Triunfo_de_la_Muerte_en_el-Arte.pdf

May 22, 2017 | Autor: P. Sanchez Islas | Categoría: Muerte, Vanitas, Danza Macabra
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Descripción

CORRESPONSALÍA “ING. ALBERTO BUSTAMANTE VASCONCELOS” DE OAXACA DEL

SEMINARIO DE CULTURA MEXICANA

NOTA: El material contenido en este documento puede ser reproducido libremente, citando al autor y a la Corresponsalía del SCM-Oaxaca. Se sugiere citar así la FUENTE: Sánchez, Prometeo (2014) La Muerte Siempre Triunfa… y lo demuestra en el Arte, Ed. Acontragolpe, Oaxaca, México. Consultado en: http://seminariodeculturaoaxaca.org/ Serie:

E013

Autor:

Sánchez Islas, Prometeo Alejandro, MA y MH

Organismo:

Fundación Amigos de la Hemeroteca “Néstor Sánchez H.” de Oaxaca

Cargo:

Tesorero

Contacto:

[email protected]

Fecha:

15 de octubre de 2014

Título:

La Muerte Siempre Triunfa… y lo demuestra en el Arte

Reseña:

Artículo que recorre algunas manifestaciones artísticas en las que se hace loa a la Muerte; originalmente publicado en la revista Acontragolpe Letras en noviembre de 2014.

Palabras Clave

Muerte y arte. Danza macabra. Vanitas. Libro de los Muertos.

La Muerte Siempre Triunfa… y lo demuestra en el Arte “La muerte en una hora lo destruye todo. / ¿De qué sirve la belleza, de qué sirve la riqueza? / ¿De qué sirven los honores, de qué sirve la nobleza?” (Hélinand de Froidmont, siglo XII) Por Prometeo A. Sánchez Islas*

Los Versos de la Muerte, de Hélinand de Froidmont, escritos en un francés mezclado con dialecto picardo, es una de las obras más estudiadas en ese idioma entreverado, que contiene 50 estrofas (una de ellas es la que abre este artículo) en las que la Muerte, sin apariencia de esqueleto, visita a los amigos del poeta para invitarlos a abandonar el mundo materialista, para recluirse en un monasterio. En ese sermón lírico, la Muerte es un personaje “vivo” e hiperactivo que gusta de compartir con clérigos y legos sus actividades cotidianas. Este juego imaginativo ¡es una libertad que sólo los poetas se pueden dar! Nos recuerda la película del director sueco Ingmar Bergman, El Séptimo Sello, ambientado en el siglo XIV, cuando la peste negra asolaba Europa. Allí, en Suecia, después de combatir diez años en las Cruzadas, el caballero Antonius Blovk regresa de Tierra Santa con su escudero. La frustración por haber combatido inútilmente le ha llenado de dudas y tormentos interiores. En el camino encuentra a la Muerte (hombre alto, severo y vestido de negro), quien lo reclama a él y a su familia (recordemos la peste), pero él hábilmente la convence de jugar una partida de ajedrez, la cual prolonga gracias a hábiles estrategias, mientras trata de arrancar a ese adusto personaje respuestas sobre el profundo significado de Dios y de la Vida. La obra termina con el triunfo de la Muerte, quien no sólo resguarda los secretos, sino que carga con todos, en una larga cadena humana contrastada sobre un cielo tormentoso, mientras suben a un monte como huyendo del ocaso, invitados por su tenebrosa guía a realizar la Danza de la Muerte. Se trata de un filme multipremiado y también multicopiado. Por cierto, la Danza de la Muerte, también llamada Danza Macabra, fue un género teatral de finales de la Edad Media, en el que mediante versificaciones, la Muerte –como esqueleto- conminaba a personas de cualquier posición social a bailar alrededor de una tumba. Los personajes obligados eran: el Papa, el Obispo, el Emperador, el Sacristán, así como también el campesino, el herrero, etc. El objetivo era recordarnos que los goces mundanos tienen su fin, por lo que su intención era, por una parte, de resignación, pues todos habremos de morir, y por otra, de sátira hacia los poderosos, pues independientemente de su posición, llegará su fin igualador. Tales representaciones se realizaban durante la Semana Santa y su música siempre fue bella y pegajosa. Al respecto, el destacado compositor francés, Camille Saint-Saëns, retomó el tema en 1874 y creó el célebre poema sinfónico La Danza Macabra, en la que un violín lleno de vitalidad narra el baile de la Muerte a media noche, a cuyo ritmo los esqueletos danzan disfrutando del cielo estrellado, hasta que al amanecer, con el canto de los gallos, todos

