujer

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libre. El hecho que en los documentos se anotara que su madre Clara López era ex esclava significa que Polonia no escapó del estigma de ser descendiente de esclava.14 Lo que no se sabe es la identidad de su padre. Polonia quizá no lo conoció o simplemente no se anotó el nombre en los documentos oficiales.15 Esta posibilidad no necesariamente nos dirige a la explicación “obvia” de que el padre de Polonia hubiera sido un español o que éste fuera dueño de su madre y de ella. Hay un caso en el Archivo Notarial de Xalapa que muestra un ejemplo muy parecido al de esta familia. En Xalapa, algunos afrodescendientes libres tuvieron propiedades, negocios y manejaron propiedades por generaciones, un logro que pocos pudieron alcanzar sin importar la calidad. En 1670, el hijo de Polonia, Juan de Ribas, dio ante notario una carta de libertad de su ahijada Josefa Gregoria, mulata esclava, pagando cien pesos.16 Era un hombre libre de ascendencia africana y era miembro de una familia económicamente estable. La madre de la niña se llamaba Isabel Elías, una negra esclava criolla. Las dos esclavas, hija y madre, vivieron en la hacienda de azúcar llamada Nuestra Señora de los Remedios, donde también vivía el padrino. Las oportunidades dadas a Josefa Gregoria para que viviera como libre desde la niñez le abrían muchas posibilidades para ella y para su madre, ya que la niña podría trabajar y obtener dinero y, en algún momento, podrían pagar el dinero del valor de su madre y liberarla. Aunque no hay indicaciones de que el padrino Juan de Ribas fue el padre de la niña, este caso nos puede ayudar a explicar algunos silencios en la identidad del padre de Polonia. Juan de Ribas no fue el propietario de la hacienda Nuestro Señora de los Remedios, pero vivió allí como muchas otras personas que trabajaron en haciendas azucareras. Es probable que Polonia pudiera haber sido liberada por un afrodescendiente libre que trabajó y vivió en la misma hacienda donde su madre fue esclava. Un hombre con esta de ascendencia africana pudo haber sido el padre biológico de

9 ANX,

25 de febrero de 1655, fs. 69v-70f. Yo diferencio aquí entre una donación y una herencia declarada o un legado dado por testamento. Sólo conté las donaciones registradas como actas solitarias. 11 El término “Guinea”, a veces, fue usado para identificar muchas regiones en el oeste de África. Por esta razón, es difícil saber si el uso aquí se refiere a un grupo étnico o reino africano específico. 12 ANX, 17 de noviembre de 1643, fs. 426f-427f. 13 El hecho de nacer esclavo lo determinaba la pertenencia de la madre a la esclavitud. Si la madre era esclava los hijos eran esclavos aunque el padre haya sido una persona libre. Si la madre era india o

descendiente de esclavos pero ya libre, los hijos nacerían libres, aun siendo el padre esclavo. En el caso de Polonia, quizá fue liberada cuando era niña. 14 Un término común para describir a un hijo nacido fuera del matrimonio católico. 15 Ser hija ilegítima no significaba que no podía declarar al escribano público o al cura la identidad de su padre biológico. Muchos hijos ilegítimos, en el Libro de Confirmaciones de 1642 de la Parroquia Metropolitana de Xalapa, nombraron a sus padres. 16 ANX, 5 de marzo de 1670, fs. 284v a 285v.

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Polonia. No hay evidencia que indique que solamente los españoles tuvieron hijos ilegítimos nacidos de alguna de sus esclavas y que después los liberaron. En las haciendas azucareras pertenecientes a la jurisdicción de Xalapa hubo una población abundante de afrodescendientes ya libres de la esclavitud que contaron con recursos para liberar a miembros de su familia y a sus allegados, como es el caso de Juan de Ribas. Lo que los documentos analizados indican es que también debemos considerar otros factores para explicar las dinámicas sociales de la esclavitud y la manumisión. El testamento de Polonia de Ribas reveló más datos acerca de su familia. En él se anota que tuvo cuatro hijas, Sebastiana, Josefa, Micaela, y Melchora de Yrala, y el único varón, ya mencionado, Juan de Ribas. Por su testamento sabemos que fue una mujer rica. Cuando su hija Melchora se casó con Diego de Villar, un español de Xalapa —quien luego se mudó al puerto de Veracruz—, recibió una dote substancial que incluyó tres mil pesos en esclavos, joyas, bueyes, reales, ropa y otros artículos de valor.17 También en su testamento, Polonia describió que tenía una casa modesta y una caja mediana de pino con cerradura y llave. Su testamento también ofrece evidencia de que Polonia fue prudente y astuta en asuntos financieros. Le dictó al escribano, “Declaro que no debo cosa alguna a ninguna persona, para que conste y descargo de mi consciencia […]” Madre soltera de cinco hijos, supo organizar sus finanzas y demostró ser una mujer independiente y fiscalmente responsable. Sin embargo, no llegó a tener este nivel económico sola. Su red de socios y conocidos se extiende a miembros prominentes de la sociedad xalapeña, lo cual puede ayudarnos a vislumbrar cómo una mulata libre manejó algunas situaciones de su vida. El capitán don Joseph Seballos y Burgos donó dos esclavos a Polonia de Ribas.18 Fue quizá la figura más prominente entre las relaciones de Polonia; provenía de una familia rica, bien establecida y con nexos importantes. Dueño de muchas tierras y propietario de dos ingenios de azúcar, ubicados al norte del pueblo de Xalapa (Nuestra Señora de la

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Concepción, hoy la Concha, y Nuestra Señora del Rosario, hoy trapiche de Rosario), administraba negocios en los alrededores de Xalapa, en el puerto de Veracruz y en la Ciudad de México. Polonia de Ribas también conoció al licenciado Pedro de Yrala, tío de don Joseph de Seballos y Burgos. El licenciado Pedro nació en Puebla de los Ángeles, hijo de doña Catalina Pérez Molero y Pedro de Yrala, ambos residentes de Puebla.19 El licenciado Pedro se mudó a Xalapa y fue cura beneficiado del partido de Xalapa. Adquirió una considerable herencia por parte de su madre doña Catalina que, entre otros muchos bienes, incluyó varios esclavos. Además de ser dueño de Tenampa y hacer otros negocios en la región, así como un personaje destacado, fue juez eclesiástico desde al menos 1660. El 18 de enero 1655, Pedro de Yrala le donó “todos sus bienes, muebles, plata, joyas, esclavos, deudas, derechos y acciones” a su sobrino Joseph.20 La donación del licenciado Pedro explica por qué don Joseph tenía esclavos que trabajaron en el ingenio de Tenampa y cómo los dos hombres se conocían. Esto explica el hecho de cómo Polonia llegó a tener posesión de sus dos medio hermanos, Juan y Gerónimo, en cambio, no se puede concluir que don Joseph de Seballos y Burgos fue el padre biológico y/o amante de Polonia de Ribas, debido a que generosamente le donó dos esclavos y liberó a su madre. Esta conclusión implicaría a Clara López (madre de Polonia) como una esclava que tuvo una “relación sexual” y por ello obtuvo la libertad de ella y su hija. Pienso que estas explicaciones excluyen a las mujeres de una realidad muy extendida, que fue el hecho de haber sido víctimas de violación y otros abusos deshumanizados con poco o ningún recurso para defenderse de la violencia sexual y psicológica que sus dueños ejercieron. De otra manera, se estaría aceptando que Polonia y otras mujeres libres de ascendencia africana se beneficiaron de las “relaciones sexuales” que sus madres tuvieron, cuando pudo haber sido que en realidad fueron fruto de una violación que el dueño trató de reparar dándole la libertad a la hija. Además, el historiador Frank Proctor, en su análisis sobre las manumisiones de esclavos en la Ciudad de México y Guanajuato, escribe: “Mujeres

17

Sólo para tener un idea del valor del dinero, en aquella época, en Xalapa, el precio de una casa, en promedio, era de 30 pesos de oro común. 18 ANX, 25 de febrero de 1655, fs. 69v-70f.

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19 ANX, 20 ANX,

30 de diciembre de 1658, fs. 261f-265f. 18 de enero de 1655, fs. 65f-66f.

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y niños recibieron la mayor parte de las manumisiones, pero la asociación de esos patrones con relaciones sexuales y paternas entre los dueños varones y esclavas o niños esclavos es sospechosa”.21 Proctor concluye que esta asociación del acceso a la libertad con los contactos sexuales presuntos entre dueños y sus esclavas es una ficción que tenemos que superar.22 Sus datos indican que incluso si se tiene en cuenta la influencia presunta de relaciones sexuales entre dueños y esclavas, el porcentaje de manumisiones sería menor respecto a todas las otras manumisiones.23 Entonces debemos explorar otras posibilidades para mujeres libres, dado el contexto y demografía de Xalapa. Sabemos que muchas mujeres sufrieron esas tragedias y algunas debieron aprovechar esas circunstancias, pero no fueron todas y por ello es necesario ahondar más en las historias de las mujeres esclavas y libres, detenerse con más cuidado a explorar estos casos. Lo anterior nos hace pensar otra vez en el caso de Juan de Ribas, hijo de Polonia, hombre generoso de ascendencia africana con recursos suficientes para liberar a su ahijada. Averiguar la relación entre Polonia de Ribas y su benefactor es entonces de suma importancia, ya que ella vivió fuera de la esclavitud y llevó una vida envidiable con oportunidades para ella y sus hijos. Y aunque los datos recopilados ofrecen pistas sobre cómo sobrellevaba esta vida de conexiones, habría que saber cómo fue que llegó a esa posición. Debemos aclarar que no todas las mujeres llegaron a la riqueza y a una vida de oportunidades por el mismo camino. Mientras esa parte de la historia de Polonia se queda en especulación, sabemos que desde 1655 hasta su muerte en 1679 fue dueña de esclavos. Y como otros dueños también liberó a sus esclavos. En 1675 liberó a su medio hermano, Juan de Yrala, quien estuvo a su servicio como esclavo por veinte años.24 Y como lo hicieron otros propietarios de esclavos, le dio carta de libertad aduciendo “el amor que le tuvo y sus buenos servicios”. Un año después en 1676, liberó a otro esclavo, un negro criollo llamado Diego de Yrala (que aunque tenía el mismo apellido, no era

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miembro de la familia de Polonia).25 En otra escritura notarial asentó que liberó a su esclavo por el “amor y lealtad” que le tuvo, lenguaje característico de este tipo de escritura. Cuando estaba “enferma y en cama”, Polonia finalmente le dio una carta de libertad a su hermano Gerónimo, quien tenía cuarenta años, estaba casado y tenía hijos, y vivía y trabajaba en una hacienda de la región. Para poder entender la situación de Polonia como propietaria de sus hermanos, he incluido otros casos de mujeres descendientes de africanos, quienes fueron dueñas de esclavos en la misma región y en la misma época: María Núñez, María López, Petrona de Arauz, María Rodríguez y María Yáñez. Los ejemplos que anotaremos pueden revelarnos otros tipos de prácticas que las mujeres afrodescendientes utilizaron para sobrevivir en el sistema colonial. La vida personal y familiar de Polonia nos abre varias interrogaciones: ¿cómo llegaron a ser propietarias de esclavos mujeres de ascendencia africana? Algunas obtuvieron esclavos en herencia o donaciones de sus familiares, quienes reconocían el parentesco. El caso de una parda libre llamada María Yáñez, quien liberó a su esclava también llamada María Yáñez, es un ejemplo.26 María Yáñez, la dueña, anotó en la carta de libertad que había heredado a María Yáñez, la esclava, por parte de su abuelo, ya difunto, Francisco Pérez Romero. Sin más datos para contextualizar la vida de las dos Marías Yáñez, es difícil discernir el hecho de que la relación entre ellas fuera la de una relación tradicional dueña-esclava. Lo que es importante en este caso es el hecho de que María Yáñez, la dueña, heredó, por lo menos a uno de sus esclavos, a través de su abuelo, lo que la convirtió en poseedora de esclavos; quiero resaltar que esta sería la tercera generación de dueños de esclavos en la misma familia. Polonia de Rivas, la principal protagonista de esta historia, también se aseguró de que por lo menos una de sus hijas también fuera dueña de esclavos, al otorgarle a su hija Melchora una dote generosa que incluyó esclavos. Petrona de Arauz, una dueña de esclavos y parda libre, dio su poder a don Francisco García de Mendoza para vender a uno de sus varios

21

Proctor III, 2006, p. 318. Proctor III, 2006, p. 319. 23 Proctor III, 2006, p. 318. 22

24 ANX,

25 ANX,

2 de septiembre de 1676, fs. 164v-165v. Era muy común que los esclavos llevaran el apellido de sus dueños. 26 ANX, 6 de octubre de 1686, fs. 305v-306f.

16 de febrero de 1675, fs. 77v-78v.

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esclavos, una negra criolla de catorce años de edad.27 Hacía cinco años la había comprado a don Ignacio de Herrera Loza, vecino del puerto de Veracruz. El poder también declaró que Petrona fue la legítima mujer del difunto Pedro de Licona, un mulato libre. Hay indicaciones que Pedro participó en el negocio de arrieros y a lo mejor tenía esclavos para que le ayudaran con este trabajo.28 Como viuda, Petrona probablemente heredó los bienes de su marido, incluso a sus esclavos. María Yáñez, Petrona de Arauz y Melchora de Yrala (la hija de Polonia de Ribas) fueron propietarias de esclavos debido a sus nexos familiares, los cuales se reconocieron explícitamente en los documentos notariales. El hecho de haber recibido esclavos por donaciones y herencia por nexos familiares les abrió a las afrodescendientes libres una puerta a la legitimidad y nos ofrece una narrativa histórica que no depende del injusto concepto de promiscuidad sexual que implicaba, por lo general, a las dueñas pardas y mulatas. La importancia del apoyo familiar no puede ser soslayada. El historiador George Reid Andrews argumenta que el establecimiento de una familia legítima era fundamental para las familias de elites de ascendencia africana en todas las colonias americanas. Escribe: Ningún miembro de la sociedad colonial podrían esperar avanzar hacia arriba sin apoyo y ayuda de sus redes familiares, y ligas y conexiones de la familia fueron aun más necesarias para miembros de un grupo pequeño y en desventaja. Más importante que un individuo cimentara su posición social y económica, fue cimentar la posición de la familia, lo que fue logrado asegurando la educación, el casamiento y la herencia en condiciones ventajosas para sus hijos.29

Aunque Andrews habla de Brasil, las familias afrodescendientes en Xalapa compartieron preocupaciones semejantes y comprendieron su papel en cuanto a la estabilidad financiera. En épocas de pobreza y hambre durante el siglo XVII, tiempos difíciles de una economía inestable, la seguridad de poseer un esclavo significó que la propietaria siempre tuviera asegurada una forma de manutención. Tenían la opción de alqui27 ANX, 28 ANX,

12 de enero de 1706, t. 1700-1706, fs. 444f-444v. 21 de enero de 1679, fs. 480f-481f. 29 Andrews, 2004, p. 46.

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lar a su esclavo en una hacienda o a una persona para que trabajara como doméstico ganando dinero para su dueña, y en circunstancias más drásticas, podría contar con aproximadamente trescientos pesos si decidiera vender al esclavo. Una dote que incluyera miles de pesos en esclavos y otros bienes, como la que recibió la hija de Polonia, podría ser una buena cantidad de dinero para empezar un matrimonio. Al parecer no hubo muchas mulatas y pardas tan afortunadas como ella de pertenecer a una familia con recursos suficientes para ofrecerles este capital. Pero tampoco significa que todas las mujeres libres necesitaron esa ayuda. Los casos de María Núñez y María López demuestran la existencia de mujeres emprendedoras en Xalapa. María Núñez, mulata, representa el caso más temprano de las dueñas de esclavos que registraron sus transacciones con el escribano público. Ella lo hizo seis veces entre 1609 y 1615. Además, su representante registró dos asuntos en 1631, después de su fallecimiento. Hay poca evidencia de la vida personal o familiar de María Núñez en los documentos notariales. Se menciona que fue esposa y mujer legítima de Vicente Rodríguez pero no se añade información específica de él, como su edad, trabajo, estatus legal (esclavo o libre).30 Quizás María estaba demasiado ocupada administrando sus finanzas y actuando como negociante en Xalapa como para incluir hechos personales en sus transacciones. Fue dueña de la Venta del Río y estuvo involucrada en el negocio de compra-venta de esclavos.31 El 16 de marzo de 1609, compró por 470 pesos a un negro bozal llamado Francisco.32 Con el apoyo de un fiador, tuvo un año para pagar la deuda al mercader Andrés Moreira.33 Tres meses después, compró la Venta del Río “con todos sus casas y descargaderos”, por el precio de 400 pesos de oro común.34 En vez de mantener la posesión de la posada, María Núñez decidió vender la propiedad para obtener una ganancia inmediata. Se la vendió a Juan Gallegos por 550 pesos de oro común y arregló un contrato de pagos.35 Seis años después, María Núñez 30 ANX, 31 ANX,

10 de julio de 1609, fs. 149v-150f. 8 de julio de 1631, fs. 536v-537f. 32 ANX, 16 de marzo de 1609, fs. 74f-74v. 33 ANX, 16 de marzo de 1609, fs. 75f a 75v. 34 ANX, 10 de julio de 1609, fs. 149v-150f. 35 ANX, 10 de julio de 1609, fs. 150v-151f.

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hizo otra compra, esta vez de dos esclavos, madre e hijo, por 550 pesos.36 Esta vez hizo la transacción con otro mercador de esclavos en Xalapa, el capitán Jorge Veneciano. El documento data de 1615 y aunque María Nuñez ya no era dueña de la Venta del Río, seguía viviendo en la posada. En el mismo documento se revela que era viuda. El 31 de enero 1631, con la autoridad de María Núñez, el licenciado Jerónimo Gisberto vendió una negra esclava de 34 años de edad llamada Isabel a Alonso Gaitán por 350 pesos.37 Desafortunadamente, el 27 de abril 1631, el licenciado Jerónimo ya manejaba todos los bienes de María Núñez pues ella había fallecido.38 En su testamento, ella encargó al licenciado Jerónimo Gisberto que asignara el dinero necesario para pagar las misas para pedir por su alma y por la de su segundo marido, Pedro Ruiz. El licenciado Jerónimo demostró que fue una elección sabia. El 8 de julio 1631, el licenciado recuperó 63 pesos de oro común que alguien le debía a María.39 En la última escritura que se registró por parte de María Nuñez, fue anotada como ventera, otra vez en la Venta del Río, éste fue fue su último trabajo. María Núñez trabajó por muchos años, fue la dueña y luego la encargada de una venta, y compró y vendió esclavos en la jurisdicción de Xalapa. Sobre todo, logró todo esto sin el “permiso” de sus dos maridos.40 María Nuñez fue una mujer muy trabajadora y tuvo éxito como administradora y dueña de esclavos, y aunque fue un caso excepcional, no fue único. María López, otra afrodescendiente libre y propietaria de esclavos que aparece en el Archivo Notarial, fue descrita como “de color morena”, vivió en varios lugares en Xalapa y sus alrededores entre 1609 y 1610. En marzo de 1609 fue anotada también como ventera en la Venta de la Rinconada, donde residía.41 El 17 de marzo, María López dio su poder cumplido a Juan de Sosa del Castillo, residente de Xalapa, para vender

36 ANX, 37 ANX,

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a un negro bozal42 llamado Juan al precio que él decidiera, indicando la confianza que tenía en su capacidad para asegurar que sus mejores intereses fueran servidos.43 Juan de Sosa apareció de nuevo dos meses después, el 15 de mayo, 1609, para finalizar otro contrato con la autoridad de María.44 Registró una deuda que María López le debía a Mateo Jorge. Había comprado a Mateo una esclava negra llamada Lucrecia “de nación Angola” por 420 pesos, deuda que necesitaba saldar en seis meses. No apareció para hacer más trámites notariales hasta el 21 de marzo de 1610, incrementando sus recursos económicos al vender a su esclava Esperanza “de tierra Bran” por una ganancia significativa de 600 pesos.45 Ese mismo día, le dio poder a Francisco Hernández Franco, un hombre de la Nueva Veracruz, para que la representara en la venta de otra esclava negra, Ana López.46 El precio en que Francisco la vendió no fue documentado, pero aun si fuera vendida a un precio tan bajo de trescientos pesos, María López tendría suficiente dinero con estas dos ventas para cubrir las deudas de los dos esclavos varones que había comprado en 1609. Registró una tercera escritura el 16 de marzo de 1610, revocando el poder que le había dado a Juan de Sosa del Castillo el año anterior, quizá ya no necesitaba de sus servicios.47 Ser dueñas de esclavos denotaba estatus y un indicador social que proveyó a las mujeres afrodescendientes libres acceso a la sociedad xalapeña. Los afrodescendientes libres del siglo XVII en Nueva España reclamaron legitimidad social. En la zona central de Veracruz, el estigma de ser afrodescendiente se intensificó por las incidencias del cimarronaje. Las autoridades coloniales intentaban combatir la amenaza de “los esclavos huidos” o “los cimarrones” con el establecimiento de más instituciones y villas españolas. El temor de la fuerza destructiva de los cimarrones en la zona central de Veracruz se manifestó en la fundación de la villa de

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17 de abril de 1615, fs. 342f-343f. 31 de enero de 1631, fs. 497f-498f. 38 ANX, 27 de abril de 1631, fs. 522f-523f. 39 ANX, 8 de julio de 1631, fs. 536v-537f. 40 Muchos casos notariales de mujeres casadas incluyeron la aclaración “con licencia de mi marido,” expresando que necesitaban el permiso legal o reconocimiento legal de una autoridad masculina. 41 ANX, 16 de marzo de 1609, fs. 86v-87v.

El término “bozal” se refiere a una persona de descendencia africana no ligada a la cultura española, o bien, a la religión católica y/o a la lengua castellana. 43 ANX, 17 de marzo de 1609, fs. 92f-92v. 44 ANX, 15 de mayo de 1609, fs. 101f-101v. 45 ANX, 21 de abril de 1610, fs. 17f-17v. 46 ANX, 21 de abril de 1610, fs. 18f-18v. 47 ANX, 21 de abril de 1610, fs. 19f-19v.

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Córdoba en 1618.48 Es importante tener claro que la manumisión legal no significaba necesariamente una vida más fácil para los afrodescendientes. La historiadora Joan Cameron Bristol escribe: “[…] la libertad y la esclavitud no se contraponían; eran estados que existían a lo largo de un continuo”.49 En su análisis de dueños de esclavos que fueron afrodescendientes en Estados Unidos, Michael Johnson y James Roark hablan de la importancia de legitimidad social. Escriben: “[…] nada fue mas lucrativo, más respetable y más patriótico que poseer esclavos”.50 Si ser propietaria de esclavos le ofrecía a una mulata libre una posición social mejor, incluso en términos de respetabilidad y legitimidad social, no sería sorprendente su participación en el negocio de compra-venta de esclavos. Como otros sujetos coloniales que tuvieron dinero suficiente, los afrodescendientes de Nueva España compraron y vendieron esclavos. Mujeres y hombres de ascendencia africana dueños de esclavos vieron en la esclavización una oportunidad económica redituable, especialmente en Veracruz, donde el uso de la mano de obra africana esclavizada estuvo asociado al desarrollo de la economía regional. Como miembros del grupo de dueños de esclavos, las mujeres libres de Xalapa establecieron alianzas y conexiones con otras personas de la misma clase económica, sin importar la raza. La historiadora Susan M. Socolow argumenta, en su ensayo sobre el caso de Cap Français, en Haití, que el estatus legal, algunas veces, fue un común denominador más fuerte que la raza.51 Larry Koger añade que en los Estados Unidos muchos dueños de esclavos de ascendencia africana se aliaron con la comunidad blanca para preservar el sistema esclavista.52 El historiador Carter G. Woodson hace notar la importancia de esta división entre libres y esclavos: “Teniendo intereses económicos en común con los dueños blancos, los dueños negros de esclavos a menudo gozaron la misma posición social”.53 Aunque las contribuciones de estos especialistas se centran en el sistema esclavista de

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otras colonias de América, sus argumentos pueden ofrecer explicaciones de los casos de las dueñas de esclavos examinadas en este estudio. María Rodríguez, una parda libre, otorgó un poder a don Juan Miguel Monsana,54 residente del puerto de Veracruz, para representarla ante los jueces de Su Majestad para vender a uno de sus esclavos, un mulato prieto llamado Joseph que tenía quince años.55 Cuando Petrona de Arauz, parda libre, contrató a don Francisco García para vender a un esclavo suyo, anotó que lo había comprado a un residente de Veracruz llamado don Ygnacio de Herrera Losa.56 Todas estas mujeres libres tuvieron alianzas y contactos que se extendieron no sólo a los españoles de la clase media sino a gente con influencia, y el caso de Polonia no fue la excepción. Un examen del comportamiento económico de estas dueñas también nos ofrece una visión de las circunstancias que vivieron y de cómo entendieron el sistema esclavista. Muchos propietarios de esclavos en la diáspora africana alquilaban sus esclavos.57 Las manumisiones que hizo Polonia de Ribas demuestran esta oportunidad para aumentar el valor de un esclavo sin tener la responsabilidad total. Por lo menos, dos de sus esclavos, Gerónimo de Yrala (su medio-hermano) y Diego de Yrala (no miembro de la familia), trabajaron como esclavos alquilados en Xalapa y Veracruz, donde vivían. La historia de Polonia de Ribas difiere de las historias aquí analizadas por el hecho de que, entre sus esclavos, se encontraron miembros de su familia. La narrativa histórica cambia drásticamente en el caso de dueños de esclavos que eran parte de sus propias familias. Del contexto de Nueva Orleans, Hanger escribe: “Algunos negros libres a menudo podrían proporcionar dinero para comprar a sus parientes esclavos y así no los tendrían como esclavos”.58 Koger argumenta que otras veces, en Carolina del Sur, 54 En la mayoría de los casos, los españoles no fueron identificados por su raza. La raza de don Juan Miguel Monsana no fue identificada en el documento. Por esto, es más probable que él tuviera descendencia española o, por lo menos, apareciera como tal. Además, la mayoría de la gente de descendencia africana no tuvo el apelativo honorifico de “don” o “doña”. 55 ANX, 12 de noviembre de 1710, t. 1707-1712, fs. 382v-382v. 56 ANX, 12 de enero de 1706, t. 1700-1706, fs. 444f-444v. 57 Hanger, 2004, pp. 225-226. 58 Hanger, 2004, pp. 225.

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Naveda Chávez-Hita, 2008, p. 115. Bristol, 2007, p. 115. 50 Johnson y Roark, 1984, p. 143. 51 Socolow, 1996, p. 286. 52 Koger, 1985, p. 30. 53 Woodson, 1924, p. vi. 49

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después de comprar a sus parientes esclavos, los “dueños” emanciparon a sus familiares queridos.59 ¿Cómo se puede entonces interpretar la decisión de Polonia de Ribas para no liberar a sus hermanos esclavos y sólo ofrecerles la libertad después de más de veinte años a su servicio? Liberó a uno de ellos en 1675 y al otro en 1679 cuando ella estaba muriendo. ¿Sería posible que Polonia los viera sólo como esclavos aunque siempre se refería a ellos como miembros de la misma familia en los documentos que aparecían? Aunque la literatura secundaria nos ha ayudado a entender el mundo de posibilidades de las dueñas de esclavos, este aspecto es muy confuso y difícil de interpretar. Koger anota que en Carolina del Sur, después de la prohibición de “emancipaciones personales” en 1820, algunos afroamericanos libres mantuvieron a miembros de su familia como esclavos para “preservar su seguridad”.60 Sin embargo, las autoridades de Nueva España nunca impusieron estas restricciones a los propietarios de esclavos porque la manumisión estaba “de acuerdo con las legislaciones y tradiciones culturales que rigieron la esclavitud en América”.61 ¿Cuáles fueron las razones que motivaron a Polonia de Ribas a mantener a sus medios hermanos como esclavos en vez de liberarlos? Aunque el análisis de Koger se sitúa en un contexto diferente, ofrece algunas explicaciones posibles. Propone que los “dueños de color consideraron a sus parientes queridos como personas libres y les permitieron que vivieran como otros libres”.62 Polonia alquiló a su medio hermano esclavo, dándole la oportunidad de vivir prácticamente libre63 con su familia (no hay indicaciones de que también Polonia era la dueña de la esposa y los hijos de su medio hermano). Sin embargo, hizo lo mismo con otro esclavo que no era su pariente, Diego de Yrala. Esta decisión implica que, a pesar de los nexos familiares, las consideraciones económicas y la posición social fueron las razones que motivaron las acciones de Polonia de Ribas. De hecho, no hay nada en los documentos que indique que este vínculo fuera importante para ella. En 1675, cuando liberó a su otro medio hermano Juan 59

Koger, 1985, p. 44. Koger, 1985, p. 44. 61 Velázquez, 2006, p. 146. 62 Koger, 1985, p. 69. 63 Woodson, 1924, p. 44. 60

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de Yrala, Polonia de Ribas citó dos razones para su manumisión: su buen servicio y el amor que le tuvo. Por ser un lenguaje de fórmulas notariales, no podemos confirmar que fueron sus propios sentimientos. Parecería que el estatus de ser dueña de esclavos les dio a estas mulatas, pardas y morenas la oportunidad de establecer asociaciones con la elite española en Xalapa y Veracruz. Por consiguiente, el caso de Polonia de Ribas nos hace plantear la pregunta: ¿ser dueña de esclavos le hizo ignorar las consideraciones familiares de una manera que se alineó a las elites españolas de Xalapa denotando que no le importaba su familia esclava? Incluso si no maltratara ni a Juan ni a Gerónimo de Yrala, ellos fueron sus esclavos por más de veinte años. En Norteamérica hay evidencia de que a través de los dueños de esclavos, especialmente los habitantes urbanos poseyeron esclavos como formas de mostrar riqueza y poder. Nueva España no fue la excepción. En su estudio de afrodescendientes en la Ciudad de Mexico (1570 a 1640), el historiador Herman Bennett escribe: “En la Ciudad de México, [los esclavos] representaron trabajo y símbolo del estatus de sus dueños”.64 Afirmando y manteniendo el estatus de propietaria de esclavos, Polonia de Ribas obtuvo la posibilidad de legitimación social, entonces tenía razón al no emancipar a todos sus esclavos. En su testamento, Polonia fue descrita como una mujer soltera, mulata libre que tuvo hijos. Debió haber tenido alguna razón para excluir la identidad del padre (o padres) de sus cinco hijos naturales. ¿Por qué una mujer libre, económicamente estable, no divulgaría la identidad del padre de sus hijos? Una posibilidad podría ser el que Polonia quiso que se le viera como una mujer libre e independiente en la sociedad xalapeña. De hecho, la ausencia de dos padres, el suyo y el de sus hijos, puede significar que Polonia no los necesitó para conseguir acceso a legitimidad social. A lo mejor, no fue importante anotarlo. Por no ser casada, no tenía la obligación de nombrarlos. Sostenemos que por ser una mujer rica, no lo necesitaba. Con la riqueza que tenía, Polonia tuvo éxito al transitar por el sistema notarial, criar a sus hijos y ser propietaria de al menos tres esclavos, todo sin un patriarca familiar reconocido en los documentos legales. 64

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Bennet, 2003, p. 18.

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Tanto Polonia de Ribas, como las otras propietarias de esclavas examinadas en este estudio, se comportaron como otros dueños de esclavos del siglo XVII en Xalapa. Algunos de los comportamientos como propietarias estaban guiados por razones particulares a su condición de mujeres de ascendencia africana. Las mujeres aquí examinadas tenían negocios, propiedades y acceso a la elite regional con la que realizaban transacciones ventajosas. Sin embargo, no todas fueran motivadas por razones puramente económicas. La respetabilidad y la viabilidad social fueran factores importantes que las dueñas adquirieron con su participación en el comercio de esclavos. Por ser propietarias de esclavos estuvieron menos expuestas a la incertidumbre económica que afectaba la trayectoria y la calidad de vida que experimentaron muchas mujeres. Por ser beneficiarias de la generosidad de un pariente o por ser mujeres emprendedoras excepcionales, la esclavitud les ofreció estatus y un nivel de reconocimiento social, demostrando que eran miembros activos del sistema regional y de los negocios en el orden colonial. Para concluir, creo que este breve estudio no nos da la oportunidad para ahondar hasta qué punto el título de dueñas de esclavos les brindó a éstas protección contra la discriminación que experimentaban las mujeres afrodescendientes libres. La literatura secundaria de otras colonias puede ayudarnos a explicar algunas posibilidades, sin embargo, hay que continuar realizando estudios detallados sobre la diversidad de experiencias de las afrodescendientes libres en todas las regiones de la Nueva España. La tarea es seguir investigando aspectos nuevos de la historia de la diáspora africana en México y crear metodologías para repensar a nuestros protagonistas. Sólo lograremos una compresión más completa de la historia colonial cuando contemplemos la riqueza que nos ofrece la alteridad.

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San Lorenzo Cerralvo, pueblo de negros libres. Siglo XVII Adriana Naveda Chávez-Hita*

Me quedé a comer en el pueblo de San Lorenzo de los negros. Como está habitado todo por negros, allí parece que se está en Guinea. Por lo demás son de hermosas facciones y aplicados a la agricultura. Tienen su origen en algunos esclavos fugitivos: les fue permitido vivir en libertad con tal de permitir de que no recibieran a otros esclavos fugitivos, sino que los entregaran a sus dueños, cosa que observan fielmente. Giovanni Francesco Gemelli Careri, 1697.1

L

a intención de este artículo es resaltar algunos elementos

de la vida social y cultural de un particular asentamiento del siglo XVII novohispano: San Lorenzo Cerralvo, “Pueblo de negros”, conocido actualmente como Yanga y localizado en las cercanías de la villa de Córdoba en el hoy estado de Veracruz; en ésta última se desarrolló un emporio azucarero y posteriormente tabaquero, compuesto por ranchos, haciendas y trapiches “del beneficio de azer azúcar”, donde trabajaban dos mil esclavos de procedencia africana. Pretendemos subrayar algunos mecanismos seguidos por los pobladores para la defensa de los beneficios obtenidos como personas ya libres; esbozar apuntes sobre la manera como convivían sus habitantes; hacer hincapié en la importancia de su integración al cuerpo de Milicias, y resaltar el valor del trabajo realizado

* Dirigir correspondencia al Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales, Universidad Veracruzana, Diego Leño 8, Centro, C.P. 91000, Xalapa, Veracruz, México, tel. (01) (228) 8-12-47-19, e-mail: naveda4@ hotmail.com. 1 Giovanni Francesco Gemelli Careri, “Viaje a la Nueva España, 1697”, en Poblett, 2002, t. I, p. 246.

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issn: 1665-8973

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en el campo y como arrieros de ganado, en cuyas actividades demostraron su industria para vivir en conciliación con la sociedad novohispana.2 Como citaremos adelante, varios investigadores han escrito sobre la rebelión del líder Ñyanga y sus seguidores, quienes en su lucha contra la esclavitud lograron, varios años después, que se les asentara legalmente en un poblado reconocido como pueblo de negros libres.3 Sin embargo, no hay estudios que sobrepasen esa etapa y analicen a la población de carne y hueso que protagonizó este episodio y posteriormente habitó y luchó por garantizar la permanencia del asentamiento. Desde el último tercio del siglo XVl, las incursiones de los cimarrones pusieron en jaque la seguridad del tránsito de Veracruz hacia el Altiplano; los saqueos y los asaltos a las “conductas” de mercancías se convirtieron en un verdadero problema político que las autoridades novohispanas tuvieron que enfrentar. Al inicio del siglo XVII el problema revistió una gravedad mayor, de manera que desde Puebla se desplazaron fuerzas militares con el objetivo de aniquilar la amenaza armada de los cimarrones. Entre 1608 y 1610 se produjeron enfrentamientos y persecuciones que, sin embargo, resultaron poco efectivos para derrotarlos. Lo agreste e intrincado del terreno permitió a los contingentes encabezados por Ñyanga eludir el acoso, y aunque abandonaron el palenque en el que se habían hecho fuertes, se internaron en un territorio poco poblado, lo que les permitió sortear a la expedición punitiva. El historiador Miguel García describe así al palenque central: Establecidos estos asentamientos o rancherías, como se les denomina en los documentos coloniales de la época, en terrenos “fragossos” por razones de seguridad —se les rodeaba de elevadas atalayas estratégicamente situadas con el fin de evitar las 2 Mediante el análisis de algunas prácticas que quedaron registradas en las pocas fuentes documentales con las cuales se cuenta a la fecha, el ramo Inquisición del Archivo General de la Nación (AGN) y algunos archivos judiciales. 3 Negro libre: esclavo que obtuvo su libertad, la cual pudo haber sido obtenida de diferentes maneras, específicamente, al otorgársela sus dueños, al comprarla ellos o, como en este caso, al ser reconocido como pueblo. En la región cordobesa hubo en 1735 otro levantamiento de esclavos, esta vez de esclavos huidos pertenecientes a las haciendas de Córdoba; también se les otorgó la libertad y se asentaron tambien en un pueblo pero siendo muchos de ellos ya esclavos criollos o nacidos en las haciendas de Córdoba ya no se les denominó negros sino morenos, de ahí que a dicho pueblo se le haya puesto el nombre de Nuestra Señora de Guadalupe de los Morenos de Amapa. Naveda, 1987, cap. III.

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incursiones por sorpresa— reunían administrativamente el grupo de chozas o jacales que servían como depósitos y las áreas destinadas al cultivo o tenencia de todos los productos necesarios para la subsistencia, dependiendo la extensión de los mismos de la importancia del lugar. En la operación efectuada contra Yanga en 1610, se encontraron en el palenque abandonado, sementeras de maíz, de tabaco y calabaza, plátanos y otros árboles frutales […] frijol, batatas, legumbres […] y mucha abundancia de gallinas y gran número de ganado […] además de cerca de sesenta chozas que albergaban aproximadamente ochenta hombres adultos, veinticuatro mujeres negras e indias y un número indeterminado de niños.4

Ante la imposibilidad de erradicar por la fuerza la amenaza cimarrona, las autoridades hubieron de buscar una solución negociada que implicó el cese de las hostilidades, la fundación del pueblo de negros libres y, por parte de éstos, el compromiso de entregar a las autoridades a cualquier nuevo cimarrón que buscara protegerse entre los ya liberados. Los fundadores de San Lorenzo fueron esclavos huidos de estancias y rancherías cercanas a lo que actualmente es el puerto de Veracruz, Tlalixcoyan y Alvarado; de vaqueros en su mayoría que se hacían pasar por libres, y de un pueblo integrado por personas procedentes del continente africano, de la región de Cabo Verde, de los reinos de Guinea, Bran, Biafara, Gelofe, Cabo Verde, Zape y Berebesi, entre otros.5 Se trata de un asentamiento que rompía con el esquema de población tradicional establecido en la reglamentación castellana para la fundación y el reasentamiento poblacionales plasmada en las Leyes de Indias, y que se salía de lo estipulado por las leyes que regían a la Nueva España. No era un pueblo de indios, tampoco una villa de españoles, sino un asentamiento de ex esclavos, muchos de ellos nacidos en África y portadores de ancestrales y variadas culturas. San Lorenzo Cerralvo se asentó “a dos tiros de arcabuz” del camino que iba del pueblo de Orizaba a la Veracruz Nueva, llevando el apellido del virrey marqués de Cerralvo, a quien tocó legitimar el asentamiento, y

4 García

Bustamante, 1988, p. 222. esclavos procedentes de Cabo Verde venían del archipiélago del Atlántico, ubicado a 500 kilómetros al oeste de Senegal. Desde 1975, Cabo Verde se convirtió en una república independiente de Portugal, país que durante la segunda mitad del siglo XVI y parte del XVII, junto con Inglaterra y Holanda, tuvo a su cargo el tráfico de esclavos que llegaban a Nueva España por el puerto de Veracruz. Véase Aguirre Beltrán, 1972, cap. VIII. 5 Los

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quedando adscrito a la parroquia de San Juan de la Punta. Luego, por lo inhóspito del terreno se le reubica en 1658 sobre el camino de Córdoba a Veracruz. Aguirre Beltrán hace una relación del lugar de la fundación: “De ahí pasan los negros reducidos a ‘las lomas de Totutla’, cerca de la estancia de la Punta [hoy san Juan de la Punta, que es la punta de la pequeña sierra del Matlalquiauitl], donde el marqués de Cerralvo legitima en 1630 la fundación del pueblo de San Lorenzo realizada de hecho en 1608”.6 El mismo autor introduce una discusión sobre la fecha de fundación de San Lorenzo y afirma que ésta se dio en 1608. Miguel García7 señala que es en 1618 y el historiador Herrera Moreno8 indica que, a principios del siglo XVII, el 6 de enero es la fecha exacta del levantamiento de los negros encabezados por Ñyanga; afirma que el 21 de febrero de 1609 las tropas españolas bajaron de Puebla para sofocarlos designándoseles un lugar para la fundación del pueblo, la cual se efectuó más tarde. La historia de este pueblo ha quedado impresa por la sorprendente lucha en aras de lograr su libertad y la de sus familias, así como por la leyenda significativa de su líder Ñyanga, descrito de la siguiente manera por el padre Juan Laurencio, quien acompañó a los militares en la persecución de los cimarrones:9 “Yanga era un negro de cuerpo gentil, Bran de nación y de quien se decía que si no lo cautivaran [si no lo hubiesen cautivado] fuera rey en su tierra, con estos elevados pensamientos había sido el primero en la rebelión desde treinta años antes en que su autoridad y bellos modos para con los de su color había engrosado considerablemente su partido”.10 Si bien es cierto que los habitantes de San Lorenzo tuvieron como característica común un pasado de esclavitud, es importante resaltar el hecho de que el núcleo de población estaba compuesto por personas que experimentaron diversas vivencias, como secuestrados y esclavizados en África, transportados a América, huidos como cimarrones en la Sierra

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Madre Oriental de Veracruz, liberados a través de su lucha y asentados legalmente en pueblo de negros. Como población legalmente establecida, el grupo de Ñyanga logró mantener una estructura social y económica funcional. Trabajaban en trapichillos de mano elaborando panela; fueron propietarios de ganado; se empleaban como arreadores en la hacienda de ganado mayor llamada Tumbacarretas y, décadas después, al menos los treinta integrantes de la Compañía de Caballos Lanceros del pueblo de San Lorenzo tenían su propio caballo.11 Estos esclavos y sus descendientes entablaron lazos familiares; se incorporaron a los cuerpos de defensa; acumularon capital para invertir en tierras y en algunas propiedades, y, en general, desarrollaron mecanismos para integrarse a la sociedad dominante. Dicha colectividad solamente pudo ser intervenida legalmente por medio de la institución de la Inquisición y por el cabildo cordobés, el cual se dedicó a hostilizarlos sistemáticamente con el propósito de poner obstáculos a sus medios de vida para propagar la idea de que eran incapaces de convivir como libres. Al pertenecer este nuevo asentamiento jurídica y administrativamente a la villa de Córdoba, emporio azucarero que se fundó en 1618 como frontera en contra de cimarrones12 y que para 1725 tenía ya más de dos mil esclavos repartidos en 32 haciendas y trapiches del beneficio de azer azúcar, fueron muchas las presiones administrativas que tuvieron que padecer, toda vez que un pueblo de negros libres en las inmediaciones de un polo de esclavitud para la agroindustria azucarera representaba un abierto desafío al statu quo regional.

9 Cimarrón: esclavo que huye de la propiedad de su amo. Los esclavos huidos o cimarrones se asentaban en palenques o lugares de refugio, donde algunas veces ya había otros esclavos también huidos, para esconderse de los amos y las autoridades que los perseguían. 10 Palmer Colin, 1979, p. 138.

