Transmisión de la fe en la cultura contemporánea

July 21, 2017 | Autor: César Izquierdo | Categoría: Teologia Fundamental, Educación en la fe
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Descripción

1 La transmisión de la fe en la cultura contemporánea CÉSAR IzQUIERDO URBINA

Universidad de Navarra

La transmisión de la fe en nuestro tiempo se asemeja en muchas ocasiones a la tarea de Sísifo: un esfuerzo ímprobo y una ilusión mantenida por transmitir la fe a través de la catequesis y de actividades diversas, de forma que todo parece ir de manera prometedora, hasta que los niños llegan a los 12-13 años, y entonces tiene lugar la desbandada generaP, dejando la impresión amarga de que todo ha sido inútil, y que se debe volver a empezar con la esperanza mellada. La situación, pues, es esta: por un lado, la transmisión de la fe es misión primordial de la Iglesia y condición de su futuro. Por otro, la situación actual plantea retos y exigencias para los que, hasta la fecha, no hemos encontrado una forma clara y de aplicación universal de responder con eficacia. Hay mucha gente en la Iglesia dispuesta a emplearse a fondo en la 1

El proceso es el siguiente: el 80% de quienes tienen entre 6 y 11 años se considera cristiano, y de ellos el 40% asiste a la misa dominical. Los que están entre 12 y 14 años ya han cambiado: el 60% se considera cristiano, mientras que el 20% va a misa los domingos. De los de 13 a 15 años, el 25% está convencido de que Dios existe, y el17% va a la iglesia semanalmente. Finalmente, el 50% de la población entre 15 a 29 años se dice «católico no practicante», el 11,7% se declara "católico practicante", un 7,9% es «creyente de otra religión». Cf. Encuesta de infancia en España: http://www.fundacion-sm.com/ArchivosColegios/fundacionSM/Archivos/2008/Estudios/06_Creencias .pdf

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transmisión de la fe. Muchos consiguen hacerlo, y es necesario reconocerlo y aprender de ellos. Pero la situación general es de una cierta perplejidad ante las condiciones sociales y culturales de nuestro tiempo -tan parecidas por la globalización y tan diferentes por la acentuación de identidades particulares-, que parecen hipotecar la eficacia en la transmisión. ¿Cómo configurar un marco justo para el trabajo que debe ser realizado, en el que podamos contribuir unos y otros, pastores, teólogos, padres, educadores, parroquias, escuelas, etc.? No tengo la respuesta. Propongo que cambiemos el punto de mira y que no nos fijemos en la "circunstancia", aunque sea la circunstancia que nos envuelve (la sociedad actual, la cultura de nuestro tiempo, cómo están las cosas), sino que atendamos, ante todo, a lo permanente y sustantivo: el gran acto de transmisión del mensaje cristiano que la Iglesia lleva a cabo a través del tiempo, y que constituye su propio ser2 • En otro tiempo, se diría: volvamos a las fuentes de las que manan la realidad y la experiencia original de la transmisión de la fe. En consecuencia, nos detendremos primero en la naturaleza de la transmisión de la fe en la Iglesia para pasar, en un segundo momento, a las condiciones en que esa transmisión se realiza en nuestro tiempo y a los medios por los cuales puede convertirse en un mecanismo más eficaz. Podría decirse que la primera parte es más bien teológica, y la segunda pastoral. Pero no conviene engañarse: bastantes problemas pastorales tienen su raíz en una teología insuficiente o pobre. La experiencia histórica de la Iglesia en la que se ha fraguado la teología no ha visto separación entre lo que se cree, lo que se conoce y lo que se practica3 • 2

Lo afirmó claramente el Concilio Vaticano II: la Iglesia «cunctis generationibus transmittit omne quod ipsa est, omne quod credit» (DV, n. 8). 3 Algunos títulos recientes en el ámbito español sobre la transmisión de la fe son los siguientes: L. DucH, La crisis de la transmisión de la fe, PPC,

l. Anuncio y transmisión Hacia el año 57 escribía Pablo a los cristianos de Corinto: «Yo recib~ del _S~ñor lo que también os transmití». Lo que Pablo habia recibido era el relato de la institución de la eucaristía, de un hecho por tanto que contaba con testigos: «Que el Señor Jesú~, la noche en que iba a ser entregado tomó pan, y, dando gracias, lo partió y dijo: esto es mi cuerpo que se da por vosotros ... » (1 Cor 11, 23-24). Más adelante, a propósito de la Resurrección del Señor recuerda: «Os transmití en primer lugar lo que yo recibí. .. >; (1 Cor 15, 3). Pablo transmite lo que ha recibido: del Señor, de los testigos de Cristo resucitado. La transmisión tiene su condición fun~amental y primera en el testimonio de aquellos que anuncian los hechos que ellos mismos han conocido: «Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos a propósito d~l Verbo de la vida ( ... ), lo que hemos visto y oído os lo anunciamos» (1 In 1, 1.5). Esa es la ley que preside el anuncio cristiano que realiza la Iglesia: «Hemos visto os lo ' anunciamos y damos testimonio» (1 Jn 1, 2). Así pues, la cadena en que se encuentra la transmisión viene después del anuncio, y el anuncio después del testimonio. Los textos paulinos proporcionan elementos permanentes de la Madrid 2009; J. SEsE, R. PELLITERO (eds.), La transmisión de !aje en la sociedad

c~ntemporán~a, Eunsa, Pamplona 2008; E. BUENO, La transmisión de !aje: hacza ~~a lglesza de puertas abiertas, Monte Carmelo, Burgos 2008; R. MARTÍNEZ et aln (coord.), La transmisión de la fe: la propuesta cristiana en la era secular. VI Jornadas de T~ología, Instituto Teológico Compostelano, Santiago de Compostela 2~0~} C. ALvAREz V ARELA et alii (coord.), Creí, por eso hablé: retos para la transmz~zon de !aje, VII Jornadas de Teología, Instituto Teológico Compostelano, San~Iago de Compostela 2007; J. MARTIN VELAsco, La transmisión de Zafe en la soczedad contemporánea, Sal Terrae, Santander 2002.

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transmisión de la fe en la Iglesia: lo que se transmite es el núcleo del anuncio cristiano, el Evangelio, acogido en la fe. Este núcleo está formado por hechos ocurridos una vez («la noche en que fue ~ntregado, tomó pan ... »; «Cristo ~urió»), no por doctrinas 0 pensamientos humanos. Una doctnna no se anuncia, sino que se enseña. En cambio, a los hechos solo accede~ los testigos, y a través de ellos aquellos que aceptan ~u te~ti­ monio: «mediante una cadena ininterrumpida de testlm~mos llega a nosotros el rostro de Jesús», leemos en Lumen fidez, que continúa afirmando: «El pasado de la fe, aquel acto de amor de Jesús, que ha hecho germinar en el mundo una vida nue~a, nos llega en la memoria de otros, de testigos, co~servado VIVO en 4 aquel sujeto único de memoria que es la Iglesia» • Los hechos son inmodificables: lo que sucedió, sucedió. Se puede aceptar o rechazar el testimonio, pero lo que no se puede es modificar los hechos a vo!untad del ~yente. Los hechos van acompañados de un sentido determinado, y en eso consiste el anuncio cristiano: lo que Jesús hizo y dijo ~u.e" todo para nuestra salvación (DV, nn. 4 ~ 19). La trans~s10n de lo que Jesús hizo y dijo exige, en ~n~~r lu~ar.' fidelidad .a lo recibido en el kerigma, en la predicaciOn cnstlana que viene de los Apóstoles y testigos del Señor. Las implicaciones de las palabras de Pablo en 1 Cor 11 y 15 para la tr,ansmisión de la fe tienen u~ largo alc.a~ce. El anuncio de Cristo salvador, muerto y resucitado, part~cipa~el. mismo "para" de toda la vida de Jesús, des~ pro~xistencm. De hecho, la entrega original es la del propio Jesus. El ~o­ mento fontal de toda entrega es la del mismo Cristo, a q~Ien el Padre «entregó (tradidit) por nosotros» (Ro m 8, 32). Cn~to mismo «me amó y se entregó a sí mismo (tradidit semetzpsum) por mí» (Gál2, 20); «amó a la Iglesia y se entregó (tra4

FRANCISCO,

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didit) por ella» (Ef 5, 25). La entrega final de la Cena y de la cruz supone el cierre de la entrega primera que es la vida y la enseñanza de Jesús.

