Transiciones y reconciliaciones en la agenda global

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Descripción

TRANSICIONES Y RECONCILIACIONES EN LA AGENDA GLOBAL (*) Mario López Martínez Profesor de Historia Contemporánea Instituto de la Paz y los Conflictos (Universidad de Granada, España)

(*) Publicado en AA.VV. (2003) Reconciliación y Justicia en la construcción de la Paz, Bogotá, Universidad Central, pp. 55-100.

«Vivimos en un mundo en el que un hombre tiene más posibilidades de ser juzgado si mata a una sola persona que si mata a cien mil» Kofi Annan Secretario General de Naciones Unidas

Tránsito y reconciliación van siempre unidas, si esto no es así difícilmente podremos sentir que se han originado los suficientes cambios para apreciar que la sociedad que analizábamos se ha renovado y se ha convertido en otra que está en vías, o ya lo ha conseguido, de superar las abyecciones del pasado. Si contemplamos la historia de la humanidad con una cierta continuidad cíclica nos daríamos cuenta que la reconciliación forma parte de una de esas etapas del ciclo, situación inevitable para volver a comenzar. Pero ninguna reconciliación es la misma

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y, sin embargo, cuánto podríamos aprender del pasado si el mal pretérito se pudiera inscribir en una memoria colectiva suficientemente amplia para no repetirla. Transitar por este mundo es recordar y olvidar, es dejar huella y desvanecerse en la levedad de la vida. Lo que nos indica que no es una tarea fácil la reconciliación. Hay que tener muchas agallas para afrontarla, sobre todo si se tiene humanidad y se ha dejado la piel en el camino. No es labor de un día, requiere maduración personal y social. Como tal proceso relacional quiere de tiempo, de predisposición y de mirada hacia el futuro. Pero no necesita que un conflicto (bélico o violento) halla completamente terminado, depende más del contexto cultural, del ánimo social y de la capacidad para adelantarse a la renovación y regeneración que toda reconciliación requiere. En este breve escrito, más que dedicarnos a reflexionar sobre las transiciones a la democracia en las últimas décadas, voy a detenerme algo más en contemplar el nuevo fenómeno de las reconciliaciones a la luz de algunas hipótesis de trabajo que estoy desarrollando para establecer una gramática de la reconciliación que permita —manteniendo la singularidad de cada proceso— establecer algunas líneas comunes para facilitar el proceso. Son sólo algunas hipótesis, no cabe hablar por tanto aún de teorías. En cualquier caso, los científicos sociales no sólo elaboran teorías sino que ayudan a que ciertos procesos sean mejor comprendidos (distinguirlos, analizarlos, pautarlos, etc.). *** Hablar de Transiciones (a la democracia) y de Reconciliaciones nos conduce a hacer un repaso de los últimos 20 ó 25 años de la Historia. Una Historia cuyo contexto global ha cambiado significativamente en estas últimas décadas. Especialmente lo más notorio ha sido la Caída del Muro de Berlín o final de la Guerra Fría, y todas las consecuencias que ello ha traído, no sólo a nivel global, sino también regional y local. Y,

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de otra parte, los procesos de mundialización y globalización de la economía, la tecnología y las relaciones internacionales. Ambos aspectos han tenido, y siguen teniendo, una gran incidencia no sólo en la realpolitik, sino también en muchos y nuevos retos globales, tales como: a) la aparición o creciente importancia de nuevos actores en el escenario internacional (tales como: medios de comunicación; sociedad civil; empresas) que ejercen un creciente poder de decisión; b) que se han ampliado las agendas que inciden sobre las catástrofes o conflictos de gran intensidad, estas agendas no sólo están legitimando la intervención humanitaria sino, también, incluso la intervención de carácter militar (imperialista); c) se están repensando muchos de los aspectos relacionados con la Seguridad, no sólo desde el punto de vista de las amenazas terroristas, armamentísticas..., sino también de la seguridad medioambiental y tecnológica; d) nuevos acontecimientos como los sucedidos en Ruanda o la ex-Yugoslavia han actualizado el debate sobre la oportunidad, no sólo de tener unos tribunales penales ad hoc sobre violaciones de derechos humanos, sino de constituir una Corte Penal Internacional, del que hasta ahora sólo estamos en una fase inicial. En este sentido, lo sucedido con el caso Pinochet, no sólo mantiene la tensión sobre este debate sino que ha permitido convencer a muchos indecisos sobre las oportunidades que abriría para la Justicia Internacional y para el final de las impunidades.

1.- Sobre las transiciones políticas a la democracia.Un capítulo importante de ese conjunto de procesos de transformación lo han protagonizado la caída de regímenes autoritarios, especialmente en el Sur de Europa y en América Latina en los años 70 y 80, respectivamente; así como la caída, también, de los modelos totalitarios, lo que denominamos toda la Europa del Este o la Europa del socialismo real a partir de 1989.

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Una caída que por su magnitud, condición y naturaleza ha sido bastante excepcional. Utilizo estos tres vocablos de manera arbitraria. Hablo de magnitud por la gran cantidad de países y áreas del mundo donde se han producido (o se están produciendo) esos cambios, no sólo en Europa o Latinoamérica, sino también en otras áreas geopolíticas o de gran interés estratégico: como el África Negra (Zimbabue, Suráfrica) o, en Asia (con Corea del Sur, Filipinas y Timor Oriental). Hablo, también, de condición, por la forma en que la mayor parte de esos procesos se han producido: mediante cambios, tomas del poder y presiones mayoritariamente noviolentas; tengo que anotar como ejemplo que la acción decidida y constante de ciertas zonas sensibles y actividas de la sociedad civil a nivel internacional, organzaciones no gubernamentales de derechos humanos (y sus formas de presión y trabajo) han acabado por hacer más daño a muchas dictaduras y sistemas totalitarios de lo que están señalando los manuales de historia del Mundo Actual, los mass media y las declaraciones de expertos o políticos. Y, por fin, apunto naturaleza porque todas ellas tienen una conexión —en mayor o menor grado— con otros fenómenos de difícil predicción como los efectos y consecuencias de lo que se denomina globalización y mundialización, y toda su cadena de manifestaciones (políticas, económicas, culturales, etc.); y son también en consecuencia, cambios hacia sistemas que liberalizan sus economías aún cuando algunas ya eran capitalistas y otras no. Con todas las excepciones que se quieran y más allá de un análisis micro y pormenorizado, dada la diferencia no sólo cultural y política, sino sistémico-económica de partida de todas esas áreas mencionadas; y, especialmente, si nos referimos a Latinoamérica: la mayor parte de esas transiciones estuvieron acompañadas de un buen número de compromisos para la transformación de la sociedad. El conjunto de medidas fue, por una parte, encaminado a tratar de fortalecer las instituciones encargadas de la protección de

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garantías y derechos civiles y políticos, así como de mejorar las condiciones estructurales de partida. El balance, sin embargo, de ese tipo de propuestas ha sido muy desigual. En cuanto al primer compromiso: dotar de mayores garantías civiles y políticas a la ciudadanía, se ha avanzado en varias áreas: a) En los sistemas judiciales, dotando al Poder Judicial de mayor independencia y neutralidad; b) En los sistemas de protección de derechos humanos, creando Procuradurías o Defensorías del Pueblo; c) En materia de Policía: se ha reestructurado la función de la misma, se han desmilitarizado y se les ha señalado como competencias la protección del ciudadano y de la sociedad democrática; y c) En materia de Fuerzas Armadas, se han redefinido sus funciones constitucionales, limitándolas a la defensa de la soberanía estatal y de la integridad territorial. Se les han privado de competencias ordinarias en el área de seguridad pública —sólo papel atribuido a las policías— salvo circunstancias de excepción. Y, se ha restringido, también, de forma drástica el ámbito de la jurisdicción militar. Esto no ha impedido que algunas democracias hayan estado tuteladas por la presión militar o que, esta nueva cultura de la función pública necesite muchos años para consolidarse y desarrollarse. En cuanto al segundo compromiso: la mejora de las condiciones económico-estructurales, el balance quizá no sea tan positivo. Se han abordado reformas de tipo fiscal; se han puesto en marcha programas de acción contra la pobreza; se ha avanzado en los procesos de capacitación y protección de los grupos sociales más débiles o de orígen étnico-indígena. Hay ejemplos de ello en El Salvador, Guatemala y Honduras. Pero, no es menos cierto, que muchos de estos planteamientos están siendo recortados por las políticas de ajuste y por los programas de préstamos del BM y del FMI. Revelando la contradicción que supone reconciliar políticas de prevención y construcción de paz, con políticas de recorte social en educación, sanidad y otros servicios sociales.

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Una paradoja que da mucho que pensar, a un nivel teórico y global, sobre la limitación de unas transiciones y reconciliaciones con verdadero alcance estructural: profundo y serio. O dicho de otra manera, se ha abordado con una cierta gravedad el problema de la violencia directa pero no ha tenido el mismo calado las políticas de lucha contra las violencias culturales y estructurales. Soy consciente que este capítulo, además de interesante, requeriría detenerme en más contenidos y análisis pero prefiero pasar directamente a la cuestión central de mi intervención sobre Reconciliación.

