Trevas. Canción del navegante de sí mismo

September 16, 2017 | Autor: Mijail Lamas | Categoría: Poetry, Poesía, Poesía mexicana contemporánea, Poesía mexicana
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Descripción

Trevas Canción del navegante de sí mismo

Primera edición: Andraval Ediciones, 2013

Este libro se realizó con apoyo del Estímulo a la Producción de Libros derivado del Artículo Transitorio Cuadragésimo Segundo del Presupuesto de Egresos de la Federación 2012.

D.R. © Mijail Lamas D.R. © Andraval Ediciones, S. A. de C. V. Blvd. Pedro María Anaya 1787-5 Chapultepec, 80040 Culiacán (Sinaloa) Maritza López, editora Colección: Punto Luminoso, Ix Portada e interiores: Fabiola Vázquez ISBN: 978-607-7860-36-5 Editado y hecho en México Prohibida la reproducción parcial o total de la presente publicación por cualquier medio, sin la previa autorización por escrito de los propietarios de los derechos reservados.

Mijail Lamas

Trevas Canción del navegante de sí mismo P   

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Eu hoje estou cruel, frenético, exigente; Nem posso tolerar os livros mais bizarros. Incrível! Já fumei três maços de cigarros Consecutivamente. Cesário Verde Ao entardecer, debruçado pela janela, E sabendo de soslaio que há campos em frente, Leio até me arderem os olhos O livro de Cesário Verde. Alberto Caeiro (Fernando Pessoa)

José Joaquim Cesário Verde nació en Lisboa el 25 de febrero de 1855. Como otros importantes poetas portugueses, ha vivido bajo la sombra

que proyecta la enorme figura de Fernando Pessoa. Sin embargo, es sabido que el mismo Pessoa consideraba a Cesário Verde el padre involuntario del sensacionismo, corriente a la que se adhieren sus tres heterónimos más conocidos y él mismo. Fue Cesário Verde quien introdujo de

manera exitosa la temática urbana en la poesía portuguesa, aunque es a

la vez un poeta que cantó al ámbito rural. Afectado por la tuberculosis, mal que cobraría la vida de dos de sus hermanos, Cesário Verde murió el 19 de julio de 1886. O Livro de Cesário Verde fue publicado de manera póstuma por Antonio José Silva Pinto, amigo y albacea literario. Su

poema Contrariedades, además de presagiar la futura muerte del autor, es sin duda un antecedente indiscutible del célebre poema «Tabaquería» de Fernando Pessoa.

Mijail Lamas

E evoco, então, as crónicas navais: Mouros, baixéis, heróis, tudo ressuscitado! Luta Camões no Sul, salvando um livro a nado! Singram soberbas naus que eu não verei jamais! Cesário Verde

Oscuro y desgastado, la madrugada lo encuentra evocando las hazañas de los capitanes. No sospecha de qué modo se convierte en la ciudad y en su renuncia. Es como si las avenidas recorrieran un camino hasta su pecho. Sabe tomar su parte y su canción pero una tristeza que va de los Navegantes a él le va a pasar tañendo telégrafos urgentes. Refugiado en el campo no logrará curar el desamparo que le hormiguea en los muelles: un foco de infección que le carcome. Hay días en que un golpe le atenebra la mirada y en el pecho le crece un ave de infortunios: una noche que el día ya no puede extinguir.

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Hoy escupí una flema en mi pañuelo, era roja y espesa. Por un momento observé, sin aturdirme, su marca repugnante. También pude sentir entre mis dedos su oscura densidad. Y a pesar de que esa flema es tan sólo un pedazo de mí mismo, no deja de causarme repugnancia.

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Carta de Cesário Verde a António Macedo Papança, Conde de Monsaraz

Mi buen amigo António: No hay disculpa posible; yo debí responder a tu carta inmediatamente. He estado enajenado, inmóvil. Parece que a mi alrededor todo se agota y se desprende. No negaré que a veces hay mejoras, nunca las suficientes, no podría confirmarte algún progreso verdadero. Tengo una casa acá en el campo, un buen lugar que cumple con el propósito que he perseguido de un tiempo a la fecha: curarme. Es muy sencilla y nada pretenciosa. De la ventana de mi habitación, extendiendo un poco el brazo, puedo tocar la rama de un elevado pino. No hay lujos y el ruido de la ciudad está allá lejos, eso me hace sentir mucho mejor, sin embargo, me nacen muchas dudas, crece en mí la desconfianza y un terror al futuro que no podría explicar, se instala frente a mí todas las noches. Tal vez me cure, no lo sé, pero si eso pasa, me quedaré quebrado en mil pedazos.