Los hechos de Jesús son para nuestra salvación; el anuncio es para que creáis. Precisamente en el principio "para" engarza de forma natural la transmisión. La misión de los Apóstoles consiste en anunciar y dar testimonio de lo que han visto y oído para que todos los hombres crean y se salven en Cristo. La fe recibida debe ser transmitida porque es para todos los hombres, y por eso la transmisión es para que la fe sea desde el principio la vida de las comunidades y de cada uno de sus miembros. En el recibir y en el entregar aparece la apostolicidad de la Iglesia, de la comunidad de los que, desde el principio, creen y transmiten la fe. La íntima relación entre lo recibido-transmitido y la eucaristía, contenida en 1 Cor 11, señala el profundo sentido real, personal y a la vez mistérico de lo transmitido: es el mismo Cristo entregado el que se entrega y se recibe realmente. A partir de ahí, toda verdadera teología de la transmisión (de la tradición) está marcada por el carácter cristológico y eucarístico, del que procede la dimensión eclesiológica, función del cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

2. El sujeto de la transmisión: la Iglesia «La fe ha sido transmitida a los santos de una vez por todas» (fue 3; cf. 2 Pe 2, 21). En Lumenfidei la transmisión -y previamente la fe- se relaciona reiteradamente con la memoria. La Iglesia es «el sujeto único de memoria» que transmite un

Lumenfidei, n. 38.

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«tesoro de memoria» 5 • Hay una memoria del Señor Jesús que la Iglesia conserva porque ella, abarcando a todos, es un sujeto único. Como escribió J. A. Mohler en la Simbólica a propósito de la tradición: «El principio interno de la vida cristiana, la fuerza interna de la fe, solo del conjunto o totalidad, la recibió cada uno, y, en este sentido, todos los creyentes, desde los Apóstoles, forman, a través de los tiempos, una unidad» 6 . Y de modo rotundo: «Todos los cristianos, sin distinción de épocas, forman un todo» 7 • La Iglesia ha recibido de los Apóstoles lo que ellos recibieron de Cristo y lo que Cristo recibió de Dios 8 . El anuncio y testimonio de Cristo tiene como norma interior la fidelidad en la transmisión. La primera condición para que el testimonio y anuncio de la Iglesia sea auténtico y por tanto digno de ser escuchado es que no se centre en sí misma, sino en su Maestro y Señor, y que al presentarlo en su totalidad y plenitud deje traslucir la verdad y la belleza del misterio de Dios revelado en Cristo. N o puede añadir ni quitar nada de su testimonio, no puede seleccionar y excluir nada de lo que ella oyó, vio y tocó del Verbo de la vida, porque si lo hiciera sustituiría el hecho original, impredecible y totalmente gratuito de Cristo, por un parecer u opinión humana. La Iglesia lleva a cabo la transmisión de la fe por medio de sus miembros. Todas las acciones que conducen a la transmisión deben gozar de la característica de la eclesialidad, independientemente de que las realicen personas particulares o 5

y 46. Cf. nn. 5, 9, 12, 25, 40, 45, 49, 50. J. A. MóHLER, Simbólica o Exposición de las diferencias dogmáticas de católicos y protestantes según sus públiéas profesiones de fe, Cristiandad, Madrid FRANcisco, Lumenfidei, nn. 38

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2000, p. 121. J. A. MóHLER, La unidad en la Iglesia, Eunate, Pamplona 1996, p. 140. 8 Cf. TERTULIANO, De praescriptione haereticorum, 37, 1: «In ea regula incedimus quam Ecclesiae ab apostolis, apostoli a Christo, Christus a Deo tradidit>>.

instituciones. No son actos que nadie se pueda apropiar ni a los que tengan más derecho unos que otros en nombre de una competencia meramente humana. La entrega de lo recibido debe mantener claramente abierto el vínculo que llega hasta l~s Apóstoles y que sobre este fundamento construye la Iglesia en cada momento. En este sentido, la sucesión apostólica no supone una limitación, sino lo contrario, la apertura del Evangelio a todos los bautizados y la garantía de que nada se puede presentar como perteneciente a la fe si no muestra la característica de la apostolicidad. Ha pasado mucho tiempo desde la crisis gnóstica, pero la fuerza con que esta se desarrolló en el siglo II sigue siendo una ~xperiencia aleccionadora. Los gnósticos -de cuyo planteamiento Lumen fidei afirma «que sigue teniendo su atractivo y sus defensores también en nuestros días» 9- pretendían que había grados de autenticidad en la fe y en verdad conocida. El grado máximo correspondería a los doctores que habrían recibido de otros doctores una tradición especial, reservada a ellos, de modo que les correspondía el juicio último sobre la fe cristiana. Frente a esa posición, la Iglesia afirmó que la garantía de la verdad recibida no dependía de una sucesión de doctores, sino de pastores constituidos como tales por el don de la imposición de manos, y no por una competencia humana. Los pastores -los Apóstoles en último término- eran la garantía de que la transmisión de la fe estaba destinada y era accesible a todos los bautizados, sin distinciones elitistas por causa de la ciencia u otra razón. También en nuestro tiempo, la apostolicidad de la transmisión de la fe es la condición fundamental de la autenticidad de lo recibido. Lo que importa en los diversos modos de transmi-

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FRANcisco, Lumen fidei, n. 47.

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tir la fe o de la educación cristiana es, en último término, que esté de acuerdo con lo recibido de Iglesia apostólica; este es el criterio de validez. Junto al criterio de validez, hay criterios de adaptación a las características culturales, de sensibilidad, ideológicas etc, pero estas no son nunca motivo para una menor aceptación eclesial o para algún tipo de distanciamiento. En la Iglesia tienen un lugar todos los bautizados que confiesan su fe en Cristo resucitado y celebran fraternalmente los misterios cristianos independientemente de cualquier circunstancia personal, social, cultural, política, económica o de cualquier otro tipo que, en relación con la fe, siempre serán accidentales. Por su parte, la eclesialidad de la transmisión tiene que brillar en todo testigo y apóstol de la misma. La fe que se entrega brota de la Iglesia y a la misma Iglesia debe conducir. Los padres, tutores, catequistas, maestros, ministros que transmiten y educan en la fe no realizan algo que tiene un sentido de afirmación personal o de grupo, sino que llevan a cabo la misión de la Iglesia a la que vivifican al extender el conocimiento de Cristo y la vida de la fe. En la transmisión de la fe son especialmente necesarios los maestros y los testigos, que actualizan de diversas maneras el magisterio y el testimonio de la Iglesia. Los testigos de la fe son especialmente quienes ponen claramente de manifiesto la verdad y la capacidad transformadora de la adhesión y entrega a Cristo. De ello es una prueba palpable el testimonio por excelencia que es el martirio: «Los derechos de la verdad son plenamente reconocidos por la intrepidez del testigo que transmite -sin importar lo que cueste, aunque sea la vida- el mensaje que se le ha confiado. En el martirio, lo absoluto del sacrificio revela y glorifica lo absoluto de la verdad» 10 •

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Hay una profunda vinculación del testimonio con la verdad. El testimonio cristiano es necesariamente testimonio de la verdad (cf. In 3, 33; 5, 33; 18, 37). El testigo transmite lo que él mismo ha visto, oído, tocado del Verbo de la vida, y su testimonio queda acreditado por la vida transformada del testigo. Por esta razón, sería irrisoria la transmisión de la fe llevada a cabo de manera oficial por alguien cuya vida chocara públicamente con la fe que transmite. El testigo cuya vida es coherente con el mensaje que transmite tiene autoridad, y puede entonces ser verdadero maestro. Las célebres palabras de Pablo VI retomadas posteriormente por Juan Pablo II siguen siendo oportunas en este punto: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio» 11 •

3. Lo que la Iglesia transmite La fe que se transmite se refiere a la vez al contenido y al acto mismo de creer. A primera vista podría parecer que solo el contenido de la fe (fides quae) es transmisible y que, en cambio, el acto de fe (fides qua) cae dentro de la autonomía del sujeto, de su asentimiento y de la adhesión que nadie puede prestar en su lugar, ni por tanto ser transmitido porque comienza en cada sujeto. En realidad, sin embargo, el acto cristiano de fe no depende de la espontaneidad del sujeto ni de una configuración personal de lo que significa la fe. El acto cristiano de creer es específico, no se confunde con ningún 11

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E. BARBOTIN, "Témoignage", en Dictionnaire de Spiritualité XV, Beauchesne, París 1991, p. 140

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PABLO VI, Discurso a los miembros del Consilium de Laicis (2.X.1974): AAS 66 (1974), p. 568: Evangelii nuntiandi, n. 41. Juan Pablo 11 las recogió en Redemptoris missio, n. 42.

