Transformaciones y perspectivas de las \'bacrim\' en Colombia

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Descripción

Transformaciones recientes y perspectivas de las “Bacrim”

Fr éd ér i c Mas s é*

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esde el fin de la desmovilización oficial de los grupos paramilitares en 2006, analistas y otros académicos no han cesado de discutir sobre la evolución y naturaleza de los grupos que siguieron o heredaron la influencia de los grupos paramilitares. Entre quienes consideran que nada cambió, porque se trata de los mismos grupos que sólo cambiaron de nombre, y los que opinan que esas estructuras no tienen nada que ver con los grupos paramilitares anteriores, porque solo son bandas criminales sin contenido contrainsurgente, existen matices y posiciones intermedias. ¿Qué tan diferentes son estas estructuras, sus objetivos, modus operandi y el control territorial que ejercen en comparación con los antiguos

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Director del Centro de Investigaciones y Proyectos Especiales (cipe) de la Universidad Externado de Colombia.

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grupos? ¿Son simplemente bandas o redes criminales armadas dispersas y desarticuladas, al servicio del mejor postor? o ¿son más bien estructuras armadas en proceso de (re)agrupación o (re)concentración? Dicho de otra manera ¿entramos en un nuevo ciclo similar al surgimiento y consolidación de las autodefensas en Colombia, en los años 90?, o ¿acaso las transformaciones son tales que se produjo una ruptura que nos permitiría afirmar que efectivamente se acabó el paramilitarismo en Colombia? Nuestra tesis es la siguiente: “la materia no se crea ni se destruye; sólo se transforma”, como decía Lavoisier. Hoy en día, esos grupos acogen sin duda una lógica mafiosa, pero esa lógica no tiene nada de nuevo en un país como Colombia. Sin embargo, si bien existe una filiación evidente entre los grupos paramilitares y las bandas actuales, varias lógicas del fenómeno parecen haber cambiado, y la naturaleza de esos grupos es diferente. En la actualidad esos grupos ya no son contra-insurgentes ni para-militares en el sentido etimológico de la palabra. Más bien, esos grupos son mafias en armas o el brazo armado de los poderes mafiosos. Con el inicio de las negociaciones de paz entre el gobierno y las guerrillas colombianas, la lógica tradicional del conflicto armado en Colombia, que estaba perdiendo fuerza, desaparecerá tarde o temprano. Sin embargo, las lógicas y dinámicas criminales que nunca desaparecieron —en algunos casos se superpusieron y en otros se desarrollaron paralelamente y/o de manera cómplice en medio del conflicto armado—, probablemente crecerán y prevalecerán aun más. La ambigüedad y multiplicidad de términos utilizados para describir el fenómeno de esos grupos, que surgieron después de la desmovilización de más de 36.000 paramilitares entre 2003 y 2006, y que son comúnmente mal llamados “Bacrim”, no es solamente una cuestión terminológica. La discusión no es puramente semántica, pues tiene implicaciones operativas, políticas y jurídicas. De su caracterización y naturaleza dependen las entidades encargadas de combatirlas. El debate sobre la naturaleza de los nuevos grupos ha tenido también implicaciones sobre cómo definirlos legalmente con base en los estándares legales, nacionales e internacionales. A su vez, la denominación de estos grupos en función de esos estándares ha tenido un efecto directo sobre la política de asistencia a la población afectada. En síntesis, el término empleado refleja cuál ha sido el diagnóstico realizado y cuáles pueden ser sus implicaciones en la lucha contra el fenómeno.