2.- A qué Reconciliación.-

nos

referimos

cuando

hablamos

de

Pues bien, en este contexto, de final de la Guerra Fría y de procesos de globalización. La Reconciliación se ha convertido en una palabra de moda. Baste un simple rastreo por entre los medios de comunicación de masas, especialmente la prensa escrita, para ver que es un concepto al que se recurre con bastante frecuencia para explicar o reflexionar mejor sobre los múltiples problemas políticos, económicos y sociales que hay planteados en este mundo o para analizar sus posibles vías de solución. Ciertamente la palabra tiene una gran fuerza y adquiere una gran solemnidad, quién podría ir contra ella cuando nos referimos, especialmente, a la culminación de procesos de reconstrucción y resolución tras conflictos; a desarrollos de paces y acuerdos que pongan fin a situaciones de fuerte violencia y destrucción; o, a la recuperación moral, espiritual y psicológica de sociedades maltratadas por violencias desintegradoras. Por supuesto, esto es así, pero no lo es menos que su empleo se ha incorporado —con una asombrosa facilidad y, en ocasiones, con una no menos asombrosa vacuidad—, tanto al lenguaje público, como al lenguaje político. Aquí y allá, podemos

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leer cómo algunos líderes del mundo (especialmente políticos) solicitan reconciliar a sus naciones con el pasado o reconciliarse ellos mismos con la oposición o con sus ciudadanos, como un acto o señal de identidad del espíritu de nuestro tiempo, de fin de siglo y comienzo de milenio. En ocasiones, ellos —me refiero a los políticos, pero también los medios de comunicación— utilizan la palabra reconciliación como sinónima de perdón y arrepentimiento, aunque evidentemente no es lo mismo. ¿Qué hace que la culpabilidad siga obsesionando tanto a la política? El arrepentimiento y, con este, el remordimiento por el dolor causado se ubica dentro de un arco histórico lo suficientemente amplio para ser un viaje no sólo de ida, sino también de vuelta. Los que en un tiempo se consideraron como vencedores y victoriosos, siendo tratados benévolamente por la historia, donde ésta parece que estuvo de su parte sin posibilidad para interpretarla de otra forma, con el transcurso del tiempo su estatuto ha podido llegar a cambiar. Así, el arrepentimiento, de modo propio o inducido, es un estado adoptado por aquellos grupos o individuos que comprueban que la historia ya no está de su parte, que han cambiado las tornas, que la lógica que ellos impusieron ya no tiene cabida en el nuevo orden, que lo que en su momento pudo beneficiarles en prerrogativas, dádivas y honores se ha revuelto contra ellos haciéndoles rehenes de sus responsabilidades contraídas. Por ello, el arrepentimiento es un gesto de los vencidos, pero sobre todo y muy especialmente de los vencidos ética y moralmente. Lo cierto es que, conveniente o inconvenientemente usada, la reconciliación ofrece una gran cantidad de dividendos. Quien la nombra y la emplea, lo está haciendo manejándola —permítanme decirlo así— de talismán o amuleto, como si se tratara de una varita mágica, de una varita de virtudes, dotada de fuerza y energía para transformar las realidades que nos molestan y nos incomodan. Ciertamente la palabra —más allá de su uso corriente— tiene una gran fuerza, tanto en el terreno de las dimensiones

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humanas interpersonales, como aquellas que afectan a sociedades en su conjunto, o a las relaciones entre naciones o grupos étnicos enfrentados. Esto quiere decir que después de un conflicto civil, de la represión, o de graves violaciones de derechos humanos, la Reconciliación emerge como un proceso extremadamente complejo y multifactorial, realizado a largo plazo (que puede implicar incluso varias generaciones), que tiene muchas posibles vías metodológicas de abordaje y que, igualmente, tiene un número importante de vías terapéuticas multidimensionales. Reconciliar significa, por tanto, crear o tender puentes, una sabia forma de proporcionar las condiciones necesarias para que sea restituido el sentido de las cosas y el sentido de la justicia, apartando a un lado los espacios ocupados por el sin sentido (esto es, por la violencia, la crueldad, el odio y el rencor). De la evidente dimensión global y semántica de la palabra Reconciliación dan buena cuenta sus diferentes niveles de expresión y debate, tanto para la Investigación para la Paz, como para el conjunto de las Ciencias Sociales. Hablamos de reconciliación entre estados enfrentados (como las dos Coreas); mencionamos las reconciliaciones nacionales tras procesos de guerra civil (como El Salvador o Guatemala); hablamos también de ella para referirnos al final del régimen del Apartheid (en Sudáfrica); pero, incluso se ha incorporado al lenguaje para referirnos a transformar y cambiar de raíz las relaciones de género (las referencias de los que significa ser hombre o mujer desde el punto de vista cultural); entre las religiones (con el denominado diálogo intercultural); entre el Norte rico y el Sur pobre; o, entre los seres humanos y la Naturaleza (que es todo un debate sobre la sostenibilidad de nuestros sistemas productivos y sobre el papel que debe jugar la diversidad ecológica de nuestro Planeta). Como se puede ver, todo un complejo espectro servido para la polémica y la controversia. No obstante lo mencionado hasta ahora, debemos preguntarnos ¿a qué nos referimos cuando hablamos de

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Reconciliación?. Reconciliar significa la acción (acto, hecho) y el efecto (resultado, consecuencia, producto) de volver a la concordia a los que estaban desunidos. Concordia parece la palabra clave, en sus diversas acepciones: a) Como «conformidad de pareceres y propósitos»; b) Como «acuerdo o convenio entre litigantes», esto es, aquello que es «de común acuerdo»; c) O como «contrato o documento en que consta lo convenido entre las partes». Otra acepción de reconciliar significa «purificar un lugar sagrado por haber sido violado», lo que induce a pensar, también, sobre otras imágenes e ideas. Pero en las cuales no me voy a detener. Por tanto, más allá de estas primeras aclaraciones semánticas, el problema nos conduce a varios niveles o dimensiones. La conformidad, el acuerdo o el contrato del que hablamos puede ser que no extinga el conflicto pero lo transforma y lo regula, cambiando las relaciones entre las partes y haciendo que la visión antagónica e incompatible entre ellas se convierta en una visión de complementariedad y aceptación. Porque la Reconciliación lo que pretenden, fundamentalmente, es que las dimensiones éticas, jurídicas, políticas, culturales y estructurales emerjan del propio conflicto pero superando y yendo más allá de las violencias que el mismo pueda generar.

3.- De una «telaraña »de conceptos a una «gramática» conceptual.Pero antes de continuar profundizando sobre el propio concepto de Reconciliación, quiero detenerme en explicar una hipótesis de trabajo. Lo que denomino el paso de una «telaraña de conceptos a una gramática conceptual sobre la Reconciliación». Cuando nos acercamos —tanto si es la primera vez y con más razón por ello—, como si se trata de una persona avezada en los

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análisis de sociedades post-conflicto violento o armado, las cuestiones relacionadas con una paz estable y duradera quedan ligadas, de inmediato, con otra cadena de conceptos entre los que, la verdad, la justicia y el perdón se convierten en materia obligada de debate. Cuando se abordan seriamente las posibilidades de devolver la paz a una sociedad, todo un conjunto de ideas, imágenes, representaciones, proyecciones y conceptos, más o menos fundamentales, más o menos precisos, se agolpan en una espiral reticular que te atrapa en un mar de preguntas y dudas, de no fácil respuesta y resolución. Esta cadena o espiral de elementos, nociones y principios he convenido en llamarla telaraña de conceptos —y, he querido denominarla así por las diferentes acepciones que tiene la palabra telaraña—, esto es, como: a) una red de tela viscosa; y b) como un defecto en la vista que produce la sensación de tener una nubosidad delante de los ojos, acepción —esta última— que se hace más precisa con la figura literaria: «tener alguien telarañas en los ojos», es decir: ser incapaz de juzgar de manea ecuánime un asunto, por tener el ánimo ofuscado. Si observamos y valoramos atentamente algunos de los elementos y principios que estarían en esa telaraña o retícula (esto es, una red cuyos nódulos y eslabones estarían unidos) aparecerían, entre otros, los conceptos de: amnesia, arrepentimiento, diálogo, dolor y sufrimiento, impunidad, justicia, memoria, miedo, odio acumulado, olvido, perdón, reconstrucción, rehabilitación, remordimiento, reparaciones, responsabilidad, terapias, venganza, verdad, “verdad oficial”, víctimas y victimarios... y así un largo etcétera. Con ello podemos comprobar cómo un conocimiento y una comprensión profunda de esta cadena conceptual, no sólo es un reto para los filósofos, intelectuales o científicos, sino también para toda una sociedad que está abordando sus procesos de reconstrucción y sanación tanto espiritual, como político-social.

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No pocas veces se puede comprobar cómo se acaban confundiendo y entremezclando de forma descontrolada muchos de estos conceptos. Cómo existen todo un conjunto de tópicos y prejuicios al respecto, unos por desconocimiento y otros por intencionada tergiversación. La única manera de solucionar este problema es hacer que una sociedad debata, discuta y se siente abiertamente a conocer el alcance y profundidad de los mismos, al menos, con todas las posibilidades que las circunstancias lo permitan. En este sentido, los medios de comunicación pueden y deben hacer muchísimo en positivo en esta tarea, ¿cómo?, especialmente con una labor didáctica. Mi propuesta es que una forma de aproximarse al problema es entender el paso de la telaraña (o sea, el debate y consenso sobre qué significan los conceptos y sus correspondientes procesos) a la gramática conceptual (esto es, el ejercicio, la función y la articulación comprensible de cómo coordinar y estructurar un lenguaje —el de la Reconciliación— para que sea comprensible, aplicable y útil en la comunicación humana y social). Es decir, el paso que nos permita superar los primeros estadios de confusión y desorden sobre cómo manejar semejantes conceptos con toda su hondura, para pasar —tras un debate extenso a todos los niveles sociales y una labor fuertemente pedagógica— a convenirlo en todo un conjunto de reglas procesuales, políticas, culturales y sociales para generar un lenguaje propio, comprensible y consensuado por todos o, al menos la mayor parte, que nos permita comunicarnos, entendernos y avanzar en la vía de la Reconciliación. Es decir, una de las claves está en saber pasar de la incapacidad para juzgar con ecuanimidad estos asuntos a construir reglas que permitan entendernos para profundizar en el proceso. Sin embargo, no hay stándares fijos. Cada sociedad debe crear sus propias reglas y sus propias normas. Cada una debe extraer las consecuencias éticas, políticas y jurídicas del profundo debate sobre el papel que han de cumplir la justicia, la paz o la

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reconstrucción del tejido social dañado. Cada cual debe comprender sus propios traumas, reconocer los errores cometidos y buscar sus criterios de sanación y cierre de heridas. No obstante, sobre este tema: el de los enfoques para abordar las reconciliaciones me voy a permitir detenerme algo más.

