Traición y memoria. Los disparos del cazador. Turia. Revista cultural, nº 112, en Fernando Valls (coord.) “Cartapacio: Rafael Chirbes”, 2014, pp.244-250.

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Traición y memoria. Los disparos del cazador Sara Santamaría Colmenero

Turia. Revista cultural, nº 112, en Fernando Valls (coord.) “Cartapacio: Rafael Chirbes”, 2014, pp.244-250.

En 1992, cuando en España vibrábamos con el desfile de un abanderado Príncipe de Asturias, a la cabeza de atletas cuyas medallas simbolizarían el esplendor recuperado de la patria, Chirbes prestó su voz a una mujer derrotada en La buena letra. En ella una mujer viuda narra a su hijo el sufrimiento y la miseria que han conformado su vida y la de su familia. Esta novela constituye el reverso de Los disparos del cazador. La dificultad de Rafael Chirbes para distanciarse de una mujer que podría haber sido su madre fue en contra de un relato desolador que destilaba compasión, pese a que constituía un revulsivo frente a los problemas del presente. Dos años después Chirbes escribió el relato de un vencedor, eliminando toda búsqueda de consuelo. Los disparos del cazador es, de entre las novelas de Rafael Chirbes, probablemente la más cautivadora. Pese a que el lector experimenta al comienzo de su lectura un sentimiento de rechazo y desconfianza hacia una voz que le habla en primera persona, pronto se siente atrapado por la honestidad con que Carlos Císcar ordena sus recuerdos en la intimidad de la noche, al filo de su vida. En esta novela Chirbes se adentra en el interior de un arribista del régimen para contar el pasado desde un lugar que le es ajeno, el de la mente de un hombre que llegada la vejez busca cínicamente la misericordia divina mientras construye el relato de su vida. En este sentido, Los disparos del cazador conforma junto con La buena letra un díptico sobre la transmisión de los recuerdos del pasado entre varias generaciones de españoles: la de aquellos que padecieron la guerra y la postguerra, y la de los que nacieron después. Efectivamente, Chirbes reflexiona en ambas novelas sobre los entresijos y las trampas de la memoria. Sin embargo, el escritor se distancia de aquellas novelas contemporáneas que han abordado la Guerra Civil y sus consecuencias a partir de una idea consoladora de la memoria. Por el contrario, Chirbes toma como referentes a escritores como Juan Eduardo Zúñiga o Juan Marsé, que situaron la guerra y sus consecuencias en el 1

horizonte moral de su literatura mucho antes de que comenzara en España el “boom” de la memoria. Al igual que en las obras de éstos, la guerra planea en las novelas de Chirbes como un acontecimiento determinante en la vida de sus personajes, incluida la de aquéllos que, como él mismo, no la vivieron.1 Ahora bien, Chirbes se diferencia de otros escritores vinculados con lo que se ha llamado la “memoria histórica” por su fuerte voluntad de subvertir el relato compasivo con las víctimas. A sus ojos, “[l]a compasión por las víctimas nos reafirma en nuestra condición humana y nos libra del peso de la culpa y, sobre todo, de la responsabilidad de elegir”.2 Por ello, Chirbes nos adentra, en la novela que nos ocupa, en las turbaciones y sufrimiento de un vencedor, destruyendo así la posibilidad de mirar al pasado desde una perspectiva melancólica, habitual en muchas novelas sobre la memoria. Asimismo, el recuerdo implica para Chirbes no sólo un homenaje a los que fueron silenciados, sino que obedece también a un deseo existencial de permanecer. En Los disparos del cazador el recuerdo se manifiesta como un lastre y al mismo tiempo como única vía de salvación. Carlos Císcar escribe en respuesta a las palabras encontradas en un cuaderno olvidado por su hijo Manuel y con la secreta esperanza de que lo que escribe sea recogido por su nieto, tras su muerte. Los disparos del cazador contiene una fuerte indagación sobre la vejez, la degradación de la carne, el recuerdo de la belleza destruida y la pérdida del erotismo. La imposibilidad de acceder a ciertos lugares de su propia casa o la necesidad de pedir ayuda para llevar a cabo las tareas más íntimas convierten al narrador en un ser dependiente y frágil opuesto a la figura que desempeñó durante gran parte de su vida: Carlos Císcar trabajó como mozo de compañía al servicio de la familia Romeu y fue el brazo derecho del hijo enfermo hasta que se casó con su hermana, Eva Romeu. Císcar hizo de esa unión, consumada contra la opinión de su padre y la de su suegro, una oportunidad para medrar. El principal objetivo de Císcar era deshacerse de la derrota que había heredado de su padre. Así pues, en esta novela el narrador explica la historia de la familia Císcar-Romeu, una historia que, siendo trasunto de la nación española 3, está fuertemente ligada a la de una casa. La relación que el narrador establece con la casa familiar trasluce, como ocurre en La buena letra, la interpretación de la historia de España del autor, una historia marcada por la 1