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otro acto ni con ninguna otra fe. Siendo un acto personal, la fe es al mismo tiempo eclesial, y esa eclesialidad afecta no solo al contenido, sino al mismo acto; se aprende a creer en la Iglesia. Cuando el cristiano dice "creo" es también la Iglesia la que en él confiesa la fe, y todo "creo" equivale al "creemos" del "nosotros" eclesial 12 • En la transmisión de la fe no es posible una separación radical entre el contenido y el acto de la fe. Las expresiones latinas .fides quae ,.fides qua, que tienen su origen en san Agustín, solo se pueden entender dinámicamente porque les falta algo para tener sentido; necesitan el verbo de acción (credere) que se atribuye tanto al sujeto como al objeto del acto de fe, expresando de ese modo su mutua implicación. En la .fides quae creditur está presente el acto del creer, y en la .fides qua creditur no se puede prescindir del contenido de la fe aunque lo significado de manera inmediata sea el acto del sujeto; de ese modo la fe es .fides qua creditur .fides quae creditur: la fe con la que creemos en la fe que creemos 13 • Se transmite, en consecuencia, la fe creída y el acto con el que se cree. En este segundo aspecto aparece el carácter de aprendizaje de la fe que tiene lugar en la escuela que es la Iglesia. La transmisión de la fe no es un proceso natural de mera entrega de algo a quien lo recibe. No hay transmisión de la fe sin la humildad de quien se sabe alcanzado por el don de Dios que invita a creer y da la gracia de la fe en Cristo. Para que la transmisión de la fe sea efectiva, es decir que acabe en fe del receptor es necesaria, antes o después, la conversión. La fe es el tesoro escondido que se recibe, pero que exige vender lo que uno tiene. Por esta razón, la llamada a la conversión Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 167 C. IzQUIERDO, «Fides qua- Fides quae, la permanente "circumincesión"», Teología y Catequesis 125 (2013),pp. 57-77. 12

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(«convertíos y creed») no puede ser sustituida por unas supuestas condiciones ideales para transmisión de la fe. Como afirmaba Benedicto XVI en una de sus catequesis en al Año de la fe, «los contenidos o verdades de la fe (jides quae) se vinculan directamente a nuestra cotidianeidad; piden una conversión de la existencia, que da vida a un nuevo modo de creer en Dios (jides qua). Conocer a Dios, encontrarle, profundizar en los rasgos de su rostro, pone en juego nuestra vida porque él entra en los dinamismos profundos del ser humano» 14 • Las dificultades en la transmisión de la fe se han situado principalmente en el ámbito de la .fides qua, y el esfuerzo de los agentes de la transmisión ha ido precisamente en esa dirección. Y probablemente es ahí mismo donde se deben revisar los métodos y objetivos que se han perseguido. Se trataba de suscitar una fe madura en los adolescentes y jóvenes, y para ello acabó imperando el criterio de eficacia. Pero en tiempos de secularización, la eficacia se ha conseguido a base de una naturalización del mensaje cristiano en el que todo era aceptable si resultaba coherente con las manifestaciones de un "espíritu joven". La fe ha sido presentada en muchos casos bajo la forma de experiencia, pero de una experiencia bastante sentimental, sin mucho contenido -aparte de la vaga necesidad de amar a los demás-, sin mordiente moral ni exigencia misionera; no raramente como una forma de auto-complacencia religiosa. Una predicación etérea, una liturgia completamente comprensible, desprovista de misterio -inventada por los ministros y finalizada en el grupo en que se celebra, sin conexión eclesial- han producido efectos fulgurantes a veces, pero efímeros. Ha sido una fe y una vida cristiana "de relámpago", con apariencia de realidad, pero sin base y, por tanto, sin posibilidad de permanecer.

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BENEDICTO

XVI, Audiencia general (17 .X.2012).

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Dicho lo anterior, se debe insistir en que se debe suscitar el entusiasmo de la fe en Cristo Jesús, verdad fundamental y camino para el creyente, y para ello la transmisión de la fe debe integrar lafides quae y lafides qua ... La transmisión de la fe alcanza su fin cuando los destinatarios recorren personalmente el camino de fe en la que fueron bautizados. Cierto, no es lo mismo transmisión de la fe que la primera evangelización. Pero en uno y en otro itinerario, es insustituible el acto personal de adhesión a la fe, el camino personal hacia el encuentro con Cristo. Algunos autores han hablado de un hecho exterior y un hecho interior en el camino de la fe. Así lo ha hecho -apoyándose en el "método de la providencia" de Dechamps- el filósofo francés Maurice Blondel (1861-1949) 15 • En ellos aparecen una vez más los dominios de la objetividad y de la subjetividad a los que corresponderían respectivamente el mensaje a creer (el Evangelio) y las disposiciones interiores. El hecho exterior es el misterio cristiano, la fe transmitida, en tanto que el hecho interior viene constituido por la gracia, la buena voluntad práctica, la vida recta, la docilidad a las inspiraciones infusas, etc. Cuando ambos -hecho interior y hecho exterior- confluyen, el encuentro da lugar a una interacción: el hecho exterior se recibe como don que interpreta al sujeto, a su necesidad y a su anhelo, marcando el verdadero significado de la espera y de la plenitud a que aspiraba. El resultado es que el hecho exterior es la respuesta plena a las expectativas del hecho interior, al mismo tiempo que va 15 Me he ocupado de esta cuestión en: C. IzQUIERDO, De la razón a Zafe. La aportación de M. Blondel a la teología, Eunsa, Pamplona 1999, pp. 213-228; «Le "sumaturel anonyme" et la foi. Les articles de Blondel signés F. Mallet», Annales Theologici 16 (2002), pp. 355-379. En este epígrafe y en el siguiente retomo algunas ideas de esos trabajos.

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más allá de ellas de manera que nunca puede quedar reducido a la función de dar satisfacción a lo que el sujeto necesita. A su vez, el hecho interior pone de manifiesto el sentido que tiene la verdad que se recibe del exterior. El encuentro de estos dos hechos hace que la revelación y la gracia no sean algo que viene simplemente desde fuera, sino que son realmente para nosotros realidades que nos afectan, tanto si las aceptamos como si las rechazamos. Por la acción del hecho interior y del hecho exterior, el acto de fe presenta la doble característica de ser a la vez asentimiento, y adhesión y entrega confiada. Es asentimiento porque el don recibido en la revelación pide sobre todo la acogida fiel que lleva a conformar las facultades con el contenido de ese mensaje que incluye una comunicación de verdades divinas. El asentimiento de la fe supone un ir más allá del propio conocimiento o experiencia para aceptar la verdad recibida y atenerse fielmente a ella. Pero esta verdad no se dirige solamente a la mente o a la confesión en la Iglesia, sino a todo el sujeto. Las verdades no son sino la articulación de un Hecho fundamental que es Cristo, el cual se prolonga en el "hecho" de la Iglesia 16 • Cristo no representa simplemente alguien respaldado por una autoridad exterior al hombre, sino que se muestra como el verdadero sentido de la vida humana. Por eso, la fe es encuentro con Cristo en quien acontecimiento y sentido confluyen de manera única. Él ha asumido en plenitud la existencia humana y ha mostrado al hombre la necesidad radical de su relación con Dios. Su enseñanza es luz que guía al hombre por derroteros de plenitud existencial y moral. Al asumir el dolor y la muerte ha dejado patente para el hombre que son 16

Cf. G. JIN-SANG KWAK, La foi comme vie communiqué. Pides qua et fides quae chez Henri de Lubac, Desclée de Brouwer, París 2011, pp. 160-176.