vuelven a sus tumbas. La música se inspira tanto en aquella costumbre medieval como en el poema homónimo de Henri Cazalis, quien militaba en las filas del simbolismo. El mismo tema fue abordado por el compositor ruso Modesto Mussorgsky, considerado el Patriarca del Impresionismo musical, cuya obra, Una Noche en la Árida Montaña, fue llevada a la pantalla grande mediante dibujos animados por Walt Disney en la película Fantasía, con interpretación de la Orquesta de Filadelfia bajo la conducción de Leopold Stokowsky. Son inolvidables las escenas del despertar del “Monte Pelado” (cerca de Kiev) con rumores subterráneos y voces sobrenaturales, seguidos de la aparición de Chernabog (Satanás) y los espíritus de las tinieblas, que son tanto seres fantasmales como esqueletos humanos y de ganado de granja. En el cielo se escenifica un aquelarre (sábado de brujas) que concluye cuando la campana de una iglesita campirana anuncia el alba. Este poema sinfónico es muy vibrante y tortuoso, y se le han hecho multitud de variantes que ayudan a crear el ambiente fantástico que imaginó Mussorgsky. Otro campo en el que se representa a la Muerte –que no a los muertos-, es el de la pintura medieval, en el que a los mártires católicos se les muestra en actitudes seráficas, dulces y serenas, mientras son mutilados, degollados, asados a la parrilla o arrojados a los leones. Este tipo de representaciones contrasta con las imágenes de Cristo doliente, algunas de inmensa crudeza, ya que mediante el mensaje subliminal se debía entender que Jesús realizó el más alto e inimitable de los sacrificios, pero los santos y mártires tendrían que enfrentar su suerte con gran convencimiento, de modo que se invitara a los fieles a imitar, en lo posible, esos extremos en aras de la fe. En esas obras, las composiciones -continuadas durante el Renacimiento-, se manifiestan elegantes, limpias en su escenografía y sin muecas ni detalles repulsivos, aunque la tortura fuese cruenta. Pero, si las mujeres y los hombres santos esperaban la muerte con cierto regocijo, del resto de la gente lo que podía esperar era una invitación a reconciliarse cuanto antes con los dictados de la doctrina, habida cuenta que la cortedad de la vida les acercaba rápidamente el desenlace fatal. El que las guerras, las pestes y la pobreza acelerasen esos decesos, se convertía en el argumento religioso, pictórico y escultórico para conminar a las masas a arrepentirse a tiempo, so pena de pasar eternamente por los más viles tormentos en el Infierno. En este último caso, lo diabólico y terrorífico cumplía su función de advertencia permanente, no solo de la inevitabilidad de la muerte, sino de una “vida” allá en “la muerte”, colmada de sufrimientos. Otra forma de manifestación artística han sido los carnavales a la usanza europea. En ese tenor, Giorgio Vasari, el arquitecto, pintor y escultor italiano que escribió las biografías de los principales artistas del Renacimiento, en su Vida de Piero de Cosimo relata: “Era el triunfo un carro enorme tirado por búfalos completamente negro y pintado con huesos de muertos, y con cruces blancas, y en lo más alto del carro se elevaba una muerte de enorme tamaño con la guadaña en la mano, y en torno al carro había muchos sepulcros con la tapa, y en todas partes donde el triunfo se detenía a cantar se abrían y salían unos individuos vestidos con tela negra, en cuyos brazos, pecho, caderas y piernas llevaban pintados todos los esqueletos del muerto, de modo que el blanco sobre aquel negro, y la visión a lo lejos de algunas antorchas con máscaras que sujetaban con la calavera por delante y por detrás y a la vez la garganta, además de parecer cosa naturalísima era horrible y espantosa a la vista”. El relato de ese desfile teatral, va de la mano de las famosas vanitas, que son una forma de pintura surgida en Holanda durante la época barroca, que contienen el mensaje de la inutilidad de los placeres mundanos de cara a la certidumbre de la Muerte. En su origen eran bodegones a los que se agregaba una calavera en un ambiente sombrío, pero, con el