El escritor valenciano ha confesado el poder evocador que las imágenes de la guerra tienen para él. Véase: Rafael Chirbes, “Madrid, 1938” en El novelista perplejo (2002), Barcelona, Anagrama, pp.105-109. 2 Ibídem, pp. 18 y 19. 3 Catherine Orsini-Saillet se ha referido a esta cuestión en: Catherine Orsini-Saillet (2009) “Les enjeux de la réélaboration mémorielle dans deux romans de Rafael Chirbes : La buena letra et Los disparos del cazador”, en Nicole Fourtané y Michèle Guiraud (eds.), Les réélaborations de la mémoire dans le monde lusohispanophone, vol. 1, Nancy, Presses Universitaires de Nancy, pp. 289-300.

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traición entre generaciones. Carlos Císcar construyó una mansión en Misent para escenificar el poder que había logrado. Con ello pretendía reparar la derrota de su progenitor (maestro republicano represaliado) pero sólo consiguió alimentar su vergüenza. La casa que supuso entonces para Carlos Císcar el resarcimiento de un daño heredado, hoy es testigo de sus fracasos y por ello el protagonista lucha por relegarla al olvido. En este sentido, la actitud de este personaje contrasta con la de Ana, en La buena letra, quien trata con sus palabras de exorcizar la traición que supone el deseo de su hijo de edificar un bloque de pisos en el lugar donde se halla su casa. Esa casa, y la relación que Ana establece con ella, representa un pasado difícil y alude también al tratamiento que los perdedores de la guerra recibieron en España llegada la democracia. La reflexión sobre la especulación y la corrupción vinculada con la construcción inmobiliaria, que Chirbes abordó en Crematorio, está ya presente en estas primeras novelas y va de la mano de su interpretación del franquismo y la democracia. Así, en Los disparos del cazador el escritor muestra cómo los negocios que catapultaron a su personaje a la posición que había soñado, y le permitieron humillar a su suegro, fueron realizados con discreción, en Madrid, al margen de una familia confinada en la casa de Misent. A pesar de que Carlos Císcar no tiene remordimiento alguno por los negocios irregulares, sus múltiples aventuras amorosas o sus pasiones más inconfesables, no puede ocultarse sus fracasos como padre y esposo. La certeza (no reconocida abiertamente) de que su esposa lo engañó durante años con el médico de la familia lo hiere tanto como el recuerdo del rechazo que padeció por parte de una de sus amantes. El narrador trata de recuperar destellos de lo perdido pero el pasado que regresa a su memoria va acompañado de dolor. Por ello, Císcar anhela lo que llama una memoria sin recuerdos. Carlos Císcar comprende la memoria como los jirones de carne que trata de desprenderse de su cuerpo, pero que se le enredan entre las piernas. En numerosos momentos, la lectura de la novela produce una desazón similar a la que transmite la película El desencanto (1976) de Jaime Chávarri, en la que la esposa y los hijos del poeta falangista Leopoldo Panero recuerdan, varios años después de su muerte, su vida familiar. En esta película documental la señalada familia, que había sido símbolo del franquismo, se revela en los testimonios de los familiares supervivientes como una amarga impostura. En Los disparos del cazador escuchamos por el contrario los pensamientos del cabeza de familia, pero las palabras del narrador sugieren la amargura y el rencor que debió embargar a los que vivieron a su alrededor. 3