11 Archivo Municipal de Córdoba (en adelante AMC ), vol. 12, s. f. Las milicias se establecieron formalmente en el Nuevo Mundo entre 1536 y 1540, como una institución viable que garantizara el orden y la protección de los intereses de la Corona española en el territorio americano. Poco después se comenzó a instituir regimientos con personas de diversos orígenes. Así, a partir de 1556 aparecieron los primeros soldados negros al servicio de la milicia en la Nueva España que participaron en la defensa del puerto de Veracruz. No obstante, la creación de las milicias de pardos y morenos libres en lugares como Veracruz, la villa de Córdoba y Jalapa, obedeció a la necesidad de garantizar la protección del tráfico comercial realizado a través de los caminos reales de Veracruz a México, aunado a que la población española era relativamente escasa y la mayoría eran comerciantes y hacendados y tenían poco interés en descuidar sus negocios para acudir a la defensa del reino y proteger el tráfico comercial. Para un estudio más detallado sobre la participación de los mulatos y los pardos libres en las milicias, véase Vinson, 2001, pp. 61-78. 12 Villaseñor y Sánchez, 1746, p. 264.

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65

6 Aguirre

Beltrán, 1972, p. 286 y Aguirre Beltrán, 1988, p. 132. Bustamante, 1988, p. 216. 8 Herrera Moreno, 1892, cap. III. 7 García

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Fue un constante jaloneo, es decir, un arduo proceso de resistencia el que este pueblo de negros, ya instituido y legitimado por el propio virrey, tuvo que soportar para mantener su sustentabilidad y permanencia.

El acoso del cabildo cordobés La fundación de la villa de Córdoba en 1618 obedeció, además del interés económico que se tenía sobre esa región explotada parcialmente, a la exigencia de proteger el camino real de los ataques de los cimarrones. El objetivo fue establecer un punto firme desde el cual impedir que se repitiera la situación de insubordinación y pillaje. A los llamados caballeros fundadores, se les concedió el privilegio de constituirse en villa para vigilar los términos de la negociación establecida con los ahora negros libres. El robar su persona, al sustraerse de la posesión de su propietario, fue un delito duro y constantemente castigado por los esclavistas novohispanos. Y es que el dueño de la persona, su amo, perdía el valor total del esclavo adquirido, lo cual significaba dañar una inversión cuantiosa. Durante los tres siglos de dominación española, a todo lo largo y ancho del territorio de la Nueva España, se emitieron innumerables poderes para rescatar a esclavos huidos de sus dueños, es decir, esclavos que escapaban sistemática e incansablemente de las inhumanas condiciones del régimen esclavista. En los registros del Ayuntamiento cordobés, las autoridades se refieren a los esclavos huidos como incitadores a la violencia, forajidos, asaltantes y encubridores de esclavos. Sería erróneo considerar que los esclavos menos capacitados fueron los que huían, ya que hay evidencia de que maestros de azúcar, herreros y carpinteros preferían la libertad al status que el trabajo especializado en las haciendas azucareras les confería. Así como la mayoría de los esclavos huidos de la villa de Córdoba lo hacían a los palenques y las serranías cercanas, hay referencias de que otros llegaron desde la región cordobesa a Acapulco, Cuernavaca, Puebla, Veracruz, Misantla, Guatemala y Santiago de Cuba, dando origen a una copiosa emisión de poderes para encontrar a esclavos huidos a lejanos lugares. Con las pruebas documentales existentes podemos afirmar que la fuga de esclavos resultó una constante en las relaciones entre Córdoba y San 66

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Lorenzo, siendo esto el principal factor de hostigamiento oficial. Desde un inicio se les impuso, como requisito para asentarse como pueblo de libres, la denuncia de futuros esclavos huidos que se asentaran en el pueblo, un pretexto que alcaldes, representantes y hacendados utilizaron para agredirlos continuamente, argumentando que daban alojo a esclavos huidos. Por otro lado, destruían sus trapichillos de mano con los que elaboraban panela, aduciendo que destilaban el prohibido aguardiente; entraban a sus casas con el pretexto de buscar esclavos huidos de las haciendas de Córdoba y aprovechaban para saquear sus pequeñas pertenencias, incluso los despojaron de más de siete caballerías de tierra13 que les pertenecían.14 Por ello, varias veces los habitantes de San Lorenzo recurrieron a las autoridades virreinales para frenar los abusos de los alcaldes. Las autoridades de San Lorenzo se vieron obligadas a entregar esclavos huidos tal como pactaron desde el inicio y recibir dinero por el rescate. En 1677 llevan a cabo acciones indicando que están cumpliendo con el compromiso de perseguir a esclavos huidos y en 1681 reciben 70 pesos por la captura de tres de aquéllos.15 Si bien es cierto que los pobladores del pueblo observaban, en la medida de lo posible, el cumplimiento de este requisito ante el cabildo cordobés, también es verdad que San Lorenzo de los Negros nunca dejó de ser un lugar de refugio para otros descendientes de africanos. Siempre mantuvo su naturaleza de refugio donde, discretamente, se encubría a esclavos que llegaban a refugiarse huyendo de las haciendas cordobesas. El caso de Gaspar Ñyanga, quizá descendiente del fundador del pueblo, es emblemático: acusado en 1640 por encubrir a un esclavo, huido de la hacienda Santa Fe, cuyo propietario era Sebastián de la Higuera Matamoros,16 los acusadores argumentaron que no solamente no entregó al esclavo, sino que “lo favorece como a muchos otros esclavos [huidos] de las haciendas” de Córdoba.17 La república de españoles de Córdoba mantuvo durante la época colonial una constante actitud dominadora y expansionista. No sólo acosó a 13

Caballería: medida de tierra que equivale a 48 hectáreas. Archivo Notarial de Córdoba (en adelante ANC), 1748, vol. 24, fs. 17-42. 15 ANC, 1681, f. 129. 16 Esta hacienda no pertenecía a la villa de Córdoba, su dueño era un propietario de haciendas de Xalapa. 17 Archivo Notarial de Orizaba, 1640, f. 1, exp. 18. 14

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los negros libres de San Lorenzo, sino a las comunidades indígenas cuyas tierras se encontraban en las inmediaciones. A ese expansionismo territorial lo respaldó el hecho de que el cabildo cordobés con frecuencia pidió apoyo directamente a las autoridades peninsulares, cuando las instancias novohispanas de poder podían afectar sus intereses. Sin embargo, en el caso de San Lorenzo la animadversión provino desde la fundación de la propia villa. Primero, durante las dos décadas en que infructuosamente buscaron el aniquilamiento de los cimarrones; después, durante los casi dos siglos en los que el cabildo de la villa no logró digerir y aceptar la existencia de un asentamiento de libertos, tan cerca de las esclavonías18 de sus haciendas.

El acoso inquisitorial Las presiones oficial y legal no llegaban sólo de parte del cabildo cordobés, bajo el argumento de perseguir el cimarronaje, sino también de la Santa Inquisición, siendo éste un acoso dirigido a los elementos de identidad que precisamente hacían de este pueblo un lugar con características especiales en la Nueva España. Si bien hubo muchos palenques o mocambos de cimarrones en toda Iberoamérica, al parecer muy pocos fueron reconocidos y recibieron el status legal para constituirse como pueblo de libres. En el pueblo de San Lorenzo se distinguían prácticas y actitudes tachadas de hechicería que seguramente provenían de su cultura original y que eran transmitidas por los esclavos bozales.19 Solamente en secreto podían reproducir sus creencias. Viviendo en el pueblo de San Lorenzo como negros libres, y en consecuencia, al margen de la vigilancia cotidiana de los hacendados cordobeses, los elementos componentes de las culturas africanas —sin duda ya mezclados con la indígena y española, y que estaban presentes entre los habitantes de San Lorenzo— fueron perseguidos no sólo por las autoridades del cabildo cordobés, sino también por el poder de la Inquisición, con el interés de controlar también sus creencias. 18

Esclavonía: Número de esclavos que integraban la plantilla de trabajadores en las haciendas azucareras. En los documentos de avalúos de las haciendas localizados en el ANC se les llama así y consisten en una descripción detallada de cada uno de los esclavos, como edad, precio y oficio. 19 Esclavos bozales: por lo general se les llamaba así a esclavos nacidos en el continente africano, quienes hablaban su lengua y trataban de reproducir su cosmogonía; eran vistos como “salvajes”.

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A negros, pardos y mulatos se les acusó de blasfemos, adivinación, superstición, brujería, hechicería de llamar al demonio, echar la suerte y de ser curanderos y bígamos, entre otros comportamientos que atentaban contra la religiosidad permitida: la ortodoxia católica. En la realidad cultural de San Lorenzo se mezclaba el cristianismo con la espiritualidad africana, el sincretismo proveniente de la sabiduría de las plantas medicinales de los indígenas con bailes, sacrificios de aves, profanación de tumbas y consumo de restos humanos, ingredientes éstos procedentes de las cosmogonías de origen de los negros libertos. La documentación inquisitorial contiene casos en los que estuvo involucrada la población negra y mulata, y aun parda, libres ya del yugo de la esclavitud, aunque también hubo casos en contra de esclavos y esclavas, en toda la Nueva España. Sin embargo, en la región cordobesa, a pesar de tener un porcentaje importante de población esclava,20 llama la atención el hecho de ser contadas las denuncias en contra de ella. De acuerdo con nuestro parecer, los esclavos y sus descendientes fueron más perseguidos en las zonas urbanas, al menos aparecen más casos en lugares como Veracruz, Puebla, Guadalajara, Querétaro o Morelia, por citar sólo algunas ciudades importantes de la Nueva España. En centros urbanos, donde vivió la mayoría de la población afromestiza libre, también mediante amenazas inquisitoriales, se empezó a controlar a este grupo que crecía mediante la unión legal o consensual. El que la mayoría de los juicios inquisitoriales se hayan llevado contra descendientes de esclavos no quiere decir, ni por mucho, que los esclavos bozales no hayan sido perseguidos por persistir en sus actividades culturales y religiosas, ni que éstas no se sincretizaran con el saber de indígenas, mestizos o blancos. Pensamos más bien que los esclavos fueron castigados en el interior de las haciendas azucareras por la justicia del amo, sin que ello trascendiera a otras instancias. Cada hacienda tenía su capilla, donde se realizaba misa los domingos y la administración de los sacramentos a los esclavos, por lo general en las fiestas patronales. No hay fuentes consultadas que indiquen lo contrario, creemos que la omnipotencia de los 20 Para 1746, Villaseñor y Sánchez proporciona el dato de dos mil esclavos trabajando en 32 haciendas azucareras en la jurisdicción de la villa de Córdoba. Villaseñor y Sánchez, 1746, p. 226.

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hacendados junto al poder del párroco se encargaron, mediante duros castigos corporales, de hacerles abjurar y renegar de sus creencias religiosas o por lo menos esconderlas a los ojos del amo.21 El análisis de los juicios inquisitoriales llevados a cabo en contra de habitantes de San Lorenzo por el delito de superstición sirve para esclarecer algunas interrogantes sobre sus pobladores. En 1673, Laureano Núñez, habitante de San Lorenzo, es acusado de hechicería: mediante magia amorosa pretendía facilitar relaciones sexuales ilícitas. Según los testigos, su intención era dar bebedizos22 a la comadre de su tía llamada Melchora, negra libre, para dormirla y poder hacer su maldad a Juana Candelaria, mulata loba23 criada en la casa de dicha comadre. El acusado también trató de dar los polvos a la misma Melchora para que ella, que trabajaba en la casa de Hernando de Castro —mulato libre, alcalde del pueblo de San Lorenzo—, se los le echara en la comida o bebida de la hija de éste, María, mulata prieta. El envuelto24 que el acusado había preparado tenía, entre otros remedios, polvo de hueso de muerto, una costumbre que, al decir de Colin Palmer,25 denota un claro nexo con las culturas africanas. Lo grave del asunto es que Laureano desenterró una canilla de un cuerpo del cementerio localizado en el atrio de la iglesia, y uno de los testigos lo vio hacerlo. Quien descubre el guesso que Laureano tenía escondido en una viga de su casa fue Leonor de la Cruz, hermana de Gaspar de Chávez, fiscal de la doctrina de San Lorenzo, quien “halló el dicho pellejo [de carnero] colgado, y bajándolo, lo deslió y quitó el pedazo de látigo con que estaba 21

Solange Alberro señala que la política del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición hacia los negros y sus descendientes fue poco tolerante, al igual que para las prácticas mágicas que estos grupos tuvieron. Según esta historiadora, “el esclavo africano resultaba una persona conocida de larga fecha”, pues existían negros esclavos y libres viviendo en ciudades como Levante, Sevilla y Cádiz. Por tanto, para las autoridades inquisitoriales el negro y sus descendientes no representaban seres ingenuos, puesto que ya habían asimilado el patrón cultural del amo. Alberro, 1992, p. 27. 22 Bebedizo: Bebida en que se incluía elementos mágicos como yerbas y polvo molido, entre otros. Muchas veces se utilizaba el chocolate y en él se diluían cenizas, polvo de huesos, yerbas molidas, etc. 23 Mulata loba: nacida de indio y descendiente de africano en quinta generación. Véase Aguirre Beltrán, 1972, p. 176. 24 Envuelto: El equivalente a un resguardo de los que hoy traen los seguidores de las doctrinas religiosas afrocubanas. 25 Palmer, 1979, p. 164.

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liado y desenvolviéndolo, halló dentro una canilla de difunto con la tierra pegada y que la llevó a su casa”.26 De este juicio podemos colegir que en esos momentos los habitantes de San Lorenzo eran nacidos en África unos, y otros, negros criollos, es decir, de padres africanos pero ya nacidos en Nueva España, con elementos culturales africanos vivos que tratamos de distinguir a través de la fragmentada evidencia documental. El acusado no pertenecía a una familia nuclear, no tenía padres, ya que era esclavo huido y debió haber perdido el contacto con ellos. No tenemos su edad y era soltero. La familia era concebida por los descendientes de africanos en términos más amplios y flexibles y no solamente integrada por personas ligadas por lazos sanguíneos cercanos. Este caso parece ser más una acusación de allegados a la Iglesia y a las autoridades que en realidad un caso de nigromancia, como se anuncia. Las dos muchachas amenazadas son la hija del alcalde del pueblo y una allegada al fiscal de la doctrina. Es interesante notar cómo ellos hacen una distinción en las categorías asignadas a los habitantes del lugar diferenciando entre las personas mayores, que son todas de raza negra, y los jóvenes, que tienen ya una denotación de mezcla racial. Tenemos a Gaspar de Chávez, de 42 años, fiscal de la doctrina, casado con Josefa Méndez; Leonor de la Cruz, hermana de Gaspar y esposa de Bartolomé Contreras, también, todos negros libres. A ochenta y un años de haber sido pacificado el grupo de cimarrones, en 1711, sucede un caso similar. Vicente de los Santos, negro libre, mesonero27 en el pueblo de San Lorenzo, fue acusado por sospecha de ser hechicero. Al seguírsele juicio inquisitorial se descubrió que era esclavo en la ciudad de Campeche y que andaba huido.28 Al relatar su historia acepta tener casa con un solar en San Lorenzo, donde es residente, que cultiva maíz, fríjol y calabaza y además tiene en aparcería con su suegro unas reses. En otra denuncia inquisitorial, Diego Jurado de Álvarez, nacido en 1692 y esclavo de un alguacil mayor de la ciudad de Querétaro, fue arrestado en la ciudad de Puebla en 1722 a la edad de 30 años, por el delito 26 Transcripción

parcial del documento, véase Melis y Rivero, 2008, pp. 265-267. Mesonero: El que tiene por oficio hospedar a los forasteros, dándoles por su dinero lo que necesitan para sí y sus caballerías. Diccionario de la Lengua Castellana, 1780, p. 635. 28 AGN, Inquisición, 751.24, fs. 386-388. 27

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de bigamia, y ahí se descubrió que no era libre, sino esclavo y que andaba huido. El acusado se casó por primera vez en Querétaro, cuando tenía 18 años, antes de huir, y otra en Puebla. Era un mulato descrito así: “[…] prieto anegrado, algo crecido el pelo, ñato [chato] alto de cuerpo delgado, las cejas juntas, de mala gracia, los ojos grandes, el labio de arriba más grueso que el de abajo […]” Cuando anduvo huido trabajó de panadero en la ciudad de Veracruz durante seis años haciéndose pasar por persona libre con un español que le tenía mucho cariño y le heredó algunas cosas. Posteriormente se fue a Córdoba y trabajó en uno de los trapiches más antiguos de la villa, el de don Lope de Iribas llamado San Miguel Azezenatl y que se localizaba muy cerca de San Lorenzo. Al parecer en estos años que pasó en Córdoba también vivió en San Lorenzo de los Negros, donde creó lazos estrechos de amistad, procreó un hijo con una parda e hizo negocios con autoridades. En el pueblo de descendientes africanos se cambió el nombre y se hizo llamar Diego Rincón o Diego de Armas y en una memoria que dejó detalló sus bienes. Se había casado en Puebla con una parda libre con quien no tuvo hijos, sin embargo, tuvo un hijo también en Puebla con una mulata libre. Cuando lo capturaron, dijo tener en el pueblo de San Lorenzo cuatro mulas aparejadas de laso y reata y dos caballos con cabos negros de fierro de línea, una silla de mimbre de San Miguel el Grande; aseguró que todo esto estaba en poder del alcalde ordinario del pueblo de San Lorenzo, Phelipe Blanco. También era poseedor de un par de pistolas con sus ganchos, guarnecidas de latón, una escopeta corta con su funda, un alfanje (sable) y una espada de hoja ancha, así como unas espuelas con sus hebillas de plata. Tenía un guardarropa variado y de lujo que nos puede dar idea de cómo se vestía, imaginamos, en alguna celebración: un armador (chaquetilla) con mangas escarlatas, encarnadas con botonadura de plata; un gabán y calzones de paño azul de Cholula y los calzones con su botonadura de plata lisa; una capa de paño de Cholula nueva, un sombrero de castor negro, nuevo, y una colcha grande hecha en Oaxaca. Para el trabajo era propietario de una yunta de bueyes de tiro con el fierro de don Diego de la Gradilla, ya difunto, de quien los heredó; cuatro burros, un rejón (pértiga) y una “amártiga” de fierros. También 72

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declaró tener 40 pesos que le dejó a guardar a Phelipe; ahí, en esa casa, estaba su hijo.29 El caso de Diego nos proporciona una interesante ventana para la comprensión de la esclavitud. Por una parte, muestra cómo un individuo con iniciativa y voluntad era capaz de aprovechar los intersticios de una sociedad cerrada para tener movilidad geográfica —nace en Querétaro, huye hacia Veracruz; trabaja en Córdoba; vive en San Lorenzo y lo apresan en Puebla—, a la vez que movilidad social. Al detallar sus posesiones, se describe asimismo como alguien que ha obtenido holgura económica. La posesión de armas y caballos nos habla de su muy probable incorporación a las milicias. Por otra parte, el caso de Diego nos muestra la eficiencia persecutoria de la Inquisición y la manera como ésta enfatiza las acusaciones de bigamia y comportamiento sexual no permitido, incluso por encima de la evasión del esclavo. En estos casos se les busca por bigamia y resulta que aparecen también como huidos.

Ser miliciano Si bien es cierto que el pueblo de San Lorenzo fue objeto de acoso oficial por parte del cabildo cordobés y la Santa Inquisición, ya fuera a través de disposiciones legales o medidas arbitrarias destinadas a institucionalizar el control y el dominio gubernamental sobre el nuevo pueblo, o reprimiendo cualquier expresión sociocultural disonante por medio de la persecución religiosa, también es verdad que los habitantes de este pueblo de negros libres gozaron de ciertas canonjías o prebendas que el gobierno virreinal se vio en la necesidad de conceder en aras de incentivar la conformación de milicias leales a la Corona. La Corona española dependió desde el siglo XVII de compañías milicianas formadas por los descendientes de esclavos ya libres para combatir a los cimarrones, los piratas y eventuales invasiones de potencias con las que España estaba en conflicto. Así, aprovechando el peso demográfico espe-

29

Este expediente lo trabajó María Elena Cortés Jácome en su tesis de maestría (Cortés Jácome, 1988), véase AGN, Inquisición, vol. 808, leg. 8, fs. 146-248, Proceso contra Diego Rincón alias Christobal Cecilio, “mulato anegrado”, por casado dos veces, Puebla, 1724; Cortés Jácome, 1985, p. 214.

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cífico de los afrodescendientes libres, fueron creadas milicias de pardos y morenos, o de mulatos y negros, en todo el territorio de la Nueva España. Desde luego que la región cordobesa y San Lorenzo no fueron la excepción. La afiliación de ex esclavos y sus descendientes en los cuerpos castrenses brindó una primera oportunidad a los más débiles a ser aceptados socialmente hasta donde la legislación virreinal lo permitía. El ser miembro de la milicia daba privilegios a sus integrantes, además del reconocimiento por parte de las autoridades virreinales. Tales privilegios incluían la autorización para usar el uniforme miliciano, gozar de fuero militar, no pagar impuestos y, en tiempos de campaña, recibir paga.30 La Compañía de Pardos y Morenos de San Lorenzo se formó aproximadamente unos veinte años después de la fundación del pueblo. Su estructura de mando estaba ordenada piramidalmente, pero quienes ocupaban los cargos más altos fueron siempre las autoridades que representaban el poder político del pueblo. En tiempos de paz, los milicianos negros de San Lorenzo llevaban una vida normal, haciendo sus trabajos diarios y teniendo solamente que, una vez al mes, en domingo, presentarse en las Casas Reales de la villa de Córdoba para que se les pasara lista. Sin duda eran personas con posibilidades, al menos treinta de los integrantes de la Compañía de Caballos Lanceros del pueblo de San Lorenzo tenían su caballo y lanzas, también una importante herencia cimarrona que los representaba como soldados bravos en el combate. Hay varios testimonios que atestiguan el coraje y la temeridad de estos guerrilleros: “gente robusta, y expuesta a todo trabajo emprendían cualquiera que se les encargaba con más agilidad cuidado y puntualidad”.31 Así se referían las autoridades virreinales en 1647 de los miembros de la Compañía de Mulatos y Negros de San Lorenzo que resguardaba al puerto de Veracruz. Fray Juan de Ávila,32 en su casual estancia en la ciudad de Veracruz en 1683, describe el ataque que durante diez días el pirata Lorencillo impuso 30 Estos privilegios se les quitará a partir de 1760 y solamente les será concedido a quienes atinen a hacer peticiones que los favorezcan. Las milicias de San Lorenzo lo consiguen después de varios intentos, argumentando que los milicianos “morenos” de la villa sí tienen esa exención. AMC, vol. 52. 31 AGN, Patronato, 260, 36, fs. 12-13. 32 Juan de Ávila, “Relación verdadera que hace fray Juan de Ávila del suceso que hizo la armada de piratas en la ciudad de la Nueva Veracruz, 1683”, en Poblett, 2002, pp. 223-241.

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al puerto de Veracruz, y narra: “Sábado 22 de mayo […] sería como a las diez, aparecieron en los médanos algunos negros y mulatos, vaqueros de San Lorenzo, con garrochas y lanzas, a caballo […]” Esta descripción es del guardián del convento de Chalco, quien había llegado a Veracruz coincidiendo con el legendario ataque de piratas al mando del holandés Laurens de Graff, conocido como Lorencillo, 33 donde los únicos que defendieron a la población del puerto, al decir del narrador de este episodio, fueron los integrantes de la formación que presentó la Compañía de negros libres del pueblo de San Lorenzo Cerralvo,34 la cual intimidó por un momento a los atacantes, quienes de inmediato ordenaron a los prisioneros poner, a manera de defensa, sacos llenos de ropa o de harina. Pero no fue la única vez que el cuerpo de Lanceros de San Lorenzo integrado por negros libres fue mandado a bajar al puerto de Veracruz por el peligro inminente de una invasión. Si la ocasión lo ameritaba, el procedimiento de las autoridades cordobesas para tener listas a las compañías de toda la jurisdicción debió ser muy parecido al siguiente: el 24 de mayo de 1712 “en voz de Francisco, negro, a son de caja de tambor”, se pregonó un bando en el que se llamaba a la defensa de Veracruz.35 Todas las compañías de los pueblos vecinos debían presentarse en las Casas Reales de la villa para que se viera con qué recursos se contaba en armas y pólvora y si eran propietarios de sus bestias. La Compañía de Pardos Libres de la villa de Córdoba, comandada por Domingo Ortiz Mendiola (dueño de rancho tabaquero), y la Compañía de Montados de Lanza de los Negros de San Lorenzo, comandada por los cabos Lázaro Díaz y Joseph Valdivieso, alcaldes del pueblo de San Lorenzo Cerralvo, estuvieron presentes; también, montados a caballo y con sus armas en las manos, se pasó lista a la Compañía de Milicias de Españoles, comandadas por el capitán don Joseph Carvajal y Contreras.36 Semanas después, el 19 de julio, se alistaron las compañías mencionadas para bajar al puerto de Veracruz; llegaron a San Lorenzo a 33 34

García de León, 2011, p. 612.

Juan de Ávila, “Relación verdadera…”, en Poblett, 2002, pp. 223-241. vol. 34, f. 274. vol. 34, f. 278.

35 AMC, 36 AMC,

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pasar lista a la Compañía de Negros Libres, que constaba de 28 soldados y un cabo. La Milicia de Pardos y Morenos de la villa de Córdoba contaba ese año con 75 soldados y 12 cabos. Más de treinta años después, el número de milicianos de San Lorenzo seguía siendo prácticamente el mismo, ahora comandados por José Panamá.37 Si bien nunca se llevó a efecto la tan temida invasión inglesa en las costas virreinales, la movilización de los milicianos fue constante, lo cual permitió la legitimación y la inserción social de libres de San Lorenzo, a la vez que ayudó a contener los acosos que sufrían por parte de las autoridades. La existencia del pueblo de negros libres a que nos hemos referido, su lucha en contra de la sujeción esclava a la que fueron sometidos, así como las constantes acciones de sus integrantes por darle sustentabilidad y permanencia, nos muestran la complejidad y los matices que asumió la paulatina integración a la sociedad mexicana de quienes fueron arrebatados de sus naciones de origen y sometidos al sistema esclavista en Nueva España: primero con la lucha armada, después administrativamente en contra de las autoridades cordobesas y posteriormente en contra de la Iglesia y su brazo derecho, la Inquisición, demostrando que podían llegar a tener éxito económico y una inserción social legítima. La búsqueda de nueva evidencia documental38 arrojará, sin duda, una mayor comprensión sobre la esclavitud, esa inhumana institución, y sobre las diferentes resistencias ejercidas por los afectados ante su obligada integración social.

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37 AMC, vol. 23, f. 86. 38 En el archivo del Arzobispado

de Puebla se deben localizar expedientes acerca de juicios judiciales de Córdoba, al cual perteneció San Juan de la Punta y al que estaba adscrito San Lorenzo, para la segunda mitad del siglo XVIII, sobre casos de violencia en los cuales estaban involucrados afrodescendientes. Estos documentos, al igual que los inquisitoriales, contienen relaciones de los testigos y en ellos se puede leer entre líneas muchos elementos de la vida cotidiana y sociocultural.

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Hijos de esclavos. Niños libres y esclavos en la capital novohispana durante la primera mitad del siglo XVII* Cristina V. Masferrer León**

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o podríamos imaginar la vida cotidiana de los esclavos

adultos sin pensar en que ellos mismos, en algún momento, fueron niños y que, aun siendo mayores, se relacionaban con infantes de origen europeo, indígena, africano o asiático. En Nueva España, los hombres y las mujeres esclavizados tuvieron hijos de los cuales se ocuparon, fueron separados, o bien, a los cuales decidieron abandonar por distintos motivos. Los hijos de esclavos no siempre compartieron la condición de cautiverio, pues en ocasiones nacían libres porque su madre lo era o se liberaban por distintos medios. En muchos casos conservarían, sin embargo, vínculos fundamentales con sus padres esclavos. Si bien he dedicado trabajos anteriores a los niños esclavos, el objetivo de este artículo es describir y analizar ciertos aspectos de la vida cotidiana de los hijos de esclavos, algunos de los cuales eran también esclavos pero otros eran libres. El bautismo es uno de los aspectos que nos permite acercarnos a las redes sociales en que estos niños nacían. Otro aspecto fundamental son las liberaciones de los niños esclavos, lo que muestra la heterogeneidad y la movilidad de las poblaciones africanas y afrodescendientes de Nueva España. Finalmente, las actividades laborales que estos niños

* Aunque con un enfoque distinto e información nueva, este artículo forma parte de mis investigaciones acerca de los niños esclavos en el México virreinal. Parte de la información que se presenta aquí puede encontrarse en mi libro en prensa: Cristina V. Masferrer León, Muleke, negritas y mulatillos. Niñez, familia y redes sociales de los esclavos de origen africano en la Ciudad de México. ** Dirigir correspondencia al Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Juárez 87, Col. Tlalpan, Deleg. Tlalpan, C.P. 14000, México, D.F., tel. (01) (55) 54-87-36-00, fax: (55) 54-8736-43, e-mail: [email protected].

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realizaban y los usos económicos que se les daba, son ejemplo de los aportes de los hijos de personas esclavizadas en la construcción social y económica del virreinato. Lo anterior se logra, principalmente, a partir de fuentes parroquiales, como actas de bautismo, y de documentos notariales. Como bien se sabe, la Ciudad de México representó un espacio único por la cantidad de esclavos que hubo y por las características específicas en que vivieron las personas de origen africano, así como por la importancia que tuvo como capital del virreinato.1 La ciudad albergó poderes políticos, económicos y religiosos, así como a diversos sectores sociales;2 gozó de una “intensa actividad como centro del ejercicio de poder, como lugar propicio para el establecimiento de relaciones entre diversos grupos, así como para la movilidad económica y la convivencia cotidiana entre los miembros de los distintos sectores sociales”.3 La infancia y la niñez son términos que durante la época colonial se utilizaban para designar periodos de la vida del ser humano. La edad de estos periodos podía variar pero en términos generales se refería a los menores de 14 años, a partir de lo cual se consideraban adolescentes o jóvenes.4 El ciclo vital se dividía en siete edades: niñez, puericia, adolescencia, juventud, virilidad, vejez y decrepitud, aunque la infancia también se consideraba una edad de la vida.5 De acuerdo a Covarrubias la vida también podía dividirse en tres edades: “la verde, cuando va el hombre creciendo, la adulta, que es varón perfeto [sic], la que se va precipitando y desminuyendo [sic], que es la vejez”.6 En el caso de las personas de origen africano, además de las palabras niño o infante, también se podían usar otros términos como “negrito”, 1

Se desconocen las cifras demográficas exactas para el periodo que ocupa a este artículo. Empero, algunas estimaciones señalan que había 70 000 habitantes, de los cuales 35-40% eran de origen africano. Velázquez, 2006, p. 19. 2 Véanse, entre otras obras: Valero de García Lascurain, 1991; Rubial García, 2005. 3 Velázquez, 2006, pp. 18-19. 4 Incluso desde el siglo IV a. C. el ciclo vital se dividía en siete edades, dos de las cuales eran la infancia y la niñez, también llamados puerulus, infans, pueritia o puer; cada periodo comprendía siete años por lo que las dos primeras edades comprendían desde el nacimiento hasta los catorce años, si bien estas divisiones eran flexibles. Para más información sobre la niñez en la época colonial, véase Masferrer León, 2010, pp. 305-323. 5 Covarrubias Orozco, 1611, p. 332; Real Academia Española, 1987, p. 368. Covarrubias indica que el infante es “el niño pequeño que aún no tiene edad para hablar”, por lo que sitúa a la infancia como parte de la niñez, aunque con características particulares. Covarrubias Orozco, 1611, p. 503. 6 Covarrubias Orozco, 1611, p. 332.

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“mulatillo” o muleque; este último es un vocablo de origen africano que proviene de las lenguas kimbundu y kikongo.7

Del nacimiento y el bautizo “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén”: con estas palabras se bautizaba a niños y adultos, esclavos y libres, durante la época virreinal.8 Los hijos de los esclavos —algunos libres, pero la mayoría de ellos esclavos— se integraron a la Iglesia de esta manera. Si bien la adopción del cristianismo y la adaptación de las creencias era un proceso sumamente complejo que no se tratará en esta ocasión, a partir del análisis de las actas bautismales es posible acercarnos a las redes sociales en las que los niños nacían, crecían y participaban, enriqueciéndolas con el simple hecho de nacer. En algunos casos ambos padres eran esclavos de la misma persona, sin embargo, en otras ocasiones los progenitores podían tener distintos amos. Sin duda ello tendría ciertas repercusiones en las relaciones que establecían entre sí y con sus hijos. No obstante, es importante señalar que hubo casos en que los padres vivían en distintos lugares y servían a distintas personas, pero a pesar de ello tenían hijos y podían estar casados.9 También hubo casos en que los esclavos varones tenían hijos con mujeres libres, o viceversa. Estas mujeres podían ser de origen africano, al igual que los padres. Por ejemplo, Catalina, quien fue considerada negra, bautizó a su hija Pascuala, negrita libre, en 1604. El padre era un esclavo llamado Antón, y aunque no se especifica su calidad, lo más probable es que fuera africano o afrodescendiente pues la pequeña fue considerada “negrita”. El padrino era un africano esclavizado llamado Domingo, de origen bran. Domingo era esclavo del Hospital de Nuestra Señora, pero el padre tenía otro amo, de nombre Gaspar de Aberraçia.10 Pascuala, a pesar de ser considerada libre, participaría dentro de las redes sociales de 7 Véanse:

Masferrer León, en prensa; Masferrer León, 2009.

8 “Manual para bautizar entregado por Zumárraga a los ministros en 1540”, en Focher, 1997, pp. 139-143.

9 Véanse:

Masferrer León, en prensa; Masferrer León, 2009. Archivo Histórico del Arzobispado de México (en adelante AHAM), Libros en microfilm, rollo 1, caja 32, Libro de Bautismos de Negros (1603-1610), f. 28 rv. 10

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las personas esclavizadas de origen africano, tal como lo sugiere el hecho de que su padrino haya sido esclavo. Sin embargo, no podemos perder de vista que estos hombres esclavizados tenían también importantes vínculos con personas libres de origen africano. Una mulatilla libre de nombre María fue bautizada en 1604. María era hija de Mariana, mestiza, y de Gaspar, un esclavo negro de Francisco Ríos. Aunque no se especifica que la madre fuera libre, sin duda ése era el motivo por el cual la niña también lo era. Es interesante que su padrino fuera un esclavo negro llamado Francisco, cuyo amo era Cristobal Rodrigues. El amo del padre y el del padrino no eran la misma persona, lo que muestra las relaciones que tenían esclavos de distintos amos, así como las relaciones entre libres y esclavos, pues en este caso la madre mestiza, libre, parece estar más vinculada con personas esclavizadas.11 Además, también es ejemplo de que no siempre se buscaba a los padrinos de acuerdo a criterios de movilidad social y económica, o al menos, que esta movilidad no estaba siempre relacionada con la condición de libertad y con el origen europeo. Es posible que Mariana fuera también de origen africano, pues esta calidad no se asignaba únicamente a los descendientes de indígenas y españoles, sino también a los afrodescendientes. En ocasiones los hijos de esclavos eran producto de un mestizaje, por ejemplo entre personas de origen africano e indígenas. Así, Catalina fue bautizada en 1605, y se dijo que su padre Gaspar era un esclavo negro de Alonso de Nava, mientras su madre era una india libre.12 Es probable que esta niña creciera en un ambiente indígena con su madre, más que con su padre esclavo. Sin embargo, el hecho de registrar a Gaspar como padre pudiese implicar que había una relación importante entre los adultos y con Catalina, la bautizada. De acuerdo a los libros de bautismo del Sagrario Metropolitano de la Ciudad de México (1603-1637),13 hubo 116 casos en que ambos padres

11 AHAM, 12 AHAM,

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fueron registrados como esclavos (10.7%).14 En seis ocasiones el hombre era libre y la madre esclava, y en otras 14 ocasiones en que la madre era esclava, no se indica la condición del padre. Veintiocho madres esclavas bautizaron a sus hijos sin presencia del padre. En estos casos los hijos serían esclavos también. Algunos hijos de esclavos fueron registrados como libres, lo que se relaciona con la condición de la madre. La cantidad de niños en esta situación es reducida: 25 infantes. De ellos, en 24 ocasiones el padre era esclavo y la progenitora era libre; aun cuando en siete de estos casos no se especifica explícitamente que lo sea, puedo deducirlo del hecho de que sus hijos fueron registrados como libres. En un caso más, el progenitor era esclavo y la madre, india, quien fue registrada como “criada sirviente”,15 lo que permite ver las labores que realizaba la madre de una mulata, hija de un hombre esclavizado. Este ejemplo también es interesante porque la progenitora trabaja, precisamente, con el amo del padre. Es excepcional el caso de Tomás, esclavo de Fernando Matías de Ribera, quien fue bautizado en 1617. Su padre, Antón, era esclavo bran de Diego Barrientos pero no se presenta información sobre la madre, lo que llama la atención puesto que la esclavitud se pasaba por vía materna. El caso es aún más notable porque la información sobre los padrinos es detallada. El padrino era esclavo del mismo amo que el bautizado y la madrina era esclava bañol, de otro amo. Puede tratarse de un simple descuido por parte del párroco que inscribió el bautismo, aunque también podría deberse al fallecimiento de la madre.16 Hubo niños de origen africano registrados como libres sin tener información sobre sus padres (12 casos) o que fueron considerados hijos de la iglesia (89 casos). En estos casos debe considerarse la posibilidad de que hayan sido abandonados por progenitores esclavos con la finalidad de que se les considerara libres, aunque no es fácil aseverarlo si pensamos que los amos tendrían interés en aumentar la cantidad de esclavos en su poder. Sugiero 14

Libros en microfilm, rollo 1, caja 32, Libro de Bautismos de Negros (1603-1610) , f. 25 rv. Libros en microfilm, rollo 1, caja 32, Libro de Bautismos de Negros (1603-1610), f. 52 rv. 13 Estos datos, y los que se mencionan más adelante, se obtuvieron a partir de mi análisis de los Libros de bautismo de negros del Sagrario Metropolitano, AHAM, microfilm: rollo 1, caja 32, 1603-1610, 1617-1625, 1630-1634 y 1634-1637.

Este porcentaje se obtuvo a partir del total de casos en que se presenta información al respecto de ambos padres. Para los años 1635-1637 sólo consideré los bautizos en que participara alguna persona de origen africano, ya fuera entre los bautizados, padres o padrinos. 15 AHAM, Libros en microfilm, rollo 1, caja 32, Libro de Bautismos de Negros (1603-1610), f. 108 rv. 16 AHAM, Libros en microfilm, rollo 1, caja 32, Libro de Bautismos de Negros (1617-1625), f. 18 av.

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esta posibilidad porque algunos de estos niños libres tenían como padrinos o madrinas a personas esclavizadas, que podrían ser, quizá, sus progenitores. Por ejemplo, Blas, negrito libre, hijo de la iglesia, tuvo como padrinos a Francisco e Ysabel; el padrino era esclavo negro de Diego Rodríguez de Porras, mientras que la madrina era esclava de Pedro Martínez.17 También debe considerarse la posibilidad de que algunos hijos de españoles o criollos y africanos o afrodescendientes quedaran registrados como hijos de la iglesia en estos libros de bautismo (o en los de españoles), y que haya sido por ese motivo que se les reconoció explícitamente como libres. Con ello, quedarían libres de la esclavitud, aun si se les inscribía en los Libros de Bautismos de Negros y se desconocía a sus progenitores. Entre los niños esclavos hubo una buena cantidad que se bautizaron sin padres (40%) o como hijos de la iglesia (40%). Debemos preguntarnos si estos niños eran realmente hijos de esclavos; es de suponer que fueron registrados como esclavos precisamente porque lo eran, y que los progenitores no quedaron inscritos en los bautismos porque los amos se opusieron o porque ellos mismos así lo decidieron. El registrar a los niños sin sus padres o como hijos de la iglesia no fue una práctica restringida a los esclavos de origen africano, pues ocurrió algo similar con los niños esclavos asiáticos y chichimecas, y con niños libres de origen europeo, africano o indígena.18 Por ejemplo, de los seis niños chichimecas bautizados, ninguno se registró con padres (tres sin padres, dos hijos de la iglesia), y cuando se hizo una mención a ellos fue para declarar que eran “padres infieles”,19 sin siquiera mencionar sus nombres, lo cual indica que los niños esclavos chichimecas, como muchos otros de origen africano y asiático, fueron separados de sus padres. Como se ha visto, algunos de los hijos de esclavos que fueron bautizados se registraron con padres y padrinos. De las actas bautismales analizadas, 17% de los niños esclavos se registraron con ambos padres, 3% sólo con su madre y 0.09% sólo con el padre. En cambio, la mayo17 AHAM, Libros en microfilm, rollo 1, caja 32, Libro de Bautismos de Negros (1603-1610), 18 Gonzalbo Aizpuru, 2000, p. 7-19. Consúltese también otras obras de Pilar

f. 38 av. Gonzalbo, por

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ría iba acompañada de ambos padrinos (54%), una madrina (24%) o un padrino (19%); algunos incluso tuvieron dos padrinos varones (dos casos) o dos madrinas (1%). Los hijos libres de personas esclavizadas también tuvieron ambos padrinos la mayor parte de las veces (15 casos), en una sola ocasión no quedó constancia de que los hubiera, en seis casos sólo tuvieron un padrino y en tres sólo tuvieron una madrina.20 Un niño libre, hijo de un esclavo, tuvo un padrino español, y una niña tuvo una madrina india y un padrino negro.21 No obstante, la mayoría de los padrinos y las madrinas eran de origen africano y algunos eran esclavos, aunque en otras ocasiones no se menciona esta información. De este análisis de las actas bautismales es posible observar que los hijos de personas esclavizadas mantenían relaciones sociales con hombres y mujeres de origen africano, algunos de los cuales eran esclavos. No obstante, también es importante señalar la diversidad de relaciones que se observan, incluso en las actas de bautismo, y que tienen que ver precisamente con el mestizaje del cual algunos de estos niños eran producto. El nacimiento de una generación libre implicaba, sin duda, un evento relevante en la vida cotidiana de los esclavos adultos.

Entre la esclavitud y la libertad:

los primeros años de los hijos de esclavos

Mientras los esclavos eran pequeños muchas veces permanecían con sus madres; es común encontrar casos donde se vendía a madres con niños de meses o menores de tres años. Por ejemplo, en una carta de dote se entregó a una “negra criolla llamada Catalina, de edad de 25 años, con un hijo mulato de un año que se llama Nicolás”;22 de igual manera se entregó a Clara, una esclava negra de 24 años, junto con su hijo, un “mulatillo de ocho meses” nombrado Domingo.23 20

ejemplo, Gonzalbo Aizpuru, 1998. 19 AHAM, Libros en microfilm, rollo 1, caja 32, Libro de Bautismos de Negros (1630-1634), f. 50 av., 13 octubre de 1631.

No se han obtenido los porcentajes porque el total es muy reducido (25 casos). Libros en microfilm, rollo 1, caja 32, Libro de Bautismos de Negros (1617-1625), f. 16 av.; AHAM, Libros en microfilm, rollo 1, caja 32, Libro de Bautismos de Negros (1603-1610), f. 57 av. 22 Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 3, núm. 1519. 23 Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 10, núm. 3092.

