Ubicaciones cronológicas y Culturas arqueológicas. Análisis del procedimiento metodológico en el valle de Nasca, Perú.

May 20, 2017 | Autor: R. de la Fuente S... | Categoría: Latin American Archaeology, Peruvian Archaeology
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Descripción

Ubicaciones cronológicas y Culturas arqueológicas. Análisis del procedimiento metodológico en el valle de Nasca, Perú.

Rubén de la Fuente Seoane. Tutor: Pedro V. Castro Martínez. Trabajo de Final de Máster 2015/16

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“En algún lugar de alguna selva, alguien comentó: - ¡Qué raros son los civilizados! Todos tienen relojes, Pero nadie tiene tiempo.”

-Eduardo Galeano “El Cazador de Historias”-1

Foto de portada: “Cántaro antropomorfo” asociado a la denominada Cultura Nasca. Archivo Digital de Arte Peruano (http://archi.pe/public/index.php/foto/index/9838). 1

Prefacio. Antes de comenzar, es necesario aclarar unas cuantas cosas respecto a la elaboración y vida de este trabajo. Quiero recalcar principalmente la elevada dificultad que conlleva la elaboración de un estudio como este. Más teniendo en cuenta que el contacto que tenemos en Europa con la arqueología e historia de otros lugares del planeta es prácticamente nulo. Es una realidad que, en la actualidad, la historia “oficial” de la humanidad es la historia de occidente y contemplada desde la visión nacional-burguesa, de aquí que muchos textos sobre las diversas investigaciones en Perú, la cordillera andina o Sudamérica en general, estén en diversos idiomas que poco o nada tienen que ver con los idiomas que allá se hablan. A esto se le suma que mi bagaje personal con la arqueología peruana ha comenzado con este estudio, he tenido que enfrentarme de enfrentar a una cantidad de textos, artículos, investigaciones y proyectos que, en la mayoría de las veces, ha llevado a callejones sin salida y que no se aprecian en la fase final de este estudio. La cantidad de lecturas que he tenido que consultar y contextualizar para poder llegar a sentar una base -sobre la cual se ha erigido la posterior investigación- ha sido ingente. Así quiero que quede constancia de ello, para que todo ese trabajo “invisible” no pase desapercibido. Por último, pero sin ser en absoluto menos relevante, se merecen un agradecimiento todas las personas que han estado ahí, apoyándome en todo el proceso de elaboración, en las duras y en las maduras. Especialmente, todas las compañeras y compañeros con los que he tenido la gracia -o la desgracia, según se mire- de compartir los meses de julio y agosto, encerrados en los laboratorios de la UAB, en lugar de estar de vacaciones -aunque algún día libre nos hemos cogido-. Ya para terminar, no puede quedar sin mencionar la persona que más me ha apoyado y ayudado, sobre todo en las correcciones más “formales” de este trabajo, ayudando que sea lo menos denso posible algo que, por pura inercia, lo es. Sobre todo, apoyándome en lo anímico y personal, en un momento que era muy difícil. Una grandísima parte del mérito de este trabajo es suyo.

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Índice 1. Introducción. ............................................................................................................... 5 1.1. Intención del estudio. ............................................................................................. 5 1.2. La arqueología en el Valle y en la Costa Sur. ........................................................ 6 1.2.1. Marco espacial. ............................................................................................... 6 1.2.2. Marco temporal. .............................................................................................. 8 1.2.3. Historia de la investigación arqueológica en Perú y el valle de Nasca. ........ 8 1.3. Introducción al marco teórico del estudio. ........................................................... 12 1.4. Marco Teórico...................................................................................................... 17 2. Análisis de la obtención de datos. Metodologías de información sin excavación: La prospección. ............................................................................................................. 23 2.1. Conclusión. .......................................................................................................... 27 3. El valle de Nasca en el tiempo. ................................................................................ 29 3.1. Análisis temporal en el valle de Nasca. ............................................................... 30 3.1.1. Introducción. ................................................................................................. 30 3.1.2. La arqueología del valle de Nasca. Los Proyectos. ...................................... 37 3.2. Crítica Metodológica. .......................................................................................... 57 4. Conclusiones. ............................................................................................................. 63 4.1. Futuras líneas de investigación. ........................................................................... 65 5. Bibliografía. ............................................................................................................... 67 6. Anexos. ....................................................................................................................... 75

1. Introducción. 1.1. Intención del estudio. Este estudio se encuentra enmarcado en los proyectos de investigación DOMOCOAN2 y el proyecto arqueológico de La Puntilla3 de los grupos ACAIA4, ABDERA5 y AGREST6 que se llevan a cabo en el área de La Puntilla -departamento de Ica, provincia de Nasca (Perú)-. El objetivo de este trabajo es realizar un análisis crítico de las principales propuestas de “ubicaciones” cronológicas dadas hasta el momento en la cuenca del río Nasca -Andes centrales, sur de Perú-. Para ello, se contempla tanto el proceso de obtención de los datos -y su coherencia explicativa- cómo el discurso metodológico producido por los grupos investigadores, a fin de establecer las bases de asignación para establecer la cronología relativa de las “Culturas Arqueológicas”, o las secuencias diacrónicas de las “Culturas” para abordar los procesos “culturales” –o “sociales”-, de los sitios arqueológicos a los diversos horizontes de sincronías que se suceden. Así también, se considerarán aquellos proyectos llevados a cabo en zonas externas al valle de Nasca que se considere aporten al conjunto de la investigación que se lleva a cabo en el mencionado valle. Primeramente, se presenta una síntesis bibliográfica de los aspectos que, considero, sientan la base de lo que se analizará en este estudio. Esto es, la historiografía de la arqueología en la Costa Sur, la evolución de los diversos discursos, un análisis

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Asentamientos y Ámbitos Domésticos de las Comunidades Prehistóricas de los Desiertos Costeros Andinos (Horizontes de c. 1400 cal ANE-400 cal DNE)”. Ministerio de Economía y Competitividad. Proyectos I+D+i. Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia. Subprograma de Generación de Conocimiento. Referencia: HAR2013-44276-P. 2014-2017. 3

Proyecto La Puntilla (Nasca, Ica, Perú). Prácticas Sociales y Producción de la Vida Social en los Horizontes del Formativo-Paracas. La Costa Sur del Perú c. 1400-100 cal ANE”. Secretaría de Estado de Cultura. Dirección General de Bellas Artes y Bienes Culturales y de Archivos y Museos. Instituto de Patrimonio Cultural de España. Referencia: IPCE-ArqExt-2008-2015. “Arqueología de las Comunidades A-estatales Ibéricas y Andinas”. Universidad Autónoma de Barcelona. Referencia UAB-1747. 2007-2016. 4

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Universidad de Almería. Junta de Andalucía. Referencia HUM-145. 2005-2016.

“Arqueología de la Gestión de los Recursos Sociales y el Territorio”. AGAUR. Generalitat de Cataluña. Referencia: 2014SGR-1169. 2014-2016. 6

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metodológico de la obtención de datos en los contextos que se tratan y, finalmente, una exposición y análisis crítico de los proyectos habidos en el valle de Nasca. Un breve apunte cronológico antes de comenzar. Las clasificaciones de las demarcaciones “antes de” o “después de” se estructuran como “ane” y “dne” –antes y después de nuestra era- en minúscula cuando se remite a dataciones de C14 sin calibrado –en substitución al aC y dC-. En el caso de fechas de calendario –o calibradas dendrocronológicamente a partir de C14- se añade “cal” y se ponen en mayúsculas las fórmulas ya explicadas –cal ANE o cal DNE- (Castro Martínez et al. 1996). 1.2. La arqueología en el Valle y en la Costa Sur. 1.2.1. Marco espacial.

La zona de análisis del estudio que aquí se expone es el valle del río Nasca, en los departamentos de Ica y parte de Ayacucho, en la costa sur del Perú7. El río Nasca nace de la confluencia de los ríos Aja y Tierras Blancas en la ciudad de Nasca –departamento de Ica-. También componen dicha aportación algunas Quebradas, de las cuales las principales serían la de Las Ánimas, Carrizal, Usaca y Poroma. El río atraviesa el departamento de Ica hasta desembocar en el río Grande de Nasca, muriendo en el Océano Pacífico. Entre río principal y afluentes, tenemos aproximadamente unos 900 km2 de valles áridos y riberas fértiles. Este contraste se atestigua en la densidad de población, altamente concentrada en las áreas húmedas de las riberas. Este efecto es muy característico de los ríos de la zona sur de la costa de Perú, donde vemos territorios caracterizados como “hiperáridos” (Instituto Geográfico Nacional: VVAA 1991, 64), con alto grado de erosión eólica, gran amplitud climática y alta insolación. De clima desértico y templado, nos encontramos actualmente una elevada producción de azúcar, trigo, patata y viñas. Estos “oasis” de río han centralizado en gran medida la práctica totalidad del poblamiento a lo largo de la historia reciente de esta zona (Instituto Geográfico Nacional: VVAA 1991). El explorador alemán V. W. von Hagen escribía de la zona de Nasca: [...] Luego empieza la arena, de un color blanco-grisáceo, traída por los vientos del Sudoeste. […]En esta atmósfera, las montañas se alinean como si fueran huesos secos, porque el 7

Anexo 1.

Sol parece entrar como un diario tirano que domina todo lo que existe en este inhóspito paisaje […]Donde la arena termina, comienzan las rocas. […] Las orillas de los ríos están bordeadas de sauces y de los altivos “vegas” […] así como el paico, hierba de olor muy concentrado, además de matorrales y árboles bajos. […] con grandes alicientes para el establecimiento y desarrollo de la vida humana. Con los ricos valles de aluvión, fertilizados periódicamente, con una perenne capa de limo […] temperatura suave y templada, otorgando la posibilidad de conseguir de dos a tres cosechas anuales […] así como la existencia en cantidades ingentes del guano, el fertilizante más concentrado del mundo […]” (Von Hagen 1966, 38, 42, 44 y 45). De este extracto se puede apreciar claramente cuál es la realidad de la zona respecto de los lugares que a lo largo de la historia se piensa que pudieron haber sido los más habitados, desde la época de la práctica agrícola en la zona. Esta idiosincrasia climática viene dada por los contrastes entre la sierra y la costa, afectando así a los valles fluviales que se encuentran entre ambos. Mientras que en la costa hay humedad en invierno y una niebla baja casi permanente, en la sierra hay una dura sequía. Esto cambia en verano, cuando el clima se vuelve seco y caluroso en la costa y fuertemente lluvioso en la sierra, lo que provoca que la tierra no sea capaz de absorber todo el líquido, aumentando así el caudal de los ríos y arrastrando estas crecidas hasta el Pacífico. Esto provoca una centralización del poblamiento agrícola en torno a estos sitios de presencia anual de abundante agua, perfecto para el cultivo de irrigación (Lumbreras 1977, 26). Si observamos el registro arqueológico de la zona, muchos yacimientos o centros poblacionales arqueológicos se encuentran en las zonas de los valles. De todas maneras, destaca el vacío empírico que vemos en los valles de los ríos, derivados de dos factores, uno de tipo infraestructural -grandes propiedades latifundistas donde no se permite el acceso de los y las arqueólogas- y un segundo teórico-metodológico, dado que estos yacimientos que se hallan fuera de los valles, son siempre grandes centros religiosos, de poder, monumentales e imperiales. Las zonas de pequeña producción -domésticas, agrícolas, ganaderas, etc.- no se sabe dónde encontrarlas. Ni tan siquiera, en algunos casos, si existen más allá de las ya conocidas. El marco territorial escogido se justifica por dos criterios. Uno de geografía física cuenca hidrográfica- y otro histórico -los ríos como “atractores” de asentamientos humanos-. Si bien es cierto que una cuenca hidrográfica no necesariamente se ha de

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corresponder a territorios económicos y políticos, sí que es una manera de comenzar a concretar qué sucede en determinados espacios. 1.2.2. Marco temporal.

Este estudio se centra en las épocas comprendidas entre los primeros poblamientos de la zona sur de Perú -del cual hay poca o ninguna información al respecto- hasta la llegada del Imperio Inka a la zona. La razón de esta selección viene dada por varios aspectos. El primero, que la investigación de “lo Inka” no se mide bajo los mismos parámetros que la de lo previo a su llegada, dada la ausencia de registros escritos, que influye sobremanera en la forma de estudiar el registro arqueológico. La segunda razón es que la intención de este trabajo es la de entender los procesos de ubicaciones cronológicas en el valle de Nasca y alrededores, siendo éstos principalmente en base a criterios de corte cultural. En el caso de los Inkas, esto no se aplica del todo, al tener “bastante clara” la arqueología el “final” de la “Cultura Inka” -la llegada de las invasiones castellanas-. 1.2.3. Historia de la investigación arqueológica en Perú y el valle de Nasca.

En Perú lo pre-colonial es objeto de estudio desde los siglos XVI y XVII, a través de las descripciones superficiales y análisis centrados, sobre todo, en lo Inka, dado el interés de los invasores europeos en generar un discurso ideológico al respecto de su presencia en el “nuevo” continente. Dichos estudios se estructuraban en cuando a dos tesis: Simpatía o antagonismo hacia lo pre-colombino (Kauffmann Doig 1971, 78). No es hasta finales del s. XIX que la arqueología comienza a estructurase como disciplina, sobre todo de la mano de Max Uhle, al ser éste el primero en excavar mediante método estratigráfico en Perú, desarrollando, así, un primer cuadro de secuencias culturales (Kauffmann Doig 1971, 86). Los trabajos de Uhle se centraron, sobre todo, en la cerámica Nasca -denominada ProtoNasca por él- (Uhle 1914: 15 visto en Orefici 1996, 220; Menzel 1977; Kaulicke 1998) y sus trabajos llegaron a llamar la atención -años después- a los arqueólogos denominados de la “Escuela de Berkeley” -California-. Su fundador, J. H. Rowe, fue uno de los responsables directos del desarrollo de la secuencia maestra de Ocucaje, aún hoy utilizada (Kaulicke 1998, 47; Rowe 1962; Rowe 1956). Al relacionarse con la gente de California, consigue que se le financien diversas campañas. En su segunda campaña con la Universidad de California, en 1905, Uhle exploró los valles de Nasca y Palpa,

donde encontró numerosos materiales descontextualizados previamente por los huaqueros –saqueadores-. Los sitios por él excavados en esta campaña fueron los de Lomas, Chaviña, Poroma, Las Trancas, Tunga, Usaca, Las Cañas, Cahuachi, Cañada, Estaquería, Soisongo, Ocongalla, Majoro Grande y Chico, Wairona, Pangaravi, paredones y otros (Orefici 1996, 219; Kaulicke 1998). En 1915, Julio César Tello, comenzó a explorar la costa sur de Acarí, Ica y Nasca, donde registró las dos modalidades de cerámica Nasca de Uhle, pero invirtiendo su antigüedad. Así, para Tello, la más antigua era la “Prolífera” y la más reciente, la “Monumental”. En 1926 y 1927 excavó 537 tumbas del valle de Nasca –el primer año en los sitios de Ocongalla, Majoro, Cantalloc, Achaco y Soisongo y en el segundo en Las Trancas, Paredones, Pangaravi, Pacheco, Estaquería e Ingenio- (Tello y Mejía 1967: 145-146 visto en Orefici 1996, 221; Tello 1959) En 1926, Alfred L. Kroeber, norteamericano especialista en el trabajo de Uhle, excava en Nasca durante un trimestre, en los sitios de Cahuachi y Ocongalla. Su mayor aportación fue la de refinar la cronología del estilo Nasca a partir de sus estudios anteriores (Gayton et al. 1927).