4.- Los métodos y enfoques para abordar las transiciones y reconciliaciones.Como podemos comprobar hasta ahora, construir la Reconciliación resulta un tema bastante complejo, dado que se trata de un proceso con profundas raíces humanas y que afecta al terreno de la cultura, con dimensiones políticas y sociales muy fuertes. Todo esto significa que, entre otras cosas, el proceso está determinado en gran medida por el contexto político-cultural en donde se produzca, al margen de la intervención, o no, de instancias internacionales o de influencias transculturales o globalizadoras. Cada contexto cultural, cada sociedad si se prefiere, debería de saber cómo abordar el cierre de las heridas y cómo conducir la curación. De hecho, cada sociedad ha ido creando a lo largo de su historia y de sus traumas pasados: formas, normas e instituciones que ayudan a cumplir ese papel. En ocasiones son elementos simbólicos, narrativos, procedimentales o institucionales, entre otros, que permiten enfocar o encarar el proceso con un cierto éxito. En este sentido, ciertos elementos culturales y religiosos han podido ayudar a comenzar el proceso, dicho de otra manera, cada sociedad tiene un patrimonio acumulado y un instrumental simbólico que puede propiciar — aunque nunca por sí solo— los primeros entendimientos. Valorando adecuadamente estas tradiciones quizá podamos redescubrir, para el mundo entero, la ayuda y los aportes que estas comunidades están haciendo para tejer la Reconciliación y, con

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ello, poder utilizar algunas de sus enseñanzas para otras sociedades que se encuentran mentalmente perdidas en su propio laberinto. Un ejemplo bastante recurrente podría ser el de Sudáfrica, aunque se suele olvidar muy pronto que no es un proceso acabado y que, tomado en conjunto, aunque es positivo tiene muchos elementos no exportables. Entre esos elementos de interés está lo que el obispo Desmond Tutu ha insistido en explicar mediante el concepto de Ubuntu: una filosofía, un sentido de la humanidad y la compasión muy profunda que permite comprender —aunque no justificar— muchos comportamientos desviados. Ubuntu sería un concepto zulú que conduce a una responsabilidad comunal de defender y mantener la vida, una visión de que somos todos inter dependientes, algo así como que la gente es gente a través de la gente y con la gente. Junto a este concepto estaría, también, el de simunye: todos «somos uno». Con ello, Tutu y todos aquellos que confían en interpretar el proceso sudafricano en un sentido más hondo, entienden que la transición relativamente noviolenta de esa sociedad de un estado totalitario y racista a una democracia de pluralismo político, no ha podido ser fruto solamente de las negociaciones de compromiso entre políticos, sino también de la aparición de un ethos de la solidaridad, una comisión con la existencia pacífica entre africanos del sur a pesar de las diferencias. En este mismo sentido, por ejemplo, de la justicia se da en otras sociedades africanas. En ellas el individuo y la comunidad están más estrechamente entrelazados que lo que están en una nación grande, industrial y tecnológica. Así, un sudafricano bantú, un zaireño, un congoleño, etc., quizá piense más de la siguiente manera: «soy porque somos, y porque somos, soy»,. Una noción bien alejada del énfasis en la identidad independiente de fundamentos cartesianos («yo pienso, luego yo soy») y de los derechos individuales de las sociedades muy influidas por los ideales revolucionarios de 1789. Así, en aquellas sociedades se pone más énfasis en la armonía social, una forma de justicia que se

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comprende de tal suerte que permite la continuidad de los valores de la comunidad y no tanto los valores y derechos de los individuos. Asimismo, conocer los elementos más destacados de las religiones para abordar los conflictos humanos, su perspectiva y sus soluciones, podría ayudar a mejorar los pasos y la finalidad del proceso hacia la Reconciliación. El cristianismo por ejemplo explica, a través de la soteriología (o la historia universal de la salvación), cómo remediar las desgracias. Claro que esto puede ayudar a ciertos cristianos a interpretar el mundo y cómo vivir en él cuando se producen desgracias causadas por otros humanos, cómo superar el odio, el dolor y cómo buscar explicación a todo ello. El budismo, por su parte, permite a través de las cadenas y ciclos de interacción causal (karma), comprender por qué se han producido los desencuentros y las violencias, propiciando como remedio, tanto los diálogos externos (mediación), como los diálogos internos (meditación). El budismo no considera que un actor es el responsable total y final de todo lo que sucede, sino la combinación de causas interrelacionadas y de actores que hacen y dejan hacer. Reconciliar para el budismo sería como encontrar, otra vez, la vía de enmedio para superar las limitaciones físicas y emocionales, recobrar la Unidad como si reconciliar fuese reunificar. Como se puede ver una filosofía e interpretación del mundo muy cercana a conceptos como ahimsa y satya. Igualmente, no conviene menospreciar ni olvidar que, en general, las Iglesias, allí donde han querido asumir una gran responsabilidad en los procesos de curación y sanación han realizado una labor meritoria e interesante. El trabajo del MIRIFOR (Movimiento Internacional de Reconciliación-International Followship Reconciliation), el Consejo Ecuménico de las Iglesias, así como —en particular— la aportación del informe Kairós en Sudáfrica o una parte de la propia Teología de la Liberación en América Latina, tanto en defensa de los derechos humanos, como

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en la denuncia de la violencia estructural, han causado una honda conmoción sobre víctimas y desposeidos. Sin embargo, en muchas ocasiones la desintegración y desestructuración ha sido tan grande que se hace necesario la intervención de Terceros en los procesos de Reconciliación. En este sentido, las agendas globales de Naciones Unidas han estado atentas a apoyar muchos de estos procesos (Agenda de la Paz de Butros Gali). Asimismo, a las tradicionales vías de la diplomacia se han unido nuevos actores, mediante la diplomacia civil noviolenta (un trabajo sobre el terreno, con actores comprometidos desde la base en la reconstrucción intercultural y terapéutica de tejidos sociales dañados). Una parte de este trabajo lo hemos podido comprobar con la Comunidad de Santo Egidio en Mozambique, o lo que ha podido hacer Amnistía Internacional contra la Impunidad. En la mayor parte de estos casos se tratan de ONG’s y de activistas por la paz que han adquirido un protagonismo mediador, conciliador, constructor..., sin el cual no se podría mejorar la comunicación entre las partes enfrentadas, no se romperían estereotipos y no se proporcionarían el cierre de muchas violencias. Asimismo, la mayor parte de los autores (Galtung, Lederach, etc.), aconsejan en la cuestión de las metodologías optar por un cierto eclecticismo cultural, ¿por qué debemos renunciar a buscar cuántas más soluciones tengamos para abordar las múltiples dimensiones de la Reconciliación? Allí donde sea posible rehabilitar moralmente hay que hacerlo. Allí donde se considere que es mejor reparar o restituir económicamente, hay que hacer lo propio. Allí donde se puede optar por el perdón y el arrepentimiento, debe usarse. Allí donde el enfoque es, estrictamente, jurídico o punitivo, para eso están los tribunales y los procesos de reinserción. Allí donde se use el enfoque estructural hay que apelar a todas las formas de política y justicia estructurales. A mi juicio, uno de los enfoques más interesantes es el que

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plantea la filosofía de la Noviolencia. Que es, a mi juicio, una sabia combinación de búsqueda de la verdad, no sólo objetiva, sino epistemológica y hasta ontológica. De puesta en marcha de una ética del diálogo y de la escucha en todos los niveles y esferas. Que significa una ruptura firme y convencida de todas las espirales de la violencia (y me refiero a todas las violencias, a las visibles y a las invisibles), al menos intentarlo con las violencias directas, simbólicas, culturales y estructurales; que pretende abordar todas las posibilidades para restituir las relaciones humanas, porque lo importante es conocer por qué y cómo hemos llegado al odio, a la deshumanización y la brutalización, para así saber cómo restituir la justicia y una interrelación más humana. Hablamos de noviolencia pero ello significa, también, no renunciar al síconflicto. Dado que el conflicto se convierte en una herramienta con la que nos relacionamos entre los humanos. Reconciliar significa testimoniar hasta qué punto un síconflicto que conduce a relaciones destructivas es rechazable por las consecuencias que produce; sin embargo, un síconflicto conducido de manera noviolenta es, si es un proceso reconciliador, todo un complejo nivel de exigencias, experimentación y aprendizaje mutuo que permite superar vías destructivas. En donde todos podemos aprender creativamente, donde todos podemos crecer y auto evaluarnos. Parte de la lección consiste en no alabar, celebrar o elogiar la violencia por las repercusiones que tiene para todos. Evidentemente, la noviolencia no es la panacea o el curalotodo pero, si se hace bien, conociendo bien sus técnicas y sobre una base ética firme puede dar óptimos y saludables resultados.

5.- Las Comisiones de la Verdad.Precisamente uno de esos métodos y enfoques ha venido de la mano de las denominadas Comisiones de la Verdad (CV). Primero de todo es que para que haya habido CV se ha

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hecho necesario cambiar sustancialmente el acercamiento y el tratamiento tradicional del conflicto político (que incluye fundamentalmente al delito político). Ello ha significado una revisión crítica del uso estricto de la justicia retributiva o punitiva, sin rechazarla totalmente pero advirtiendo de sus reales incapacidades y de sus limitaciones más allá de ciertas fronteras (incluidas las legales). También entra en esta órbita una apuesta o la proposición, igualmente crítica, del uso de instrumentos y enfoques más pacíficos o, mejor, noviolentos. Uno de esos instrumentos ha sido la denominada justicia restaurativa o reparativa, la cual se está convirtiendo en objeto de múltiples investigaciones teóricas y empíricas. Ésta y aquélla tiene sus inconvenientes y ventajas. No valen reglas iguales para cada sociedad, ni para cada individuo. Todo ello sin contar que nos pudiéramos encontrar con rigideces estatales o con rigurosos marcos jurídicos que no permiten el uso de la segunda o, ni tan siquiera, una combinación inteligente de ambas. No quiero obviar que se plantean múltiples posibilidades combinatorias: dar único o mayor énfasis a la justicia penal (o sea nada nuevo); dar todo el protagonismo a la justicia reparadora y obviando la otra (una posibilidad en pequeñas comunidades o grupos que lo acepten pero impensable en países enteros sin caer en la más exagerada impunidad); o, una compleja combinación de ambas que han sido algunos casos, como el sudafricano, que está siendo objeto de estudio y sobre todo de comparaciones para ver si sería posible en otros contextos. No es objeto aquí detenerme en explicar las características de la justicia reparativa (hay mucha bibliografía al respecto, alguna de la cual se puede consultar al final de este escrito), sin embargo, sí quiero señalar cómo las denominadas CV parten de esta nueva dimensión de abordar los problemas y los conflictos políticos. Una nueva fórmula relacional cuya visualización más efectiva se puede contemplar porque esta justicia no pone al victimario solo y solamente frente al Estado, sino que enfrenta al

