“Tu ruta es mi ruta‐dos hombres… un camino”. Rutas indígenas recorridas por no indígenas. Paisajes y perspectivas de la Patagonia
Descripción
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“Tu ruta es mi ruta‐dos hombres… un camino”. Rutas indígenas recorridas por no indígenas. Paisajes y perspectivas de la Patagonia1 Analía Castro*
Introducción El presente trabajo tiene como marco los proyectos de investigación UBACYT Nº F198 “Usos del espacio y apropiación de recursos. Las rutas indí‐ genas como organizadoras del paisaje en la Patagonia Argentina” y PICT 11759 “Rutas indígenas, paisaje y arqueología de Patagonia Central Argentina”. Poniendo énfasis en la importancia del trabajo multidisciplinario, dichos pro‐ yectos tienen como objetivo general contribuir al conocimiento de las socieda‐ des cazadoras‐recolectoras de Patagonia desde una perspectiva macro‐regional. Interesa especialmente estudiar las posibilidades brindadas por el ambiente, sus cambios a través del tiempo y su relación con los circuitos de movilidad uti‐ lizados por las sociedades indígenas tardías de la Patagonia. Una de las múltiples vías para emprender la investigación de dicha temática ha sido la etnohistoria. A partir de las investigaciones etnohistóricas realizadas hasta el momento (Boschín y Nacuzzi 1979; Palermo 1986; Nacuzzi 1987, 1989‐ 1990, 1991, 1998 y 2000; Peláez 2000), se sabe que las sociedades cazadoras reco‐ lectoras que habitaban la Patagonia se desplazaban siguiendo rutas, espacios conocidos previamente, que eran utilizados recurrentemente a través del tiempo y que constituían en sí mismos “ejes de explotación” de recursos econó‐ micos (Nacuzzi y Pérez de Micou 1994). Dichos trabajos utilizaron los datos provenientes de las crónicas de los viajeros del siglo XVIII y XIX, así como tam‐ bién los aportados por la historia oral recuperada de la memoria de los lugare‐ ños (Nacuzzi 1998‐2000; Aguerre 2000). Aquí abordaremos el tema reuniendo la información proveniente de dos fuentes históricas: el viaje realizado por George C. Musters en 1869 y el que rea‐ lizó Luis J. Fontana en 1886. Nos interesan especialmente las descripciones que hacen dichos autores de los paisajes recorridos en relación con las rutas y para‐ deros indígenas. Tomaremos un tramo acotado en el que coinciden ambos tra‐ * Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano. 1. Una versión original de este trabajo fue presentada como trabajo final en el Seminario de Doctorado “Etnohistoria. Teoría y Aplicación”, dictado por el Dr. Marcelino Irianni en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad del Centro, Olavarría 2006.
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yectos con el objetivo de comparar las distintas observaciones ambientales realizadas por uno y otro autor. El fin último perseguido aquí es aportar información útil para generar mode‐ los a contrastar con el registro arqueológico. De esta manera, esperamos llegar a un conocimiento más profundo de la relación uso del espacio‐disponibilidad de recursos, que posibilite la localización de sitios arqueológicos no conocidos que sumarían nueva evidencia, permitiendo así una mejor aproximación a la com‐ prensión de los modos de vida de las sociedades patagónicas.