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camino de salvación cuando se viven con esperanza y amor. Como enseña el Concilio Vaticano II: «Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta obscuridad» 17 • En último término, Cristo «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» 18 .

4. Misterio, Depósito de la fe La transmisión de la fe tiene lugar, al menos en parte, por los mismos procesos por los que se transmite la cultura. Los núcleos más activos en esa transmisión son inicialmente la familia, y más tarde la escuela y lo que podríamos llamar "la calle", es decir esa atmósfera imperceptible que todos, niños y jóvenes incluidos, respiran y que está formada por modos y modas, por los grupos en que se integran, por los medios de comunicación, etc. A ellos se ha unido en los últimos decenios el efecto, todavía incalculable, del "cable" y del "sin cable" (wireless), o sea, de Internet y todo lo asociado con la Red. A través de ellos se asimilan los elementos que constituyen la propia identidad. La transmisión de la fe también incluye elementos culturales, pero su núcleo es el anuncio de Cristo que trasciende a la cultura y reclama la adhesión personal de la fe. Creo que en la transmisión de la fe debe recuperarse la dimensión de misterio revelado, de misterio de Dios, de Cristo, de la Iglesia, del hombre. La revelación del misterio de Dios nos permite saber más sobre Dios, y lo primero que nos 17 18

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Gaudium et spes, n. 22. lbíd.

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enseña es que Dios es infinitamente más grande que nuestra comprensión y que nuestras palabras; que el misterio es realidad que envuelve a quien se adentra en él por la fe y por los sacramentos; que se debe confesar y al mismo tiempo contemplar y adorar en silencio; que se debe celebrar haciendo actual y eficiente lo que el misterio expresa y realiza. Esto significa que la fe no se sitúa en la secuencia de una evolución natural de algunas personas, sino que es algo inédito, que no forma parte de actitudes o hechos naturales que aparecen en el despliegue moral de las culturas. Para aceptar la fe que se transmite es necesaria una entrega generosa de la persona a la llamada de Dios, una acogida arriesgada del don que se ofrece. Acoger la fe transmitida es aceptar la entrega y la oferta de Dios, que se presentan como algo "lógicamente" rechazable porque se sitúan más allá de la inmanencia de este mundo, y al mismo tiempo atrayente y lleno de promesas; es entender que en la aceptación rendida de Cristo se encuentra la plenitud de la propia existencia. Es, en última instancia, comprometerse con la autenticidad de la revelación de Dios en Cristo. Frente a esta propuesta, la invitación a abrirse a una fe naturalizada, llena de normalidad y de lógica humana, carece de atractivo duradero, y acaba defraudando. Transmitir la fe en los misterios implica por tanto una actitud verdaderamente religiosa en la que Dios ocupa el centro y a su luz la criatura aparece llena de sentido. De ese modo tiene lugar la verdadera comprensión de la fe que es asentimiento y adhesión incondicional a Cristo revelador y revelación de Dios. Se deben en consecuencia transmitir los misterios de manera clara: catequética y teológicamente consistentes, sin infantilismos ni tampoco sin razones accesibles a cada uno. A título de ejemplo, es ilustrativo a este respecto el testimonio de E. Anscombe, catedrática de Filosofía Moral en la Universidad de Cambridge, y discípula y albacea testamentaria de 75

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Ludwig Wittgenstein. En un escrito breve sobre la transustanciación afirmaba que esta verdad se debía explicar a los niños pequeños tan pronto como sea posible, aunque sin usar el término transustanciación que no pertenece al vocabulario infantil. Y la mejor manera de hacerlo es en la misa durante la consagración 19 • De este modo subrayaba dos aspectos importantes en la transmisión de la fe: que se ha de transmitir como es, y que alcanza su máxima significación en la celebración de los mismos misterios, en la liturgia, como veremos más tarde. Junto a los misterios, la transmisión de la fe no debería temer a la idea de "depósito" (parathéke) que menciona san Pablo en las cartas a Timoteo: «Guarda el depósito» (1 Tim 6, 20); «guarda el buen depósito por medio del Espíritu Santo que habita en nosotros» (2 Tim 1, 14). El exceso de objetivismo con que en ocasiones se ha presentado el Depositumfidei, casi como una realidad cuantitativa que ha de ser conservada en su materialidad, ha provocado una cierta desconfianza en el concepto mismo de Depósito. Ciertamente el Depósito no es una lista de verdades que se ha de mantener. Más bien se debe entender como lo hizo Pablo VI en la clausura del Concilio Vaticano II: «Depósito recibido de Cristo y meditado en el curso de los siglos, vivido y expresado, y ahora aclarado en 19

G. E. M. ANSCOMBE, «On Transustantiation», en Collected Philosophical Papers, III: Ethics, Politics and Religion, Blackwell, Oxford 1981, p. 107. Scripta Theologica publicó la versión española: G.E.M. ANscoMBE, «Sobre la transustanciación», Scripta Theologica 24 (1992), pp. 603-611. El texto continúa así: «Puede enseñarse a un niño así susurrándole cosas como: "¡Mira!, mira lo que hace el sacerdote ... Está diciendo las palabras de Jesús que convierten el pan en el Cuerpo de Jesús. Ahora lo está alzando. ¡Mira! Ahora, inclina tu cabeza y di 'Señor mío y Dios mío"'. "Mira, ahora ha cogido el cáliz. Está diciendo las palabras que convierten el vino en la Sangre de Jesús. Mira al cáliz. Ahora inclina la cabeza y di: 'Creemos y adoramos tu preciosa Sangre, oh, Cristo de Dios"'. Esto puede hacerse sin molestar a la gente de alrededor. Si la persona que lleva un niño pequeño a misa actúa siempre así, sin hacerlo de modo inoportuno, el niño aprenderá mucho»: pp. 603-604.

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tantas de sus partes, establecido y ordenado en su integridad; depósito vivo por la divina virtud de verdad y gracia que lo constituye, y, por eso, idóneo para vivificar a quienquiera que lo acoja piadosamente y que alimente con él su propia existencia humana» 20 . El acto apostólico del testimonio fue único, pero el acto de transmisión de ese testimonio deberá continuar en el magisterio (cf. 2 Tim 2, 2). Al referirse al Depósito, Pablo está invitando a la conformidad del magisterio con el testimonio apostólico. La transmisión del Depósito en su integridad, garantizada por la sucesión apostólica, es una exigencia interior a la misma fe de todos a quienes se ha confiado la transmisión de la fe, es decir, de todos los bautizados. El papa Francisco lo ha expresado claramente en Lumen fidei: «Cada época puede encontrar algunos puntos de la fe más fáciles o difíciles de aceptar: por eso es importante vigilar para que se transmita todo el Depósito de la fe (cf. 1 Tim 6, 20), para que se insista oportunamente en todos los aspectos de la confesión de fe. En efecto, puesto que la unidad de la fe es la unidad de la Iglesia, quitar algo a la fe es quitar algo a la verdad de la comunión» 21 .

5. El cambio de marco cultural Vivimos la transmisión de la fe en la sociedad actual como un grave problema. El término "crisis" parece indiscutiblemente el más adecuado para referirse a ella22 • Es como si des20

PABLO VI, Discurso de clausura del Concilio Vaticano U (7 .XII.1965). Lumenfidei, n. 48. 22 Cf. L. DucH, La crisis de la transmisión de la fe, cit.; J. MARTIN VELAsco, La transmisión de la fe en la sociedad contemporánea, cit.: «La grave crisis por la que atraviesa esa transmisión» (p. 7). 21

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de hace años asistiéramos a la aparición de brechas cada vez más grandes en el muro que une las generaciones, y del que se espera en cualquier momento el colapso. Los obispos españoles han hablado, tomando palabras de Benedicto XVI, de «emergencia educativa» 23 • Emergencia porque estaríamos al borde de una ruptura entre generaciones cristianas y otras que ya no lo serían. La continuidad entre las generaciones de creyentes de antes y las generaciones de ahora no contaría con la fe, la vida y las referencias cristianas entre los elementos que la constituyen.