Mapa de la región de Ica y los principales sitios arqueológicos investigados por Uhle (Orefici 1996)

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En 1952, William D. Strong, también de California, inicia un gran proyecto en el sur, buscando definir patrones de asentamiento basándose en los trabajos de Willey en el valle de Virú (Willey 1953). Así también, estableció una secuencia de fases de la cerámica, en base a los trabajos en Cahuachi -entre 1952 y 53- y otros sitios de los valles de Nasca; y comparándolas con fechados radiocarbónicos. Afirmó la mayor antigüedad de Paracas por encima de Nasca e identificó la introducción de los primeros elementos iconográficos procedentes del Altiplano (Strong 1957 visto en Kaulicke 1998). Strong se equivocó varias veces (Orefici 1996, 222) dada la intrusión de tumbas tardías que no tuvo en cuenta, tanto en Cahuachi como en otros lugares. En 1954, la Universidad de California auspició un proyecto que llevó a John Rowe a dirigir unos trabajos en Ica (Rowe 1956). De la parte arqueológica se encargó Robinson -en Nasca-, mientras que la seriación cerámica estuvo a cargo de Dawson. El primero (Robinson 1957 visto en Orefici 1996, 223; Menzel et al. 1964), observó la presencia de tres nuevos estilos: Nasca Epigonal, Carrizal y Poroma, a partir de un reconocimiento de varios sitios del valle, concluyendo -erróneamente, como vemos en (Orefici 1987; Silverman 1987; Oreficci 1988 visto en Orefici 1996, 222)- la total ausencia de conjuntos habitacionales. Dawson se dedicó a seriar el estilo cerámico de Nasca, llevándole a crear la famosa secuencia maestra, aún base de las cronologías regionales en Perú (Kaulicke 1998, 55). Los grupos de investigación provenientes de Japón llegaron por vez primera en 1958 de la mano de Seiichi Izumi (Kauffmann Doig 1971, 88) a estudiar la zona de Kotosh. En la actualidad, un grupo de la universidad de Yamagata -llevado por Masato Sakai- se está centrando en los estudios en Nasca, sobre todo en torno a los geoglifos (Paneles 5, 6, 7, 10 y 13 visto en la exposición presentada por la Embajada del Perú en Japón 2008) A partir de este período continúan los estudios de cerámica y de seriación de las mismas (Orefici 1996, 224). No es hasta la década de los años 80 que se observa una renovado interés más centrado en la costa sur, con los proyectos de Silverman (Silverman 1993), Schreiber (Schreiber et al. 1995; Schreiber et al. 2003; Schreiber 2000; Schreiber et al. 2006) y Orefici en Nasca (Orefici 1987; Orefici 1996). En 1984 el CISRAP -Centro Italiano Studi Ricerche Archeologiche Precolomcianeitaliano trabajaba en Pueblo Viejo y en los acueductos de Ocongalla y Aguasanta, recuperando las anteriores excavaciones -de las necrópolis colindantes- de Tello y

Kroeber (Orefici 1996). El CISRAP obtuvo un proyecto quinquenal en Pueblo Viejo, Cahuachi y Huayurí -hasta 1996- incluyendo investigaciones en Pacheco, Tambo Quemado, Atarco, Usaka, Jumana y Santa Clara -en 1989-. Ayudaron a determinar la funcionalidad de estos sitios y trabajaron en la elaboración de una cronología para el período Intermedio Temprano y, parcialmente, para el Horizonte Temprano8 (Orefici 1992; 1993a; Silverman 1987 visto en Orefici 1996; Silverman 1993; Orefici 2012) utilizando dataciones relativas y absolutas. El mismo año, Helaine Silverman –de la Universidad de Texas- realizó una serie de campañas de prospecciones en el Valle de Nasca, previendo un proyecto en el sitio de Cahuachi, donde estuvo excavando de 1984 a 1985 (Orefici 1996; Silverman 1993). Las ocupaciones más tardías del valle de Nasca, sobre todo en la vertiente andina, han sido investigadas por Katharina Schreiber -de la Universidad de California- desde 1986. Desde finales de la década de los 90 hasta la primera década del siglo XXI, comenzó a trabajar el “Proyecto Nasca-Palpa”, llevado a cabo por el Instituto Arqueológico Alemán -siendo el principal investigador Markus Reindel- y estableciendo prospecciones intensivas regionales para ubicar yacimientos y fases en sus culturas correspondientes. Se especializaron en la creación de sitios-tipo, estableciéndolos como fósiles-directores de las culturas. Entre los sitios investigados destacan Pernil Alto y Jauranga, donde se centran en la “renovación” del estilo Ocucaje. Digitalizaron y realizaron un profundo estudio de los geoglifos de la zona de Palpa, creyendo que son de mayor antigüedad que los de Nasca, ya que los establecieron como cultura Paracas (Reindel, Isla C, et al. 2006). A partir del 2010 y hasta el 2013, se llevó a cabo el Proyecto hispano-peruano CRONOCOAN -Cronología de las Comunidades Costeras Andinas- por parte de los grupos ABDERA y ACAIA de las Universidades de Almería, Nacional Mayor de San Marcos y Autónoma de Barcelona respectivamente (P. V. Castro Martínez & De la Torre Zevallos 2009; Castro Martínez et al. 2008b; De la Torre Zevallos et al. 2007; Castro Martínez, De la Torre Zevallos & Escoriza Mateu 2011; Bardales et al. 2007; Castro Martínez, De la Torre Zevallos, Escoriza Mateu, et al. 2011; Bardales et al. 2006; Castro Martínez et al. 2008a). Este proyecto revisa críticamente las cronologías

Períodos temporales que se ubican entre el 800 y el 200 antes de nuestra era –el segundo- y entre el 80 y el 600 después de nuestra era –el primero-. 8

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culturales de la zona de la Costa Sur del Perú, construyendo el proyecto en torno a la crítica de que Nasca ha sido ubicada cronológica y culturalmente en torno a fósiles directores relacionados con estratos. Estos mismos grupos llevan a cabo otro proyecto desde 2005 –“Proyecto La Puntilla (Nasca, Ica, Perú)”- en el departamento de Ica, en Perú. Más concretamente en el valle de Nasca, excavando el sitio de El Trigal. El interés de este proyecto es contrastar las formas sociales desarrolladas en entornos con paleoclima y condiciones áridas, así como dilucidar las dinámicas de formación del Estado, de resistencia de comunidades a su integración en –supuestos- estados expansivos -Paracas-, los mecanismos económico-políticos de dominio y/o explotación entre colectivos bajo formas “aestatales” y los cambios en los sistemas de organización de la producción social. Vemos que la mayoría de los proyectos de investigación arqueológica que se han llevado a cabo en la cuenca del Río Grande de Nasca han venido de la mano de grupos extranjeros. Salvando algunas excepciones como, por ejemplo, Luis G. Lumbreras. 1.3. Introducción al marco teórico del estudio. La arqueología en Perú se ha desarrollado como la mesa en la que las academias extranjeras han ido experimentando. Se observa que la inmensa mayor parte de los proyectos -debidamente denominados- arqueológicos que se han concedido por parte del Estado del Perú han sido a grupos de investigación extranjeros, habiendo muy pocos proyectos dirigidos (o incluso conformados) por investigadores e investigadoras peruanos. Esta gran diversidad a la hora de investigar en Perú, le da a la arqueología de este territorio, un cariz claramente representativo de las tendencias de las universidades de los diferentes Estados. Las diversas academias, personificadas en las y los investigadores que llevan a cabo los proyectos, representan los matices teóricos de la ideología hegemónica volcada a los proyectos, recurriendo así a unas teorías e hipótesis coherentes en cuanto a lo discursivo, que no necesariamente a la realidad. Observando esto, se presenta como fundamental el estudiar sus bases discursivas, metodológicas e ideológicas. Toda sociedad humana se representa como la configuración de situaciones que propician lo conocido como “relaciones sociales”, y entendidas éstas cómo los eventos que involucran, según relaciones de cooperación o de coerción, acordadas o impuestas; a mujeres, hombres y objetos; siempre contextualizadas en un espacio compartido,

complementario a toda actividad. Dado que las sociedades se manifiestan y definen a partir de estas prácticas, sólo “existen” a partir de las mismas. Por tanto, son, en cuanto a fenómenos materiales, lo único que constituye a la “realidad social”, siendo ésta la que produce a mujeres y hombres, dándoles entonces, el carácter (simultáneo) de agentes y productos

sociales,

involucrados

como

están

en

los

diversos

ciclos

de

producción/reproducción de la sociedad (Castro Martínez et al. 1998). Dentro de esta visualización de toda sociedad, observamos que la ideología, formando parte del proceso productivo, es influida por las producciones económicas, pero influyendo ésta, asimismo, a todo el conjunto del espectro productivo (Castro Martínez et al. 2002). La ideología, como sistema de representaciones dotado de existencia y rol histórico en el seno de una sociedad, forma parte orgánica de la misma. Su existencia se constata al igual que el de una actividad económica de base o de una organización política, actuando de manera funcional sobre las personas mediante un proceso difícil de observar (Aguirre-Morales Prouvé 2001, 17). Concierne a las relaciones sociales y expresamos a través de ella, no solo las condiciones de nuestra existencia, sino también el cómo estructuramos dichas relaciones. La ideología encubre la relación real mediante una “imaginaria”, que expresa un anhelo o “voluntad de”. Por eso “cuando hablamos de ideología hay que comprender que la ideología dominante es siempre la de la clase dominante y que sirve no sólo para dominar a la clase explotada pero también para constituirse ella misma en clase dominante” (Althuser 1971 visto en Aguirre-Morales Prouvé 2001, 18). Por definición el discurso que reproducirá la academia será el hegemónico, dado que al existir y funcionar como ámbito de “no-conflicto” (la Academia siempre se ha adaptado, nunca ha sido víctima de choques generalizados contra el Estado, más allá de persecuciones individuales y anecdóticas) reproduce el discurso de perpetuación. Por tanto, la idiosincrasia de la academia será la de reproducir y fundamentar el discurso existente y dominante, es decir, el del Estado. La academia, al funcionar como filtro del conocimiento arqueológico, lo que hace es seleccionar los discursos que puedan ser utilizados por el dominante. Al no haber, detrás de los análisis arqueológicos, una metodología coherente y científica, lo que se crea es una cierta complicidad inocente, al dar pie a falseamientos de la historia, y que los discursos producidos por la arqueología, sin que ésta sea, necesariamente, consciente, mantienen una legitimación del statu quo, basándose éste, en una imposición y 13

explotación de discursos históricos falseados (Castro Martínez et al. 2005; P. V Castro Martínez et al. 2009). En este marco tan representativo, se observa una tendencia también visible en el contexto de las políticas de los propios Estados y sus ideólogos, donde los discursos evolucionistas vuelven -aunque nunca se fueron-, ejerciendo su función -primordial- de legitimadores del statu quo, al volcar en el Estado toda una sistematización de la ley y el orden, como fruto del progreso. Esto se podría observar, por ejemplo, en conceptualizaciones teóricas como el “Choque de Civilizaciones”, desarrollada por el politólogo estadounidense Samuel P. Huntington, y que ha marcado la agenda política de las diversas alianzas entre estados en las últimas décadas, y dónde se defiende que los diferentes bloques de estados-nación -unidos entre ellos por cuestiones culturales, económicas, políticas, religiosas y, aunque ya no tanto como durante la Guerra Fría, ideológicas- se enfrentarán entre ellos en la pugna por la supervivencia de los diversos modos de vida. La aportación del Choque de Civilizaciones -sociedades- al debate aquí comprendido es al respecto de su claro contenido de corte evolucionista -social-, en dónde se analiza que nuestro modo de vida -occidental- es más avanzado por exitoso, siendo el siglo XXI, el tiempo en el cual triunfaremos por encima de todos los demás sistemas, ligado esto directamente a la idea del fin de la historia defendida anteriormente por Francis Fukuyama (publicado en “El Fin de la Historia y el último hombre”), en donde la democracia liberal habría ganado la guerra ideológica que fue la Guerra Fría, habiéndose declarado ideología suprema de la humanidad. Huntington reivindica que la historia no ha terminado, sino que la “guerra por la civilización” aún continúa. La práctica totalidad hoy en día del discurso arqueológico se divide entre el -inocente o intencional- discurso de claro corte evolucionista -social-, ya no en aras del progreso como objeto de toda sociedad, sino algo más; y el clásico historicismo-cultural. El evolucionismo arqueológico -y político- hoy en día ha vuelto -nunca se había ido- a establecer supremacías de grupos culturales pretéritos, exitosos en su carrera hacia la actualidad, frente a aquellas que no lo consiguieron -fracasaron-. El Historicismo Cultural está detrás de las construcciones identitarias, sustentando a partir de toda esta carga ideológica, un claro mensaje de generación nacional -identidades- supra-clasistas -engloban a toda la población- y de claro corte patriótico. Estamos de nuevo inmersos en los debates supremacistas.

La concepción del historicismo cultural de las “culturas” -etnias-pueblos-naciones-, que en G. Kossina tiene su primer referente, entra en los Andes de la mano de Max Uhle. De cara a la definición legal de los sitios arqueológicos, se incluye -habitualmentereferencias al paradigma histórico-cultural. Es decir, cuando se caracteriza un yacimiento en textos jurídicos -reglamentos, declaraciones de protección, catálogos de yacimientos, catastros, etc.- se ponen en relación con “culturas” tradicionales, o con períodos convencionales de la arqueología tradicional. Esto es lo que ocurre en Perú. Por otro lado, tenemos la escuela creada a partir del Proyecto Virú, que se convirtió -y sigue siendo- en el modelo de referencia orientado a definir “patrones de asentamiento”. El estudio del valle de Virú -Departamento de La Libertad, norte de Perú- en los años 50, se convirtió en el referente para la arqueología procesual. Cuando hablamos de evolucionismo social, lo habitual es girarse hacia Lewis H. Morgan, y sus “estadios de la civilización”, desarrollados en su libro “La Sociedad Primitiva”, y dónde -teóricamente- establece una jerarquía entre las sociedades menos y más avanzadas, en base a la acumulación de desarrollos tecnológico-político-sociales invenciones-. El problema es que Morgan nunca habló de -desde la perspectiva darwinista-social- la civilización como culmen de la ecuación, ya que sus posturas etnicistas- se observa una cierta deferencia hacia los períodos antiguos, representada como una época de “infancia de la humanidad”. No desde una perspectiva de desprecio a lo allá ocurrido, sino infancia referida a la capacidad de desarrollo que, defiende, poseíamos en la prehistoria. Morgan, de hecho, es muy crítico con la finalidad de la -sucivilización moderna, abandonándose ésta el camino del progreso -humano, se entiendey centrándose en la reproducción de la propiedad, llegando a decir: “[…] la disolución social amenaza claramente ser la terminación de una empresa de la cual la propiedad es el fin y la meta, pues dicha empresa contiene los elementos de su propia destrucción. La democracia en el gobierno, la fraternidad en la sociedad, la igualdad de derechos y privilegios y la educación universal anticipan el próximo plano más elevado de la sociedad, al cual la experiencia, el intelecto y el saber tienden firmemente. Será una resurrección, en forma más elevada, de la libertad, igualdad y fraternidad de las antiguas gentes” (Morgan 1971, 543–544). Igualmente, se observa de manera clara el cómo agrupa los valores que considera mejores en torno a su “civilización” -sociedad-. He aquí una de las raíces del discurso.

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El discurso de Morgan enlazó directamente con muchos de los discursos anticapitalistas del siglo XIX, dónde la civilización toma el cariz de la génesis de las burguesías y aristocracias, que depositan el fin de todo progreso en la reivindicación de la propiedad privada y su defensa, siendo el Estado el mejor invento para ello: “[…] es un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado, es la confesión de que esa sociedad […] está dividida por antagonismos irreconciliables” (Engels 1971, 173). Por tanto tenemos que la civilización se basa en “[…] la explotación de una clase por la otra […] cada progreso de la producción es al mismo tiempo un retroceso en la situación de la clase oprimida” (Engels 1971, 180). A partir -sobretodo- de Childe y sus conceptos de “Revolución Neolítica” y “Revolución Urbana” -bebiendo de los “modos de producción” desarrollados en la “Dialéctica Materialista” de Iósif Stalin- comienzan los discursos evolucionistas en la arqueología. Diversas hipótesis de corte evolucionista se enmarcan como “causadoras” del Estado -equivalente a Civilización-. Por un lado, la hidráulica, según la cual, la creación de grandes obras de gestión del agua destinada al aumento de la producción agrícola, dio lugar a la aparición de grupos o elites dirigentes que, con el tiempo, controlaron la distribución y el almacenamiento del agua (Wittfogel, 1957 visto en Castro Martínez et al. 2006, 41). Por otro lado, la importancia del comercio estuvo, según otra hipótesis, íntimamente relacionada con la organización estatal y la fundación de las ciudades. La organización y gestión de las mercancías implicó una especialización en el trabajo que condujo a un acceso desigual a las riquezas, generando así una clase comerciante que centralizó el espacio urbano (Wright, 1969 y Rathje, 1971 visto en Castro Martínez et al. 2006, 41). Finalmente, otra explicación sería la que deposita la responsabilidad del Estado en el mantenimiento del statu quo social por parte de aquellos grupos que, debido a la especialización en el trabajo, acumulan mayor riqueza que otros. Todas estas hipótesis son de carácter causal, que encuentran la solución al enigma mediante una teoría circular -de sistemas- donde diversas variables interactúan hasta lograr un nuevo estado del sistema (Castro Martínez et al. 2006, 42). Dentro de la corriente histórico-cultural, el referente es G. Kossina y su “Arqueología de los Asentamientos”, donde se pretende ubicar los sitios arqueológicos de una “cultura” para delimitar el área cultural -o la “Tierra” de un “Pueblo”-. En Perú es habitual la localización y adscripción a culturas de los sitios arqueológicos. Es también la línea que actualmente siguen, en el valle de Nasca, las investigaciones de los equipos

de California -K. Schreiber- y el Instituto Arqueológico Alemán en la cuenca del Río Grande y Palpa. Los estudios de los patrones de asentamiento en la arqueología ecológico-cultural y procesual, comenzando con el Proyecto de Virú (Willey 1953) -que se convirtió en referente- ha influido, sobre todo, en la arqueología de la Costa Norte peruano – “Cultura Moche” y posteriores-. Los enfoques de la geografía analítica, que comienzan con la adaptación a la arqueología de Clarke (Clarke et al. 1984) -en sus libros Arqueología Espacial y Arqueología Analítica-, se centran en el aspecto ecológico y en la estructura del territorio. En Perú, este es el planteamiento del Proyecto del Valle de Ica. La arqueología se ha especializado en la búsqueda de “causas” que expliquen el mundo presente en cuanto a la ideología dominante. La civilización se contempla como una causa del progreso tecnológico, ideológico y social, siempre en cuanto a la categorización de la acumulación de capital, nunca en cuanto a un verdadero progreso social. Los estados, mirándose al espejo gracias a la arqueología, ven en la disciplina la posibilidad de encontrar -generar- las raíces que les permitan perpetuarse como eventos naturales o inevitables, creando así una ideología derrotista y/o conformista para con la realidad. Por esto, detrás de todo análisis arqueológico ha de existir una metodología coherente y científica, para evitar que el discurso generado a partir de nuestro trabajo pueda ser falseado y que la explotación de la arqueología sirva como arma de perpetuación del statu quo (Camarós et al. 2008, 14). 1.4. Marco Teórico. Desde el siglo XIX se comienza a plantear que el modelo metodológico de la arqueología no era la forma más “óptima” de conseguir resultados. Aunque de facto la arqueología histórico-cultural intenta romper con el modelo evolucionista -la escala jerárquica entre sociedades donde el estado capitalista es la máxima expresión del desarrollo humano- éste sigue vigente (Lull et al. 1998a). El modelo histórico-cultural exigía un tratamiento de los datos diferente al que se venía haciendo durante el siglo anterior. Estas teorías buscaban la identificación de las 17

culturas mediante la recurrencia de determinados objetos en varios momentos. Se afirma que ciertas agrupaciones de objetos nos harían llegar a identificar patrones de comportamiento, mediante una interpretación hermenéutica, para intentar inferir en las mentalidades del pasado. A nivel empírico, los datos se presentan mediante una seriación tipológica que determina las culturas. El fósil director es la base empírica que da sentido a la unidad mínima de significado, método exportado de la geología. Diversos aspectos son los que dieron fruto a la arqueología evolucionista -que sentó las bases para el modelo histórico-cultural- de entre los cuales destacaron la seriación de Thomsen, donde observamos este primer esfuerzo por la objetivación y puesta en orden de los datos arqueológicos (Trigger 1992). En Principles of Geology, Lyell fue el que desarrolló una mejor adaptación de la geología en el campo de la arqueología, donde se entendía que el pasado, aunque desligado de nuestra realidad y entendimiento, se podía desentrañar mediante el uniformismo de los procesos geológicos (Lyell 1990). Posteriormente, Wheeler, manteniendo los dos principios básicos de este modelo -la seriación tipológica y los estratos geológicos- desarrolló un método de excavación que tiene como base fundamental la identificación y correlación de capas estratigráficas, aceptando también que las leyes de la estratigrafía son variables. Determinar las transiciones entre culturas se volvía esencial para detectar la naturaleza del suelo y poder marcar con etiquetas culturales las fases del yacimiento (Wheeler 1961). Las afirmaciones de carácter histórico-cultural dan a entender que las probabilidades o frecuencias están directamente relacionadas con un mundo estático y decidido previamente, finito, y que manifiesta situaciones que se vislumbran en un universo controlado: “Tradicionalmente quedaba claro que los argumentos arqueológicos debían compartir la “lógica” de la convención. Los materiales arqueológicos eran razonables a la luz del hábito impuesto o propiciado por el poder académico. Así, los argumentos […] eran de dos clases, de “autoridad” y de “consenso”. Los primeros […] estaban encaminados a la reproducción del propio poder […] Los segundos, subordinados a los primeros, pretendían, mal que bien, encauzar las nuevas inquietudes del sistema tradicional” (Castro Martínez et al. 1993, 9). Es cierto que el modelo histórico-cultural, sobre todo con la crítica de Childe, fue una fase superadora dentro de los parámetros de la visión global de la arqueología evolucionista, y que las aportaciones de la seriación tipológica o los incipientes estudios paleoecológicos, espaciales o incluso matemáticos, fueron fundamentales (Lull et al.