La Etnohistoria: su génesis y su relación con la Arqueología Los comienzos de la Etnohistoria como disciplina científica pueden ras‐ trearse en el siglo pasado en Norteamérica. Allí, en los años de posguerra, los movimientos indígenas organizados comienzan a realizar reclamos territoriales que llevan a la necesidad gubernamental de recurrir a especialistas, provenien‐ tes tanto de la Historia como de la Antropología, para dar respuesta a dichos reclamos. Estos investigadores realizan una tarea conjunta que, por sus caracte‐ rísticas, se constituye en un nuevo tipo de enfoque con particularidades que le son propias y que no puede encuadrarse específicamente dentro de la Historia o de la Antropología. Luego, este fenómeno se extendió hacia el resto de los ámbitos académicos del continente americano en donde la problemática de la convivencia multiétnica sigue vigente, así como también el interés por com‐ prenderla con la metodología adecuada. A partir de ese momento hasta nuestros días, ha habido numerosos debates y divergentes opiniones de investigadores provenientes de diversos ámbitos dis‐ ciplinarios en cuanto a la definición y los alcances de la etnohistoria. En estas discusiones algunos autores plantean si la etnohistoria puede concebirse como una disciplina por si misma, con un campo y metodologías propias (Lorandi y Rodríguez Molas 1984; Lorandi y Wilde 2000; Bechis 2005), o por el contrario se trata de una metodología particular de la que se nutren otras disciplinas que la contienen (Santamaría 1985; Trigger 1987) En los últimos años, los investigadores abocados a la etnohistoria en nuestro país, en general, acuerdan en definir a la etnohistoria como una disciplina inde‐ pendiente. Ésta es considerada por algunos autores como una convergencia entre Antropología e Historia en una “Antropología Histórica”, otorgándole a la antropología clásica el carácter diacrónico del que carecía y realizando un análi‐ sis con preguntas antropológicas de las fuentes históricas, integrando así al colonizado con el colonizador (Lorandi et al. 1984; Lorandi y Wilde 2000). Otros, como Martha Bechis, toman a la unidad de análisis de la etnohistoria como punto de partida para diferenciarla de las otras disciplinas. Dicha unidad consiste en la interacción entre etnias, que es concebida en términos de relacio‐ nes retroalimentadoras entre dos o más grupos sociales que se autodefinen en un contexto de contacto conflictivo. De esta manera, la autora diferencia tam‐ bién a la etnohistoria de la “Antropología Histórica”, y la define no como una
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disciplina independiente sino como un campo antidisciplinario del saber, debido a que la complejidad con la que trata es de tal magnitud (la historia total de la humanidad hasta el presente) que no puede ser abarcada por una única disci‐ plina científica (Bechis 2005). Nuestro trabajo está planteado con la intención de resolver problemáticas generadas desde la arqueología. Es por esto que aquí a la etnohistoria la toma‐ remos como una metodología necesaria para complementar las investigaciones arqueológicas, sin que esto signifique que no le otorguemos su estatus de disci‐ plina. Lo que enfatizamos aquí es la necesidad de realizar estudios multidisci‐ plinarios para la comprensión de una realidad compleja que sólo puede ser analizada abordándola desde los diversos aspectos de su totalidad y con las herramientas metodológicas apropiadas. En este trabajo nos interesa, particularmente, observar cómo un paisaje, que circunda una ruta indígena específica, es descrito bajo las perspectivas de dos hombres con intereses y objetivos distintos y bajo un contexto histórico determi‐ nado. A partir de la comprensión de este filtro en la mirada del que describe, creemos que es posible obtener datos relevantes sobre las características ambientales y los paisajes con los que las rutas indígenas se relacionaban. Estos datos serán utilizados para generar modelos a contrastar con el registro arqueo‐ lógico, para que de este modo puedan aplicarse al análisis de períodos con mayor profundidad temporal. El hecho de usar datos provenientes de fuentes etnohistóricas en la creación de modelos para el estudio de períodos más tempranos no implica realizar ana‐ logías históricas directas sin atender a las profundas diferencias entre estas sociedades conocidas por los viajeros occidentales y las sociedades precontacto. La incorporación del caballo, por ejemplo, es un hecho fundamental que reper‐ cutió directamente en las cuestiones de movilidad y rutas indígenas (Palermo 1986). Es por esto que, sin caer en un mal uso de la analogía, se utilizarán dichos datos como fuente de hipótesis y como elementos de comparación para lo que refiere a los momentos prehispánicos tardíos (Lorandi y Rodríguez Molas 1984; Nacuzzi 1989/1990).