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pastoral como teológico~ y en segundo lugar, ofrecer algunos elementos de prognosis acompañada de la correspondiente prevención y terapia.

Para el cristiano nunca hay razón para el pesimismo, aunque comprendamos la gravedad y urgencia de la misión que tenemos por delante. Negar esa urgencia o disimular la magnitud del desafío equivaldría a una complicidad con un proceso en el que no sería imposible la disminución o incluso desaparición del cristianismo en nuestras sociedades occidentales ricas y cansadas. El recuerdo de lo que sucedió con las florecientes comunidades cristianas en los primeros siglos de nuestra era en el norte de África es tópico, pero no por ello menos digno de ser tenido en cuenta.

La situación actual siempre se establece en una cierta dialéctica con la situación anterior. Ahora bien, ¿dónde ponemos la línea que separa lo anterior de lo actual? Hasta no hace mucho diríamos que desde el punto de vista eclesial, lo "actual" comenzó con el Vaticano II. Incluso, el Concilio no temió incorporar a uno de sus documentos fundamentales el término "actual": la constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actuaF5 . Se trataba, naturalmente, del mundo "actual" de 1965. Todavía hoy puede pensarse en el Concilio Vaticano II como punto de arranque de la actualidad en algunos aspectos, en la medida en que su enseñanza ha incidido en la manera de comprender la transmisión de la fe. Entre estos hay que situar la enseñanza sobre el carácter histórico de la revelación, la Iglesia como Pueblo de Dios, la libertad religiosa, y otros. Pero si tomamos la actualidad en un sentido más riguroso, debemos situar la actualidad mucho más cerca de nosotros.

En esta situación, es especialmente urgente una acción decidida y valiente para suturar las heridas y suscitar «la alegría y el entusiasmo de la fe» 24 que es la energía que alimenta su transmisión. Para ello, me propongo ofrecer unas reflexiones inspiradas en el proceder médico: realizar un diagnóstico sobre el estado general de la transmisión de la fe basado en un análisis preciso y al mismo tiempo moderado (para no llegar por el análisis a la parálisis) tanto desde un punto de vista

En el caso de España, lo actual en sentido amplio conecta también con el comienzo de la democracia a partir de 1978. También en relación con esa fecha hablamos de antes, del mundo anterior, en el que la transmisión de la fe era un fenómeno normal que se lograba fundamentalmente con éxito. Esto se debía al profundo sentido de la función de la autoridad en la familia, en la escuela y en la sociedad en general que afectaba a los valores tradicionales y culturales que servían

Cf. XCVII AsAMBLEA PLENARIA DE LA CoNFERENCIA EPISCOPAL EsPAÑOLA, Orientaciones pastorales para la coordinación de la familia, la parroquia y la escuela en la transmisión de Zafe (25.II.2013), EDICE, Madrid 2013 .. 24 BENEDICTO XVI, carta Portafidei, 2, 9

25 El título latino es Constitutio pastoralis de Ecclesia in mundo huius temporis. En la nota 1 de Gaudium et spes, que comenta la naturaleza del documento, se utiliza el adjetivo hodierno: «( ... ) ad mundum et ad homines hodiemos ... aspectus hodiemae vitae et societatis humanae». Los subrayados son míos.

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a la configuración de la identidad personal de cada uno. La misma percepción del tiempo contribuía al desarrollo armó nico de las personas y de las instituciones en los plazos y en las formas previstos. En ese contexto, el papel de los maestros y la eficacia de los modelos de vida contribuían al proceso de transmisión cultural que incluía la transmisión de la fe. La transmisión de la fe tenía lugar principalmente por el aprendizaje de los contenidos doctrinales y morales de la fe. No era solo eso, porque había una impregnación cristiana de todas las actividades de la vida a través del ejemplo de los mayores y de las costumbres incorporadas a la vida ordinaria; pero sin duda, la transmisión de la fe se apoyaba de manera fundamental en la catequesis y en la enseñanza religiosa. Nadie podría pensar, por supuesto, que con eso la vida cristiana estaba asegurada por sí misma. Las crisis religiosas de la adolescencia, de la juventud o ante dificultades de la vida provocaban enfriamientos en la vida cristiana o abandonos de la fe, pero sin que ello supusiera un olvido definitivo de la identidad personal como cristiano. En la mayor parte de los casos, sucedía lo que E. Waugh pone en boca de Cordelia en Retorno a Brideshead: que todos estaban prendidos con un anzuelo y una caña invisibles, lo bastante largos como para dejarles caminar hasta el fin del mundo y hacerles regresar con un tirón del hilo 26 . Todo lo anterior sería una explicación superficial si no se añade a continuación que la sociedad anterior a la actual, era una sociedad -al menos en España- muy religiosa, en la que la fe y los valores cristianos impregnaba hondamente la existencia de muchas personas, que con ellos creaban una atmósfera religiosa que impregnaba a las familias y a buena parte de la sociedad. 26

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E. WAUGH, Retorno a Brideshead, Tusquets, Barcelona 1994, p. 164.

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¿Qué sucede hoy, en una actualidad que cada vez dura menos porque no viene determinada solamente por el tiempo, sino sobre todo por la aceleración de la técnica -y sobre todo de la electrónica- aplicada a la comunicación? La crisis antes aludida afecta a tantos aspectos de la existencia, y afecta también a la fe de cristianos a quienes ha llegado la fe recibida y transmitida en la Iglesia, pero en quienes se ha debilitado o casi desaparecido, de forma que no tienen ni la voluntad ni la energía de transmitirla. Pero como sucede con las crisis, lo que se hunde es una oportunidad -proporciona los materiales- para construir mejor. Por ello es necesario superar la tentación de la negatividad, del derrotismo y de la desesperanza. Los elementos que han configurado la cultura actual son, entre otros, la conciencia de la libertad individual y una actitud de recelo ante lo recibido, en el orden personal; y la globalización en lo sociaF7 • La conciencia de la libertad individual se ha desarrollado especialmente con el progreso económico. En épocas de escasez el liberalismo es una doctrina más teórica que otra cosa, excepto para las élites: económicas, intelectuales, artísticas. Para el común de la gente, más bien es una amenaza por el riesgo de abuso de los fuertes, ya que en esas condiciones el ejercicio de la libertad individual solo es efectivo si se está en una situación de ventaja. Todo cambia cuando la mayoría accede a un nivel económico desahogado que le permite hacer libremente lo que deciden por sí mismos. En esta nueva situación, los principios de actuación recibidos (de las costumbres sociales, de la autoridad, de la moral social) 27

Hay otros factores más particulares «que inciden en las transmisiones» como los recogidos por L. Duch: la velocidad, la provisionalidad, la tradición, la "sociedad terapéutica", la confianza, la memoria, el testimonio, el consumismo (L. DucH, La crisis de la transmisión de Zafe, pp. 51-96).

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no son reconocidos, y cada uno se fabrica su propia norma y a la larga su propia verdad. Este proceso recibió en mayo del 68 un impulso decisivo. Entre otros fenómenos, la «muerte del padre» preconizada por Freud fue llevada a la práctica por lo que el principio de autoridad y dirección en la familia sufrió un ataque fortísimo. En países como España, a todo lo anterior se unió la recién estrenada democracia, en la que cada ciudadano podía decidir libremente sobre los dirigentes del Estado y sobre cuestiones personales que el Estado regulaba hasta entonces, sin verse atado por derechos adquiridos o limitaciones del pasado. Como resultado, una cierta conciencia "adánica" -en cada uno comienza todo- pasó a ser elemento común de las personas. La conciencia de la propia autonomía solo podía valorar "lo recibido" como algo, primero, muy relativo, y después como sospechoso. La sospecha enseñada a diversos niveles (los maestros de la sospecha han proliferado en aulas y medios de comunicación) ha producido al menos una generación completa de personas dispuestas a discutir todo a veces sin otra base que la de eslóganes eficaces difundidos en los media28 • Al no fiarse de nadie, se llega precozmente a una madurez que con mucha frecuencia no es tal; a una falsa seguridad en sí mismos y a la reclamación de total respeto para sus decisiones por equivocadas que estén. Como consecuencia se establecen vínculos frágiles, origen de profundas frustraciones que se tratan de disolver en identidades cuya referencia es el grupo.