1998a). Esta crítica de la arqueología cultural reivindicaba la necesidad de una metodología empírica estricta, bebiendo claramente del positivismo del siglo XIX. El problema principal de esta corriente es asumir la determinación social, a partir de la mera recurrencia tecnológica, considerada constructora de entidades culturales explicativas, de tipo mecanicista y repetitivo. Estas categorías fijas nos llevarían a imaginar, más que a entender, los procesos estratigráficos, dado que un yacimiento arqueológico pasa por diversos y numerosos procesos de formación (Navalon Galicia 2015, 10). Se buscan “seres históricos” –etnias, pueblos, naciones- y todo fundamento inherente a los mismos, analizado esto a partir de los fósiles directores, ya que se consideran como prueba –de manera tautológica- de la existencia de estos entes-seresculturas. Al aplicar lo aquí expuesto a cualquier análisis arqueológico, observamos que la facilidad a la hora de distorsionar y difuminar la realidad pasada está mucho más presente. Un análisis de tipo hermenéutico no deja lugar a una explicación coherente de las relaciones de producción de cada sociedad, ya que el procedimiento teórico más aceptable sería formalizar y explicitar un método que se basase, exclusivamente, en la relación de percepción-idea-razonamiento-formalización (Castro Martínez et al. 1993). Como elemento fundamental, es necesario ser consciente de que las hipótesis y teorías han de estar en un proceso de juicio constante, que sea perfectamente reformulable a la luz de nuevos descubrimientos o sospechas. Con la aparición de la New Archaeology se comienzan a poner en duda los fundamentos de la arqueología tradicional, al entenderse que la manera de conectar la teoría general con la materialidad no era la más adecuada, ya que se entendió que la práctica tradicional, que busca las mentalidades del pasado, trasladaba las “mentalidades” –valga la redundancia- de las personas que excavaban al corpus arqueológico. Lo que se reclamaba desde esta -auto-denominada- nueva corriente procesual era aposentar las bases de la arqueología en forma de ciencia, huyendo de las posiciones subjetivistas inherentes a lo histórico-cultural. Basando todo análisis en la demostración empírica, pasando así de un método inductivo a uno basado en un modelo hipotéticodeductivo (Lull et al. 1998b). Esta sería la denominada “pérdida de la inocencia” a la cual se entendía que la arqueología había llegado (Clarke 1973). La disciplina se desprendía de la hermenéutica-positivista de la visión más tradicional, para entender que todo lo que se nos presenta a priori no puede ser categorizado como una realidad 19

incuestionable, sino mediante la contrastación de todos los datos y variables posibles, que realmente nos harán llegar a un estudio más certero de la realidad. El nuevo método tenía como proceso fundamental la creación de leyes mediante hipótesis contrastadas con todo dato y disciplina posible -primeramente contrastadas en el marco del mundo real- (Lull et al. 1998b). Esta nueva perspectiva pasaba irremediablemente por buscar un consenso entre las ciencias, para así poder abordar cualquier evento desde una postura racional. El modelo norte americano se representó claramente en Lewis Binford, dejando muy claro que la arqueología ha de explicitar y explicar fenómenos, teniendo en cuenta la interacción entre sistemas y la adaptación al medio, mediante lo que podríamos denominar una “ecología cultural”. Para él, esta visión siempre debería estar contrastada mediante los paralelos etnográficos, considerados externos a la teoría general (Binford, 1962 visto en Navalon Galicia 2015, 12). Aplica las “middle-range theories” (teorías puente, enlaces entre disciplinas), que, desligadas de la teoría general, vienen a reclamar un corpus de teorías que fueran medibles y que huyesen del empirismo extremo que colocaba los datos en bloque sin ninguna base teórica (Merton, 1964 visto en Navalon Galicia 2015, 12). Una buena aportación de la escuela procesual es la búsqueda de esta unión entre materialidad y teoría general, pero siempre con un modelo no basado en la inducción, sino de tipo hipotético-deductivo. Esto, obviamente, no viene sin problemáticas derivadas de ello: “Los/as hipotético-deductivistas […] Parece que re-conocen el mundo, lo que suponen que lo conocen […] pretenden controlar el razonamiento, cuando lo único que aparentemente controlan es la formalización, una formalización que se cuestiona y que es considerada objetiva en sí misma […] como si el proceso de formalización no pudiera ser equívoco y fuera entendido como una operación axiomática” (Castro Martínez et al. 1993, 16) Paralelamente surge la conocida matriz de Harris, probablemente la más aceptada y utilizada hoy en día en la arqueología. Su método se basa en un registro ordenado de la secuencia estratigráfica mediante un diagrama compuesto por campos cerrados (Harris, 1991 visto en Navalon Galicia 2015, 14). Se le da al contexto la importancia merecida en relación a estructuras y otros elementos, siendo así notorias las críticas de Harris a la arqueología que excava por paquetes arbitrarios. Así mismo, es importante mencionar

también que el Método Harris está dirigido a crear un registro expeditivo del material, pensando en las empresas de arqueología u otros organismos de gestión del patrimonio. La sistematización de la matriz de Harris, así como la idea de las interfícies como unidades de significado fundamental y los depósitos, son aportaciones que no podemos dejar de contemplar. De todas maneras, arrastra aún lastre de las arqueologías más tradicionales, desmontando los yacimientos en fragmentos luego reagrupables, perdiendo información por el camino. Harris defiende que lo realmente importante es la estratigrafía, dejando en un ámbito marginal la estrategia a tomar -siendo ésta la que ayuda a contemplar las correlaciones y asociaciones entre objetos, estructuras y los diferentes elementos a estudiar-. Peca también de inmovilista e idealista, al contemplar los procesos de formación de elementos arqueológicos siempre como iguales o semejantes (Castro Martínez 1999). De esta forma, en cuanto a la interpretación, nos cerramos a unas categorías de elementos ya predeterminadas y fijas. Otro factor a tener en cuenta es que el análisis de los demarcadores de unidades en la estratigrafía siempre será de corte subjetivo (color, textura, humedad, etc.) y, por mucho que lo busquemos, siempre será imposible darle un aspecto objetivo. Continuando con metodologías de excavación, es obligado mencionar la Teoría de los Conjuntos Arqueológicos. Si bien es cierto que no entra en este trabajo por ser utilizada de cara a las ubicaciones cronoculturales derivadas de prospecciones, también es cierto que su explicación sirve para dar a entender que sin espacios sociales con contextos de asociación, frecuencias y disposición no hay conocimiento posible de la vida social. Un yacimiento arqueológico es el resultado de una dinámica de transformación de la materialidad natural y social. Al excavar, el estado del depósito sedimentario y de los restos arqueológicos que contiene habrá variado necesariamente respecto al estado y disposición que presentaban los objetos usados por las sociedades pasadas. Los agentes que promueven este “orden diferente” pueden ser de muy diverso tipo y procedencia. Pueden estar relacionados con prácticas sociales o depender de factores naturales –o por influencia indirecta humana-. Según esta propuesta, la excavación es un proceso de trabajo a lo largo de cuyo desarrollo las decisiones son constantes. La propuesta de identificación de una determinada asociación material recurrente sólo cobrará significado en cuanto investiguemos a la vez su correlación con otras que la impliquen –por ejemplo, una 21

estructura de combustión puede ser un hogar en una cocina, pero un horno en un taller-. Si estas condiciones relacionales no se contemplan, los fenómenos estudiados sólo constituirán elementos fragmentarios e inconexos. “Un conjunto no se reconoce, se propone” (Castro Martínez et al. 2010, 21). Esta frase hace referencia a una de las grandes aportaciones de este método. Un conjunto no constituye una certidumbre, no es un hecho empírico observable. Es una hipótesis formulada a partir de las evidencias físicas manifestadas en el yacimiento y de los conocimientos propios. Los conjuntos se plantean como una agrupación de elementos y asociaciones materiales susceptibles de ser explicadas mediante relaciones de transitividad establecidas. Constituyen hipótesis relacionales. Según su génesis, proponen dos clases de conjuntos: Naturales –N- y Sociales –S-. El primero se contempla cuando sólo pueda proponerse y contrastarse a través de leyes fisicoquímicas. El segundo depende de que la hipótesis sólo pueda ser formulada y contrastada incluyendo, junto a las leyes físico-químicas, la incidencia de acciones sociales. Otra división interna son los subconjuntos. Un subconjunto es un conjunto de manifestaciones empíricas cuya explicación sólo es posible en una propuesta explicativa cobertora –el conjunto-. Siguiendo con el ejemplo del hogar, éste puede tener una superposición de capas de diferente naturaleza y características en su interior. Éstas no tienen significado en sí mismas, sino como constituyentes del propio hogar (Castro Martínez et al. 2010). Grosso modo, aquí tenemos una muy breve exposición de las corrientes teóricas que influyen, principalmente, en los análisis arqueológicos del Valle de Nasca, y que me permitirá contextualizar los diversos aspectos que se toman en la zona como relevantes.

2. Análisis de la obtención de datos. Metodologías de información sin excavación: La prospección. Las prospecciones arqueológicas son herramientas que habitualmente se utilizan para ubicar cronoculturalmente yacimientos arqueológicos. Cuando se utilizan para datar, se cometen falseamientos, teniendo en cuenta que se basan en la búsqueda de fósiles directores en superficie. El efecto “descontextualizador” del fósil director debe ser tenido en cuenta para entender los conflictos que existen en las ubicaciones cronológicas de los proyectos que aquí se tratarán. Esto lo podemos ver incluso en casos de dataciones absolutas, ya que, si son obtenidas a partir de una cata o de un material en superficie, siempre serán objetos descontextualizados. Por tanto, no podrán ser correlacionados con otros elementos que nos permitan establecer diacronías o sincronías. Si la arqueología es una práctica científica, hemos de asegurarnos que toda hipótesis sea falseable, para así poder analizar su autenticidad. En el caso de no ser posible ponerla en duda, nunca será una hipótesis fiable, dado que no será demostrable. La prospección arqueológica sirve para buscar, localizar y estudiar sistemáticamente -de manera preliminar- yacimientos. Las prospecciones han de ser sistemas teóricoprácticos que ordenen un corpus de hipótesis jerarquizado susceptible de ser contrastado a partir de una base empírica (Castro Martínez et al. 1987). Se contempla como una forma de intervención no destructiva a partir de la cual podemos realizar bases de datos y mapeos de amplios territorios, hasta planificar la excavación de un sitio, pasando por “reconocer” parte del territorio que compone el área más cercana o adyacente al sitio donde se esté excavando o investigando. Es, básicamente, la planificación y observación de un espacio en el cual se registra todo hallazgo en superficie, para -en el momento o a posteriori- relacionarlo con contextos arqueológicos ya conocidos (Escalante Carrillo 2010, 84). Normalmente, de todas maneras, se suelen utilizar para localizar sitios de unas u otras “Culturas”, o bien tipos de Asentamientos para definir el “Patrón de Asentamiento”. Las atenciones recibidas a las prospecciones han sido históricamente escasas en la disciplina arqueológica. Por eso no se han desarrollado métodos propios de prospección, si no que se ha copiado los métodos de otras disciplinas. Durante la época de la predominancia del paradigma histórico-cultural las prospecciones pasaron de tener nula importancia en el proceso de análisis arqueológico -eran campañas de inventariado de 23

material e identificaciones cartográficas- a tener un protagonismo vital -se enmarcaron como punto de partida del método arqueológico- a partir de los años 60, con los primeros textos procesualistas. Una de las primeras reglamentaciones metodológicas de análisis en superficie la desarrolló W. G. Clarke. Un manual para aficionados interesados en el lítico prehistórico. Generó, entre otras cosas, uno de los grandes paradigmas del análisis en superficie: a mayor densidad de material, mayor probabilidad de actividad humana prehistórica (Clarke 1922, p.21 visto en Banning 2002, 3). A partir de la Primera Guerra Mundial, se popularizaron nuevas herramientas, como fueron las fotografías y reconocimientos aéreos, que facilitaron la visualización en conjunto de patrones. Así también, otorgaron la posibilidad de detectar restos de antiguas zanjas y cimientos de estructuras (Bewley y Rackowsky 2001 visto en Banning 2002, 4). Se popularizaron muy rápido estas técnicas, sobre todo en la zona de la actual Escandinavia, donde se le comenzó a dar a las prospecciones un carácter mucho más ecológico, al fijarse en los territorios adyacentes de las granjas, villas, monumentos y caminos. En Perú -en el valle de Virú-, Gordon Willey se centró -en clara semejanza a Europa- en los patrones de asentamiento: “[…] the way in which man disposed himself over landscape on which he lived. It refers to dwellings, to their arrangement, and to the nature and disposition of other buildings pertaining to community life. These settlements reflect the natural environment, the level of technology on which the builders operated, and the various institutions of social interaction and control which the culture maintained9”(Willey 1953, 1). Un problema visible en Willey es que no detallaba cómo el comportamiento humano se refleja en la distribución de sitios y estructuras. Su objetivo era la identificación de “patrones comunitarios” con características propias a nivel de factores temporales, funcionales, ecológicos y sociales. En los 70 y 80, esta manera creó escuela, teniendo una grandísima influencia incluso en los proyectos que aún hoy en día vemos en Perú. Sobre todo, los llevados a cabo por investigadores/as estadounidenses. El análisis de estructuras hidráulicas mediante proyectos de prospección, nacido en el Próximo Oriente, entre los 50 y 70 (Adams et al. 1972) marcó tendencia en todo proyecto llevado a cabo en zonas semiáridas o áridas, como es Perú: “[…] the premise that in a semiarid country like ancient Mesopotamia settlement would have been possible only where water was available -along rivers and “[…] la forma en que el hombre se estableció sobre el paisaje en el que vivía. Se refiere a las viviendas, a su arreglo, y a la naturaleza y disposición de los otros edificios comunitarios. Estos asentamientos reflejan el entorno natural, el nivel de tecnología en el que operaban los constructores y las diversas instituciones de interacción y control social que la cultura [sociedad] mantenía” (traducción propia). 9

Canals. Where the settlements of a period showed linear patterns, it could be assumed that the lines reflected the water-courses upon which the settlements depended10” (Jacobson 1981, xiii). Uno de los paradigmas que más daño ha hecho a la arqueología de superficie ha sido el reconocimiento de que un vacío en el mapa puede ser un vacío en el pasado, más que un error (o ausencia) de análisis. Esto, vinculado al estudio de la Cuenca de México (Banning 2002; Sanders et al. 1974, 16–17) genera el problema del comodín fácil. Esto ocurre porque, en primer lugar, un vacío en superficie puede venir dado por eventos postdeposicionales (descontextualizando el hallazgo) y, en segundo, lo que vemos en superficie no necesariamente tiene por qué corresponderse con la realidad subterránea. Por eso excavamos y no sólo prospectamos. En el marco de la New Archaeology, dentro de la conceptualización de un estudio arqueológico serio (científico), en el momento de la aparición de los estudios territoriales y de la escuela paleoeconómica de Cambridge, se desarrollaron técnicas de análisis en superficie de una manera mucho más sistematizada y formalizada (García Sanjuán 2005, 63–64). Con la llegada en los años 80 de la arqueología del paisaje y del espacio, se abrió una nueva frontera, que era la de analizar -siendo conscientes de su carácter apriorístico- el espacio en base a sus características actuales, y haciendo criba en base a los materiales arqueológicos -en superficie y en excavación-, para así montar un escenario completo de actividades pasadas. El problema que hallamos en situaciones como estas es considerar los artefactos errantes (en no-relación con otro contexto humano pasado) como unidad digna de análisis (y confianza), lo cual nos lleva a situaciones, como mínimo, poco demostrables en un ámbito, pretendidamente, científico. Finalmente, de manera habitual, las prospecciones se han convertido en el ente fundamental para la erección de un estudio territorial considerado serio. Existen proyectos enteros de prospecciones cuyo único objetivo es acumular datos sin una finalidad arqueológica real y sin una correlación con el conjunto arqueológico, lo cual nos impide llegar a algún tipo de conclusión social (para más información al respecto, “[…] la premisa de que en un país semiárido como la antigua Mesopotamia el asentamiento habría sido únicamente posible cuando el agua estaba presente -junto a ríos y canales-. Donde los asentamientos de un período presentaron patrones [de asentamiento] lineales, se podría suponer que las líneas reflejan las corrientes de agua [ahora inexistentes] de las que dependían los asentamientos” (traducción propia). 10

