Tres balbuceos

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Descripción

Portada por: Marta Gil Rojo

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© Protegido bajo derechos de autor

Querido lector, he decidido hacer público este poemario, con el fin de que sea accesible a cualquier persona que desee leerlo, y de que aquello en lo que tanto empeño he puesto y que tanto he disfrutado escribiendo, pueda ocupar un ratejo en la vida de alguien más. Así pues, espero que sea de su agrado, y sólo me resta pedirle que le haga llegar el enlace al mismo a tantos amantes de la lectura como le sea posible, para que así pueda cumplir su cometido. Muchas gracias por el tiempo que le dedique, estaré encantado de recibir su opinión en mi correo personal, [email protected], o en mi Twitter, @IncipitLuis . Fdo: Luis Periáñez Llorente

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Primer balbuceo: Del poema execrable y el poeta herido, quizá de un canto ahogado (u ahogable en vino).

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Primer balbuceo, primera lucubración: de una anciana ante jóvenes ahorcados en el cerro, de espaldas al sol, de cara al mundo: Tres delincuentes colgados del cuello el primero fue colgado el segundo se colgó el tercero simplemente cayó dentro. El primero solía jugar de pequeño con la hija de la vecina jugaban a que él era un poeta viejo y a que la pluma le dolía, el segundo solía correr de frente contra las olas soñando enrollar el mar como si fuese una alfombra el tercero nació ya adulto y con la soga en la nuez vino a la vida herido de muerte y herido de muerte se fue. Y ahora que el sol seca y pudre sus cuerpos que el olor impregna todo el cerro y su silueta se distingue en la distancia apenas queda un pelo de su infancia ¡carroña para buitres y augurio para cuervos! ¡musa para el poeta! locura para los cuerdos.

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Primer balbuceo, segunda lucubración: de la imagen distorsionada y agridulce de un joven en una botella vacía. Herida de barro sana lluvia mis desgarros fluye cae del cuello al seno y del seno al suelo cae del suelo al mundo y del mundo al cielo cae de la nube a mis ojos y de mis ojos a un cello olvidado y de notas desgastadas en una habitación lejana a un pasado melódico de sonrisas a un futuro lleno de prisas a un día que nunca es hoy un día en que si me llamas voy y me olvido de mi nombre. Herida de barro sana lluvia mis desgarros tórname deforme.

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Primer balbuceo, tercera lucubración: de la imagen distorsionada y agridulce de un joven en una botella hecha añicos. Hoy soy una botella de whisky en tu mano arde en el infierno borracho arde. Hoy Hoy soy el reflejo en el verde recipiente de jb el reflejo de tu última mirada un ente carente de oídos para tu última confesión. Hoy soy el motivo por el que a nadie le importará por qué lo hiciste. Hoy has caído de humano a cerdo y de cerdo a borracho arde en el infierno ásate. ¡Hoy ya no eres nadie! Al menos a mis ojos, hoy ya no eres nadie. Y nunca te importaron otros.

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Primer balbuceo, cuarta lucubración: del perro que calla ante un cielo rojo. Prácticamente de un perro muerto y un cielo iracundo. Y ladra ladra ladra ladra al cielo y espera su respuesta una nube incandescente le ladra la escucha y se estremece silba el fuego y silencio. (Y ningún perro ladra ya realmente ya nada hace ruido quizá alguna piedra ¿pero quién lo comprueba? ¿No es más aterrador que el silencio no saber si algo suena?) Ah, ladraba. Ladraba todas las noches. El cielo sólo silbó una y ahora entre el viscoso resbalar de cadáveres y el humo con nombre ni siquiera se intuye un ladrido.

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Primer balbuceo, quinta lucubración: de un dios sádico. A ratos de la vida y su sonrisa. ¡Ay! ¡Lloran! No lloréis quién os ha dado permiso si vuestra madre reside con vuestra infancia ¡Enterrada! Si la pala fue el tiempo y vuestra impaciencia quien mucho abarca poco aprieta y a quien no aprieta todo se le escapa. ¡Que no lloréis! No vaya a ser que os quedéis sin lágrimas para cuando vuestro padre se vaya con vuestros cuarenta.