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victimario a su propia dimensión humana para comprender la ruptura causada y el daño sobre su víctima. Y da la oportunidad a ésta de tomar un protagonismo y de aportar un testimonio que va más allá del simple relato de los hechos. Sólo desde esta nueva dimensión tiene sentido este enfoque. Aunque sea obvio volverlo a repetir, la justicia reparativa no garantiza completamente llegar más allá, especialmente si se utilizan los mismos parámetros de comprensión y de análisis que con la otra justicia penal. Sería, igualmente muy obvio decir que ambas son complementarias pero me parece más claro decir que ambas estarán en una permanente tensión y conflicto y que, por tanto, muchos de los principios del derecho no permitirán ser exportables de la una a la otra porque hablamos de dimensiones distintas, cada una tiene su propio lenguaje que no es fácilmente intercambiable. La importancia —a mi juicio— no está en que una se imponga a la otra, sino de cómo tejen una con otra sus relaciones para dar respuesta a las demandas planteadas por las sociedades (y los individuos) post-conflicto (habría que decir mejor: post-violencia). De cómo se pueden interrelacionar ambos lenguajes forma parte el concepto que propongo de gramática de la reconciliación, cada grupo y cada sociedad debe darse respuesta a sí misma y hallar la mejor manera de satisfacer tantas demandas y riesgos. Pasando a un lenguaje más descriptivo, las CV son instancias oficiales dedicadas a investigar qué sucedió con la violencia y sus víctimas. En los últimos 30 años ha habido unas 40 comisiones oficiales de investigación. Desde Bangladesh (1971) hasta Guatemala (1995); entremedias se han repartido 14 para el continente africano; 14 para Latinoamérica; 6 para Asia; y, 6 para Europa. De las que 3/4 partes de ellas se han creado en la década de los 90.1 Sin embargo, no todas las comisiones oficiales de investigación han sido o han actuado como lo que hoy día entendemos como CV. Sólo los casos de Argentina (con el informe 1

Véase apéndice.

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Sábato), Chile (y la Comisión Reting), El Salvador, Guatemala o Sudáfrica pueden considerarse, stricto sensu, como CV. ¿Qué se entiende, por tanto, bajo el concepto CV? Se trata de unos órganos de investigación que engloban todo un conjunto de mecanismos y características funcionales, bastante eficaces y útiles, que han servido para: a) Reconstruir y divulgar los hechos de la violencia, esto es, publicitar las violaciones de derechos humanos y los actos ilícitos que han sido ocultados, manipulados o falseados por la denominada «verdad oficial»; b) Hacer que las víctimas de la violencia política —o sus familias y amigos— tengan un papel protagonista en la denuncia de las inhumanidades cometidas; y c) Elaborar toda una serie de recomendaciones compensatorias para las víctimas. Todo ello significa, en la práctica, bastantes cosas y todas ellas muy importantes, tanto para todo el proceso de reconstrucción psico-social, como para la reconciliación. Y esto es así porque, como digo, en la práctica, con las CV no sólo se trata de conocer la verdad, sino también de reconocer el derecho de las víctimas —y de toda una sociedad— a conocer la verdad. También, cabe destacar el hecho o, al menos la posibilidad, de que dichos testimonios y pruebas puedan servir de base para posibles y futuras acciones judiciales. O que, los sectores tradicionalmente impunes o ilegales puedan reconocer, públicamente, su participación y su responsabilidad en tales prácticas de violación de derechos humanos. También, las CV sirven para facilitar la catarsis o purificación de las víctimas, para ayudarles a reconstruir su dignidad, sus propias formas de duelo y, sobre todo, también, para poderles compensar material y moralmente y, con ello, poder facilitar la reconciliación entre sectores antagónicos. Y, por último, lo que es muy importante: las CV sirven de caja de resonancia, de proceso pedagógico, de juicio psicoanalítico, con el que se intenta concienciar a toda una sociedad de

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los horrores sufridos y de los múltiples errores cometidos, previniendo la repetición de los hechos descritos y haciendo un juicio moral a todas las formas de violencia. Hay, por tanto, varios niveles sobre los que se puede considerar la credibilidad y legitimidad de las CV, no sólo porque algunas hayan recibido el respaldo de Naciones Unidas: caso de El Salvador, Guatemala y Haití; o, porque otras, hayan tenido consensos institucionales muy fuertes como: Sudáfrica, Chile o Argentina; sino porque, también, han sido diseñadas y formadas por un personal altamente cualificado, de gran reconocimiento nacional e internacional, con un desempeño independiente, objetivo y neutral. Pero, además de ello, para la agenda global, a un nivel político y analítico, las CV han permitido logros descriptivos y estadísticos muy sobresalientes para conocer el estado de violación de los derechos humanos, han aportado relatos históricos y antropológicos de cómo se han manifestado los traumas psicosociales; cómo se han producido los procesos de escalamiento de las violencias y de los procesos de brutalización y deshumanización. 2 Detectando los factores estructurales que han propiciado esas violencias políticas: fuertes desequilibrios de poder; concentración de la propiedad; ausencias de mecanismos políticos de protesta y defensa; degradación de las relaciones institucionales (parlamentarias, judiciales, policiales, etc.). Asimismo, ha habido una dimensión pedagógico-educativa en las CV que se ha catapultado gracias al buen uso de los procesos técnicos de la globalización (parabólicas, internet, correo electrónico). Las poblaciones sufrientes han podido vencer el miedo y superar su silencio, aireando a los cuatro vientos, sus padecimientos y pudiendo señalar a los culpables. Creo que aún no 2

La Comisión de Esclarecimiento Histórico de Guatemala reveló una cifra de 40.000 víctimas, entre 1962 y 1996, de las que el 93 % recaía en responsabilidad del Estado; 3 % de los casos eran responsabilidad de la guerrilla; y, el 4 % restante quedaba sin identificar.

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hemos calibrado los efectos psicológicos que está teniendo para la Humanidad el conocimiento de los casos de desaparecidos, torturados o exhumados de las tumbas colectivas anónimas. Al igual que el Holocausto de los años 30, esta memoria pesará como una losa por mucho tiempo. El nunca más de los informes sobre conculcación de derechos humanos han de servir para algo y no caer en saco roto. De alguna manera, estas historias deberían estremecer la conciencia de toda la humanidad. Por fin, también existe un nivel reconciliador en las CV; una Reconciliación no sólo a nivel individual, sino estructural y dinámica. El aprendizaje pasa, cómo no, por transformaciones radicales en el reparto de la riqueza; en la distribución de la justicia que debe hacerse accesible a toda la sociedad y que debería frenar la impunidad. Y, también, un sistema de educación que forme en la tolerancia, en el respeto y en la interiorización de los derechos humanos.

6.- El papel de las mujeres en la Reconciliación.Una parte muy importante en las reconstrucciones postconflicto es la dimensión de género y la participación de las comunidades en esa reconstrucción. A nivel local, los actores principales deben ser las propias víctimas, especialmente las poblaciones más vulnerables: niños, mujeres, ancianos, excombatientes, grupos étnicos, etc. Sin ellos es muy difícil conseguir la paz y la reconciliación sobre el terreno. A la par que se da un protagonismo especial a estos colectivos humanos es importante abordar la cuestión del fortalecimiento social, esto es, dotar de poder a la gente para que se autogobierne y para que determine sus propias prioridades. Este empoderamiento debe estar ligado a la reconstrucción del capital social perdido o fuertemente deteriorado tras largos períodos de violencia y guerra, un capital social que puede ser definido como: «las características de una

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organización social basadas en la confianza, las normas y las redes de reciprocidad y compromiso civil que tienden a autorreforzarse y a acumularse para el bien común» (Bendaña y Putman). O si se prefiere expresar de otra manera más simple: tratar de generar una cultura de la confianza que facilite la cooperación y la coordinación de todos para que todos obtengan intereses y beneficios mutuos. En este sentido, fortalecer las redes locales, los espacios cercanos y la acción común me parecen importantísimos. En relación con las mujeres y los niños hay diversos aspectos del análisis que conviene no olvidar a la hora de abordar la Reconstrucción y la Reconciliación. Un primer aspecto tiene que ver con ser poblaciones muy vulnerables a la violencia: Los niños han podido ser forzados al trabajo en situación de semiesclavitud o han podido ser obligados a enrolarse como combatientes. Las mujeres, por su parte, se han convertido en botín de guerra, siendo explotadas sexualmente u obligadas a tener una descendencia no deseada. De unos y otros casos se derivan consecuencias psicológicas y sociales: estrés mental, depresión, ansiedad, desórdenes de estrés pos-traumático y otras formas de angustia mental. Un buen programa de asistencia psico-social debe adecuarse a estos ponderables para asegurar una rehabilitación. Un trabajo que, en muchas ocasiones, pasa por reconstruir mentalmente toda la experiencia vivida como víctimas, proceso doloroso y agotador, para poder superar el pasado y encarar el presente. Un proceso que, en cualquier caso, requiere tiempo, esfuerzos y comprensión de toda la comunidad, tanto a un nivel local, como internacional. Los ejemplos de Sri Lanka, Camboya, Rwanda, el Kurdistán o Palestina son sólo pequeñas muestras de programas en este sentido. Asimismo, no conviene olvidar que la Reconciliación se aborda para evitar, en el futuro, las violencias del pasado. Ello significa poner en marcha medidas jurídicas, políticas y culturales para evitar que las mujeres sean objeto de violencias específicas y los niños reclutados o explotados. No conviene olvidar que la