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e incluso se llega recientemente a la apostasía formal. La exigencia de la moral cristiana les resulta incomprensible y amenazadora; la imagen de la Iglesia que han aceptado es la muy negativa que presentan propagandistas con frecuencia anticristianos. La consecuencia ha sido un debilitamiento de la identidad cristiana, sin duda, pero también la ausencia de una verdadera identidad personal y social como consecuencia de que cada uno es fruto de su propia libertad. En cuanto a la globalización, es inevitable ver en ella un elemento configurador de la atmósfera cultural que respiran los niños y jóvenes de nuestro tiempo. En un mundo sin apenas fronteras para la información, cualquier persona de cualquier rincón del mundo tiene noticia de lo que sucede en el extremo opuesto del planeta. El resultado de esta saturación informativa es que cada vez la diversidad (de costumbres, de modos de vida, de civilización) resulta menos extraña y en consecuencia el juicio sobre lo distinto es también más débil. Todo resulta en el fondo parecido, es decir, in-diferente lo cual conecta con el elemento postmodemo característico que es, precisamente, la indiferencia. A la vez, existe un movimiento de afirmación de lo particular que acaba integrando identidades 'Sociales o culturales particulares. En este panorama, la transmisión de la fe se encuentra con la dificultad de mostrar lo específico e irreductible de la cultura del Evangelio, y al mismo tiempo su apertura y capacidad de integrar lo diverso.

La sospecha ha afectado de manera especial a la fe cristiana. La mayoría de nuestros conciudadanos han sido bautizados, pero muchos no se reconocen ya como cristianos, 28

Cf. XCVII AsAMBLEA PLENARIA DE LA CoNFERENCIA EPISCOPAL EsPAÑOLA,

Orientaciones pastorales para la coordinación de la familia, la parroquia y la escuela en la transmisión de la fe, EDICE, Madrid 2013, n. 13.

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6. La situación actual de la transmisión de la fe Para acabar de entender el problema de la transmisión de la fe es preciso situarlo en el contexto más amplio de la cultura, y más precisamente, de la crisis cultural de nuestra época. Estamos demasiado cerca de lo que sucede y nos sucede para valorar las dimensiones del cambio a que asistimos. En un estudio lúcido sobre la situación cultural de nuestro tiempo y su evolución previsible, Aurelio Femández Femández alude repetidas veces a la idea del "descarrilamiento" (Entgleisung) que Habermas aplica a la cultura actual, a la civilización y a la modemidad29 • Otros autores hablan de "derrumbamiento", "descomposición", "decadencia", "crisis" y "caos"30 . Este proceso, del que la mayoría de las personas somos testigos y que nos afecta sin poder ejercer una acción decisiva en su devenir, indica que la transmisión de la fe tendrá ante sí una situación compleja y en proceso, quizás, de autodestrucción. La relación entre la fe cristiana y la cultura en nuestro momento particular de la historia es un elemento clave a considerar de cara al problema de la transmisión de la fe. Con el final de la situación anterior (y anterior aquí significa pre-democrática) en la que las relaciones entre fe y cultura se daban de manera estrecha y, en muchos casos, de forma bastante natural e incluso "oficial" se inauguró una época distinta en la que el primado de la libertad individual, ya anteriormente señalado, y un deseo de revancha por parte de quienes se consideraban sometidos al control de la censura comenzaron

29 AURELIO FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ, Hacia dónde camina Occidente. Pasado, presente y futuro de la cultura del siglo XXI, BAC, Madrid 2012, p. XI. 30 lbíd., p. 447.

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un ataque directo o indirecto a lo cristiano a través de los medios de comunicación. Por otro lado, la misma sociedad se fue orientando progresivamente hacia un bienestar presidido por valores inmanentes para los que la referencia cristiana resultaba inoportuna e incómoda. Los procesos de socialización en los que se veían involucrados los jóvenes no admitían elementos religiosos. Una cultura con elementos exclusivamente terrenos, ajenos a referencias morales, en la que lo efímero se estableció como característica normal, sin conexión con una verdad o bien objetivos, relativista, por tanto, y escéptica se fue estableciendo como atmósfera social y clima dominante. ¿Cómo presentar la transmisión de la fe en un clima cultural como el someramente descrito? Las posibilidades que se abren son, al menos, tres. a) Una respuesta consistió de hecho en la apertura total a la cultura que tuvo como consecuencia una cierta disolución de lo cristiano en forma de humanismo o de cultura con algunos valores. Para superar la dificultad de la transmisión y hacer más fácilmente aceptable el mensaje se acomodó a veces la fe transmitida a las categorías y expectativas de los jóvenes, limando aspectos más exigentes o arduos de comprensión y de aceptación. De este modo, se ha derivado la fe a una cosmovisión light en la que todo es bastante comprensible. El precio que se ha pagado ha sido elevado, porque ha quedado despojada de un aspecto esencial e irrenunciable: la referencia al misterio y a los misterios de la fe. Se ha transmitido una fe no misteriosa, un cierto humanismo teñido de religiosidad pero en el que Dios mismo -Cristo, Dios y hombre- no ocupa el lugar esencial desde el que se ilumina todo lo demás. Al mismo tiempo se minimizó la exigencia moral propiamente evangélica para tratar de amortiguar el choque entre el Evangelio y el espíritu del tiempo. La consecuencia ha sido que al hacer

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más comprensible la fe los jóvenes se han visto privados de la luz de los misterios, y como consecuencia se han quedado con una fe que no explica lo fundamental y que, seguramente, carece ella misma de interés. La fe en Cristo Jesús no defrauda a quien se abre plenamente a ella. La condición de que no defraude es que no sea reducida a mensaje humanizante, moralizante, propio de un código de corrección religiosa o de un movimiento cultural. Cuando la fe se presenta de una manera aceptable, liberada del escándalo que supone la confesión en la Encarnación del Hijo de Dios, del misterio de Dios trino y de la gracia, entonces pierde su capacidad de apelar a la respuesta generosa de las personas. Al verse fuertemente debilitada la identidad cristiana por la excesiva disposición al compromiso, el resultado es el abandono de una fe sin relieves propios o la derivación a un cristianismo a la carta, débil y, en el fondo, frustrante. Sería interesante considerar el hecho de que una buena parte de los jóvenes han sido y siguen siendo educados en colegios religiosos. ¿Qué ha sucedido para que asistamos al tremendo fracaso de esa educación? «En un país como España, en el que el 40 por ciento de la población juvenil estudia en centros de la Iglesia, es obligado preguntarse dónde queda la capacidad educativa, evangelizadora y apostólica de estos centros si luego resulta que no más de un 10 o 12 por ciento de nuestros jóvenes están de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia en materia de moral sexual, por ejemplo, y solamente un 8 o 1O por ciento de nuestros jóvenes siguen participando asiduamente en la vida litúrgica de la comunidad cristiana» 31 . b) La posición opuesta fue la de cristianos que planteaban una crítica radical, hasta llegar a la ruptura, con la cultura mo31

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Evangelizar, Encuentro, Madrid 2010, p. 335.

derna. Se trata de una opción minoritaria, que se da sobre todo en países como Francia o Estados Unidos, pero con fuerza al tratarse de personas con frecuencia muy cultivadas y con fuerte capacidad crítica. Al considerar que la cultura moderna es opuesta e impermeable al Evangelio, se constituyeron grupos volcados hacia dentro de ellos mismos en los que se trata de transmitir la fe sin riesgos y de vivir una liturgia y una vida toda ella testimonial, sin contaminaciones. Resultaba inevitable una cierta naturaleza de grupo cerrado, y en cierto modo de "puros" frente a la masa "imperfecta" y en riesgo. e) Queda finalmente la posibilidad de transmitir la fe en su integridad en medio y a través -en la medida de lo posible- de la cultura contemporánea. Es este un caso de inculturación de la fe. Normalmente se reserva la inculturación para los procesos de adaptación del Evangelio a las culturas de lugares donde es anunciado por primera vez (culturas africanas, indígenas, orientales ... ) . Pero se debe ampliar el sentido para entender que la inculturación tiene lugar allí donde la fe se hace cultura y la cultura se abre a la fe. El principio enunciado por Juan Pablo II sigue siendo válido: «Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida» 32 . La inculturación no es solo adaptación, sino también purificación, ex-culturación. «Hay situaciones en que parece que la fe está llamada a oponerse a la cultura» 33 • De este modo, la transmisión de la fe cristiana en la cultura actual precisa mostrarse como lo que es, en su autenticidad, sin subterfugios ni adaptaciones tramposas. La Iglesia que es el sujeto de la 32 JuAN PABLO II, Discurso a los participantes en el congreso nacional de Movimiento eclesial de compromiso cultural (16.1.1982), p. 2. 33 R. ScHREITER, «¿lnculturación de la fe o identificación con la cultura?», en "Concilium" 254 (1992), p. 39.