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Primer balbuceo, sexta lucubración: del anciano que da un manotazo a su despertador. Quizá de lo que sucede con las cosas serias de la vida, que han de ser mentadas en broma. Anciano que emerges y con esfuerzo conquistas la arena has vivido tanto has vivido la guerra el hambre otra España y qué queda has vivido la guerra y qué te queda ahora más que entonces tienes la muerte cerca tienes en tus huellas cadáveres la piel cambiada y desechada de una serpiente cuyo cuerpo se pierde en la marea golpeado por el viento de Levante el recuerdo y la pena la lágrima del tiempo envuelve tu alma una gota de cera derramada, reseca sólida y vieja, demacrada y olvidada. Quizá vives otro oleaje, pero... ¿Con desgana?

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Primer balbuceo, séptima lucubración: de un verdugo moribundo, que partió de su hogar demasiado pronto y regresó con el alma investida en telarañas. Y el semen de Dios ¿no regó tierra alguna? no germinó su semilla pero pude ver al mundo limpiarse con la luna la comisura de sus labios aún queda rastro ¿Vietnam? ¿Corea? ¿La Gran Guerra Civil Europea? ¿La vida moderna misma? El cadalso por el que rueda la cabeza de la familia es blanco y sabe dulce. La guillotina de la razón subió demasiado alto y no cayó del todo. Un dios moribundo reina desde su trono y el pueblo encamado y enfermo se siente más vivo que nunca.

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Primer balbuceo, octava lucubración: de la fémina y el sexo. En resumen, de un ídolo hirviendo. Pequeña, pequeña niña ¿sientes el beso de la cera? Por ti sacrificaría un cordero y te bañaría en oro fundido Por ti disfrutaría tus gritos y tu carne derretida y dorada Por ti y quizá por el mundo me pongo ante el látigo de la historia Por ti, y quizá por mí y por nadie me recluyo en un navío en zozobra quizá rezo en mis noches libres que no son ni mucho menos pocas y ahora que tu cadáver insensible mis aposentos con su brillo adorna puedo ver en tus ojos la sonrisa que indica que es la puta hora. ¡Han caído los dioses! Y con ellos yo.

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Primer balbuceo, novena lucubración: del culpable. Quizá de la sopa primitiva o de la suerte. Agacha la puta cabeza pon el cielo sobre tu oreja besa la tierra y susurra que nada ascienda deja tus labios en el barro deja que impregnen el germen original de toda vida escupe arriba y no esquives eres el culpable de la herida la brecha por la que la historia sangra sobre el día a día eres la mano asesina el ojo que vio el futuro en el pasado la mano que abrió la puerta al fracaso.

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Primer balbuceo, décima lucubración: de la podredumbre enchaquetada que, antes de entrar al curro, echa un pitillo. Y en una pasada de trapo la historia se borró desaparecieron los acontecimientos los amores, los malos ratos desparecieron los buenos momentos cada rey, cada súbdito cada niño vivo y muerto todo fue una mancha abstracta en un trozo de tela amarilla todo el mundo dejó de ser todo el mundo el particular dio paso al universal y el amor al barullo la indiferencia se erigió reina del mundo y al unísono, sin el precioso alboroto de sentimientos del humano común, todo el mundo hundió en el bolsillo su mano extrajo la cartera y pagó un cartón de tabaco todo el mundo fue corriendo al comercio y se vistió de monótono negro todo el mundo miró su rolex con el mismo gesto y gritó eufórico "qué bien, tengo tiempo". ¡Tiempo eterno! Como un muerto.

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Primer balbuceo, undécima lucubración: de Nietzsche y del hombre. Entendido mejor, de la derrota inexorable. Cae la lluvia sobre el bigote de Nietzsche a veces también se mojan los placeres del instinto no viste chubasquero el más fuerte pero no todo cuanto moja es sangre o vino una melodía se vislumbra lejana acompañada de vítores y tambores anuncian la llegada del temporal hasta la huella más grande se borra sin honores los ojos atentos ven el relámpago ya el oído está precavido contra el trueno nada protege al débil del fuerte nada protege al fuerte del tiempo.