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violencia se manifiesta, también, en la falta estructural de igualdad y en la distribución desigual del poder. Y, esto obviamente sirve para comprender no sólo las relaciones entre ricos y pobres, sino también las relaciones de género. Quizá llevado este argumento hasta sus últimos extremos, se podría decir que la violencia es, sobre todo, un problema masculino. Habría, por tanto, que hacer desaparecer la “cultura del músculo”, aquella que consideraba como buena la guerra porque permite que los jóvenes demuestren su valor, su nobleza y su espíritu de sacrificio; y, desacreditar a la guerra porque obliga a las madres a ofrecer la vida de sus hijos en el altar de la patria o la ideología. Retomando el argumento principal nos lleva a la conclusión de que —según Fay Weldon— «la forma de relacionarse hombres y mujeres y la forma como evoluciona esa relación, permite comprender no sólo la guerra y la paz, sino también la prosperidad y el éxito de nuestras distintas culturas». En segundo lugar, la Reconciliación, también, tiene que reconocer el papel jugado por las mujeres en tiempos de guerra como sostén de la casa: en ausencia de los hombres, ellas han mantenido el hogar, han educado a los hijos y han cuidado de los mayores. Desde Palestina, al Sáhara, desde Uganda a Guatemala..., las mujeres de facto han sido las encargadas de mantener el esfuerzo global de las comunidades. Han actuado como el principal soporte de la seguridad y la supervivencia de éstas, en consecuencia, deben ser también protagonistas una vez que se pone fin a la violencia de guerra, así como es fundamental que se reconozca públicamente este esfuerzo y empeño. En otros casos, esas madres o abuelas, con pañuelos blancos o vestidas de negro han mantenido la memoria viva de los desaparecidos, en una lucha tenaz y constante contra la injusticia y la impunidad. En estos, como en tantos otros casos, la Reconciliación debería facilitar un debate sincero y abierto sobre los roles de género, más acorde con la cultura de los derechos humanos y con la satisfacción equilibrada de ambos sexos.

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Y, en tercer lugar, las mujeres pueden jugar un papel muy importante como pacificadoras a nivel comunitario y, no sólo comunitario. En este sentido, lo cierto es que son, aún, poco reconocidas. Así, las mujeres, en general, son poco visibles en las mesas de negociación de la paz, tienen poco peso en los acuerdos y pactos y, apenas se incorporan a la imaginería, la simbología y los rituales de los protagonistas de la paz, la reconstrucción y la reconciliación. Las guerras, como sabemos, las hacen los hombres y las acaban soportando las mujeres. Pero lo más paradójico es que, asimismo, las paces las hacen los hombres y las acaban manteniendo las mujeres. Sin embargo, organismos como UNIFEM (Fondo de Naciones Unidas para el Desarrollo de la Mujer), UNESCO, ACNUR, están reconociendo —en sus informes— que las acciones de las mujeres son fundamentales para reactivar las economías y reconstruir redes locales. Igualmente que, la elaboración de planes de asistencia y la puesta en práctica de proyectos y actividades reconstructivas no son eficaces sin el concurso de las mujeres, sin su trabajo, sus técnicas organizativas, su capacidad para la solidaridad y sus estrategias. Esto mismo sirve para extender el proceso de la Reconciliación a niveles locales y comunitarios. En este sentido las mujeres pueden y deben hacer mucho en favor de articular, vertebrar y dar un sentido profundo y reparador a la Reconciliación. Hay un último aspecto entre los muchos posibles que quiero no dejar de señalar: la relación entre mujeres y noviolencia para ayudar a la reconciliación. Me voy servir de las tesis de Sara Ruddick para trazarlo levemente. Ella señala la práctica materna a la luz de la noviolencia como: renuncia al uso de la fuerza y la violencia, resistencia a ésta, reconciliación entre los opositores y promoción de la paz. Los estudios sobre el papel de las mujeres en las sociedades castigadas por las guerras civiles, la violación de derechos humanos, etc., pueden ser ejemplos para comprobar hasta qué punto se conjugan estos cuatro ámbitos en los espacios micro.

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Esta política del cuidado en estos espacios da protagonismo a las mujeres aunque no se les reconozca. No es que ellas se liberen fácilmente del odio o del ansia de venganza, pero sí demuestran estar mejor predispuestas y, quizá, mejor preparadas para el complejo proceso de reconciliación. Ya existen investigaciones que trabajan en esta línea y aunque no se pueden generalizar están indicando que la tesis de Ruddick es digna de tenerse en cuenta.

7.- Algunas condiciones para la Reconciliación.Recapitulando algunas de las cosas que hemos dicho hasta ahora: la Reconciliación es un proceso relacional en el que se pretende cerrar de una manera óptima y positiva procesos de transición a la democracia de sociedades que han sufrido dictaduras, guerras o regímenes con alto grado de violencia; asimismo implica una tarea ingente, laboriosa y difícil, pero no imposible. Algunos métodos y procedimientos ayudan a abordar esta cuestión. Por supuesto las CV han ayudado; también actores como las mujeres, las iglesias, las ONGs, esto es, una parte significativa de la sociedad civil. Junto a estos grupos, todos aquellos que voluntariamente deciden dejar la violencia y construir sociedad de manera incruenta. Ahora la pregunta que me formulo es en qué condiciones hacerla y que guías seguir, qué pautas y patrones adoptar para darle un notable grado de autenticidad al proceso. Dicho de otra manera: qué dirección tomar para que el proceso sea creíble. Para que, más allá de los necesarios acuerdos, consensos y pactos para la construcción de la paz se pueda llegar al final del modelo con la mayor de las profundidades. Llamémosle, si se quiere protocolo o matriz pero, en cualquier caso se trata de un ejercicio no sólo intelectual, sino también práctico. Tengo que volver a señalar que entiendo que resulta muy importante retomar la idea de ser capaces de generar

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una gramática para dotarnos de reglas y normas para comprender el proceso, establecer diálogos y generar comprensiones. Como todos los protocolos su virtualidad está en su capacidad de adaptarse y ser flexible en función de las necesidades, las demandas y la funcionalidad que ha de desempeñar en cada Reconciliación. Asimismo, este tratamiento pautado quiere combinar debate y acción, comenzando por lo particular y extendiéndose a lo más general, coordinando asimismo niveles y escalas secuenciales. Propongo uno pero, estoy completamente seguro que es mejorable y perfectible. Sólo lo expongo para abrirlo a todos los comentarios pertinentes de parte del lector. 1º) Reconocer que ha habido víctimas y victimarios: Es una primera llamada de atención general que hace despertar la alarma social, pero sobre todo moral de la sociedad, que hace aflorar voces silenciadas, las primeras denuncias, los primeros debates verdaderamente públicos que reconocen el sufrimiento vivido y producido. Es, también, un trabajo de recuperación y rescate de la memoria y del recuerdo tan interesante como necesario puesto que de lo contrario se olvidaría, se apagaría y se trivializaría el sufrimiento producido. Hay sociedades donde este reconocimiento parece resultar casi inmediato, por ejemplo, durante el propio proceso de lucha armada o de violación de derechos humanos, pero puede ser un falso reconocimiento que no ayuda a la reconciliación sino a la justificación de las violaciones comedidas por cada cual: serían entendidas como meras pérdidas de guerra. No, no es esto. En otros casos, han sido necesarios muchos años para que este reconocimiento se haga real, público y aceptado, muchos años en los que ha persistido el silencio respaldado por la amenaza de los que violaron para que sus actos no fuesen conocidos y precisados, en otros porque parecía la mejor opción para evitar

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nuevos estallidos de violencia mediante el sistema de venganzas; sin embargo, silenciar todo lo que ha sufrido una parte de la sociedad en favor de un supuesto «bien común», es reconocer — como poco— que la amnesia es mejor que la verdad, o que los fantasmas del pasado nunca volverán, o que una sociedad que se estime a sí misma puede vivir negándose su propia dignidad. Estimo que, por muy doloroso que resulte, reconocer que ha habido víctimas y victimarios, perfilar el papel que ha tenido cada actor durante el conflicto violento, y hacerlo público, es una condición necesaria para poder abordar fases posteriores con un cierto éxito. Así como reconocer todos los actores indirectamente implicados y sufrientes que, en el caso de algunas sociedades, constituyen un elemento importantísimo de la continuación del reconocimiento del catálogo de víctimas. 2º) Catálogo de los horrores (y errores): Saber de forma genérica que ha habido víctimas y torturadores no es suficiente, hay que saber qué sucedió, hay que cuantificar y cualificar el daño producido y los responsables directos. Generalmente, este trabajo lo realizan unos organismos creados a tal efecto, que suelen llevar por título el de comisiones de la verdad, el perdón, el esclarecimiento o la reconciliación. Estas actúan investigando y ayudando a las sociedades a enfrentarse críticamente con su pasado, a fin de superar las crisis y los traumas generados por la violencia, conociendo sus causas, identificando los elementos en conflicto, investigando los hechos más graves de violaciones de derechos humanos y estableciendo (en su caso, si así es su mandato) las responsabilidades jurídicas correspondientes. El siempre difícil trabajo de estas comisiones ha ayudado a identificar las estructuras del terror, sus ramificaciones y conexiones, el escritor Ernesto Sábato decía —para el caso argentino—: «debimos recomponer un tenebroso rompecabezas,

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después de muchos años producidos los hechos, cuando se han borrado deliberadamente todos los rastros, se ha quemado toda la documentación y hasta se han demolido edificios». Asimismo, su labor permite reivindicar la memoria de las víctimas, proponer políticas de compensación de daños, e impide que los que participaron en las violaciones sistemáticas de derechos humanos puedan seguir ejerciendo en cargos públicos evitando que desprestigien el estado de derecho. Las comisiones, por lo general, están formadas por expertos juristas, historiadores, personas de prestigio social y político reconocido, y todas ellas ayudadas por agencias gubernativas, organismos internacionales u organizaciones no gubernamentales, generalmente peritos en la defensa de los derechos humanos, conocedores de los procesos de pacificación (mediadores, irenólogos, constructores de paz), junto a otro tipo de profesionales (abogados, psicólogos, médicos, forenses, etc.); todos ellos profesionales cualificados y neutrales que emiten un informe veraz y contrastado tras un período, generalmente menor a dos años, en el que se recogen pruebas periciales y testimoniales. Habitualmente estas comisiones no se constituyen como tribunales, en consecuencia no actúan como tales, aunque suelen tener un gran poder para solicitar investigaciones paralelas, recopilación de pruebas, o para hacer recomendaciones al gobierno o a posteriores tribunales (sean estos nacionales o internacionales). El nacimiento de estas comisiones (si exceptuamos las formadas para la postguerra mundial y otras guerras como las del Vietnam) tienen cerca de veinte años de vida, siendo las primeras las de Argentina (de mandato oficial) y Brasil (de mandato no oficial) —presididas por el escritor Sábato y el arzobispo de Sao Paolo Cardeal Arns, respectivamente—, que publicaron sendos informes con el significativo título de Nunca más. A estas siguieron, las de Chile, El Salvador y Perú (la más reciente), todas ellas con carácter de oficial. Así, como en Paraguay con el Comité de Iglesias para Ayudas de Emergencia (CIPAE) sobre la dictadura de Stroessner;