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21 AHAM,

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Algunos niños esclavos de corta edad fueron liberados, lo que ilustra la complejidad y la diversidad de la vida cotidiana de los hijos de los esclavos. Juana de la Cruz, mulata esclava, había sido otorgada junto con su hijo de siete meses como dote de doña Luisa de Cáceres cuando se casó con Ventura de Cárdenas, pero “a ruego de personas honradas que han intervenido y a pedimento de la mulata y por otras causas, se han convenido y concertado con ella en que pagándoles por su parte 500 pesos de oro común, en reales, le ahorren y liberten a ella y a su hijo de cautiverio”.24 Martín de Córdoba enunció en su testamento de 1626 que un mulato debía quedar libre tras su muerte: “un mulatillo llamado Antonio, de un año de edad, hijo de una negra, su esclava Catalina, el cual por el amor y voluntad que le tiene quiere que cuando Dios sea servido de llevarse al otorgante, quede libre y horro de toda sujeción y cautiverio”.25 En este caso no sólo se observa la liberación del niño esclavo, sino que la relación con su madre no parece haberse interrumpido. A pesar del tránsito de Antonio hacia la libertad seguiría muy cerca de la esclavitud. En otras ocasiones se liberaba a los niños a cambio de ciertas acciones. Cuando un mulatillo de tres años y medio, Joaquín de Solís, fue liberado por su amo, se le impusieron diversas condiciones, a pesar de que también fue liberado “porque le tiene amor y voluntad”.26 El infante era hijo de una mulata blanca, de nombre Francisca. Al pequeño se le liberó con las siguientes especificaciones: [...] con condición de que todo lo que adquiriere por los días de su vida por alguna ciencia, artificio o en otra cualquier manera parta la mitad con las madres Rufina de Santa Catalina, Dorotea de la Encarnación, Serafina de San Antonio, monjas profesas en el convento de Nuestra Señora de Regina Celi[,] y Manuela de San Antonio, monja en el convento de San Bernardo, sus hijas legítimas que lo han de haber y gozar por iguales partes o las que ellas fueren vivas y aunque quede una sola, ha de llevar la mitad de todo lo que así adquiriere Joaquín de Solís, quien ha de llevar para

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sí la otra mitad. Con condición de no poder salir de la ciudad sin consentimiento del doctor Francisco López de Solís o del padre maestro Fray Marcelino de Solís, su hijo, religioso de la orden de San Agustín o de las religiosas y si saliere sin la licencia pueda ser compelido de donde estuviere a que cumpla con esta escritura de libertad.27

De esta manera, el esclavo de tres años y medio recibió su libertad a cambio de dar, de por vida, la mitad de sus ganancias a las hijas de su amo. Aunque este tipo de liberaciones condicionadas requiere ser explorado con mayor profundidad, llama la atención la prohibición de salir de la ciudad sin el permiso previo del amo o de su hijo, pues no sólo se le imponía una cuota económica sino también una limitación de movilidad espacial. Podríamos considerar que tendría oportunidades más amplias que aquellas que hubiese tenido como esclavo, pero sin duda se trató de una liberación costosa: aunque en sentido estricto sería un niño libre con restricciones, ¿sería, de hecho, un niño esclavo con libertades? En otros casos no se pedía nada a cambio de la liberación de los niños, pero podía solicitarse un pago por la de los adultos. María y Joseph, de catorce y doce años, respectivamente, ambos mulatos e hijos de una esclava llamada Jerónima, consiguieron su libertad sin que se pidiera nada a cambio. En el testamento de Bernabé Medina, amo de Jerónima, se especificaba que ella debía pagar 100 pesos de oro común a la albacea para poder obtener la libertad que su amo le ofrecía, pero a cambio de la libertad de sus dos hijos no pedía nada.28 Si la esclava pudo pagar los cien pesos, entonces tanto ella como sus hijos habrían conseguido la libertad. Es interesante que incluso cuando los esclavos y sus descendientes fueron separados, la voluntad de los mismos niños esclavos, o de sus progenitores, ocasionaban que se mantuvieran los vínculos. Antonio de Padraza vendió a Gregorio Núñez una esclava negra ladina llamada Catalina, de 10 años de edad, en 170 pesos de oro común, advirtiendo que algunas veces huía de su casa “en busca de su padre, llamado Gaspar,

24 Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 8, fol. 125/125rv (340/340v), núm. 2811, año 1626. 25 Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 8, fol. 61/63 (256/258), núm. 2766. 26 Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 2, fol. 270/270v (272/272v), núm. 4437.

27 Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 2, fol. 270/270v (272/272v), núm. 4437. 28 Fajardo, Archivo General de Notarías, año 1654, pp. 772-778, cit. en Hernández y Silva, 1998, p. 93.

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que es esclavo de Diego Caballero”.29 Aunque en este caso el padre y su hija estaban separados, es interesante que la niña procurara mantener una relación con él, escapándose en ocasiones. Huir también fue la elección que Juana y Dieguito, madre e hijo, tomaron cuando huyeron en Veracruz, en 1561,30 con el objetivo de liberarse juntos de la esclavitud.

Trabajos y otros usos económicos de los niños esclavos

Desde pequeños, pero sobre todo cuando los niños habían superado sus primeros años de vida, se aprovechaba su trabajo o su utilidad económica. Fue así como algunos niños fueron heredados, donados, regalados, hipotecados o, simplemente, vendidos y comprados para trabajar. Por ello, debe considerarse el aporte que, en este sentido, representaron los niños esclavos para el crecimiento económico de la sociedad novohispana. No sólo aportaron a la economía mediante su trabajo sino que, al ser vendidos o empeñados, fueron parte medular del patrimonio de quienes tuvieron en ellos un recurso para obtener bienes o productos. Incluso al momento de otorgarles la libertad, los amos podían obtener dinero, como se mostró en el apartado anterior. Con ello, de ninguna manera debe equipararse a los niños con bienes u objetos, por el contrario, debe reconocerse que la esclavitud de infantes trajo ventajas a los amos que aprovecharon su cautiverio para distintos fines económicos. Así, si bien pocas veces se reconoce su importancia y el valor de sus acciones, resulta imperante que se desarrollen más estudios que los incluyan y valoren sus contribuciones. Los casos siguientes ejemplifican la manera en que los amos daban distintos usos económicos a sus esclavos.31 Un negrillo llamado Nicolás, que era “criollo de esta tierra” y había nacido en casa de doña Francisca de Pineda, fue vendido el 8 de enero de 1627 al bachiller Juan de Madrid en 190

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pesos.32 Ese mismo día el bachiller dio a Nicolás en hipoteca, con la finalidad de asegurarle a don Antonio de Paz Monroy que le pagaría 160 pesos. Se fijó un plazo de cuatro meses, tiempo en el cual se obligó don Antonio de Paz a dar buen tratamiento al niño, y a pagarle cuatro reales de salario mensual, cantidad que debía ocuparse en su vestimenta. En caso de que el negrillo se ausentara, el bachiller debía buscarlo y regresárselo a don Antonio, y si muriese en manos de éste, sería también el bachiller quien correría el riesgo.33 Parece ser que el bachiller pagó la deuda en el plazo requerido y el esclavo ni se ausentó, ni murió, pues meses después, el bachiller Juan de Madrid vendió a un negro criollo del mismo nombre, que había sido comprado de doña Francisca de Pineda, en 198 pesos y cinco tomines.34 Si en efecto se trataba del mismo niño que once meses antes tenía siete años, ahora el bachiller aseguraba que tenía diez; quizás con la finalidad de poder venderlo en un poco más, aunque sólo logró ganar 8 pesos y cinco tomines respecto al precio original. De cualquier forma había logrado sacar provecho de su compra empeñando al niño para obtener cuatro cargas de cacao provenientes de Suchitepec, que don Antonio de Paz le había dado.35 Otra forma de sacar provecho económico de los niños esclavos era hipotecándolos. La esclava negra María, de Angola, de 11 años, fue hipotecada por doña Andrea de Ayarse como seguro de que pagaría 190 pesos al convento de San Agustín de México. La deuda de doña Andrea no era poca cosa, pues se debía a que el convento les había arrendado la casa donde ella y su madre vivían en ese momento y puesto que no habían pagado se les había embargado un vestido de espolín rosado y una mantellina que quería recuperar; por ello se obligó a pagar la cantidad que debía y para mayor tranquilidad hipotecó a la niña esclava angoleña.36

Antonio Alonso, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, Libro 5, vol. I, fol. 1170/1170v, núm. 1430, año 1576. 30 Antonio Alonso, en Mijares Ramírez (ed), 2005, vol. I, Libro 9, fol. 580/580v, núm. 3110. Si bien el documento en que son buscados es fechado el 5 de febrero de 1561, es posible que hayan escapado antes. 31 Para más información sobre los niños esclavos, consúltese Masferrer León, en prensa.

32 Antonio Alonso, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. I, Libro Protocolos 8, fol. 397/397v (3/3v), núm. 2856. 33 Antonio Alonso, en M ijares R amírez (ed.), 2005, vol. I , Libro Protocolos 8, fol. 3v/4v (387v/398v), núm. 2857. 34 Antonio Alonso, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. I, Libro Protocolos 8, fol. 494/494v (99/99v), núm. 2931. 35 Antonio Alonso, en M ijares R amírez (ed.), 2005, vol. I , Libro Protocolos 8, fol. 3v/4v (387v/398v), núm. 2857. 36 Antonio Alonso, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. I, Libro Protocolos 8, fol. 5/6 (93/94), núm. 2662.

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En un testamento de 1615, doña Luisa de las Casas retribuía a su hermano, quien había llevado sus “cobranzas y negocios”37 satisfactoriamente, con un “esclavo negrillo, llamado Lucas, de 12 años que tiene por sus bienes para que lo haya y goce y disponga de él del día de la fecha en adelante”.38 En ese mismo testamento, Josephe, de 5 años, negro, se entregó como “limosna a la sacristía del convento de Regina Celi, para que sirva en ella a las monjas, sin que pueda ser vendido si no fuere por ser vicioso y con defectos notables”.39 Al parecer debía ocuparse del ministerio de la sacristía. Hubo niños esclavos que fueron simplemente donados. Tal fue el destino de María, esclava negra de tierra Angola, de 14 años de edad, quien fue donada al mismo convento en 1611.40 Los distintos usos económicos que se han señalado podían ocasionar que los niños y niñas esclavizados se trasladaran de un lugar a otro, como lo demuestra el siguiente caso. Trescientos cincuenta pesos se dieron por Clara de Montefalco, una esclava criolla de 13 años de edad, cuando se vendió a Fernando de Torres en 1644. Antes de ello, Clara de Montefalco había estado en el convento de Nuestra Señora de Regina Celi, aunque después la compró doña Ana de Anaya, luego fue esclava de Nicolás Ponce de León y su esposa María del Buen Suceso y Cáceres, y finalmente fue vendida a Fernando de Torres, maestro de batihoja de panecillo, pero no sabemos si cambió de amo posteriormente.41

Hijos de esclavos en oficios y servicios Algunos jóvenes esclavos fueron entregados a maestros para que aprendieran un oficio o para que sirvieran en otro lugar, y en caso de recibir un sueldo, probablemente sería entregado al amo. Hubo aprendices libres que eran hijos de esclavos, lo cual muestra la voluntad que tenían éstos porque sus hijos pudieran tener mejor suerte que ellos. Así, aunque en

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la actualidad podríamos reprobar el trabajo infantil, en el contexto colonial los niños aprendices tendrían mejores oportunidades de vida que sus padres esclavos al haber recibido instrucción en un oficio. De esta manera, los africanos y afrodescendientes esclavizados parecían mostrar un interés por sus hijos. Ejemplo de lo anterior es el caso de Pascual, de 14 años de edad, hijo de un esclavo que entró como aprendiz de pasamanero y orillero (caso analizado por Guillermina Antonio).42 Lo mismo sucedió con Gregorio de la Cruz, mulato libre de 11 años que entró “como aprendiz del oficio de tejedor de pasamano con el maestro Tome de la Peña, por plazo de 3 años y medio, pagándole 30 pesos al año para su vestuario” (caso referido por Hernández y Silva).43 Se aclara que el mulato pidió que se nombrara a Francisco de Zúñiga como su curador puesto que su padre era esclavo. En ocasiones, cuando el padre del aprendiz era esclavo, entonces se recurría a otras personas para entregar al menor a un maestro. Eso fue lo que sucedió con Lázaro, chino de 9 años, hijo de Diego, un esclavo también chino, quien recibió licencia de su amo para colocar a su hijo en el “oficio o ejercicio que quisiere y para ello otorgue la escritura o escripturas que fueren necesarias” (documento presentado por Brígida von Mentz).44 Simón de la Cruz, esclavo negro de Luis de Aguilera, llevó a su hijo Manuel, criollo de 13 años, con el maestro Diego Vanegas para que aprendiera el oficio de zapatero en cuatro años. El maestro se comprometió a tratarlo bien, a curarle las enfermedades que no pasaran de 15 días y a darle cada año “un vestido de paño de la tierra, calzón, ropilla, capote, medias, zapatos, jubón, dos camisas de brea, un sombrero”,45 y además, después de los mencionados cuatro años el menor debía ser oficial de zapatero, o de lo contrario, le seguiría enseñando pero pagándole como a un oficial. En este caso también se nombró un curador ad litem; Brígida von Mentz explica que se nombraba este tipo de tutores cuando el

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Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 11, núm. 3953. Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 11, núm. 3953. 39 Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 11, núm. 3953. 40 Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 11, núm. 3453. 41 Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 3, fol. 46v/48v, núm. 4551.

Antonio, 2008, p. 168

José Veedor, Archivo General de Notarías, pp.1503-1508, año 1634, cit. en Hernández y Silva, 1998, p. 69. 44 José Veedor, Archivo General de Notarías, vol. 4595, f. 681, 22 de mayo de 1634, cit. en Mentz, 1999, p. 162. 45 Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 10, núm. 3244.

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aprendiz era huérfano.46 Aunque en este caso no se trataba de un menor huérfano, puesto que su padre era esclavo, se recurrió a nombrar a un curador de esta manera probablemente porque los esclavos no tenían patria potestad sobre sus hijos. De todas formas, en el documento consta que la relación entre padres e hijos se mantuvo a pesar de la condición del progenitor y del nombramiento de un curador, pero también ilustra los derechos restringidos que tenían los esclavos sobre sus propios hijos. Otro esclavo también llevó a su hijo para que fuera aprendiz. Mateo de Astudillo, esclavo negro, entregó a su hijo Pascual, mulato libre, que tenía 14 años, para que aprendiera el oficio de pasamanero y orillero con un maestro mestizo llamado Andrés Núñez. El proceso llevaría dos años, tiempo durante el cual debía tratarlo bien, darle de comer, curar sus enfermedades que no duraran más de 15 días, como en casos anteriores, pero se añade que puede “mandarle todo lo que sea lícito”47 y que debe darle 2 pesos y 4 tomines al mes. Si el maestro llegaba a fallar en su misión de enseñar el oficio al aprendiz, entonces debía pagarle como oficial el tiempo que tardara en lograrlo. Y el padre se comprometió a que si su hijo se llegase a ausentar, sería “traído a su costa y apremiado a que cumpla la escritura y fallas que hubiere hecho”.48 Los casos anteriores fueron de varones pero otras veces se establecían conciertos de servicio y curaduría para las hijas.49 En un concierto de esa naturaleza fue donde permaneció la petición de Marcela Juana, una mulata de 9 años que dijo lo siguiente: “que quiere entrar a servicio con persona que la adoctrine, la alimente y dé lo demás que tuviere necesidad”.50 Aunque fue calificada como mulata, era hija de una india que había muerto, cuyo nombre era Luisa de Castro, y de un negro que

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Mentz, 1999, p. 126.

Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 9, fol. 32 bis/32v bis (80/80v), núm. 2989. 48 Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 9, fol. 32 bis/32v bis, (80/80v), núm. 2989. 49 Los varones entraban bajo conciertos de aprendiz o de servicio, pero sobre todo como aprendices de oficios diversos, mientras que las mujeres solían entrar como sirvientas, aunque también hubo casos de costureras. Esto se puede observar en tablas presentadas, en Mentz, 1999, pp. 152-157, 130-147. 50 Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 4, núm. 1749, año 1603.

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aún vivía, llamado Agustín Aguilera, esclavo de “fulano de Mercado”.51 Así fue como comenzó a estar al servicio de Pedro Dávila Padilla con la condición de que “le ha de dar casa, de comer, vestir, curarla en sus enfermedades y 12 reales de oro común cada mes”;52 salario que debía acumular el propio Pedro Dávila por el tiempo que duraba el servicio (cuatro años). La cantidad de pesos que se acumulara en los cuatro años debía ser destinada a “su casamiento o el estado que quisiere tomar”.53 Si Marcela Juana fue considerada mulata por ser hija de un negro y una india, María de la Cruz, en cambio, fue descrita como “natural de México”,54 siendo hija de un esclavo negro y una india —que aún vivía—. En este caso, se observa claramente que una mulata no era forzosamente producto de una relación entre españoles y negros, y que la calidad en la que se clasificaba a las personas no sólo dependía de la calidad de los padres, sino que se trataba de algo mucho más complejo. En este ejemplo, una niña fue considerada mulata cuando su padre era negro y su madre una india que había muerto, de tal manera que es probable que conviviera más con su padre, pero quienes se referían a ella buscaban indicar que no era hija de negros, sino que también tenía ciertos nexos con los indios. En cambio, María de la Cruz fue considerada india a pesar de ser hija de un negro, quizá precisamente porque su madre india aún estaba viva, de modo que es posible que conviviera más con ella y estaba, por tanto, inmersa en el mundo indígena de la ciudad. María de la Cruz, la “natural de México” que era hija de un esclavo negro y una india, empezó a servir, por dos años, a Cristóbal Gómez, quien tenía una panadería. También en su caso se le nombró un curador ad litem, como había sucedido con Manuel, hijo de Simón de la Cruz, esclavo. Su salario mensual sería de un peso y medio de oro común, los cuales debían ser suficientes para vestirse, aunque Cristóbal Gómez se obligaba a “hacerle buen tratamiento, curarle sus enfermedades como

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Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 4, núm. 1749. Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 4, núm. 1749. 53 Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 4, núm. 1749. 54 Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 2, fol. 352/353 (355/356), núm. 4485, año 1643. 52

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no pasen de 15 días”.55 El curador “obligó a la menor a que no se irá ni ausentará de la casa y servicio so pena de ser traída y compelida”.56 Los casos de Marcela Juana y María de la Cruz pueden servir para mostrar la manera en que las calidades se asignaban, pues no dependían sólo de las calidades de los padres o de la apariencia física —aunque ambos elementos, sin duda, se tomaban en cuenta—, sino que eran categorías más complejas, asignadas también de acuerdo a otros elementos. De esta forma nos aproximamos a las relaciones entre personas de distintos grupos, así como a la conformación de estos “grupos”, los cuales no incluían únicamente a personas de un mismo origen, sino a personas de distintos orígenes que compartían un sentido de pertenencia a uno u otro grupo de acuerdo a una multiplicidad de factores (calidad de los padres, apariencia física, grupo en que se desenvolvían, vestimenta, calidad asignada por los demás, etcétera).

Comentarios finales La vida cotidiana de los hijos de los esclavos estaba marcada por la diversidad que caracterizaba a los esclavos. Sin embargo, ser un niño o una niña cuyo padre o madre fuera una persona esclavizada implicaba compartir algunos elementos, que también podríamos considerar característicos de su cotidianeidad. Por ejemplo, tendrían una serie de limitaciones en las relaciones familiares precisamente porque uno o ambos de sus progenitores eran propiedad de otra persona, lo cual se complicaba si a su vez el niño era esclavo. Aunque el infante fuera libre, económicamente dependería del amo, quien en realidad sacaba provecho del trabajo de sus esclavos. La movilidad espacial y social, así como la libertad, quedaban a merced de los amos. La búsqueda de la libertad, sin duda, también fue característica de algunos hijos de esclavos, pues aun cuando ellos mismos fueran libres quizá contribuyeron a la liberación de sus padres.

55 Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 2, fol. 352/353 (355/356), núm. 4485, año 1643. 56 Juan Pérez de Rivera, en Mijares Ramírez (ed.), 2005, vol. II, Libro Protocolos 2, fol. 352/353 (355/356), núm. 4485, año 1643.

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Como se ha visto, los niños esclavos fueron aprovechados por sus amos de distintas maneras. Algunas veces laboraban para ellos, otras veces los amos los vendían, los daban como parte de una dote, los donaban o hipotecaban. Estos distintos usos deben considerarse parte fundamental del patrimonio económico de los amos, si bien representaba un perjuicio para los infantes. Pocas veces los propios niños esclavos recibían algún beneficio de sus amos, como, por ejemplo, cuando se les ingresaba como aprendices de algún oficio. Debe considerarse que también algunos niños libres, hijos de esclavos, fueron aprendices de oficios o servicios. Los ejemplos que hicieron referencia a niños libres, hijos de esclavos, muestran que las personas esclavizadas se interesaban por sus hijos y no perdían la relación con ellos a pesar de que éstos fueran libres y aquéllos permanecieran esclavos. En ocasiones la libertad de los hijos se lograba cuando un padre esclavo tenía hijos con una mujer libre de cualquier calidad, pero también hubo otras formas de liberar a los niños del cautiverio. Como se vio con anterioridad, algunos fueron liberados mediante el testamento de los amos. Sin embargo, muchos niños esclavos compartían con sus padres la condición de cautiverio, y aunque en ocasiones mantuvieron relaciones con ellos, también hubo casos en que fueron separados por los amos o simplemente fueron abandonados. Debemos tener presente que muchos hijos de esclavos fueron también hijos de la iglesia; fueron, quizás, abandonados por sus padres voluntariamente, considerados huérfanos, o se les separó de sus padres y familiares arbitrariamente sólo para seguir esclavizándolos. Si consideramos que los familiares en ocasiones liberaban a los niños de la esclavitud, quizás encontremos en ello un motivo para que los amos los registraran como hijos de la iglesia desde el bautizo, no incluyeran la información de sus progenitores o los separaran de sus padres desde pequeños. Aquellos niños libres y cautivos que eran descendientes de esclavos, compartían con sus padres, con familiares y con algunos amigos un origen social y cultural que determinaría —al menos hasta cierto punto— su vida. Nacer libre o conseguir la libertad siendo niño o niña, después de una o más generaciones de esclavitud, debió tener implicaciones sociales importantes. Estudiar estos casos con mayor profundidad permitirá acercarnos 97

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a la heterogeneidad y la movilidad de la sociedad novohispana, además de dar luces acerca de las formas de mestizaje y sus consecuencias. Dar cabida a la complejidad y la diversidad de la realidad social de la época debe regir nuestras investigaciones, pero también debemos tener la sensibilidad para comprender que ser descendiente de un esclavo o una esclava en la capital virreinal debió representar un marco fundamental para la vida cotidiana de estos niños y niñas que, libres o no, eran hijos de esclavos.

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La justicia y los esclavos en la Nueva España del siglo XVIII Juan Manuel de la Serna*

Introducción

P

e n s a r los instrumentos de justicia indiana respecto a los

esclavos africanos y sus descendientes en Hispanoamérica refiere de inmediato a las Partidas de Alfonso X el Sabio. En las compilaciones de las Leyes de Indias de 1681 y 1791 y en la recopilación de autos de Eusebio Beleña se encuentra mucha de la aplicación de ellas en las Indias españolas. Son éstas las que fundamentaron las acciones legales que los amos hicieron contra los esclavos o de las que los esclavos se sirvieron para demandar a sus amos o a la autoridad. Empero, como suele suceder, las diferencias geográficas, el acceso a la información, la formación cultural y el conocimiento que sobre el tema se requería matizó el ejercicio de la justicia que, por ello —y en ocasiones a pesar de ello—, devela rasgos de personalidad, cultura y valores éticos de las partes contendientes. Mi interés es poner sobre la mesa de la discusión dos preguntas que resultan de interés en el estudio de lo jurídico cotidiano de los esclavos negros1 o sus descendientes: uno, si bien el principio básico del derecho referido a esta condición jurídica se halla en las partidas de Alfonso el Sabio, ¿bajo qué condición y procedimiento se les enjuiciaba cuando caían bajo el supuesto de haber cometido alguna conducta de carácter *

Dirigir correspondencia al Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, Universidad Nacional Autónoma de México, Piso 8, Torre 2 de Humanidades, Ciudad Universitaria, C.P. 04510, México, D.F., tels. (01) (55) 56-23-02-11, 56-23-02-12, 56-23-02-13, fax: (01) (55) 56-23-02-18, e-mails: dlserna@ unam.mx y [email protected]. 1 Hago la aclaración sobre el origen étnico de los esclavos dado que es a ellos a los que me refiero y puesto que en ocasiones y de acuerdo a la legislación algunos indígenas pudieron haber caído bajo este régimen jurídico por circunstancias específicas. Véase García Gallo, 1980, p. 1010.

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criminal?, ¿eran considerados como iguales a los miembros de otros grupos étnicos o castas? Y dos, ¿entre los esclavos de la ciudad y los del campo existía una igualdad de oportunidades y resultados similares en los juicios por faltas semejantes? Aceptamos de entrada la existencia y funcionalidad de espacios de autonomía de los esclavos y me pregunto: ¿existirían similitudes de acceso a este conocimiento y ejercicio entre los esclavos urbanos y los rurales? Cabe aclarar a este respecto que es difícil hacer una distinción entre lo urbano y lo rural, sobre todo en el siglo XVIII, ya que muchas veces lo urbano integra a lo rural en las ciudades novohispanas. Para dejar en claro el tratamiento de mi idea de lo uno y lo otro, he tomado ejemplos de sitios diversos como el de Querétaro, ciudad en la que, en la época y por sus características demográficas, lo que predominaba era lo manufacturero dejando en un plano secundario lo rural, y por el otro, ejemplifico a partir de la experiencia de lo sucedido en una plantación azucarera del actual estado de Morelos que es, a no dudarlo, un ámbito rural y, además, es el escenario casi inevitable de la esclavitud en la imaginación primigenia sobre el tema. A lo que me refiero en este ensayo y sobre lo cual argumento, es a los derechos legales propios de la jurisprudencia que abrieron el camino a los esclavos africanos y sus congéneres novohispanos a espacios de poder —un poder ciertamente limitado, pero poder al fin y al cabo—, los cuales les otorgaban márgenes de autonomía y acción. Sin entrar a plantear o discutir las prácticas de sometimiento y mucho menos de hacer una valoración de ellas, la intención aquí recae en el segundo de los planteamientos: definir y dimensionar los ámbitos de poder y los espacios jurídicos dentro del sistema legal, vigente a fines del siglo XVIII, que les brindó a aquéllos un marco de referencia, sin pasar por alto que: “La cristiandad y los criterios construidos a partir de la relación con los naturales estaban presentes en la construcción del orden jurídico y fueron la base para contextualizar la desigualdad colonial, de ahí que es particularmente imposible hablar de la justicia para negros y castas sin considerar a españoles y naturales”.2

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Esto es, además de los preceptos para los esclavos contenidos en las Siete Partidas habría que considerar, para los juicios de cualquier índole, el derecho común, vía naturalista, que desarrollaron los franciscanos desde los inicios de la Conquista.

Las legislaciones Considerada la sociedad novohispana como una formación política y social de rangos, corporaciones, gremios y hermandades situados unos sobre otros o colocados lado a lado a partir de la tradición legal romana, griega e indiana, hay que aceptar que las condiciones de acceso a la ley y su aplicación no era uniforme. No se puede negar que la desigualdad dentro de esta estructura jerárquica fue una de sus características predominante e incuestionable. Por lo general se ha sostenido la opinión de que la sociedad en vez de estar formada por individuos igualmente protegidos en sus derechos en cuanto a sus relaciones mutuas, era una sociedad de órdenes, una sociedad estamental.3 A este respecto y en lo tocante a la figura de los esclavos en Las Siete Partidas, quiero subrayar lo que ya se ha dicho del papel de este instrumento en la sociedad hispano-americana y en especial a su herencia en el sistema judicial:4 la justicia “se arraigaba en el ius commune de la tradición medieval [que] podría formularse en términos llanos como el dar a cada quien lo que le corresponda, según el lugar que ocupe en el entramado social”.5 Compiladas y codificadas en 1681 y nuevamente en 1791 como Recopilación de Leyes de los Reynos de las Indias, éstas incluían alguna legislación relativa a lo criminal aunque por su naturaleza eran sólo suple-

2 Pérez Munguía, 2010, p. 56. “Si Tomás de Aquino se había anticipado, desde el siglo XIII, a los bruscos cambios del siglo XIV al enfatizar la soberanía popular frente al príncipe, los novohispanos del XVI mantienen el principio de que la ley y la justicia tienen su primer principio en Dios, reiteran la soberanía popular, pero enfatizan que la guerra contra el tirano es una última ratio, que se debe lealtad al príncipe.

Indudablemente se mantiene la noción metafísica de la justicia. Justicia, es lo debido a cada cosa. La ley no se crea ni se produce, se descubre e interpreta. Se mantiene el ius commune típico de la Europa medieval de los siglos XII al XIV, pero hay un cambio de óptica: el Sumo Pontífice no tiene poder absoluto en el mundo ni es la autoridad por encima del mundo, se subordina a la ley. La ley natural es el valor supremo de la justicia porque ella sentencia qué es lo debido —el orden de las cosas—. La vía que se había abierto desde el siglo XII con la escuela de Chartres, a saber, la consideración de la naturaleza como un valor autónomo gracias a la incorporación del Aristóteles latino, permite que la esfera entre lo sobrenatural y lo natural ya no esté desdibujada”. Aspe Armella, 2007. 3 Mousnier, 1973. 4 Véanse Weckmann, 2006, pp. 1105-1138;Traslosheros, 2006, pp. 1105-1138. 5 Escandón, 2010, p. 100 (subrayado en el original).

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mentarias. Como regla, los magistrados descansaban sus resoluciones en las leyes castellanas, y en la Recopilación de 1791 se establecieron procedimientos para consultar el Código legal español en caso de que las Leyes de Indias no resultaran adecuadas a algún caso en particular. El procedimiento que los magistrados debían seguir era consultar en primera instancia la Nueva Recopilación de Castilla (1569), a las que debían seguir, en orden retrospectivo, las leyes de Toro (1505), el ordenamiento de Alcalá (1348), los fueros municipales, el Fuero Real (1255) y Las Siete Partidas de Alfonso el Sabio6 (1265). Esto es, los estatutos criminales se encuentran en los códigos legales y en las Leyes de Indias, que junto con los decretos de los jueces locales, los de los virreyes y la Corona constituían el corpus de la legislación criminal disponible.7 Es así que toda vez que la esclavitud fue aceptada como práctica en Hispanoamérica se utilizó como su referente legal el código esclavista del siglo XIII: sin él no hubiese podido existir ni practicarse. En este sentido, su adopción marcó una importante senda de conquista americana y con ella se aceptaron una serie de principios tales como la heredad del sometimiento a través del vientre materno como principio inviolable. Sin menoscabo de época, incluida la colonial, los individuos —los esclavos incluidos— poseen una variedad de identidades y lealtades sin ser éstas verdaderamente totalizadoras, excepción hecha, en aquellas épocas, de saberse súbditos cristianos de un rey y miembros de una Iglesia. Otros parámetros de identidad comunal como los de raza o etnia permanecieron imprecisos y permeables a lo largo del tiempo. En el ámbito civil y judicial, el esclavo era pues, miembro de una comunidad cuyos rasgos fueron originalmente marcados desde las prácticas hispanoárabes que, en su esencia, les fueron respetados en Hispanoamérica. Aunque por el carácter adquirido en el comercio trasatlántico obligó a las sociedades locales a crear una regulación americana afín a los principios medievales señalados. De esta forma se puede decir que para la legislación vigente en los siglos XVI a XVIII en la Nueva España, el esclavo era una persona y no una propiedad y el amo, 6 Alfonso X el Sabio, 1550. Se acudió a esta versión original, sólo cuando se quiso recuperar partes del texto que no están incluidas en la edición moderna, que es la indicada enseguida: Alfonso X el Sabio, 2008. 7 Haslip-Viera, 1999, p. 37.

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que no su dueño, tenía obligaciones para con él tanto como derechos sobre de él. Así entendida, la esclavitud era una desgracia de cuyas consecuencias se debía proteger a los sometidos tanto como fuera posible, ya que los hombres no eran considerados como animales y, por tanto, no merecedores de la servidumbre. De acuerdo a la codificación de 1681, las Audiencias fueron instruidas para atender los casos de esclavos que reclamaban su libertad y ver que sus demandas fuesen atendidas.8 Menciono a continuación algunos de los derechos contenidos en los principios de Las Siete Partidas según su importancia para la obtención de la libertad o autonomía de los esclavos. El derecho a comprar su libertad, aunque en la práctica fuese complicado dado que su obtención implicaba, a su vez, el derecho a la obtención de ingresos y a la acumulación de los mismos con un fin determinado. La obligación de la autoridad de proporcionar a quien así lo requiriese de un defensor (defensor de pobres o defensor de esclavos) que lo representase ante la justicia bajo cualquier modalidad en que compareciese. El reconocimiento y aplicación de estos principios tiene que ser matizado pues casos similares pudieron haber recibido interpretaciones legales diferentes, dependiendo de su entorno social y geográfico, y por tanto, sentencias divergentes.

Espacios alternativos y justicia en el campo y en la ciudad

Para mejor entender los espacios de movilidad y autonomía de los esclavos ubicados en las labores de la agricultura, que es con la que más rápidamente se asocian, es necesario decir que este tipo de estancias solían ser en la Nueva España territorios de dominio casi absoluto de los amos. En tales sitios la libertad de movimiento estaba restringida a las tierras de labor, pastoreo y los barracones o habitaciones; dentro de este espacio se pueden considerar, en el caso donde las hubo, parcelas o corrales de ganado menor destinadas a producir vituallas para el autoconsumo de esclavos y amos. En una jerarquía ascendente dentro de este mismo espacio hay que considerar a aquellos hombres y mujeres destinados a cumplir 8

Recopilación de Leyes de los Reynos de las Indias, 1973, t. 2, Libro VII, Título V, Ley,13.

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las tareas propias de los oficios necesarios para el buen funcionamiento del establecimiento: carpinteros, herreros, maestros de azúcar, etc., quienes en razón de sus conocimientos y habilidades recibían un mejor trato y hasta salarios, que les acercaban a procedimientos de vida cotidiana y jurídicos que comento más adelante. A continuación menciono un primer caso que se desarrolla a mediados del siglo XVIII en una hacienda azucarera de la región de Amilpas (en los alrededores de Cuautla), en el actual estado de Morelos. Ahí el promedio de esclavos ocupados en las tareas de agricultura de la caña de azúcar era de cien, entre hombres, mujeres y niños. De tales características fue la hacienda de Calderón, propiedad de don Asencio González Calderón, donde el 26 de mayo de 1728, a raíz de la posible bancarrota del ingenio, sus esclavos —armados con cuchillos y machetes— se manifestaron ante las autoridades locales en un intento por influir, sin lograrlo, sobre el cambio de control de la hacienda. Después del fallecimiento de don Asencio, en 1758, quien a fin de cuentas logró salvar su propiedad de la quiebra, seis esclavos, de quienes se desconoce su identidad, huyeron de la hacienda en diferentes momentos llevando la comisión de presentar ante la Audiencia sus quejas por el maltrato; a pesar de la falta de respuesta de esta autoridad, los esclavos de Calderón estaban envalentonados por el aparente apoyo de la misma. A fin de cuentas la herencia se tenía que cumplir y en agosto de aquel año, los esclavos fueron reunidos con el fin de tasarlos como procedimiento requerido para la valuación de los bienes y el cumplimiento en justicia de la última voluntad del amo recién fallecido. Aquí, según el testimonio del escribano y sus asistentes, los esclavos se negaron con “insolencia” a deponer sus herramientas de trabajo (según las autoridades eran armas) alegando su temor a que les fueran robadas. Terminada la valuación los esclavos exigieron que se les informara quién sería su nuevo dueño. Al informárseles que la propiedad correspondía al yerno del difunto, se negaron abiertamente a reconocerlo y se manifestaron a favor de un tercero (Juan Díaz de Cano), amigo del fallecido. Como decisión de grupo, los esclavos huyeron de la hacienda y según se asienta en el expediente dos de ellos regresaron a comunicar a las autoridades locales que el grueso de ellos se dirigían a la Ciudad de México con el fin de apelar ante

la Audiencia su inconformidad con el traspaso de dueño y a pugnar por mejores condiciones de vida en la hacienda.9 El grupo, compuesto por hombres y mujeres, esclavos y algunos libres, llegó a la Ciudad de México y acampó frente al Palacio virreinal sólo para ser arrestados y conducidos a la Cárcel Real, donde fueron interrogados.10 Los documentos relativos al cuestionamiento de los detenidos revelan que la perversidad de los nuevos amos y los mayordomos habían hecho que en la hacienda privara un ambiente que hacía de ella un sitio imposible para sobrevivir. Tan insano era éste que se habían visto obligados a huir por el temor a ser asesinados. Además, desde la muerte del señor Calderón la carga de trabajo se les había duplicado y el tiempo de descanso reducido. Para cumplir las nuevas cuotas requeridas tenían que trabajar desde antes del amanecer y hasta después del anochecer sin tomar descanso ni tiempo para comer o beber. En suma, los esclavos se quejaban que estaban obligados a trabajar los domingos y días festivos que estaban reservados para el descanso y la oración. Las amenazas de los esclavos no afectaron el subsecuente cambio de propietarios, aunque es de hacerse notar la creencia de éstos de que las acciones emprendidas por aquéllos sí habían influido en las recomendaciones emitidas a los hacendados para que mejoraran sus condiciones de vida, no se castigara a los huidos (que se comprometieron a reincorporarse a sus labores) y se separara de su cargo al capataz acusado de cometer excesos. Esta rebelión deja ver, por un lado, el reconocimiento que los esclavos hacían del rey en la figura de la Audiencia,11 y ello en consonancia con la figura del amo de la hacienda que para ellos hubiese fungido como su representante. Empero, y a pesar de lo dicho por las autoridades respecto a su derecho de reclamo, decidieron acudir a la instancia más alta sin acudir al procurador síndico y desobedeciendo el orden establecido de conseguir un representante o defensor.12

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Mentz, 1999, p. 381. En 1708 la población total de esclavos era de 130; en 1728, era de 101, y en 1763, de 104. Véase Archivo General de la Nación, México (en adelante AGN), Bienes Nacionales, leg. 908, exp. 11, fs. 70-82, 1708; AGN, Bienes Nacionales, leg. 98, exp. 2, 1728; AGN, Tierras, vol. 1935, fs. 48-50, 1763. Proctor, 2010, pp. 111-160. 10 AGN, Criminal, vol. 135, exp. 56, fs. 1-21, 1763. 11 Calvo, 2009, t. 3, p. 295. 12 García Gallo, 1980, p. 1023.

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Vale la pena señalar la decisión de los huidos de no hacer de su acción una fuga con tintes separatistas o caer en el cimarronaje a pesar de que sus reclamos solían ser los mismos por los que se justificaron gran parte de quienes lo practicaron. Buscaron, sí, la protección de una autoridad superior que, suponían, les brindaría justicia haciendo cumplir las disposiciones reales que respecto al trato de los esclavos contenía el Código Negro Carolino, del que la figura central de autoridad era el rey, y en ignorancia de las partes operativas de este ordenamiento. En este ordenamiento el rey ocupaba la cúspide, y en orden descendente le seguían los foros judiciales que dependían del Consejo de Indias y que, a su vez, se subdividían en dos grandes grupos: Los que descienden por línea directa de las reales audiencias y los que reconocen al juzgado general de Indios. Los tribunales que se ordenan por vía de la real audiencia conforman a su vez dos cuerpos. El primero se compone por foros propios de la jurisdicción administrativa del rey, a saber: gobernadores de provincias o reinos, alcaldes mayores y corregidores y los cabildos de los ayuntamientos […] Se trata de linajes de foros de justicia de cadenas de mando que no niegan el hecho, entonces del todo necesario por razones geográficas y de movilidad de que la primera instancia se ubicara no en el eslabón inferior de la cadena sino ahí donde diera inicio el proceso judicial.13

Las acciones emprendidas por los esclavos de nuestra narración ante la Audiencia pudieron ser ejemplo de lo que señala Thomas Calvo: “Otra particularidad americana en este nivel, es la ausencia de jurisdicciones señoriales y por ende de una justicia intermedia: [que] en España fueron a menudo denunciadas como un obstáculo al ejercicio de la justicia real”.14 Quiero suponer al respecto que, sin el conocimiento debido de los procedimientos judiciales, los esclavos dirigieron su demanda a la Audiencia, representante reconocido del rey, a quien consideraban la autoridad con poder de resolución y ubicándola como primera y única instancia capaz de satisfacer sus demandas. Suposición que se sostiene, además, en el hecho de haber nacido en un medio rural, limitado del conocimiento auspiciado por los roces, transmisión verbal y escrita 13 14

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del saber, distinta situación a la que se hubiese dado de haberse iniciado en el medio urbano. En otro ámbito de cosas, cabe hacer notar que los esclavos ubicados en las ciudades fueron beneficiados con la flexibilidad de las reglas de comportamiento fijas para el control que no gozaban sus congéneres del campo. Empero, estos beneficios llegaron a convertirse en la desgracia de algunos de ellos, quienes, víctimas de conflictos intrafamiliares, con o sin razón, eran castigados enviándolos a trabajar al campo, lo cual era, por lo antes dicho, considerado como un castigo. No es raro entonces que, en las condiciones de aislamiento restringido de las haciendas, tanto las oportunidades de acumulación de dinero como las vías de acceso a sus fuentes y los intercambios de información mediante la convivencia, fuesen un bien escaso y de alto valor. No sería justo hacer tabla rasa de las oportunidades de los esclavos en las ciudades, que no por ser sus habitantes gozaban de las mismas; ello dependía más bien de la condición social y económica de sus amos: las elites locales, y sobre todo quienes no pertenecían a los propietarios agrícolas tales como comerciantes, nobles, militares, etcétera, podían contar en sus casas con esclavos dedicados a toda una variedad de trabajos entre los que el doméstico era el más común. Quienes sin tener una posición de elite eran dueños de esclavos, los consideraban como una inversión mediante la cual podían obtener ingresos adicionales a su peculio o, aun en algunos casos, vivir exclusivamente de las ganancias generadas por su trabajo15 bajo diferentes formas: ya fuera rentándolos como trabajadores o enviándolos directamente a ejercer algún oficio o comercio. En ocasiones incluso se les permitía vivir fuera de la casa del amo al que servían y a la que volvían sólo con el fin de rendir cuentas. Son al menos dos los aspectos que hay que destacar respecto a la situación de los esclavos residentes en las ciudades: 1) su movilidad y con ella el acceso a una diversidad de fuentes de trabajo y recursos, y 2) la circulación de ideas y conocimientos de los que escasamente gozaban los habitantes de las haciendas. No es raro entonces que la gran mayoría de los casos de 15 Archivo Histórico de la Ciudad de Veracruz, Padrón de Revillagigedo, caja 40, 1791. También hay una versión en CD publicada por el Instituto Veracruzano de Cultura.