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Continuidades

Las continuidades son obvias. La herencia paramilitar de las “Bacrim” ha sido bien estudiada: estructuras, modus operandi, ubicación geográfica, uso de las mismas rutas de narcotráfico, prolongación de sus actividades por parte de familiares, segundos y terceros mandos que no se desmovilizaron y/o de otros que se desmovilizaron y posteriormente se re-movilizaron. No todo es idéntico, pero la filiación de esas estructuras con los grupos anteriores, a la vez que era clara y reconocida, no generaba mucha polémica (Granada, Restrepo, Tobón, 2009; citpax, 2010; Human Rights Watch, 2010). Con el paso del tiempo, sin embargo, esas estructuras han perdido su “adn” paramilitar. Muchos de los mandos medios paramilitares que lideraban esas bandas fueron capturados o muertos en combate. A finales de 2012, más de noventa jefes y mandos medios habían sido capturados, de tal manera que los reincidentes, que según datos oficiales, componían entre el 7 y el 15% de esos grupos, deben representar una proporción aún menor hoy en día. Dicho eso, si bien los integrantes de esos grupos se renovaron, su forma de operar no cambió mucho. Los nuevos reclutas, miembros de combos y pandillas de barrios marginales de las grandes ciudades, así como jóvenes y adolescentes de zonas rurales sin perspectiva de trabajo, hicieron su aprendizaje paramilitar. (Granada, Restrepo, Tobón, 2009; citpax, 2010; Human Rights Watch, 2010). Hoy en día, estas estructuras tienen mayor presencia en los cascos urbanos que los antiguos grupos paramilitares, donde ejercen control sobre las economías ilegales a través de informantes, jefes de bandas sicariales, reclutadores de nuevos y antiguos miembros, extorsionistas y cobradores de rentas de los mercados urbanos de drogas. Sin embargo, siguen manteniendo presencia en las zonas rurales, bien sea mediante pequeños pelotones o a través de compañías operando de civil, mientras también operan en reagrupaciones de cincuenta a cien o doscientos hombres con uniforme militar, armas de largo alcance y sistemas de comunicación sofisticados para proteger el control sobre los corredores estratégicos para el tráfico de drogas (Granada, Restrepo, Tobón, 2009; citpax, 2010; Human Rights Watch, 2010). Por otra parte, aunque estas estructuras privilegian los asesinatos selectivos, continúan dándose casos de desplazamiento forzado, masacres y presiones contra la población civil. Asimismo, tampoco han cesado las amenazas y extorsiones a comerciantes, ganaderos u empresarios (citpax,

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2010). No obstante, a pesar de la filiación y el aprendizaje evidente heredado por las “Bacrim” de los grupos paramilitares, la naturaleza de esos grupos, la razón de ser y sus objetivos no son los mismos. Cambio de lógicas, cambio de naturaleza

Tres cambios importantes reflejan esa evolución: el primero es que ya no son grupos contra-insurgentes o de lucha contra la guerrilla; el segundo, que ya no son grupos para-militares en el sentido etimológico de la palabra; y el tercero es que esos grupos ya no se relacionan de la misma manera con la Fuerza Pública, con los políticos y con los actores económicos. Ya no son grupos contra-insurgentes

Nuestra primera hipótesis alude a dos problemas distintos. Dicho de otra manera, el problema tiene dos vertientes. Por un lado nos preguntamos, ¿qué tienen de contrainsurgente las “Bacrim” hoy en día?, y por el otro ¿qué tan contrainsurgentes fueron los grupos paramilitares anteriores? La confusión es ilustrativa: lo que genera polémica hoy en día en Colombia no es tanto si las “Bacrim” son o no grupos contrainsurgentes. El debate gira alrededor del carácter contrainsurgente de los grupos paramilitares anteriores. Algunos analistas (Echandía, 2013) consideran que no se puede hablar de un cambio de lógica y naturaleza de las “Bacrim” al rechazar el carácter contrainsurgente de los paramilitares anteriores. Según ellos, los grupos paramilitares que se desmovilizaron después de los acuerdos de Santa Fé de Ralito nunca fueron realmente contrainsurgentes por las siguientes razones: en primer lugar, porque sus orígenes así lo reflejan, es decir, porque no eran contrainsurgentes al origen; en segundo lugar, porque nunca combatieron realmente a las guerrillas, sino que más bien acogieron este discurso como un pretexto. Y en tercer lugar, para esos analistas los paramilitares anteriores no pueden considerarse contrainsurgentes en tanto estaban totalmente penetrados por el narcotráfico. Esos elementos son válidos —por lo menos parcialmente— pero, a mi modo de ver, no permiten por sí solos invalidar el carácter contrainsurgente de los grupos paramilitares. Veamos:

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El primer argumento —sobre la génesis de los grupos paramilitares— permitiría suponer que el origen de un grupo o de una organización es lo que determina su esencia, su naturaleza o su razón de ser. Sin embargo, la sociología de las organizaciones no es clara al respecto y existen varios contra ejemplos. Las farc, por ejemplo, no eran marxistas-leninistas en sus orígenes, pero es generalmente aceptado que así lo fueron después. ¿Las auc no fueron contrainsurgentes en sus orígenes porque los actores que las conformaron al inicio no tenían como objetivo principal luchar contra las guerrillas? Este argumento, no solo es discutible, pero de ser así, significaría olvidar que el origen sociológico de una organización tampoco es suficiente para explicar su aparición y consolidación. ¿Se puede en efecto sostener que tanto el Estado colombiano como las guerrillas no tuvieron nada que ver con el nacimiento y la consolidación de los paramilitares en Colombia? No olvidemos que las Convivir nacieron del fracaso del Estado en proveer seguridad a los ciudadanos en la totalidad del territorio nacional y que, una vez reconvertidos en grupos paramilitares, esos grupos suplantaron o apoyaron a la Fuerza Pública en su lucha contra las farc y al eln. El segundo argumento, según el cual las guerrillas y los paramilitares nunca fueron realmente enemigos porque nunca combatieron sostenidamente los unos contra los otros, también me parece discutible, y no invalida necesariamente el carácter contrainsurgente de los paramilitares. Si bien la confrontación armada se desarrolló principalmente de manera indirecta masacrando, amenazando y desplazando a la población civil (Romero, 2003; Cubides, 2005), ¿por qué el hecho de atacar a los civiles, más que involucrarse en combates directos entre sí, le quitaría el carácter de enemigo a la guerrilla por parte de los paramilitares? Cabe además recordar que en varias regiones del país (Sur de Córdoba, Sur de Bolívar, Urabá antioqueño, Magdalena Medio, entre otros), tuvie­ron lugar fuertes enfrentamientos directos entre las farc y los parami­litares, y no solamente —o no necesariamente— con el único propósito de apoderarse de las rutas del narcotráfico. Que los mapas de la presencia paramilitar y de los corredores del narcotráfico coincidan no es por casualidad, por supuesto, pero toda correlación no significa necesariamente causalidad. Si esto fuera así, ¿será que podríamos definir las motivaciones de los grupos paramilitares únicamente a partir del cruce de mapas, por muy bien hechos que estén? No se está negando que la aparición y consolidación de los grupos paramilitares guardaran una fuerte relación con el narcotráfico, pero no se puede reducir el origen y

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la razón de ser de los paramilitares únicamente a la participación que éstos ejercieron en ese negocio ilícito. Esto nos lleva al tercer argumento. Según los que rechazan o minimizan el carácter contrainsurgente de los paramilitares, el objetivo oficialmente contrainsurgente reivindicado por sus líderes era más un pretexto y un discurso que una realidad. Según lo anterior, la contrainsurgencia nunca fue la verdadera razón de ser de esos grupos paramilitares. Indudablemente, no fue la única, pero acoger este argumento es olvidar el carácter fundacional y constructivo que pueden revestir los discursos. Dicho de otra manera, tal posición tiende a olvidar que la realidad material siempre es redoblada por una realidad mental y discursiva (Searle, 1995). Es decir que la realidad “objetiva” es a la vez la realidad visible y la realidad construida y que esa realidad es también el resultado exitoso (o no) del discurso sobre la escena política (lo que se llama en inglés the successful performance of the speech act). En el caso de los paramilitares, aunque ellos tuvieron también otros objetivos y otras intenciones, me parece sin embargo que su discurso contrainsurgente también terminó, o por lo menos hasta cierto punto, construyendo y/o haciendo parte de esa realidad. Finalmente, el argumento según el cual las auc fueron, o por lo menos terminaron, totalmente penetradas por el narcotráfico (Cubides 2005; Echandía 2013), es igualmente válido y potente, pero tampoco le quita cierta validez a la tesis según la cual, en algún momento, fueron también de alguna manera grupos contrainsurgentes. En efecto, si bien es cierto que en la época en que se firmaron los acuerdos de Santa Fé de Ralito, el ala de “autodefensa” de los paramilitares había desaparecido ya, y que se había impuesto la vertiente de los narcotraficantes “químicamente puros”, hay que reconocer que hasta finales de los años 90 varios paramilitares tenían también un carácter contrainsurgente. No significa que esos grupos fueran únicamente contrainsurgentes o que ese carácter fuera su esencia; pero el punto es que, en algún momento, esos grupos sí fueron contrainsurgentes, característica que hoy en día ha desaparecido. ¿Qué cambió entonces? ¿Y qué explica que ya no sean contrainsurgentes en la actualidad? Retomando el concepto de “enemigos complementarios” desarrollado por Germaine Tillon (Tillon, 1958) y refinado por Luiz Martinez en su libro sobre la guerra civil en Argelia (Martinez, 1998), se podría decir que, en Colombia, los grupos paramilitares y las guerrillas no eran solamente enemigos, sino enemigos complementarios. Es decir, cada uno necesitaba al otro para justificar su existencia. Creados