Historia Ambiental: nuevas preguntas para viejas fuentes En los últimos años, se han producido en Latinoamérica numerosos trabajos históricos que conciben a la naturaleza como un agente que participa de manera activa en los procesos sociales. Estos enfoques postulan la necesidad de analizar la historia en términos de procesos de coevolución entre el hombre y su ambiente (Galafassi y Zarrilli 2004; McNeill 2005), y plantean la posibilidad de realizar una relectura de fuentes pero con nuevas preguntas que incluyen la temática ambiental. Dicha temática no sólo se compone de información sobre paisajes, uso local de recursos, cambios ambientales, catástrofes, etc. (Gallina 2004), sino también en cuanto a la posibilidad de acceder a la comprensión de
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las distintas maneras de concebir y percibir al ambiente por parte de distintos grupos sociales (Bengoa 2005; Leff 2005). A continuación, analizaremos el caso de un sector de una ruta indígena que fue recorrida en el año 1869 por el inglés George C. Musters en compañía de un grupo de tehuelches y que, años más tarde, en 1886, fue seguida nuevamente por el coronel Luis J. Fontana en el marco de una expedición oficial para recono‐ cimiento del territorio de la nueva gobernación del Chubut.
De Henno al Río Senguer‐Musters y Fontana: dos miradas, ¿un mismo paisaje? George Chaworth Musters era un joven marino inglés, que creció bajo la tutela de sus tíos maternos, uno de los cuales había sido compañero de viaje de Charles Darwin en la expedición del almirante Fitz Roy en el año 1832. Esgri‐ miendo motivos de interés personal por conocer acerca de la vida de “los pata‐ gones”, en el año 1869 Musters decide emprender un viaje acompañando a una caravana tehuelche. “Yo había leído ya con delicia, (…) la obra de Mr. Darwin sobre la América del Sur, así como la admirable narración del viaje del ‘Beagle’ por Fitz Roy; y abrigaba desde entonces un fuerte deseo de penetrar, si era posible, en el poco conocido interior del país. (…) Los informes que me habían dado sobre el carácter tehuelche y sobre la deleitosa diversión de la caza del guanaco, (…) me hicieron ansiar más que nunca la realización de ese plan” (Musters 1997:15) Imbuido de una herencia propia del romanticismo inglés (Dávilo y Gotta 2000), Musters se declara interesado por conocer tierras y gentes extrañas, lla‐ mando la atención al lector porque en su libro no encontrará “descripciones exactas y científicas de la geografía y geología” ni tampoco “relatos de impre‐ sionantes aventuras y de escapadas milagrosas” pero sí una “relación fiel de la vida hecha entre los indios durante todo un año, aunque no muy sensacional, servirá al menos para familiarizarnos realmente con los tehuelches” (Musters 1997:7). Años después, en 1886 y bajo distintas circunstancias políticas, Luis J. Fon‐ tana, emprende un viaje exploratorio para reconocimiento y relevamiento geo‐ gráfico de la nueva gobernación del Chubut. Fontana, nombrado en 1884 gobernador de Chubut por el presidente Julio A. Roca, fue un militar y como tal había participado en la Guerra del Paraguay siendo posteriormente nombrado Secretario de Gobernación del Chaco. Intere‐ sado en las Ciencias Naturales, en general, y en la Geografía, en particular, fue discípulo de Germán Burmeister. Dichos antecedentes lo ubican como una per‐ sona idónea, con experiencia y con autoridad científica, para hacerse cargo de una zona que debía ser conocida, relevada y denominada para poder ser incor‐ porada al nuevo Estado‐Nación (Dávilo y Gotta 2000).