Traducción libre de la carta original.

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Sobre la mesa hay papeles manchados, un cenicero, colillas... Alrededor, en desorden, se van acumulando las cajas de cigarros. También el polvo es una marca del tiempo. El Tiempo vuelve polvo a los troncos elevados o cincela las rocas más duras con su nombre. Apurando la copa de la respiración el humo inunda mis pulmones. El tiempo es esa flama que brilla en mi cigarro.

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En un paisaje fétido de puertos y estaciones la carga que transportan los barcos y los trenes es un ritmo constante en mi cabeza. Una empresa de sombras afina maquinarias y un batallón de niebla que todo lo carcome nos dice entre silbatos: la ciudad, un cadáver, que no se da por enterado. Una mujer de ojos hundidos deambula por los muelles, reclama su botín y un filo de impaciencia anida y rompe el pecho. [En todo esto hay una insatisfacción de la que nadie escapa.] Muy cerca de los muelles las putas se alimentan con el deseo ambulante de los hombres que bajan de los barcos cansados de sus propias caricias. Allá un ruido de luz y la ciudad, su flor de lujo irradia escaparates: en ese resplandor hay un desprecio. 15

Qué ganas de que exploten las vitrinas o se incendien los teatros y al final no saber que la noche, al girar en la esquina, aguza su cuchillo y aquellos que en la sombra construyeron su casa tomarán por asalto todo lo que era suyo por derecho. Así sería feliz y rápida la muerte, no como en ese irse gota a gota, como un pesado oscuro martilleo que todo lo ensordece. Tal vez pasear, salir hacia la calle, sería lo más ad hoc. ¡Pero este frac es viejo, tiene muy maltratados los botones!

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En esta sensación algo se fija, una antigua novedad, un largo nacimiento entre melancolías. Un estertor de flemas hace eco en mi garganta y en lugar de mi voz sólo queda un silbido. Hay un invento cruel al que llaman la noche donde el terror anida y las pesadas mantas de la fiebre van cubriéndolo todo. El miedo es ese frío que recorre mi espalda.

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El sol atisba entre las nubes, se arremolina el polvo y todo se desgarra en la memoria. El viento iba marcando el final de febrero. No recuerdo las flores, se imponen más el árbol y el reto de ascender. Levantamos cometas en el último cuarto de la tarde, el parque era la pista de despegue y una telegrafía de papeles de china marcaba el firmamento. La bitácora entonces nos podía confirmar puros buenos despegues y una que otra corriente de viento sacudía nuestra holgura. En esta línea puede o no extinguirse el sol. Sólo nos permitimos regresar cuando el hilo tronaba sin aviso y el vuelo a la deriva. Qué bien se respiraba entonces.

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Cómo no recordar las crónicas marítimas —me digo ya sin voz— o cómo no extrañar las renegridas naves en que soñé partir. Pero un numen distinto murmura estas palabras que son sombras. Otro viaje comienza.

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Adivinaba el mundo detrás del mostrador de una ferretería. Bosquejaba poemas en las notas de encargo, en diminutos papeles o en el menú de algún café del rumbo. Por la rua dos Fanqueiros pasaban las mujeres y él, muy atento a su paso, saldría de su escritura para verlas. Alguna voltearía de reojo y su corazón que pugna desde adentro, arremete con fuerza y al final cae rendido.

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Los rostros más altivos, las cabelleras blondas, las helénicas diosas de figuras turgentes —su fugitivo fruto tiene amarga semilla— siempre fueron esquivas a mi tacto; desdén era su signo. Pero ahora que esta dama de cetrina figura y gélido semblante me ha tendido sus brazos ¿cómo podría negarme?

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Cuando todos ya duermen, el silencio es una pesada perra que vigila la casa, pero que llega tarde. Mi hermana María Julia y mi hermano Tomás no dejan de morir en estos cuartos, casi puedo escuchar esa renuencia a desaparecer. Sólo entonces enciendo un cigarrillo y puedo sentir cómo todo va a consumirse entre mis labios. Esta pequeña flama ilumina los rostros de mis muertos. La noche de mi voz claudica en mi garganta.

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Milady, é perigoso contemplá-la Quando passa aromática e normal, Com seu tipo tão nobre e tão de sala, Com seus gestos de neve e de metal. Cesário Verde

Su talle, su cintura, en mí se consumían, y mis manos seguras le explicaban el mundo. En su boca el aliento se volvía entrecortado y su cuerpo temblaba. Pero ella no recuerda, pasa de largo y yo que voy cayendo más rápido que un ave muero entre estas paredes. Y ni siquiera eso. Si pudiera asomarme a la ventana, si pudiera diría que todo esto no es más que un oscuro... un naufragio.