Traslosheros, 2006, p. 1113. Calvo, 2009, t. 3, p. 295

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demandas civiles por la obtención de la libertad se localicen en este ámbito, como se puede notar en cualquier análisis, por somero que este sea, de los archivos judiciales y notariales. Aquí remito al lector a los casos del Archivo General de la Nación (México) y del Archivo Histórico del Estado de Querétaro. Se puede decir también que éstos son factores de motivación y creación de conciencia a partir de diferencias sociales y étnicas. En los tribunales ordinarios y para los jueces que sin serlo de profesión cumplían con esas tareas, se disponía de una serie de obras de derecho procesal,16 entre las que se localiza un anónimo17 que respecto a la radicación de las causas señalaba: Tres modo hay de formarlas [las causas]. Una de oficio de la Real Justicia de la real Bindicta, y del real Fisco. Otra por denuncia acusador o Denuncia y otra por querella de parte. Pueden ser acusados cualesquiera del Pueblo mayor de 25 a.s. si es menor con Curador y el esclabo con curador que lo debe ser su amo y si no puede por estar ausente se le nombra de oficio a otra persona. Si es yndio, negro o mayor de veinteycinco años, entonces se le nombra Defensor […] comparece acepta y jura y con su asist.a se le toma confesión acabado se le notifica al Curador. El término de prueba y después a elquerellante estándose para la ratificas.n de testig.s. El juez el conosim.to de la causa y que conste como en las de oficio y si es de mucha grabedad a de nombrar Fiscal, aunque oy es el corr.e dar quenta con ella al Asesor.18

Para ilustrar los procedimientos seguidos con los esclavos en las ciudades recurro a alguno de los documentos resguardados en el acervo histórico del estado de Querétaro, ciudad que por los años cincuenta del siglo dieciocho era la segunda en importancia, sólo después de la de México. Contaba en ese entonces con cerca de treinta mil habitantes y una próspera manufactura obrajera en la que se ocupaba un número considerable 16

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de esclavos negros, amén de los que servían como domésticos en las casas de los notables y de otros muchos que sin ser de esa calidad eran propietarios de muchos otros.19 Cabe destacar a este respecto que entre los juicios encontrados en el Ramo de lo Judicial de Querétaro de los años 1750 a 1791, se puede distinguir la actuación legal de los esclavos bajo las figuras apuntadas. El primero de los casos al que haré referencia es el del esclavo de obraje Manuel Joseph, su hermana Rita Gertrudis y dos hijas de ésta, Ana María y Bárbara. La demanda la fincan los esclavos, quienes habiendo recibido “papel” (pasaporte) para comprar su libertad o cambiar de dueño en 1758, consideran que el precio en que están tasados es excesivo, por lo que piden se solicite un nuevo avalúo. El siete de noviembre de 1760 se nombra un perito valuador para que tase a los dichos esclavos hallándose que los precios solicitados inicialmente eran los correctos. En febrero de 1770, doce años después de iniciado el juicio, Rita Gertrudis continúa la demanda: por mí y mi hija María Bárbara como más haya lugar digo que en el oficio de que es a cargo del presente se hallan autos y suspenda la instancia, sobre nuestra libertad y la de Manuel mi hermano y otra de mis hijas, Ana María que fallecieron desde al año sesenta de este siglo que me mandaron entregar y por haberse ido de esta ciudad D. Joseph Antonio Henriquez hijo natural de Dn. Joseph Nicolás Henriquez mi amo que fué que agitaba el pleito por sí y otros hermanos de mi amo, y por mi anzianidad y pobreza se me mandaron entregar en traslado, nunca lo saqué y por cuanto en el penúltimo escrito que presenté ofrecí por mí, mi hermano e hijas dar información de que mi amo D. Joseph Nicolás en vida nos dio livertad, satisfecho con que le asistiéramos y sirviéramos y ahora D. Miguel Henriquez de Rivera vecino de esta ciudad insiste en que yo y mi hija somos esclavas y que tiene parte en mi precio y puede vendernos como hermano de mi amo D. Joseph Nicolás y por ello su heredero ab intestato.20

Para poder continuar con su demanda de libertad, Rita Gertrudis en los dos siguientes años tuvo necesidad de conseguir testimonios de tres personas que hubiesen conocido a don Nicolás Henríquez de Rivera y que tuviesen la solvencia requerida para que su palabra fuese validada,

Curia Philipica de Juan de Hevia Bolaños (1603), Instituciones prácticas de los juicios civiles así ordinarios como extraordinarios, en todos sus y trámites según se empiezan, continúan y acaban en los tribunales reales del conde de la Cañada (Madrid (1786), Instrucción de escribanos en orden a lo judicial de José Juan y Colom (Alcalá de Henares, 1736). Véase Soberanes, 1980, p. 99. 17 Anónimo, 1994. Charles R. Cutter, quien hace el estudio introductorio a esta obra, advierte sobre los posible usos del Libro de los Principales Rudimentos Tocantes a Todos los Juicios…, que bien pudieron haber sido notas de estudiantes de derecho, o bien, manuales preparados para los administradores de justicia que, como sucedía en un buen número de casos, carecían de los estudios esenciales de Derecho. 18 Anónimo, 1994, p. 29.

Archivo Histórico de Querétaro (en adelante AHQ), Judicial, 1758, D. José Antonio Henríquez de Rivera contra su esclava de D. Joseph Nicolás Henríquez.

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Serna, 1999.

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y pedirles que testimoniaran sobre las intenciones de su amo de que, a su muerte, se beneficiaran de su libertad. Los tres testigos firmaron la petición de la esclava y, en 1774, y dieciséis años después de iniciada la demanda, se le concedió la libertad a Rita, aunque ésta resultó efímera pues en noviembre de ese mismo año, Joseph Antonio Henríquez, otro de los herederos que se consideraba con derechos, al enterarse de la resolución de libertad solicitó la propiedad de “la única de las esclavas que viven”. Esta nueva solicitud fue denegada y, finalmente, después de más de dieciséis años, Rita, la única sobreviviente de los tres que iniciaron la demanda logró obtener su manumisión definitiva. Los esclavos eran conscientes de que para defenderse tenían que recurrir a la protección de la ley, por muy limitada que ésta fuese. Cuando consideraban que sus dueños les profesaban buenos sentimientos, también solían recurrir a ellos con el fin de obtener benevolencia e incluso la libertad, pero como se mostró en el caso anterior, los amos también hicieron uso de sus recursos, habilidades y derechos para no otorgárselas en el caso de habérseles demandado. En el caso anterior se extraña la presencia del defensor de pobres o esclavos al que por ley tenían derecho, motivo suficiente que bien pudo haber retrasado el juicio en beneficio de los herederos. Narro a continuación el segundo de los casos, excepcional por su contenido y forma. Comienza éste cuando don Athanasio Francisco de Arce, síndico del convento de San Francisco de Santiago de Querétaro, compra una “mulata esclava nombrada María Anna Josepha Cano de color blanco y pelo crespo”21 a Joseph Cayetano Salgado, vecino de Celaya, en el año de 1754. En agosto de 1756, don Athanasio Francisco de Arce y su esposa doña María Anna de Lamas, habiendo recibido de la madre de María Anna Josepha, Michaela Gertrudis Cano, los ciento diez pesos en que la habían comprado, le otorgaron carta de libertad ante notario público. Un mes más tarde el señor Arce se presentó ante el señor regidor don Andrés de Lasos, “Alcalde Ordinario de Primera Nota”, para iniciar una causa en contra de María Anna Josepha en virtud de “haver estado enredada dicha mulatilla con Antonio Mendoza mi cajero y entre uno y otro haberme estado robando mi tienda y caudal, pues de ellos sacaron los

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ciento y diez pesos para su libertad como lo confiesa el dicho mi cajero habiéndoselos dado de lo que me habían robado de mi tienda para que con ellos se libertase suponiendo la dicha carta”.22 Ese mismo mes se llamó a declarar a los acusados Antonio Mendoza y María Anna Josepha Cano. Declaró el primero que “es cierto haber sacado de la tienda de don Athanasio los ciento diez pesos en reales que entregó a María Anna Josepha para que se libertase por habérselos pedido la dicha mulata disiéndole que si no se los daba se la llevaría el diablo”. A su vez, María Anna Josepha confesó “haber escrito una carta de su puño y letra disiéndole con ella que la escribía su madre a su amo embiandole los siento y diez pesos que la verdad es que escribió la madre tal carta sino que Antonio le dio el dinero para que se liberara disiendole que se casaría con la que declara”.23 Por encontrarse el original de la carta falsificada en el expediente del caso —dirigida a don Athanasio Francisco de Arce y firmada por Michaela Gertrudis Cano, pero en realidad escrita por su hija, María Anna Josepha Cano—, se reproduce aquí pues no es común en expedientes de esta naturaleza que aparezcan las pruebas (acusatorias o exculpatorias). Me parece también que el testimonio parece haber sido incluido con premeditación y es una muestra de los niveles de conocimiento y astucia de los esclavos por lograr su libertad. La carta falsificada dice lo siguiente: Muy […] Señor motivada de su […] escribe mi hija en que se me noticia de usted en que me da noticia no sé qué […] gasto [usted] ocasionó y que por este usted le dio papel para que buscase amo en el término de ocho días. Yo viendo su aflicción y considerando la dificultad con que hoy hallar un amo cuando una muchacha sale a buscarlo saliendo de la casa de tanto crédito como es la de usted y hallándome con [posibilidad] para poder liberar le remito a usted con mi hermana [Juana] la cantidad de ciento y diez pesos que es hecho con el fin de liberarla agredeciéndole así a usted como mi ama y señora Doña Mariana. Michaela Gertrudis Cano

En septiembre de 1756 el alcalde ordinario y juez de primera nota comunicó a los involucrados su decisión de anular la carta de libertad antes

22 AHQ, Judicial, s. fs.,1756. 23 AHQ, Judicial, s. fs., 1756.

21 AHQ, Judicial, s. fs., 1756.

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otorgada a María Anna Josepha reubicándola a su condición servil. En cuanto a Antonio Mendoza se refiere, éste fue condenado a restituir lo robado y a pagar deudas anteriores, quedando bajo cautela de un fiador. Un caso de aparente sencillez nos trae a colación reflexiones sobre la conducción de casos de esclavos que sin mezclar hechos de sangre son considerados como criminales. De inicio se da por sentado que la legislación vigente respecto a la libertad de María Anna Josepha es conducido con conocimiento de la ley de referencia remota: Las Siete Partidas de Alfonso el Sabio. En cuanto al aspecto temporal, llama la atención que la cesión de la carta de libertad haya sido en agosto y el caso se hubiese cerrado en septiembre del mismo año: tan sólo un mes duró el juicio. Bien puede especularse sobre la razón de la rapidez con que fue atendido el caso de María Anna Josepha y que se pasara por alto que el Libro de los Principales Rudimentos… considera como delincuente a: “Falceador de Letras: esta causa se hace continuamente p.r. querella de parte ofendida, y en vista de la prueba que da, se le toma su Declaración a el Reo y confiese o niegue se paza a cotejar las Letras, p.r. 2. Maros [sic] de escuela y assi queda perfecta la sum.a”.24 Se puede decir que los actos criminales cotidianos se enfocaban más en las acciones de los acusados que en el cumplimiento de los preceptos legales. Podría decirse que las faltas menores como la falsificación fuesen consideradas como producto del comportamiento antisocial contrario a las normas establecidas. Esto es, la falta cometida por la principal acusada de este caso hubiera tenido su origen en un inadecuado ambiente social y al hecho de ser esclava: como se preveía en la naturaleza de las causas, los esclavos eran vistos, al igual que los indígenas, como menores de edad con pocas o escasas obligaciones formales.25 Ello explicaría también la rapidez con que se resolvió el caso y la ausencia de un defensor al que tenía derecho la acusada. A la materia jurídica habría que añadir el miedo a la rebelión consustancial a la esclavitud, sin menospreciar su importancia en una sociedad como la queretana que, como ya se dijo, contaba con un buen número de esclavos. 24 25

Anónimo, 1994, p. 40. Mc Lachland, 1974.

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En cuanto a la sentencia dictada a Antonio Mendoza, parece haber sido también considerada menor, dado que fue un delito simple sin agravantes de violencia. El caso de María Anna Josepha Cano contra Antonio Mendoza continuó ante un juez eclesiástico: ella demandaba a Antonio para que cumpliera la palabra de matrimonio empeñada y, en consecuencia, éste le consiguiera el dinero necesario para comprar su libertad. La sentencia no se hizo esperar, y el 9 de mayo de 1761 el juez resolvió: “mando se soliciten por el presente cantidad en pesos y se le entreguen para el termino de tres días dando como fiador [...] a Francisco Ballejo, vezino de esta ciudad [...]”26 En cuanto a los juicios eclesiásticos los manuales instruían a los jueces a que consideraran a los más afortunados en beneficio de los más pobres como “pobre gente de Cristo […] quienes representaban al señor y eran pobres para nuestro beneficio”.27 La pobreza era vista como condición que debían subsanar los más afortunados por medio de la caridad, aunque la conexión entre pobreza y crimen no fuese considerada importante y cualquier intento por aliviarla por medio del robo era visto como una rebelión contra la divinidad impuesta. Algunos esclavistas lograron deshacerse de esclavos enfermos o improductivos a causa de lesiones y, a su vez, algunos esclavos usaron este mismo argumento para demandar su libertad en juicios civiles y criminales. La cuestión la ilustra un caso del mismo archivo y ramo en que se hace uso de este argumento. Éste corresponde al obraje de don Gabriel de Zespedes28 de Querétaro: en 1775,29 el esclavo Juan Antonio Flores lo demandó debido a que en un pleito por cobrar “la hechura de unos calzones”, es herido en el brazo izquierdo que le queda inutilizado, pero de acuerdo al Código Negro un esclavo no podía demandar ni civil ni penalmente a su amo,30 por lo que, en una especie de acuerdo personal que se recoge en el expediente, 26 AHQ, Judicial, 1756, D. Antonio Francisco de Arze para que se le restituya una mulata esclava que se había liberado con dinero hurtado de su tienda. 27 Haslip-Viera, 1999, p. 40. 28 Dueño de obraje, teniente de Milicias y de la Santa Hermandad y Tribunal de la Acordada. 29 AHQ, Judicial, 1775. 30 García Gallo, 1980, p. 1023.

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el dueño otorgó “papel” al esclavo para que dentro de la jurisdicción de Pénjamo y León consiga el dinero que debe a su dueño por “el precio de su valor”. Al no conseguir el dinero para pagar por su libertad, Juan Antonio recurre al procurador de esclavos (pobres) para demandar su libertad a causa de haber sido herido por el hijo del mayordomo, dando como resultado la concesión de su carta de ahorro, concedida después de que un médico certificara la inutilidad de su brazo. Es frecuente encontrar en los archivos judiciales y notariales casos en los que los esclavos son actores primarios o secundarios, aunque en el caso de ser los protagonistas de una u otra manera está en cuestión el tema de su libertad o “ahorro” y que en consonancia con esta parte de la cultura jurídica de los indios se ha llegado a considerar a la indiana como una sociedad pleitista”,31 donde los negros fueron parte activa de la misma en lo que al reclamo de derechos se refiere. Ello condujo a un juez a considerar al derecho referido a los esclavos y sus contrincantes como un verdadero “campo de batalla” y “de despertar jurídico”, sitio en donde se libraban verdaderos combates por obtener la libertad,32 por un lado, y por otro, por negarla y retener la propiedad del otro.

Para reflexionar Como respuesta a las preguntas iniciales puede argumentarse que, en efecto, los criterios fundamentales con que se juzgaba a los negros partían de la tradición judeo-romana-griega conjugada en Las Siete Partidas y adaptada a la situación novohispana. Con ello quiero decir que debido a la cantidad tan importante de esclavos introducidos, en particular a lo largo del siglo que va de 1540 a 1640; al comercio e intercambio de esclavos en un mercado de trabajo donde los nativos iban a la baja, el tema de la rebelión, por un lado, y el de obtención de la libertad, por el otro, fueron temas centrales en los juzgados donde con frecuencia aparecieron los esclavos. Un punto interesante que recalcar es la igualdad de principios con que, en su caso, se debía juzgar a los indios y a los negros, quienes a los ojos 31 32

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de las autoridades contaban con derechos similares. Y digo interesante debido a que muchas veces al no contar con asesores especializados a los que tenían derecho, en los casos apremiantes que requerían justicia expedita siempre quedaba como recurso la comparación. El tema de la libertad y el maltrato como demanda principal o secundaria suelen ser los que con mayor frecuencia aparecen en los juicios del campo y de la ciudad, empero, como se ve en el caso de Amilpas, los errores cometidos por los esclavos en el desconocimiento del procedimiento adecuado costó la vida a algunos de ellos, que fueron ejecutados sin apenas ser juzgados. Ello seguramente como ejemplo para la comunidad. El resto del grupo fue azotado y el capataz solamente reconvenido por sus métodos de control. Resulta además una hipótesis sugerente y explicativa del caso pensar que sólo el rey podría hacer justicia en ausencia del amo de la plantación recién fallecido. Ni la presencia del heredero y dueño legal de la plantación ni del notario que daba fe del traslado de dominio de la propiedad eran suficientes para los escalvos. Es decir, el amo benevolente bajo el cual habían servido por años sólo podría ser sustituido por el rey o su representante en tierras americanas. En la ciudad de Querétaro, en cambio, los expedientes de los casos presentados dan muestra de un conocimiento y comportamiento diferente de la ley y sus procedimientos por parte de los esclavos. Aquí se seguían con más rigurosidad los procedimientos. Aparece la figura del síndico protector de pobres o esclavos, y sobre todo se reduce significativamente el simbolismo que el rey pudiera haber tenido en el campo, al dejar espacio a intermediaciones de terceros que amortiguarían el enfrentamiento directo entre antagonistas, entre demandantes y demandados; que atenuarían el enfrentamiento directo al lograr los esclavos espacios políticos de mayor calidad.

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Propietarios de esclavos en Guanajuato durante el siglo XVIII María Guevara Sanginés*

A

principios del siglo XVIII la Corona española sufrió una drás-

tica transformación con el cambio de dinastía de los Habsburgo a los Borbones: los miembros de la familia Borbón se dieron a la tarea de reformar drásticamente la administración del Imperio, en particular aquellos rubros que tenían que ver con la economía y con el gobierno. Como lo han demostrado autores de la talla de Horts Pietschmann, el cambio fue paulatino y no estuvo exento de tropiezos. Estos cambios favorecieron el desarrollo y crecimiento de algunas regiones americanas en menoscabo de otras, así fue como la producción minera fue apoyada en el centro y en el norte de la Nueva España —Zacatecas, Guanajuato, Chihuahua—, mientras que la producción de tabacos fue prohibida en Michoacán a favor de Orizaba. Para lograr las reformas proyectadas, la Corona otorgó privilegios financieros y fiscales a los empresarios involucrados en los diversos ramos productivos. Además, estos empresarios detentaban el poder político local a través de diversos puestos como funcionarios reales en los cabildos (alcaldes mayores y regidores, por ejemplo) o en otras actividades fiscales y judiciales. Más adelante, a través de las intendencias y subdelegaciones. Si bien la producción de bienes y servicios en la Nueva España estuvo basada en buena medida en el trabajo del indígena a través del reparti-

* Dirigir correspondencia al Departamento de Estudios de Cultura y Sociedad, División de Ciencias Sociales y Humanidades, Campus Guanajuato de la Universidad de Guanajuato, Lascurain de Retana 5, Centro, C.P. 36000, Guanajuato, Guanajuato, México, tel. (01) (473) 73 200 06, ext. 8707, e-mail: [email protected].

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issn: 1665-8973

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miento, del tequio,1 del trabajo de esclavos de origen africano, de españoles pobres y de mestizos de toda laya, a lo largo de los tres siglos virreinales se fue dando un paulatino proceso de afianzamiento del trabajo libre asalariado de indios, mestizos y castas libres. Por otra parte, en múltiples ocasiones los esclavos recibieron jornales que les permitió a los amos —con frecuencia mujeres— vivir con cierto desahogo, mientras que a los esclavos les permitió ahorrar para, entre otras cosas, comprar su libertad. Los esclavos no solamente constituyeron una parte importante de la fuerza laboral en las labores agrícolas, como vaqueros, como trabajadores en obrajes y trapiches o en haciendas de beneficio del mineral, sino que se encontraron en los espacios domésticos, haciendo múltiples labores como jardineros, cocheros, chichiguas y nanas, cocineras, mucamas, etcétera. Estos esclavos formaban parte de la riqueza que en momentos críticos utilizaron los empresarios como inversión de riesgo o para producir capital cuando fueron vendidos o echados a la calle a ganar el jornal; también constituyeron parte de las dotes de monjas y jóvenes casaderas, fueron arrendados o fueron dedicados al comercio callejero con bienes producidos en las fincas de sus amos. Sin embargo, como resultado de los mecanismos sociales y legales para adquirir la libertad —compra, manumisión, herencia, sentencia judicial—, en la Nueva España se fue dando un proceso paulatino de desaparición de la esclavitud, por lo que se ha podido observar que en el ámbito de la producción de bienes, como en la extracción minera y en algunos rubros agrarios —verbigracia la producción de tabaco—, en el siglo XVIII, cada vez había menos esclavos y más trabajadores libres o manumitidos.2 Hemos encontrado que a algunos propietarios la posesión de esclavos trabajadores les permitió vivir con cierta dignidad, particularmente a las mujeres —doncellas, solteras o viudas— que se habían quedado solas; mientras que para otros empresarios los esclavos eran bienes de capital y producción en sus empresas. Aunque el derecho castellano reconoció a los esclavos como sujetos de derecho, es decir, personas jurídicas con obligaciones y derechos frente a la ley, no dejaron de tener un estatus de minoría de edad y de ser bie1 También 2

a través del trabajo libre asalariado como gañanes, naboríos o laboríos.

Naveda Chávez-Hita, 2007; Guevara Sanginés, 2001.

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PROPIETARIOS DE ESCLAVOS EN GUANAJUATO

nes con los que se formaba parte de la hacienda de sus amos y, por ello, sujetos a cautiverio y a las decisiones o caprichos de los mismos. Los discursos sobre la esclavitud fueron modificándose a lo largo del tiempo, de tal suerte que en el siglo XVIII se pasa de discutir el buen trato, supuestamente cristiano, al esclavo y la posibilidad de manumitirlo a través de varias figuras legales como la alhorría o la compra, a discutir sobre la esclavitud como una aberración e injusticia de carácter social. Es decir, los filósofos comenzaron a discutir la libertad como un derecho del hombre. Los empresarios no fueron ajenos a estos discursos políticos que se harían efectivos en el siglo XIX y que coincidieron con los cambios en la organización del trabajo y en el tipo de producción. Sin embargo, aunque los discursos sobre la libertad del individuo y la propiedad privada fueron apuntados como derechos humanos, en el momento de valorar la importancia de esos dos derechos, la libertad de los esclavos pasó a segundo plano respecto al derecho a la propiedad, como se observó en las discusiones de las comisiones del primer Congreso Constitucional Mexicano en 1823.3

Los empresarios Como hemos comentado en otros trabajos, no necesariamente empresario es sinónimo de propietario, aunque con frecuencia los empresarios también fueron propietarios.4 Los empresarios novohispanos arriesgaron capitales y prestigio para producir riqueza que movió la economía del Imperio, y que hizo a algunos de ellos pobres de solemnidad mientras que otros se volvieron inmensamente ricos, de tal suerte que pudieron acceder a los títulos de nobleza con los cuales gozaron de poder, prestigio y honor. Sin embargo, no todos los empresarios ricos accedieron a la nobleza, es decir, en una misma familia se dio con frecuencia el caso de que uno de sus miembros ostentaba un título —o varios— de nobleza mientras que los demás, en el mejor de los casos, solamente eran empresarios ricos y, en 3 4

Montiel y Duarte, 1871, t. I, pp. 77-78. Guevara Sanginés, 2009, p. 4.

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el peor, segundones pobres, pedigüeños de empleos y dádivas. Ejemplo de ello podemos encontrarlo entre los miembros de las familias de empresarios exitosos guanajuatenses como los Busto, los Sardaneta y los Obregón. A finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX era evidente la distancia económica y social que separaba a los grandes empresariospropietarios y los pequeños o medianos empresarios de la gran población de trabajadores de todas las calidades, quienes llevaban una vida muy dura. Estas observaciones fueron frecuentes en las narraciones de viajeros entre los que se encuentran Mourelle, Ulloa5 y Humboldt,6 así como en la crítica de funcionarios públicos, civiles y eclesiásticos, entre los que se contaba Abad y Queipo, obispo electo de Michoacán. Las palabras de Mourelle son elocuentes al respecto: […] la continua baja de jornales [una política de tiempos de los Borbón], pues es muy frecuente para obligarlos a entrar en la mina valerse del brazo de la justicia, porque como se llega a trabajar en muchas labores con la precisión de refrescarles las espaldas a fuerza de cubos de agua, y donde suele haber vapores que los sofocan, huyen de semejante exposición cuando el interés no les empeña. Este hecho me recuerda aquellos corazones endurecidos que oprimen al infeliz, sin emoción ni ternura; varias veces me hallé en la tienda de Obregón [primer conde de Valenciana] conversando con su primer cajero Villamor, a tiempo que llegaban ancianos y mujeres exponiendo tiernamente la enfermedad que tal vez padecían, o sus hijos o sus esposos presos para el referido trabajo, y sin alteración ni congoja respondía aquel hombre de bronce que los enfermos no bajaban a las minas, mandando al mismo tiempo a los ministros que se los condujesen a su presencia, y vistos desde su asiento sin otro examen ni pregunta ordenaba frescamente que los llevasen a Valenciana.7

Los grandes empresarios-propietarios invirtieron para mejorar la producción a partir de diversas innovaciones tecnológicas, por ejemplo, en los métodos de beneficio del mineral, en herramientas o en el uso de la pólvora para la extracción minera, lo que facilitó el trabajo y aumentó las ganancias. Sin embargo, las novedades técnicas conllevaron enormes riesgos que incluyeron pérdidas en capital y en trabajadores: famosos fue-

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ron los accidentes en la mina de Rayas, provocados por explosiones, pues resultaron costosos en vidas e inversión.8 Humboldt critica a los mineros en la forma en que hacían uso de la pólvora “porque los agujeros para los cartuchos son en general poco profundos y los mineros no se esmeran en despojar la parte de la roca que debe saltar”.9 Ya que los niveles freáticos con frecuencia se encontraban por encima de los socavones fue indispensable que los mineros invirtieran en infraestructura hidráulica, a pesar de lo cual las minas no se salvaron de las inundaciones, particularmente en tiempos de lluvia, por lo que las pérdidas en trabajadores, infraestructura y producción fueron cuantiosas y había que volver a invertir para poder seguir extrayendo el mineral. Es elocuente la narración que hace Humboldt sobre este asunto en el emporio de Valenciana: […] en el distrito de Guanajuato perecieron cerca de 250 operarios en cosa de pocos minutos, el día 14 de junio de 1780, porque no habiendo medido la distancia que había entre los planos de San Ramón y los antiguos del Santo Cristo de Burgos, se habían acercado imprudentemente a esta última mina avanzando hacia ella un cañón de indagación. Entonces las aguas de que estaban llenos los planes del Santo Cristo, cayeron impetuosamente por el nuevo cañón de San Ramón en la mina de la Valenciana; muchos operarios perecieron por efecto de la compresión repentina del aire, que buscando una salida lanzó a grandes distancias maderas de ademar y pedazos de roca. No hubiera ciertamente sucedido esta desgracia, si al dirigir las labores se hubiese podido consultar un plano de estas minas.10

No sólo era importante preocuparse por el desagüe de las minas, sino por construir presas y canales que facilitaran el abasto de agua para consumo humano y de los animales empleados en minas y haciendas de beneficio. La infraestructura hidráulica también era necesaria para dirigir el agua a los lavaderos del mineral en las haciendas de beneficio. La preocupación de los grandes mineros porque su trabajo resultara exitoso y sus inversiones les redituaran numerosas ganancias, los condujo 8 El 14 de noviembre de 1787, “Se incendia dentro de la mina de Rayas una cantidad de pólvora, causando la muerte de doce personas”. Marmolejo, 1971, p. 255. 9 Humboldt, 1978, p. 366. 10 Humboldt, 1978, p. 370.

5

Solano, 1979, pp. 59-63. 6 Humboldt, 1978, p. 83. 7 Mourelle, 1996, pp. 42-43.

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a la preocupación por contar con la información adecuada y novedosa en el ramo minero. Esta preocupación de carácter empresarial se reflejó en el apoyo que brindaron al Colegio de Minería y a la inversión en la contratación de técnicos ilustrados, curiosamente de origen alemán como Sonneschmidt. Estos técnicos realizaron varios informes sobre el estado de la minería novohispana, particularmente sobre los procesos de beneficio de metales.11 Sin embargo, es preciso no olvidar que españoles y novohispanos de la talla de don Andrés del Río, don Fausto D’Elhuyar o don Joaquín Velázquez de León, introdujeron diversas mejoras. De cualquier forma, los avances sustanciales en la tecnología minera se realizaron hasta ya avanzado el siglo XIX, cuando se introdujo el beneficio por cianuración y dejaron de aplicarse el beneficio de patio y el de fundición. En cuanto a la administración sabemos que, aunque no siempre fueron claras las cuentas de las empresas familiares o de las compañías y que a veces hubo desfalcos, existen cuadernos de fábrica, inventarios anexos a los testamentos y otros documentos que muestran los estados financieros de las empresas mineras, ya fueran de corte familiar o de las compañías registradas ante notario público, en las que se da cuenta de salarios y número de empleados en las diversas faenas. Ejemplo de estos descalabros en las empresas mineras es el que ocurrió en 1715, cuando los mineros de origen vasco, Pedro y Joseph de Sardaneta, junto con su cuñado el comerciante de origen aragonés don Francisco de Guirles, habían concertado una compañía para explotar la mina de Rayas;12 dicha compañía se separó en 1725 con una deuda de 135 984 pesos a diversos acreedores. Guirles, el año de su muerte, 1732, aún debía 48 328 pesos.13 Otro ejemplo de estas compañías es la que tenían concertada don Juan de Herbas con don Joseph de Gorostiza y el contador don Bernardo López Peñuelas para explotar varias minas en Serena.14

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Los indios y los mulatos también formaron compañías mineras, aunque con frecuencia desistían de su apropiación por falta de capital, por haber contraído deudas impagables o por haber cometido errores de carácter técnico, entonces donaban sus acciones o parte de ellas —barras— a sus acreedores que solían ser los grandes mineros; así fue como en 1700, el mulato libre Juan Espinoza de los Monteros donó a don Francisco Muñoz, vecino del monte de San Nicolás, “cuatro barras de mina” en la mina de la Encarnación que se encontraba en el mineral de Peregrina, que a su vez había recibido en donación del dueño de la mina.15 Entre los pocos registros que dan noticia sobre los salarios de los operarios, se encuentran también alusiones y datos sobre el partido,16 pues este privilegio obrero disgustaba sobremanera a los empresarios que veían mermadas sus ganancias. No en balde se conoce cuánto aportaron los trabajadores de la mina de Valenciana del fondo de piedra de mano para construir el templo de San Cayetano; en efecto, este fondo que comenzaron a juntar los operarios de las minas el 16 de marzo de 1776 y cesó el 29 de julio de 1791, reunió 509 745 pesos 3 reales.17 Además, el conde de Regla y los mineros de Guanajuato intentaron desaparecer el partido, lo cual provocó reacciones violentas de los trabajadores de las minas, especialmente en Pachuca y Real del Monte en 1766, lo que atrasó la desaparición del partido hasta la década de 1830 con la instalación de las compañías mineras inglesas. El propio cabildo de Guanajuato decidió que no era conveniente presionar a los operarios sobre este asunto, pues los trabajadores tendían a desamparar las minas a la primera provocación, aunque fuera leve, y con mayor razón en algo tan importante como el partido, a partir del cual obtenían buenas ganancias, superiores en mucho a su jornal ordinario.18 Por otra parte, en términos de gestión, a través de las diputaciones de minería los mineros lograron, durante el siglo XVIII, obtener privilegios

La mina de San Juan de Rayas descubierta en el siglo XVI, sigue siendo una de las más productivas del distrito minero de Guanajuato. 13 Archivo Histórico de Guanajuato (en adelante AHG), Inventario 2831, f. 63v. 14 Estos tres empresarios mineros formaron parte del cabildo de Guanajuato. Don Juan de Herbas, además, tenía numerosos negocios en San Miguel el Grande. AHG, Protocolos de Cabildo, libro 20, 1710,

doc. 117, fs. 175-180. 15 AHG, Protocolos de Cabildo, 1700, f. 202v. Peregrina se encuentra al noreste del centro de la ciudad de Guanajuato, pertenece a las minas de la llamada Veta Madre. 16 El partido era la cantidad de metal que extraían los jornaleros en jornada extra y que compartían con los mineros o parcioneros de las minas. 17 Guevara Sanginés, 1984, p. 45. 18 Danks, 1979, p. 292; Guevara Sanginés et al., 2003, p. 128.

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Mentz, 1980.

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fiscales y reducción de los precios del azogue, insumo fundamental en el beneficio de la plata. Como gestión, lograron que los mejores alumnos del Colegio de Minería hicieran sus prácticas profesionales en las minas novohispanas más importantes, como la de Valenciana, con lo que coadyuvaron a mejorar la eficiencia administrativa y productiva de las empresas mineras. Estos estudiantes, además, colaboraron como profesores de matemáticas en el Colegio de la Purísima Concepción, en Guanajuato,19 y promovieron las ideas ilustradas que les permitieron organizar a los operarios mineros para participar en el movimiento insurgente; en esa tesitura se encontraban Casimiro Chowel,20 Rafael Rojas y Rafael Dávalos. En cuanto a la diversificación de actividades económicas, los empresarios guanajuatenses invirtieron en minería y comercio, pero también en haciendas agropecuarias, en el abasto de carne a los centros urbanos como las ciudades de Guanajuato y México, y a la compra-venta de esclavos y de bienes inmuebles urbanos. La famosa hacienda de San José de Burras, que en 1810 era propiedad de don Mariano de Sardaneta, marqués de Rayas, es un ejemplo de este tipo de inversión diversificada, pues en ella, aparte de sembrar cereales, se criaban burros y mulas para diversas faenas en las minas y haciendas de beneficio, siendo, además, una hacienda de beneficio. Mourelle describe esta hacienda en 1790 con las siguientes palabras: “me franquearon todas las oficinas en que se laborean los metales, empezando desde su reducción a polvo hasta verlo en pasta, ya por azogue y ya por fuego”.21 Los estudios prosopográficos y la construcción de redes de relaciones sociales y económicas han permitido seguir la dinámica de las familias empresarias y observar cómo en algunos casos, en un largo proceso que comenzó a finales del siglo XVI y culminó en el siglo XIX, pasaron de pequeños propietarios a grandes empresarios-propietarios-comerciantesmiembros del cabildo como los Sardaneta, los Busto, los Septién o los Obregón en la región Guanajuato-Querétaro-San Luis Potosí.22

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En efecto, los Sardaneta llegaron a finales del siglo XVI a la Ciudad de México, de donde pasaron a las minas de San Luis Potosí y en el transcurso del siglo XVII se instalaron en la villa de Guanajuato.23 Los Busto llegaron a la villa de León a finales del siglo XVI y desde entonces establecieron relaciones de parentesco con varias familias, entre las que se encontraban los Marmolejo de Santa María de los Lagos, los Liceaga, los Aranda y posteriormente los Alamán. Poco a poco fueron extendiendo sus redes familiares de la villa de Guanajuato a una amplia región que comprende los Altos de Jalisco, el Bajío y Querétaro.24 El espíritu emprendedor de la generación de don Francisco Matías de Busto, primer marqués de San Clemente, hizo de esta familia una de las más prósperas en Guanajuato, lo que les redituó en honor y privilegios en la villa minera como miembros del cabildo, de varias cofradías y benefactores de la Iglesia. Tuvieron relaciones intensas con sus esclavos y con sus sirvientes mulatos libres, lo cual les acarreó numerosos conflictos familiares y aun judiciales.25 En cuanto a los Obregón, sabemos que ya habitaban en las tierras de la alcaldía mayor de León en el siglo XVII. El más conocido de ellos, don Antonio de Obregón y Alcocer, emigró a la villa de Guanajuato en algún momento durante la segunda mitad del siglo XVIII. Allí vivió en el barrio

Ahora sede de la Universidad de Guanajuato. Chovel es recordado en Guanajuato no solamente por su participación en la guerra de independencia, sino por haber descubierto un mineral cuyo nombre es una derivación de su apellido: “Chovelia”. 21 Mourelle, 1996, p. 31. 22 Caño Ortigosa, 2005.

23 El primero de los Sardaneta en llegar a la Nueva España fue Pedro Pérez de Sardaneta, proveniente de Guipúzcoa, y se estableció en el siglo XVII en San Luis Potosí donde contrajo matrimonio con Antonia Rutiaga Adriansen, con quien procreó diez hijos. Uno de sus hijos, Antonio, en 1652 contrajo nupcias con doña Ana Muñoz en la villa de León, con ella tuvo ocho hijos, entre ellos a José, quien casó con Rosa María de Ojeda Espejo y Echeveste, con quien procreó seis hijos, entre ellos a don Vicente Manuel, primer marqués de Rayas. Don Vicente Manuel casó con Ángela de Rivera y Llorente, con quien tuvo un hijo, Mariano, segundo marqués de Rayas, miembro de la sociedad secreta de los Guadalupes, además de participar en la primera Junta Gubernativa de México. Otros hijos de don José fueron mineros prominentes como Teresa, Clara Joaquina y Francisca. Su hijo José Joaquín fue rector del colegio jesuita de Guanajuato, origen de la Universidad de Guanajuato. 24 En efecto don Pedro de Busto llegó procedente de León en España a la villa de León en 1590, contrajo matrimonio con doña Leonor Diez de Noriega, con quien tuvo varios hijos, uno de ellos, Francisco, casó con doña Francisca de Moya y Monroy. Este matrimonio se estableció en el Real de Minas de Guanajuato a fines del siglo XVII donde procrearon varios hijos que se dedicarían a la minería y tendrían propiedades rurales. Tres de ellos fueron famosos por su actividad empresarial: Juana, Teresa y Francisco Matías. Francisco Matías adquirió el título de marqués de San Clemente en 1730 por sus servicios a la Corona en la minería. Heredó el título de marqués su hijo Cristóbal, quien residía en la villa de León. Su nieto Pedro de Busto perdió el marquesado por problemas familiares y disminución de los bienes. Entre los descendientes del primer marqués de San Clemente se encuentra don Lucas Alamán. 25 Guevara Sanginés, 2000, pp. 175-184.

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de San Roque con una tía pariente de su padre y a quien declararon “dementada”. Su audacia lo condujo a crear uno de los grandes emporios mineros de la Nueva España que llevaría al rey a considerar a Guanajuato como la “joya de la Corona”. Sus hijas se casaron con dos empresarios peninsulares,26 “arribistas”, que heredarían parte de su fortuna, con la que adquirieron propiedades a lo largo de la Nueva España que incluían haciendas ganaderas en tierras ubicadas en el actual estado de San Luis Potosí. Su hijo Antonio heredó el condado de Valenciana y aumentó los bienes de la familia. A su muerte hereda sus bienes a su hermana Ignacia, casada con Diego Rul. Todos ellos, además, tenían negocios en la Ciudad de México. Aunque con variantes por las particularidades de los rubros productivos, en otras regiones, como el centro de Veracruz, los propietarios de tierras dedicadas a la producción de azúcar y ganado, en un primer momento en el siglo XVI y luego en el siglo XVII, tuvieron una mentalidad empresarial semejante a la de los mineros guanajuatenses. A la usanza de la época vincularon parte de sus propiedades a mayorazgos como un paso para alcanzar situaciones de privilegio. Sin embargo, conforme fue pasando el tiempo se convirtieron en propietarios renteros, hasta que en el siglo XIX se vieron compelidos a vender sus propiedades por deudas, como es el caso de los bienes pertenecientes a la familia Hernández, algunos de los cuales estuvieron vinculados al mayorazgo de la Higuera (El Grande, San Antonio Tenextepec, Mahuixtlan, etcétera).27 Aunque no hemos podido identificar mayorazgos fundados con propiedades de las familias mineras guanajuatenses, excepto las pertenecientes al mariscalato de Castilla, los bienes adquiridos con la riqueza de las minas de Guanajuato en raras ocasiones permanecieron por más de tres generaciones en la misma familia, verbigracia el marquesado de San Clemente que se perdió en la tercera generación a consecuencia de las múltiples deudas de sus empresas y de comportamientos que causaron escándalo y redundaron en la pérdida de honor y prestigio, como veremos en el siguiente apartado.

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Propietarios de esclavos Como lo han demostrado diversos autores contemporáneos y cronistas novohispanos, los propietarios de esclavos, desde el siglo XVI hasta el XIX, pertenecieron a diversos estratos de la sociedad. En efecto, entre ellos se encontraban desde libertos y viudas pobres hasta grandes empresarios, nobles y funcionarios públicos.28 Si bien hasta el momento no he encontrado ningún caso de esclavos manumitidos dedicados después al tráfico de esclavos en Guanajuato, como se ha documentado para la Ciudad de México, los empresarios miembros de las familias de la élite y de las familias de pequeños y medianos propietarios contaban entre sus bienes a esclavos. Aunque, como se puede apreciar en los cuadros siguientes, en el siglo XVIII no poseyeron grandes esclavonías como las de las haciendas cañeras de las tierras veracruzanas.29 Por censos económicos que contaron a mineros y esclavos, y por documentos notariales en los que se registraron quiebras y embargos, sabemos que en el siglo XVI los mineros poseían cantidades considerables de esclavos. Así es como encontramos a don Pedro Marfil, uno de los primeros propietarios de haciendas de beneficio, quien llegó a tener más de veinte esclavos.30 El éxito de los grandes empresarios mineros que hemos ido rastreando se vio coronado con el otorgamiento de varios títulos de nobleza; en efecto, en 1730 don Francisco Matías de Busto y Moya, además de convertirse en caballero de Calatrava, adquirió el título de marqués de San Clemente. Para ese momento, don Francisco Matías y su familia habían invertido exitosamente en haciendas agropecuarias, inmuebles en las villas de León y Guanajuato y explotaban varios fundos mineros, principalmente en la mina de Guadalupe conocida como Cata, pero también en Mellado y en las Ánimas. Sus haciendas más importantes eran las de Villachuato (Pátzcuaro) y San Joseph de la Cañada, en Silao.31 Al menos dos de los hermanos del marqués de San 28 29

Velázquez Gutiérrez, 2006, p. 123. Naveda Chávez-Hita, 1987, p. 98.

26 Antonio Pérez Gálvez, conde de Pérez Gálvez, originario de Málaga, y Diego de Rul, conde de Casa Rul.

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31 AHG,

Bermúdez Gorrochotegui, 1987; Santamaría Paredes, 2009.

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Archivo General de la Nación (en adelante AGN), ramo Tierras, 23, f. 98v. Protocolos de Presos, caja 2, libro 4, fs. 165-173.

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Clemente, Antonio y Bartolomé, se asentaron en la jurisdicción de la congregación de Irapuato donde poseían las haciendas de Thomelopez y Tamascatío.32 Otra de las hermanas del marqués, Teresa Josefa de Busto y Moya, además de poseer varios esclavos, contaba entre sus numerosos bienes varias casas en la villa de Guanajuato y haciendas de producción mixta como la de Aguasbuenas (Silao), donde además de sembrar y criar ganado, se beneficiaba el mineral extraído de las minas de la familia.33 De hecho, sobre una de sus casas, ubicada en la calle del Cerero,34 se construyeron el hospicio, el colegio y el templo de los jesuitas. Doña Teresa Josefa de Busto y Moya, recordada como ilustre matrona guanajuatense, promovió entre los mineros el proyecto de establecer un colegio de la Compañía de Jesús en la villa de Guanajuato, con el objetivo de educar a los jóvenes de la villa sin necesidad de que se ausentaran de la casa paterna, y, además, con la intención de fortalecer la vida espiritual del resto de la población, coadyuvando a la labor del clero secular que administraba la parroquia de Guanajuato y de otras órdenes religiosas como los betlemitas que atendían a los numerosos guanajuatense enfermos y los dieguinos. Para lograrlo, doña Josefa se dio a la ardua tarea de convencer a los mineros para que donaran dinero en efectivo y otro tipo bienes para dicha obra pía. Es así como en el año de 1732 arribaron a la villa de Guanajuato los jesuitas que establecieron un hospicio y luego edificaron el templo y el colegio de la Santísima Trinidad. El éxito de los jesuitas fue tal que se reflejó en varias vocaciones sacerdotales de guanajuatenses, en particular dos nietos del marqués de San Clemente, Francisco y José, hijos de doña María Manuela de Busto y Marmolejo y de don Domingo de Alegría, quienes ingresaron a la Compañía de Jesús en sus años mozos y fueron expulsados en 1767, junto con sus demás correligionarios, de acuerdo a la Pragmática firmada por Carlos III. Años más tarde, doña Manuela, con amargura 32

Archivo Histórico Municipal de Irapuato (en adelante AHMI), Protocolos de Cabildo, caja 1, libro 2, fs. 82v-84 y161-161v. 33 Esta hacienda es famosa por contar con aguas termales a las que los vecinos de la región les han atribuido cualidades curativas. 34 Ahora Lascurain de Retana.