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el Servicio de Paz y Justicia lo hizo con Uruguay; y, también, otras organizaciones lo confeccionaron para Bolivia, Colombia y Honduras. Fuera de América las más conocidas ha sido las africanas de Sudáfrica y Rwanda. 3º) Fases del perdón, del reconocimiento y de la justicia: Es un de los episodios más difíciles de todo el proceso. En ella se acomete la transición del miedo a la confianza. Perder el miedo al miedo no es fácil, requiere tiempo y gestos, es un labor marcada por las cautelas y por la permanente observación de todos los acontecimientos y de los actores entre sí. Se comienza, siempre, por un estado de evidente temor, recelo y desconfianza social y política especialmente hacia aquellos sectores que habiendo sido victimarios o habiendo sido aparentemente neutrales en las fases más agudas del conflicto, pretenden ahora ser los incitadores, iniciadores o continuadores de los cambios políticos que se están produciendo. También hay temor y desconfianza porque el proceso iniciado puede parecer endeble y, por tanto, reversible, pudiendo volverse a etapas anteriores de escalada de la violencia. Sin embargo, si se saben resolver estos primeros recelos —más o menos temporales—, se comienzan a producir los primeros encuentros entre los diferentes actores (a una escala intermedia y menor) que se auto-reconocen como interlocutores válidos. Posteriormente, comienza a resultar normal que partícipes del conflicto muestren un análisis de las etapas de violencia acentuando errores propios, expresando arrepentimiento o, directamente, pidiendo perdón (éste, a mi juicio, no tiene porqué darse necesaria e ineludiblemente). En esta fase, que como puede suponerse suele ser coetánea a la anterior, pueden jugar un gran papel instituciones históricamente estables y muy reconocidas socialmente, que han podido tener una gran responsabilidad y protagonismo en las primeras fases del proceso de negociación previo al final de la escalada de la violencia, como puede ser el

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caso de la Iglesia, la Universidad, los intelectuales en general, agencias de mediación internacionales, organizaciones no gubernamentales de prestigio, etc. En este sentido, la prensa puede jugar un papel destacadísimo, de carácter pedagógico y moral, del que nunca debiera de sustraerse, propiciando foros de encuentro, acercando posiciones encontradas, etc. Asimismo, la aplicación de la(s) justicia(s) resulta muy importante para evitar la posibilidad de instalar el olvido o la impunidad total. Se ha criticado, con razón, la aprobación precipitada de leyes denominadas de «obediencia debida», de «caducidad» o de «punto final», cuando esos mismos gobiernos responsables de delitos contra los derechos humanos tenían firmados tratados internacionales (de persecución de crímenes contra la humanidad, sobre Derechos civiles y políticos, sobre Genocidio, o contra la Tortura, entre otros) que les obligan, política, jurídica y moralmente a no ceder a la impunidad. Sin embargo, la realidad política conduce, en ocasiones, a negociar con muchas dificultades este apartado que pudiera resultar una condición sine qua non para que exista futuro. Ahora bien, justicia sin futuro es tan peligroso como futuro sin justicia. Igualmente, el estado de derecho que nace se justifica a sí mismo impartiendo justicia y ofreciendo a aquellos presuntos violadores de derechos, las garantías de un proceso justo y honesto que ellos mismos no otorgaron a sus víctimas. 4º) Definición de los que deben ser los actores (directos) de la pacificación, rehabilitación y reconciliación: Debería estar claro que el sujeto fundamental de la reconciliación a gran escala es toda la sociedad, no puede ser de otra manera, de lo contrario estaríamos asistiendo a una farsa. Sin embargo, hay algunas apartados más específicos en todo proceso de reconciliación en que no cabe más remedio que entrar en pasos y tratamientos de negociación y pacificación, en donde no puede

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estar toda la sociedad negociando entre sí. Han de definirse mediadores, árbitros, intervinientes, cómo realizar las evaluaciones de las negociaciones, como tratar la información que se derive de estos actos para hacerla llegar a toda la sociedad, etc. Evidentemente esta fase suele ser también bastante coetánea a las anteriores y, en ella, los actores y actrices más directos y determinantes en la relación se van definiendo, en ocasiones, seleccionando paulatinamente en función de las circunstancias del propio proceso de pacificación. Debería de quedar claro que los actores directos de cualquier reconciliación deberían de ser las víctimas (supervivientes y familiares de éstos) y los victimarios. Tampoco deberían olvidarse otras figuras sin las cuales las violaciones no se hubieran hecho posible. Asimismo, recuperar la memoria es saber qué lugar tendrán las víctimas muertas, o los que pudieran haber sido víctimas y agresores a la vez, o qué reflexiones se hacen desde la oportunidad de tal proceso relacional con las generaciones futuras. Todos ellos completarían el amplio espectro de la reconciliación. Manifestado así parece claro pero, en la práctica, no resulta tan fácil saber quiénes son cada uno de estos actores, o quiénes los van a representar, así como el peso específico que ha de tener cada elemento en ese proceso relacional, etc.. Asimismo, en esta fase deberían de tratarse múltiples temas que pueden quedar ajenos al trabajo de las comisiones y que seguro que llevarán en su agenda aquellos que hayan sido reconocidos como los actores directos de la pacificación-negociación como parte del proceso reconciliador. 5º) Agendas de reinserción y rehabilitación: Esta etapa tiene mucha relación con el desarrollo y resultado de la número dos y cuatro (comisiones de la verdad y actores). En las agendas se deben establecer qué va a ocurrir con aquellas personas que han sido denunciadas por las comisiones de la verdad y han soportado causas judiciales, o se han beneficiado

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de algunas formas de amnistía general, de indulto particular o de perdón político. Las agendas cuando se confeccionan deben de pensar en un trabajo a desarrollar durante al menos una generación; que cuenten con un gran respaldo económico, político y social; asimismo, no sólo deben de pensar en el reinsertado sino en un plan integral en el que se beneficie la comunidad donde va a realizar su nueva vida. En algunos casos, donde la cantidad de reinsertados es muy alta, y no es posible otra solución mejor (¡!) se opta por una simple desmilitarización de tropas o por la conversión de éstas en la futura policía (¡poner al lobo como guardián de las ovejas!). En otros casos es apoyo económico, psicológico o social, bien para las víctimas y/o para los victimarios en su proceso de reinserción. A tal efecto se crea todo un aparato burocrático de seguimiento y unos programas específicos para abordarlos. En este trabajo la labor de personal especializado de Naciones Unidas, junto a profesionales con una gran experiencia en estos casos resulta fundamental. En gran medida, muchos procesos de reconciliación fracasan total o parcialmente (o resultan insatisfactorios) porque las agendas y planes de la reinserción no se han planteado bien (por ejemplo asociados a directrices de quienes prestan el dinero para la reinserción como el Fondo Monetario Internacional que asocia el préstamo a iniciar políticas de ajuste), o carecen de recursos económicos, que en muchas ocasiones quiere decir falta de voluntad política. Asimismo, no se pueden olvidar de estos planes la reinserción de población refugiada o desplazada que ha de volver a sus zonas de origen, generalmente, con grandes dificultades producidas por el desarraigo, el miedo o la pérdida de familiares y bienes. 6º) Plan general y planes específicos para la reconstrucción económica, social y psicológica: Se trata de un programa paralelo y más ambicioso que las agendas de reinserción (que están pensadas sólo para los reinsertados y su comunidad). Consiste en la reconstrucción de la

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economía nacional y el inicio de los primeros pasos para ubicar la economía dañada por el conflicto en una mejor disposición para insertarse en el concierto económico internacional. Se tratará de un plan general de estabilización que reconduzca la macroeconomía, permita establecer análisis de resultados y planes anuales (o de otro período de tiempo) con objetivos posibles y deseables. También lo es de apertura al exterior, con entrada de capitales y de préstamos para la reconstrucción. Aquí tiene mucho sentido advertir que la generosidad de los gobiernos extranjeros que ayudan al proceso de pacificación, reconstrucción y, por fin, de reconciliación, resulta esencial, dicho de otro modo si la reconstrucción se aprovecha para mantener un intercambio desigual, un comercio injusto, y una dependencia política del país en reconstrucción: mal camino y difícil, sino imposible será aquélla. Es fundamental que estos planes reconozcan las causas y los fundamentos primigenios que originaron la violencia desatada: sea el mal reparto de la riqueza, el peso de ciertos sectores sociales y económicos en la dirección del país, o una negativa dependencia del exterior, entre otras muchas. Sean las que sean debe de abordarse con sinceridad para poner en marcha reformas estructurales que permitan no repetir errores del pasado. En otro orden de cosas también resultan muy importantes las formas de reconstrucción psicológica de los tejidos sociales dañados, especialmente de aquellos sectores más débiles: víctimas y torturados, niños, mujeres, ex-combatientes, refugiados, desplazados, etc., que pueden requerir de ayuda psicológica específica, atención médica especializada o tratamientos de por vida de secuelas y enfermedades contraídas en los períodos de violencia. En este terreno es utilísimo el trabajo que realiza la diplomacia popular noviolenta a través del peacemaking y peacebuilding. Asimismo, la reconstrucción social pasa por fortalecer a la sociedad civil generalmente muy maltrecha, así como vivificar y robustecer todos los mecanismos de alerta y prevención de futuros conflictos, creando las instancias e