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revisar las publicaciones de Parker Pearson 2012 o de Shanks 1994). Asimismo, las instituciones de gestión arqueológica de los Estados también han promovido procesos de catalogación de inventarios de yacimientos. Se suele reivindicar el análisis en superficie como herramienta fundamental para desarrollar estudios espaciales en ámbitos regionales, es decir, juntar las evidencias individuales y generar un patrón territorial observable en superficie. Por ejemplo, se defendió su uso en la aplicación de génesis de análisis de prácticas agrícolas y ganaderas, sin los cuales nunca podríamos estudiar según qué aspectos económicos de estas sociedades (Banning 2002, 10), ya que suelen ser infravalorados o directamente ignorados en el contexto arqueológico. Al comenzar a usarse métodos estadísticos para planificar las campañas de prospecciones, se empezó a reivindicar que, al estar planificados como análisis de amplio espectro, están diseñados para detectar los restos y hallazgos recurrentes, ya que solamente un registro estadísticamente masivo puede detectar fenómenos de tipo singular -ya no digamos anecdóticos-; además, es una inversión de trabajo innecesaria (Banning 2002, 28). El objeto de la prospección no es la generalización de cara a poblaciones pasadas, ya que estos análisis siempre podrán estar en tela de juicio, dado que una ausencia no es un resultado positivo, ni negativo (Koopman 1980; Stone 1989). Otros investigadores (Cowgill 1975) reivindican un análisis más selectivo, en base a escenarios predictivos, más que estadísticos. Centrados, por ejemplo, en estudios etnográficos, condiciones geográficas y culturales, que orientan al asentamiento hacia unas formas concretas y determinadas. La crítica es obvia. Esto no es viable dado que las condiciones prehistóricas no tienen que ser, necesariamente, las mismas por cambio social o climático-geográfico. Afirmar esto hace pensar que la persona que investigue asume tener el conocimiento total y absoluto de todo aquello que influye en las condiciones que motivan una acción. Algo así como lanzar un dado y ser consciente de qué factores son los que influirán en su movimiento para que salga un seis, un dos o un cinco. La obtención de datos en arqueología se contempla habitualmente como el objetivo a batir. Obviamente, nada más lejos de la verdad. Sin embargo, esta premisa comporta la existencia de autores que provocan un conflicto irreal (o que al menos habría de serlo) entre las prospecciones y la excavación per se (García Sanjuán 2005, 63; Ruiz Zapatero

1988, 39). Las prospecciones, como tal, son una parte vital de todo proceso de investigación arqueológica, al igual que las excavaciones. Lo único que las diferencia a ambas es que en una nos podemos permitir contextualizar los hallazgos (y, por tanto, darle una mayor veracidad histórica al yacimiento) y en la otra hemos de ser plenamente conscientes de sus riesgos, antes de plantearnos una hipótesis de trabajo al respecto. 2.1. Conclusión. Como vemos, toda metodología ha aportado elementos fundamentales al análisis arqueológico. La corriente histórico-cultural vio la necesidad de una seriación tipológica, así como ciertos métodos de campo. La procesualista, aportó la sistematización del registro, para así conectar la teoría general con la materialidad. El post-procesualismo, la importancia del contexto en el nivel de la comprensión arqueológica. Toda esta herencia nos lleva a la necesidad de una elaboración de un método que nos permita entender la significación social en cada espacio y tiempo específico. Si tenemos presente que las prácticas sociales relacionan personas y objetos (Castro Martínez et al. 2002), podemos llegar a inferir la realidad social que existió en un momento y territorio determinado, pero para entender esta situación habremos de plantearnos diversas preguntas. Hemos de ser conscientes que el espacio es el contenedor de las sociedades humanas, siendo éste modificado por ellas a partir de una intencionalidad determinada. Esto dista enormemente de ser una mera medición de distancias y espacios, ya que lo esencial es ver como las dinámicas poblacionales se estructuran dialécticamente entre ellas. En las últimas décadas hemos visto que ha aumentado considerablemente nuestro conocimiento histórico sobre las “culturas” que conforman el panorama pasado desde las perspectivas tradicionales. Este conocimiento cuantitativo de la realidad no se ha desarrollado hacia un conocimiento cualitativo de las sociedades, es decir, hacia la investigación de los procesos socio-económicos con los que se manifiestan. Como ya comenté en el primer punto de este estudio, toda sociedad humana se representa como la configuración de relaciones sociales. Si comprendemos que dichas prácticas comprenden a mujeres, hombres y objetos (Castro et al. 1996, 3) y que están contextualizadas en un espacio compartido, entendemos que las sociedades se manifiestan y existen a partir de las mismas. Por lo tanto, son, en cuanto a fenómenos 27

materiales, lo único que constituye la realidad social. Las personas que investigamos, lo que tenemos que entender es la producción de vida social en su conjunto. Por ello, el primer aspecto que se tiene que tener en cuenta es que las mujeres y hombres, como sujetos sociales, se relacionan mediante la aplicación de trabajo con el mundo material, que transforman (Gassiot Ballbè 2000, 296) y que incorporan como objetos de trabajo en el proceso de producir y reproducir sus condiciones de vida (Castro Martínez et al. 1998, 26). Formando así un todo correlacionado entre sociedad, espacio -dentro del propio asentamiento- y territorio. Por ello, toda teoría se ha de basar en unas categorías que nos permitan definir y entender cómo funciona el mundo, es decir, una teoría de la realidad, para así reconocerlas en el ámbito arqueológico, relacionarlas con las variables observadas e interpretarlas correctamente.

3. El valle de Nasca en el tiempo. Por temporalidad de un objeto entendemos su tiempo de “vida”. Esto queda delimitado por el momento de su producción y por el momento de su amortización social. En el caso de los fósiles directores, la “temporalidad” de la categoría quedará enmarcada entre el t1 -del más antiguo- y el t2 -del más reciente-, generando así una seriación tipológica que se desenvuelve en el tiempo. Dicho sea esto, mediante los fósiles directores se buscan las temporalidades de entes como “Culturas”, “Sistemas Sociales”, “Formaciones Sociales”, etc. Las temporalidades de consumo de los objetos de una categoría en diferentes espacios pueden ser distintos y no necesariamente han de ser extrapolables, y más si asumimos que la presencia o ausencia de un tipo material en un determinado espacio no depende exclusivamente de la distancia a su espacio de producción, de aquí que lo que más nos interese de cara al análisis regional en arqueología sea la temporalidad de consumo (Menasanch de Tobaruela 2003, 14). Aunque sea la categorización de los objetos mediante criterios taxonómicos o tipológicos la que se impone en la zona de Nasca. La prioridad de la periodización en arqueología se centra en encontrar situaciones históricas que puedan correlacionarse con espacios sociales sincrónicos. Períodos regionales, ciclos culturales -emergencia, auge y caída-, procesos o estadios evolutivos son maneras de configurar esta intención en base a conceptualizaciones teórico metodológicas concretas. Por ejemplo, desde la arqueología de corte identitaria, las fases regionales sirven para reconocer las raíces fundacionales de determinado pueblo o estado. Las propuestas de procesos y/o estadios evolutivos se centran en aspectos ecológicos, sistemas socioculturales, burbujas aisladas, etc. La arqueología procesual no tiene parámetros empíricos para demarcar sociedades, lo cual la lleva a “parasitar” las demarcaciones culturales. En Perú las periodizaciones regionales van vinculadas a la fundamentación de “lo andino”, ergo, del Estado-Nación peruano, ya que las “culturas” del Perú son consideradas las raíces de “lo andino”, representándose las diversas culturas de Perú como representaciones del auge cultural andino.

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El objetivo cronológico de la arqueología es hallar “t1” -inicio- y “t2” -fin- de la temporalidad. Cuanto más corta esta secuencia, más afinada la cronología, lo cual evita mezclar relaciones sociales no sincrónicas. La demarcación de situaciones -tiempos sociales- vienen dados por las cronometrías, las inflexiones, discontinuidades en los espacios sociales y las “rupturas” -revoluciones en todo aspecto, es decir, producción económica, política e ideológica-. 3.1. Análisis temporal en el valle de Nasca. 3.1.1. Introducción.

La arqueología de la Costa Sur de Perú se ha centrado principalmente en la emergencia de la complejidad social -al estilo de los estudios en las costas norte y centro- desde el final del primer milenio antes de nuestra era hasta la mitad del primer milenio después de nuestra era. Los dos ejes culturales que centralizan estos estudios son las “culturas” Paracas y Nasca, cada una con una producción material concreta que la identifica y personaliza. Paracas es famosa por sus textiles de los contextos funerarios de las fases Cavernas y Necrópolis, excavados en su momento por Tello y Mejía. Nasca es famosa por sus cerámicas policromas, caracterizadas de tal manera que la identificación cultural es inmediata, así como por los geoglifos de la pampa del valle de Nasca (D’Altroy 1997, 21). Las primeras secuencias cronológicas estratigráficamente sustentadas fueron realizadas por Max Uhle, a partir de sus excavaciones en Pahacamac (1896-1897) y su experiencia museográfica –con material de Tihuanaco e Inka-. Desarrolló el concepto de “horizonte cronológico” (Uhle 1902 visto en Joffré 2005, 3) al detectar determinadas sincronías en ciertos estilos. Cuando estuvo excavando en los valles del Ica y del Nasca, ubicó los estilos Proto-Chimú y Proto-Nazca anteriores a Tihuanaco, e identificó poblaciones de “pescadores incultos” en diferentes zonas de la costa, identificadas por los conchales. Todo esto permitió a Uhle establecer su primera periodificación -de más reciente a más antiguo-: -Imperio Incaico. -Estilos Epigonales de Tihuanaco. -Cultura Tihuanaco. -Culturas Protoides (Proto-Chimú, Proto-Nazca)

-Pescadores primitivos del litoral. La secuencia de Uhle fue reproducida posteriormente por Strong (1957), denominando al Proto-Nasca del investigador alemán “Cultura Nasca”. Quedaba así establecida la sucesión “Cultura Paracas” – “Cultura Nasca” como eje vertebrador de las periodizaciones de la costa sur (P. V. Castro Martínez, Torre, et al. 2009, 142). Alfred L. Kroeber se dedicó a gestionar y estudiar las colecciones recolectadas por Uhle, así como su publicación sistemática. Tras la definición de los bloques mayores de las cronologías del pasado andino por Uhle, Kroeber define más refinadamente las cronologías relativas internas de estas grandes secciones, a fin de clasificar el material publicado (Joffré 2005, 4). En 1930, su periodificación general comprendía cuatro segmentos: Período Temprano, Período Medio u Horizonte Epigonal-Tihuanaco, Período Tardío y Período –u Horizonte- Inka. La base de esta seriación era el valle de Moche, y permitía diferenciar entre estilo y tiempo. Acto seguido, Kroeber colocó los estilos cerámicos a los estilos de horizonte ya establecidos –Inka, Tihuanaco (de Uhle) y Chavín (de Tello)-. Julio César Tello propuso una teoría para confrontar la de Uhle, que consideraba importada desde las culturas centroamericanas, en la cual resaltaba el papel de la sierra en el proceso histórico andino (Joffré 2005, 4). Tello defendía que la civilización era serrana, mientras que el papel de la costa fue el de receptora de influencias. Las tres grandes etapas de una cultura desarrollada en sierra comenzaron con una Primera época megalítica o arcaica andina, tiempo de producción lítica y textil. La segunda época del desarrollo era la caracterizada por el descenso de la civilización hacia los llanos a través de las quebradas cisandinas. La tercera época era la de las confederaciones tribales, y duró hasta los inkas (Tello 1929, 17-26 visto en Joffré 2005, 5). Para la costa sur del Perú, Tello planteó que el conjunto cultural de Paracas se subdividía en dos períodos continuados entre ellos, “Cavernas” y “Necrópolis”. Posteriores discusiones al respecto de esta periodización se vieron representadas en los debates que surgieron a partir de los fósiles directores construidos como tal -cerámica y textil- sin tener en cuenta otros productos de las sociedades de aquella zona (P. V. Castro Martínez, Torre, et al. 2009, 140–141). La ordenación de los materiales de Paracas llevada a cabo por Tello ha sido el puntal sobre el que se han construido las

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cronotipologías de la costa sur del Perú, siendo siempre la discusión de estilos iconográficos la que ha dictaminado la configuración de los debates. ChavínParacas

Diseños incisos de círculos concéntricos.

Cuencos de pastas grises.

Incisas geométricas y zoomorfas estilizadas (felinos y aves). Paracas Cavernas

Paracas Necrópolis

Incisas policromas que delimitan zonas pintadas post-cocción y de decoración negativa (improntas de cocción trabajada).

Vajilla fina de decoración incisa y pintura monocroma.

Tazas, cuencos, platos, botellas.

Cuencos de paredes bajas y botellas escultóricas fitomorfas (cucurbitáceas/forma de calabaza).

Rasgos iconográficos de definición de los grupos Paracas Cavernas/Necrópolis y un tercero Paracas de paralelismos chavinoides (Creación propia a partir de Mejía Xesspe 1976, 41 Fg. 7 P. V. Castro Martínez, Torre, et al. 2009).

En 1947, en una reunión del Simposio de Nueva York -entre arqueólogos norteamericanos y un peruano-, y dentro del esquema evolucionista aportado por los investigadores norteamericanos, se presentó la propuesta de universalizar la secuencia cronológica realizada en el Valle de Virú a toda el área andina. La secuencia local del valle (Strong 1948, 100-101 visto en Joffré 2005, 6) se ajustó a los parámetros de una nomenclatura universal, convirtiéndose en el prototipo de la tendencia evolucionista.

Tabla cronológica de la seriación impuesta a toda la zona andina desde Nueva York en base a los trabajos del valle de Virú (Joffré 2005, 7)

Strong, a partir de las excavaciones en Cahuachi de la Universidad de Columbia, generó una seriación estilística de la cerámica, apoyada en las estratigrafías del sitio. Denominó una fase “Paracas tardío”, asociada al estilo Cavernas de Tello, así como un estilo intermedio previo a la “Cultura Nasca”, denominado “Proto-Nasca”, asociado al Necrópolis de Tello (P. V. Castro Martínez, Torre, et al. 2009, 142). Paracas tardío Proto-Nasca

Cerámica incisa de engobe rojo Alfarería reducida con decoración bruñida y vasijas de pintura crema.

Rasgos estilísticos de las os fases de periodización creadas por Strong a partir de las excavaciones de Cahuachi (Creación propia a partir de P. V. Castro Martínez, Torre, et al. 2009, 142)

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John Rowe atacó duramente esta propuesta de secuencia cronológica. Se posicionó en contra de la extrapolación de la fasificación del valle de Virú a todo el Perú, demostrando que esta no se cumplía –especialmente en la costa sur-. En 1952, Rowe había iniciado un proyecto de seriación de las tipologías cerámicas de Nasca y Paracas (Rowe 1956) que posteriormente se conocería como “Secuencia Maestra”. Dawson y Menzel elaboraron la seriación de la Costa Sur en cuanto a criterios estilísticos y los resultados de sus trabajos de campo en Ocucaje y Tajahuana en el valle del Ica y en Cerrillos en el valle del Pisco, así como de algunos contextos de dataciones absolutas (P. V. Castro Martínez, Torre, et al. 2009, 145). Rowe propuso reformular el sistema de referencia cronológica del área andina. Los períodos propuestos no aludían a características culturales, sino a referencias cronológicas de tipo relativo para organizar el material arqueológico, diferenciando así entre estilo y tiempo. Dentro de esta sistematización, se contemplaron diversos cambios estilísticos en el valle en la época del Nasca Tardío -Nasca 7- motivados, defienden, por -la caída de la sociedad Nasca y la llegada de Huari desde Ayacucho. La cerámica Nasca es remplazada por otra menos elaborada, también denominada Loro, encontrada en grandes cantidades y ubicada como el estilo local característico de esta época (Strong 1957; Silverman 1988 visto en Isla C 2001, 556). Esto coincide con la aparición de materiales estimados como cultura Huari, sobre todo del estilo denominado Chakipampa, asumiendo esto como causa del colapso de Nasca, ya que lo suelen encontrar en ámbitos funerarios, en relación al estilo Loro, y últimamente en sitios de habitación (Reindel et al. 2009). Durante la época 2 del HM, se asume la presencia de la cultura Huari en el valle de Nasca en base a los hallazgos de los estilos Atarco, Viñaque y Pachacamac (Menzel 1964) y en la época 3 del HM, el fósil director pasa a ser la cerámica del estilo Soisongo (Menzel 1964), siendo correlacionados en presencia al estilo Atarco y lo asumen al final de la época Huari (Isla C 2001, 558). La arqueología de la Costa Sur consensuó los fósiles directores de la fase Ocucaje como indicadores de la “Cultura Paracas”. La investigación se encaminó a la identificación de materiales y a contrastar estratigráficamente la Secuencia Maestra, priorizando la pieza cerámica y no el sujeto productor (P. V. Castro Martínez, Torre, et al. 2009, 143). A finales de los años 60 (Lumbreras 1969a visto en Joffré 2005, 12) Luis G. Lumbreras esbozó una división regional de los Andes, definiendo los períodos del Área Central: Lítico Arcaico –temprano, medio, tardío-, Formativo –inferior, medio, superior-,

Desarrollos Regionales, Expansión Huari, Estados Regionales e Imperio del Tawantinsuyo. De cara a la totalidad del área andina, Lumbreras propuso la siguiente periodización evolutiva: Estadio de los Recolectores, Estadio de los Agricultores Aldeanos –Arcaico, Formativo, Culturas Regionales- y Estadio de la Civilización. Su propuesta definitiva se presentó en 1972 (Lumbreras 1977):

Estados Militaristas

Imperio Inka

1430-1532 dne

Estados Regionales

1200-1470 dne

Imperio Huari

800-1200 dne

Desarrollos regionales

100-800 dne

Formativo

1200 ane-100 dne

Sociedades Urbanas Despóticas Reinos y Señoríos Teocráticos Agricultores Aldeanos

Arcaico

4000-1200 ane

RecolectoresCazadores

Lítico

15000-3000 ane

Tabla de la propuesta definitiva de L. G. Lumbreras al respecto de la periodización de la zona andina (Creación propia a partir de Lumbreras 1977)

Posteriormente, diversos investigadores (Unkel et al. 2007) realizaron una batería de dataciones de C14 para aplicar al contexto de los valles del Sur, basándose en proyectos ya existentes de la zona de Palpa y el valle del Ingenio. Estructuraron la propuesta en cuanto a la crítica a las aplicaciones cronológicas -relativas- de la seriación cerámica denuncian la inexistencia de dataciones absolutas aplicadas a los estudios en esta zona-. Datan restos orgánicos encontrados en los adobes de diversos sitios de la zona sur del Perú a fin de estructurar la ya existente periodización en base a cerámicas, “centrando” las dataciones en cuanto a los resultados relativos mediante la aplicación de la estadística bayesiana (Unkel et al. 2007, 554). El problema es que los resultados de este estudio fueron una justificación -en mayor parte- de las fasificaciones previamente existentes, derivadas de dataciones relativas, por culpa de haber acotado los resultados dados por el C14.