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Primer balbuceo, lucubración final: del gemido preliminar. Quizá del verso hegeliano que sale a jugar al juego del mundo. De las manos unidas dedo a dedo de tu madre naciste has viajado tanto para no haber recorrido ni un paso tantas lecciones que olvidar la educación la vendió el diablo al mejor postor las hojas del Otoño son el rastro del pastor nace uno nacen dos nacen tantos, ¿a qué se dedica Dios? Desde la más minúscula piedra al último rascacielos crece el ego del tiempo un pie en la tumba y otro en el nacimiento ¿dónde cae la gota de su orín, sino en cabeza calva, sien nívea, tez arrugada? La historia se sacude brusca nuestro camino no veo en el ser humano más que un retrete que se mira a sí mismo el ombligo.

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Carraspeo Porque aunque el rayo resplandeciese y el trueno sonase su pálida mano tenía que acabar de escribir. La pluma trazaba en tinta el legado de toda una vida sus ojos, temblorosos pero decididos recibían una gota por cada lágrima negra que impregnaba el papel. La lluvia aporreaba el fino techo hecho de la más fina hojalata y sonaba que si sonaba sus oídos pedían auxilio pero él no los escuchaba. El frío entraba por cada agujero de aquella lúgubre chabola de su humilde morada un lugar donde morir sin que importe nada un hogar para el que no tiene y añora a cada ser querido perdido en el camino. A veces su larga melena caía bajo el peso del agua que poco a poco se colaba por la fina hojalata y quedaba enredada en su mano y en su pluma amada. Él sacudía su cabeza la apartaba y sonreía una sonrisa amarga celosa de las viejas de las sonrisas que un día pasearon por su rostro y ya muertas, volaban lejos de él. Cuando sus labios henchidos en dolor forzaban su gris piel casi dejaban ver en esa minúscula sonrisa un leve rastro del rosa que antaño vestía un murmullo de la felicidad que nunca se olvida. “Yo, Cúpula, cedo 16

con cariño y pesadumbre el recuerdo de una noche de un uno de Octubre a mi nieto, cuyo nombre no conozco, ni quiero pero sí quiero, amo pensar que lee esto y algún día, quizás un uno de Octubre quién fue su abuelo sepa y entienda por qué hoy existe por qué no puedo siquiera ni de lejos explicarle cuánto le quiero cuánto odio saber que muero sin despedirme más que con un pasado recuerdo. Lucía el sol entre las ramas lucía el sol en el cielo y en la poca sombra que el árbol otorgaba estaba Cúpula, tu abuelo. No era un día cualquiera era uno de Octubre y trajo consigo niebla, apagó el sol y me dejó solo. Buscando calor me acurruqué temblaba como hoy tiemblo era feliz en compañía del sol en su ausencia quedé roto. Nunca subestimes la importancia de la luz un día de niebla. Querido nieto, las hojas del árbol cayeron cayeron de golpe, tornándose marrones mientras caían muriendo el verde en su caída. Muchas de ellas fueron mi manta entre los susurros del viento y el titiritar de mis dientes mi pelo ahora gris, negro me cubría la cara ciego solo pude ver las hojas amontonándose en el suelo. Cuando no quedaron más la nieve, bella y mordaz se desprendió de la niebla sobre mí y yo deseé huir de allí mis pies ansiaban correr 17

en busca de una candela o de una familia. Pero no tenía candela ni casa en la que hacerla ni siquiera familia que me acogiera. Y entonces conocí a tu abuela incandescente brillante un nuevo sol en un uno de Octubre que había traído consigo niebla y hojas caídas y muertas y nieve y si he de reconocerlo, doler aún duele su recuerdo pues no conozco mayor dolor que el de la felicidad que se va y no vuelve y si he de reconocerlo no, no me arrepiento porque si de algo me queda hoy consuelo es de que aquellos días existieron. Tu abuela me tendió su mano sacudió la nieve de mi negro pelo clavó su mirar profundo en el mío y cosió mi silencio con un beso. Fueron años grandes los consiguientes tu padre fue un niño bello. No volvió a nevar en décadas los árboles permanecieron siempre verdes color de la esperanza que sonríe y después muere pues esta es la historia del recuerdo de una noche de un uno de Octubre de muchos años después, un día en el que la niebla cubrió el cielo y se llevó con ella las hojas cayó la nieve y sopló un fuerte viento que me hizo volar lejos de mi hogar hasta quedar sin aliento voló de mí mi familia, mi mujer, mi hijo voló de mí la sonrisa, el calor del abrigo que solo un abrazo ofrece y yo no quise, pero fui obligado quedé solo, y en cierta manera, enterrado no pido perdón, sé que no lo merezco pero hoy, uno de Octubre vengo a ofrecerte un recuerdo quiero que sepas que agradezco 18