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instituciones, así como los hábitos de la negociación y de la resolución de conflictos por medios pacíficos como una tarea fundamental. Esto nos conduce a la última etapa del proceso de reconciliación. 7º) Modelo de democracia: La aspiración última debe ser siempre la instauración de un régimen donde sea posible —como dicen los chilenos— la reconvivencia. Saber que con quienes nos relacionamos, con quienes tenemos conflictos y diferencias, seguirán ahí «a la mañana siguiente» para recordarnos que somos como somos porque ellos son como son. Vivo y me defino porque el otro vive y se define. Porque estamos pensando en las mismas reglas, en el mismo juego limpio, porque creemos que los conflictos pueden ser solucionados de manera pacífica aunque, quizá, no inmediata. En pocas palabras se podría hablar de un régimen democrático, social y de derecho, que permita la participación, el pluralismo y el ejercicio de las libertades. Pero aquí tampoco vale generalizar, cada sociedad debe buscar, mediante un debate sincero y abierto, sus propias fórmulas, alimentándolas con sus propias experiencias del pasado, conociendo también sus limitaciones y sus verdaderas posibilidades. Se puede, también, buscar modelos que ya han tenido éxito pero sin caer en la pura imitación. Se debe tener presente, también, que el establecimiento de un régimen democrático es una sabia combinación de imperfecciones, de pactos y formas de consenso donde todos han de dosificar sus apetencias y donde hay que priorizar y jerarquizar en función de elementos básicos para la convivencia en paz, como son la solidaridad, el principio de justicia social y de igualdad de oportunidades. La democracia que se construya debe traer consigo aquellos elementos que permitan evitar la vuelta a las violencias del pasado. La reconciliación social o nacional (como a algunos les gusta llamar) de alguna manera se cierra cuando la democracia se

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ha consolidado como régimen en el que todas las aspiraciones razonables son posibles y donde ninguna causa política o social es olvidada. Una democracia se precia no tanto porque sea el gobierno de las mayorías sino porque se respeta escrupulosamente a las minorías, porque existen unas reglas de juego claras y respetadas por todos y porque hay verdadera alternancia política, con propuestas diferenciadas y diferenciadoras. La democracia alimentará la paz y ésta a aquélla. Asimismo, una democracia fuerte y consolidada podrá amortiguar mejor las futuras tensiones, crisis y conflictos de los que ninguna sociedad está exenta, porque un régimen de libertades sólo puede verse e interpretarse como salud mental para sus ciudadanos, donde la palabra, la confianza, el respeto y la convivencia presiden los actos sociales. Para todo ello hay que sembrar, desde la escuela, la función pública, la acción política, la judicatura, la milicia, el mundo empresarial, etc., una ética pública fundamentada en los derechos humanos, el fortalecimiento de la instituciones públicas y el respeto a las libertades. ¿No es todo esto cultura de la paz?. He de ir concluyendo. Como se puede apreciar por todo lo visto se trata de un proceso largo: reconocer el sufrimiento de una sociedad rescatando la memoria de los que lo padecieron; buscar la verdad para hacer pública la violencia cometida en el pasado; animar a que se produzca el arrepentimiento sincero, (¿por qué no) el perdón rehabilitador y la justicia restaurativa instalando grados de confianza en la sociedad; definiendo actores y actrices de este proceso; describiendo las agendas para la reinserción; erigiendo planes de reconstrucción económica, social y psicológica; y refundando un estado social, democrático y de derecho. Todo ello puede parecer tarea imposible, pero la práctica y la historia más recientes nos dicen que, en algunos casos, ha sido posible o, mejor, está siendo posible. Quizá es un juicio demasiado optimista, no quiero dañar a nadie (ni a mi mismo) con mi optimismo. Estoy advirtiendo que

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hay elementos muy positivos, no soluciones a todos los problemas y perspectivas. Como tal proceso relacional la reconciliación es un elemento vivo que se transforma paulatinamente como una ameba. Si la reconciliación no es un ejercicio en falso o fracasado, en cualquier caso deberíamos tener pautas para valorarlo. Veamos, brevemente, porqué. La experiencia de los procesos de Reconciliación ha sido muy desigual y, en cualquier caso, suelen durar mucho tiempo. Los españoles, en particular, y los europeos, en general, sabemos de esto porque nosotros hemos sufrido una historia reciente cargada de altísimos niveles de violencia (varias guerras mundiales, el holocausto, la división de la Guerra Fría, la ex-Yugoslavia). En consecuencia estamos aún en una fase de reconciliación, a ello nos está ayudando la idea de construcción europea, la edificación de unas instituciones económicas de mercado común, la destrucción de las viejas rencillas y fronteras nacionales por otros ideales federales y paneuropeistas. Los procesos reconciliatorios, por tanto, que se han abierto en el mundo tras conflictos de muy diversa naturaleza, han generado suficientes análisis para hacer un primer balance medianamente positivo de los mismos. Al menos de la Reconciliación hemos aprendido varias cosas que no quiero dejar de reseñar: En primer lugar, el proceso de reconciliación supone un debate interno y, también, externo que —desde las perspectivas que estoy manejando— veo como necesario en el seno de sociedades muy dañadas. Resulta una terapia muy conveniente que aplica recursos paliativos y curativos a esa sociedad, estableciéndose debates y diálogos entre todas las partes, sobre muchos temas (desde los términos de la reconstrucción social hasta la respuesta a las generaciones futuras), y lo hace a diversas escalas y muchos niveles, incorporando a ese debate a otros países, muchos intereses y conciencias. En segundo lugar, la reconciliación es en sí misma, un

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proceso de aprendizaje de todos los actores sociales. Todos acaban por aprender de todos. Todos acaban profundizando en experiencias propias, comportamientos y actitudes. Todos ellos son términos que, algunos de los actores, nunca hubieran imaginado. Como tal proceso es de una indagación, una exploración, un ensayo, una investigación permanente sobre el sentido humano, las relaciones humanas, el valor de la ética, etc., que tiene además la combinación de una dimensión histórico-social e individual. En tercer lugar, cualquier pacificación va más allá de la reconstrucción de un nuevo orden legal, constitucional, económico y político, justamente gracias al elemento en presencia que es la reconciliación, porque ésta trae consigo propuestas superadoras de la violencia que pretenden poner en consonancia medios y fines, a las generaciones del pasado con las del futuro, resultados y déficit, etc. En cuarto lugar, la reconciliación debería ser un proceso democrático y evaluable. Es un desarrollo abierto a controles interno y externos, debe ser un proceso clarificador, transparente, controlado y evaluado en todo momento. Es, asimismo, un proceso dialéctico, participativo, acumulativo y hasta me atrevería a decir que podría ser, en ciertos contextos, muy creativo. Nada está dicho de antemano, nada está cerrado, todo está por hacer y por ver. Y, en quinto lugar, la reconciliación actualiza, fortalece y profundiza muchos de los elementos dañados en el proceso de violencia. Si las dictaduras, los regímenes totalitarios o los sistemas de violación sistemática de derechos humanos se fundamentaron en generar todo tipo de violencias, precisamente en el proceso de reconciliación al realizar un examen de todo lo dañado se pone más énfasis en que, en el futuro, se respeten más y se establezcan sistemas de garantías de los derechos y libertades, del juego limpio, de la justicia y el sistema judicial, de respeto y apoyo hacia los sectores más castigados (mujeres, activistas de las libertades, etc.) Por último, haciendo balance, los procesos de

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reconciliación si están hechos, en tiempo y forma, con la suficiente madurez y con un espíritu animado por la sinceridad de superar y no repetir las violencias del pasado resultan muy positivos para todas las partes, son una garantía para las generaciones futuras y son enormemente reparadores y constructivos. Aunque parezca una visión demasiado optimista existen algunos argumentos que justifican esta posición, algunos de ellos acabamos de exponerlos, y otros hacen referencia a su dimensión ética. Está claro que, la reconciliación es un asunto de responsabilidad y de necesidad; es una cuestión pragmática para poder seguir conviviendo y no instalarse de forma ilimitada en el pasado, pero también es una oportunidad para hacer balance del sufrimiento padecido y de la abyección de ciertas injusticias intolerables que las sociedades no se deben nunca de permitir sin caer, muchos de sus miembros, en la indignidad. Es, asimismo, una oportunidad para conocer con la suficiente profundidad las causas que originaron la violencia pasada, proponiendo alternativas y salidas para evitar su repetición, por supuesto también salidas morales. Igualmente, cuando la reconciliación no está madura como proceso no hay que buscar el consenso de una manera forzada, porque el consenso entendido así es un falso intento de armonizar diferencias irreconciliables y apuesta por una cosmovisión del mundo que anhela paz y armonía a cualquier precio; y, que no asume lo positivo que tiene el conflicto, que es reconocer por todas las partes las diferencias y el respeto mutuo que se deben en la búsqueda de las causas (y también de las soluciones) que generan percepciones, intereses y necesidades distintas. En caso contrario no tendremos una paz sino una tregua. Aprender también que la democracia, como etapa final de la reconciliación y como reconciliación en sí misma, como sistema, nos permite encauzar mejor ciertas violencias, mediante un reparto más equitativo de los recursos, la puesta en marcha de formas más eficaces de justicia, así como la capacidad de practicar así como de crear nuevos instrumentos que encaucen todos los

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descontentos a través de acciones políticas noviolentas y responsables que alimentan a la propia democracia y que no deben ser vistas como amenazas. Aquí, también, los elementos culturales juegan un importante papel sumando sus experiencias del pasado sobre regulación pacífica de conflictos a las formas ya conocidas de participación y libertades democráticas. Por último, conviene no olvidar que cada reconciliación necesita su propio ritmo, que no es un proceso apresurado. Asimismo, tampoco hay que ignorar que la reconciliación tiene su origen, precisamente, entre aquellos que han padecido las consecuencias de la violencia y que, demuestran ser capaces, por el bien de la sociedad y por el futuro, de reconstruir un nuevo orden no sobre la base de socializar más el sufrimiento sino sobre la justicia y la esperanza. Aún cuando estas pudieran parecer unas conclusiones quiero terminar con una recapitulación final y algunas consideraciones más.