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oficialmente con la justificación de acabar y combatir a la guerrilla, los grupos paramilitares se convirtieron más bien en “enemigos complementarios” de la primera. Los paramilitares necesitaban a la guerrilla para justificar su existencia, pero las farc también se sirvieron y aprovecharon de la existencia de los paramilitares para endurecer sus críticas contra los gobiernos de turno y seguir justificando su lucha armada. Con el Plan Colombia, el reforzamiento de las capacidades m ­ ilitares del Estado colombiano, y de allí, el debilitamiento de las farc, las auc empezaron a perder su utilidad y razón de ser como grupos contrainsurgentes. La desmovilización de las auc terminó ese proceso de transformación. Las estructuras armadas ilegales que quedaron y/o se reconformaron después de la desmovilización de las auc ya no eran antagónicas ni enemigas de las guerrillas, sino competidores o adversarios para la producción, distribución y comercialización de la coca y la captación ilegal de otros recursos. Habían pasado de una lógica de diferencia a una lógica de competencia. Ya no eran grupos que buscaban “(re)fundar la patria”, sino estructuras criminales total o casi exclusivamente orientadas hacia el narcotráfico y otros intereses privados. Ya no son para-militares en el sentido etimológico del término

El segundo cambio es que a diferencia de la relación de cooperación y división de labores que tuvieron las autodefensas con unidades de la Fuerza Pública, las estructuras armadas ilegales posdesmovilización ya no son tampoco, etimológicamente hablando, grupos paramilitares. Hoy en día procuran más bien infiltrarla, para obtener información sobre los operativos previstos contra ellas, así también sobre las acciones planeadas por grupos enemigos, e incluso para contar con su colaboración ante enfrentamientos con otros grupos—tal y como sucedió con los Cárteles de droga en los años 80. En otras palabras, ya no son grupos paramilitares como tal, sino estructuras que sostienen vínculos o relaciones menos estratégicas, y más comerciales o mercantiles, con individuos de la Fuerza Pública. A pesar de que no pase un mes sin que miembros de la Policía o del Ejercito sean capturados y/o condenados por relaciones con grupos al margen de la ley u otras actividades ilegales, y que, en muchas regiones, la Fuerza Pública siga siendo acusada de pasividad o de complicidad con esos grupos armados, esas relaciones —o más bien colusiones— responden

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a dinámicas principalmente individuales, locales y con fines meramente lucrativos. Ya no se relacionan de la misma manera con la sociedad

En los años 90, el intelectual francés Pierre Hassner concluyó que un doble movimiento se había producido en las sociedades postotalitarias y de posguerra: el de la “barbarización del burgués” y el del “aburguesamiento del bárbaro” (Hassner, 1998). Retomando esa dialéctica (aunque en un contexto muy diferente), uno podría decir que, en el caso colombiano, las colusiones de ciertas élites locales, regionales y nacionales con el paramilitarismo terminaron “barbarizándolas”. Las élites no sólo se aliaron con los actores armados ilegales para seguir vigentes, sino que éstos últimos se convirtieron de cierta manera en su guardia pretoriana. Ganaderos, políticos y empresarios habían generado a sus “bárbaros de servicio” para hacer el trabajo sucio. En algunos casos, fueron miembros de reconocidas familias de las regiones quienes se convirtieron en “bárbaros”, pero con una racionalidad fría y calculada, como si ellos hubieran hecho suyas las palabras del poeta francés René Char: “prever como estratega, actuar primitivamente.” Una vez sembrado el terror y eliminado a los oponentes se produjo el proceso opuesto: el del aburguesamiento de los bárbaros. Los “bárbaros” empezaron a buscar consolidar sus influencias y legalizar, legitimar e institucionalizar su poder acumulado. Esto último, bien fuera por la vía electoral o mediante otras actividades de proselitismo político, e incluso tratando de transformarse en empresarios respetables. La parapolítica fue entonces la expresión de un mal más profundo y amplio: no sólo fueron algunos políticos los que tuvieron nexos con los paramilitares, sino también ganaderos, empresarios, industriales, comandantes de brigada, y ex funcionarios de organismos de inteligencia. En muchas regiones, la sociedad colombiana fue víctima del paramilitarismo. Pero también, en varias partes, el paramilitarismo nació y creció adentro de la sociedad colombiana. ¿En qué sería diferente el panorama hoy en día? Retomando esa dialéctica, uno podría resumir la evolución de la siguiente manera: actualmente, los barbaros ya no buscan tanto aburguesarse y los burgueses no necesitan barbarizarse. Un análisis de la influencia de los actores armados ilegales en las elecciones locales de 2011 muestra, por ejemplo, que no hubo tanta presión armada por parte de las estructuras armadas ilegales. Para éstas