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explicitaría en su testamento las causas por las cuales no podía dejarles herencia a sus amados hijos jesuitas.35 Por las descripciones que están en los documentos, donde se registran las transacciones en las cuales estuvieron involucrados los esclavos de los Busto, inferimos que la mayoría estaban dedicados a las labores de carácter doméstico, pues en ninguna escritura se especifican sus oficios. Además, como se observa en el Cuadro 1, los registros notariales, incluyendo testamentos, permiten asumir que esta familia no poseía muchos esclavos, a pesar de su privilegiada situación social y económica. Sin embargo, de los conflictos sociales en los que se vieron envueltos los Busto y que también fueron documentados en su tiempo, se desprende valiosísima información para reconstruir la vida cotidiana de la villa minera y las relaciones entre amos y esclavos. En efecto, los descendientes del marqués de San Clemente protagonizaron varios conflictos familiares en los que sus esclavas domésticas y criadas mulatas jugaron un papel importante; estos casos fueron de tal envergadura que se ventilaron en varios juzgados civiles y eclesiásticos. Uno de estos conflictos ya ha sido tratado en otros trabajos, por lo que solamente mencionaré que una de las hijas del marqués de San Clemente congenió con las esclavas domésticas a tal grado que compartían intimidades y espacios de descanso, es decir, dormían en la misma recámara.36 Además, las esclavas fueron protagonistas en una aventura amorosa entre la niña Busto y su enamorado, un comerciante peninsular de apellido Balenchana. La participación de las esclavas no se quedó en el simple acto lúdico de colaborar en la redacción de las cartas de amor, sino que actuaron como celestinas llevando y trayendo billetes y regalitos. La suerte de la esclava que participó con mayor entusiasmo en este asunto no fue afortunada, pues en el transcurso del juicio, por incumplimiento de promesa de matrimonio contra su ama, fue vendida a un obrajero de la Ciudad de México, quien después de acusarla de ladrona la envío a trabajar a un obraje. El nieto de don Francisco Matías de Busto y Moya, don Pedro, quien era el heredero al marquesado, vivió una situación humana más trágica al 35 AHG, Protocolos de Presos, 1760, f. 280v; AHG, Protocolos de Presos, 1773, f. 269v. 36 AGN, ramo Clero Regular y Secular, vol. 79; Guevara Sanginés, 2000, p. 175.

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pretender contraer matrimonio con una mulata libre. La marquesa madre acudió a las autoridades civiles para que se aplicara la Pragmática de Matrimonios, así que don Pedro terminó acusado de andar con malas compañías, encarcelado por ebrio y sin marquesado.37 Mientras que la mulata, Andrea Martínez, tuvo que residir sola y abandonada en Valladolid, mientras trataba de defenderse ante las autoridades eclesiásticas. Fue despojada por la marquesa de sus dos hijos pequeños, quienes fallecieron poco después.38 Este caso que comentó de pasada David Brading en su libro ya clásico, Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810), es un reflejo de las relaciones desiguales en una sociedad estamental. El único crimen de Andrea Martínez fue ser descendiente de mulatos tributarios, según el testimonio de los españoles, vecinos del Real de Minas de Comanja, quienes declararon a favor de la marquesa de San Clemente que […] la expresada Andrea Martínez por quien se le pregunta es hija de Vicente Martínez y de Manuela de Guzman vecinos que fueron del Real de Comanja, y estos fueron comúnmente tenidos, y reputados por mulatos moriscos, y por cuya calidad contribuian el real tributo en el citado Real de Comanja.39

En cambio, es poco conocido el caso de la manumisión de una mulata llamada Juana Gertrudis, descendiente de un hermano del primer marqués de San Clemente, que a la letra dice: Libertad de esclava. Sepan quantos, la presente vieren como yo Don Antonio de Bustos y Xeres, vecino desta congregación de Irapuato tutor y curador adbona de las personas de doña Antonia de Bustos, y mas sus tres hermanas, menores que quedaron por muerte de Doña Micaela Barreto mi esposa difunta que hubimos y procreamos durante nuestro matrimonio. Dijo que por quanto por muerte de dicha doña Micaela, entre otros vienes quedo una mulata nombrada Juana Getrudis esclava criolla y nacida en mi casa la qual es blanca, lasia y sera de edad de veinte y cinco a[ño] s a la qual por haver indicios de ser hija de Don Bartolomé de Busto mi hermano, el dicho se ha convenido conmigo en darme, doscientos y sinquenta pesos de su valor y que le de la libertad, e yo por hazerle bien he venido en ello y poniéndolo en efecto 37 38

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en aquella via y forma que mexor lugar haia en d[erec]ho otorgo que haorro y liberto a la dicha Juana Getrudis de toda sujeción y captiverio para que desde oi en delante de la fecha de esta pueda gozar y goze de su libertad adquirir bienes y hazienda tratar y contratar, hazer escriptura y obligaciones otorgar su testamento o cobdisilios y mandar sus bienes a quien quisiere o le pareciere, litigar y parecer en juicio y hacer todos los demas actos que hazer pueda y deven hazer las personas libres y no sujetas a captiberio y declaro que esta libertad, la hago por las causas y razones que llevo referidas y por que el d[ic]ho Don Bartolomé de Busto, me ha dado y entregado los dichos doscientos y sinquenta pesos en reales de contado a mi satisfacción sobre que renuncio leyes de la entrega y su prueba, siendo condicion de esta libertad el que el dicho mi hermano da dichos doscientos y sinquenta pesos en reales de contado a mi satisfacción sobre que renuncio leyes de la entrega y su prueva; siendo condision de esta libertad el q el dicho mi hermano da dichos doscientos sinq[uen]ta pesos, por la dicha Juana Getrudis para su redempcion en quanto al captiverio pero, con el cargo y gravamen de entrar en un combento beaterio, u otra clausura a servir de criada y quando por accidente o falta de lic[enci]a de Su I[lustrísi]ma o del S[eño]r Provisor sepa o huia la entrada a la d[ic]ha Juana en d[ic]ha clausura se ha de poner a la voluntad de dicho Don Bartholome, en su cassa o en la que le pareciere mas segura y que la d[ic]ha viva bien y honestamente, recoxida: sin tener lugar ni pretexto para cometer ofensas contra Dios cuia condicion yo el dicho Don Antonio acepto y doi por acentada como contrato lisito.40

El texto es elocuente, don Antonio acepta que la esclava es su pariente, pero no está dispuesto a dejarla “suelta”, es preciso tenerla en “clausura” o sujeta a don Bartolomé de Busto, progenitor de la susodicha esclava. Como es una situación de manumisión incompleta, el amo se cura en salud ante la autoridad real, ¿por qué?, ¿no hay afecto?, ¿Juana Gertrudis resulta una amenaza en la distribución de bienes de los Busto?, ¿es un asunto de deshonor de la familia? En última instancia no sería ni el primero ni el último de los actos de los Busto en el que su honor y prestigio se vieron comprometidos, por no decir que resultó en escándalo, público y notorio, como dirían en el siglo XVIII. El Cuadro 1 está formado por algunos ejemplos del número de esclavos que fueron objeto de transacciones comerciales realizadas por los miembros de la familia Busto, en las que se vieron involucrados sus esclavos.41 En

Guevara Sanginés, 2000, p. 118.

Archivo Histórico Casa Morelos, Diocesano, Justicia, Procesos contenciosos, Matrimonios, caja 752, exp. 428, Valladolid, 1788. 39 Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, Sección Microfilm, Serie León, Rollo 24, 1786.

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40 AHMI, Protocolos de Cabildo, caja 1, libro 2, fs. 179v-181. 41 Datos obtenidos de las escrituras que se encuentran en el AHG, en los Protocolos de Cabildo, Presos y Minas.

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otras palabras, muestra las compras, ventas, alhorrías o declaración de bienes en los testamentos. En el caso de los registros realizados por doña María Lorenza de Reynoso, viuda del marqués de San Clemente, se refiere a los esclavos que manumitió o vendió como parte de la ejecución del juicio de sucesión a la muerte del marqués de San Clemente.

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concluye Cuadro 1 Familia Busto Busto y Xeres, capitán Francisco de Busto, Ana de

Número de Datos del propietario esclavos 2 2

Cuadro 1 Familia Busto Aranda y Saavedra, Manuel de

Fecha

Difunto. Juicio de

Santa Fe de

1702-

sucesión Esposa de Joseph

Guanajuato Santa Fe de

1703 1700-

Velázquez de la

Guanajuato

1702

Santa Fe de

1731

Residencia

Fecha

Busto, Joseph Antonio de

2

Rocha Clérigo presbítero

Regidor y alcalde

Santa Fe de

1710

Busto, Francisco Mathias de

6

Minero, marqués de

Guanajuato Santa Fe de

1707,

provincial de la

Guanajuato Busto, Joseph de

3

San Clemente Minero

Guanajuato Santa Fe de

1758 1701

Busto, Joseph Joachin de

1

Minero

Guanajuato Santa Fe de

1731

Busto, Matiana de

3

Guanajuato Santa Fe de

1700-

Busto, Nicolás

2

Difunto

Guanajuato Santa Fe de

1707 1696

Moya y Monroy,

1

Viuda del capitán

Guanajuato Santa Fe de

1703

Francisca de

Francisco de Busto

Guanajuato

Moya y Monroy, Anna de

y Xeres Viuda del gene-

Santa Fe de

ral Damián de

Guanajuato

Número de Datos del propietario esclavos 6

Residencia

Santa Hermandad, capitán. Esposo de doña Teresa Josefa Busto y Alcocer, María Gertrudis de Busto y Marmolejo,

1

de Busto y Moya Casada

Santa Fe de

1733

Guanajuato 1

Gregoria Javiera de

Viuda de don

1780

José Antonio de Mendizábal

Busto y Moya, Andrés

1

Santa Fe de

de y Francisco Xavier de Busto Busto y Monroy, María de

1702

Guanajuato 1

Santa Fe de

3

1701

Villavicencio

Guanajuato Busto y Moya, Andrés de

Busto y Moya, Josepha Teresa de Busto y Moya, Juana de

Moya y Monroy,

1 2 5

provincial de la Sta.

Guanajuato

1702,

Francisca de Moya y Monroy, María de

1

Hermandad Viuda de Manuel de

Santa Fe de

1709 1731

Reynoso y Manso, María

2

Aranda y Saavedra Esposa del capitán

Guanajuato Santa Fe de

1704-

Antonio Sánchez

Guanajuato

1731

3

Minero, alcalde

Santa Fe de

1701,

Lorenza de

Santa Fe de

1696

Esposa de Pedro de

Guanajuato Santa Fe de

1707,

la Rea Viuda del primer

Guanajuato Santa Fe de

1709 1758,

marqués de San

Guanajuato

1760,

Clemente

Salgado, alcalde ordinario

136

1709

137

1768

ULÚA 19/ENERO-JUNIO DE 2012

Otra de las familias de grandes empresarios que poseía esclavos fue la Sardaneta y Legaspi, quienes en el siglo XVIII adquirieron el marquesado de Rayas después de arduos trabajos en sus minas, particularmente en la de San Juan de Rayas. A diferencia de los Busto, los Sardaneta actuaron más como empresarios modernos y arriesgaron en innovaciones tecnológicas, además tuvieron una postura política más radical (ilustrada) que tendía hacia la abolición de la esclavitud, no solamente en la práctica, sino en el discurso que en ocasiones incluyó el reconocimiento de la valía de los trabajadores de origen africano, por lo menos es hacia donde nos ha llevado la documentación encontrada. En efecto, si bien algunas de las mujeres de esta familia vendieron y compraron varios esclavos durante el siglo XVIII, uno de sus miembros, don Antonio, abogado de la Real Audiencia, defendió el caso de un niño sedicente hijo de esclava que fue depositado poco después de su nacimiento en la casa de una familia otomí, y que sus supuestos dueños reclamaron después de ocho años, en el momento en que el trabajo del niño mulato podía redituar ganancias a los amos. Sin embargo, erraron en el tiempo legal, pues cuando hacen la denuncia, la ley sobre sujeción y cautiverio había prescrito.42 Además, los hijos de don Joseph de Sardaneta, en particular Vicente Manuel, quien obtendría el título de primer marqués de San Juan de Rayas, manumitieron a sus esclavos de acuerdo a los usos y costumbres de la época, es decir, generalmente lo que hacían era otorgar la libertad a cambio de la cantidad de pesos que recibirían si los hubieran vendido a un buen comprador.43 Mientras que don Mariano Sardaneta, segundo marqués de Rayas, fue identificado como miembro de la sociedad secreta de los Guadalupes y acusado de infidente varias veces entre 1809 y 1817 por su apoyo a los insurgentes con dinero, avituallamiento y en la organización de su sistema de espionaje,44 además de ser miembro del cabildo de la Ciudad de

42

PROPIETARIOS DE ESCLAVOS EN GUANAJUATO

México y apoderado del virrey Iturrigaray. En Guanajuato también participó políticamente como miembro del cabildo. De las declaraciones que le fueron tomadas durante el juicio por infidencia que se le siguió en 1817, se desprende su postura como liberal, quizá moderado. En las respuestas al interrogatorio a que se le sujetó, se afirmó como contrario a la explotación de mulatos y castas, lo cual no le impidió ser propietario de esclavos. Su esposa, doña Ángela Llorente, se quejaría amargamente ante el cabildo de Guanajuato por el exceso de préstamos a la Corona que se vio forzada a otorgar para la causa realista y por los constantes asaltos a la hacienda de Burras de la que dependía, en buena medida, la manutención de su familia, mientras su esposo se encontraba encarcelado y sujeto a juicio por insurgente.45 Doña María Teresa de Sardaneta, tía de don Mariano y esposa de don Francisco de Guirles, acaudalado comerciante que invirtió en la minería, se distinguió como empresaria minera y benefactora de los pobres de Guanajuato. En particular, a sus puertas fueron depositados numerosos niños, a los que acogió como hijos suyos. La más pequeña de sus hijos adoptivos, en el juicio de sucesión como heredera, fue calificada de mulata. Doña Teresa, digna hija de su tiempo, a pesar de su generosidad y vida caritativa, fue propietaria de varios esclavos. Es presumible que como comerciante se dedicara a comprar y vender esclavos, sin embargo, entre los documentos registrados en los archivos notariales de Guanajuato se encuentran varias cartas a través de las cuales manumitió a varios de ellos. En esta familia, como en las otras familias de la élite minera guanajuatense que estamos estudiando, hubo varios clérigos que también poseyeron esclavos como se puede observar en el Cuadro 2, donde presentamos una pequeñísima muestra de las transacciones realizadas por los Sardaneta en las que involucraron a sus esclavos. Por su parte, otra familia de la élite de la alcaldía mayor de Guanajuato, Bravo de Laguna, cuyos miembros residieron en la villa de Guanajuato y en la congregación de Irapuato desde el siglo XVII, también eran propietarios de haciendas agropecuarias y tuvieron intensas relaciones económicas y de parentesco con los mineros de Guanajuato. Entre

Escriche, 1880, p. 213.

43 AHG, Protocolos de Presos, caja 2, 44 AGN, Infidencias, vol. 91, exp. 1.

libro 3, 1746, fs. 18r-19, 349-350 y 352-353. 45

138

Biblioteca Armando Olivares, Fondo Reservado, Libro copiador de la Marquesa de Rayas, 1817.

139

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las dotes de sus hijas se encontraban esclavos para ayudar a “soportar las cargas de la vida maridable”.46 Uno de ellos, don Juan Bravo de Laguna, clérigo presbítero, en la década de 1730, tuvo un papel importante como dirigente en la congregación de Irapuato, no solamente como cura de almas, sino como líder comunitario y propietario de esclavos. Cuadro 2 Familia Sardaneta

Número

Datos del propietario

Residencia

Fecha

Sardaneta y Legaspi,

de esclavos 1

Capitán

Villa de Santa Fe

1708

Antonio de Sardaneta y Legaspi,

1

Presbítero

de Guanajuato Cerro de San

1704

Antonio Pérez de

Pedro, San Luis

Sardaneta y Legaspi,

11

Minero, alguacil mayor

Potosí Villa de Santa Fe

1708,

Joseph de Sardaneta y Legaspi,

7

del Santo Oficio Esposa de Francisco

de Guanajuato. Villa de Santa Fe

1731 1700-

de Guirles, notario

de Guanajuato

1709

Villa de León

1708

María Theresa de

del Santo Oficio de la Inquisición, comerciante y minero Sardaneta y Legaspi,

1

Pedro de

Otro clérigo que es frecuentemente nombrado en las crónicas irapuatenses por su intensa labor como cura de almas es don Ramón Barreto de Tábora, quien también poseía varios esclavos.47 Tanto los Bravo de Laguna como los Barreto de Tábora realizaron varias de sus transacciones económicas —vendieron o compraron esclavos— en la ciudad de Guanajuato a lo largo del siglo XVIII.

PROPIETARIOS DE ESCLAVOS EN GUANAJUATO

En cuanto a otra familia prominente de la región propietaria de esclavos, la Septién y Montero, apuntamos que durante el siglo XVIII jugó un destacado papel económico y político en las ciudades de Guanajuato y Querétaro. Los varones de esta familia pertenecieron al ejército, se dedicaron al comercio y a la minería, y participaron en las decisiones políticas regionales como miembros de los cabildos de Guanajuato y de Querétaro. Así es como encontramos a don Juan Fernando de Septién y Montero, capitán de granaderos, comerciante y miembro del cabildo de Guanajuato, propietario de esclavos que entre 1745 y 1753 vendió y liberó a varios de sus esclavos.48 En efecto, en 1753, don Juan Fernando recibió 400 pesos de Gertrudis Bernabela, madre de la esclava María Francisca y abuela de la pequeña esclava María Antonia Laureana, por concepto de la manumisión de dichas esclavas, madre e hija.49 Es de sorprender que en la segunda mitad del siglo XVIII y en los primeros años del siglo XIX no hayamos encontrado registros notariales que den cuenta de compra-ventas, donaciones, dotes o testamentos en los que el conde de Valenciana, don Antonio de Obregón y Alcocer, y sus herederos mencionen a sus esclavos. Sin embargo, en la familia Alcocer sí hubo esclavos como se desprende de los siguientes ejemplos: en 1750 el presbítero don Francisco Alcocer, vecino de Guanajuato, dio su poder a don Antonio de Obregón, entonces vecino de Pénjamo, para que vendiera un esclavo mulato llamado Zelidón;50 don Francisco además heredó de su madre doña Regina de Alcocer otras esclavas, María Antonia y María Josepha.51 En la apreciación que hemos hecho sobre la importancia de los esclavos como una inversión a la cual recurrir en casos de necesidad extrema, encontramos un ejemplo elocuente en la venta de dos esclavos domésticos realizada en 1759. Los bachilleres en medicina don Joseph Alejo de Fuentes y don Manuel de Espinosa dieron fe del estado de salud de doña María Antonia de Alcocer, tía de don Antonio de Obregón y Alcocer, a quien declararon “dementada”. 48 AHG, 49 AHG,

46 AHG, Protocolos de Cabildo, 1696. 47 AHMI, Protocolos de Cabildo, Libros

1, 2 y 3; Martínez de la Rosa, 1965; Martín Ruiz, 1999.

140

en los protocolos notariales, registrados como libros de protocolos de Cabildo y de Presos. Protocolos de Presos, caja 5, libro 10, 1753, fs. 264v-265v. 50 AHG, Protocolos de Presos, caja 4, libro 7, 1753, fs. 317-317v. 51 AHG, Protocolos de Presos, caja 7, libro 14, 1757, fs. 105-106v.

141

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Era necesario cuidar, alimentar, curar y comprarle medicinas a doña Antonia, por lo cual su sobrino don Antonio Obregón solicitó licencia al alférez de caballería y teniente general de alcalde mayor, don Francisco de Ochoa Elizalde, yerno del marqués de San Clemente, para vender dos esclavos propiedad de doña María Antonia, María Anastasia de 12 años y Francisco María.52 Los esclavos entonces fueron comprados por el diputado de minería don Francisco de Uribarren. Aunque no existe razón aparente para no darle crédito a la bonhomía de don Antonio respecto al tratamiento de su tía, lo cierto es que surgen innumerables interrogantes ante dicha situación. El caso es que en 1759, Obregón se encontraba terriblemente endeudado en su aventura minera, es decir, estaba invirtiendo en la exploración de la mina de Valenciana con poco éxito y muchas pérdidas. Tardó todavía algunos años para alcanzar la bonanza que lo haría inmensamente rico y le permitiría adquirir el título de conde de Valenciana.

PROPIETARIOS DE ESCLAVOS EN GUANAJUATO

Algunos propietarios que no fueron empresarios, particularmente mujeres, vivieron de rentar o vender sus posesiones incluyendo sus esclavos, más que de la producción de bienes materiales. Considero que aún no está agotado el tema, por lo que resulta pertinente seguir trabajando en la reconstrucción de la historia de la vinculación entre esclavos y amos, así como comparar los resultados de otras investigaciones sobre élites, que incluyen el estudio de amos y esclavos. Resulta de particular interés ligar el estudio de las regiones colindantes a Guanajuato, pues comparten varios elementos socioculturales; en ese sentido, los trabajos sobre Querétaro realizados por Juan Manuel de la Serna y Patricia Pérez Munguía sobre esclavos en la ciudad de Querétaro y la tesis de Carmen González sobre las redes familiares y económicas de la élite queretana,53 permitirán comprender mejor la diferencia entre el propietario-empresario y el propietario de esclavos rentista.54

Bibliografía

Comentarios finales Hasta donde hemos podido comprender a través de este breve trabajo y otros previos, el empresario novohispano no necesariamente era propietario, pero los grandes empresarios sí contaban, entre sus múltiples propiedades, con esclavos. Sin embargo, conforme fue avanzando el siglo XVIII se observa una tendencia a la disminución del número de esclavos. Por otra parte, los miembros de las familias empresarias de la élite guanajuatense participaron en la vida social novohispana como individuos y en diversas corporaciones como las cofradías o las reales sociedades de amigos del país; además, contribuyeron a la construcción, reparación y ornamento de templos y hospitales como parte de las obras pías a las que estaban obligados como cristianos, lo cual redundaba en el prestigio y honor de sus familias. Como apoyo a las cofradías ocuparon a varios esclavos, ya fuera como donación o como bienes para fundar capellanías.

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52 AHG,

Protocolos de Presos, caja 8, libro 16, 1759, fs. 244v-245v y 252v-253v.

142

Esta tesis aborda, entre otros asuntos, a la familia Septién y Montero, propietaria de esclavos y empresaria, y una de cuyas ramas se estableció en la ciudad de Guanajuato. 54 Serna, 1999; Pérez Munguía, 2010; González Gómez, 2007.

143

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La población afrodescendiente de la región de Tamiahua: la pesca y la resistencia a tributar a finales del siglo XVIII Filiberta Gómez Cruz*

L

a resistencia al pago de tributo en 1782 hizo emerger la

tra­scendencia de la práctica de la pesca entre los tres comunes: naturales, españoles y mulatos, como derecho inherente a los habitantes de la laguna de Tamiahua y de la barra del río Tanhuijo.1 La práctica cotidiana pesquera no se limitaba a la obtención de alimentos, sino que era tan suya que los residentes defendieron su derecho a obtener ganancias de ella, como desde siglos atrás lo hacían. Sin embargo, ese derecho no sólo significaba lo justo, puesto que era natural para los habitantes de la zona lagunar, sino que, además, cada uno de los tres estamentos involucrados lo habían adquirido mediante merced real.2 Así, en la negativa del común de españoles a la paga del tributo en 1782, declararon que de los 180 barcos chinchorros, es decir, provistos de redes para pescar, entre los de ellos y los de los indios apenas sumaban 30, perteneciendo a los negros y mulatos libres los 150 restantes. ¿Cómo fue que la pesca, fuente vital de todos los pobladores, se convirtió para los negros y mulatos de una actividad cotidiana en un estado de subordinación, a un status de predominio? Este sitio privilegiado que lograron tener

* Dirigir correspondencia al Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales, Universidad Veracruzana, Diego Leño 8, Centro, C.P. 91000, Xalapa, Veracruz, México, tel. (01) (228) 8-12-47-19, e-mail: [email protected] 1 En los padrones coloniales se distinguió a los residentes en europeos, españoles y castas, indios y mulatos; en este artículo uso indistintamente los nombres que los afrodescendientes se dieron a sí mismos para identificarse y solicitar el no pago de tributo o bien que fueron utilizados por aquéllos que redactaron los documentos que cito, a saber: negros y mulatos libres y pardos. 2 Nora Reyes Costilla sustenta la identidad étnica de los pardos en la sociedad del siglo XVIII (Reyes Costilla, 2003), mientras que en esta ocasión se hace hincapié en la amplitud del espectro poblacional donde la pesca no solo fue pilar de identidad para los afrodescendientes sino para todos los pobladores de la jurisdicción al ser una de las fuentes principales de ingreso y sustento.

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[147]

issn: 1665-8973

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en la esfera económica, lo explica el hecho de que una parte importante de la mano de obra afrodescendiente radicada en el área perteneció con el tiempo al cuerpo defensivo de las costas de Barlovento.3 Cabe resaltar que en la legislación colonial no existe la propiedad del agua en el sentido de propiedad privada absoluta, más bien se trata de la potestad de conceder el uso y aprovechamiento del agua; fue así que en respuesta a las solicitudes de acceso a las riquezas acuícolas por parte de los diversos estamentos, pudo ser otorgado simultáneamente o no a más de un solicitante.4

Antecedentes: la importancia

de la actividad pesquera en la región

Algunos antecedentes de la región permiten resaltar lo significativo de la actividad pesquera por representar una de las fuentes principales de riqueza de la zona; no obstante la práctica de la ganadería y de la agricultura, la de mayor factibilidad fue sin duda la pesca, debido a las características geográficas y a la calidad del producto. A mediados del siglo XVI, Tamiahua fue descrita como una lugar inhóspito: “cabe la mar; es tierra llana y seca; no se dan las frutas de Castilla ni de la tierra; no tiene buenos montes ni minas, es tierra caliente”; circunstancialmente los atributos naturales de la zona no habían sido descubiertos aún, y para la ambición de los colonizadores no ofrecía posibilidades para el enriquecimiento inmediato, pero en corto tiempo éstos encontraron en los productos de la laguna y la destreza de los indios una forma de obtener provecho. Irremediablemente, la práctica de la pesca fue una de las fuentes seguras de ingresos para todos los pobladores del área. De acuerdo con reportes 3

Carmen Castañeda y Laura Gómez detallan la importancia del Censo de Población para la intendencia de Guadalajara resaltando el hecho de que los documentos fuente para las intendencias de Guadalajara, Veracruz y Coahuila no fueron consultados por Humboldt, por lo que se creía que no se habían terminado, al menos para Guadalajara. Castañeda y Gómez, 2000, pp. 44-45. La buena noticia para la historia colonial de Veracruz es la existencia de los cuestionarios que fueron base del Padrón Militar de 1790 y los censos de población diferenciados en pueblos y residentes de ranchos y haciendas que han sido trabajados por diversos investigadores abarcado casi todas las regiones, véanse Blázquez Domínguez, 1996; Valle Pavón, 1996 y Gómez Cruz, 2008. 4 Serna, 2004, p. 180.

148

la población afrodescendiente de la región de tamiahua

coloniales posteriores, la región estaba caracterizada por la abundancia en recursos pesqueros y los naturales obtenían esa riqueza que les ofrecía la laguna. Con la llegada de los hispanos, la tributación en especie fue impuesta a los indígenas del pueblo de Tamiahua, que en 1543 consistía en cuatro canoas y cuatro pescadores con fisga, nasa o jaula, cada seis meses.5 Con todo, muy pocos españoles se interesaron en vivir en esos parajes de comunicación difícil. Aquellos que lo hicieron obtenían ganancias de las pesquerías. Las repetidas quejas y fallecimientos de los naturales, por lo excesivo de las jornadas de captura y beneficio de los productos de la pesca, obligó a la Corona a legislar al respecto prohibiendo, con disposición emitida en 1585, que se obligase a los indios a trabajar en las pesquerías para beneficio de los españoles, siendo sustituidos por mano de obra esclava negra.6 Algunos años después, los naturales reclamaron sus derechos de pesca y solicitaron la merced respectiva, que les fue otorgada el 1 de noviembre de 1591. Sin embargo, la armonía no prosperó entre los estamentos y ante la creciente presencia de los negros libres en el área, los afectados levantaron quejas. El conde de Monterrey, Gaspar de Zúñiga y Acevedo, salomónicamente confirmó el derecho de pescar a los tres grupos: naturales, españoles y pardos, derecho que fue ratificado por la Real Audiencia el 3 de junio de 1603; no obstante, los problemas persistirían entre la población en su afán de garantizar el sustento mediante el acceso a los frutos de la laguna. El virrey Luis de Velasco descubrió a Tamiahua como puerto en la desembocadura de la laguna en 1590 y remontó el estero, conoció de las riquezas pesqueras y obtuvo la encomienda de esas tierras, mencionada en la relación de la treintena que poseía el 17 de abril de 1597.7 El pueblo de indios constaba entonces de 184 tributarios que vivían en humildes chozas con sus familias. Hacia 1609, en el reporte del alcalde mayor de la jurisdicción de Huauchinango, se asienta que de Tanhuijo a Tamiahua se hacían pes5

Melgarejo Vivanco, 1981, p. 142. Vivanco, 1981, p. 144. 7 Torquemada, en Melgarejo Vivanco, 1981, p. 142, y Real Audiencia, también en Melgarejo 6 Melgarejo

Vivanco, 1981, p. 143.

149

ULÚA 19/ENERO-JUNIO DE 2012

querías de robalo, sargo, mojarra y camarón en mucha cantidad, frutos que se comerciaban en México y Puebla, trasladados hasta esas ciudades por medio de la arriería. “Entran grandes esteros de mar y surcan en ellos caimanes muy crecidos.” Además de los indios se beneficiaban de la actividad pesquera un catalán viudo, un flamenco casado, que tenía de caudal mil quinientos pesos, un canario y un mallorquín solteros.8 La demarcación lindaba al sur con Papantla, al norte con Pánuco y Tampico y al poniente con la cabecera de la alcaldía, la ciudad de Puebla. En ese mismo documento, el alcalde describe al pueblo de Tamiahua como […] tierra baja y cenagosa […] por la parte del oriente lo cerca el mar y por el poniente esteros, lagunas y pantanos […] de él a Méjico hay sesenta y cuatro leguas. Es tierra calurosísima. Hay gran abundancia de mosquitos de muchos géneros […] de Tanhuijo sale un estero o brazo de mar hasta Tamiahua, el estero deja hecha isla entre sí y la mar, y se extiende hasta Tampico, que dista de Tanhuijo hasta veintiocho leguas, hacia la costa […] parece un gran lago.9

La pertenencia a cada estamento social traía consigo derechos y obligaciones. Al principio los naturales gozaron solos del privilegio de pesca, pero al poco tiempo se asentaron algunos españoles que encontraron ocupación en las pesquerías, como lo narra Fray Alonso de la Mota y Escobar en 1609. La población parda no era predominante aún, sin embargo, las circunstancias la convirtieron en la mejor opción para la explotación de la zona. Ellos desempeñaban también otras actividades económicas importantes, como el cuidado de los hatos en las haciendas ganaderas y el cultivo y beneficio de la caña de azúcar.10 Paralelamente, el contrabando de mercancías y de esclavos se incrementaba cada vez más en las cercanías de la laguna, particularmente porque el entorno geográfico era propicio. Los ríos de Tuxpan y Tanhuijo y lo dilatado de las riberas envolvían las bocanas con exuberante vegetación

la población afrodescendiente de la región de tamiahua

que protegía el ingreso de barcas con cargamentos de sal, miel, vinos, aceite y otras mercaderías que procedían de Campeche, Jamaica y otras latitudes; al parecer los bajeles debían atracar en las cercanías, porque la escasa profundidad de las barras impedía su ingreso, viéndose obligados los comerciantes a la utilización de canoas para el traslado de los productos al pueblo de Tamiahua, donde se realizaba la venta. Ocasionalmente, arribaban también “navíos de negros”.11 La zona se convirtió en receptora de fugitivos y de comercio, ésas fueron otras de las razones que determinaron a la Corona a formar compañías de milicianos pardos y negros libres para la defensa de sus intereses. El 9 de marzo de 1677 Juan de Alvarado y Diego Martín, cabos de la escuadra de la compañía de pardos que estaba formada en el pueblo de Tamiahua, presentaron ante el alcalde mayor de Huauchinango un ruego mediante el cual expresaban las circunstancias de su condición de milicianos y donde, en representación propia y de la gente parda, negros y mulatos libres del pueblo de Tamiahua y de los demás soldados de dicha compañía y pardos libres de aquella jurisdicción, decían que “[…] por mandamiento del señor Marqués de Mancera virrey que fue de este reino de su fecha de 22 de febrero de 1668, tenemos formadas compañías de soldados de nuestra nación donde estamos enlistados y sirviendo a su majestad en todas las ocasiones que se ofrecen con nuestras armas y caballos por habernos obligado a ello nuestro alcalde […]”12 Narraban también cómo, repetidamente, se enfrentaban contra los corsarios ingleses que salían de sus guaridas que poseían en las cercanías de la laguna de Términos, desde donde continuamente salían a robar, y ellos, comprometidos ante las autoridades coloniales, los resistían cuantas veces intentaron invadir aquella comarca que protegían con toda vigilancia y cuidado, dejando a sus familias y de asistir al trabajo y ocupaciones.13

Cit. en Melgarejo Vivanco, 1981, p. 144. Melgarejo Vivanco, 1981, p. 28. 10 Fray Alonso de la Mota y Escobar, en sus “Memoriales, 1609”, consigna la existencia de trece estancias de ganado mayor. Véase Mota y Escobar, 1992, vol.1, pp. 187-188.

11 Toussaint, 1958, p. 299. El sentido de la expresión “navíos de negros” es imprecisa respecto de si eran fugitivos o se trataba del comercio ilícito de esclavos, en todo caso la relevancia radica en reconocer a la zona de Tamiahua como receptora de población afrodescediente. 12 Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Padrones, vol. 40, f. 188; AGN, Tributos, exp. 11, fs. 167-232, 27 de marzo de 1783. 13 AGN, Padrones, vol. 40, f. 189.

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Por ello, en reconocimiento a los servicios prestados, solicitaban la dispensa de tributar. Así, en 1679, los negros y mulatos libres, por pertenecer a la milicia que resguardaba las costas de Tamiahua, consiguieron la exención del tributo de acuerdo con la cédula enviada por el virrey, arzobispo fray Payo Enríquez de Rivera, fechada el 18 de septiembre del año mencionado. En dicho puerto habían sido formadas compañías de infantería y de caballería. Circunstancias que fueron recordadas puntualmente en 1782 como parte de la argumentación esgrimida para evitar ser alistados como tributarios. Medio siglo antes habían pretendido la exclusividad en la explotación pesquera del litoral, pero encontraron resistencia entre los españoles y naturales, con quienes disputaban las riquezas de ese territorio. Aunque sí lograron consolidar el vecindario, ya que en 1708 habían comprado en 250 pesos los terrenos que formaron el fundo legal, que de inicio dividieron en 180 solares y en ellos construyeron 270 casas. Así, cuando en 1732 hubo la solicitud de los indios de Tamiahua para que se les permitiese la pesca en el río, los pardos libres y mulatos milicianos se enfrentaron a ellos y también a los españoles del propio pueblo por la posesión de aguas y el derecho de pesca; en los alegatos fue sacado a relucir el título de composición que habían obtenido “sus mayores”, de unos y otros, mediante el pago a la Corona.14 En respuesta, la decisión real fue excluir de la cuestionada matrícula de tributarios a los empleados en la milicia, y siendo milicianos los pardos de Tamiahua, como lo probaron por medio de sus representantes, se determinó no alistarlos. Sin embargo, éstos también suplicaban fuera respetado su derecho de pesca en la ribera del mar y en los ríos, […] en virtud de composición real que obtuvieron sus mayores, siendo virrey de esta Nueva España el Excmo. Señor Conde de Salvatierra, como lo manifiesta el real título librado el 5 de abril de 1744, en que se percibe haber servido a su majestad con la cantidad de dos mil pesos por esta perpetua gracia y merced de pescar generalmente en la barra del pueblo de Tamiahua, ríos, lagunas y esteros de la jurisdicción de Huauchinango. Por ella satisficieron lo correspondiente al real derecho a media anata y habían estado en quieta e inalterada posesión de pescar. 14

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Además manifestaban que en esos territorios no contaban con ninguna otra forma de subsistencia y que las pesquerías eran el justo premio a sus fatigas y peligros a que estaban expuestos.15 Es probable que a pesar de su doble rol de pescadores-milicianos, sin señalar en el correspondiente rubro de ocupación en el padrón, sólo aparezca la de milicianos, por ser la causa principal de la exención tributaria.

La pesca y la resistencia a tributar en 1782 por parte de los afrodescendientes

En 1782, hubo un intento más de parte de las autoridades novohispanas de obtener recursos por medio del tributo, ordenando se llevara a cabo el censo de todos aquéllos que vivían en las costas y obtuvieran ingresos de la pesca, pero la medida encontró, una vez más, la firme oposición de los residentes de la región de Tamiahua, en especial de los pardos, mulatos y negros libres. Respuesta que provocó cierto temor de las autoridades locales que se abstuvieron de realizar la matrícula de marina, porque los pardos milicianos, a través de sus representantes, argumentaron ser dueños del río de tiempo antiguo, mostrando los documentos que les acreditaba contar “con perpetua gracia y merced de pescar en la barra del pueblo de Tamiahua, ríos, lagunas y esteros de la jurisdicción”. En marzo de 1782, luego de que todos los pardos milicianos fueron alistados como tributarios, los del batallón de pardos de Tamiahua, por medio de su apoderado en México, iniciaron trámites ante el virrey exigiendo se les mantuviera el respeto al fuero de que disfrutaban como soldados milicianos de la costa de Barlovento y la exención del pago de tributos. “Como dichos pardos están en el concepto de no pagar tributo, sirven persuadidos que si los [tenientes de] justicia [proceden a] cobrarlos es un robo manifiesto que les hacemos; y que más bien desertarán de la jurisdicción o se huirán a los montes, que pagar; y [si] se les estrecha a la paga sin duda cometerán el exceso de resistirla y provocar funestas consecuencias.”16 15 AGN, 16 AGN,

Melgarejo Vivanco, 1981, p. 139.

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Padrones, vol. 40, fs. 183v y 184. Padrones, vol. 40, f. 170.

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Para evitar éstas, el cobro de los tributos fue suspendido en espera de la respectiva orden por el teniente de la provincia, indicaba el agente Casahonda en la carta remitida a la autoridad superior el 14 de enero de 1782, afirmando que el puerto de Tamiahua y territorios aledaños no estaban sujetos a la intendencia de Veracruz sino a la de Puebla, y por tanto, los pardos milicianos estaban libres de tributo al igual que el resto de las milicias poblanas. Esta información es parte del expediente integrado a partir del intento de las autoridades de la jurisdicción de Huauchinango por alistar a los pardos y mulatos libres de Tamiahua, quienes no sólo se opusieron férreamente a ello sino que inmediatamente realizaron gestiones para lograr sus deseos.17 Entretanto les era comunicada la respuesta a sus peticiones, los pardos supieron defenderse y no permitieron el alistamiento. Por su parte, el subdelegado de Tamiahua notificaba que no se había realizado la matrícula de los habitantes de esas costas, porque éstos aducían que el río era suyo en virtud de una real cédula, que conservaban en su poder de tiempo antiguo, “por cuya causa no deben estar sujetos al cuerpo de marina y sí gozar del privilegio de la pesca sin impedimento, cuya representación han hecho presente a Vuestra Excelencia para que resuelva lo que fuere de su mayor aprobación”. El funcionario local, en fin, solicitaba indicaciones al respecto, es decir, si se debía omitir o no la matrícula de ese pueblo y en caso de sostenerse la orden de formación de la lista, se ordenara al teniente de justicia no impedirlo y así poder proceder a la formación del citado cuerpo de matrícula de marineros del pueblo de Tamiahua.18 En ese periodo, la función protectora de los pardos y negros libres era de capital importancia porque el resguardo del puerto controlaba el acceso de productos extranjeros que estaban prohibidos por la legislación colonial, de modo que la tarea de perseguir piratas y contrabandistas se realizaba, frecuentemente, a todo lo largo del litoral del Golfo de México. La respuesta a los pedigüeños abarcó varios años, entretanto las autoridades novohispanas lograron levantar el censo.

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Ya para 1788, Tamiahua contaba con 40 familias de españoles, 460 de indios huastecos y mexicanos y 400 familias de mulatos y negros milicianos que estaban libres de tributos por ocuparse de resguardar el puerto y la costa.19 La población indígena había logrado recuperarse numéricamente hablando y los mulatos y negros mantenían unidad y prestigio por su pertenencia a los batallones; también demostraban experiencia en la defensa de sus intereses utilizando los canales apropiados dentro del sistema colonial. De modo que cuando el alcalde mayor de Huauchinango recibió la orden de matricular, por medio de sus comisarios, a todas las personas para el servicio de la marina que en las costas, bocas de barras y ríos navegables de Barlovento se ejercitaban en la pesca, los diversos estamentos involucrados respondieron negativamente.20 Los pardos fueron los primeros en oponer resistencia al alistamiento, aduciendo que se les debía respetar el derecho de pesca, porque estaban ciertos de contar con él, ya que poseían los documentos que eran prueba de que sus mayores lo habían obtenido mediante composición real concedida en 1744, como ya se mencionó antes. Así, en 1790, los pardos continuaban negándose a ser matriculados. Y dado que aún no se resolvía el litigio por las autoridades, los padrones fueron levantados consignando en ellos las ocupaciones de todos los hombres susceptibles de tributar, españoles, mestizos y pardos. Para Tamiahua dicho censo registró 336 españoles, 58 castizos, 95 mestizos y 434 pardos.21 Paradójicamente, en el rubro de ocupación pocos mencionaron ser pescadores, declarándose muchos de los pardos residentes en el pueblo de Tamiahua y alrededores únicamente como milicianos. Las compañías de Tihuatlán, Temapache y Tuxpan tampoco hicieron notoria referencia a la pesca, pero el hecho de contar con las mercedes que les aseguraba el derecho de practicarla demuestra como dicha actividad fue connaturalmente parte de la identidad regional. De acuerdo con Alcedo, la riqueza de la laguna se debía a que entraba un brazo de mar y abundaban los peces; además el agua salobre propiciaba la abundancia de camarón.22 19

17 AGN, Tributos, exp. 11, f. 169, carta 18 AGN, Padrones, vol. 40, f. 184.

de Juan Ruiz Palacio de 20 de febrero de 1787.