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Cuadro de los resultados obtenidos por Unkel et al. Contextualizado en cuando a las culturas existentes por ubicaciones cronoculturales (Figure 2 visto en Unkel et al. 2007, 555)

Otros estudios han tenido en consideración las dataciones absolutas, pero son escasos. Principalmente, a causa del escaso arraigamiento que esta técnica parece tener en la arqueología peruana (Görsdorf et al. 2002). Como se puede observar, en los valles de la Costa Sur han priorizado las ubicaciones cronológicas en torno a la clasificación estilística de fósiles directores, y más

concretamente, en torno a la aplicación de la famosa Secuencia Maestra. A continuación, disertaré más al respecto de los diversos proyectos que aquí se han llevado a cabo y su aplicación práctica en el registro.

Cuadro de las principales periodizaciones realizadas a partir de trabajos o estudios de materiales de los valles del sur peruano (Fig. 1 en P. V. Castro Martínez, Torre, et al. 2009, 143)

3.1.2. La arqueología del valle de Nasca. Los Proyectos11.

En 1952, Rowe, Dawson y Menzel comenzaron un proyecto financiado por la Universidad de California en el cual, a partir de colecciones de museo, prospecciones y alguna excavación de prueba en la Costa Sur de Perú, intentaban establecer una seriación de las tipologías cerámicas de Nasca y Paracas (Rowe 1956). Dawson y Menzel elaboraron la seriación de la Costa Sur en cuanto a criterios estilísticos y los resultados de sus trabajos de campo en Ocucaje y Tajahuana -en el valle del Ica- y en Cerrillos -en el valle del Pisco-, así como de algunos contextos de dataciones absolutas (P. V. Castro Martínez, Torre, et al. 2009, 145). Una vez realizada la secuencia por 11

Anexo 6 -localización de los yacimientos-.

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Dawson en base a colecciones de museo, las fases se definieron a partir de asociaciones funerarias y fragmentos hallados en los yacimientos. Localizados los extremos de la transición estilística (Paracas y Huari), el método usado fue la seriación por semejanza. Contrastada la información con fechados radiocarbónicos y excavaciones recientes, se generó una secuencia de 9 fases (Rowe 1960b visto en Joffré 2005, 10) que, una vez corregida, se quedó en una secuencia final de 10 fases (Menzel et al. 1964)12. Asumiendo los rasgos de la región de Ica como pauta para referenciar todos los materiales de la zona andina. Establecieron 10 fases estilísticas que eran equiparables a la fase Cavernas de Tello y ubicadas en el Horizonte Temprano. La fase Necrópolis la identificaron como Nasca 1, dentro de las 9 fases Nasca, en el Intermedio Temprano (P. V. Castro Martínez, Torre, et al. 2009). Posteriormente, se abandonaron las fases 1-2 de Ocucaje por ausencia de evidencias, asumiendo que Paracas comenzaba en Ocucaje 3. Lo mismo sucedió con las fases 4-5 (Massey 1991; Silverman 1991, 1994; García y Pinilla 1995; DeLeonardis 1997; Cook 1999; Velarde 1999 visto en P. V. Castro Martínez, Torre, et al. 2009, 143) y las fases estilísticas fueron ajustándose a las diversas áreas de la costa sur. Sus excavaciones fueron realizadas siguiendo niveles artificiales, sin tener en cuenta si había capas antrópicas o de relleno artificial. No analizó el contexto de sus hallazgos, ya que excavó tres niveles arbitrarios de 25 cm cada uno (Orefici 1996, 222–223). El debate gira en torno a los hallazgos de Strong en 1957 en Cachuachi, que denominó dos tipologías cerámicas -Cahuachi Stylus Decorated y Cahuachi Polished Black Incised- que posteriormente, Menzel, categorizaría como Ocucaje 10, a pesar de que Strong las ubicó en la fase de transición entre Paracas y Nasca de Cahuachi. El debate al respecto es estético y morfológico. Los tipos decorativos semejan más o menos cercanos al “panteón Paracas” y no será hasta la llegada de Orefici (Orefici 1996, 223) que se establecerá una hipótesis estratigráfica. Rowe propuso reformular el sistema de referencia cronológica del área andina. Los períodos propuestos no aludían a características culturales, sino a referencias cronológicas de tipo relativo para organizar el material arqueológico, diferenciando así entre estilo y tiempo. Dentro de esta sistematización, se contemplaron diversos cambios estilísticos en el valle en la época del Nasca Tardío -Nasca 7- motivados, defienden, por -la caída de la sociedad Nasca y la llegada de Huari desde Ayacucho. La cerámica Nasca fue remplazada por otra menos elaborada, también denominada Loro, encontrada 12

Anexo 2.

en grandes cantidades y ubicada como el estilo local característico de esta época (Strong 1957; Silverman 1988 visto en Isla C 2001, 556). Esto coincide con la aparición de materiales estimados como cultura Huari, sobre todo del estilo denominado Chakipampa, asumiendo esto como causa del colapso de Nasca, ya que lo suelen encontrar en ámbitos funerarios, en relación al estilo Loro, y últimamente en sitios de habitación (Reindel et al. 2009). Durante la época 2 del HM, se asume la presencia de la cultura Huari en el valle de Nasca en base a los hallazgos de los estilos Atarco, Viñaque y Pachacamac (Menzel 1964) y en la época 3 del HM, el fósil director pasa a ser la cerámica del estilo Soisongo (Menzel 1964), siendo correlacionados en presencia al estilo Atarco y lo asumen al final de la época Huari (Isla C 2001, 558). Johny Isla y Markus Reindel estudian en el valle de Palpa desde hace más de diez años las “culturas” de Nasca y Paracas, reconstruyendo su historia desde el Período Arcaico Medio -3800 cal ane- hasta época Inka. El objeto del Proyecto Nasca-Palpa busca investigar y analizar el desarrollo y las formas de complejidad de las estructuras de poder en las culturas tempranas de la Costa Sur del Perú (Reindel & Isla C 2006, 238). Antes del comienzo del proyecto, en la Costa Sur se habían realizado pocos análisis arqueológicos de sociedades anteriores a la “Cultura” Paracas, siendo los únicos restos La Esmeralda -el único sitio de esta cronología en el valle de Nasca (Isla C 1992)- y las dataciones del Arcaico Tardíos obtenidos en catas (Vaughn y Linares 2006 visto en Reindel & Isla C 2006, 238). De todas maneras, son tomados como hallazgos aislados y no como “procesos culturales” continuos. Según los autores, en época de la “cultura Nasca” había una alta densidad de población, patrón de asentamiento jerarquizado, evidencias de grupos sociales estratificados, alto nivel tecnológico en las producciones cerámicas y textiles y un carácter normativo en las expresiones artísticas (Reindel & Isla C 2006). Todas estas características llevarían a demostrar el gran potencial que los valles de la costa sur de Perú guardan de cara al análisis del desarrollo de las sociedades complejas, así como para reconstruir el uso del espacio. Periodizan la época Nasca a partir de la secuencia maestra de California (Menzel et al. 1964) representando Paracas tardío como Ocucaje 8 y 9. En la cuenca del Río Grande de Nasca había numerosos sitios con cerámica relacionada con la época Paracas Tardío (Reindel & Isla C 2006). En el valle de Nasca, en el sitio de Cahuachi, tenemos 39

cerámicas ubicadas en Ocucaje 10 y Nasca 1 -interpretadas como transición Paracas Nasca- descritas por Strong (W. C. Strong 1957), dos entierros con tejidos paracas (Orefici y Drusini 2003:104 fig. 44a visto en Reindel & Isla C 2006, 240) y un textil descrito por Silverman (Silverman 1993: 264 visto en Reindel & Isla C 2006, 240). Orefici también habla de arquitectura Paracas y cerámica, aunque presenta pocos datos concretos (Orefici 1987). Citan las excavaciones de La Puntilla y El Trigal de Van Gijseghem (Van Gijseghem 2004; De la Torre y Van Gijseghem 2005 visto en Reindel & Isla C 2012, p.241) donde se encontraron materiales y estructuras domésticas paracas, relacionadas con las fases Ocucaje 6, 8 y 10. De los 150 sitios hallados por el proyecto Nasca-Palpa entre 1997 y 2006 la mayoría se encuentran a lo largo de las laderas de los valles, alejados de los márgenes y en promontorios de carácter estratégico. Algunos de ellos tienen construcciones defensivas y van desde grandes aglomeraciones de terrazas habitacionales hasta pequeños caseríos. En los fondos de los valles se han hallado sitios con poco material en superficie, que fueron asignados en prospección a la cultura Paracas (Reindel & Isla C 2006, 241). Al encontrar tanta diferencia entre tamaños, suponen una jerarquía de patrones de asentamiento. En el sitio de Jauranga hicieron una cata a partir de hallazgos en superficie de cerámicas de las fases medias y tardías de Ocucaje, a fin de descubrir si existía una secuencia de ocupación Paracas en el valle de Palpa anterior a Paracas Tardío. Hallaron una secuencia ocupacional que abarcaba las épocas Paracas Medio y Tardío, así como enterramientos intrusivos de la época tardía (Reindel & Isla C 2006; Reindel et al. 2004). Posteriormente fue excavado y concluyeron que tuvo una ocupación continua en base a los hallazgos: “[…] gran cantidad de materiales culturales […] se identificaron cinco niveles principales de ocupación asociados a la cultura Paracas.” (Reindel & Isla C 2006, 249). En cuanto a los enterramientos, el hallazgo de un cráneo con una ligera deformación asociado a una cerámica Ocucaje 8 les otorga la clave de la asignación Paracas. Además, la cerámica más antigua hallada en el primer nivel de ocupación corresponde a Ocucaje 5, la del segundo nivel: a Ocucaje 6, y la del tercero: a Ocucaje 7. Finalmente, en el cuarto y quinto nivel de la unidad 1 y en el segundo y tercero de la Unidad 2, había gran cantidad de fragmentos de Ocucaje 8. En superficie se hallaban cerámicas de estilos Ocucaje 9 y 10. El límite entre las dos fases, tanto de la cerámica fina como de la utilitaria, lo retratan como una transición, fijándose para ello

en los criterios de pasta, forma y decoración. Así mismo, a partir de una cata ubican una época del sitio en las fases medias y tardías de Paracas (Reindel & Isla C 2006, 256). Los fechados, a partir de los cuales dataron las cerámicas y los estratos de ocupación unas 35 muestras-, no pudieron ser calibrados claramente, dado que les ubica el sitio entre el 800 y 400 cal ane, es decir, en plena Meseta de Hallstatt13. Dicho esto, a partir de las estratigrafías, “[…] el gran número de muestras y fechados, así como los cálculos estadísticos en el contexto de todos los fechados tomados en el marco del proyecto […] se ha llegado a una considerable precisión en la datación de las fases de ocupación y cerámicas” (Reindel & Isla C 2006, 256) probablemente a partir de cálculos bayesianos14. Los métodos bayesianos comportan un problema que la arqueología histórico-cultural ha sabido explotar muy bien. Al imponer la cronometría por nosotros supuestamente- conocida, reforzamos el paradigma de la seriación usada como soporte del C14, convirtiendo el método radiocarbónico en un factor dependiente y, por tanto, no más fiable que la estratigrafía. Este método desactiva el potencial del C14 como prueba independiente -cuestionador y ratificador de algo- al eliminar su capacidad contextualizadora. De cara a la época Paracas Temprano, Reindel e Isla defienden que Menzel, Rowe y Dawson definieron esta fase estilística sobre la base de vasijas de influencia de la “cultura” Chavín –“chavinoides”- (Menzel et al. 1964 9 y ss. visto en Reindel & Isla C 2006), siendo los únicos contextos de Ocucaje 3 en la cuenca del Río Grande un cuenco del sitio Jucumayo y algunos fragmentos del valle del Ingenio (Silverman 1991: 372 visto en Reindel & Isla C 2006; Silverman 1993, 366). En base a un supuesto hallazgo de 1969 de una tumba “Paracas” los autores realizaron catas en el sitio de Mollake Chico, en el valle de Palpa (Isla C et al. 2006), donde encontraron restos que asociaron a la fase Ocucaje 3 y 5. En la misma tumba hallaron restos orgánicos que les permitió realizar dataciones absolutas, con un resultado de entre el 810 y el 410 cal ane. Un hilo de algodón les enmarcó la datación entre el 1190 y 810 cal ane, a pesar de que según los propios autores “[…] parece muy temprano y, por el momento, no se puede explicar su mayor antigüedad […]” (Reindel & Isla C 2006, 259). Otro sitio de esta época sería Pernil Alto, también en el valle de Palpa, donde, buscando evidencias materiales de Ocucaje 3, hallaron también que la mayoría de los contextos eran del Período Inicial La llamada “Meseta de Hallstatt” es un error de la curva de calibración que genera intervalos cronológicos de gran amplitud, evitando fechar correctamente el objeto deseado. 14 Anexo 3. 13

41

anterior-, así como materiales intrusivos de la época Nasca -entierros y ofrendas(Reindel et al. 2009). Establecen una serie de rasgos de influencia Paracas comprendidos en las tumbas -ajuares- a través del análisis estilístico de los mismos. A partir del análisis de la cerámica de Pernil Alto establecen que se trata de un conjunto “muy elaborado y complejo”, encontrando características similares a diversos sitios del Período Inicial -Acarí y Disco Verde (Robinson 1994; Lanning 1960; Engel 1991; García y Pinilla 1995 visto en Reindel & Isla C 2006, 270)-, estableciendo características de la cerámica de dicho período -bases anulares, cuerpos angulares, líneas incisas, círculos con puntos, etc.- y asumiendo que dado que muchos de estos rasgos se ven en Paracas, deben de provenir de la herencia cultural del período anterior (Reindel & Isla C 2006, 270), siendo la cerámica de Pernil Alto “[…] un antecedente directo de la cerámica Paracas”. Se cogieron 11 fechados de los -asumidos- contextos del Período Inicial y abarcaron un lapso entre 1050 y 860 cal ane, encajándoles perfectamente en la estratigrafía. Posteriormente se cogieron más y se obtuvieron dataciones de entre el 1260 y el 1050 cal ane y el 1310 al 850 cal ane, estableciendo así el “t1” y el “t2” del asentamiento.

Fechados de radiocarbono de Pernil Alto, siendo la parte superior la secuencia estratigráfica de sus contextos y la inferior la última fase de ocupación del sitio (Unkel 2006 visto en Reindel & Isla C 2006, 271)

Debajo de las construcciones de Pernil Alto -del período inicial- se hallaron, además, contextos más antiguos, en especial tres funerarios que, una vez datados, dieron un resultado de entre 3800-3000 cal ane -a partir de una hoja de la cobertura de la tumba, de los palos de huarango que yacían sobre el individuo y de una caña quemada junto al entierro-. Todas estas evidencias y la estadística del OxCal les hace ubicar estos enterramientos en la fase del Arcaico Medio según Kaulicke (Kaulicke 1994:242 visto en Reindel & Isla C 2006, 275).

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Tabla cronológica de los valles de Palpa a partir de los estudios del proyecto Nasca-Palpa (Unkel 2006, 2007 y Siegle 2007 visto en Reindel & Isla C 2006, 272).

En base a las asignaciones culturales -características arquitectónicas, ubicación e instalaciones defensivas, así como materiales- de los sitios cómo Pinchango Viejo en Palpa, asumen un aumento de los asentamientos en la época de transición -Paracas Tardío-, considerando un aumento de población que generaría conflictos, presencia de clases o grupos de “elites” y florecimiento de tecnologías que compensasen la presunta- sobreexplotación de recursos como el agua, que serían la base de la aparición de la “cultura Nasca”.