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no era tan importante quién detentara en sí el poder político en los municipios, en tanto pudieran asegurar el éxito de sus negocios ilícitos —narcotráfico, microtráfico de estupefacientes, minería ilegal, contrabando de hidrocarburos, extorsiones, etc. (citpax, 2012a— a través de negociaciones con los políticos elegidos o la corrupción de funcionarios de las administraciones y/o integrantes de la Fuerza Pública. Por otro lado, la clase política, que en el pasado había recurrido o buscado a los grupos armados ilegales para asegurar su caudal electoral, a través de presiones y constreñimientos a la población o mediante fraude y compra de votos, pareció haberse adaptado a las nuevas condiciones que impuso el escándalo de la parapolítica. Además la clase política local y regional tenía sus maquinarias y redes clientelistas listas, sin necesitar ahora tanto como en el pasado alguna acción coercitiva para asegurarse votos. Como resultado, los políticos no tuvieron necesidad de buscar el apoyo de los grupos armados ilegales ni estos de presionar a sus candidatos. Al controlar la maquinaria electoral, dichos políticos no necesitaron recurrir a las estructuras armadas ilegales para favorecer a uno u otro candidato, y en la gran mayoría de los casos el aval a los candidatos vino de los políticos tradicionales y no de los grupos armados ilegales. Hoy en día, al parecer, los nuevos jefes de esas “bandas” no buscan tanto aburguesarse, sino enriquecerse, y aunque siguen teniendo relaciones o contactos con políticos locales, ya no parecen interesados en la política en sí misma. En cuanto a los políticos, ya no necesitan barbarizarse; ya no necesitan recurrir tanto a la violencia para ser elegidos. Controlan la maquinaria clientelista y comprar votos les sale más barato y menos arriesgado. Con los sectores económicos, las relaciones también sufrieron cierta evolución. De una lógica de financiación tradicional (aportes voluntarios, narcotráfico, etc.) pasamos a una lógica de depredación (Collier, 2000) con más extorsiones y más narcotráfico. Así mismo de una lógica de depredación clásica pasamos a una lógica a la vez más empresarial y mafiosa, en la cual los grupos buscan ampliar sus portafolios de actividades tanto legales como ilegales, comprendiendo desde la minería ilegal hasta las empresas de seguridad. No significa que los grupos de hoy hayan renunciado a ciertas prácticas del pasado como por ejemplo la extorsión, pero, según algunos informes, las formas de extorsionar se han sofisticado de cierta manera (citpax, 2012b). En la actualidad, las estructuras armadas posdesmovilización son grupos empresariales criminales, empresas mafiosas o mafias en el poder