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Meade, 1962, p. 299, tomado de Alcedo, 1789, pp. 6 y 29. Padrones, vol. 18, Censo de 1793, f. 182. Padrones, vol. 18, Censo de 1793, cit. por Herrera Casasús, 2004, p. 242. 22 Alcedo, 1789, p. 29. 20 AGN, 21 AGN,

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El Padrón Militar de 1790 y la actividad pesquera

En el contexto regional, el pueblo de Tamiahua aparece como centro pesquero y punto de comercio, muy habitado. La relación con el entorno serrano fue de vital importancia. Tamiahua fue el acceso a las riquezas agrícolas y forestales de la Sierra Madre Oriental en íntima relación con la costa. Era el puerto más utilizado y reconocido para el comercio a pesar de que, paulatinamente, los azolves de la barra impedían el ingreso cómodo y seguro; por ello en el siglo XVIII las embarcaciones atracaban preferentemente en el vecino Tuxpan.23 Con todo, la existencia de cinco compañías de milicianos a cargo del resguardo del área fue determinante para la apropiada defensa de la zona. Respetando la división administrativa y los planes defensivos de la Corona española, se realizó el Padrón Militar de 1790 en el que fueron anotadas las características de los hombres que integraron las compañías de la jurisdicción de Huauchinango. Las compañías correspondían a los pueblos de Tamiahua, Tuxpan, Tihuatlán y Temapache. Los destacamentos de pardos, mulatos y negros libres con sede en Tamiahua eran los más numerosos, uno de infantería y otro de caballería. La imagen de cuáles eran las condiciones de vida de los afrodescendientes la proporciona someramente el reporte colonial sobre el pueblo: El pueblo de Tamiahua está fundado a las márgenes del río en un plan bajo y despejado […] Tiene la población muchas proporciones con las pescas a que se dedican comúnmente los milicianos matriculados y los vecinos, con cuyo ejercicio y sin pereza lo pasan muy bien, ganando competentemente un diario que les facilita vestirse a sí y sus familias. Dicho pueblo a más del ejercicio expresado que es en temporadas del año, goza de buenas tierras, en las que hace siembras de maíz y frijol, por la abundancia de aguas, crían mucho ganado mayor, cerdos y todo tipo de aves. Su temperamento es cálido.24

23 Según Antonio de Alcedo, el puerto de Tuxpan era capaz de recibir hasta cincuenta embarcaciones, mientras que Tamiahua contaba con una bahía más reducida. Véase Alcedo, 1789, pp. 6 y 29. 24 AGN, Padrones, vol. 18, f. 1, Padrón militar de la jurisdicción de Tamiahua, año de 1791, cit. por Escobar Ohmstede, 1998, p. 66.

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Ese entorno pesquero les proporcionaba un medio de vida seguro, complementado con las actividades agrícolas, además de las aves de corral, el ganado de cerda y algunas reses. También habían logrado levantar sus viviendas en solares propios. Asimismo, habría que recordar que en su tiempo el virrey Antonio Álvaro Sebastián de Toledo, marqués de Mancera, les había otorgado licencia para ceñir espada y daga a los pardos milicianos como soldados del rey, con la distinción de que aquéllos que tuviesen pesquerías podían tener a su costa arcabuces, pólvora y municiones, y los que no, debían tener lanzas.25 Es decir, que para las autoridades virreinales quedaba claro que la práctica de la pesca redituaba ingresos suficientes para costear armas y municiones. Sin embargo, el asunto de ampliar el número de tributarios con los habitantes de la jurisdicción de Tamiahua se fue tornando cada vez más difícil. Los asentados en las costas argumentaron que no debían ser matriculados en la marina porque ya eran milicianos y no debía impedírseles pescar a pesar de no ser matriculados, pues los españoles, en su caso, gozaban de ese privilegio adquirido por sus mayores, quienes habían logrado mediante una composición real hacerse con él. Por su parte, los indios también mostraron conservar los documentos que acreditaban tener permitida la práctica de la pesca; se quejaban además de que los pardos, respecto de los derechos sobre el río y esteros para la práctica de la pesca —que les dejaba buenas ganancias—, hacían parecer la merced que tenían como el permiso de hacerlo de forma exclusiva. Estos alegatos alarmaron a los españoles que defendieron sus fundados derechos mediante la presentación de los documentos que avalaban su dicho. En el litigio reconocían estar enterados que los pardos también contaban con la composición real que les autorizaba a pescar, pero se oponían a que la merced de los pardos les otorgase el derecho exclusivo a ellos, y pedían se resolviera el asunto respetando los derechos del común de españoles y de los naturales:26 Que la verdad hacemos a usted patente —decían los españoles— el […] informe el citado despacho, dando a entender que la merced del año de 1644, reconocía el derecho de pesca primero a los naturales y segundo a los españoles, y tercero los negros y 25

Regla establecida el 22 de febrero de 1678. vol. 40, f. 32v.

26 AGN,

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pardos libres, esto supuesto se [h]a practicado […] siempre se han quedado descontentos […] y de esto se han seguido continuas discordias fundadas en antojos vanos […] Pedimos y suplicamos que habiendo por presentados los dos repartimientos listados se sirva mandar, hacer y determinar en todo cuando referimos […] firman Pedro Rodríguez Pinillos, Bartolomé […]27

Y continuaban protestando los españoles de la injusta pretensión de los pardos de gozar ellos de exclusivo derecho de pesca, mencionando que: […] Siendo ciento ochenta canoas las que se reparten en los lances de la pesca del camarón, las que gozan los indios y españoles son treinta y las demás han gozado y gozan los pardos en que habiéndose contravenido parece que han demostrado anterior disposición para obtenerlo en mas, sobre lo que protestamos […] no ejecutándose como tenemos pedido sobre que imploramos justicia. Firman Pedro Rodríguez Pinillos, Bartolomé […]28

Los vecinos de Tamiahua conservaron celosamente los documentos originales que testimoniaban que sus antepasados habían adquirido el derecho de pesca y manifestaron sus méritos, pobreza y necesidad para ser dispensados del pago de un tributo. En las consideraciones, las autoridades reales exponían que con los documentos presentados por los pardos quedaba acreditada la existencia en Tamiahua de una compañía de milicianos pardos, pero no quedaba claro quiénes eran milicianos, por tanto era necesario enviar la lista con la filiación necesaria que mostrara el estado vigente, fue así que el padrón se elaboró cuidando de no incomodarlos.29 El promotor fiscal procuraría se guardara el privilegio a los exentos por estar filiados en las milicias, así como incluir a todos aquellas personas que debieran tributar.30 En el censo de españoles y castas de todos los pueblos de la jurisdicción las ocupaciones declaradas por los hombres solteros en edad de 27 AGN, 28 AGN,

Padrones, vol. 40, f. 44. Padrones, vol. 40, f. 44v. 29 Es pertinente resaltar la importancia que guardan el Padrón Militar de 1790 de la jurisdicción de Huauchinango y el Censo de Población de la misma, que comprendió familias de ranchos y haciendas, incluidas las familias de indios tributarios, para la historia demográfica de Veracruz, en la medida en que el territorio de esa jurisdicción comprende los pueblos de la costa que fueron incorporados a Veracruz en 1853. 30 AGN, Padrones, vol. 40, Jurisdicción de Tamiahua, doc. núm. 3, f. 230.

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tributar fueron, en orden descendente, numéricamente hablando, las de labrador, domador, carpintero (probablemente calafate residente en Tamiahua), sastre, soldado, vaquero y sillero (que elabora sillas de montar). Las de domador y sillero pueden ser asociadas a la arriería, actividad complementaria del movimiento mercantil. Entre los españoles residentes de los pueblos de Tuxpan y Tihuatlán tampoco se registró el oficio de pescador, predomina el de labrador y se asentó la existencia de un sastre, un vaquero y un soldado sumando en total 25 individuos.31 Mientras que en la compañía de caballería residente en Temapache la ocupación que prevalece es la de ranchero. Entre los cuarenta soldados y aquéllos que poseían grado, se reporta que todos gozaban de buen estado de salud. Del conjunto destaca la presencia de sólo dos comerciantes y los de mayor jerarquía económica sumaban apenas catorce.32 En Tihuatlán, por otra parte, en la compañía de caballería ahí residente, las ocupaciones se reducían a sólo tres: ranchero, labrador y carpintero. Dos carpinteros, 26 rancheros y 25 labradores. Lo que si destaca es la antigüedad en ella, que va de nueve años como máximo hasta aquéllos que tenían tan sólo un año. Es decir, que dicho cuerpo de españoles se organizó en 1782, aproximadamente. En la compañía de caballería con residencia en Tihuatlán, todos los integrantes también fueron considerados en buen estado de salud, excepto don Joaquín de Herrera, que encabezaba la lista, con 60 años de edad, reportado como enfermo. La revisión de las ocupaciones de los integrantes de las cinco compañías pertenecientes a la jurisdicción de Tamiahua y dependientes de Huauchinango, muestra que no existía una diferencia ocupacional importante entre los milicianos de infantería y los de caballería. En ambas secciones existían labradores, rancheros, carpinteros y sastres. La pesca como ocupación principal declarada no es la mayoritaria, no obstante el hecho de ser una actividad ancestral de los habitantes del área lagunar. Dentro de ese limitado espectro económico, la pesca era símbolo de permanencia e identidad, pues proporcionaba ingresos y alimento a las familias, 31 AGN, 32 AGN,

Padrones, vol.40, Jurisdicción de Tamiahua, f. 222. Padrones, vol.40, Jurisdicción de Tamiahua, f. 203.

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sin importar el estamento social al que se perteneciera. La barra de Tamiahua era de muy escaso fondo, transitable únicamente en unas pequeñas canoas, es decir, no había una fuerte tradición marinera, pero sí pesquera. Por último, los habitantes de la villa de Tamiahua mantenían lazos fuertes con la laguna y con los frutos que ésta les proveía. Por ello llama la atención que entre las ocupaciones declaradas en el listado de milicianos se reporten como pescadores sólo de manera extraordinaria. Así, de 285 individuos de 1ª clase, 22 de 2ª y 76 de 3ª, que suman un total de 383 milicianos, se cuentan únicamente ocho individuos que declaran como su ocupación la de pescador.33 Los territorios y pueblos que integran la región son todos pertenecientes a la jurisdicción de Tamiahua, que incluye a los ranchos y haciendas, al propio pueblo de Tamiahua y, sobre todo, al sistema pantanoso que la caracteriza. Por los esteros transitaban las canoas, y en los bajos se colocaban las cribas para la pesca del camarón. Además, se tiene noticia que el pueblo fundado a las márgenes del río estaba expuesto a inundaciones, pues en la temporada de lluvias las crecientes provocaban desbordamientos inundando las calles y los vecinos amarraban sus canoas en las puertas de las casas, y como la población quedaba sitiada por el agua, las familias subían a los tapancos para subsistir, saliendo desde ahí a sus actividades, comúnmente de pesca. De acuerdo con el Censo de Población residían en Tamiahua 24 familias de españoles con 129 hombres blancos y 412 familias mulatas con 2 436 integrantes de todas las edades. Pasado el litigio que se ha documentado, el pueblo entró en un periodo de tranquilidad y la vida cotidiana continuó su rutina; en temporada de cosecha del camarón todos participaban, incluso los clérigos solicitaban el diezmo en los mejores productos de la laguna: el camarón blanco y el pescado fino. Pero les acechaba la desgracia: el arribo de naves esquivaba la llegada a esos lares y preferían detenerse en Tuxpan, y el tono de la defensa de sus bienes debió hacerse más alto ante el incremento de las demandas de tributación: los milicianos amenazaban con quemar el pueblo si les retiraban el permiso de pescar, sin comprometerse a entregar nada más allá de las arduas jornadas que la vigilancia de las costas exigía.

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El 18 de marzo de 1793, cuando apenas se había concluido el levantamiento del padrón, el poblado sufrió un devastador incendio. Según un testigo que se encontraba en su choza, cuando escuchó el grito de alarma, ¡fuego, fuego!, sin dudarlo, se sumó al vecindario que en tropel se disponía a combatir las llamas, las cuales, avivadas por el viento del norte que soplaba, arrasaron los techos de 105 casas. La mayor parte de los habitantes resultaron afectados. Según testimonio de Nicolás García, mulato, el incendio ocurrió en pleno día y ante el bullicio, corrió a ver lo que pasaba. El incendio comenzó en los arrabales del pueblo: Nicolás García cuenta haber visto cómo el viento arrancaba parte de los techos en llamas y los arrojaba sobre otros consumiéndose las casas de madera. Las flamas se propagaron a las casas reales y a la cárcel, extinguiendo también la del comandante de milicias y todas las del sur. Otro testigo fue el teniente don Juan Gutiérrez Palacio, teniente general de las milicias. Sólo se pudo salvar el archivo del juzgado.34 En marzo de 1795, Agustín de Souza, juez visitador del obispado de Puebla, pasó por la parroquia de Santiago Tamiahua, servida con sacristanes y campaneros que la cercana ranchería de Acala proporcionaba semanalmente y que le pidieron a Souza ser relevados de tan oneroso servicio. El sitio donde estuvo levantada la iglesia, que Souza describe de madera y paja, la protegía de las frecuentes inundaciones, pero sus materiales de construcción no resistieron y fue derribada por el huracán en el año de 1805, por lo cual se decidió cambiar el emplazamiento de la iglesia a otro lugar donde estuviera protegida de los vientos. El nuevo sitio tenía un valor de 500 pesos; esto se sabe porque en ese precio acordó su compra un negociante que deseaba construir en él su negocio, sin embargo, a pesar de haberse pagado por el lugar la mitad de su valor, el alcalde don Francisco de Paula Mora impidió que se realizara la operación de compra-venta del terreno que, finalmente, fue ocupado por la nueva iglesia, la cual, esta vez, sería de cal y canto.35 Esas calamidades y el azolve del río, aunados a otras circunstancias, marcaron el fin del puerto de Tamiahua: el polo portuario regional que 34

33 AGN,

Padrones, Jurisdicción de Tamiahua, doc. núm. 3, fs. 179-183.

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35

Melgarejo Vivanco, 1981, p. 158. Melgarejo Vivanco, 1981, pp. 155-156.

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había sido durante el periodo virreinal se trasladó a Tuxpan junto con las familias españolas que lo prefirieron por considerarlo más seguro y viable.

Comentarios finales Finalmente, puede afirmarse que en el confín de la región ganadera, la laguna de Tamiahua constituía un nicho pesquero excepcional. Como actividad cotidiana, la pesca logró convertirse en símbolo de permanencia e identidad, pues el entorno lagunar proporcionaba ocupación y alimento a las familias de los diversos estamentos sociales. La población desarrolló fuertes lazos con la laguna y con los frutos que les proveía. El servicio de guardar los intereses de la Corona les procuró ciertos privilegios a los afrodescendientes. El hecho de ser pardos, mulatos y negros libres, de pertenecer al grupo que proveía el mayor número de soldados y la utilización de los cauces legales apropiados para no tributar, les permitió lograr la autorización pertinente y ejercer plenamente el derecho de pesca. El análisis de la pesca y el comportamiento de los afrodescendientes en la región de Tamiahua pone en evidencia la evolución de ese segmento de la población de Tamiahua; en ella los pardos, a la par que incrementaron su número, paulatinamente se apropiaron de la costa y la dominaron, proceso donde la cotidiana actividad pesquera fue determinante.

Bibliografía

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ENSAYO

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En busca de experiencias y vida cotidiana de los afromexicanos en la época colonial* Patrick J. Carroll**

N

umerosos investigadores han hecho notables esfuerzos por recuperar el testimonio de los afromexicanos sobre sus experiencias y su vida diaria en el virreinato de Nueva España. Sin embargo, muchos estudiosos han señalado también que las poblaciones subalternas o marginadas, como es el caso de la población afromexicana, apenas parecen tener una voz histórica directa.1 El testimonio de los afromexicanos es infrecuente en las fuentes primarias y siempre está documentado por personas que no pertenecen a esa comunidad. En las raras ocasiones en las que podemos acceder a su testimonio directo, éste está ya distorsionado tanto por el contexto en el que aparece este discurso, como por cierta reserva o prevención de los informantes respecto a su auditorio. En resumen, los pocos documentos que recogen los testimonios afromexicanos, o bien son escasos, o bien se hallan en un contexto en el que se enmascara el sentido real de lo que se pretendía comunicar. No obstante, y pese a reconocer estas deficiencias del archivo histórico, intentaremos reconstruir la experiencia afromexicana de la mejor manera que nos sea posible.

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Me gustaría agradecer la valiosa contribución de dos colegas y amigas que me ayudaron con el proceso de investigación en el que se basa este ensayo: las doctoras Rosa María Spinoso Arcocha y Adriana Naveda ChávezHita. También quisiera agradecer a la Dra. Melissa Culver por traducir este ensayo del inglés al español. ** Dirigir correspondencia a TAMUCC, College of Liberal Arts, 6300 Ocean Drive, Corpus Christi, Texas 78412-5814, USA, tel. (361) 825-3073 (oficina), e-mail:[email protected]. 1 Chakravorty Spivak, 1988, pp. 271-313; Chakravorty Spivak, 1999, pp. 269-271. Es preciso notar que Chakravorty Spivak no menciona específicamente en su ensayo a la población afromexicana, sino que se centra más bien en la categoría general de “subalterno,” esto es, los que carecen de poder. Considero que los afromexicanos constituyen un subgrupo dentro de la categoría spivakiana de subalterno.

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Este trabajo forma parte de un estudio monográfico que estoy desarrollando sobre las condiciones sociales en el México del siglo XVIII. La tesis principal se basa en la hipótesis de que durante el siglo XVIII existían en el virreinato de Nueva España tres espacios sociales que operaban de manera paralela: los españoles desarrollaron un orden social; los indios, un segundo, y las “castas” o individuos racialmente y/o cultural heterogéneos elaboraron un tercero. Arguyo que estos tres órdenes sociales se distinguían entre sí por los diferentes formulismos de construcción identitaria empleados en ellos, así como por la influencia de esa construcción de la identidad en el acceso a los privilegios. Con el fin de establecer un control que tenga en cuenta las variaciones regionales, he decidido aplicar este modelo de investigación en dos contextos espaciales: la zona metropolitana de Jalapa y la ciudad de Puebla y sus respectivas regiones. Una de las principales líneas de investigación —que se desarrolla tanto en el cuarto capítulo de la monografía que realizo, como en el presente trabajo— se dirige al desentrañamiento del papel que desempeñaron los afromexicanos en la creación y funcionamiento del sistema social de castas. Insisto: los protocolos de construcción de la identidad constituyen la primera característica definitoria de este sistema social. La segunda característica es el impacto de la identidad afromexicana en las oportunidades —privilegios— a las que podía acceder un individuo perteneciente a este orden social concreto. Mediante el examen del funcionamiento de estos dos procesos sociales en los documentos que registran el testimonio afromexicano, intento responder a cuatro preguntas fundamentales: 1) ¿es posible deducir la existencia de varios órdenes sociales paralelos a partir de una lectura rigurosa de los documentos relativos a este grupo, en el periodo colonial tardío, en el Veracruz central y en Puebla?; 2) ¿puede la deconstrucción de los textos existentes en los archivos españoles ofrecer una herramienta valiosa de investigación para superar la escasez de datos y los prejuicios existentes en los documentos que atañen a la vida diaria de los afromexicanos?; 3) ¿a partir de la lectura de los significados implícitos en los testimonios registrados en los documentos españoles, puede emerger un mejor entendimiento de la importancia de la “agencia” afromexicana en la configuración de su propia experiencia vital?, y por

último, 4) ¿qué podemos aprender de la vida diaria del México colonial a través del examen de las experiencias afromexicanas?2 Henri Lefebvre describe tres tipos básicos de espacio: espacio físico, espacio social y espacio mental.3 Mi trabajo incorpora la categorización del espacio manejada por Lefebvre. Más específicamente, y con el propósito de exponer y documentar el funcionamiento de los múltiples órdenes sociales en el periodo tardío del virreinato de Nueva España, examino las disputas concernientes a la adscripción identitaria en archivos parroquiales e inquisitoriales, en documentos del censo y en expedientes judiciales, dentro del marco de estos tres tipos de espacio que describe Lefebvre. O, dicho de otro modo, esta ponencia explora las negociaciones relativas a la identidad afromexicana y las implicaciones del resultado de dichas negociaciones en el acceso individual a los privilegios en Jalapa y Puebla. En los archivos de Veracruz central y de Puebla se pueden encontrar numerosos casos de construcción identitaria. Con frecuencia, los afromexicanos tomaban parte en estas negociaciones. A veces es bastante obvio qué estaba en juego en este tipo de intercambios. Por ejemplo, en algunas ocasiones es evidente que ciertos individuos pertenecientes a las afrocastas intentaron alegar una identidad española o mestiza para eludir el pago de tributos a la Corona. En otras ocasiones, es probable que las afrocastas intentaran “hacerse pasar” por blancos en un intento de adquirir un estatus social más elevado dentro de los espacios físicos, mentales y sociales dominados por los españoles. Parece, incluso, que en algunos casos las afrocastas intentaron adscribirse a las castas indias con el fin de esquivar el servicio militar. Aun así, es posible que las razones que hemos mencionado para la identificación con unas u otras castas estuvieran igualmente relacionadas con incentivos de otro tipo que desconocemos. Un ejemplo, a propósito de todo esto, es la siguiente disputa identitaria que tuvo lugar en la ciudad de Jalapa en 1817. Gertrudis de Rivera y su prometido comparecieron ante el cura de la parroquia de Jalapa para gestionar los trámites de su matrimonio. Ger-

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2 Antonio Gramsci utiliza el término agencia para describir la influencia del subalterno en la construcción de su propia identidad y en el acceso a las oportunidades a las que aspiran; Frantz Fanon, en cambio, utiliza el término acción. Véanse Gramsci, 1978, p. 461; Fanon, 2004, p. 96. 3 Lefebvre, 1999, p. 11.

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trudis era hija de don Manuel de Rivera, un pardo adinerado y, además, teniente en la milicia de pardos de esta misma ciudad. El futuro contrayente era don Francisco Ortiz, un cabo blanco en el destacamento de las Tres Villas españolas (Córdoba, Orizaba y Jalapa). Cuando el sacerdote les pidió que declararan sus identidades raciales, Gertrudis le respondió que desconocía la suya, respuesta sorprendente teniendo en cuenta que su padre era un prestigioso miembro de la comunidad afrocasta de Jalapa. El clérigo, obedientemente, anotó la respuesta de la mujer en el registro parroquial, pero añadió un comentario al margen en el que afirmaba que “parece mulata”. El cura enmendó más adelante la nota, afirmando ahora que “parece parda”.4 Cuando cité este documento por primera vez, en un libro que se publicó hace ya una generación, concluí que Gertrudis había “pretendido ignorancia” de su identidad racial con el fin de “pasar” por blanca, lo que en los círculos sociales españoles de la localidad le hubiera dado un estatus social equivalente al de su futuro marido.5 Retrospectivamente, tal vez esta conclusión no fuera tan evidente como me lo pareció entonces. Gertrudis provenía de una familia tan prominente en la comunidad afrocasta que debía de ser evidente que era parda. ¿Cómo es posible que esta mujer pudiera pensar seriamente que al fingir ignorancia fuera a conseguir que el cura la inscribiera en el registro como española? ¿Pensó tal vez que como deferencia hacia su marido español, el sacerdote iba a considerarla española? No parece muy probable. Es más, ¿por qué decidió responder que no sabía cuál era su raza? Si hubiera querido negociar su estatus como española, podría simplemente haber dicho que lo era. Es muy posible que la clave para desentrañar este problema se halle en las diferencias existentes entre los espacios físicos, mentales y sociales en los que Gertrudis dio este testimonio y el contexto real en el que vivían ella y su familia. En Jalapa —donde Gertrudis respondió al sacerdote español—, por tratarse ésta de una subcomunidad española relativamente homogénea tanto cultural como racialmente, la raza era todavía el primer determinante de la identidad. En ese espacio, la raza era el primer identificador 4 5

Notario Eclesiástico de la Parroquia del Sagrado Corazón, Jalapa, Veracruz, caja 8, libro 28, f. 43. Carroll, 1991, p. 127.

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en la práctica de los registros españoles de la época. Aparecía inmediatamente tras el nombre, incluso antes que la edad, el oficio, la residencia o el linaje. Sin embargo, Gertrudis vivía en un espacio mental y socialmente distinto. Ella vivía en la comunidad de las “castas” de la ciudad. Dentro de ese espacio, el identificador racial no era el más apropiado para la construcción de la identidad. La mayoría de los miembros de esta subcomunidad de la capital del distrito presentaban un fenotipo, una apariencia física, que era resultado de la mezcla racial. Para el año 1817, casi tres siglos de mestizaje habían desdibujado las diferencias raciales hasta tal punto, que la raza era ya un criterio poco útil para la construcción de la identidad en los espacios dominados por castas. El uso de la raza social o de la etnicidad, la cultura, para la formación de la identidad dentro del espacio social de las castas debió de haber sido igualmente problemático, puesto que los habitantes de estos espacios sociales y mentales eran también muy complejos desde el punto de vista cultural. Ello hizo que la clase —en el sentido económico del término— fuera tal vez la única distinción lógica para la construcción de la identidad dentro del contexto colonial tardío de Jalapa. Desde este punto de vista, la respuesta de Gertrudis tiene mucho más sentido. Debido a las características de su contexto real, ella no podía autodefinirse partiendo de la base del fenotipo racial, tal como lo hacían el cura español y otros blancos tanto a sí mismos como a los demás. Gertrudis construía su identidad a partir, sobre todo, de su posición económica. Para la mentalidad de Gertrudis, la situación económica de su familia y el prestigio social de su padre, en tanto que oficial del ejército y líder comunitario —y no su fenotipo— eran los elementos determinantes de la identidad de la familia De Rivera en el espacio social de las castas en Jalapa. En el entorno social de las castas, ella ocupaba una posición social más elevada que el que iba a ocupar en la comunidad de su novio español. En el mundo del sacerdote y de su adorado don Francisco, Gertrudis no disfrutaba de una posición social tan elevada y, por tanto, su acceso a los privilegios estaba mucho más restringido. Este contexto ofrece una explicación mucho más lógica a la respuesta de Gertrudis que la hipótesis anterior, según la cual Gertrudis simplemente querría “pasar” por blanca. Lo único que estaba haciendo Gertrudis era utilizar un formulismo diferente al manejado por el sacer171

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dote español para construir su identidad; estaba empleando un criterio (su clase económica, en lugar de su raza) con el que podría obtener mayores privilegios. Un expediente criminal de 1720 en San Pedro de Cholula, Puebla, nos ofrece un segundo ejemplo de esta pugna entre protocolos de construcción identitaria y adscripción al interior del orden social nohispano tardío y sus implicaciones en el acceso individual a los privilegios. Sebastián Arias, al que se identifica en los archivos del juzgado como español, pero que, sin embargo, carece del prestigioso prefijo “Don”, interpuso una demanda civil contra Antonia de Almana, inscrita asimismo como española e igualmente carente del prefijo “Doña” en su nombre. Sebastián acusó a Antonia de difamación contra él y su mujer. Declaró que Antonia, dando grandes voces con el fin de que la oyera todo el mundo, le había llamado “mulato” y a su mujer, una cacica india, la había tildado de “puta” afirmando que no era nada más que una “loba” (el resultado de la mezcla racial de los fenotipos negro e indio) “vestida de india”.6 Como prueba de que lo que Antonia decía era difamatorio, Sebastián alegó que él y su mujer se habían casado por la Iglesia y que sus identidades raciales eran de sobra conocidas por la comunidad. El demandante pidió al juzgado que se declarase a Antonia culpable de difamación y que, como parte de su pena, se le obligase a reconocer públicamente que él era español y su esposa una cacica india, y que estaban legítimamente desposados por la Iglesia.7 Es imposible discernir, a partir de este documento, las identidades raciales reales de Sebastián y de su mujer. Sin embargo, algunas de las implicaciones de las acusaciones de Antonia son evidentes. En el espacio social español de San Pedro Cholula, en este caso un juzgado español, las acusaciones de Antonia en el sentido de que Sebastián era mulato y su mujer una loba, de ser ciertas, les hubieran relegado a un rango social más limitado que el que disfrutaban tratándose de español y cacica india. Una identidad de afrocasta hubiera reducido su acceso a los privilegios en el espacio social español del XVIII. 6 Archivo Poder Judicial, Puebla (en adelante APJ-P), Fondo Real de Cholula, caja 1719-1720-1722-17261727-1728 [exp. 50]. Nota: Estos documentos no tienen número de expediente, ni de foja. El que aquí se usa corresponde al orden en que se encuentran acomodados en la caja. 7 APJ-P, Fondo Real de Cholula, caja 1719-1720-1722-1726-1727-1728 [exp. 50].

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Además, esta identidad de la mujer de Sebastián —loba—, en tanto que forma parte de la afrocasta, podría haber tenido incluso consecuencias más serias en lo que respecta a las oportunidades a las que podía ella acceder en el entorno social indio de la ciudad. Si Sebastián y su mujer exhibían realmente fenotipos de mulato y de loba, la base de la identificación racial en los espacios sociales españoles de las ciudades de Jalapa y Puebla del XVIII, entonces, ¿por qué no fueron identificados como tales en la comunidad?, ¿por qué la mujer siguió gozando de los privilegios que entrañaba el ser cacica en la comunidad? La respuesta más probable a estas preguntas es que la raza no era el protocolo más importante ni para la construcción de la identidad ni para establecer la importancia social dentro de los espacios dominados por los indios.

Conclusiones En estos dos breves estudios de caso, que tuvieron lugar en Jalapa y Puebla, hemos explorado los conflictivos protocolos de construcción identitaria, así como el consecuente acceso individual a ciertos privilegios. Considero que su estudio nos ha dado una oportunidad para comprender mejor el complejo mundo social del virreinato de Nueva España en el periodo colonial tardío. En primer lugar, estos documentos parecen apuntar al hecho de que el orden social español dominante operaba de modo paralelo, y a veces convergente, a los órdenes sociales de las castas y de los indios. Es más, estos documentos nos indican, asimismo, que los principales criterios, tanto para la construcción de la identidad, como para el poder de condicionamiento de las oportunidades individuales, fueron también conflictivos y que fueron estas variaciones las que diferenciaban esos tres órdenes sociales entre sí. En el sistema social español la raza era el identificador dominante; en el sistema de castas, la clase; en el sistema indio, la cultura. La segunda conclusión que se desprende de nuestros dos estudios de caso se refiere al método de investigación empleado en los mismos. La deconstrucción de los textos españoles en busca de voces afromexicanas que quizá se hallen escondidas en ellos, parece ser una herramienta útil para suplir las deficiencias del archivo. Esta tesis nos permite deducir parte de las experiencias de la vida diaria de los afromexicanos. 173

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Aún se puede extraer una tercera conclusión de los dos casos de negociación identitaria que hemos analizado aquí. Se puede deducir de estos casos que los afromexicanos tenían un poder de “agencia” considerable en la construcción de su propia identidad y también sobre las oportunidades a las que podían aspirar. En un cuarto nivel del análisis, este ensayo muestra que la reconstrucción de las experiencias vitales de los afromexicanos nos permite una penetración adicional en las experiencias diarias de una más amplia, comprensiva sociedad colonial en el virreinato de Nueva España. Como ya observó Michel Foucault, y como corroboran numerosos investigadores de la experiencia afromexicana, la mejor posición en la que se puede encontrar el punto crítico para examinar y definir las conductas normativas y la experiencia de una sociedad dada es en sus márgenes.8 Como espero poder demostrar en mi nuevo estudio monográfico, los integrantes de las afrocastas, desposeídos dentro del orden social español por su identidad racial y en el orden indio por su cultura, marginados en suma por esa sociedad, contribuyeron sin embargo a modelar un tercer espacio social en el virreinato de Nueva España. Si consideramos este hecho retrospectivamente, creo que ésta puede ser la mayor contribución que hicieron los afromexicanos y, por extensión, sus ascendientes africanos, al desarrollo del sistema colonial en el virreinato de Nueva España, ya que el orden social de “castas” que contribuyeron a desarrollar constituye la base de la identidad mexicana actual, “una raza cósmica” que incorpora lo mejor de su herencia india, española y africana.9

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8 Foucault, 1977, pp. 22-25. Algunos de los estudiosos que han seguido implícita o explícitamente la metodología foucaultiana para el análisis de la sociedad colonial mexicana desde los márgenes que constituye la experiencia afromexicana son: Velazquez Gutiérrez, 2006; Restall, 2009; Lewis, 2003; Vinson III, 2001. 9 Para mayor información sobre el papel de los afromexicanos en la evolución del concepto de José de Vasconcelos sobre la raza cósmica en México, véase Carroll, 1995, pp. 403-438.

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RESEÑAS

Cempoala*

1“Representa

un gran reto escribir una obra de divulgación que reseñe la historia cultural de la antigua ciudad de Cempoala. A pesar de la abundancia de menciones sobre esta zona arqueológica, buena parte de los estudios que hasta ahora se han realizado son fragmentarios y, en muchos sentidos, repetitivos, además de no atender a la comparación crítica de las crónicas coloniales con las evidencias arqueológicas. Con frecuencia se ha recurrido a enfoques que subrayan la magnitud de su arquitectura o su participación en la alianza pactada con los conquistadores españoles, en vez de plantear estudios procesuales sobre su economía, la vida cotidiana, la cosmovisión, la organización social, etcétera” (p. 13). Acerca de estas palabras que Félix Báez-Jorge y Sergio R. Vásquez Zárate nos brindan al inicio de la “Introducción” de su obra Cempoala, quisiera hacer dos reflexiones. En primer lugar, fue precisamente este planteamiento del contenido del libro lo que me llevó a incluirlo en la serie Ciudades, que dos importantes ins*

Félix Báez-Jorge y Sergio Vázquez Zárate, Cempoala, serie Ciudades, El Colegio de México/ Fondo de Cultura Económica/Fideicomiso Historia de las Américas, México, 2011, 239 pp.

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tituciones llevan a cabo: El Colegio de México y el Fondo de Cultura Económica. Y es que no se atienen únicamente al dato arqueológico, sino que incluyen diversas fuentes escritas y el dato etnológico unido a algo muy importante: las varias maneras de comprender a Cempoala por parte de diversos investigadores, además de atender aspectos lingüísticos y de otra índole. Por otro lado, los autores resaltan un tema de suyo importante: el escribir para el gran público. En efecto, esta práctica es un verdadero reto pues conlleva el escribir sin muchos tecnicismos y con palabras llanas sin que se pierda el carácter científico del relato. Siempre he dicho que escribir un libro de divulgación resulta de una enorme responsabilidad, pues quien lo lee por lo general carece de las herramientas que se supone tiene el autor, de manera tal que el lector creerá a pie juntillas lo que se le dice por alguien que se considera especialista en la materia y con grados universitarios. Caso diferente es cuando lo escrito va dirigido a nuestros pares, pues ellos pueden coincidir o rebatir nuestros argumentos ya que manejan nuestro propio lenguaje y conocimiento. Además, es necesario e indispensable que el cien-

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tífico no se encierre en su campana de cristal, sino que informe al general de la gente de los conocimientos adquiridos. Esto es un deber, no una concesión. Pero pasemos al contenido del libro. Dividido en nueve capítulos, los autores nos dan en el primero de ellos un panorama de los “Estudios arqueológicos previos”, donde se destaca a Hermann Strebel como un pionero del interés por los sitios arqueológicos y en particular de Cempoala, a la que dedica “un breve artículo […] al cual agrega un sencillo plano del sitio” (p. 19), todo esto en 1884. Hacen ver la relación entre este personaje y la señora Estefanía Salas de Broner, quien recibe dinero desde Alemania enviado por el propio Strebel para intervenir en diversos lugares con el fin de obtener material que luego le envía a Alemania. Según Annick Daneels, con esto se hace una interpretación estratigráfica mucho antes que Manuel Gamio en Azcapotzalco. Atinadamente, Báez y Vásquez hacen ver que Daneels, en su aseveración “no menciona los fundamentos metodológicos que marcan la enorme diferencia entre una y otra pesquisas, pues la primera se realizó sin ningún estudio en el terreno (por “correspondencia”, como lo indica la citada autora), mientras que la investigación de Gamio (orientada por Franz Boas) siguió estrictamente los lineamientos del análisis estratigráfico” (p. 20).

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A lo anterior se suma lo dicho por el arquitecto Ignacio Marquina, citado por los autores: “Así se entiende la dura crítica que formulara Ignacio Marquina, señalando la destrucción causada por Estefanía Salas de Broner y sus ayudantes en “un gran número de tumbas de Cempoala y en otros lugares de Veracruz” (p. 19). No pasan desapercibidos en este capítulo los nombres de Berendt, Seler, Del Paso y Troncoso y Galindo y Villa, destacando el nombre del tercero de ellos, quien lleva a cabo trabajos en 1890 y 1891 en diferentes lugares de Veracruz a través de la Comisión Científica de Cempoala, bajo el patrocinio de la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública. Comenzaron los trabajos en la Villa Rica y después en Cempoala, para pasar a recorrer la región entre Papantla y Cotaxtla, en sitios como Nautla, Soledad, Medellín, Cotaxtla, Tecolutla, la Mixtequilla, Tlalixcoyan y otros lugares. Finalmente emprendió trabajos en El Tajín que culminaron el 28 de marzo de 1891. Los autores continúan su recorrido por la arqueología veracruzana y llegan a los trabajos dirigidos por José García Payón, los que enmarcan bajo el término de “Escuela mexicana” o “Escuela de Reconstrucción Nacional”, siguiendo en esto los planteamientos de Litvak y Gándara. Sobre el particular cabe señalar que en otra ocasión hice ver la inconsistencia de estos nom-

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bres y de lo aseverado por Litvak respecto a que la lucha armada iniciada en 1910 había detenido los trabajos arqueológicos en el país, siendo que durante la segunda década del siglo XX se hicieron aportes significativos en la arqueología, como la creación de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americana y el desarrollo de un proyecto de la envergadura del coordinado por Manuel Gamio en Teotihuacan, por señalar sólo algunos. García Payón va a intervenir en diversos sitios y también en Cempoala. Se mencionan los nombres de José Luis Melgarejo Vivanco y Alfonso Medellín Zenil por su importancia en diversos aspectos del Veracruz prehispánico y se llega así a finales de la década de 1970 en que éste surge con un enfoque muy diferente al empleado hasta entonces: el proyecto “Historia de los asentamientos humanos en la Costa Central de Veracruz”, bajo la dirección de Jurgen Brüggemann, quien contó con varios colaboradores. En Cempoala se pudo aplicar una nueva visión y con esto se derivaron estudios relevantes como lo muestra la publicación Zempoala: el estudio de una ciudad prehispánica. Con esto termina este capítulo que atiende lo relativo a la historia arqueológica de esta región y en particular de Cempoala para pasar al siguiente capítulo titulado “El Totonacapan y Cempoala en las crónicas”, donde se

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analizan dos puntos de vista: la perspectiva arqueológica, por un lado, y la visión etnohistórica y etnológica, por el otro. Rico en contenido y discusiones, en él se comentan problemas como la presencia de los primeros pobladores de la región y el proceso de desarrollo donde las periodizaciones vienen a tratar de aclarar el tema aunque, como advierten los autores, “no es raro encontrar —aun para un mismo sitio arqueológico— distintas propuestas secuenciales que ilustren su devenir” (p. 45). La discusión de los distintos periodos y las características que le son propias plantean nuevas interrogantes acerca de las presencias cerámicas, arquitectónicas y de interrelaciones entre diferentes lugares dentro del área pero también con el resto de Mesoamérica. Para Cempoala, señalan los autores: “La abundancia y diversidad de fragmentos de cerámica en la superficie o en las excavaciones estratigráficas, ya en los sistemas amurallados, ya en un extenso perímetro en torno a los numerosos montículos de Cempoala, sugiere una larga secuencia de ocupación humana en la región, cuyo período más representativo y asociado a la más alta densidad poblacional se ubica durante el Horizonte Posclásico” (p. 63). Desde este momento vemos la complejidad que tiene Cempoala vista desde diversos ángulos. Uno de ellos y de la mayor importancia es el del control hidráulico como son la

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irrigación, áreas inundables y la desviación del río Grande de Actopan para su uso tanto en la agricultura como para las necesidades cotidianas. Una red de acueductos, localizada por Brüggemann y Jaime Cortés, implican una organización social dirigida por un poder central. De esto hablaremos más adelante. En lo concerniente a la etnohistoria y la etnología, Báez-Jorge y Vásquez Zárate hacen un plausible intento por acudir a estos datos por medio de diferentes investigadores que aportaron en su momento datos importantes sobre el particular. Hay que destacar la revisión que hacen del concepto totonacapan, tanto desde el punto de vista de la lingüística como el tratar de definir los límites de lo que se considera como tal: “La lingüística aún tiene mucho que aportar al conocimiento prehispánico regional; persisten dudas sobre el origen y desarrollo de la lengua totonaca” (p. 80), nos dicen. Este capítulo es de una enorme riqueza y, sin duda, permitirá a los estudiosos penetrar en la manera en que distintos autores han analizado esta región. En el capítulo III se habla del entorno geográfico de Cempoala. Se nos hace ver lo variado del medio ambiente, conformado por cañadas, valles y montañas, así como los sistemas de agua, además de los yacimientos de diferentes materiales como piedras y arcillas que fueron aprovechados por los pobladores. A esto se

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unen suelos idóneos para el cultivo lo que permitía explotarlos por medio del riego. Todo esto explica en buena medida el asentamiento de Cempoala en medio de un hinterland (como lo llaman nuestros autores) apto para el desarrollo humano. Los siguientes cuatro capítulos entran de lleno en las características de Cempoala desde diversas perspectivas. El asentamiento y planificación urbanos han sido estudiados por la arqueología y así leemos que éstos “han revelado numerosas evidencias respecto a una infraestructura urbana planificada, no sólo para vincular las actividades cotidianas propias de una alta densidad habitacional, sino también para desempeñar diversas funciones administrativas, políticas, y religiosas cuyo impacto seguramente alcanzaba un amplio dominio regional” (p. 104). Se han podido definir áreas para usos distintos. Tal es el caso del área de producción con posible presencia de talleres de obsidiana o de elaboración de otro tipo de artefactos que indican su producción al interior de la ciudad, así como de espacios para la circulación y consumo de variados productos. Un área con marcado carácter religioso es evidente dentro de los conjuntos arquitectónicos del lugar. Por otra parte, nuestros autores hacen ver con prudencia que “La extensión urbana y el tamaño de la población de Cempoala son causa

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de polémica entre los especialistas, la cual quizá nunca se resuelva, debido a la irreversible y progresiva pérdida de la evidencia arqueológica, condición que impide proponer un cálculo apropiado de la densidad demográfica. Sin embargo, basados en estimaciones de los cronistas, suele aceptarse que esta ciudad contaba al menos con una población de entre 25 000 y 30 000 habitantes […]” (p. 109). Y digo que actúan prudentemente, porque los cálculos que se han hecho en ciudades como Teotihuacan, Monte Albán y Tenochtitlan no tienen bases firmes para sustentarlos. Algo que afirman nuestros estudiosos es que en el Posclásico (9001521 dC) Cempoala se constituía en la ciudad de mayor dimensión en el centro de la Costa del Golfo, como lo sugiere su extensión, la presencia de sus conjuntos arquitectónicos, su complejidad urbana y los sistemas de acueductos que la alimentaban. En cuanto a la organización social y política, existe polémica en cuanto de si se trata de calpullis, como lo plantea Brüggemann o de otra forma de organización como lo establece Agustín García Márquez. Báez-Jorge y Vásquez Zárate se inclinan, después de un análisis del concepto calpulli y otros tipos de organización, a que el calpulli pudo existir de igual manera que lo hacía en Tenochtitlan y Texcoco al evolucionar de su carácter de comunidad gentilicia hasta conver-