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transmisión está llamada a lograr que los ámbitos fundamentales de transmisión -la casa, la calle, la escuela, las comunidades cristianas- ofrezcan los elementos que permitan vivir la fe de forma plenamente situada en la cultura y a la vez con las características propias de la fe. No se logrará, sin duda, de manera pacífica y sin tener que reivindicar la humanidad y dignidad de la condición cristiana, frente a descalificaciones y ataques. Lo importante es no romper el vínculo ni con la identidad cristiana ni con la identidad humana y social: no se puede ceder a la privatización de la fe ni a ser considerados ciudadanos de segunda categoría. Por lo demás, en las culturas hay muchos elementos que pueden ser una auténtica «praeparatio evangelica». Cuanto más rica es una determinada tradición cultural desde un punto de vista antropológico y social, más fácilmente se abrirá al Evangelio. Valores como el amor a la justicia, el sentido comunitario y social, la defensa de los débiles (de los humillados y ofendidos de nuestro mundo), la libertad y la responsabilidad, son algunos aspectos que a la luz de la revelación se ven no solamente afirmados, sino llevados a una nueva dimensión significativa. Está claro, sin embargo, que debe haber algún cambio: «Si el Evangelio penetra en una cultura y no se opera en ella ningún cambio, es que no se ha producido una inculturación efectiva» 34 •

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7. Cristiandad-nueva evangelización Desde un punto de vista eclesial, la situación actual hace especialmente necesaria la nueva evangelización. No estamos en régimen de "cristiandad", y eso constituye un desafío para no mantener esquemas mentales ni organizaciones o estructuras que responden a otra época. Me temo, sin embargo, que esta observación, ya antigua, ha sido utilizada para un experimentalismo que ha resultado letal. En un momento en que el discernimiento sereno era especialmente necesario, se han echado por la borda a la vez elementos coyunturales con otros que afectaban a profundas realidades cristianas, tanto de la fe y de la moral como de la propia identidad personal de los cristianos. En ese proceso complejo pero capilarmente extendido ha surgido el desconcierto de muchos cristianos por cambios externos sin explicación, por las diferencias entre los mismos transmisores de la fe ("tradicionales" y "progresistas", según una terminología que produce sonrojo por la simplificación manipuladora que la sostiene), por la mezcla del mensaje cristiano con otras realidades sociales. En realidad, lo más fácil cuando algo se ha vuelto caduco es cambiar lo externo pero manteniendo los «odres viejos» (cf. Me 2, 22; Mt 9, 17). En realidad, sin embargo, como ha dicho el Concilio Vaticano II, son las mentes y la fe las que han de verse renovadas 35 • La nueva evangelización toma en serio la situación actual de los países, especialmente de Occidente, y en ese contexto se plantea la transmisión de la fe. En muchos casos, la nueva evangelización significa simplemente la transmisión de la fe. Transmisión que viene determinada por los destinatarios:

Jbíd., p. 41. El autor añade un segundo principio: «La cultura no puede homogeneizar el Evangelio. Esto quiere decir que no se puede permitir que la cultura decida qué aspectos del Evangelio va a asumir y cuáles va a ignorar». 34

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Cf. Gaudium et spes, nn. 21, 81; UR, n. 7 ; AG, nn. 4, 21, 35.

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cristianos olvidados de que lo son, cristianos aburguesados en su fe, post-cristianos, cristianos-paganos, etc. «Se trata, en el fondo -afirman los obispos españoles- del esfuerzo de renovación que la Iglesia, en cada una de sus comunidades y cada uno de los cristianos, está llamada a hacer para responder a los desafíos que el contexto socio-cultural actual pone a la fe cristiana, al anuncio y testimonio de la misma». Frente a la resignación, el lamento, el repliegue o el miedo, la Iglesia debe revitalizarse, poniendo en el centro a Jesucristo, el encuentro con él y la luz y la fuerza del Evangelio. «En la nueva evangelización se trata de renovación espiritual en la vida de las Iglesias particulares, de puesta en marcha de caminos de discernimiento de los cambios que afectan a la vida cristiana, de relectura de la memoria de la fe, de asunción de nuevas responsabilidades y energías en orden a una proclamación gozosa y contagiosa del Evangelio de Jesucristo» 36 . Se podrían formular algunos principios que ayudaran a comprender la transmisión de la fe en la sociedad actual, a obtener el discernimiento necesario en cada caso y el empuje necesario para esa tarea. Estos cuatro principios son: el de tradición, el de apertura y renovación, el de subsidiariedad y el de adaptación.

Principio de tradición: la transmisión de la fe es siempre y en cualquier circunstancia entrega de lo que se ha recibido de Cristo por medio de los Apóstoles en la Iglesia. Lo recibido es el misterio cristiano (Cristo entregado) expresado como un núcleo doctrinal por medio de fórmulas elaboradas y acreditadas por la Iglesia a lo largo de su historia, y por medio de los principios de la moral evangélica. Hay además una liturgia sa36

Cf. XCVII ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA

Orientaciones pastorales para la coordinación de la familia, la parroquia y escuela en la transmisión de Zafe, EDICE, Madrid 2013, n. 14.

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cramental celebrada en la comunidad eclesial. Todo esto constituye el Depósito de la fe que demanda fidelidad en la entrega y en la recepción. Otros elementos transmitidos son actualizados en su validez por la Iglesia a través de su Magisterio.

Principio de apertura y renovación. "Lo transmitido" está siempre destinado a los cristianos de cada época y de cada lugar. Tiene por tanto capacidad de responder a las circunstancias concretas de cada espacio y tiempo, porque está abierto al encuentro con todas las realidades humanas. La fe cristiana no es algo ajeno u opuesto a las culturas ni a las sociedades, sino todo lo contrario: las dificultades que se plantean a la predicación cristiana son una invitación a pensar más y mejor el significado profundamente iluminador y purificador del mensaje cristiano. Como afirma el Concilio Vaticano 11, «El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la hurnanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones» (GS, n. 45). La apertura de la fe cristiana a todas las circunstancias humanas exige la correspondiente apertura de las culturas a Cristo. Principio de subsidiariedad. La transmisión de la fe estarea de toda la Iglesia de acuerdo con los diferentes ministerios y carismas. Corresponde a los pastores de la Iglesia velar por la autenticidad e integridad de esa transmisión, y a todos los cristianos actuar profética y sacerdotalmente haciéndose personalmente responsables de la misión que les corresponde, como bautizados, de anunciar a Cristo y transmitir la fe. Para la transmisión de la fe los fieles no necesitan recibir ninguna misión de la jerarquía, sino solamente vivir con coherencia su vocación bautismal. Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos im-

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pulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes» 37 • El reconocimiento de ese derecho y deber exige a los pastores respetar la espontaneidad y las formas como los fieles llevan a cabo la educación y transmisión de la fe. Más aún, lo que puedan llevar a cabo los fieles corrientes en sus ámbitos naturales (la familia, la escuela, los medios de comunicación, etc) debería ser valorado como una verdadera aportación a la misión de la Iglesia. La vigilancia de los pastores sobre la autenticidad e integridad de la transmisión de la fe se ejercita sobre todo a la hora de admitir a los niños y jóvenes a los sacramentos. Principio de adaptación. Depende de los dos primeros, del principio de tradición y del principio de apertura. Por el segundo, el anuncio cristiano tiene en cuenta y se adapta a las diversas situaciones en las que la fe está encamada. La riqueza que supone la diversidad de condiciones humanas recibe de la fe transmitida la fuerza para iluminarlas todas y cada una en su realidad más profunda, abierta a la revelación y salvación de Dios. Es esta una manera de inculturación de la fe, cuando al relacionarse cada cultura con el mensaje cristiano recibe una iluminación sobre su significado más profundo. Pero el principio de adaptación también se aplica en la dirección contraria cuando la diversidad de las culturas coexiste con la unidad y catolicidad de la fe sin amenazarla ni limitarla. Seguramente en este caso, las culturas experimentan una corrección de la tendencia a la afirmación de sí mismas y, en el encuentro con la fe, se reconducen al servicio de la unidad de la misma fe, y mediante ella, al servicio de la unidad del género humano. De este modo, los cristianos somos tan distintos y tan cercanos.