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(Garzón, 2008; Camacho, 2010; López, 2010). Pero son también algo más: son empresarios mafiosos fuertemente armados o mafias en armas que, para retomar el análisis clásico de Tilly, combinan las características del “especialista de la violencia”, es decir del actor armado ilegal, con las del “entrepreneur político” (Tilly, 2004). Son grupos que comparten ciertas características de los grupos mafiosos —poca confianza en su interior, redes urbanas y sicariales que controlan los microtráficos, uso selectivo de la violencia— pero son también grupos armados con experiencia y capacidad de combatir de manera militar, gracias a su filiación paramilitar. En algunas regiones, actúan como el brazo armado de los poderes mafiosos tradicionales que nunca desaparecieron y que lograron adaptarse. En otras, gozan de cierta autonomía y pueden servir al mejor postor. En ambos casos, se transformaron en actores socioeconómicos que generan empleos e inclusive administran la oferta laboral, de tal manera que requieren un terreno económico fértil y un terreno social precario, pero estable, para poder prosperar, lo que Mancur Olson describe muy bien a través de la parábola del lobo que se vuelve pastor (Oslon, 2000). La pobreza y el desempleo obviamente alimentan a esos grupos. Sin embargo, debido a que en muchas regiones, son ellos los que generan los pocos empleos existentes, mucha gente resulta comprometida con ellos. En este sentido, en algunas localidades no podría hablarse tanto de reclutamiento como de incorporación voluntaria a esos grupos. Además de un entorno próspero para poder recaudar o retener parte de la riqueza, el lobo que se vuelve pastor necesita también que haya delincuencia, pero una delincuencia productiva. Una vez el territorio está bajo control, es decir eliminados los enemigos y competidores, se requiere un entorno estable, sin demasiada violencia, o por lo menos sin violencia demasiado manifiesta. De allí que, hoy en día, un análisis de la presencia e influencia de esos grupos a partir de los hechos violentos no es suficiente para entender el fenómeno. La disminución de los combates o de la violencia no significa necesariamente una disminución del dominio de esos grupos armados, de tal manera que no se puede medir su influencia solo con base a los hombres armados que los componen o a los combates u otros actos violentos que cometen, por lo que reflejan solamente parte de la realidad. Ese control territorial, social y económico por parte de grupos armados ilegales no es nuevo en Colombia. Todos los grupos armados ilegales lo buscaron y ejercieron de alguna manera. Sin embargo, lo que

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parece haber cambiado en la relación de las “Bacrim” tanto con la Fuerza Pública y la sociedad civil como con los actores políticos y económicos, es la voluntad de esos grupos armados ilegales de no llamar la atención. Visibilidad vs. Discreción

A diferencia de lo que sucedió con las auc y las guerrillas, existe hoy día una estrategia de invisibilidad, o más bien de discreción, por parte de las estructuras armadas ilegales posdesmovilización. Buscan no llamar la atención. Las auc contaban con una página web, daban entrevistas, y buscaban visibilidad. Las farc quieren ser visibles, los atentados terroristas en parte tienen ese propósito también. Sin embargo, las “Bacrim” quieren que nos olvidemos de ellas, no buscan visibilidad, y no quieren escándalos. Tal vez porque son muy conscientes de que sería bastante ilusorio lograr el mismo nivel de interlocución política del que gozaban los grupos paramilitares hace quince años, y que in fine, una proyección mediático-política no les generaría tantos beneficios como en el pasado. Además, siempre resulta difícil saber si la gente quiere el poder para enriquecerse o enriquecerse para llegar al poder. Sin embargo, busquen o no el poder, lo cierto es que hoy en día, las “Bacrim” buscan confundirse o coexistir con el entorno y la población sin realmente transformarlo, lógica característica y fuerte constante de los grupos mafiosos (Arlacchi, 1983; Gambetta, 1993). “Bacrim” y negociaciones de paz

¿Cuál es el futuro de esos grupos? ¿Y qué puede pasar con el inicio de negociaciones de paz con las guerrillas? El conflicto colombiano ha (de)mostrado que los vínculos entre grupos de guerrilla y otras estructuras armadas ilegales no sólo eran antiguos (Romero 2003; Cubides 2005), sino que no habían desaparecido (Echandía, 2013). Necesidades de mercado, oportunismo, codicia, vínculos familiares, o transacciones colusivas: son muchas las variables que explican las motivaciones, anteriores y presentes, de los unos y otros. En consecuencia, es muy probable que el actual proceso de paz entre el gobierno colombiano y las guerrillas tenga algún impacto o incidencia sobre el futuro de las “Bacrim”. Sin embargo, ¿de qué lado (positivo o negativo) o en qué sentido (crecimiento o debilitamiento) se inclinaría la báscula en caso de que se concreten las negociaciones actuales? Una vez