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Emprende su viaje con una comitiva formada en su mayor parte por colonos galeses, tomando la dirección oeste y siguiendo el curso del río Chubut. Des‐ pués de dos meses de expedición, Fontana sorprende a un pequeño grupo de tehuelches –cuatro de los cuales consiguen huir–. A partir de aquí, uno de estos tehuelches llamado Martín Platero, actúa como guía de la expedición. Fontana estaba interesado especialmente en que Platero fuera su baqueano debido a que lo podía guiar por el mismo trayecto que Musters había transitado. “(Platero) También había conocido mucho antes a Musters, asegurándome (…) que él me llevaría hasta el paso del Senguel por donde había venido el viajero inglés (…) Al siguiente día echamos a nuestro Martín Platero por delante para que de buena o mala gana nos sirviera de guía y así él a vanguardia continuamos el viaje” (Fon‐ tana 1999: 88). Con Platero como guía, Fontana recorre una ruta que coincide aproximada‐ mente con la ruta seguida por Musters. Este trayecto es el que está compren‐ dido entre el paradero Henno‐kaik en Musters y el paso del Río Senguel –en la actualidad llamado río Senguer– en el suroeste de la Provincia de Chubut. Ambos recorridos van siguiendo el curso del valle del Arroyo Genoa, cruzan otro río que se une al Genoa (río Teger en Fontana y arroyo Apeleg en la actuali‐ dad) y llegan hasta el río Senguer (Figuras 1 y 2). Es en este punto en el que nos interesa hacer una comparación de la información brindada por ambos infor‐ mantes. Es interesante observar el empeño de parte de Fontana por corregir a Mus‐ ters en cuanto a las características del paisaje que supuestamente él había des‐ crito. “Vivo era nuestro deseo de conocer el valle del río Senguel o Senguerr, como los indios pronuncian; río al cual la tradición y algunas palabras de Musters, suponían corriendo por una “región privilegiada” cuajada de bellezas y productos naturales. Pero grande fue nuestra decepción, cuando después de soñar con extensas praderas, nos encontramos en una región ingrata, y en la cual esperimentamos los mayores sufrimientos de nuestro viaje a causa del viento y del frío.” “Si mal no recuerdo, Musters, en su libro, dice que el valle del Senguel, tiene fru‐ tillas, pero son más pequeñas (...). En efecto son más chicas, pero es debido a la mala calidad del terreno y a la aridez del paraje” (Fontana 1999:94. El subrayado me pertenece) Curiosamente, a pesar de ser un dato que él mismo dice no recordar bien, Fontana realiza una crítica específica con respecto a las frutillas que, supuesta‐ mente, ha informado Musters como existentes en aquel valle. Sin embargo, revisando el texto de Musters, no encontramos esta mención acerca de los frutillares del río Senguel. El inglés sí menciona reiteradamente que se trata de un río boscoso pero no da demasiados detalles de las caracterís‐ ticas del paisaje ni habla en ningún momento de frutillas:
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“Seguimos hasta el río boscoso, donde disfrutamos por un rato de la sombra de una especie de abedul, y vadeamos después el río, que es muy ancho y muy rápido. Los indios decían que era imposible que un hombre cruzara el río en su parte más honda, más allá del vado, a causa de unos animales feroces que denominaban ‘tigres de agua’. (...) Me dijeron, además, que se habían visto ciervos en las orillas del río, pero no se tuvo noticia de ninguno de ellos durante nuestra permanencia en las inmedia‐ ciones. Unas cuantas millas abajo termina la franja de árboles (...). Los indios lla‐ man Senguel a ese lugar (...)” (Musters 1997:126‐127) Figura 1. Croquis realizado por Musters del trayecto R. Senguel ‐ Henno
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Figura 2. Plano publicado por Fontana (detalle del sector analizado)
Fontana, en cambio, describe árboles aislados: “Hemos dicho que las costas tienen árboles, pero se encuentran muy aislados” (Fontana 1999:96) y decide recorrer exhaustivamente todo el curso del río desde sus nacientes –‐en el lago denominado a partir de ese momento como “Lago Fontana”– hasta su con‐ fluencia con el río Mayo desembocando en los lagos Musters y Colhué Huapi2. Esta discrepancia de la que habla Fontana en la descripción del paisaje con respecto a lo informado por Musters, es llamativa debido a que el punto por el que cruzan el río es supuestamente el mismo y lo hacen ambos viajeros en épo‐ cas del año similares –Musters a mediados de octubre, y Fontana a mediados de diciembre– con una diferencia aproximada de 15 años entre un viaje y el otro. ¿El paisaje ha cambiado en el transcurso de esos años y podemos hablar de una mayor aridez para la época del viaje de Fontana, o son distintas apreciaciones de un mismo paisaje, una favorable y la otra desfavorable?