En su estudio concluyen que las sociedades del valle de Palpa tendrían numerosos contactos con la sierra y la costa -a partir de hallazgos de obsidiana y recursos marinosy que eso prueba que tenían una movilidad bien establecida. Así mismo, consideran que los sitios eran sedentarios dada la reutilización constante de las áreas de enterramiento de Pernil Alto, así como los artefactos que acompañaban a las tumbas del período Arcaico, ya que tenemos molinos que les hacen plantearse el procesado de plantas del lugar. La presencia de textiles en las tumbas les proporciona la prueba de que la producción textil debía ser un sector importante de la vida económica de estas sociedades, así como la caza y el cultivo, ya que se encuentran huesos de venados aparte de los molinos ya citados-. Plantean toda una hipótesis al respecto del clima, al considerar que la existencia de venado -al no ser éste un animal de zonas semiáridasdemostraría la existencia pretérita de un clima más húmedo, con mayor vegetación y pastos. Con el supuesto aumento de la aridez disminuyó la vegetación y los animales, ante lo cual la población se retiró y se concentró en los valles donde se hallaba el agua y las bases para una incipiente práctica agrícola. Esta hipótesis se basa en los estudios de paleoclima realizados tanto en zonas áridas de Oriente Próximo como en los estudios del valle de Palpa (Eitel et al 2005; Eitel 2007 visto en Reindel & Isla C 2006, 276). Esta ocupación de los valles habría terminado al desarrollar la tecnología hidráulica, lo cual emanciparía a las sociedades humanas de vivir cerca del agua. Todo esto, probablemente ligado al crecimiento poblacional, provocó la emergencia de conflictos por las materias primas, lo cual se ve en asentamientos como Pinchango Viejo, donde hay fortificaciones y su emplazamiento es claramente estratégico-militar, mostrando supuestas evidencias de sociedades que estaban en competencia por tierra y recursos. Todo esto llevaría a posteriori a sentar las bases para el desarrollo “existoso” (Reindel & Isla C 2006, 278) de la “Cultura Nasca”. En 1984 el CISRAP -Centro Italiano Studi Ricerche Archeologiche Precolomcianeitaliano comienza a trabajar en Pueblo Viejo, recuperando las anteriores excavaciones de las necrópolis colindantes- de Tello y Kroeber (Orefici 1996). Los objetivos de este proyecto fueron determinar el tipo de ocupación del área, basándose en encuentros en superficie de lo que asemejaban estructuras (Orefici 1996, 225). Hallaron tres conjuntos de estructuras en los cuales observaron fases de ocupación de Paracas-Nasca -en dos de ellos- y desde el HM hasta el Período Colonial -en el tercero-, ubicando los materiales en base a la estratigrafía del sitio. 45

El CISRAP obtuvo un proyecto quinquenal en Pueblo Viejo, Cahuachi y Huayurí -hasta 1996- incluyendo investigaciones en Pacheco, Tambo Quemado, Atarco, Usaka, Jumana y Santa Clara -en 1989-. Buscaban determinar la funcionalidad de estos sitios y trabajaron en la elaboración de una cronología para el período Intermedio Temprano y, parcialmente, para el Horizonte Temprano (Orefici 1992; Silverman 1987 visto en Orefici 1996; Silverman 1993) utilizando dataciones relativas y absolutas. En Cahuachi, a pesar de que casi todos los contextos estratigráficos son rellenos artificiales, consiguieron determinar la correlación entre el tipo Patrón Bruñido con las tres primeras fases de Nasca -Así como en Tambo Quemado, Usaka, Santa Clara y Jumana-, con la peculiaridad de que este estilo no entraba correctamente en la seriación clásica, denominándolo Nasca 0 -dada su posición anómala-. No es el único tipo que se ha encontrado que genera problemas, ya que otro estilo -fragmentos de ollas con asas torcidas o acordonadas, con dos elementos paralelos a sección redonda (Orefici 1996, 227)- se ubica por diferentes autores en diversas fases -Paracas T3 por Menzel, Ocucaje 9 por Menzel, Rowe y Dawson, Tajo para Silverman, Paracas necrópolis para Mejía Xesspe-. A pesar de que el propio autor reconoce que el Proyecto Nasca coincide -en términos generales- con la periodización de Berkeley, ésta le presenta una serie de discrepancias en el Período de Transición Paracas-Nasca. De cara a la ubicación de Ocucaje 3-4, no se han podido hallar referencias estratigráficas que respalden la seriación de Ocucaje 4, aunque haya sido analizada a nivel estilístico, no pueden ubicarla temporalmente, así que los cambios morfométricos que se le atribuyen a este tipo asumen que se relaciona con los cambios acaecidos en los valles de Nasca a partir del “decaimiento” de Cahuachi, así que contemplan que la Fase 4 con la Fase 5 pertenecen a un momento de transición “[…] entre un poder teocrático y el desarrollo de los centros periféricos que se convierten en sitios más potentes y prósperos” (Orefici 1996, 229). Silverman en su momento (Silverman 1992:38 visto en Orefici 1996, 228) también juntó las fases 3 y 4 de Ocucaje, al entender que las diferencias entre ambas eran más estilísticas y regionales que derivadas de un “avance cronológico de las sociedades”. El problema es que en Cahuachi se detectan rasgos estilísticos de la Fase 4, ante lo cual el CISRAP razona que esto se debe a una anticipación de las nuevas tendencias, y no a una prolongación de la existencia de Cahuachi (Orefici 1996, 228). Otro de los grandes problemas que se encontraron en Cahuachi fue que en los niveles de relleno artificial -en los 5 momentos de remodelación arquitectónica- hallaron

materiales entremezclados de diferentes fases de Nasca -1,2 y 3- y Paracas Tardío. Sólo en uno del total de 52 sectores excavados por el CISRAP -Y12- pudieron identificar una secuencia estratigráfica, evidenciando así una separación entre las primeras fases de Nasca y materiales que tradicionalmente se ubican en el Horizonte Temprano (Orefici 1996, p.229). En este sector, bajo las construcciones de época Nasca 3, encontraron una capa con tumbas que contenían materiales de ofrenda típicamente “Necrópolis”, exceptuando el textil de la tumba 2, excavada en el 91, más antiguo -iconográficamente hablando-. En otra tumba se halló un fragmento bordado de “Estilo lineal” asociado a Ocucaje 9-10. Consideran que la presencia de materiales cerámicos de época Paracas en este mismo sector, explica una reocupación del lugar; después de que fuera utilizado como vez primera como espacio ceremonial (Orefici 1996, 228). En otro sector del sitio volvieron a encontrar materiales de tipo “Nasca 0” asociados a construcciones, lo cual les motiva a pensar que la presencia de arquitectura monumental mucho más temprana a lo que se suponía. Así mismo, muestran errores de cara a la seriación tradicional, derivados, probablemente, del intento de homogeneización de Nasca con el valle de Ica. Recordemos que esto sólo se ve en el sector Y12, ya que es el único en el cual pudieron realizar una categorización estratigráfica. Cabe decir que los materiales hallados por Silverman en el valle del Ingenio clasificados como el estilo local “Tajo”- se asemejan enormemente a material encontrado en Cahuachi por parte del grupo del CISRAP -cerámicas sin engobe con decoración incisa, aplicada impresa o esgrafiada- y por Strong (W. Strong 1957; Orefici 1996; Silverman 1993). Helaine Silverman, a partir de esto, ubica estos fragmentos en la tradición cerámica del Horizonte Antiguo 8-10, desarrollando la hipótesis que el estilo “Paracas” tuvo su difusión más en la zona de Ica que en la de Nasca (Silverman 1993 visto en Orefici 1996, 230). El CISRAP encontró tipos similares en Jumana y Tambo Quemado, en cantidad muy reducida, pero asociados a los tipos Nasca 0 y Nasca 1, lo cual parece indicar un paralelismo entre estos estilos cerámicos; pero si vemos las dataciones de Tambo Quemado y del sector Y12 de Cahuachi -350/390 cal ane- (Orefici 1996, 230) tenemos que o bien los estilos culturales son anteriores a sus respectivas fases o bien directamente no tienen nada que ver con el aspecto cronológico -ver tabla cronológica de Unkel et al. 2007:555 en el subcapítulo 3.1.-. Katherine J. Schreiber, después de su experiencia con prospecciones en el Valle de Sondondo (Ayacucho, Perú), en compañía de estudiantes de la UCA de Santa Bárbara y 47

de arqueólogos peruanos, llevó a cabo diversas campañas del valle de Nasca a partir de 1986 (Schreiber 2000, 434–435). El objetivo de dichas prospecciones era elaborar una investigación regional intensiva con el fin de reconstruir la organización política y económica en Nasca antes de la llegada de Huari, a fin de discernir las características de dicha ocupación (Schreiber 2000). Las campañas comprendieron las zonas de los ríos Aja, Tierras Blancas, Taruga y Las Trancas; desde su confluencia hasta una elevación de 1200 a 1600 metros sobre el nivel del mar. Las razones del por qué se consideraba necesario esta campaña de prospecciones eran que en las áreas -consideradas- de provincias del imperio Huari se hallaban sitios de dicha cultura, pero se encontraban pocos yacimientos de culturas locales que permitiesen establecer relaciones entre comunidades antes de la llegada de los Huari. Se vio la necesidad de establecer estas prospecciones, a fin de intentar identificar la organización regional de las sociedades locales de la zona de Nasca.

Áreas de prospección de Schreiber en Nasca (Schreiber 2000, 434).

Los objetivos de dichas campañas fueron estudios medioambientales y geológicos, análisis de relaciones regionales entre sitios del mismo período (ubicados a partir de fósiles directores), establecimiento de tipologías arquitectónicas y estudios de patrones de asentamiento; a fin de entender “parte de la motivación subyacente a la expansión y,

más aún, en algunas ocasiones, hasta discernir cambios en la ocupación de una provincia” (Schreiber 2000, 425). Se ejecuta un método de registro que no sea de tipo “catastral”, incluyendo análisis de medioambiente, interpretación de patrones e identificación de relaciones. Estableciendo comparaciones entre ambos valles -de Sondondo y Nasca-, llega a la conclusión que los sitios de Pacheco y Patayara funcionaron como centros de control de acceso a las terrazas agrícolas, basándose en la supuesta reorganización territorial que provocó el fenómeno Huari en el valle de Nasca (Schreiber 2000, 425). La susodicha se llevó a cabo dado el carácter intrusivo de “lo huari” en este valle, siendo la investigación de las provincias del Imperio la más numerosa de esta cultura tanto en carácter arquitectónico (Rowe et al. 1950; Schreiber 1978; Spickard 1983; Williams y Pineda 1985 visto en Schreiber 2000, 427), redes de caminos -que parecen más numerosas en zonas de provincias, lo que le da un carácter de mayor esfuerzo de instauración por parte de Huari- (Lumbreras 1974; Schreiber 1984, 1991a visto en Schreiber 2000, 427), en los patrones de enterramiento, donde las diferencias entre las formas intrusivas de tumbas y los patrones locales se ven de manera muy clara en provincias (Cook 2000 visto en Schreiber 2000, 427) y en la introducción de andenes terrazas- (Schreiber 1987 a, 1992 visto en Schreiber 2000, 427).

Enfoques a partir de los que se estructuró la campaña de prospección, de cara al análisis de la ocupación Huari en el Valle de Nasca (Schreiber 2000, 428).

En el valle de Sondondo se excavó un sitio que, al no aportar información útil para el estudio, “mostró” que la única manera de aproximarse a la organización territorial y económica de Huari era mediante la realización de prospecciones regionales intensivas 49

(Schreiber 2000, 434), así que esta fue la dinámica que en Nasca se llevó en todo momento. En el sitio de Pacheco, ya conocido desde la época de Tello, se identificó el estilo de la arquitectura -Huari- a partir de dibujos de campañas anteriores, ya que se encuentra en la actualidad prácticamente destruido. Se ubicó como un importante centro administrativo a partir de los restos de paredes -en ese momento derruidas- de las épocas 1 y 2 del HM (Schreiber 2000, 437) y en superficie se recuperaron fragmentos de los estilos cerámicos de Nasca 9, Chakipampa, Robles Moqo y Loro. Menzel atribuyó el estilo Robles Moqo al HM1, pero evidencias en Conchopata parecen mostrar que éste y el estilo Conchopata podrían ser de época tardía dentro de la secuencia Huari. Por tanto, Schreiber sugiere que Pacheco se ubicaría en el HM 1b y HM2. El yacimiento de Pataraya, tipificado como sitio característico de arquitectura Huari, se ubica cronológicamente en el HM2 por hallazgos en superficie cerámica de tipo Viñaque. De todas maneras, el grupo de Schreiber plantea que su tipología arquitectónica despejaría toda duda. Por los materiales aquí hallados, defienden que serían habitantes de procedencia serrana de la actual provincia de Lucanas o de Sondondo. Serían, por tanto, poblaciones reubicadas en época Huari, adyacentes a una gran zona de campos agrícolas, donde -según Schreiber- plantarían coca, dada la altitud del sitio. Las tumbas aquí halladas son de tipo Huari, al igual que las halladas en Las Trancas, lo cual nos lleva a la conclusión de que solamente se conocen dos sitios de arquitectura Huari en todo el valle de Nasca. Para concluir, asegura que en el Nasca Temprano habría pequeñas poblaciones dispersas en las laderas, sin casi poblamiento en los valles inferiores y Cahuachi- el gran centro ceremonial- se encontraba en su momento de apogeo. En el Nasca tardío, el poblamiento se concentraba en menos poblaciones pero más grandes; desarrollaron los puquios para llevar agua a los valles del sur de Nasca, cuadrando con épocas de grandes sequías en el altiplano (Thompson et al. 1985 visto en Schreiber 2000, 439; Berghuber et al. 2005; Schreiber et al. 2006). Durante el Horizonte Medio 1b se estableció Pacheco como centro administrativo de Huari, limitándose su influencia al valle de Nasca y provocando -presuntamente- un descenso de población en el mismo, mientras que en Las Trancas atestiguamos un aumento de habitantes, estableciendo Huaca del Loro como “capital política local”

(Schreiber 2000, 439–440). Se presupone una estructura política centralizada en base a la jerarquía de asentamientos que observan en el valle.

Patrón de asentamiento de las fases Nasca Temprano -arriba- y Nasca Tardío -abajo- (Schreiber 2000, 440–441)

Encontraron sitios domésticos Loro en Taruga y Nasca, pero en número muy inferior al de Las Trancas, suponiendo así un movimiento poblacional hacia el sur, para distanciarse de los Huari. La autora defiende un abandono -inexplicable- de los valles del norte de Nasca durante el Nasca tardío, excepto en el valle del Ica, donde se mantuvo la población, pero no creció. No se sabe a dónde “se fue” este exceso de población, ya que los valles adyacentes no aumentan ni en población ni en fósiles de otros estilos regionales. 51

Finalmente, la autora establece tres modelos de ocupación Huari en base a sus descubrimientos en superficie: 1. Modelos de control político, 2. De interacción económica -comercio, explotación de recursos y/o producción de bienes- y 3. Movimientos religiosos (Schreiber 2000, 441). Continuando con Huari, Johny Isla expone, a través de trabajar con los contextos funerarios de Nasca y Huari, que los cambios acaecidos en la zona de la cuenca del Rio Grande -concretamente, en los valles de Palpa y Nasca- durante el HM en la construcción de estructuras funerarias, materiales asociados y en el tratamiento de los individuos vino promovido por el establecimiento de un nuevo orden político y social debido a la llegada de la “Cultura Huari” (Isla C 2001). Las evidencias en el sitio de Pacheco -según Isla- muestran que fue uno de los principales centros políticos en las épocas 1 y 2 del HM (Strong 1957; Paulsen 1983 visto en Isla C 2001, 556). Asumiendo la intrusión de Huari en el registro, analiza las características del patrón funerario en los Valles de Palpa y Nasca, defendiendo que es uno de los aspectos donde se conservan las costumbres culturales de los individuos y su posición social. Analizan 223 contextos funerarios, siendo 154 de fases Nasca y 69 de estilo Loro, Chakipampa y Atarco, relacionados, como ya dije anteriormente, a la presencia de Huari en el valle. La mayor parte de las tumbas excavadas son de 1927, durante el proyecto del Museo de Arqueología Peruana, bajo la dirección de Tello. Dos tumbas son del sitio de Los Paredones, en el valle de Nasca, en una excavación de urgencia. Finalmente, los 20 restantes fueron excavados y documentados en Los Molinos, en el marco del proyecto Nasca-Palpa (Görsdorf et al. 2002). No han tenido demasiado problema al estudiar un contexto no excavado por ellos, ya que indican que en todo momento está todo muy detallado y muy bien descrito, con todo nivel de relación de contenidos. Eso sí, toda muestra cuyo contexto cultural no pudo ser precisado no fue sido tenida en cuenta. Defienden que los casos observados muestran cambios en la producción alfarera local que coinciden con la presencia de materiales de estilos Huari, sobre todo del estilo Chakipampa, asumiendo su correlación con el colapso de la “cultura Nasca”. También se han detectado materiales de estilos Atarco, Viñaque y Pachacamac, así como Soisongo posteriormente -representativo del final de Huari en el valle-.