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firmado un acuerdo de paz e implementado un cese al fuego definitivo, la Fuerza Pública, que se dedica actualmente a la lucha antiguerrilla, podría reenfocarse y concentrar todos sus esfuerzos en la lucha contra las “Bacrim”. Otros inclusive sueñan con que los desmovilizados de la guerrilla podrían participar en esta lucha. Sin embargo, existen también varios motivos para pensar que esas negociaciones de paz podrían reforzar indirectamente a esos grupos, y terminar acelerando las dinámicas cambiantes de los últimos años. En caso de un acuerdo de paz con las farc, ¿cuántos hombres se desmovilizarían, y cuántos no? ¿Cuántos lograrían realmente reintegrarse, y cuántos retomarían las armas para integrar reductos de la guerrilla no desmovilizados o reconformar nuevos grupos? En todos los procesos de paz del mundo, quedaron siempre algunos combatientes que no entregaron las armas o que, por varias razones, decidieron retomarlas después de cierto tiempo. Por lo tanto, y aunque se firmara la paz, sabemos que cierta proporción de guerrilleros se quedará en la ilegalidad, y que parte de ellos engrosarán las filas de las “Bacrim”. ¿Lo harán a título individual? ¿Algunos frentes disidentes decidirán aliarse con las “Bacrim”? ¿En qué proporción? Cualquier respuesta sería todavía muy prematura. Existen muchas especulaciones sobre el grado de unidad de las farc. Lo cierto es que dependerá también del contenido de un futuro acuerdo. Es decir, algunos probablemente tomarán su decisión en función de lo que se haya firmado. En todo caso, es probable que las “Bacrim” conserven su capacidad de reclutamiento y acceso a diferentes recursos financieros. Primero, porque con o sin acuerdos de paz, el narcotráfico no desaparecerá de la noche a la mañana en Colombia. Segundo, porque esos grupos tienen otras fuentes de financiación, como la minería ilegal o la extorsión directa e indirecta. Si se firman unos acuerdos de paz con la guerrilla existe también el riesgo de que, en la euforia o alegría del post acuerdo, el gobierno baje la guardia y se concentré en su implementación y no tanto a combatir a esos grupos ilegales. Aun suponiendo que no fuera así, existe un tercer problema: la lucha contra las “Bacrim” no puede ser llevada a cabo de la misma manera que la lucha contra las guerrillas. Utilizar las fuerzas actuales de lucha antiguerrilla para reforzar en el futuro la lucha contra las “Bacrim” podría tener resultados muy limitados porque son precisamente fenómenos distintos que deben ser tratados de manera diferente.

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Aunque las “Bacrim” son grupos con una fuerte capacidad militar, son un problema de naturaleza esencialmente criminal, que necesita una respuesta crimino-militar —en este orden de ioridad—. A pesar de que casi todos los jefes de esos grupos han caído en combate, fueron capturados o se entregaron a la justicia norteamericana, la mayoría de los informes sobre el fenómeno muestran que tienen una alta capacidad de regeneración y reorganización, y que se han expandido. Pensar en esas estructuras armadas más bien como mafias en armas debería ayudar a entender que no solo sirve saber quiénes son, sino quienes están detrás de ellas. Al no comprender que existen intereses políticos y económicos detrás de muchos de esos grupos, no se ataca el problema de raíz, y ellos seguirán intactos. Algunos de los sectores que se encuentran detrás de esos grupos podrían también tener interés en que se fortalezcan, para entorpecer las negociaciones o atentar en contra del mismo proceso de paz, y, de no poderse, por lo menos obstaculizar la implementación de futuros acuerdos de paz. ***

Ni meras bandas criminales, ni paramilitares recargados. Las estructuras armadas posdesmovilización no son los mismos grupos paramilitares de antes, aunque existe una filiación evidente. Del pasado mantuvieron una lógica mafiosa y heredaron de una fuerte capacidad militar, pero ya no son contrainsurgentes y se quedaron al margen del conflicto armado interno. Ya no necesitan recurrir a la coerción armada tanto como antes, y lo último que buscan es llamar la atención de las autoridades públicas. El lobo se hizo pastor, y el control territorial, económico y social que en ciertas regiones ejercen esos grupos no se puede entender plenamente sin comprender las lógicas subyacentes a este fenómeno. Esos grupos ya no controlan tanto el narcotráfico a nivel regional e internacional, y están subordinados a interés y poderes ocultos, tanto políticos como económicos, a nivel local. ¿Acaso podríamos llegar a la conclusión de que el paramilitarismo fue un “paréntesis” en la historia de Colombia? Si las farc y el gobierno deciden no firmar la paz a corto plazo, existe el riesgo de que algunos sectores consideren necesario reconformar algunos grupos de tipo

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paramilitar para enfrentarlas. Pero si la paz se firma entre el gobierno colombiano y las guerrillas de este país, las lógicas criminales y mafiosas probablemente suplantaran la lógica tradicional del conflicto armado pasado. Esto es, entraremos probablemente en un periodo de paz, sí, pero una paz que podría revelarse como una pax mafiosa. Referencias

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