8.- Algunas consideraciones.Quiero terminar consideraciones:

reflexionando

sobre

algunas

1) Una de las primeras reflexiones que debemos hacer es sobre el propio concepto de Reconciliación, esto es, sobre volver a conciliar una sociedad. Si esto es cierto, partimos de aceptar que, en el pasado, hubo en algún momento una sociedad donde existía la conciliación de pareceres y propósitos. Esto es, la conciliación de perspectivas, intereses y valores. O, formulado de otra manera, debemos preguntarnos: ¿Si existió la concordia por qué si era una sociedad conciliada e ideal se acabó rompiendo? ¿Qué se deterioró, por qué se quebró el consenso pretérito?, o quizá, ¿No estaremos sublimando el pasado sin necesidad de hacerlo?. Ahora bien, si por

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Reconciliación se entiende, aceptar la existencia de conflictos, no como algo negativo y dañino, sino como una oportunidad para encontrarse en la disparidad, para respetarse en la discrepancia, para construirse juntos, entonces y sólo entonces, seremos capaces de no repetir los errores del pasado y generar espacios de confianza. Y, no se olvide los errores del pasado consistieron en una desmedida existencia de las violencias, tanto directas, como culturales y estructurales. 2) Hay que saber, también, que muchos conflictos políticos locales —y las violencias que en éstos se producen— no son desvinculables de la falta de prevención y de la falta de eficacia de la comunidad internacional para abordar problemas estructurales. Dicho de otra manera, si se trabajara más a nivel global por erradicar problemas estructurales (economías de dependencia, maldesarrollo, desajustes, mala gobernación, déficit de democracia, tomas de decisiones injustas, etc.) se podrían prevenir, atenuar o incidir más y mejor sobre los conflictos locales. Es decir, muchas guerras civiles, muchos sistemas dictatoriales y autoritarios son y están porque vivimos en una cadena de relaciones injustas, de desequilibrios regionales y estructurales que generan crecimientos desiguales y polarización social. Falta la voluntad política por parte de los grandes para saber y querer reconocer esto. O faltan, si se quiere decir así, más y mejores mecanismos de prevención, sistemas de alerta, instrumentos compensatorios que distribuyan, con justicia, las riquezas existentes. Se ha avanzado bastante en los últimos 50 años pero la demanda de ir a más velocidad y por vías más justas es un clamor global. Si esto no se aborda con seriedad quedarán muy atenuadas las reconciliaciones locales o nacionales. 3) Las formas y caminos para abordar —de la manera más exitosa posible— la Reconciliación varia de acuerdo al contexto cultural y político de cada sociedad. Así como es dependiente de las

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condiciones económicas y sociales de partida. Conocer esto es fundamental para saber encontrar las vías más apropiadas, indagando sobre el patrimonio psico-social y psico-cultural de cada comunidad rota por el dolor. Sólo ella —evidentemente con la ayuda de otras partes: facilitadores, mediadores, proveedores, equilibradores, sanadores, constructores, y un largo etcétera— pero, sólo ella, debe protagonizar y abordar, de la manera más conveniente que estime, con esos recursos de que disponga: la superación de sus traumas, cerrar estigmas y curar las heridas, afrontando el futuro con responsabilidad. 4) Las CV han sido un paso esperanzador y positivo para abordar los primeros pasos de la Reconciliación. En ellas se ha conjugado devolver la dignidad a las víctimas, rescatar el valor de la memoria colectiva, reconstruir los lazos familiares y vecinales rotos, proporcionar seguridad y confianza, restablecer la conciencia moral de la sociedad y rehacer proyectos de vida. Con ser mucho, aún las CV han podido hacer recomendaciones jurídicas, extraer lecturas sociales, antropológicas, psicológicas e históricas; que, tras múltiples pactos y consensos han permitido elaborar reformas y cambios —entre otras— en las instituciones militares, judiciales, policiales y educativas. Sin embargo, si conocer la verdad puede ser muy interesante; o, conocer las verdades de todos y cada uno de los que la testimonian; no lo es menos, la dimensión pedagógica de las CV: que todos acaben reconociendo una verdad epistemológica de hondas repercusiones ético-políticas, a saber: la ineficacia a largo plazo de la violencia. 5) No hay reglas fijas, cada sociedad debe marcarse sus propios límites y fronteras sobre el papel que debe jugar, en todo el proceso, cuestiones como la aplicación de la justicia, el conocimiento de la verdad o cualquiera otros fundamentos sobre los que se base la Reconciliación. Aquí se nos plantea otro problema, nada fácil de resolver, en ocasiones planteado como una

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disyuntiva o alternativa insalvable entre ética (el arte de elegir lo que más nos conviene y vivir lo mejor posible) y política (esto es, organizar lo mejor posible la convivencia social, de modo que cada cual pueda elegir lo qué le conviene); como digo una alternativa que se plantea como insalvable entre ética y política respecto a cómo resolver el importante problema, por ejemplo, de la aplicación rigurosa de la justicia o, por el contrario, de la opción por la impunidad. En esto, convendría saber que existen acciones lícitas para la política que, sin embargo, pueden parecer abominables para la moral social. Sin embargo, conviene advertir que sólo si se ponen en marcha los más hábiles y humanos mecanismos de la política y de sus juicios se pueden resolver muchos conflictos que, de lo contrario, durarían una eternidad. Es en el nivel de la política, esto es, en la elección de posibilidades finitas, en donde se puede llegar a acuerdos para salvar una situación aparentemente insalvable. Pero no vale cualquier política, porque la Reconciliación no es un fin en sí misma sino que es un medio para tender puentes y traza caminos para otro fin mayor: crear sociedades democráticas en un mundo democrático que debe producir personas democráticas... Y, por último, una pregunta a este respecto ¿Puede fácilmente una sociedad democrática y sana aceptar que las injusticias queden impunes?

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COMISIONES OFICIALES DE INVESTIGACIÓN DE 1971 A 1995

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1971 1974 1982-84 1982-83 1983-85

Bangladesh Uganda Bolivia Israel Argentina

1985 1985 1985 1986-87 1986-87 1990-91 1991 1991 1991-92 1992 1992 1992 1992

Guinea Uruguay Zimbabue Uganda Filipinas Chile Rep. Checa Sri Lanka Chad Polonia Bulgaria Rumanía Albania

1992 1992 1992 1992 1992 1992 1992 1992

Chile El Salvador Brasil México Nicaragua Togo Etiopía Thailandia

1992-93 1992-93 1992-94 1992-95

El Salvador Nigeria Sudán Alemania

1993

Zimbabue

1993 1993 1993-94 1993-94 1994 1994 1994 1995 1995

Burundi Honduras El Salvador Ghana Honduras Malawi Sri Lanka Sudáfrica Guatemala

Comisión para investigar crímenes de guerra Comisión de investigación de los desaparecidos Comisión de investigación de los desaparecidos Comisión de investigación por la matanza de Sabra y Chatila Comisión Nacional para esclarecer los hechos relacionados con la desaparición de personas Comisión de investigación Comisión parlamentaria de investigación de los desaparecidos Comisión de investigación Comisión de investigación de violaciones de los derechos humanos Comisión presidencial por los derechos humanos Comisión Nacional por la Verdad y la Reconciliación Comisión parlamentaria Comisión presidencial de investigación Comisión de investigación por crímenes en Habré Investigación del Ministerio del Interior Comisión temporal de investigación sobre el Partido Comunista Comisión parlamentaria de investigación Comisión de investigación de matanzas por mecanismos de seguridad en Shkoder, 1944-1991 Corporación Nacional de Reparación y Rehabilitación Comisión Ad-Hoc sobre los militares Consejo de Derechos Humanos Comisión Nacional de Derechos Humanos Comisión tripartita Comisión Nacional de Derechos Humanos Fiscalía Pública Especial Ministerio de Defensa investiga las muertes y desapariciones durante las manifestaciones de mayo de 1992 Comisión de la Verdad Congreso Nacional de Comisión de Derechos Humanos Comisión de investigación Comisiones de parlamentarios de investigación que estudian los efectos del Partido Comunista, ideología y mecanismos de seguridad Comisión de Derechos Humanos que investiga las violaciones del gobierno actual y de los anteriores Comisión que investiga las muertes en el intento de golpe de 1993 Comisión Nacional por la Protección de los Derechos Humanos Junta de la comisión de investigación de los grupos guerrilleros Comisión de Derechos Humanos y Administración de Justicia Oficina del Procurador General Comisión de investigación de las muertes políticas en los inicios de 1980 Tres comisiones investigan las muertes y desapariciones desde 1988 Comisión de la Verdad y la Reconciliación Comisión para el esclarecimiento histórico de las violaciones de los derechos humanos y los hechos de violencia

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FUENTE: BRONKHORST, Daan (1995) Truth and Reconciliation. Obstacles and Opportunities for Human Rights. Amsterdam, pp. 85-89.

COMISIONES DE LA VERDAD, 1974-2001 (con indicación de la institución que la crea) 1974 1982-84 1983-84 1985 1985 1986-95 1990-91 1990-91 1991-92 1992 1992-94 1992-93 1993 1994-97 1995-96 1995-96 1995-2000 1996-97 1997-99 1999-2000 2000-2001 2002

Uganda Bolivia Argentina Uruguay Zimbabue Uganda Nepal Chile Chad Sudáfrica Alemania El Salvador Sudáfrica Sri Lanka Haití Burundi Sudáfrica Ecuador Guatemala Nigeria Sierra Leona Perú

Presidencia de la República Presidencia de la República Presidencia de la República Parlamento Presidencia de la República Presidencia de la República Primer ministro Presidencia de la República Presidencia de la República Congreso Nacional Africano Parlamento Acuerdo de Paz de Naciones Unidas Congreso Nacional Africano Presidencia de la República Presidencia de la República Consejo de Seguridad de Naciones Unidas Parlamento Ministerio de Gobierno Acuerdo de Paz de Naciones Unidas Presidencia de la República Legislación nacional Presidencia de la República

FUENTE: HAYNER, Priscilla (2001) “Verdades nunca reveladas que confrontan el terror del Estado y la atrocidad” (documento de trabajo), en Ideele, nº 135 (Perú), p. 39

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