Tras un extenso análisis de todas las variedades arquitectónicas, estilísticas y rituales de esta zona en el ámbito funerario (Isla C 2001, 560–577) vemos que, en cuanto a las construcciones, los cambios son más bien escasos, siendo todos de tipo cuantitativo cantidad de tumbas, elementos constructivos más o menos grandes, etc.- sin encontrarnos grandes innovaciones de tipo cualitativo. En el tratamiento del individuo, observamos cambios sustanciales en la posición y orientación de las inhumaciones, así como la introducción leve de la momificación o la presencia de fardos, siendo el cambio más relevante que aumentan el número de individuos por tumba -un 35% en época Huari versus un 0’6% en época Nasca- asumiendo que las tumbas Nasca con varios individuos serían situaciones de enterramientos familiares (Isla C 2001, 578). Finalmente, en cuanto al ajuar, encontramos que hay un aumento de la presencia de materiales textiles y de cabezas trofeo, así como la introducción de falanges de llama y objetos de cobre. En base a estas evidencias, el autor defiende que, desde el inicio del HM, con la llegada de Huari a la costa sur, los patrones funerarios de la población de los valles de Nasca y Palpa “cambiaron sustancialmente con respecto al patrón existente durante el desarrollo de la cultura Nasca” (Isla C 2001, 580). Enlazando con los estudios de K. Schreiber (Schreiber 2000) indica que los cambios en patrones de asentamientos, producción alfarera y enterramientos, muestran una clara influencia de Huari en la zona, pero no como “interacción cultural” de Nasca con pueblos vecinos, sino una intrusión política e ideológica desarrollada desde fines de Nasca 7 y consolidada en la primera época del HM (Isla C 2001, 580). En 2005 comenzó en el valle del río Aja -provincia de Nasca, departamento de Ica- el Proyecto Arqueológico La Puntilla, llevado a cabo por investigadoras del grupo ACAIA y ABDERA -Universitat Autònoma de Barcelona, Universidad de Almería y Universidad Nacional Mayor de San Marcos-. Este proyecto lleva a cabo un estudio de las comunidades prehispánicas que se establecieron en la cuenca del río Nasca, a partir de los trabajos en el área del macizo de La Puntilla -que separa las cuencas inferiores de los ríos Aja y Tierras Blancas- en los sitios de La Puntilla y el Trigal. Dentro de este proyecto se ubica el estudio que aquí presento. Principalmente, se han centrado en las ocupaciones del denominado Período Formativo -según la periodización de Lumbreras- en torno al 1400-1000 cal ANE, dado el desarrollo de la “Cultura Paracas”. La posterior constatación de ocupaciones previas a 53

esta época, dentro del llamado Período de Desarrollos Regionales, y la confluencia de materiales de tipos tanto Paracas como Nasca, les ha obligado a aumentar el marco temporal del estudio -100 cal ANE/350 cal DNE- (Castro Martínez et al. 2010, 4). La finalidad del proyecto, a largo plazo, es la de “[…] abordar las relaciones sociales en que las mujeres y hombres se vieron inmersos, las prácticas económicas y políticoideológicas que se llevaron a cabo en los lugares sociales y la realidad de las condiciones materiales generadas por la producción de vida social.” (Castro Martínez et al. 2010). Respecto a los proyectos anteriormente vistos, tenemos que aquí se plantea un estudio “sociológico” de las poblaciones pasadas, contemplando tanto situaciones históricas como el sujeto social, a fin de entender la dinámica de las comunidades de la región del río Nasca. No se puede hablar de este proyecto sin contemplar la labor social a la que aspira, buscando, en correlación para con la población local, impulsar mecanismos de concienciación de cara al interés que puede ofrecer conocer el pasado prehispánico. Los sitios de El Trigal y La Puntilla-1 se localizan en el margen izquierdo del río Aja, en la ladera del macizo rocoso que conforma el área de La Puntilla. El proyecto surgió de unos antecedentes en los cuales las evidencias materiales de la “cultura Paracas” en la zona de Nasca son muy escasas, limitándose a hallazgos aislados que restringen sus posibilidades de análisis, proviniendo casi todos los materiales de estudios en superficie del siglo pasado (W. C. Strong 1957; Tello 1959; Silverman 1993; Reindel & Isla C 2006; Mejía Xesspe 1972, 1976; Browne 1992 visto en Castro Martínez et al. 2010). A nivel cultural, las evidencias corresponden a fragmentos de cerámica relacionados con las fases de Ocucaje 8, 9 y 10 de la Secuencia Maestra. La base de los datos usados para desarrollar este proyecto proviene de los trabajos en 2001 H. Van Gijseghem y Juan C. De La Torre en el sitio de La Puntilla (Van Gijseghem y De La Torre 2003 visto en Castro Martínez et al. 2010, 14), que llega a presentar una ocupación con cerámicas de estilos Ocucaje 8 a 10 y Nasca 1. Las excavaciones permitieron definir el sitio como un asentamiento de tipo residencial, encontrándose materiales que se relacionan con la etapa de Transición Paracas-Nasca, así que se asume que los elementos responden al proceso de reestructuración social, política e ideológica que vivió el valle y que alcanzó -posteriormente- su máximo nivel con la fundación del sitio de Cahuachi, vinculado éste al desarrollo de la “Cultura”

Nasca durante el denominado Intermedio Temprano -100 ANE-700 DNE- (Castro Martínez et al. 2010, 14). También se tuvo en cuenta en gran medida la campaña de trabajos dirigida por K. Schreiber (Schreiber 1989 visto en Castro Martínez et al. 2010) y en dónde realiza una prospección entre la parte alta y el valle medio de Nasca, localizando los sitios de La Puntilla y El Trigal, ubicándolos en el denominado Horizonte Temprano. Los materiales que recuperó y que ubicó en el HT, en su mayoría, corresponden a las fases tardías de la serie de Ocucaje. A partir de los trabajos en el sitio de La Puntilla, se ha definido -hasta el momento- una secuencia de ocupación derivada del estudio de materiales adscritos cronotipológicamente desde finales del denominado Formativo hasta el Intermedio Tardío, con una serie de remodelaciones en la distribución del espacio social y que se ve reflejado en los cambios constructivos de las unidades arquitectónica (Castro Martínez et al. 2010). En el Trigal, se observan espacios singulares de producción comunitaria centralizada con actividades destinadas al procesamiento de productos alimentarios y artesanales, así como espacios destinados a -posibles- actividades domésticas. En el área de la necrópolis se ubican -de manera preliminar- en el denominado Período Intermedio Temprano -c. 100 cal ANE-350 cal DNE-. Las evidencias de pauperización de los enterramientos sugieren que la población pudo verse forzada a transferir una parte destacable de su riqueza a una teórica clase dominante emergente, probablemente con centro político-ideológico en Cahuachi. Una segunda línea de investigación del proyecto es la demarcación de temporalidades históricas a partir de pruebas independientes que permitan superar los presupuestos de las cronologías relativas basadas en las secuencias estilísticas. A partir de dataciones absolutas se ha establecido una fasificación del área de La Puntilla que comprende un total de ocho fases (Castro Martínez et al. 2015, 376): -Fase I: c. 1000-700 cal ANE. Se confirma la existencia de un primer asentamiento en El Trigal. Restos de tapiales afectados por ocupaciones posteriores, junto con materiales “erráticos” apunta a que el primer establecimiento se remonta a inicios del primer milenio, asumiendo que los paralelos tipológicos -con series radiométricas confirmadascon los que han sido comparados, sean correctos -Pernil Alto-. -Fase II-III: c. 700/600 a 150/100 cal ANE. La comunidad asentada en el Cerro de El Trigal se presenta como una organización basada en la centralidad comunitaria y con un 55

sistema de arquitectura defensiva que contribuía al mantenimiento de su autonomía política. La evidencia de la inversión de trabajo en la arquitectura de fortificación del asentamiento es coherente con una organización comunitaria, que reforzaba su independencia mediante estas obras, al igual que los edificios singulares desde donde se gestionaba la economía y la política de la comunidad. -Fase IV: c. 150/100 cal ANE a 50/100 cal DNE. Parece corresponder a la primera etapa de instalación en El Trigal III, tras el desalojo del Cerro de El Trigal coincidiendo con la implantación y expansión del Estado de Cahuachi, en el siglo II ane. Parece que mientras el cerro de El Trigal fue desalojado, otras comunidades instaladas en los cerros del valle del Aja se mantuvieron por algún tiempo. -Fase V: c. 50/100 cal DNE a 350/400 cal DNE. En esta etapa se sitúa el complejo arquitectónico documentado en el Trigal III, que pone de manifiesto la existencia de pequeños asentamientos rurales en el territorio dependiente de Cahuachi. A enclaves de este estilo llegaron importantes volúmenes de productos alfareros de alta calidad –estilo Nasca 2/3- y otros bienes resultado de trabajo artesanal especializado o materias base de procedencia lejana –obsidiana, Spondylus-, lo que permite sugerir que este núcleo tenía acceso a la riqueza disponible en estos momentos. Sin embargo, la disimetría en el reparto de la riqueza –algunas tumbas infantiles con ajuar y el resto, sin ellos- indica que estamos ante un probable establecimiento de la propiedad por parte de un individuo o de un grupo y que debía formar parte de la clase dominante emergente, que podemos asociar al Estado de Cahuachi. La dinámica histórica de las comunidades del valle de Nasca apunta a que la emergencia del Estado de Cahuachi comportó, junto con la pérdida de la autonomía de la comunidades de territorios como el valle del Aja, la implantación de un sistema de coerción política materializado en prácticas violentas, asociadas a la consolidación de unas relaciones de explotación que supondrían la existencia de servidumbre, probablemente doméstica, en pequeños enclaves como El Trigal III (Castro Martínez et al. 2015). No obstante, en ese mismo horizonte parecen existir comunidades que mantuvieron de alguna manera las características de agregados de grupos domésticos, como habían sido las comunidades de la época precedente, aunque perdieron la instancia político-económica de la centralidad comunitaria que se plasmaba en los edificios singulares registrados en Cerro de El Trigal. Por lo tanto, la dinámica

diacrónica podríamos sintetizarla en una centralización jerárquica asociada al Estado de Cahuachi. 3.2. Crítica Metodológica. Como hemos podido observar, el esquema cronotipológico de las cerámicas y las fases culturales -centralizadas en torno a la Secuencia Maestra de Ocucaje- se presenta como una racionalidad “inequívoca”, habitual en los presupuestos histórico-culturales. Sin embargo, presenta problemáticas e incongruencias que merecen ser analizadas para poder establecer un coherente análisis de la realidad pretérita. Las diferentes secuencias presentadas en los diferentes valles de la Costa Sur han comprobado que existe una mayor presencia de estilos de las fases más tardías de Ocucaje -8 y 10 y Nasca 1- mientras que los tipos más -presuntamente- antiguos se restringen casi exclusivamente a la península de Paracas y a la bahía de Independencia (P. V. Castro Martínez, Torre, et al. 2009, 146; Tello 1959). Esto ya supone que los estilos asociados a Ocucaje podrían estar ofreciendo áreas de circulación diferenciadas y depender de lugares de producción concretos que aportarían cambios en la diacronía de toda la secuencia. Un caso especialmente interesante es el expuesto a partir de las dataciones radiocarbónicas de Cerrillos -del sitio 14-VI-16 de Paracas- (Paul 1991:1213 visto en P. V. Castro Martínez, Torre, et al. 2009, 146) en donde se superponen las dataciones absolutas de las cerámicas tempranas encontradas allí con las fechas de los estilos cerámicos de fases más tardías -460/375 cal. AC versus 460/225 cal. AC-. Otros casos de superposición en el tiempo de tipos cerámicos ha sido anteriormente comentado en el caso de Pueblo Viejo y Cahuachi (Orefici 1996). Bajo los términos de los argumentos histórico-culturales se entienden las coexistencias de tradiciones alfareras a partir de grupos poblacionales portadores de la tradición estilística, de aquí que la presencia conjunta de tipos sería explicable por la convivencia de diferentes “grupos étnicos”. En las cronologías aquí tratadas, el solapamiento temporal involucra directamente el desarrollo de las fases estilísticas de las cerámicas de tipo Nasca -como mínimo en sus fases 2-3-. Por tanto, estamos ante un horizonte temporal donde no sólo coexisten estilos diversos, sino que además estos estilos han sido presentados como identificativos de la supuesta “Cultura Paracas” -Ocucaje 9 y 10- y de la supuesta “Cultura Nasca” -Nasca 1 a 3-.

57

La explicación clásica del por qué los estilos tardíos de Ocucaje estén tan presentes en otros

territorios

de

la

Costa

Sur

radica

en

una

justificación

de

tipo

difusionista/migracionista, en donde se expone que las poblaciones de Paracas y Pisco se expendieron hacia el sur (Browne et al. 1988; Silverman 1993; Cook 2015). Esto se presenta como un principio universal, compartido a toda la humanidad, siendo como es -en realidad- un presupuesto histórico-cultural frecuentemente utilizado. Obviamente puede ser una situación que se dé, pero con evidencias que lo respalden, y la arqueología lo ha ido utilizando como argumentación y contra-argumentación circular – “la pescadilla que se muerde la cola”- dado que es explicativo en cuanto a la seriación cultural, pero ésta también es causa y efecto de la evidencia migracionista. Otra contradicción es la seriación del estilo Tajo (Silverman 1993; P. V. Castro Martínez, Torre, et al. 2009). Este estilo, como ya hemos visto, se presenta como una producción local del extremo sur del área de la “cultura Paracas”. Está bien documentado en las fases más tardías, pero se desconoce realmente su alcance en las fases tempranas dado el escaso registro que se ha hallado en el área de Nasca para estas épocas (P. V. Castro Martínez, Torre, et al. 2009). Estas cerámicas se documentaban en las seriaciones antiguas como una tradición presente a toda la secuencia Ocucaje. Así es como parte de las investigaciones han contemplado estas producciones como parte de los estilos propios de Paracas. Por tanto, se plantea la cuestión de si con las seriaciones se intenta unificar el registro cerámico bajo una misma bandera cultural o, por el contrario, lo que se intenta es concretar las “tradiciones” morfométricas asociadas a recipientes con funciones específicas. El planteamiento de las prospecciones y trabajos de K. Schreiber (Schreiber 2000) se caracteriza por ser claramente procesual, al establecer un modelo a priori y una posterior recogida de datos a fin de ratificar el modelo propuesto -hipotético y deductivo-. La arqueología funciona a partir de una correlación -dialéctica- entre planteamientos inductivos y deductivos, dado que el registro es el que impone modelos, no la persona encargada de la investigación (Castro Martínez et al. 1993): “El proceso no consiste en recoger un grupo ingente de datos y en inventar una historia sobre ellos. Al formular una serie de posibles modelos a priori antes de realizar el trabajo de campo se puede asegurar que se van a recoger datos que permitan evaluar estos modelos […]” (Schreiber 2000, 442).

De cara a las críticas planteadas a los proyectos de ubicaciones temporales a partir de prospecciones o análisis en superficie, ya se planteó de manera extensa en el apartado correspondiente de este estudio. Dicho esto, la prospección arqueológica sirve para buscar, localizar y estudiar sistemáticamente -de manera preliminar- yacimientos. Las prospecciones han de ser sistemas teórico-prácticos que ordenen un corpus de hipótesis jerarquizado susceptible de ser contrastado a partir de una base empírica (Castro Martínez et al. 1987) posterior -o anterior-. Si tenemos presente que las prácticas sociales relacionan personas y objetos (Castro Martínez et al. 2002), podemos llegar a inferir la realidad social que existió en un momento y territorio determinado, pero para entender esta situación habremos de plantearnos diversas preguntas. Hemos de ser conscientes que el espacio es el contenedor de las sociedades humanas, siendo éste modificado por ellas a partir de una intencionalidad determinada. Esto dista enormemente de ser una mera medición de distancias y espacios, ya que lo esencial es ver como las dinámicas poblacionales se estructuran dialécticamente entre ellas. Un análisis en superficie, supeditado a procesos postdeposicionales, malinterpretaciones del registro derivadas de una observación en superficie errónea o a la incapacidad de correlacionar contextos sociales al no haber excavaciones, es una herramienta que no se puede utilizar para establecer conexiones temporales -diacrónicas o sincrónicas- entre materiales sin contexto visible. Esto en muchos proyectos, pero concretamente, en el caso del Instituto Arqueológico Alemán (Reindel et al. 2009; Reindel & Isla C 2006) se observan ubicaciones temporales de contextos funerarios y de andenes agrarios a partir de cerámicas y sus respectivas seriaciones estilísticas, quedando así ubicado temporalmente la totalidad del sitio. Sea dicho esto, es cierto que la realidad prácticamente nunca es la deseada, y habitualmente nos encontramos que los indicadores absolutos -los realmente deseablesson escasos o insuficientes para establecer un correcto estudio temporal -y eso asumiendo que el proyecto disponga de los medios económicos para llevar a cabo dataciones, cosa que tampoco es tan habitual como podemos pensar-. En estos casos es inevitable recurrir al establecimiento de analogías morfotécnicas con materiales de la misma categoría presentes en uno o varios contextos junto a uno o varios indicadores absolutos. Las dataciones que -sean relativas o absolutas- carecen de contextualización de cualquier tipo, no poseen ninguna información relevante respecto al tiempo de vida 59

producción/amortización- de los objetos que contienen. Esto provoca las llamadas “dataciones cruzadas” esto es, fechar a partir de las temporalidades de objetos iguales tipificados como tal por una seriación- hallados en otros espacios o contextos. Es decir, los fósiles-directores. Los fósiles asumen cercanía morfológica con cercanía temporal o étnica-cultural. Es inevitable que en numerosas situaciones nos veamos obligados a depender de atribuciones temporales de este tipo, pero hemos de ser totalmente conscientes que esto no es lo deseable, dado que la única datación fiable es la absoluta siempre hablo de contextos correlacionados entre ellos- al no depender su fiabilidad de una seriación “creada”. Habitualmente, al ser presentadas como dataciones absolutas no se dice, pero se sugiere- se deja de medir el tiempo de los objetos y se pasa a medir el tiempo “con” los objetos (Menasanch de Tobaruela 2003, 17). Los modelos propuestos por Schreiber (Schreiber 2000) para la expansión Huari se basan en presupuestos apriorísticos no contextualizados que, mediante una correlación cultural y estilística, son convertidos en “rasgos” culturales y falsamente contextualizados. Los tempos en “D”, los andenes, las “grandes estructuras administrativas” -que no se detalla el cómo de la identificación arquitectónica, aunque se supone que por semejanza constructiva a sitios del “núcleo” Huari- y el supuesto despoblamiento de según qué valles son eventos que, al no poder contextualizar para con otros eventos de los sitios analizados -o de otros- no le aportan -o al menos no lo comenta- ningún tipo de elemento propicio a la ubicación temporal. Respecto a los movimientos de población, dados los denominados “aluviones” -inundaciones y derrumbes por crecidas derivadas de lluvias torrenciales en la sierra- en las zonas de las riberas de los ríos, en superficie es totalmente imposible aseverar qué hallazgos están descontextualizados y cuáles aportan información útil de cara al análisis de este territorio. Así mismo, en los fondos de los valles -Schreiber comenta que no había poblamiento en estas zonas, argumentado por la búsqueda de posiciones defensivas- la imposibilidad de encontrar restos en superficie -posiblemente- viene dada por estos mismos aluviones. De cara a su propuesta de modelos de “invasión” Huari en la zona de Nasca, se reivindica lo mismo continuamente, al ser una división de tipos -político, económico y religioso- totalmente arbitraria, al no presentar evidencias de ninguna y asumiendo todas como posibles. Obviamente, todas son posibles, dado que semeja que no sabemos prácticamente nada de la “supuesta” invasión Huari en la zona de Nasca.