formar parte de ti, querido nieto que nunca profesé mayor amor por mi propia vida que el que por vosotros siento a veces los días no nos llevan por nuestro sendero a veces el olvido es lo único cierto y la caída no siempre precede a ponerse en pie hoy, uno de Octubre, yo, Cúpula, muero pero muero sabiendo que encontrarás esto que podrás leer en éste, mi testamento que yo, como el árbol perdí mis hojas y mi verde cuando os perdí a vosotros que ningún trago de alcohol llegó jamás a alcanzaros, que ningún rayo de sol se asemejará jamás a otra mujer que ella, que tu padre, que tú sois lo que me queda antes de cerrar los ojos.” Cesó Cúpula en su escritura cayó la última lágrima en el papel con pesar se levantó de la caja en la que estaba sentado alzó las manos y abrió su pelo dejando en él un rastro de tinta caminó fuera donde la lluvia no dejaba apenas lugar a la vista mantuvo su paso firme a través de la densa niebla y se adentró en ella. Una hoja gris cayó de su pelo y otra, y muchas más, comenzaron a caer hojas de su rostro y de su cuello y torso cuando ya de este no quedaba. Hojas fue lo que dejó Cúpula para el mundo una noche de un uno de Octubre taciturno tan sórdido, lúgubre, tan suyo que sólo para él fue escrito. Un día soleado, dos de Octubre posiblemente paseó su nieto con algunos años y encontró aquella chabola llena de hojas en su entrada 19

que crujieron ante el peso de sus pies. Quedó fascinado por la belleza de tan humilde morada paseó sus manos por las paredes de tela miró con emoción el techo de hojalata las deslizó después por la mesa y se las manchó con las cenizas de una antigua carta.

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Segundo balbuceo: Del peregrino que jamás se mueve de su sitio. Quizá de quien deambula entre recuerdos.

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Segundo balbuceo, primera lucubración: del médico que se encuentra ante un recipiente vacío y un mundo pleno. Llegó creyéndose Napoleón investido de extravagantes ropajes con su barbilla alta y gran talante se declaró de Europa amo y señor Fue por un segundo amo de la clínica motivo de pánico para el psiquiatra una vez enfundado en camisa de fuerza no fue amo y señor ni de sí mismo entre él y todo se fundó un abismo dentro quedó vacío y todo lo demás fuera.

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Segundo balbuceo, segunda lucubración: del peregrino que camina persiguiendo su propia sombra. Quizá de alguien. Soy la foto que aún conservas clavada en un tablero de corcho el recuero de un tiempo de oro la voluntad ajena de salir corriendo un ventilador que da vueltas pero no refresca un movimiento insulso carente de sentido un arma disfuncional y rota un cacharro un juguete perdido fuimos más de lo que somos el tiempo nos robó los atributos todo lo que era se fue con los minutos y ahora resta el silencio y un leve eco ahora las tazas huelen a café y el sueño es un bien que no poseo se ha muerto en mí el niño y sin él el poeta no aguantará mucho vivo.

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Segundo balbuceo, tercera lucubración: de quien observa unas huellas borrosas y desconoce que son las suyas. A ratos, de la duda razonable. Adiós amigo mío ni siquiera creo conocerte me suena tu faz entre el vaho un destello de familiaridad al cruzarme contigo y verte y ahora que quedas a mi espalda siento la añoranza de momentos que no hemos vivido y que quizá quizá hubieran acontecido siento el cosquilleo de un secreto compartido una infancia usurpada por mi presencia una primera aventura a medias. Adiós amigo mío, aunque nunca fueras mi amigo yo quizá fui tuyo.

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Segundo balbuceo, cuarta lucubración: del homo ciberneticus en su estado de somnolencia constante. A decir verdad, de unos ojos cerrados y una vida plena de colores. Pierde el trazo de estilográfico al torcer la esquina, deshecha el hilo tijeretazo al ovillo y otra canción que se pierde en el olvido silencio en el parque y un concierto de nadie bajo tus tobillos fluye el pensamiento del retrete se celebra un congreso de ratas y sobre tu coronilla un paseo en el aire de urracas en busca de perlas, cadáveres la carroña hiede a tu espalda y la calle que se abre tras la esquina a tus pies saluda con una cínica sonrisa ¡Soy tuya, y detrás de mí no hay nada!