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El aire se resiste en la quietud del cuarto y la duda es un hueso muy duro de roer. Ahora todo viene a mi memoria como una maldición. El viaje que no hicimos lo guardo en un adiós ya muy cercano. No me queda ni un gesto, ni siquiera un desplante que tú me hayas dejado. Sólo queda un papel en que me pides que ya olvide tu nombre. Yo quise cantar la flor para tus labios y en su lugar dibujé una rosa de sangre en mi pañuelo. Hay días en que disfruto pensar que con un beso yo te podría obsequiar la muerte.

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A otra más cruel

Ella no duerme nunca, hace ronda en mi pecho. Ella respira música entre líneas de sangre y deterioro. Va montada en el lomo oscuro de los pianos, o se va cabalgando yeguas de la noche. Hay voces que no duermen al otro lado de estos muros. Ella no tiene rostro, su cuerpo se desprende de mi cuerpo; es la bestia que pugna por salir de mi pecho.

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Algo se está pudriendo ahí en el pecho: una parvada oscura de tristes carroñeros que van a desprenderse en contra de ellos mismos. Mientras tanto aguardan en la respiración. Son un solo latido, un solo aliento turbio. Nadie sospecha ahora, nadie podría jurar que esto que muere es más que el dependiente de una ferretería.

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La fiebre entre las sombras va torciendo mi cuerpo, ya su densa marea va enfangando mis brazos. El aire de este cuarto es metal que se funde, que al respirar lastima mi garganta. Y el recuerdo es intacto, es el único, el mismo: el recuerdo cayendo, como yo, detenido.

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Él sabe que un enfermo nunca vuelve del todo del espejismo de la fiebre. Fragmentos de la razón quedan confusos y la mitad del cuerpo en la neblina. Lo sabe mientras crece

la tempestad

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su pecho.

Un gusto de metales en la boca, un restañar de herida penetrante, un corazón que apenas galopante en su carrera alcanza lo que toca. Y lo que toca ahora es la caída, el golpe de la mano que anhelada a la bestia que somos acabada deja por tierra torpe y aturdida. Y el nudo que se siente en la garganta es fracaso y es polvo y es espina de quien caerá muy bajo en su derrota. No entiende que ha perdido y se levanta cordero que a la muerte se encamina, maltrecho el costillar y el alma rota.

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Tiene catorce años, se asoma a la ventana y una música que viene de la calle despierta su interés; imagina que pasan caminando Caballeros Hidalgos Navegantes Mujeres siempre rubias salidas de los cuentos y ocultos en las sombras algunos Contrincantes. Sin decepción sin miedo él corre hacia la puerta y justo entonces la tos el cuarto oscuro las cortinas cerradas.

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A modo de un poema futuro

Me quedaré acostado todo el día, dejaré que la luz, la puerta y las cortinas se queden apagadas. Todos se irán a trabajar y no van a volver hasta muy tarde, así que no estoy para otra cosa que no sea dormir. Yo siempre fui el pulso de las cosas que toqué, pero hay en mí una congestión en el orgullo de ser, una jaqueca de tener abiertos los ojos. Hoy voy a ser el pasto de un invierno que nadie toca, la ropa sucia al fondo de la cesta, el polvo debajo de los muebles que alguien ha olvidado barrer. Cuando respiro el aire de la calle me envuelven mil carraspeos, así que no me levanten para nada, ni para la conferencia magistral por años repetida. ¿Para qué asistir a los salones donde cantan lo sagrado un par de viejas vacas? Miren que no hay mayor sabiduría que esta pereza y el anonimato de las cobijas de mi cama. Miren esta sublime falta de estilo, esta desagradable comodidad para los otros, donde no se puede pensar en nada más. Que nadie venga, aquí, con sus buenos modales a perturbar mi sueño. Soy un dichoso bulto. Un niño en paz. ¡Miren, qué encanto! Versión libre de Caranguejola, poema de Mário de Sá-Carneiro.

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Mi vida va cifrada en frascos de pastillas que todo solucionan de forma momentánea. Su bienestar fugaz es artificio, su deletrear de fórmula fallida me parte el es que le t o

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El resplandor de un día que sólo los que han muerto pueden reconocer se asoma a la ventana.

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Larga, onda fatiga la del cuerpo tendido ya sin peso, apenas un aliento demorado. En cada exhalación algo se desprende y el descenso se anuncia, insondables cavernas brama el pecho. Ardo, y un estremecimiento de reptil me recorre la espalda. Mil alfileres erizan el escroto y una agonía de orgasmo me sacude las piernas.