Discusión y Consideraciones Finales La insistencia de Fontana en hacer correcciones constantemente a lo infor‐ mado por Musters –incluso a lo “no informado” por éste, como en el caso de las frutillas– y su clara posición como enviado y como voz autorizada para “descu‐ brir” y dar nombre a los prósperos territorios –hasta ese momento “desiertos ingratos”– que se incorporan al naciente Estado‐Nación (Dávilo y Gotta 2000), 2. Es interesante observar la crítica que hace Fontana al hecho de que le pusieran el nombre de Musters al lago llamado por los indios Colhué Huapi. Asimismo es curioso ver cómo en su plano están intercambia‐ dos los nombres apareciendo como Colhué Huapi el lago más profundo y de mayor importancia y como Lago Musters el de menor profundidad (que llega a ser tan solo una pequeña laguna en épocas de sequía). En la actualidad, los nombres están como originalmente habían sido denominados por Moreno.
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nos llevan a tomar recaudos en cuanto a tomar literalmente sus expresiones que denotan juicios de valor, buenos o malos, en cuanto al paisaje observado. Fontana subraya la carencia de valor científico que posee el trabajo de Mus‐ ters, en contraposición con su trabajo que posee una legitimidad científica insti‐ tucionalmente respaldada por el gobierno y por sus estudios. “Pero como en la enumeración de los trabajos que conceptúo como desprovistos de autoridad científica cito precisamente al libro de Musters (...). (...), comprendió bien pronto que su proyecto de hacer relevamientos topográficos cuyo valor habría sido muy grande, como que le hubiese abierto un camino en el mundo científico, no era posible de realizar, dada la índole especialísima de la caravana a que iba agregado y que imprimía curso opuesto a sus deseos desquiciando sus mejores planes” (Fontana 1999:22‐23) Queda claro que a Fontana las costumbres tehuelches no le interesaban y que considera que la única posible utilidad científica del viaje de Musters, que es el aspecto geográfico, no había sido lograda debido a que no tenía los medios ade‐ cuados. “Los instrumentos que no se le habían perdido estaban rotos y descompuestos; no tenía ni papel en que escribir (...) se dedicó a observar las costumbres de sus abiga‐ rrados compañeros, penetrando con su inteligencia superior en el móvil de las accio‐ nes de los pobres indios y en la necesidad de los usos que el medio les demarcaba (...). Así fue que (...) escribió un libro de mucho valor literario e interesantísimo como trabajo descriptivo, pero en el que cae en el error cuando saliendo de ese círculo atra‐ yente, quiere por meros recuerdos, señalar un punto en el espacio o trazar el curso de un río” (Fontana 1999:23‐24) De esta manera, Fontana desacredita el valor científico de su antecesor Mus‐ ters, aumentando así la importancia de su propia expedición. Dando ejemplos puntuales de los errores cometidos por Musters da fundamento a sus críticas. Sabiendo que Fontana comienza su viaje sin guías indios mientras que Mus‐ ters hace su recorrido siempre guiado por estos, es interesante ver si en los tra‐ yectos generales de ambas rutas puede encontrarse alguna lógica u ordenamiento diferencial en las direcciones tomadas. Notamos que el recorrido de Fontana siempre está trazado de acuerdo a los cursos de los ríos. Los valles de los ríos le están dando un orden y jerarquización de ese espacio homogéneo a explorar. Sólo se desvía de los cursos de ríos cuando se encuentra con zonas intransitables. En su búsqueda de conocimientos sobre el territorio, la cuestión del trazado de lo ríos, sus nacientes, confluencias y desembocaduras, es priori‐ taria. En cambio, la ruta de Musters está ordenada principalmente de acuerdo con los paraderos pre‐establecidos conocidos por los tehuelches y, en su avance, cruzan ríos y suben y bajan a las pampas para cazar guanacos, siempre teniendo como referencia dichos paraderos. ¿Tiene alguna lógica o patrón la