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Segundo balbuceo, quinta lucubración: del escultor y su cincel. Quizá de la piedra y su corazón callado. Guarda el secreto de la vida ni puertas ni señoritas escondidas páginas en blanco y cartones ocultando una sesera vacía y el estornudo de un vago un reloj roto y el reflejo de su esfera que refleja cómo se escapa el tiempo por las roturas cómo vuelan los números y retornan al mundo guarda el secreto de la vida esconde una patria, un mapa con más x que rutas la sonrisa de un par de hijos de puta y sus madres santas vírgenes ellas, dueñas del renombre de sus hijos. Guarda el secreto de la vida no vaya a ser que no tenga ninguno y todo quede reducido a un cúmulo de porquería. Guarda el secreto de la vida ssshhh se asemeja a una estantería repleta de libros escritos por otros fotos, y detrás mucho mucho polvo.

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Segundo balbuceo, sexta lucubración: del fulgor de la mañana y el ciego que siente el naranja en su cara. Tórnate neblina que acaricie mi piel en las noches frías húmeda y cálida lluvia sé viento que gima sin lamento el soneto del tiempo estancado de la oscuridad terráquea y la luminosidad que transciende mi alma y la tuya. Es el deseo de la primera de un total de mil y una.

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Segundo balbuceo, séptima lucubración: de la soledad del ciego y de los callos. Quizá de un mundo no hecho a medida para todos. Sé suela de zapato que proteja mis pies de las inclemencias del camino sé suelo arenoso caricias en lugar de pasos siempre caminando, pero siempre en el mundo bajo el manto estrellado, sin mayores pretensiones ya son dos las peticiones de estas mil y una noches.

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Segundo balbuceo, octava lucubración: de la primera alborada vista y quizá la menos disfrutada. Del ciego que no se intuye a sí mismo. Siendo joven, quizá un par de desgracias atrás con otros ojos y otras palabras habría cantado al mundo su propia canción hoy día, el mundo me canta a mí quiere que despierte pero yo... yo me hallo tan dormido, parece que siempre tuve los párpados caídos no recuerdo la luz del sol me siento eterno amigo del grillo sólo hago aparición cuando se apaga el mundo y aun así hoy me llamas hoy quieres que te acompañe a ver amanecer quieres que me ciegue y que me hinche de fe de esperanza en el mañana Ya son mil y un días aquí dormido y mañana mi primera alborada.

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Segundo balbuceo, novena lucubración: del peregrinaje al interior mismo, o de Federico I, “el silencioso”. Es la compasión de Nietzsche escondida tras su gran valle y no menor montaña asomando la cabeza antes de recibir algún que otro castañazo por parte del bigotudo es el sombrero que le impuso para no verle el pelo, el velo con que la ocultó de sí mismo y del mundo hizo falta relinchar herido que la hiciese tomar las riendas quedó Nietzsche entonces oculto bajo sombrero y velo detrás de su gran valle y no menor montaña donde a partir de entonces reinaba su compasión y el silencio que trae la ausencia de palabras.

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Segundo balbuceo, décima lucubración: del filósofo agazapado, temeroso de todo lo que desconoce. Vivo encerrado en mí mismo una cárcel de ideas de barrotes forjados en cada paso y la droga de la docta ignorancia carcomiendo mis entrañas. Tengo la soledad por compañera de celda acurrucada en una esquina bajo el arropo de las sombras gélidas, pero aunque ella me haga compañía, sigo estando solo. Me observa una ventana, cuya pupila es la luna tan blanca como oscura tan mortal como bella muestra de la felicidad que la noche disfruta fuera. Quiero salir pero el necio tiene la llave la pasea frente a mí con sorna "tú lo quisiste" me dice y entre risas desaparece me siento y pienso "Es cierto" Estoy aquí porque quise. Miro la luna y espero si la eternidad existe yo le pertenezco.