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tirse en una organización basada en principios territoriales. Tratan lo relativo a la ordenación social y el control hidráulico haciendo ver que todo lo referente a la agricultura y, por ende, a los sistemas hidráulicos debieron de estar organizados colectivamente y controlados por los mandos de los calpullis y otras instancias superiores. Otro tema interesante es el de las regulaciones matrimoniales basadas en cronistas como Torquemada, Motolinía, Sahagún, Mendieta, Las Casas, etc., ya que las alianzas matrimoniales “entre grupos étnicos diferentes fueron un recurso para conciliar intereses” (p. 147). Otro factor que mencionan los autores es el de la “Naturaleza y estructura del poder”, misma que se basaba en la nobleza hereditaria que a su vez se sustentaba en matrimonios endogámicos. Aquí analizan la relación que existía entre Cempoala y Tenochtitlan, la cual inscriben como un sometimiento pacífico que les permitía a los gobernantes de Cempoala mantener un alto grado de autonomía política. Esto se estudia y plantea a continuación y se hace ver que las tensiones existentes entre Tenochtitlan y Cempoala “Serían el pivote que operaría Hernán Cortés para tejer el entramado de intrigas y argucias que sustentó su estrategia para la conquista de la capital azteca” (p. 162). Un aspecto que no pasa desapercibido es el relativo a la religión de

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Cempoala, en donde una vez más se acude a las fuentes históricas y a estudiosos actuales sobre el tema. Se plantean los atributos e indumentaria del grupo sacerdotal, así como la manera en que eran elegidos y la jerarquización interna. También mencionan el sacrificio humano y su presencia aun antes del dominio mexica. Interesante es el hallazgo, por parte de Del Paso y Troncoso, de un chac-mool encontrado a un lado del edificio de las Chimeneas que parece apuntar a esto, aunque también hay relatos de los cronistas y evidencias arqueológicas sobre el particular. Un dato importante es aquél que mencionan acerca de la existencia de “salas y casas en Cholula”, según señala Motolinía, lo que evidencia el carácter de gran sacralidad y de lugar de peregrinación de la antigua ciudad sagrada. El capítulo VIII lleva por nombre “La condición axial de Cempoala en la conquista de México-Tenochtitlan”. En él los autores vuelven a echar mano de diferentes fuentes históricas para que, basados en ellas, vayan refiriendo los acontecimientos desde el momento en que Cortés y sus huestes ponen pie en tierras veracruzanas hasta el instante en que emprenden la marcha hacia Tlaxcala, Cholula y Tenochtitlan. De todo esto hay que rescatar algunos aspectos de suma importancia. Siempre he dicho acerca de la diferencia que notará Cortés en cuanto a la actitud de los indígenas desde el

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momento que costea Cozumel hasta llegar a lo que hoy es Veracruz. En este último punto se les recibe sin violencia y, por el contrario, son invitados a visitar Cempoala por su máximo dirigente. Se enteran de los problemas que les provoca Moctezuma al que hay que pagarle un tributo periódicamente. Cortés percibe que cuenta con una buena cabeza de playa y ante la inconformidad de algunos de los que lo acompañaban que deseaban regresar a Cuba, decide dar al través con las naves —nunca quemarlas, como bien asientan los autores— y, al igual que César ante el Rubicón, la suerte estaría echada. Lo demás ya es historia… El último capítulo está dedicado a la manera en que Cempoala fue abandonada. Varios factores se unieron para que esto ocurriera. Uno de ellos fue la epidemia de viruelas que se desató y que causó la muerte de miles de habitantes. Cabe mencionar que los estragos provocados por este mal lo reseñan cronistas como López de Gómara, Motolinía y Torquemada. A esto se une la interpretación de modernos estudiosos que dan su parecer sobre este acontecimiento, todos ellos citados por Báez-Jorge y Vásquez. Sin embargo, agregan otras causas más: “[…] a los factores de despoblación propiciados por las epidemias —señalan—, deben agregarse la guerra y la explotación, así como las agotadoras jornadas laborales” (p. 211). En fin, todos estos factores fue-

CEMPOALA

ron diezmando a la población y fue así que hacia 1610 Torquemada dice lo siguiente, dicho que los autores consideran el epitafio de la antigua ciudad: “No tiene este sitio morador ninguno, porque vino desde entonces en tanta disminución que no vinieron a quedar más de tres o cuatro personas en él […]” (p. 215). ¡Terrible destino de aquella ciudad que fuera cabeza de una región! Pero como bien señalan los autores recordando a Fernand Braudel, “Al remontar el curso de los siglos — apunta el gran historiador francés— ¿cómo podrían no ser excelentes guías las civilizaciones?” En efecto, con sus ciudades milenarias, las civilizaciones “atraviesan el tiempo, triunfan sobre lo duradero. Mientras pasa la película de la historia, ellas se mantienen imperturbables […] continúan como dueñas de su espacio, ya que el territorio que ocupan puede variar en sus márgenes, pero en el corazón, en la zona central, su dominio, su sede, siguen siendo los mismos” (pp. 218-219). Con éstas palabras de Braudel ponen punto final al libro. Como las buenas películas y los buenos libros —y éste lo es—, qué mejor final que la reflexión del autor de

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El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. Pero aún nos regalan con una conclusión que en su parte substancial reza así: “A diferencia de Cholula, Tlaxcala y Tenochtitlan —escenarios protagónicos de la historia mexicana—, Cempoala fue prácticamente abandonada a menos de un siglo de haber pactado con Cortés, hasta que fue ‘redescubierta’ a finales del siglo XIX, entre selvas y potreros, por Francisco del Paso y Troncoso, quien encabezó la Comisión Científica Exploradora de la Junta Colombina” (p. 223). Estamos pues, ante un libro que reúne el conocimiento profundo de las fuentes históricas; el aporte de la arqueología y la etnología; el decir de los investigadores actuales y la sabia manera de engarzar todo ello para darnos un panorama vívido de lo que fue Cempoala (la Sevilla de América) y de lo que sigue siendo. Gracias a Félix Báez-Jorge y a Sergio Vásquez Zárate por sus palabras, por su inteligencia, por su pasión por la historia… Eduardo Matos Moctezuma Instituto Nacional de Antropología e Historia

Inquisición de Veracruz. Catálogo de documentos novohispanos en el agn* * Inquisición de Veracruz. Catálogo de documentos en el AGN es el resultado de una minuciosa recopilación y revisión, hecha por José Manuel López Mora, de los procesos y causas registrados por los comisarios del Santo Oficio de la Inquisición, residentes en los obispados de Puebla y Oaxaca, que abarcaban parte del actual territorio veracruzano.1 La Santa Inquisición fue una institución que durante casi trescientos años de vida colonial estuvo encargada de vigilar, regular y castigar los comportamientos considerados como transgresores de la fe cristiana.2 Así, mucho de lo que hoy conocemos acerca de los grupos novohispanos y sus prácticas sociales, se debe a la vasta producción documental inquisitorial *

José Manuel López Mora, Inquisición de Veracruz. Catálogo de documentos novohispanos en el AGN , col. Rescate, Universidad Veracruzana, Xalapa, 2009. 1 El obispado de Puebla abarcaba los actuales estados de Puebla y Tlaxcala, y al norte de Veracruz llegaba hasta Pánuco, además de los pueblos de Orizaba, Jalapa, la Vieja Veracruz, la villa de Córdoba y el puerto de Veracruz, San Cristóbal Alvarado, Medellín, Santiago y San Andrés Tuxtla, etc. Mientras que la jurisdicción eclesiástica del obispado de Oaxaca controlaba los pueblos de Otatitlán, Coatzacoalco, Chacaltianguis, Acayucan, San Juan Bautista y Xoteapa, entre otros. 2 Solange Alberro, Inquisición y Sociedad en México, 1571-1800, Fondo de Cultura Económica, México, 1988, p. 33.

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que nos permite indagar sobre la cotidianidad de los habitantes de la Nueva España. En los últimos años se han realizado publicaciones de catálogos documentales, los cuales son una herramienta fundamental para los estudiosos de las sociedades pasadas que desean conocer de forma sistematizada la información contenida en los diferentes archivos del país.3 Así, se puede señalar que esta obra responde a una necesidad, cada vez más creciente, por organizar la información que se localiza en los archivos locales, estatales y nacionales, pero 3

En la actualidad se han realizado notables esfuerzos por sistematizar la información de los diferentes archivos del país. Un ejemplo de esto es la digitalización y catalogación del Archivo Notarial de Xalapa, resguardado por la USBI-Xalapa de la Universidad Veracruzana y que contiene documentos notariales del periodo colonial de Xalapa, la ciudad de Veracruz y sus alrededores. Ello permite observar las relaciones económicas y sociales que existían entre los habitantes de la jurisdicción de Jalapa y los de ciudades como Veracruz, Puebla y México. De igual forma, en esos documentos se puede indagar sobre temáticas como la compra-venta de esclavos, donaciones, herencias, dotes, litigios, etcétera. Por otra parte, en los últimos años ha surgido una producción de monografías que dan cuenta del estado físico y del contenido de los documentos que guardan los archivos locales, principalmente notariales y municipales; estos trabajos, sin duda, son una importante herramienta para aquellos estudiosos interesados en la consulta de estos acervos.

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también por dar a conocer la riqueza de estos acervos. De esta manera, el libro Inquisición de Veracruz. Catalogo de documentos novohispanos en el AGN tiene como intencionalidad dar a “conocer las referencias catalográficas sobre la Inquisición exclusivas del territorio colonial veracruzano de una manera sencilla y rápida” (p. 4). Además de que las referencias facilitan la búsqueda de información concerniente a ese periodo y ayudan al surgimiento de nuevas temáticas —por ejemplo, análisis lingüísticos de las expresiones idiomáticas por regiones o provincias, o bien, la influencia de las lenguas indígenas y africanas en el español colonial—, esto coadyuvará al enriquecimiento de los estudios históricos, antropológicos y lingüísticos. También se podrían realizar estudios sobre los libros de literatura, poesía y filosofía confiscados por los comisarios del Santo Oficio, sobre los que es posible hacer análisis textuales. Por otra parte, ello permitiría indagar acerca de las circunstancias políticas, sociales, culturales, filosóficas y religiosas del Veracruz colonial (p. 69). La información que encierran estos documentos conduce al análisis de la conformación de las regiones, la transformación del territorio y la población novohispana, entre otros aspectos. Es necesario señalar que el material en el cual está basada la obra procede del Ramo Inquisición. No

obstante, el autor precisa lo necesario que resulta para los investigadores conocer la composición de los fondos que integran el acervo de la documentación inquisitorial. Así, el Fondo Tribunales está conformado por las secciones de Ordinarios, Extraordinarios y Especiales de Fuero.4 En el Fondo Patronato Eclesiástico, podemos encontrar, dentro de la Sección Tribunal Pontificio, el Ramo Inquisición con sus 1 555 tomos correspondientes al periodo de 1522 a 1819 (p. 11). En esta misma sección encontramos el Lote Riva Palacio, integrado por 56 cajas que conforman el Indiferente de Inquisición, las cuales contienen información correspondiente a los tomos de 1470 a 1555 (p. 11). El último es el Fondo Secretaría de Cámara, que tiene información correspondiente al gobierno militar, superior y provincial.5 4 La

información que contiene cada una de estas secciones corresponde a: Censos, Civil, Criminal, Derechos Parroquiales, Infidencias, Oficios Vendibles, Real Audiencia, Registros de Fianzas, Depósitos y Obligaciones; Archivos de Buscas, Bienes de Difuntos, Bulas de la Santa Cruzada, Concurso de Calvo, Concurso de Cotilla, Concurso de Peñaloza, Hospital de Jesús, Intestados, Mercedes, Parcialidades, Ríos y Acequias, Tierras, Traslados de Tierras; Acordada, Bienes de Comunidad, Consulado, Indios, Minería, Protomedicato, Salinas, Tributos y Universidad. 5 En el Fondo Secretaría de Cámara podemos encontrar documentación realtiva a: Indiferente de Guerra, Marina, Operaciones de Guerra, Pensiones, Títulos y Despachos de Guerra; Bandos y Ordenanzas, Californias, Correspondencia de Virreyes,

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La obra consta de un estudio preliminar y de tres apartados. Primeramente, se aborda la importancia de los acervos documentales existentes sobre el periodo colonial. Además se deja en claro que las referencias catalográficas que se pueden encontrar dentro del libro son únicamente del territorio veracruzano. Posteriormente, el autor hace una detallada descripción de las características generales del Ramo Inquisición, su estado físico, su encuadernación y la conformación de los diferentes pueblos, villas y ciudades que integraron los obispados de Puebla y Oaxaca. También detalla la organización del catalogo: el orden cronológico, el número de expediente, las fojas y el lugar donde se suscita el proceso o causa. Y elabora un resumen del contenido de cada documento. Por otra parte, se abordan los antecedentes históricos del Santo Oficio de la Inquisición en España y su introducción en la Nueva España

Desagüe, Donativos y Préstamos, Escribanos, Filipinas, General de Parte, Historia: Notas diplomáticas, Impresos Oficiales, Industria y Comercio, Obras Públicas, Oficio de Hurtados, Oficios de Soria, Ordenanzas, Padrones, Real Junta, Reales Cédulas: originales y duplicadas, Reales Ordenanzas, Vínculos y Mayorazgos; Abastos y Panaderías, Aguardientes de caña, Alcaldes Mayores, Ayuntamientos, Caminos y Calzadas, Cárceles y Presidios, Congregaciones, Correspondencia de Diversas Autoridades, Epidemias, Gallos, Historia, Intendencias, Mercedes, Peajes, Policía y Empedrados, Pólizas, Propios y Arbitrios, Provincias Internas, Subdelegados.

como un dispositivo de vigilancia y control de las prácticas transgresoras de los diferentes grupos de la sociedad colonial. De igual forma, el autor menciona las diócesis que existieron en el territorio novohispano: Guadalajara, Michoacán, México, Puebla, Antequera y Chiapas, en las cuales el Tribunal de la Inquisición tenía frailes o curas encargados de representar al San Oficio en las jurisdicciones eclesiásticas de estos obispados. Asimismo señala las diferentes órdenes religiosas y su distribución en el espacio colonial. Un aspecto importante que no se debe soslayar son los aspectos geográfico-religiosos que aluden a la doctrina, parroquia, jurisdicción y asentamiento, los cuales muchas veces se manejaron indistintamente (p. 44). En este sentido, el autor señala que la presencia de estos componentes dentro de la geografía religiosa forman parte de la construcción del culto religioso a través de los años, durante los cuales el catolicismo logró imponerse sobre la feligresía indígena recién conquistada y sobre aquéllos llegados de manera forzada a estas tierras, como lo fueron los esclavos africanos (p. 44). Así, dicha geografía religiosa representada por los diferentes obispados que se establecieron en el reino novohispano, evidencia la apropiación del espacio y de la población que logró la Iglesia a través de la evangelización en aras de la consolidación de la “verdadera” fe.

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menos importante es conocer que dentro del Ramo Inquisición se localizan algunos documentos extraviados sin catalogación, ello al parecer porque fueron movidos del lugar que ocupaban originalmente. Cabe señalar que los documentos inquisitoriales son principalmente de índole administrativa y están relacionados con los llamados procesos o causas. Resulta necesario precisar que la información que se conserva sobre la actuación del Santo Oficio en la Nueva España está conformada por impresos, edictos, solicitudes y permisos de libros u objetos acompañados de inventarios, así como por listas detalladas (p. 83). Además, se tienen registros de las visitas que las naos hacían al puerto de Veracruz, lo cual permite observar el tipo de comercio que se estaba realizando entre la Península Ibérica y otros países europeos, principalmente con los portugueses e ingleses. También se cuenta con los nombramientos de notarios, fiscales, escribanos, familiares o auxiliares del Santo Oficio, donde se hace alusión a la limpieza o pureza de sangre, un requisito importante para quien deseaba ser comisario o fiscal inquisitorial; este tipo de información ayuda a explorar la idea que los hispa-

Finalmente, destacan tres apéndices donde se abordan los conceptos de archivonomía, que permiten al lector comprender la organización de los acervos documentales. En seguida, se hacen algunas anotaciones complementarias respecto a los documentos que, además de los procesos y causas, podemos encontrar ahí. También hay un índice onomástico de los comisarios que fungieron como representantes del Santo Oficio en el territorio colonial veracruzano. Todo ello resultan ser datos de gran valor, porque permite conocer los documentos complementarios como Edictos de la Inquisición, Real Fisco de la Inquisición, Bienes Nacionales, Obispos y Prelados, Concurso de Peñaloza y Judicial. De igual forma, el orden cronológico del índice onomástico de los comisarios del Santo Oficio en el territorio colonial veracruzano, nos permite entrever algunas posibles conexiones entre los miembros de la burocracia eclesiástica. Por otra parte, se advierte de los elementos físicos que deterioran la documentación, como son: la humedad que produce el documento por el tipo de papel con el que fue elaborado, la polilla o termitas, el polvo o manchas de colores que vuelve al documento ilegible (pp. 16-17).6 No

el polvo que desprenden no sea absorbido por quienes realizan la consulta De esta manera, se previene el deterioro de la documentación y se facilita su conservación para futuras investigaciones.

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por ello que se recomienda para la manipulación del material guantes y cubreboca, para evitar que los documentos sean lastimados por el sudor y

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nos tenían del concepto de pureza de sangre, mismo que les sirvió para sustentar su superioridad “racial” y para establecer una diferenciación entre ellos y los demás grupos fundada en criterios como linaje, raza y estatus, los cuales les sirvieron para mantenerse en la cúspide de la pirámide de la sociedad colonial durante los trescientos años que duró el virreinato de la Nueva España. Otro tipo de información de suma trascendencia son las licencias para leer libros prohibidos expedidas por el Santo Oficio. Éstas resultan un material valioso que sugiere la lectura de los textos literarios, filosóficos y religiosos que fueron clasificados por la Inquisición como prohibidos,7 por representar corrientes de pensamientos contrarias a la fe católica. Sin duda alguna, este tipo de información podría llevarnos a ponderar la influencia que este tipo de obras tuvieron durante la vida colonial, pero sobre todo en los últimos años de virreinato antes que sobreviniera la lucha independentista. Además de que podían realizarse estudios iconográficos que mostraran las representaciones pictóricas hechas por los 7 Entre los libros que fueron considerados prohibidos destacan aquellos de influencia luterana, los concernientes a las ideas ilustradas como El espíritu de las leyes de Montesquieu y El contrato social de Juan Jacobo Rosseau. También se confiscaron lienzos con imágenes bíblicas y de los santos representados, al parecer, de una manera inapropiada.

artistas considerados por el Santo Oficio como disidentes de la moral cristiana. De igual forma, también existen piezas de poesía como son “sonetos, décimas, poemas en versos de arte menor y raras veces en arte menor” (p. 65). Esto podría dar origen a futuras investigaciones lingüísticas y a observar las transformaciones y las variantes regionales de la lengua castellana a través del tiempo. Por otra parte, destacan los registros de canciones populares que expresan la denuncia social hecha por el vulgo a través de tonos jocosos, burlescos, como los famosos versos del Chuchumbé y una cantinela titulada La Tirana (p. 65). En este sentido, la poesía popular resulta ser una rica fuente de información con la cual se pueden realizar reconstrucciones de las formas de expresión del pueblo, de la percepción de su entorno social, político y económico, de sus formas de relacionarse, de amarse, es decir, de todo aquello que formaba parte de su cotidianidad. Por último, los procesos o causas inquisitoriales han resultado ser hasta ahora los documentos más solicitados por los investigadores, y no es para menos porque ofrecen la posibilidad de reconstruir y observar dinámicas sociales interesantes como son: la integración social de los grupos novohispanos, específicamente de los esclavos africanos, así como las migra-

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ciones de moros, judíos y portugueses al Nuevo Mundo, sobre quienes el Santo Oficio actuó de manera implacable para extirpar cualquier indicio de prácticas contrarias a la fe cristiana. En este sentido, es interesante observar cómo los documentos de los siglos XVI al XVII reflejan la persecución religiosa que se hizo en Nueva España de los individuos sospechosos de ser judíos conversos, moros, portugueses e incluso luteranos. Ello nos habla de lo trascendente que pudo haber sido la Contrarreforma más allá de las fronteras europeas, y de las repercusiones económicas y sociales de la separación de Portugal de la Corona hispana. Por otro lado, en estos documentos podemos analizar el sincretismo cultural entre los grupos indígenas, españoles y africanos, lo cual ayudaría a identificar el aporte de cada uno de los grupos a los sistemas de curanderismo existentes en el Veracruz y en el México contemporáneos. También se puede indagar sobre un aspecto poco observado en los estudios novohispanos como fue la bigamia, la cual,

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contrario a lo que podría pensarse, según se advierte en la revisión del presente catálogo, fue un rasgo inherente a los grupos peninsular y criollo. Finalmente, se puede realizar un estudio de geografía histórica que dé cuenta de: la evolución territorial, la conformación regional, la existencia, cambio y desaparición de algunos lugares, la transformación de las toponimias, la población que habitó estos espacios y los participantes de los actos considerados como transgresores. Para concluir podemos señalar que este tipo de trabajos resultan de vital importancia para los estudiosos de la historia y de las ciencias sociales, porque dan un panorama mucho más amplio de la información que contienen esos documentos — inexplorados en su mayoría— y de la utilización que se puede hacer de las fuentes inquisitoriales. Citlalli Domínguez Domínguez Becaria del Instituto de Investigaciones Histórico- Sociales, Universidad Veracruzana

División del Curato de Xalapa, 1769-1773 (Documento inédito)* El fenómeno histórico de la división de la parroquia del pueblo de indios de Xalapa, que puede analizarse desde varias perspectivas y ángulos, tiene que revisarse, en primer lugar, a partir del proceso repetido y continuo de secularización de la Iglesia española. Secularizaciones hubo, en lo que hoy es Latinoamérica, desde el momento mismo en que se estableció el Patronazgo Real, en 1542, y culminaron, precisamente en los años en que se gestionó la partición del Curato y que, en la terminología temporal, correspondió al periodo colonial tardío. En los edictos del 19 de agosto de 1765 se vio la avanzada secularizadora. Francisco Fabián y Fuero, obispo de Puebla, ordenaba a los curas llevar un registro “de todas las capellanías fundadas o por fundar” y que los capellanes certificaran “haber cumplido sus cargas”; que informaran sobre los clérigos fallecidos —“aunque sean de tonsura”— y sobre sus bienes y disposiciones testamentarias, y que comunicaran a la diócesis “las últimas disposiciones” del difunto.

Asimismo, reglamentó que “ningún sacerdote pueda decir tres misas; y, en caso de decir dos, hayan de estar expuestos en los idiomas de las partes donde [las] dijeren”. La Iglesia obligaba al cura a llevar un censo de clérigos seculares, con separación de los regulares, así como el control de sus títulos, ocupaciones y costumbres, como de los “que se hallaren ordenados a título de idioma sin las licencias de predicar y confesar que les corresponden”; otro edicto daba autorización para que los curas de parroquias lejanas pudieran “despachar por sí los matrimonios, menos de vagos y ultramarinos, llevando por sus derechos tres pesos, remitiendo un peso de cada una de las que se remitieren cada seis meses”.1 La división, pues, puede revisarse desde el punto de vista de lo que Farriss y otros han denominado como la «segunda conquista espiritual de México». El papa presionaba al rey hispánico —en las postrimerías de la Guerra de Seis Años (1757-1763)— para que éste desistiera de su fallido

* Adriana Naveda Chávez-Hita y Fernanda Núñez Becerra, División del Curato de Xalapa, 1769-1773 (Documento inédito), Editora de Gobierno del Estado de Veracruz, Xalapa, 2009, 227 pp.

1 Libro de Cordilleras de la Parroquia de San Gerónimo Coatepec, Ms. Cordillera núm. 1, fechada en Puebla de los Ángeles, el 28 de agosto de 1765. Transcripción de José Roberto Sánchez Fernández.

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programa evangelizador, que había arrancado con los frailes mendicantes, o sea, a través de las órdenes del clero regular, desde el momento mismo de la emergencia del virreinato novohispano y hasta la primera mitad del siglo XVIII, inclusive. Tras dos siglos y algo más de proceso evangelizador, bajo la tutela monárquica, se había demostrado su inoperancia, además de su fracaso rotundo. Frente a esta realidad, gobernada por el capitalismo del fuero y el control del canon, pero también por la degradación diocesana y el relajamiento observado por las fuerzas eclesiásticas, el clero episcopal, aprovechando el impulso dado por las reformas borbónicas de la posguerra, implantó en Nueva España este nuevo proceso de secularización, de tipo eminentemente regalista. La dinámica procesal implicó un efecto de acordeón. Si bien fue verdad que, con la primera cruzada evangelizadora, los frailes franciscanos, agustinos, dominicos y otros se habían colocado al frente del proceso de transformación espiritual de los indios, al darse el vuelco hacia la cruzada episcopal, ya en la etapa borbónica, sus sacerdotes tomaron la supremacía y aislaron, materialmente, a los frailes de las órdenes regulares. Éstos fueron confinados a los pueblos de indios, lo que entonces quiso decir que fueron condenados al olvido. La división del Curato de Xalapa, por otra parte, habrá que ubicarla

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en el proceso que se dio, de manera soterrada, entre las fuerzas episcopales que se repartían el poder en las diócesis novohispanas. No sólo se trataba de un conflicto entre miembros del clero, esto es, dado entre españoles peninsulares y americanos, y entre ellos y la propia feligresía de indios y castas; también era reflejo, en el campo de la discusión política, de la lucha entre familias y grupos de criollos poderosos: asociados o enemistados entre sí. El documento señala la presencia de una familia encumbrada en el ámbito local: los hermanos sacerdotes Hortiz de Zárate y su madre, Jacinta Michaela de Acosta. Uno de ellos había construido el templo del Calvario, Antonio Hortiz de Zárate; otro fue Matheo Antonio Hortiz de Zárate, cura propio de la doctrina de San Francisco de Actopan (que actuó como comisionado para las diligencias de la partición), y otro más, Manuel Antonio Hortiz de Zárate, el que habría de ser el beneficiado de la Parroquia de San Joseph, quien hacia entonces tenía el templo en plena construcción, y quien había solicitado al obispo de Puebla la erección como Parroquia para el servicio espiritual de los indios que habitaban en los barrios del pueblo de Xalapa, en particular el de La Laguna y los ranchos aledaños al pueblo. Los hermanos Hortiz de Zárate resultaban, entonces, jueces y partes en el negocio de la división del Curato.

DIVISIÓN DEL CURATO DE XALAPA, 1769-1773

En la escala regional, era ostensible que participaban, en esta operación de cúpula diocesana, otros poderosos interesados, como la zaga de los Gorospe Yrala y Padilla y de los Gorospe y Padilla, poblanos de origen, prebendados y criollos. Don Manuel Ignacio de Gorospe era, entonces, juez provisor y vicario general del Obispado y, casualmente, poseía rentas y propiedades en Xalapa, Coatepec y Mahuixtlán. Él fue el brazo del poder para dar oportuno trámite, en el campo de la administración eclesiástica, a la erección de la nueva parroquia, que atendería, como se reitera en el documento que hoy se hace público, a la población española, indígena, negra y castiza. Ante tantos intereses, naturalmente surgió la oposición, casi tajante, por parte de los indios, quienes, a través de las voces de sus gobernadores, reclamaron su derecho a recibir el servicio espiritual en la parroquia del centro y que éste lo defenderían a costa de sus vidas, como indicó en la diligencia correspondiente —además, con firmeza inusual— Josep Leandro, alcalde del barrio de La Laguna, cuando afirmó en nombre de los suyos su pertenencia “a la antigua parroquia”, a la que defendería con su vida. Esta voz, indudablemente, se sumaba a la del párroco titular, don Joseph Suárez, quien para manifestar su descontento ante el recurso de comisión, ocultó datos y negó contar con todo tipo de

registros materiales y espirituales (tarifas, libros de ingresos, de cuadrantes y de viento, programas de misas, cofradías y capellanías). Suárez obedeció la instrucción, aunque sólo cumplió a medias; pero aun con tales omisiones y negligencias, la congrua anual del Curato fue calculada en más de ocho mil pesos, cantidad suficiente para sostener con holgura el gobierno de las dos parroquias. La división fue ejecutada —como señala Fernanda Núñez Becerra en el estudio introductorio— por medio de la técnica “del amor y el temor”, aunque la vigencia del templo de San Joseph como “parroquia de indios” sería corta. La función sólo fue temporal, ya que solamente se mantuvo a partir de 1773 para ser suspendida el 17 de diciembre de 1786. En esta fecha, cuando el párroco de la cabecera, don Alonso José Gatica, dio posesión como cura propio de la Parroquia de San José al sacerdote don Gregorio Fentanes, esta parroquia de indios transformó su papel original para pasar a ser “auxiliar” de la cabecera, y a supeditar sus actividades, en lo subsiguiente, “a la antigua parroquia”.2 La reagrupación de ambos curatos dentro de una sola judicatura reflejaba la situación que arrojó el término del régimen de flotas y galeones combinado con

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2 Notaría Eclesiástica de la Iglesia Catedral de Xalapa, Libro de Entierros de Españoles y Gente de Razón, 1777-1809, f. 95 r.

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el sistema de las ferias del comercio, al aplicarse en Nueva España, a partir de 1789, el Reglamento del Comercio Libre promulgado por la Corona para el resto de sus dominios, en 1778. Al suspenderse el mercado controlado y dar paso a la gestión de los comerciantes «borbónicos», el pueblo de Xalapa y su vida económica se transformó y diversificó. La división parroquial, por lo demás, no fue, desde luego, un acto aislado respecto del gobierno eclesiástico del Arzobispado de México. Data de esta misma época la partición del Curato de Orizaba, que se dio sin la crisis política que arrojó el proceso xalapeño. La partición de parroquias habría de ser, en términos territoriales, económicos e inclusive políticos, la primera división modélica dada en la Nueva España, pues superaría en definición al reparto de provincias, ya que las judicaturas de los curatos servirían de base para proponer las escalas posteriores, como la de la división de las intendencias, al servir de sustento para la distribución territorial propuesta por la Real Ordenanza de Intendentes de 1786, en razón de que dentro de la geografía y la constitución diocesana se mantenían los registros de territorio y la separación de los individuos, según la composición pluriétnica de la feligresía. Esta misma partición supondría la nomenclatura de los censos militares, como los ordenados en este Reino

por el virrey Revillagigedo en 1790, y para ser aplicada la reforma fiscal, que había abierto el sistema de cobro de alcabalas desde 1776.3 La disposición de partir los curatos mayores en las colonias americanas obedeció al programa monárquico de imponer “una limitación directa al fuero eclesiástico”, que tenía el objetivo superior de fortalecer “el control real sobre la Iglesia colonial” y, a la vez, conseguir “el poder de veto sobre la legislación y las decisiones judiciales del papa”. Cabe aclarar que estas reformas se emitieron con posterioridad a la expulsión de los jesuitas, promovida por la Corona en 1767, y que tales modificaciones contenían una base económica de carácter fiscal y otra de amplio contenido político, lo que debió contemplarse en los acuerdos del Cuarto Concilio Mexicano que se celebró en 1771. Así, la Corona subordinaría “a todos los súbditos” a la autoridad judicial del Estado y restringiría, específicamente, “los fueros y exenciones” de los grupos privilegiados, entre los que destacaban, además de las milicias, los integrantes del clero regular y secular.4 3 Real

Ordenanza para el establecimiento e instrucción de Intendentes de Ejército y Provincia en el Reino de la Nueva España, Madrid, 1786, y Juan Carlos Garavaglia y Juan Carlos Grosso, Las alcabalas novohispanas (1776-1821), Archivo General de la Nación/ Banca Cremi, México, 1987 (1988), passim. 4 Nancy M. Farriss, La Corona y el clero en el México colonial, 1579-1821. La crisis del privilegio eclesiástico, trad. de Margarita Bojalil, FCE, México,

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DIVISIÓN DEL CURATO DE XALAPA, 1769-1773

El pretexto del Obispado de Puebla con el que sustentó la partición de sus curatos fue, reiteradamente, el “de los beneficios a distribuir en usos píos y a pobres los bienes eclesiásticos superfluos”, es decir, atender de la mejor manera la vida espiritual de los indios y de los pobres, siempre y cuando la congrua de la parroquia por elevar permitiera sostener no sólo a un párroco, sino a dos curas titulares; este problema de subsistencia sólo se resolvería, en el ámbito regional y durante el periodo colonial tardío, en la villa de Orizaba y el pueblo de indios de Xalapa.5

La utilidad del documento que nos ha ocupado es indudable. Arroja datos de primera mano para poder interpretar mejor el desarrollo urbano y social de una comunidad que, hacia el último tercio del siglo XVIII, se hallaba en franco desarrollo: crecía su población y se diversificaban sus actividades económicas en el campo, los oficios y en el incipiente sector de servicios.

1995, pp. 87-105. 5 La división de curatos se realizó en la Nueva España dentro de los pueblos en donde radicaban mezcladas “las tres clases de feligreses”: españoles, castas e indios. Por esta razón no he localizado los procesos de división de curatos dentro del Arzobispado de México ni en el Obispado de Antequera, a la que pertenecía la importante parroquia de Cosamaloapan. Cfr. Ibidem.

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Ángel José Fernández Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Universidad Veracruzana

México, el otro mestizaje/ Mexique, l’autre métissage* I Según la historia oficial, mitad verdad, mitad mentira —ésa que hoy en día se sigue enseñando en los libros de texto y difundiendo en los medios masivos de comunicación y es aceptada por la gran mayoría de los mexicanos—, en México, desde la conquista española y durante la época colonial, pero sobre todo en los siglos XIX y XX cuando llegaron otros grupos étnicos de origen europeo, tuvo lugar un “exitoso proceso de mestizaje”, producto del cual nuestro país, en la actualidad, está conformado por 90% de mestizos y 10% de indígenas, donde, como dice Federico Navarrete, no sin cierta ironía, los primeros son “los custodios de una modernidad que pertenece al futuro y que debe dejar atrás el pasado [la milenaria cultura prehispánica], glorificándolo en museos y libros, pero no viviendo de acuerdo con él”, y los segundos son “los custodios de una tradición que pertenece al pasado [las grandes civilizaciones mesoamericanas] y que no tiene futuro”. “Así —remata Navarrete su crítica a esa edulcorada * Franck Courtel, Manuel González de la Parra, Sandra Ryvlin et al., México, el otro mestizaje/Mexique, l’autre métissage, Universidad Veracruzana/Institut de recherche pour le développment/AFRODESC/ EURESCL, México, 2011, 112 pp.

Ulúa 19, 2012: 199-213

versión— fue como México, a diferencia de las demás naciones americanas, ni exterminó, ni discriminó, ni segregó a sus grupos indígenas, sino que los integró de manera voluntaria y pacífica a la cultura nacional”.1 Esa simplificada, cuasi monocromática visión del proceso de mestizaje en México, cuya síntesis facistoide es la “raza cósmica” de José Vasconcelos, desde luego, no tiene nada que ver con la realidad actual, pues como han demostrado estudios más o menos recientes, los “mestizos” mexicanos están conformados por una diversidad de grupos humanos, que poseen un origen étnico múltiple (indígena, europeo, africano, oriental, árabe,…), son herederos de disímiles culturas, ocupan un lugar diferente en la escala social y practican religiones distintas, sin contar las diferencias culturales notables que existen entre ellos dependiendo de la región o subregión del país que habiten. Más aún, los mestizos mexicanos no sólo se consideran superiores a los indígenas —que en su imaginario representan una raza degrada, atrasada, 1 Federico Navarrete, Las relaciones interétnicas en México, col. La pluralidad cultural en México, núm. 3, Programa México Nación Multicultural, UNAM, México, 2004, pp. 11, 15.

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sin una identidad propia y de costumbres anacrónicas—, sino que, así como son evidente y recalcitrantemente racistas con éstos, también entre ellos practican “un profundo racismo, en el que los grupos de piel más blancos, más ricos y con una cultura más occidental [o sea, más ‘moderna’] discriminan y desprecian a los grupos de piel más oscura, menor riqueza y una cultura más tradicional”.2 Justamente es ese inveterado y no tan soterrado racismo el que, sin exagerar, nos hace parecer, todavía, a inicios del tercer milenio, una sociedad de castas neocolonial, aunque las leyes y el discurso nacionalista mexicanos nos presenten como un país donde no existen los altos contrastes, es decir, las desigualdades económicas, políticas, sociales y culturales, y donde todos gozamos los derechos humanos más elementales. Esto es, en México, como diría George Orwell, unos somos más iguales que otros. Por ello, con toda razón, Abraham Nahón apuntó en un luminoso texto: “El racismo es como un vendaval que no cede: sigue arrasando las potencialidades de una sociedad fustigada por la desigualdad y la discriminación. Continúa impune, solapado, repitiéndose incesantemente en pleno siglo XXI bajo nuevas formas de exclusión, en una fachada de respeto a los dere-

2 Ibidem,

p. 16.

chos humanos sostenida por una tembleque democracia; fortalecido por una estructura socioeconómica servil al capital financiero, pero también por una mentalidad prejuiciosa interiorizada en los colonizados”.3

II Acaso teniendo en cuenta lo anterior, no lo sé de cierto, en la “Introducción/ Introduction” del catálogo titulado México, el otro mestizaje/Mexique, l’autre métissage,4 firmada por Odile Hoffmann, María Elisa Velázquez, Elisabeth Cunin y Christian Rinaudo, se advierte respecto a la tan llevada y traída “tercera raíz” de la identidad mexicana —concepto que, en su momento (finales del siglo pasado), como sabemos, intentó matizar aquella simplista visión del proceso de mestizaje en México y ponderar la impronta africana en el devenir y el presente de la sociedad mexicana, pero que, por lo visto, no dejó de tener ciertas limitaciones analíticas— lo 3 Abraham Nahón, “La rebeldía solar de la negritud”, en Afro. África-Cuba-México, Marabú Ediciones/Centro Fotográfico Álvarez Bravo/éditons L’atinoir, Oaxaca, 2011, p. 9 4 Catálogo de la exposición del mismo nombre que se presentó en el marco del evento Rencontres AFRODESC-EURESCL . L’autre métissagge. Nation, ethnicité, inégalités (Ameriqué, Caraibe, France). Workshops, conferénces, vidéos, exposition, posters, que tuvo lugar en el Institut des Sciences Humaines et Sociales de la Université de Nice-Sophia Antipolis, Francia, del 8 al 10 de noviembre de 2011.

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MÉXICO, EL OTRO MESTIZAJE

siguiente: “En México la participación africana fue considerable, pero en las costas mexicanas la impronta africana es más evidente en las caras y en los cuerpos, la música y los versos, lo que algunos interpretan y recuerdan como la ‘tercera raíz’ de la identidad nacional, al lado de la europea y la indígena. Sin embargo, es imposible hacer un registro contable de las raíces que constituyen los pueblos. Son innumerables, entremezcladas, indescifrables; los orígenes se reinventaron en el tumulto de los encuentros y si bien se quieren conocer y reconocer, no bastan para satisfacer la sed de identidades que parece caracterizar este principio de milenio (pp. 12-13, subrayado mío)”. Una vez que los autores se han deslindado de esa noción, a su modo de ver esquemática, y que no explica la compleja identidad mexicana, definen lo que ellos entienden por “el otro mestizaje”, concepto acaso más elástico y objetivo y que, en principio, se expresaría en las fotografías que contiene este volumen: “Por lo tanto —concluyen los autores de la introducción—, no son negros o no los que aquí son fotografiados, sino personas que en algún momento pueden reconocerse así y en otro momento de otra manera (mestizo, afromestizo, moreno, costeño, jarocho, mexicano), sin que una u otra opción descalifique a la otra. No es la persona que se tiene que identificar de un solo modo. Es la situación, el

contexto de interlocución, los intereses en juego, en fin, son las interacciones sociales las que dan sentido y vida a una u otra identificación. Es esto lo que llamamos “el otro mestizaje”: la capacidad de reconocerse de múltiples formas, simultáneamente o casi, sin menosprecio del que escoge otra opción” (p. 13, subrayado mío). En suma, concluyen, este catálogo tiene como objetivo “contribuir a más y mejor conocimiento de nuestras riquezas, diferencias y semejanzas”. No busca, reiteran, “realzar ‘otra raíz’ del mestizaje mexicano, sino proponer otra visión y comprensión del mestizaje” (p. 13).

III

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El libro, diseñado impecablemente por Julio Torres Lara, y editado bajo los auspicios de la Universidad Veracruzana, el Institut de recherche pour le développement (IRD) y los programas AFRODES (francés) y EURESCL (europeo) —los cuales intentar dar cuenta de la llamada “diáspora afro”—, reúne una selección fotografías de pobladores de la Costa Chica, región que abarca los estados de Guerrero y Oaxaca, de Franck Curtel, y de habitantes del puerto de Veracruz, de Manuel González de la Parra y Sandra Ryvlin. Curtel y Ryvlin son de nacionalidad francesa y González de la Parra es mexicano, oriundo de Cotija, Michoacán, para ser más preciso, pero

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del popular barrio de la Huaca, en la ciudad de Veracruz, y unos versos en décima de Fernando Guadarrama titulados “Veracruz”. No sobra decir que todos los textos, incluidos el título de la obra y la “Introducción”, están editados en español y en francés.

avencidado en Xalapa desde hace cuatro décadas y casi diríamos que xalapeño por adopción. Los tres, como se aprecia en el catálogo, excelentes y reconocidos fotógrafos. El volumen contiene, además, un texto de Claudia Negrete Álvarez, reconocida historiadora de la fotografía mexicana, titulado “Miradas abiertas al México de herencia negra/Trois regards tournés vers le Mexique noir”, donde la autora contextualiza y analiza el trabajo de los tres fotógrafos, y otros tres textos más donde cada uno de ellos pone de manifiesto sus experiencias en los lugares en que vivieron y convivieron y el objetivo principal que se plantearon al iniciar su labor artística: Franck lo titula “Costa Chica: una mirada mestizada/Costa Chica: un regard métissé”; Manuel, “Veracruz también es Caribe/Veracruz Caraïbe” —aquel famoso eslogan acuñado a finales de los años ochenta, antes de que se llevaran a cabo los festivales afrocaribeños en el puerto—, y Sandra, “Veracruz mestizo/Veracruz métis”. El libro, asimismo, incluye un par de fragmentos de relatos de dos viajeros que visitaron México: uno del viajero y mercader italiano Juan Francesco Gemelli Carreri, de finales del siglo XVII, y otro del que sería el patriarca de la colonia alemana en nuestro país en el siglo XIX, Carl Christian Sartorius, así como un fragmento de una entrevista de Christian Rinaudo a Nohemí Palomino, conocida habitante

IV

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Hoy en día, en general, los pueblos negros o afrodescendientes o afromestizos de Oaxaca, Guerrero y Veracruz sobreviven en medio de la pobreza, la marginación y los conflictos interétnicos. La sociedad mestiza nacional los sigue viendo y pensando como esclavos, los sigue considerando “intrusos de nuestra historia, foráneos, arrimados de nuestra nacionalidad, bárbaros civilizables insertos en comunidades anacrónicas: modernizables”,5 en lugar de reconocer abiertamente su importante contribución cultural dentro del largo y sinuoso proceso de mestizaje. A pesar de ello, contra viento y marea, dichos pueblos mantienen y recrean su rica cultura popular, conformada por su música y sus danzas, su tradición oral, su gastronomía, sus artes plásticas y sus complejos sistema simbólicos. Como bien dice Abraham Nahón, en las costas de Oaxaca, Guerrero y Veracruz: “Africa también vibra […] bajo el influjo musi-

5 Nahón,

op. cit, p. 15

MÉXICO, EL OTRO MESTIZAJE

cal de la marímbula, el cajón, el bote y la quijada de burro [y la tarima]. Los tambores sacuden los espíritus adormilados reivindicando la libertad: relámpagos contra todo oscuro encadenamiento. Son rupturas en la monotonía del latido humano que inauguran en el ser un nuevo equilibrio, que lo transfiguran en pájaro, tigre, ocelote o fuego. Ritmos jubilosos que intentan acallar con su fuerza vital el sufrimiento amamantado por varias generaciones entre los pueblos negros y mulatos, quienes a través de singulares pasos se plantan con firmeza en el presente sobre la tierra. El lenguaje del tambor inventa, recrea las lenguas originarias: polifónico, colectivo, popular, libertario. Tiene voces: voces como de otro mundo”.6

V

otorga una visibilidad distinta, construida desde una mirada más sensible a la diversidad cultural. La imagen fotográfica les confiere —agrega— un protagonismo visual al que quizá estén [sus pobladores] poco acostumbrados” (pp. 18-19). Desde luego, cada fotógrafo realiza su labor apegado a un estilo muy propio pero también con base en un proyecto particular y bajo una mirada muy personal sobre la realidad que les rodea: como dice el dicho popular, “cada quien ve lo que quiere ver”, y más atrás de una cámara fotográfica. Franck Courtel, por ejemplo, llega a la Costa Chica, “un espacio todavía virgen de toda invasión turística y otras construcciones inmobiliarias salvajes”, dice, con la idea fija —quizá obsesiva— de “descubrir” a sus pobladores de que le “hablaron tanto” en París, ciudad cosmopolita donde vive y donde el mestizaje es moneda corriente: desde allá se imagina este otro y distinto mestizaje, “con otra historia, otras actitudes, otras pieles […] otro ojo para otras miradas” (pp. 27, 29). De ahí que Negrete afirme, con gran tino, que Courtel es un “fotógrafo viajero”, al estilo de su paisano decimonónico Désiré Charnay: “Me encanta —comenta Courtel— esta idea de ir muy lejos, por lo lugares retirados, remotos donde nadie va, para encontrar a esta gente y ofrecerle lo que cada uno espera: atención. Personalmente, la fotografía es

Parte de todo ello queda plasmado, de una u otra manera, en las imágenes que aparecen en este volumen. Las fotografías de las poblaciones costeñas mexicanas de origen africano de Courtel, González de la Parra y Ryvlin, poseen tal fuerza, contundencia y vitalidad que Claudia Negrete no duda en afirmar que, “si bien la importancia de su presencia ha sido ponderada en el ámbito académico, es quizá la mirada del fotógrafo la que les

6 Ibidem,

p. 14.