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Ustedes levantaron este canto: un canto río de piedra, un líquido sonido elevando un torrente, un extendido canto de nombres y batallas con la compleja música que entretejen los siglos. El canto del iceberg y del fuego levantaron, del animal que aúlla, que despedaza y ruge, la canción del bandido, de los dos que se abrazan, de la noche profunda que agiganta el insomnio. Ustedes elevaron ese canto y yo si apenas puedo... un... un... ataque de tos.

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Poema de los misterios

Ellas van perfumando la mañana en esa correría tic toc de los tacones, dejan vibrando el aire que abandona su paso. Ellas al mediodía combaten el calor restándole al vestido prendas y el sudor va dejando cristales en el camino que hay entre sus senos. Por la tarde, terminada la faena en la oficina o en las tiendas de moda, esconden su cansancio —por eso es que su bolso pesa mucho— y se salen sonriendo, porque allá afuera Ellos las están esperando. ¿Qué es lo que Ellos esperan? ¿Unos ojos cansados y una boca que incendia su carmín anhelante? ¿Un cuerpo que desnuda el ansia de hace tiempo? Pero Ellos no resisten que sean un acertijo hasta para Ellas mismas, y en el tiempo que aguardan Ellos concluyen que el misterio es la médula de su naturaleza. 37

Cantiga al viejo modo

La niña me mira Con sus ojos negros Como si la noche Se estuviera en ellos. La niña morena. Como si estuviera En ellos la noche Yo nunca podría Hacerles reproche. La niña morena. Hacerles reproche Yo nunca podría Su mirar gracioso Mal no pagaría. La niña morena Mal no pagaría Su cabello oscuro Su paso es tranquilo Cuando le procuro. La niña morena. Cuando la procuro Yo canto por ella 38

Por su piel umbría Que la hace más bella. La niña morena. Que la hace más bella Su color oscuro De su piel y ojos. Por eso procuro A la que es morena.

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Ella salvó mis ojos al comenzar el día. Se despojó de todo en esa espera, la lengua entre los dientes, los labios que en el frío se cortaron. Al borde del otoño ella fue la mañana y me tendía su cuerpo su oscura piel su sombra sus manos que palparon toda mi oscuridad. Sus manos en mis muslos ingles verga quietud se conservan muy vivas. Yo entraba en ella y todo fue luz de alumbramiento.

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Por el río desciende su cuerpo Por su cuerpo desciende el río y su leyenda de Nobles Caballeros Navegantes Por el río su cuerpo oscuro descienden Caballeros Capitanes y un Rey desaparece dicen que este país ya no es lo que antes era Por las calles que desembocan en el muelle las personas van felices porque partirán en barcos por el río que lleva al mar en esta parte del poema el río se confunde con el mar Cesário también parte y todos ignoran que se aleja como un acorazado entre Héroes Capitanes Caballeros Navegantes y un Rey que se ha perdido algunos todavía esperan su regreso Y la ciudad se acuerda entre la bruma espesa que se aloja en los muelles...

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E, enorme, nesta massa irregular De prédios sepulcrais, com dimensões de montes, A Dor humana busca os amplos horizontes, E tem marés, de fel, como um sinistro mar! Cesário Verde

Quieto, la oscuridad anida en mí y no hay mañana. Sólo el pensar es lince, aguja que se hunde entre los ojos. La tristeza del puerto es un pañuelo que se agita, el muelle es un latir en mi cabeza. John Keats el canto acaba; hermanos en la muerte y el desprecio, tú y yo vamos dejando magros cuerpos quebrados. El canto acaba, ruiseñor ¿despierto estás o duermes a mi lado? No ha mucho yo fui un hombre de empresas comerciales. ¿Dónde ha quedado aquella pragmática elocuencia que mi pluma trazaba? Los barcos descargaron en el puerto mercancías que yo traté en negocios. Telégrafos monótonos cantaron mi alabanza... [Escribo la palabra Naufragio con la punta del lápiz voy tocando un silencio que se hunde: aquí todo aguanta la respiración.]

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Y el mar enorme ruge y me amedrenta, pues nunca es conquistado por completo, pues nunca se resigna; vigila y no descansa en su rencor. Puedo sentir su pulso mientras me estoy quebrando por el pecho. ¿Dónde queda el valor, altivos navegantes? ¿Dónde estarán los héroes sin descanso de una nación llevada entre sus velas? Vivir nunca es preciso, mas navegar es lo único que ahora es necesario Ulises inflexibles os saludo: leyendas de bajeles y arcabuces, tesoros del oriente al abordaje, sus cuerpos hace tiempo se pudren en lo hondo. No he sido un navegante, soy apenas resuello. Sólo un dolor estólido es lo que queda oculto ya tan lejos del mar.