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Segundo balbuceo, undécima lucubración: del paciente con tortícolis. Quizá de la nostalgia bien fundada. Ya se fue se llevó consigo esto no hay mucho más dijo que volvería lo dudas como yo no tenía ese gesto de quien se despide imaginándose recorrer el camino de vuelta su bolsa iba llena ¡tanto le dimos! ¿qué nos queda? sabemos que estuvo aquí mas sin ninguna prueba sabemos que se fue pero no dejó huella.

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Segundo balbuceo, lucubración final: de quien extiende los brazos y no alcanza a tocar a nadie. De quien extiende sus lazos y no llegan más allá que sus brazos. Puede ser cadena de fuego o llanto que amarre firme al tormento nieve que entierre bajo su manto todo lo vivo y lo torne muerto. Puede ser por calor o canto que muera también el invierno nieve derretida, tímido trébol asoma su sonrisa en campo yermo. Injuria el trébol al calor el invierno dejó todo desierto. Vivir solo no es vivir, es peor que verse muerto.

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Carraspeo Si en mi entierro se acumulase la gente dispuesta a ver mi cuerpo yermo carentes de amistad, todo intereses si la fama adornase mi tumba y labios de personas desconocidas narrasen recuerdos falsos anécdotas no acontecidas y caminos no caminados por mis zapatos si mi vida se tornase mentira y la verdad se la inventase un programa del corazón si la prensa rosa guardase mi alma en un tarro rebosante de formol y con el rostro sumido en pánico observase desde una ventana a lo lejos cómo mi historia se torna nada y se llena de cuentos ajenos quizá quisiese resurgir, resucitar y esconderme en un rincón negro cubrirme con sábanas y miedo temblar ante un futuro vacío que no es mío y que no quiero. Pero, ay si mis cenizas volasen por el huerto de mi madre si acabasen bajo una higuera allá por Piteros si se me recordase por unas palabras escritas con sentido por un par de corazones bien labrados e impuestos en hijos unas amistades únicas y guerreras contra el tiempo quizá un vistazo fugaz a mis iglesias que en mí dure siglos quizá una gota de sudor tras mil pasos de subida por la calle de los tontitos una sonrisa en la vuelta a casa un futuro sido en la filosofía una maraña que mientras duermo la siesta sostiene mi cabeza y que cuando cae la última pena recuerda al mundo que fui quien quise ser. Si mis cenizas volasen por el huerto de mi madre y haber muerto no fuese sino otro principio como tantos otros vivo tendría sentido vivir un ratito más.

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Tercer balbuceo: Quizá de un amanecer, o de cómo no amaneció. Quizá de ayer.

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Tercer balbuceo, primera lucubración: del lobo de mar que incluso antes de embarcar ya desea encallar. Del ratón que no esquiva la trampa. Me he perdido entre mis propios pasos Olvidé el mapa en el útero materno Soy náufrago en tierra de extraños Visionario de un mundo lleno de ciegos. Ansío saber quién corre, Quién corre del amor Perdido en el horizonte, Para acabar en brazos de la angustia. Ando en pos de él, Deseo rescatarle, preguntarle, saber Qué hubo en el amor tan terrible Para día tras día, noche tras noche, Distanciarse apresurado Presa del pánico. En un abrazo mío la angustia lo desprecia y libera Ávido de respuestas pregunto raudo Y obtengo una carcajada sincera. “Amigo, yo quería y acabé amando Pasé de la risa al llanto En cuestión de primaveras De ésta máxima te informo El querer del amar Sólo se diferencian en la felicidad”. “Ay, amigo” – contesté – “Si del amor naciste Vuelve sobre tus pasos Ama como amó el amor del que viniste Puede que esté limpio bajo el barro De años que tengo, veintisiete, Llevo veintisiete y nueve meses Buscando amar, Antes de que la muerte que adormece La vida de cada mortal Adormezca también la mía.” Desaparecer aquel hombre y encadenarme la angustia “Quédate conmigo, ámame, nadie me ha amado nunca” “No digas, eso, angustia, pues mira cuantos humanos Se deslizan hasta ti tácitos Convencidos de merecerte y de que les mereces. Eres droga para cada lúgubre cabeza, Hogar para los que huyen del amor, 36