tiempo, esos cráneos se agregaron a los retratos y a los paisajes. Vanitas es una palabra latina que se traduce comúnmente como “vanidad”, refiriéndose al orgullo o la soberbia, pero en el mundo del arte se le traduce como “vacuidad” o “insignificancia”, con un alto valor simbólico al comparar la corta vida con la eterna muerte. Las vanitas siguen presentes en el arte contemporáneo, habida cuenta que la vacuidad de los lujos y las posesiones consumistas, llevan a algunas personas a reflexionar sobre ese vacío materialista que no tiene sentido trascendente. Otra variante de este tema es del cuento anónimo de origen persa, El Encuentro de los Tres Vivos y los Tres Muertos, el cual ha sido representado en multitud de grabados, murales, lienzos, miniaturas y obras de teatro. Se refiere a tres hombres adultos, sanos y despreocupados, de elevada posición social, generalmente un noble, un clérigo y un burgués, quienes andando de cacería se topan con tres cadáveres a medio comer por los gusanos; en algunas versiones, los muertos se incorporan y hablan, en otras están en sus cajas y desde ahí se expresan, y en otras es un ermitaño el que traduce sus sonidos; ellos advierten a los vivos sobre la caducidad de los bienes terrenales, con gran elocuencia. Los vivos, impresionados, cambian su actitud existencial y desde ese momento cultivan sus almas, temerosos de la cercanía de la muerte. La admonición es: “éramos lo que sois, lo que somos seréis”, la cual proviene de la sapiencia budista, en cuya literatura se explica que, después de que Sidartha Gautama tuvo su encuentro con el cuarto dolor, el de la muerte, se retiró a meditar hasta alcanzar la iluminación y convertirse en Buda. A lo largo de la historia del arte, uno puede encontrar todo tipo de referencias a la muerte, tan disímbolas como el famoso Libro de los Muertos egipcio que es como una manual para el tránsito hacia la otra vida, hasta los cómics góticos contemporáneos, en cuyas páginas muchas veces aparece lo macabro. Por su parte, todas las religiones aportan respuestas al tema de la muerte, al “tránsito”, al más allá, a las dimensiones alternas, a la inmortalidad del alma, a la transmigración, la reencarnación y la resurrección. Ese es un tema que nos acompaña siempre, en el pensamiento y en el arte, porque, como escribió Jorge Luis Borges, “La muerte es una vida vivida; la vida es una muerte que viene”. Como corolario de este artículo, viene a mi mente la famosa Lección de Anatomía de Rembrandt, realizada en 1632, en la que el acreditado médico Nicolaes Tulp realiza una disección de brazo ante un grupo de cirujanos. Rembrandt tenía 26 años cuando pintó esta obra maestra, la cual fue su primera “de grupo”. Este lienzo fue encargado por el gremio de los cirujanos y vendido para sufragar gastos en favor de las viudas de sus colegas. La Cofradía de Cirujanos realizaba una sola disección pública al año, sobre el cuerpo de un criminal ejecutado, en invierno para la mejor conservación del cadáver, y la lección con el tiempo se convirtió en sesión social a la que se asistía como si fuese una obra de teatro. En ese caso, el arte representó todo lo que la ciencia sabía en ese momento, en el que recién se conocía el flujo de los fluidos que daban la vida orgánica, en concordancia con el movimiento de los planetas, según Galileo y el movimiento del alma, según Descartes. Finalmente, pongo a consideración del lector, el pensamiento del escritor y biógrafo austriaco Stefan Zweig: “No basta con pensar en la muerte, sino que se debe tenerla siempre delante. Entonces la vida se hace más solemne, más importante, más fecunda y alegre”. (*) Ingeniero Arquitecto, Maestro en Administración, Maestro en Humanidades, Doctorante en Innovación de Instituciones, Miembro del Seminario de Cultura Mexicana y de la Construction History Society of America.

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