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Soy esta tierra firme que caerá sobre mí. Los muelles se retiran, el aire prende fuego y el corazón se yergue en un aullido. Cada respiración es un incendio.

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Recado para ella

Alguna vez dijiste que el más grande placer que habría en tu vida sería el de acompañarme al cementerio. Sospecho que muy pronto te lo voy a cumplir.

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Se eu nâo morrese nunca! E eternamente Buscasse e conseguiesse a perfeiçâo das coisas! Cesário Verde

Ya sólo queda un derrumbar de aceros en la oquedad del cráneo, un sordo rechinar de huesos quebradizos y una tos que arremete desordenando todo. Hay un fuego que recorre las arterias y escalda cada tramo de la piel. Un pulmón infinito que no termino de escupir.

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Del pan de la abundancia tan sólo he conseguido llevar para mi boca una miga de rabia que adereza el rencor. Una piedra en mi mano espera reventar vidrios del alba y un trago de ceniza me hace guardar silencio. Desapacible el rostro, contengo la explosión de las arcadas. Me arrellano en el lecho, me visto de vergüenza y un calor escarlata me adornará de insultos. Más de una vez la envidia me descompuso el rostro, mientras hoy no consigo esconder esa furia que golpea en mi pecho. A oscuras este canto no puede nivelar esta balanza. 49

Las palabras que escribe cambian la geografía del mar donde se hunde.

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Cede a la destrucción toda la luz y el vértigo de estos papeles también es un desprendimiento. Estas palabras son un oscuro salmo en labios partidos. La inmolación del día es ráfaga que corta el horizonte. Es antes de la noche y pronto el miedo retumba en nuestro cráneo. Estamos solos.

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Escribo esta canción que es santo y seña, llave del laberinto que da a otro laberinto, tonada que relaja los muslos de la hidra, oración que estremece e incinera mi lengua. Escribo esta bitácora de viaje para mi salvaguarda y dejo aquí mi voz como el último rastro.

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Últimas palabras dichas a su hermano Jorge Verde

«No quiero nada, déjame dormir.»

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Índice

Oscuro y desgastado, la madrugada lo encuentra evocando...............11 Hoy escupí una flema en mi pañuelo.............................................. 12 Carta de Cesário Verde a António Macedo Papança, Conde de Monsaraz............................................. 13 Sobre la mesa hay papeles manchados............................................. 14 En un paisaje fétido de puertos y estaciones.....................................15 En esta sensación algo se fija..........................................................17 El sol atisba entre las nubes.......................................................... 18 Cómo no recordar las crónicas marítimas....................................... 19 Adivinaba el mundo detrás del mostrador......................................20 Los rostros más altivos.................................................................. 21 Cuando todos ya duermen, el silencio es una pesada perra............... 22 Su talle, su cintura........................................................................24 El aire se resiste en la quietud del cuarto........................................ 25 A otra más cruel.................................................................. 26 Algo se está pudriendo ahí en el pecho:........................................... 27 La fiebre entre las sombras............................................................ 28 Él sabe que un enfermo nunca vuelve del todo................................29 Un gusto de metales en la boca.......................................................30 Tiene catorce años.........................................................................31 A modo de un poema futuro................................................32 Mi vida....................................................................................... 33 El resplandor de un día................................................................. 34 Larga, onda fatiga........................................................................ 35 Ustedes levantaron este canto........................................................ 36 Poema de los misterios........................................................37 55

Cantiga al viejo modo..........................................................38 Ella salvó mis ojos al comenzar el día............................................40 Por el río desciende su cuerpo......................................................... 41 Quieto, la oscuridad anida en mí................................................... 43 Recado para ella.................................................................. 46 Ya sólo queda un derrumbar de aceros............................................ 48 Del pan de la abundancia.............................................................49 Las palabras que escribe................................................................50 Cede a la destrucción toda la luz....................................................51 Escribo esta canción que es santo y seña.......................................... 52 Últimas palabras dichas a su hermano Jorge Verde........53

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Trevas Canción del navegante de sí mismo, de Mijail Lamas, se terminó de imprimir en Manjarrez Impresores, S. A. de C. V., José Aguilar Barraza 140 Poniente, Almada, Culiacán, 80200 (Sinaloa) en el mes de octubre de 2013. Su tiraje consta de 750 ejemplares.

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