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un pretexto para ir a los demás” (p. 29, subrayado mío). Su dicho se corrobora puntualmente en sus imágenes, donde se aprecian, en primer plano, los pobladores costeños (hombres y mujeres, viejos y jóvenes, niños y niñas), su cotidianeidad (“Niños atravesando el pueblo”, “Alumna: una muchacha esperando a su amiga para ir a la escuela caminando”) y sus diversiones (carreras de caballos, bailes, peleas de gallos), así como ciertos aspectos de su intimidad (“Mujer durante un funeral”, una niña “Saliendo del baño”), aunque también el paisaje natural que les rodea (“Playa de Marquelia”, “Nubes volando”). Ciertamente, como señala Negrete, en los retratos de Courtel, particularmente caros en su portafolio costeño, se nota “la empatía de quien se coloca detrás de la lente hacia sus sujetos”, es decir, que el artista francés “no mira su negritud sino su humanidad”, y que en los costeños retratados es “patente [su] alegría de convertirse en centro de interés visual del fotógrafo” visitante (p. 21); sin embargo, también es evidente, en algunos de ellos (“María”, “Luisa”, “Senem”), su actitud de orgullo, de entereza y hasta de reto ante la lente que los registra en su entorno; un entorno, sin duda, lleno de carencias y de problemas de diversa índole, y que está lejos de ser idílico: la Costa Chica no es el paraíso terrenal del Pacífico mexicano. Lo que sí es incuestionable es la admiración de Courtel por la belleza de los habitantes

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costeños, a la que está empeñado en hacer trascender a través de sus fotografías: “Estas personas —confiesa— son bellas, en los rasgos de sus rostros, en el color de su piel, en la ternura y la intensidad de sus miradas, en sus sonrisas” (p. 29). Una belleza, que, en mi opinión, alcanza su cima, su apoteosis en los rostros y cuerpos de “Ángela”, “Mayra” y “Jessica”. Es más, la trascendencia en Courtel, me parece, no sólo tiene que ver con la belleza, sino incluso en la relación que aquélla guarda con el Absoluto: “Javier”, más que un costeño mexicano, parece un eremita hindú al momento de lograr el éxtasis espiritual, el ansiado Shamadi.

VI

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Manuel González de la Parra, en cambio, centra su atención en el núcleo de la cultura popular del puerto de Veracruz: el baile, la música y, sobre todo, en su fiesta señera: el carnaval, aspectos, ya se sabe, donde la impronta caribeña es innegable y donde se expresa una identidad muy singular que se transforma de manera permanente. En Veracruz, asegura el fotógrafo michoacano, el color de la epidermis es lo de menos, lo demás es el disfrute, el goce de la fiesta, de día y de noche, en los diversos espacios de sociabilidad (Rincón de la Trova, Salón de Villa del Mar) y, desde luego, en las calles, su ámbito natural, incluidos la Plaza de Armas, los Portales de Lerdo,

Foto 1. María, concurso de baile tradicional/Maria, con concours de dance traditionnelle. Tierra Colorada, Cuajinicuilapa, Guerrero, 2009. Autor: Franck Courtel.

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Foto 2. Mayra. Callejón de Rómulo, Oaxaca, 2009. Autor: Franck Courtel.

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el callejón del Portal de Miranda y la “barra más grande del mundo”, el bulevar Ávila Camacho: “El mestizaje en el puerto —confirma Manuel— no sólo se deja de ver en los tonos de piel, sino en el gusto por la música y la manera de bailarla, en la forma de cantar y de vivir la fiesta hasta que el alba toque el horizonte mar” (p. 53). En esta serie de imágenes porteñas de Manuel no hay secreto: el objetivo de esta muestra, señala, es hacer “un homenaje a la cultura popular y sus ritmos, a sus instrumentos y sus versos, a sus cantantes y bailadores. […] rescatar la particularidad festiva del puerto de Veracruz: subrayar lo que podemos llamar nuestro: nuestra fiesta, nuestra música” (p. 55). Así, en las espléndidas fotografías de González de la Parra —quien esta ocasión, como bien apunta Negrete, combina magistralmente el retrato con el fotorreportaje—, lo mismo aparecen parejas y agrupaciones de danzón, de son montuno y de reguetón, que una solitaria niña bastonera (¿será del conocido grupo de Susy?), una voluptuosa rumbera (¿veracruzana o cubana?), un par de modelos de una refresquera (¿porteñas o chilangas?), un par de comparseras de barrio popular y un elegante bailador de danzón y son apodado Zapatito, quien, por cierto, al romperse el encanto de la noche se vuelve cargador de maletas en el Aeropuerto Heriberto Jara Corona. También el son jarocho está representado, aunque

de una manera casi subliminal, con un arpa, apenas perceptible por la sombra que da un árbol añoso y en medio de un arco de uno de los edificios coloniales emblemáticos del puerto: Las Atarazanas. Menos característico de la cultura porteña, a mi modo de ver, son las imágenes de dos expresiones de la religiosidad popular de nuevo cuño y un tanto marginales: la del niño-acólito en un abigarrado altar a la Santa Muerte y la de la ceremonia a Yemayá por los rumbos de Boca del Río. Sin embargo, ambos fenómenos son una muestra de la porosidad y el dinamismo de la secular cultura popular porteña, de ahí que no hayan escapado al ojo entrenado y sensible de Manuel, quien, en fin, a través de una fotografía del interior en ruinas de una casa colonial del Centro Histórico de Veracruz (ubicada sobre la avenida Zaragoza), ahora usada para ejercer el viejo oficio de la carpintería, parece querer mostrarnos cómo, al final, todo fenece ante el incontenible paso del tiempo… Sabía virtud de conocer el tiempo…

VII

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En el caso de Sandra, antropólogasocióloga de origen, el objetivo de su trabajo fotográfico tiene tintes más académicos que artísticos, lo cual, por supuesto, no va en demérito de sus magníficas imágenes de la muy heterogénea sociedad mestiza porteña

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Foto 3. Zapatito. Puerto de Veracruz, 2006. Autor: Manuel González de la Parra.

Foto 4. Zapatillas de danzón/Chaussuresde danse. Puerto de Veracruz, 2006. Autor: Manuel González de la Parra.

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(familias, tradicionales y de nuevo tipo; parejas, heterosexuales y homosexuales, permanentes u ocasionales; hombres y mujeres, aparentemente solos; viejos, adultos, jóvenes y niños de distintos estratos sociales), producto de tres años de estancia en Veracruz: “La idea —comenta Ryvlin— era mostrar la diversidad social que existe en la ciudad, yendo desde las zonas residenciales más acomodadas hasta los barrios más desheredados del centro o de la periferia, y captarlo a partir de mi propia red social. La ventaja de este método es que ayuda a evitar la elección de los sujetos en función de su fenotipo, la belleza de sus rasgos, su estatus o historia excepcional, aunque sé que escogí a algunos en vez de otros, consciente o inconscientemente” (p. 83). Lo cierto es que, con excepción de una o dos fotografías (“Vania”, la niña bien sentada a la mitad de las escaleras de su casa ¿de Costa de Oro?, o “El Licenciado”, sentado en medio de su impoluto y ordenadísimo estudio), la mayoría retrata a las clases medias y subalternas, con las cuales, al parecer, Ryvlin logró mayor empatía: en ellas aparecen abogados, investigadores, músicos, maestros, fotógrafos, videoastas, comerciantes, empleados, meseras que pudieran metamorfosearse en meretrices, milusos… , todos, eso sí, en su entorno más íntimo, más entrañable; un entorno doméstico o de tra-

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bajo que a veces tiene una decoración elemental y a veces recargada o pretenciosa, dependiendo del lugar que ocupen en la pirámide social del puerto y de la imagen que intenten proyectar. También es verdad que algunos de los retratados, más o menos conocidos entre los que hemos vivido en la Heroica, poseen cierto estatus, cultural o intelectual (Lucero Hernández Farías, bailadora del grupo Mono Blanco; la etnóloga Jessica Gottfried, estudiosa del son jarocho) e incluso una historia excepcional (Miguel Ángel Montoya, el célebre Jarocho, también conocido como el Guerrillero Intelectual por sus andanzas en la Revolución sandinista; Carlos Mizuno, mestizo de origen japonés, gran conocedor del danzón y del son cubano). Con todo, lograr esta muestra de la diversidad social del puerto a través del retrato es todo un reto: hay que ganarse la amistad y la confianza de la gente, y eso en tratándose de una investigadora-fotógrafa francesa como Sandra implica un desafío aún mayor, más en una ciudad cuyos habitantes no son tan open main como se cree, sino más bien amurallados (Juan Antonio Flores Martos dixit), y que en los últimos años —y aun antes— se volvió violenta, insegura e impredecible una vez declarada la guerra contra el crimen organizado, absurdo, inútil, trágico caballito de batalla de la administración felipista.

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Foto 5. Mario y/et Jessica. Puerto de Veracruz, 2009. Autora: Sandra Ryvlin.

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VIII

Foto 6. Lucy. Puerto de Veracruz, 2010. Autora: Sandra Ryvlin.

Cuando termino de leer libros como México, el otro mestizaje, siempre me queda la esperanza de que, algún día, en un futuro no lejano, México sea un país más justo, más igualitario, más democrático, más libre; un país donde el color de la piel no importe en las relaciones entre las personas, incluyendo las afectivas e incluso las amorosas (¿acaso el amor tiene color de piel?); donde los nefastos estereotipos raciales sean rechazados unánimemente por la sociedad; donde nuestra identidad local, regional y nacional no esté sostenida en un racismo étnicoidentitario-civilizatorio —sintetizado en el concepto de blanquitud, propuesto por Bolívar Echeverría—, que “sacrifica a las poblaciones que se alejan de la modernidad capitalista y del ser moderno”, que “no se basa sólo en la blancura de la piel sino también en la interiorización del ethos histórico capitalista”.7 Finalizo mi comentario citando dos de las seis décimas de Fernando Guadarrama, que me parece resumen muy bien el sentido profundo de este magnífico libro de fotografías:

7 Nahón,

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op. cit., p. 16.

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Soy de mar y de montaña, soy de café y de maíz, tengo abierta la raíz, soy de amaranto y de caña, soy de México y de España, soy nieto de indios y moros, soy el jaguar; soy los toros, Caribe y Mediterráneo, soy el verde momentáneo de una parvada de loros. […] Traigo sangre amestizada de indio, negro y español, y toda la luz del sol en esta sangre mezclada, que hoy es fronda en la enramada de mi suelo americano, como la Ceiba en el llano con raíces tan profundas, así nace y se funda mi pueblo veracruzano. Horacio Guadarrama Olivera Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales, Universidad Veracruzana

Estudio sobre los derechos de los pueblos negros de México* La doctora Elia Avendaño Villafuerte publica en las prensas de la Univer­ sidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en esta ocasión activadas por el Programa Universitario “México, nación multicultural”, el volumen Estudio sobre los derechos de los pueblos negros de México. Se trata, y juzgo conveniente decirlo desde un principio, de un libro militante, es decir, de un libro puesto al servicio de una causa muy específica, que en este caso es el reconocimiento constitucional de los pueblos negros de México. Desde luego, no debe sorprendernos que una obra publicada por la UNAM esté claramente inscrito en el contexto de una batalla de carácter social, pues de todos es sabida la tendencia humanista de esa casa de estudios. Ya desde la introducción, la autora nos advierte que “La lectura de este documento pretende generar discusiones sobre el respeto a sus derechos [de los negros]” (p. 13), y añade: “por ello es importante difundir su riqueza cultural con la finalidad de fomentar la revaloración de sus aportaciones a la humanidad por parte de la sociedad en general” (p. 13). * Elia Avendaño Villafuerte, Estudio sobre los derechos de los pueblos negros de México, UNAM, México, 2011, 112 pp.

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Si la pretensión de la doctora Avendaño es generar discusiones futuras sobre el tema que se plantea en el volumen que ahora nos ocupa, me parece que lo logrará con creces. Con ello no quiero insinuar siquiera que estemos frente a un texto escrito con ligereza o ánimo desafiante. Creo, eso sí, que la autora aborda un tema que todavía resulta incómodo para muchos y que lo hace tomando decisiones firmes, las cuales le permiten elaborar propuestas caracterizadas por su claridad y contundencia. En las líneas que siguen intentaré abordar algunas de las propuestas presentadas por la doctora Avendaño y señalar los que podrían ser sus aspectos más controvertidos si el libro tuviera algún día la rara fortuna de circular entre quienes deberían de leerlo, es decir, quienes están en el poder y toman las decisiones que nos afectan a todos. Me refiero, claro, a los legisladores, los jueces y los ejecutores de las políticas públicas en materia de desarrollo social. La primera propuesta que mencionaré es la de brindar a los pueblos negros de México un trato no igualitario sino equitativo. Sostiene la autora: “En México, la situación específica de los pueblos negros tiene

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su propia complejidad, no se trata solamente de lograr un trato igualitario que respete su diversidad, sino también de revertir las acciones de discriminación y racismo que los afectan de manera cotidiana para que tengan la oportunidad de mejorar sus condiciones de vida” (p. 28). Consecuente con sus ideas, la doctora Avendaño propone el diseño en materia legislativa y de políticas públicas que partan del reconocimiento de que, durante siglos, los negros de México han sido receptores de prácticas prejuiciadas y separatistas en su propio territorio, y se orienten a recompensar los nefastos resultados que tales prácticas han provocado entre nosotros. Para quienes tenemos la piel de tostada para arriba la justificación resulta fácilmente comprensible y la propuesta ampliamente convincente. Difícilmente lo será, me parece, para quienes prefieren pensar que el trato igualitario ya es bastante dádiva y que ser pobre y marginado es mérito suficiente para ser beneficiario de los programas sociales del gobierno. Para quienes así piensan, el reclamo de los negros mexicanos por el diseño de políticas de equidad que nos coloquen a todos en la misma línea de salida, junto a los indígenas, las mujeres, los discapacitados y otras víctimas históricas, no pasará de ser una más de las mucha argucias de las que nos valemos los negros para vivir sin trabajar.

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Un asunto más, que sin duda provocará inquietudes, es el alegato contenido en la obra a favor del reconocimiento de los núcleos poblacionales negros como entidades jurídicas con personalidad propia. Ocurre que nuestras leyes se han mostrado bastante reticentes a la hora de reconocer la existencia de pueblos y comunidades específicas. Tal ocurrió con los pueblos indígenas, tal sucederá, me parece, con los pueblos negros, que casi siempre habitan en zonas mayoritariamente mestizas, lo que facilita la tarea de los ninguneadores. Otro aspecto polémico del volumen es el que se refiere a la adopción de la palabra “negros” para definir a los pueblos constituidos por afrodescendientes mexicanos, quienes, como sabemos, suelen ser nombrados de manera eufemística con palabras como “afroamericanos”, “afromestizos” o “afromexicanos”. En opinión de la autora “la reflexión identitaria forma parte del crecimiento personal del afrodescendiente para admitir su diferencia y a partir de ella generar acciones de solidaridad y compromiso con sus iguales dentro de una sociedad que no reconoce a las culturas negras” (p. 50). Se trata entonces de reivindicar la palabra “negro” —que en México suele tener un sentido peyorativo— como una marca de orgullo, como una palabra que, por oposición, no pretende ahondar las diferencias, sino establecer nuevas

ESTUDIO SOBRE LOS DERECHOS DE LOS PUEBLOS NEGROS DE MÉXICO

oportunidades de diálogo y reconocimiento mutuo. Quizá esta paradoja sirva para develar el carácter finalmente conciliador de este libro. Véanse sino sus coincidencias con el informe Mundial de Cultura 2010 de la UNESCO, denominado precisamente Invertir en la diversidad cultural y el diálogo intercultural, en el que se sostiene, en el capítulo relativo a los derechos humanos, que “El reconocimiento del valor de cada cultura por sus diferencias creativas y su originalidad, infunde en todas las personas un sentimiento de orgullo fundamental para su capacidad de intervención. Esa dignidad recuperada es fundamental para la cohesión social, que exige que las diferencias unan más de lo que dividen. De este modo se establecen relaciones solidarias entre las personas, que trascienden la competencia egoísta por los recursos. La diversidad cultural constituye así un medio para renovar las formas de gobernanza democrática, en la medida en que logra que los grupos (los jóvenes, los marginados, los desposeídos, las minorías, las poblaciones indígenas y los inmigrantes) recuperen la confianza en los sistemas de gobernanza democrática y sientan que su contribución es reconocida y estimada, y que eso lo cambia todo. La diversidad cultural, que promueve los derechos humanos, la cohesión social y la gober-

nanza democrática, hace confluir tres factores que son determinantes para el establecimiento de la paz y la convivencia pacífica dentro de las naciones y entre ellas. En este sentido, la promoción y la salvaguardia de la diversidad cultural refuerza la tríada formada por los derechos humanos, la cohesión social y la gobernanza democrática”.1 La cita es larga, pero vale la pena, porque permite advertir que si algo sostiene a esta obra es precisamente su plena identificación con la convivencia pacífica, pero con justicia y dignidad para todos. De tal suerte, sirve a una causa, pero lo hace de la mejor manera posible, que es procurando el fortalecimiento del diálogo intercultural, que tanta falta nos hace. Consecuente con sus propósitos, el texto concluye con una propuesta que resulta, como postulaba John Lennon, endemoniadamente sencilla: agregar, cuando menos, las palabras “pueblos negros” en el primer párrafo del artículo segundo de la Constitución, en el cual se reconoce el carácter pluricultural de México. Dos palabras que nos permitirían empezar a existir jurídicamente, posibilitarían el desarrollo de políticas públicas correctas y enriquecerían

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1 Tomado de la edición en línea: http://unesdoc.unesco.org/images/0018/001878/187828s.pdf, p. 260.

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notablemente la diversidad cultural y creativa en la conciencia de los mexicanos. Bienvenida sea, por tantas buenas razones, la publicación de este libro estupendo. Óscar Hernández Beltrán Subdirección de Desarrollo Cultural Regional, Instituto Veracruzano de Cultura

Resúmenes Úrsula Camba Ludlow, Mulatos, morenos y pardos marineros. La sodomía en los barcos de la Carrera de Indias, 1562-1603 La sodomía o pecado nefando ha sido escasamente estudiado en la historiografía mexicana. A través de tres procesos que se encuentran en el Archivo General de Indias contra marineros de la Carrera de Indias, acusados de sodomitas, en este artículo se desentrañan los encuentros sexuales entre personas del mismo sexo, en los cuales de una u otra manera encontramos implicados a mulatos y pardos. Asimismo se establecen diferencias entre los distintos procesos en las sentencias impuestas por las autoridades civiles, no inquisitoriales, ya que el delito de sodomía estaba fuera de la jurisdicción del Santo Oficio, al menos en los virreinatos españoles y en los barcos de la flota de Indias. También se discuten los términos queer, gay y homosexual, frecuentemente utilizados en este tipo de fuentes, sobre todo por la historiografía norteamericana. Palabras clave: Sodomía, pardos, mulatos, barcos, homosexualidad, Carrera de Indias. Recepción: 18 de agosto de 2011/Aceptación: 9 de febrero de 2012 Danielle Terrazas Williams, Polonia de Ribas, mulata y dueña de esclavos: una historia alternativa. Xalapa, siglo XVII Este artículo es una versión corta de un capítulo de la tesis doctoral de la autora (en elaboración), que examina la intersección que existe entre identidad, viabilidad económica y visibilidad social de las mujeres afrodescendientes en Veracruz durante el siglo XVII. Una mulata libre, Polonia de Ribas, es la protagonista central de este trabajo, que también presenta las investigaciones preliminares de la autora sobre otras mulatas y pardas libres de Xalapa, quienes fueron dueñas de esclavos, tuvieron relaciones con miembros de otras castas y españoles, supervisaron sus propiedades, mantuvieron sus redes sociales importantes, incluyendo a la elite regional, e intentaron asegurar los futuros económicos de sus hijos. Este breve estudio examina asimismo el comportamiento de estas dueñas de esclavos para discernir la discordancia y las similitudes con otros dueños de esclavos y así

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comprender la forma en que éstos influyeron en sus decisiones y oportunidades de vida. Palabras clave: Esclavitud, afrodescendientes, mujeres libres, Xalapa. Recepción: 1 de agosto de 2011/Aceptación: 15 de marzo de 2012 Adriana Naveda Chávez-Hita, San Lorenzo Cerralvo, pueblo de negros libres. Siglo XVII Mucho se sabe de la valentía de estos cimarrones en su lucha contra la esclavitud, pero una vez más, utilizando el archivo inquisitorial, la autora puede demostrar cómo los protagonistas de esa lucha armada vivieron como cualquier ser humano en condiciones de paz. Al ahondar en el desarrollo de la vida social de sus habitantes, se da cuenta del papel que este asentamiento jugó para la vida de esclavos huidos o ex esclavos que llegaron a vivir con ellos; éstos eran afrodescendientes que se asentaban definitivamente hasta que la Inquisición los descubría, no tanto por ser un esclavo huido sino por estar casado dos veces. Palabras claves: Pueblo de negros libres, San Lorenzo Cerralvo, afrodescendientes, hechicería, bigamia. Recepción: 22 de enero de 2012/Aceptación: 16 de abril de 2012 Cristina V. Masferrer León, Hijos de esclavos. Niños libres y esclavos en la capital novohispana durante la primera mitad del siglo XVII En este artículo se estudian algunos aspectos de la vida cotidiana de los hijos e hijas de las personas esclavizadas. En algunos casos estos niños serían libres pero otras veces compartirían con sus progenitores la condición de esclavitud. A partir de diversas fuentes documentales se analizan las condiciones en las que los niños nacían y eran bautizados; su tránsito de la esclavitud a la libertad; las actividades que realizaban los niños esclavos, y los conciertos de oficios y servicios en los que algunos niños y jóvenes, hijos de esclavos, participaban. A pesar de la diversidad, la autora encuentra algunas similitudes entre los niños y niñas que, libres o no, eran hijos de esclavos. Palabras clave: Niñez, esclavitud, libertad, Nueva España, Ciudad de México. Recepción: 1 de julio de 2011/Aceptación: 22 de abril de 2012

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RESÚMENES

Juan Manuel de la Serna, La justicia y los esclavos en la Nueva España del siglo XVIII Entre los historiógrafos de la esclavitud africana y sus descendientes en la América hispana se ha vuelto común el pensar a los esclavos como sujetos del derecho derivado de las prácticas grecorromanas en todos aquellos tribunales a los que se sometieron por diversas causas. Empero, poco se ha estudiado de forma sistemática las prácticas jurídicas cotidianas usadas para enjuiciarlos. En este breve artículo se plantean algunas de éstas últimas, de las cuales el iuscomunne se considera como la forma preponderante de aplicar las leyes para ellos. Palabras clave: Esclavitud, justicia, Nueva España, negros, afrodescendientes. Recepción: 18 de agosto de 2011/Aceptación: 16 de abril de 2012 María Guevara Sanginés, Propietarios de esclavos en Guanajuato durante el siglo XVIII En este artículo se observa cómo, durante el siglo XVIII, los grandes empresarios mineros del real minero de Guanajuato vendieron y compraron esclavos o los emplearon fundamentalmente en el servicio doméstico, a pesar del decrecimiento paulatino en la cantidad de transacciones de este tipo anotadas en los registros notariales. Asimismo se constata la existencia en Guanajuato de otras personas que eran propietarios de esclavos pero no empresarios y que emplearon a sus esclavos en diversas actividades, lo cual les permitió vivir modestamente o bien resolver problemas cotidianos. Esto permite concluir a la autora que propietario de esclavo no necesariamente era sinónimo de empresario. Palabras clave: Propietarios, esclavos, comerciantes, mineros, Guanajuato. Recepción: 30 de junio de 2011/Aceptación: 13 de febrero de 2012 Filiberta Gómez Cruz, La población afrodescendiente de la región de Tamiahua: la pesca y la resistencia a tributar a finales del siglo XVIII Este artículo rescata las actividades realizadas históricamente por los afrodescendientes de la región de Tamiahua. Explica en primer término cómo, y bajo qué argumentos, en 1782, los pardos, mulatos y negros libres de la laguna de Tamiahua, pescadores y milicianos a la vez, evitan ser alistados como tributarios de la Corona española. Asimismo, basándose en el Padrón Militar de 1790, la autora logra identificar las

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actividades tradicionales de las personas pertenecientes a este grupo, como es el caso de la pesca, la cual continúa hasta hoy en día realizándose en esa región. Palabras clave: Población de Tamiahua, pesca, tributo, Padrón Militar de 1790. Recepción: 12 de agosto de 2011/Aceptación: 21 de junio de 2012 Patrick J. Carroll, En busca de experiencias y vida cotidiana de los afromexicanos en la época colonial Basado principalmente en la revisión de registros parroquiales, padrones y expedientes criminales en Jalapa, Veracruz y Puebla de los Ángeles durante el siglo XVIII, este ensayo intenta lograr dos propósitos. Primero, presenta un diseño de investigación para capturar una descripción de las experiencias cotidianas de afromexicanos en sus propias voces durante la Nueva España del siglo XVIII. Segundo, propone cuatro conclusiones tentativas resultantes del estudio de dos importantes procesos sociales que produjeron las experiencias coloniales de los afromexicanos, a saber, la construcción de identidad y la estratificación social. Palabras clave: Afromexicanos, sistema social de castas, órdenes sociales paralelos, construcción identitaria, privilegios, vida diaria, Jalapa y Puebla y sus regiones, siglo XVIII.

Abstracts Úrsula Camba Ludlow, Mulattoes, Morenos and African Descendants Sailors: Sodomy on the Ships of the Indies Fleet, 1562-1603 Mexican historiography has paid little attention to sodomy or nefarius sin. This article analyzes records from three trials located in the Archivo General de Indias against sailors of the Spanish Indies fleet accused of sodomy. The article disentangles the sexual encounters between members of the same sex that in one way or another involved mulattos and blacks. The article brings to the fore the differences between the sentences imposed by the criminal courts in the trials. It is important to understand that civilian courts handled these affairs since the crime of sodomy was beyond the jurisdiction of the Holy Office of the Inquisition, at least in the Spanish vice-royalties and on the ships of the Indies fleet. The terms gay, queer and homosexual are discussed, as they are frequently and utilized to analyze this type of sources. Key words: Sodomy, mulattoes, ships, homosexuality, Carrera de Indias, the Indies fleet. Danielle Terrazas Williams, Polonia de Ribas, Mulata and Owner of Slaves: an Alternative History. Seventeenth Century Xalapa This article examines the intersection of identity, economic viability, and social visibility among free African-descended women in Veracruz during the long seventeenth century. A free mulata, Polonia de Ribas, serves as the central protagonist along with a few of her mulata and parda “contemporaries” of Xalapa who owned slaves, engaged in cross-caste relations, managed their estates, maintained profitable social networks that included the regional elite, and attempted to secure the economic futures of their children. This study examines the behavior of these slave owners to discern discordance and patterns of similarity with other slave owners to understand how they influenced their decisions and life chances. Key words: Slavery, African descendants, free women, Xalapa.

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ABSTRACTS

Adriana Naveda Chávez-Hita, San Lorenzo Cerralvo, Town of Free Blacks. Seventeenth Century

used to prosecute them. This brief essay discusses some of these practices of which iuscomunne is considered predominant over other laws applied to them.

While much is known about the bravery of these maroons in their fight against slavery, by utilizing the inquisition archives, the author shows how the protagonists of that armed struggle lived during times of peace. By deepening our understanding of the development of the social life of its inhabitants, we realize the role that this settlement played for escaped slaves or former slaves that came to live with them. These were African descendants who had successfully settled until the inquisition discovered them, not so much for being fugitive slaves but for being married two times.

Key words: Slavery, justice, New Spain, blacks, African descendants.

Key words: Town of free blacks, San Lorenzo Cerralvo, African descendants, witchcraft, bigamy. Cristina V. Masferrer León, Sons of Slaves. Free and Enslaved Children in the Capital of New Spain in the Seventeenth Century Some aspects of the daily life of the sons and daughters of enslaved people are studied in this paper. In some cases these children were free but sometimes they shared the condition of slavery of their parents. Using different documentary sources the author analyzes the situation in which these children were born and baptized, their transit from slavery to freedom, the activities of enslaved children, and the labor and services contracts (conciertos de oficios y servicios) in which some children and teenagers participated. Despite the diversity it is possible to find some similarities among the boys and girls who, free or not, were sons and daughters of slaves. Key words: Childhood, slavery, freedom, New Spain, Mexico City.

María Guevara Sanginés, Slave Owners in Guanajuato in the Eighteenth Century During the eighteenth century the great miners of Guanajuato bought and sold slaves usually for domestic service, although the author notes a slow decline in the number of such transactions registered in the notary records over the period. The author describes records confirming the existence of other people in the city who owned slaves but were not entrepreneurs and who employed their slaves in diverse activities that allowed the owners to live modestly or at least resolve their most pressing daily needs. The data permits the author to conclude that slave owner is not necessarily a synonym of entrepreneur. Key words: Owner, slaves, businessmen, miners, Guanajuato. Filiberta Gómez Cruz, African Descendents in the Tamiahua Region: Fishing and Resistance to Tribute at the end of the Eighteenth Century This article recovers the activities of the descendents of Africans in the Tamiahua region of Veracruz, focusing on how the pardos, mulattoes and free blacks of the Tamiahua lagoon avoided being included in the tribute lists of the Spanish Crown in 1782. The article describes the arguments these fishermen and militiamen used to achieve their ends. Using the military census of 1790, the author identifies the traditional occupations of individuals belonging to this group, particularly fishing which continues to be important in the present. Key words: Population of Tamiahua, fishing, tribute, military census of 1790.

Juan Manuel de la Serna, Justice and the Salves in Eighteenth Century New Spain Among historians of African slavery and their descendants in Spanish America, it has become common to assume that slaves were subject to law derived from Greco-Roman practices in all the courts where they were tried for whatever reason. However, little systematic study has been done on the everyday legal practices

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Patrick J. Carroll, Searching for the Daily Life and Experiences of Afro-Mexicans in the Colonial Period Based primarily on research in parish, census, and criminal records for eighteenth century Jalapa, Veracruz and Puebla de los Angeles this essay attempts to accomplish two goals. First, it presents a research design for capturing Afro-Mexicans’ own voices in describing their everyday experiences in eighteenth century New Spain. Second, by applying this research design to two case studies it posits four tentative conclusions concerning two critical social processes effecting AfroMexicans’ colonial experiences: identity construction and social stratification. Key words: Afro-Mexicans, caste system, social stratification, identity construction, privileges, daily life, Jalapa, Puebla, eighteenth century.

Colaboradores Úrsula Camba Ludlow Licenciada en Historia por la Universidad Iberoamericana, Maestra y Doctora en Historia por el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Ha publicado en diversas revistas tanto nacionales como internacionales, así como también diversos capítulos de libros y su tesis de doctorado: “Imaginarios ambiguos, realidades contradictorias. Conductas y representaciones de los negros y mulatos novohispanos. Siglos XVI-XVII”, fue publicada por El Colegio de México en 2008. Entre 2008 y 2009, gracias a una beca otorgada por la Coordinación de Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México, realizó una estancia posdoctoral en el Instituto de Investigaciones Históricas de dicha Universidad con el proyecto El pecado nefando en los barcos de la Carrera de Indias, siglos XVI y XVII. Danielle Terrazas Williams Candidata a doctora por la Universidad de Duke University, en Carolina del Norte, en los Estados Unidos. Ha realizado investigaciones acerca de la historia de los afrodescendientes libres durante el siglo XVII, privilegiando particularmente el enfoque de las mujeres de origen africano libres de Xalapa, Córdoba y Orizaba. Con las becas de FLAS, CLIR-Mellon y Fullbright cumplió tres años de investigaciones en los archivos de la zona central de Veracruz bajo la supervisión de la doctora Adriana Naveda Chávez-Hita. Sus intereses intelectuales incluyen la historia de la diáspora africana en América Latina y la complejidad de la jerarquía social del sistema colonial. Ha presentado sus obras en México, Canadá, Estados Unidos y Francia. Actualmente está terminando su tesis de doctorado que será presentada en el año 2013. Adriana Naveda Chávez-Hita Maestra en Historia y Doctora en Historia y Estudios Regionales por la Universidad Veracruzana Veracruzana. Su principal linea de investigacion es: Historia colonial veracruzana. Esclavitud negra en la región central de Veracruz, siglo XVIII, tema del que han salido varias publicaciones, entre ellas un ensayo que le valió el primer Premio Gonzalo Aguirre Beltrán. Actualmente es investigadora de tiempo completo del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la Universidad Veracruzana.

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Cristina V. Masferrer León Licenciada en Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y estudió Psicología en la Universidad Nacional Autónoma de México. Obtuvo el premio Francisco Javier Clavijero (INAH 2010), a la mejor tesis de Licenciatura en Historia y Etnohistoria. Sus investigaciones se han centrado en la esclavitud de personas de origen africano en México y en la historia y la antropología de la infancia y la adolescencia. Ha presentado ponencias en congresos nacionales e internacionales y ha publicado artículos y capítulos de libros. Fue conductora del programa Historia de la Vida Cotidiana en México del Instituto Mexicano de la Radio. Es profesora de la ENAH y asistente del Proyecto AFRODESC. Juan Manuel de la Serna Licenciado y Maestro en Estudios Latinoamericanos (Historia) por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y Doctor en Historia (Ph. D) por la Universidad de Tulane, Louisiana, Estados Unidos. Es investigador en el Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la UNAM, profesor titular en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (1979) y tutor del Programa de Estudios Latinoamericanos de la División de Estudios de Posgrado (1992). Ha impartido cursos en el postgrado de Historia de América Latina y el Caribe en la Universidad Iberoamericana (Ciudad de México) y en la Universidad de Mississippi (Estados Unidos) con una beca Fulbright. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Ha recibido el Premio Gonzalo Aguirre Beltrán, otorgado por el Instituto Veracruzano de Cultura, en 2008. Actualmente es coordinador del proyecto Africanos y afrodescendientes en México y el Caribe, siglos XVI-XIX, patrocinado por la UNAM y AFRODESC (IRD, Francia). Es coordinador de los libros: Pautas de convivencia étnica en la América Latina colonial (2005) y De la libertad y la abolición. Africanos y afrodescendientes en Iberoamérica (2010).

COLABORADORES

Guanajuato diverso: sabores y sinsabores de su ser mestizo (2001) y La Compañía de Jesús en Guanajuato: Política, Arte y Sociedad (2003). Fue responsable del proyecto de Rescate de la Biblioteca Armando Olivares C. de 1991 a 1997 (Fondo Reservado de la Universidad de Guanajuato), miembro del Consejo Editorial del Gobierno del Estado de Guanajuato (1990-2006) y directora del Archivo General del Estado de Guanajuato (2004-2006). Filiberta Gómez Cruz Maestra en Sociología Rural por la Universidad Autónoma Chapingo y Doctora en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Titular del Seminario de Historia de Veracruz en la Facultad de Historia desde 1999. Sus intereses de investigación se ubican en la Huasteca del siglo XIX: puertos, grupos de poder, población. Patrick J. Carroll Profesor de Historia en la Universidad de Texas A&M, Corpus Christi. Recibió su Ph. D. de la Universidad de Texas en 1976. La Dra. Nettie Lee Benson supervisó su tesis, titulada “Mexican Society in Transition: Blacks in Colonial Veracruz”. Desde entonces ha publicado dos libros: Blacks in Colonial in Veracruz (1991) y Felix Longoria’s Wake: Bereavement, Racism, and the Rise of Mexican American Activism (2003) y numerosos artículos y ensayos, así como presentado docenas de ponencias académicas relacionados con tres temas: los procesos sociales de construcción de identidad, la estratificación social y las experiencias coloniales de los afromexicanos. Actualmente, el profesor Carroll está escribiendo un tercer libro, tentativamente titulado New Spain’s Social Trinity (La trinidad social de la Nueva España), que será publicado por la Universidad de Texas; esta obra se enfoca a estudiar ambientes sociales en la Nueva España del siglo XVIII.

María Guevara Sanginés Licenciada y Maestra en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, y Doctora en Historia y Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Actualmente es profesora de tiempo completo en el Departamento de Estudios de Cultura y Sociedad, División de Ciencias Sociales y Humanidades, Campus Guanajuato, de la Universidad de Guanajuato. Es autora de varias publicaciones científicas y de divulgación sobre historia de Guanajuato, entre las cuales destacan:

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Normas para la presentación de originales* Los originales que se entregan a Ulúa. Revista de Historia, Sociedad y Cultura pasan por un proceso editorial que se desarrolla en varias etapas. Por ello es necesario que su presentación siga una serie de normas que faciliten la edición y eviten el retraso de la publicación de la revista. 1. Los originales se enviarán a las oficinas de Ulúa, Revista de Historia, Sociedad y Cultura (Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales, Universidad Veracruzana, Diego Leño 8, Xalapa, Veracruz, México). 2. Los originales deberán ser inéditos y no estar aprobados para su publicación en otra revista. Esto, más la cesión de derechos a Ulúa para la difusión del artículo propuesto a la revista, deberá estar respaldado por una carta firmada por el autor. (Lo mismo vale para las reseñas de novedades editoriales.) 3. Los originales se presentarán impresos a doble espacio y en archivo electrónico versión Word, en letra AGaramond de 12 puntos. El texto tendrá como máximo una extensión de 50 000 caracteres (sin contar los espacios), incluyendo las notas al pie de página y la bibliografía. No se aceptarán versiones incompletas; los originales recibidos se considerarán versión definitiva. 4. Los autores deberán adjuntar, en un oficio fechado, la información siguiente: su nombre completo, su dirección y teléfono particulares y su clave de correo electrónico, así como una síntesis de su curriculum vitae (no mayor de diez líneas) y los datos completos de la institución donde labora. 5. Además, deberán adjuntarse en un archivo electrónico aparte: el título del artículo, un resumen del mismo (no mayor de diez líneas) y una lista de las palabras clave del texto. Tanto el título y el resumen como las palabras clave deberán estar escritas en inglés y español.

* Todo artículo será sometido a un dictamen cuyo resultado puede ser: a) publicable, b) no publicable y c) sujeto a cambios. En cualquier caso, el dictamen será inapelable. Si el artículo se publica, el autor recibirá, a vuelta de correo, dos ejemplares de Ulúa. Revista de Historia, Sociedad y Cultura.

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6. Los mapas, gráficas, figuras, fotografías, etcétera, deberán presentarse en archivos por separado, en formato TIFF (resolución 300 dpi), a un ancho mínimo de 10 cm, leyendas con tipografía Garamond no mayor a 8 puntos, en altas y bajas, numerados y con sus respectivas fuentes; no incluir títulos (éstos irán dentro del texto). Las ilustraciones en general, pueden ser incluidas en el archivo Word únicamente como referente de su ubicación, lo que no excluye de atender las indicaciones anteriores. 7. Los nombres de archivos, instituciones, partidos u organismos que sean representados con siglas, deberán escribirse con su nombre completo la primera vez que se mencionan, sea en el cuerpo del texto o en las notas al pie de página. 8. Las referencias de los libros en la bibliografía deberán contener los datos siguientes (en este mismo orden): —apellido(s) y nombre del autor —año de edición —título (en cursivas) —número de un tomo en particular (cuando sea el caso) —edición (sólo a partir de la segunda) —nombre del traductor (cuando sea el caso) —nombre del prologuista (cuando sea el caso) —nombre de la colección y/o serie (cuando sea el caso) —editorial —ciudad donde se hizo la edición —número de tomos (cuando sea el caso) —número total páginas Ejemplo: Chartier, Roger 1995  Sociedad y escritura en la edad moderna, trad. del francés por Paloma Villegas, col. Itinerarios, Instituto Mora, México, 266 pp.

9. Las referencias de capítulos de libros en la bibliografía deberán contener los datos siguientes (en este mismo orden): —apellido(s) y nombre del autor —año de edición —título del capítulo (entre comillas) —ficha completa del libro de donde se extrajo (de acuerdo al apartado número 8). —páginas donde se encuentra el capítulo

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Ejemplo: Knight, Alan

1985 “Caudillos y campesinos en el México revolucionario, 19101917”, en David A. Brading, Caudillos y campesinos en la Revolución Mexicana, trad. del inglés por Carlos Valdés, Sección de Obras de Historia, Fondo de Cultura Económica, México, pp. 32-85.

10. Las referencias de artículos de revistas en la bibliografía deberán contener los datos siguientes (en este mismo orden): —apellido (s) y nombre del autor —año de publicación —título del artículo (entre comillas) —título de la publicación (en cursivas) —institución (cuando sea el caso) —lugar —mes o periodo de publicación, —volumen y número de la publicación —páginas donde se encuentra el artículo Ejemplo: Peña, Guillermo de la

1999 “Territorio y ciudadanía étnica en la nación globalizada”, Desacatos, Revista de Antropología Social, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, México, primavera, núm. 1, pp. 13-27.

11. Las referencias de libros, capítulos de libros y artículos de revistas, así como de periódicos y fondos documentales en las notas a pie de página, se harán siempre de la manera siguiente: Ejemplos: Chartier, 1995, p. 260. Knight, 1985, p. 40. Peña, 1999, p. 14. El Dictamen, 7 de agosto de 1930. AGEV, Gobernación, caja 6, exp. 7, f. 10, 1920 Las referencias de periódicos y de los fondos documentales no se incorporarán a la bibliografía, sólo irán en las notas a pie de página.

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Esta revista se terminó de imprimir en el mes de noviembre de 2012 en Master Copy S. A. de C. V., av. Coyoacán núm. 1450, col. Del Valle, deleg. Benito Juárez, CP 03220, México, D. F., tel. 55242383. La composición se hizo en AGaramond de 12/14, 11/13, 10/12 y 8/10 puntos. La edición consta de 500 ejemplares.

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