En los proyectos llevados por el Instituto Arqueológico Alemán (Reindel et al. 2009; Isla C et al. 2006; Reindel et al. 2004; Reindel & Isla C 2006) clasificaron fósiles directores provenientes de ajuares de contextos funerarios, generando así, dataciones no ubicadas en el espacio en relación a las estructuras del sitio. En ámbitos -considerados- domésticos, se encuentran que la Secuencia de Ocucaje no acaba de encajar, al hallar cerámicas de todas las calidades posibles -no sólo fina-. A partir de esta experiencia desarrollaron un nuevo método clasificatorio a partir de criterios morfotécnicos -pasta, variedades formales y tipos de técnicas de decoraciónpara ubicar la presencia Paracas en el valle. Ante esto, se debería tener en cuenta que, si se desestima la secuencia de Ocucaje por “demasiado generalizadora”, esto es aplazar el problema, ya que generar un parche como es otra secuencia “generalizadora” no lo va a solucionar (Reindel & Isla C 2006, 253). En Jauranga las dataciones absolutas no son fiables debido a problemas de calibración, así que en base a criterios culturales o estratigráficos han precisado la cronología absoluta -le han impuesto criterios dependientes a una prueba independiente-. En el anexo 3 vemos las dataciones precisadas a partir de cálculos bayesianos y publicadas por Unkel et al. (Unkel et al. 2007). Tenemos que la influencia Paracas en la zona se ha establecido a partir de criterios obtenidos por contextos funerarios y catas en superficie. En Pernil Alto tenemos lo mismo, ya que el período inicial se ha ubicado a partir de criterios estilísticos de la cerámica. Vemos que también las dataciones de Pernil Alto tienen una elevada desviación estándar y provienen casi todas de muestras de vida larga15 al igual que las de Jauranga y las de Los Molinos y La Muña (Görsdorf et al. 2002). Da la sensación de que la datación absoluta se utiliza como legitimador de las cronologías culturales, más que usarse para comprobar su veracidad. El CISRAP comprobó -también- que las fases tradicionales no encajaban en el sitio de Cahuachi. De todas maneras, esto sólo se observó en un sector, ya que era el único de los 52 que se excavaron que los materiales hallados eran contextualizables -había estratigrafía- ya que era todo material de relleno (Orefici 1996, 228-229–230). El hecho de que en 51 sectores encaje la secuencia maestra de Ocucaje -sin estratigrafía- y en uno -con estratigrafía- no, es producto de que dicha seriación no deja de centrarse en rasgos estilísticos de la cerámica de una zona y un tiempo determinado y lo aplica de manera

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Anexo 5.

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generalizadora al resto de la Costa Sur. En los sectores sin estratigrafía ubicamos materiales en el tiempo y tenemos la serie completa de las culturas. Sin embargo, cuando excavaron mediante guías estratigráficas, vitales para contextualizar hallazgos, el grupo de Orefici se dio cuenta de que no encajaba. Como ya comenté arriba, la presencia simultánea de estilos que hasta el momento habían sido considerados de manera separada -o sin asociación clara entre ellos- genera un problema de cara a la secuencia cronológica del área de Nasca, ya que queda patente que no es aplicable a esta zona. Como ya dije en este mismo capítulo, los materiales hallados por Silverman y clasificados como el estilo local “Tajo” se asemejan al material encontrado en Cahuachi. A partir de esto, Silverman ubica estos fragmentos en la tradición cerámica del Horizonte Antiguo 8-10, desarrollando la hipótesis que el estilo “Paracas” tuvo su difusión más en la zona de Ica que en la de Nasca (Silverman 1993 visto en Orefici 1996, 230). El CISRAP encontró tipos similares en Jumana y Tambo Quemado, en cantidad muy reducida, pero asociados a los tipos Nasca 0 y Nasca 1, lo cual parece indicar un paralelismo entre estos estilos cerámicos. Si vemos las dataciones de Tambo Quemado y del sector Y12 de Cahuachi -350/390 cal ane- (Orefici 1996, 230) tenemos que o bien los estilos culturales son anteriores a sus respectivas fases o bien directamente no tienen nada que ver con el aspecto cronológico -ver tabla cronológica de Unkel et al. 2007:555 en el subcapítulo 3.1.-. Finalmente, y ya para terminar, algo básico a toda investigación arqueológica es la ratificación de los argumentos dados de cara a generar una teoría o una hipótesis. Como ya he comentado anteriormente, la capacidad de falsear nuestros propios argumentos es lo que nos facilita de cara a vislumbrar lo que puede o no puede ser verdad. Y este es el primer paso para crear un conocimiento arqueológico independiente y que sirva a las diversas investigaciones que se lleven a cabo. Publicar textos en los cuales se defiende una postura cronológica y no adjuntar las tablas de las dataciones, ubicar cronológicamente asentamientos vía tipologías de estructuras sin argumentarlo, asumir relaciones estilísticas como relaciones temporales o incluso espaciales… Nada de esto es falseable, dado que se basa en criterios no comprobables. Lo cual no quiere decir que sea un resultado incorrecto o una mentira, simplemente, no es “comprobable científicamente”.

4. Conclusiones. Como hemos visto, la ubicación temporal de los materiales y de los yacimientos obedece a la intención de elaborar “modelos” de ocupación del espacio, que permita, a su vez, caracterizar las pautas de asentamiento en el territorio a lo largo del tiempo. Para ello, se asume que los conjuntos y los objetos -y sujetos- arqueológicos no constituyen fenómenos estáticos en el tempo, sino que poseen períodos de vida interrelacionados de forma dinámica. Ubicar materiales en arqueología es irrelevante. Lo fundamental es la ubicación temporal de contextos y espacios sociales. Sin contextualización tenemos anticuarismo, ciencias naturales o catálogos de yacimientos para una gestión administrativa estatal. El reconocimiento de dichas interrelaciones, expresadas en forma de diacronías y sincronías entre las temporalidades de las distintas unidades de ocupación, requiere de la delimitación de tiempos de vida de éstas. A partir de datos derivados de prospecciones en superficie, el rango de definición al que podemos llegar es bastante bajo, ya que serán dataciones derivadas de material no contextualizado -sean absolutas, relativas o relativas correlacionadas en otro lugar con absolutas- y, mayoritariamente, a partir de seriaciones estilísticas y tipológicas. La construcción de modelos arqueológicos depende de cómo se resuelva la cuestión de la ubicación temporal. Un “indicador cronológico” es un conjunto de relaciones estratigráficas, materiales y técnicas susceptibles de proporcionar información acerca de la situación de un contexto y sus materiales en el espacio temporal. Los indicadores relativos -como la estratigrafía- son los que son verificables en cuanto a su propia secuencia. Los indicadores absolutos son las muestras que otorgan datos “independientes”. Esto es, no “dependiente” de otra explicación. El proceso de atribución cronológica a un contexto es producto de una conjunción entre ambos indicadores, ya que para una correcta datación absoluta es vital saber contextualizar y acotar las muestras, para lo cual la estratigrafía se convierte en una herramienta importante para dilucidar una buena de una mala muestra o un contexto más o menos propicio para ser datado. En este estudio vemos que la mayoría de las dataciones presentadas por los investigadores se presentan sin hacer alusión al contexto del que provienen. Los únicos 63

que hacen lo contrario son los proyectos de Nasca y de La Puntilla (Orefici 1987; Bardales et al. 2007; Castro Martínez et al. 2010) -de los aquí expuestos-. Eso muestra que o bien no se valora el contexto a la hora de publicar o bien a la hora de excavar. Sea como sea, esto nos lleva a preguntarnos qué realmente sabemos del pasado que estudiamos. Para empezar, sabemos que la Secuencia Maestra de la Costa Sur no es ni maestra ni de la totalidad de la Costa Sur, ya que vemos que existen numerosos problemas intrínsecos a su conceptualización “generalizadora” que se han de solucionar -paralelismos con cerámicas de otras etapas, clasificaciones estilísticas que no quedan claras, rangos territoriales que no son reales de cara a la empiria, etc.-. No sabemos absolutamente nada de las posibles áreas de distribución de materiales cerámicos o de los textiles utilizados como fósiles directores, ni de su presencia “real” por zonas. Se plantean los grupos culturales como un paralelo de “grupos étnicos” -a la larga, de “pueblos” o “naciones” o incluso “razas”- y se contemplan como “espacios económicos” con sus “fronteras” y sus áreas de captación de recursos, pero realmente todo esto es en vano, ya que desconocemos en gran medida el pasado de las zonas que aquí se exponen. Decía Orefici que en estos valles de la Costa Sur se echan de menos análisis de patrones de asentamiento ubicados correctamente en el tiempo, así como su evolución temporal a nivel micro y macro (Orefici 1996, 230). Si asumimos la frase de Orefici como diagnóstica de los problemas a los que la disciplina se enfrenta en el sur de Perú, podemos aseverar que lo que necesita la arqueología de la Costa Sur del Perú es un proceso de total revisión, replanteamiento y profunda crítica de la teoría y de la metodología con la que se ha construido el pasado de la zona. A esto se le añade el factor que se expuso en el primer capítulo de este estudio, y es que si asumimos que la arqueología del sur peruano es -por internacional- diagnóstica de las “principales” academias mundiales de arqueología, vemos que esto, a lo mejor, no es un problema exclusivamente de la arqueología de la Costa Sur.

4.1. Futuras líneas de investigación. Este estudio está profundamente incompleto. Para estructurar realmente un mapeo de lo que realmente sabemos de la arqueología de la Costa Sur del Perú en base a una crítica de los discursos “ubicadores” de culturas y fósiles directores en el tiempo y el espacio, necesitaríamos revisar la totalidad de las publicaciones y trabajos que se han llevado a cabo en esta zona, teniendo en cuenta las influencias que se sitúan en los diversos focos exportadores de “difusión” -Chavín, Huari, Paracas, etc.- con los que se busca solucionar el problema arqueológico de la costa sur. A partir de la realización de un estudio de estas características, se podría inferir qué realmente sabemos y qué no, para así poder establecer un reconocimiento de los diversos espacios sociales que se han estado pasando por alto. Este estudio es un primer acercamiento al problema, pero sólo se ha rascado la superficie. Tenemos, por tanto, que una primera línea de investigación sería el completar este análisis con datos de proyectos no tan grandes ni “famosos” de cara a plantear qué realmente sabemos del pasado de la Costa Sur. A partir de esto, se debería plantear un estudio arqueológico que incida en los aspectos de la producción, distribución y uso de los objetos, para así poder establecer espacios de fabricación de productos, lugares de distribución y de uso, organización del trabajo y especialización y de contextualización de los productos en procesos de trabajo y de uso social. Así como ubicar los territorios de producción de ciertos materiales y la relación de éstos con posibles territorios políticos. Otra línea de investigación abierta a partir de la realización de un estudio de este estilo, es la de realizar una base de datos virtual, que podría ir acompañada de un visor online realizado con herramientas GIS -Sistemas de Información Geográfica- de los diferentes sitios, investigaciones, proyectos y referencias bibliográficas de la zona. Un modelo semejante al propuesto sería una fusión entre la aplicación “EXTRANET -eGIPCI-” de la Generalitat de Catalunya -España- y el visor online “Sistema de Información Geográfica de Arqueología -SIGDA-” del Ministerio de Cultura de Perú (Dirección de catastro y saneamiento físico legal- DSFL/DGPA. Ministerio de Cultura del Perú n.d.). Es una realidad que buscar -y encontrar- información al respecto de los aspectos menos conocidos de la arqueología peruana no es una tarea sencilla. Mientras esto sea así, el acceso a la información y a los artículos científicos seguirá siendo lo suficientemente 65

restringido para evitar la entrada de nuevas ideas en el proceso de discusión e investigación. Para esto, es necesario fomentar la tendencia a digitalizar la totalidad de las investigaciones llevadas a cabo en Perú, sobre todo las actuales. Todo esto persigue el fin de fomentar un fácil acceso a los datos por parte de las personas dedicadas a la investigación. Una tercera línea de investigación que se debería llevar a posteriori -sobre todo de la primera propuesta- sería la de realizar una obtención de datos de descripciones de sitios arqueológicos en el territorio, teniendo en cuenta parámetros como orografía, topografía –o geología-, proximidad/distancia entre yacimientos, localización de posibles recursos geológicos, etc. Un análisis de los patrones de asentamiento de la zona, aprovechando la utilización de información digital disponible, para cruzarlos con la información arqueológica en un soporte GIS. Asimismo, también sería interesante poder contemplar los aspectos de los análisis micro-espaciales. Qué se producía, dónde se producía, cómo se hacía, quién lo hacía -y quien no-, cómo lo hacía, a dónde iba eso después -la distribución- y cómo, quien -y quien no-, cuándo y dónde se consumía. Esto es el conocimiento real de un asentamiento -que no de una comunidad o de una sociedad- y nos permitirá comenzar a establecer afirmaciones reales del pasado del sur peruano. Finalmente, considero, sin ser una línea de investigación “per se”, que la comunicación entre las personas que investigamos en arqueología debería ser mucho mayor. Se echan en falta los congresos en los que se publicaban actas -o coloquios, que suelen ser más constructivos- en dónde se resumían las principales líneas de investigación de las diversas zonas o etapas -que no culturas- que se estaban llevando a cabo. Estudiamos las sociedades humanas, no sólo un asentamiento. Necesitamos generar un bloque de conocimiento “conjunto”. La disciplina, en cuanto a práctica científica, necesita del contacto y de la discusión inter-profesional para crecer, y así poder superar paradigmas anclados en argumentos de autoridad, consensos milenarios y tendencias al “sentido común”.

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6. Anexos. -Anexo 1.

Mapa de localización de la zona estudiada, así como algunas de las cuencas vecinas, también contempladas en el estudio (Fuente: Realización propia). 75

-Anexo 2. Vasijas de paredes gruesas y pasta gris.

Superficies pulidas Decoraciones incisas cortantes

Ocucaje 3

Cuencos de bordes rectos con bisel.

exteriores de círculos concéntricos o motivos romboidales similares a diseños Chavín. Decoraciones incisas con círculos entrelazados y anillos

Cuencos y platos de pasta oxidada. Ocucaje 4-5

de círculos con un punto en el centro cerca del borde, líneas entrecruzadas en el fondo e incisiones en “8” en el exterior de cuencos altos o tazones.

Ollas de cuello corto o sin

Incisiones en “V” en la parte

cuello de pasta oxidada.

superior. Incisiones internas de círculos enlazados y círculos con un punto en el centro en el centro en incisiones lineales en el fondo, con engobe rojo en la

Cuencos de pasta oxidada.

parte superior interna y cubriendo la parte externa de las

Ocucaje 6-7

cerámicas. Se asocian también diseños zoomorfos incisos estilizados y geométricos con pintura postcocción. Vasijas cerradas como ollas

Incisiones lineales en la parte

de pasta marrón.

superior.

Decoraciones con engobe rojo más acentuado, tanto en paredes internas como externas y con incisiones de anillos en círculos Cuencos.

con el punto en el centro, círculos concéntricos enlazados cerca del borde con líneas incisas en el fondo de la cerámica. Posteriormente, se tornan más

Ocucaje 8

Cuencos.

elaboradas y se les denomina “rayaderas”. Incisiones de figuras zoomorfas estilizadas (Aes y felinos) y

Cuencos y botellas.

diseños geométricos con pintura postcocción, asociadas a arcaísmos. Decoración incisa en la parte

Vasijas cerradas, ollas y

superior del cuerpo, sobre todo

cántaros de pasta marrón.

líneas en “V” delimitando zonas punteadas. Engobe rojo. La decoración incisa se hace más profunda en la pared externa, predominando

Cuencos del estilo anterior.

los diseños de motivos lineales y escalonados, así como representaciones zoomorfas

Ocucaje 9

naturalizadas (felinos). Cuencos altos en pasta marrón. Ollas.

Superficies pulidas. Decoración negativa y de patrón bruñido, así como incisa.

77

Decoración incisa más elaborada. Se naturalizan las

Ocucaje 10

Cuencos. Son de mayor

figuras zoomorfas incisas y

tamaño con paredes bajas y

pintadas, predominando las

ángulo de inflexión hacia la

decoraciones negativas. Algunos

base.

cuencos aparecen con decoración excisa o a presión en la pared interna, cocidos a fuego controlado que permite obtener superficies negras interiores y

Botellas y cántaros, así como

claras-oxidadas exteriores.

formas escultóricas, sobre todo cucurbitáceas. Cuencos de paredes bajas, diámetros grandes y bases Nasca 1.

Decoraciones en negativo.

cónicas. Son frecuentes las botellas escultóricas de forma cucurbitácea.

Decoraciones con engobe color crema y rojo “chorreado”.

Tabla de los diferentes rasgos estilísticos asociados a las fases creadas por Dawson, Menzel y Rowe (P. V. Castro Martínez, Torre, et al. 2009).

-Anexo 3.

Fechados de radiocarbono obtenidos en el sitio de Jauranga de contextos “relacionados” con la “cultura Paracas” (Unkel 2006 visto en Reindel & Isla C 2006)

79

-Anexo 4.

Fechados de radiocarbono obtenidos del sitio de Pernil Alto, asociados al denominados “Período Inicial” (Reindel & Isla C 2006, 271)

-Anexo 5.

Tabla de las muestras de C14 usadas para la cronología de Paracas y Nasca (Unkel et al. 2007) 1/4.

81

Tabla de las muestras de C14 usadas para la cronología de Paracas y Nasca (Unkel et al. 2007) 2/4.

Tabla de las muestras de C14 usadas para la cronología de Paracas y Nasca (Unkel et al. 2007) 3/4. 83

Tabla de las muestras de C14 usadas para la cronología de Paracas y Nasca (Unkel et al. 2007) 4/4.

-Anexo 6.

Mapa en el cual se pueden observar los diferentes yacimientos arqueológicos que se tratan en el texto. Vemos que los sitios cuya etiqueta es de color blanco pertenecen a la cuenca de Palpa y Río Grande, mientras que los amarillos, a la de Nasca. (Fuente: Realización propia). 85

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