Eres silencio en el bullicio del mundo Placer donde más duele, Acompañas y tu compañía da soledad a los solitarios Pero yo ambiciono un corazón afín, Suelta a quien no te buscó, a los corazones ignorantes, A los no cognoscentes de su propia merced. Permanece junto a tus hermanos, ellos te aman, Eres el amor de quien a nadie quiere amar.” El horizonte me entregó de nuevo al hombre Arrastrando consigo, firme, al amor “He vuelto” – me dijo – “corre, Corre conmigo, El amor me trajo a ti, Sin mapa, inventemos el camino”. Sonrío, suerte que lo perdí en el útero materno Suerte que me perdí en mis pasos Pues me creía visionario y era ciego, No la tierra, yo, náufrago, era el extraño.

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Tercer balbuceo, segunda lucubración: del bibliotecario que se arropa cada noche con sus páginas favoritas arrancadas de los libros. Quizá de un bebé contento. Libros que dais vida a la estantería qué sería ella sin vuestra presencia apenas os acojo en mis brazos y ya grita herida de pena sois el sustento de la vida la historia corre por vuestras venas son vuestras páginas lanzas y dagas asesinas de relojes y curanderas de corazones son vuestras palabras árbol tejido en infinitas ramas y profundas raíces ojos que vislumbran el alma a través de los nidos de vuestras aves son las manos que os escriben y el sentido que os otorgamos la razón de vuestra existencia son vuestro palpitar con parsimonia y vuestras historias de buenos y malos la razón de la nuestra. Comemos del mismo plato, oh, libros pero aún no alcanzo a discernir de qué nos alimentamos.

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Tercer balbuceo, tercera lucubración: de quien dialoga con piedras y aprende a ser persona. ¿De nadie? Permanecí hablando con una piedra sobre el paso del tiempo sobre mis últimas experiencias sobre mis más profundos secretos Le contaba cada paso dado cada palabra dicha cada razón oída Entonces ella enumeró las patadas y pisotones recibidos aquel día y las recordaba contenta era lo más importante que le había sucedido. Y yo quise saber qué tenía de alegre ser pateado por alguien y ella me preguntó qué tenía de alegre la vida Yo le contesté que cada día era diferente y ella respondió sonriente que cada patada también lo era.

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Tercer balbuceo, cuarta lucubración: de un señor de barba perfilada ante una carta de postres. Algunas noches cuando el sol amenaza con salir y la luna con despedirse puede que usted sienta que quiere aferrarse a ambos y no dejar ir a ninguno porque ama a los dos por igual. Y puede que su odio ese que les impide verse le haga soltar a ambos y llorar porque a veces, algunas noches cuando el sol amenaza con salir y la luna con despedirse hay que dejar al sol salir y a la luna despedirse.

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Tercer balbuceo, quinta lucubración: de quien sabe que es el momento de correr. De quien no sabrá cuándo toca parar. Y esta calle que piso, cien veces antes caminada asusta y entristece más ahora, que ayer, que mañana. Y este fuego que miro, cien veces antes observado oscurece hoy mi mirada, no calienta más mis manos. Y andando, siento la huída de lo que un día fueron pasos el querido y ahogado sonido de lo que hoy ya es lejano. Y puedo ver en el sendero un susurro que nunca llegará a mi oído una declaración de amor, un camino al olvido.

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Tercer balbuceo, sexta lucubración: del suicida interpelando a una nube. Quizá de la ley de la gravedad. ¡Oh, la vida es muy emocionante, señor! ¡Si apenas he dado un paso cuando ya me arrepiento! ¡Si mis decisiones son el divertimento del tiempo! Somos un entretenimiento, un teatro de sombras un regalo apenas desenvuelto ¡y envuelto en un papel gris gris como el cielo! La vida es muy emocionante, señor somos aún una tribu bailando en nombre de un Dios ¡Y no seriamos nada si no! ¡y los niños nos miran con chispitas en los ojos! No comprenden y por no comprender ríen ¡quieren aprender a ser como nosotros y nosotros no sabemos! Ay, señor: la vida es muy emocionante porque nosotros somos raros. Ay, mírese: si apenas se pone un traje cuando quiere un pijama. Ay, ¡nótelo! seguimos siendo infantes disfrazados de viejos.