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ubicación de estos paraderos al que podamos acceder como investigadores? Muchas veces su denominación refiere a alguna característica particular del pai‐ saje, a algún evento ocurrido en el pasado o a algún recurso específico que se encuentra allí. Este es un punto que nos interesa desarrollar en nuestras investi‐ gaciones y en donde es valiosa la información que nos pueden aportar las fuen‐ tes históricas, en cuanto a las descripciones y los mapas en donde aparezcan los topónimos originales. Sin embargo, como vimos en este trabajo, estas descripciones no pueden tomarse como datos brutos y aislados de su contexto de producción. Realiza‐ mos un llamado de atención, sobretodo para arqueólogos no familiarizados con la metodología histórica, de no perder de vista el contexto del autor, sus inten‐ ciones, a quién y para quién escribe. Fontana, cuando llega a lugares que dice pisar él por primera vez, describe una naturaleza exuberante y con riquezas únicas en el mundo, en cambio, cuando pasa por lugares que ya describió otro viajero como favorables, los desvaloriza subrayando la falta de confiabilidad en los relatos de su antecesor. Musters, en cambio, motivado por intereses persona‐ les y por una curiosidad ante lo extraño, dirige su libro al público en general y no pretende demostrar su autoridad “científica”. Describe los paisajes que reco‐ rre, aparentemente de una manera neutral –por supuesto siempre hay una selección subjetiva de lo que se va a describir y lo que no– presentándolos como el escenario que enmarca su recorrido. También queremos destacar la importancia de estar atentos a los errores de interpretación que surgen de las fuentes debido a confusiones idiomáticas por la falta de comprensión de la lengua tehuelche. En su texto Musters menciona que Senguel era el nombre de un lugar puntual, es decir un paradero (Musters 1997:127), sin embargo en el mapa que presenta le da ese nombre a todo el río. Fontana, informado por Platero, menciona que, con la palabra Senguerr, los indios denominaban al punto en donde se cruzaba el río y no al río mismo. De esto el autor infiere –incorrectamente según Escalada (ver Rey Balmaceda 1960)– que esa palabra significaba “paso del río” (Fontana 1999:95). Por último, no queremos dejar de mencionar la gran importancia que tienen para la arqueología los datos que brindan las fuentes, sobre lugares puntuales en donde los mismos viajeros ven rastros de un episodio del pasado. En el caso de Musters, él informa sobre rastros de una gran batalla entre araucanos y tehuelches en el Senguel y dice observar huesos y calaveras producto de ésta (Musters 1997:127). En Fontana, es muy interesante el análisis que realiza de sus observaciones en “los campos de Foyel”, lugar en donde aconteció la batalla entre el cacique Foyel y el Teniente Enseis en 1884. Fontana encuentra restos de los toldos abandonados y de muchos otros elementos, entre estos las cápsulas servidas de las armas a partir de las cuales él interpreta la ubicación de las tro‐ pas de Enseis y en dónde realizaron la primer descarga de sus armas (Fontana 1999:90). Este trabajo fue una aproximación preliminar para destacar y ejemplificar la posibilidad de abordar viejas fuentes con nuevas preguntas y, al mismo tiempo, señalar la validez y la utilidad de aplicar los resultados de estos estudios en la
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elaboración de modelos para orientar la investigación arqueológica, tomando siempre los recaudos metodológicos adecuados. Consideramos que hay muchos tramos por explorar, ubicar, y comparar entre los distintos viajeros de distintas épocas en Patagonia, y que la información obtenida deberá integrarse con la proveniente de otras disciplinas como por ejemplo la paleoecología, la geografía, la lingüística y la etnografía.
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