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Catecismo de la Iglesia Católica, n. 166.

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8. Modos de transmisión de la fe La vida de la Iglesia se manifiesta en las tres funciones clásicas: didaskalia, leitourgia, y diakonía. De ellas toman su fuerza los principales medios para la transmisión de la fe: la catequesis, la liturgia y el ejercicio de la caridad. A propósito de la catequesis que es objeto de estudio por parte de tantos autores, publicaciones y revistas dedicadas a ella, solo quiero decir que debe ser clara, completa y en la medida de lo posible permanente. En sus Orientaciones, los obispos españoles consideran que el proceso seguido por la catequesis ha llegado a un nivel adecuado: «Comprobamos con satisfacción cómo la catequesis va mejorando en muchos casos en sus distintas dimensiones: en la exposición del mensaje cristiano, en la iniciación a la oración, en el estímulo a la escucha de la Palabra, en la sencillez y hondura, a la vez, de las celebraciones, en las propuestas de vida cristiana, en la invitación al seguimiento de Cristo, etc. En sus diversos procesos de la catequesis se cuenta con catequistas capacitados, catecismos renovados y materiales adecuados» (n. 20). Hoy es imprescindible que la catequesis asuma una clara dimensión de apología de la fe frente al ambiente y a los argumentos con que los jóvenes se encuentran. Esa apología hecha con conocimiento, respeto y en la medida de las condiciones de cada uno con arte, se verá en la necesidad de fundamentar una apología anterior a la de la fe, una apología de la verdad que hoy parece ser defendida solo por la fe y por la Iglesia38 • 38 B. KóRNER ha sintetizado cuatro aspectos que son tareas ineludibles para que la transmisión de la fe tenga un punto de partida sólido: tomar en serio el problema del relativismo y de la privatización de la fe, empeñarse en la fuerza de convicción y en una nueva apología de la fe, favorecer una espiritualidad de comunión y renovar la confianza en el futuro de Dios: B. KóRNER, «La transmi-

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Una respuesta articulada al relativismo y escepticismo que impregnan la cultura contemporánea no sería eficaz, sin embargo, si se mantuviera en un nivel de pura argumentación teórica. Es necesario llegar a una presentación de las realidades humanas de manera que presenten la coherencia, la belleza, la firmeza y la bondad que son subrayadas y profundizadas por la fe cristiana. La liturgia: la participación en la liturgia es la mejor forma de poner en ejercicio la fe y de entrar en la vida de la comunidad. La vida litúrgica de una comunidad cristiana proporciona el ambiente en el que la fe se "in-corpora", se hace cuerpo, signo y realidad del culto y de la apertura de los misterios al movimiento de la fe que busca entender y vivir. La liturgia expresa la fe y alimenta la vida cristiana. Proporciona por esa razón el ambiente en el que el bautizado "respira" los misterios de la salvación en los que es introducido por la participación personal en los ritos y especialmente en los sacramentos. Somos hoy especialmente conscientes de que para la transmisión de la fe la liturgia es fundamental: no es simplemente un medio para la transmisión de la fe sino «el ejercicio mismo de transmitirla» 39 • En la liturgia se pone en acto el "nosotros" de la Iglesia que manifiesta (profesa) su fe, ora al Padre por medio de Jesucristo, celebra la salvación, da culto a Dios, y se alimenta con su palabra y con la gracia de los sacramentos, especialmente de la eucaristía. Personalmente dudo que una liturgia dirigida a los jóvenes sea más eficaz que la celebración en la que el ministro pone en práctica el "ars celebrandi" que le lleva a acomodar a la concreta comunidad que tiene ante él la única liturgia de la Iglesia. En cambio es fundamental que todo -objetos, actos, palabras, celebraciones- sean expresión de la fe.

En una cultura que centra en el "yo" la realización personal, el ejercicio de la caridad -manifestación auténtica de la caridad que es la ley cristiana por excelencia- es una escuela de "práctica" de la fe y fuerza que invita a la coherencia de vida. Cuando los niños y jóvenes se ejercitan en la caridad de manera concreta, la transmisión de la fe encuentra un camino mucho más fácil de recorrer. La observación de Dostoyevski para quien se enfrenta a dificultades para creer, sigue siendo válida: «Esfuércese -aconseja el stárets Zosima en Los hermanos Karamazov-, por amar al prójimo de manera activa y sin cesar. A medida que avance en el amor se irá convenciendo de la existencia de Dios y de la inmortalidad del alma. Si, además, llega a la abnegación completa en el amor al prójimo, entonces ya creerá usted sin disputa alguna y no habrá duda que pueda siquiera deslizársele en el alma. Esto está probado, esto es exacto» 40 •

9. Conclusión El Catecismo Católico para Adultos, publicado en 1985 por la Conferencia Episcopal Alemana, se refiere a diversas formas en las que tiene lugar la transmisión de la fe en la Iglesia, es decir, en las que vive la tradición en nuestros días, así como los testimonios fundamentales del pasado41 : «la señal de la cruz que una madre traza en la frente de su hijo, las oraciones fundamentales del cristianismo -principalmente el padrenuestro- que se rezan en casa y en la clase de religión; F. M. DosToiEVSKI, Los hermanos Karamazov (trad. de A. Vidal), Cátedra, Madrid 1987, p. 143. 41 CoNFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA, Catecismo Católico para Adultos (trad. esp.), Madrid 1988, p. 51. 40

sión de la fe a la luz de la nueva evangelización», en J. SESE, R. PELLITERO (eds.), La transmisión de Zafe en la sociedad contemporánea, cit., pp. 41-45. 39 E. BUENO, La transmisión de la fe: hacia una Iglesia de puertas abiertas, Monte Carmelo, Burgos 2008, p. 153.

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,--- CÉSAR IzQUIERDO URBINA

la vida, las plegarias y los cánticos de una comunidad en la que crecen los jóvenes, el ejemplo cristiano en la vida diaria y la entrega que culmina en el martirio; la música sagrada (especialmente los himnos religiosos y los cantos polifónicos), la arquitectura y las artes plásticas (sobre todo las imágenes de la cruz, que son el son el símbolo cristiano por excelencia) y también la liturgia de la Iglesia. Naturalmente, las formas de transmisión de la fe incluyen también, y de modo especial, las diversas formas en las que se expresa el Magisterio de la Iglesia (alocuciones y homilías, cartas pastorales, encíclicas y definiciones doctrinales solemnes, poco frecuentes, de los concilios y del papa). En principio puede afirmarse: la tradición se transmite a través de la predicación, la liturgia y la diaconía de la Iglesia». Continúa con otros elementos, y al final concluye: «Hay que citar también las figuras de los grandes santos». En los santos encontramos un lugar y un motivo privilegiados de la transmisión de la fe: «La Iglesia entera está en un santo», escribió H. de Lubac42 • La transmisión de la fe cristiana se vivifica y hace eficaz en los santos que a lo largo de la historia han mostrado la belleza de la fe, y también en la santidad, parcial pero auténtica, de tantos cristianos que la viven coherentemente también en nuestro tiempo.

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HENRI DE LUBAC,

2002, p. 25.

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Paradoja y misterio de la Iglesia, Sígueme, Salamanca

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