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Tercer balbuceo, séptima lucubración: de un niño regañando a Kant. Quizá un niño bigotudo. Sostén la pluma e ízala al aire que no se pueda insinuar que no eres nadie ni que el aire no es camino para tus pies sostén tus ideas con aire imponente sostenlas bien alto cueste lo que cueste sostenlas sobre tu cabeza pero nunca en ella que sean de dominio público y firmadas con tus huellas sostente a ti mismo y susurra a tus orejas que no hay palabra mal dicha que no estuviese peor muerta.

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Tercer balbuceo, octava lucubración: del feliz fallecimiento de la libido cognoscendi. Quizá de un soneto joven. Gotas de rocío de ron añejo se descuelgan, tibias, en el valle su sombra quebrada siembra la calle lama a gusto el suelo, borracho viejo. Entre palabras y vino el buen necio pide saber más de lo que no sabe. Ande escuche, calle usted, ría y cante que no sufre quien siquiera entiende. Asoma panza debajo del alma vacía de todo lo que no es comida. Llena de dulce, dulce ignorancia. Tienda usted entre rimas pobres varias la sombra de su vida paupérrima y siga lamiendo el suelo pobre.

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Tercer balbuceo, novena lucubración: de quien lo ha vivido todo y aún tiene sed. De muy poca gente, sin duda. Y una mirada un canto una palabra el silencio de un niño que se niega a decir nada el primer paso el último el primer pensamiento su olvido ¡un recuerdo! un momento lo perdido un silbido un saludo la meta el camino un instante su consecutivo un amor sus dedos entrelazados con los propios la guerra ¿un amor? un amor dos amores el tercero y la muerte el hogar el horizonte el marchar el leer una historia de un flaco loco y un gordo quizá inteligente que vayan donde vayan al final vuelven una bandera hecha jirones y sus costureros un ejército uno dos veinte doscientos la humanidad la familia y unos versos ah, el escribir... ¡el ser eterno!

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Tercer balbuceo, décima lucubración: de un chaval con un ojo de cada color, que ve la vida en blanco y negro. Todo se refleja en el mundo una gran bola de problemas el globo de las calamidades los odios y las verdades que nadie quiere escuchar el mercado sin esclavos jamás más esclavizado que ahora el odio brillando en cada farola la envidia en suaves olas surcando los vientos, mares tierras, empresas, relaciones vidas, amistades, matrimonios ángeles, demonios, religiones países, tribus si queda alguna la sociedad crece en su cuna mirando colgar sobre ella un sonajero de sangre el niño aprende antes a matar que a amar el sexo se torna violencia donde siempre fue juego y aun así, si pienso en tus labios en la forma en la que mece tu flequillo el viento y el reflejo de tu opaca mejilla frente al sol la lágrima desprendida y el mirar en el horizonte se torna todo mejor susurro la esperanza, la esperanza, la esperanza la esperanza bailando entre contradicciones un último atisbo de rosa y azul, de verde entre el negro de un nuevo nacer, un big bang desde cero un punto y final y un comienzo entre cadáveres de odio, celos y amos el mundo de los esclavos libertos y el besar tierno el mundo del amanecer un abrazo materno de quien parió la nueva vida quizá todo igual... pero otra perspectiva.

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Tercer balbuceo, undécima lucubración: de quien declara sus intenciones. ¿De quien cumple sus intenciones? Nada tengo mi fin es ahogar la agonía del vivir buceando en sus pechos dándoles la patria potestad para encadenarme tornarme esclavo de un ideal hecho carne y no percibir el tiempo ni su paso incesante la cercanía de la muerte huida de vida inocente que sea en besos de infante sobre su cuerpo y el gemir de sus labios donde encuentre pausa para el fluir y primavera inagotable.

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Lapsus Suena Serrat y la calle Alcalá me observa quisiera poder acabar esto sin escribir una última palabra y sin embargo sólo resta una lucubración, la propia, el punto y final del balbuceo es mi saliva la que cae al suelo y mi rostro sin gesto el que habla. No hay nada que pueda retrasar. Ya he vertido toda mi alma.

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Tercer balbuceo, lucubración final: Incipit Luis. Estabas aquí, mi negra luz. Fuiste gota, muerta sonrisa, vagabunda mirada. Estabas aquí, mi negra luz. Y sin ti vive en mí la brisa pura alegría más pura, mi alma.

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