Además de la memoria, Chirbes ahonda en esta novela en un tema que le obsesiona y que es central en su literatura: la traición entre padres e hijos, que comprende como una constante en el devenir de España. Esta traición tiene lugar tanto en el ámbito privado como en el público y posee un significado político. En Los disparos del cazador se narran varias traiciones. Las principales son la que Carlos Císcar comete hacia su padre al casarse con una Romeu y las que Manuel, su hijo, encarna como opositor al régimen en relación con el proyecto vital de su padre y, en última instancia, con respecto a sus propios ideales revolucionarios. Al igual que en novelas como En la lucha final, La larga marcha o La caída de Madrid, en ésta el pasado reciente se vislumbra como lucha de clases y como una sucesión de traiciones. La buena letra y Los disparos del cazador narran la historia de los padres de aquellos que condujeron la transición política de la dictadura a la democracia y en ambas se establecen las claves para comprender a los protagonistas de la transición. Este momento decisivo de la historia de España es presentado por Chirbes como traición a la revolución y a la memoria de los republicanos vencidos en la guerra, una cuestión que está presente de uno u otro modo en todas sus novelas. Carlos Císcar se convirtió en constructor para edificar sobre la derrota que había enterrado a su padre en vida y no dudó en recurrir a las alcantarillas de la sociedad para alcanzar la posición que anhelaba. Su hijo Manuel, arquitecto y “constructor de la democracia”, representa aparentemente su antítesis. Tras recibir la mejor educación en Francia, Manuel se enroló a su regreso en la oposición antifranquista. Este personaje simboliza a la generación de Rafael Chirbes, que llevó a cabo la transición política y a los ojos del escritor es culpable de traición. 4 Constructor y arquitecto aparecen como dos piezas de un mismo engranaje capitalista. La primera, tallada toscamente, resulta obvia; la segunda, más refinada, permanece en un segundo plano. Sin embargo, Carlos Císcar da cuenta en sus memorias de las contradicciones que acechan a su hijo en tanto que miembro de la “burguesía de izquierdas” que condujo supuestamente la transición.5 Esta figura volverá a repetirse una y otra vez en la obra de Chirbes y en La caída de Madrid se encarnará en Quini, un estudiante de historia, amante de la literatura, que es presentado también como “desclasado”. El hijo de Císcar, Manuel —cuyo matrimonio fracasado actúa como símbolo de una transición política considerada fallida— representa a la

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Manuel es el nombre del narrador de su primera novela, Mimoun (1998), quien pertenece a la misma generación que el hijo de Carlos Císcar, y también el de varios personajes de La larga marcha (1996). 5 Esta cuestión constituye una preocupación constante en su obra, pero Chirbes la aborda especialmente en su novela En la lucha final (1991).

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socialdemocracia que a los ojos de nuestro escritor traicionó la revolución para conservar sus privilegios. Así pues, Los disparos deja entrever una concepción de la transición española entendida como pacto de olvido y silenciamiento. Una interpretación que, ya en 1994, cuestiona la idea de transición modélica (hegemónica durante los años ochenta y noventa) y que ha ganado credibilidad entre la ciudadanía en los últimos tiempos. Aquéllos que hicieron posible una nueva forma de ver España —decía Chirbes, a propósito de los escritores de su generación— se levantaron sobre lo existente sin realizar el pesado ajuste de cuentas en que aún se debatían sus padres. 6 En relación con esta idea, una breve referencia en Los disparos (puesta en boca del narrador) a la imposibilidad de soportar la ausencia cuando no hay una lápida, nos hace pensar en las fosas del franquismo que todavía no han sido exhumadas. El pasado reciente y traumático está, por tanto, en el núcleo de las novelas de Chirbes, quien concibe su literatura amarrada a la historia, pero también confrontada con el relato tradicionalmente aceptado del pasado. De ahí que su objetivo sea contar aquello que queda a menudo al margen de los libros de historia: las pasiones y también las bajezas de los protagonistas anónimos del pasado y del presente. Para ello, el escritor valenciano utiliza lo que ha denominado “la estrategia del boomerang”, que consiste en reflexionar sobre el pasado para estar alerta ante las injusticias del presente y mirar hacia el porvenir con una actitud crítica. 7 De este modo, la posguerra española, el franquismo, la transición y los años de democracia se alinean en las novelas de Chirbes formando parte de una misma constelación. La voluntad del escritor es señalar lo que ha pasado desapercibido, sin hacerlo explícito. Por ello puede decirse que Chirbes otorga a la literatura una función social, pero huye de la consigna. Tras la publicación de Los disparos del cazador Chirbes inició un ambicioso ciclo de novelas corales en las que narra la historia íntima de España. Estas novelas actúan como caleidoscopios en los que presenta las distintas versiones de una realidad inasible en su totalidad a través de relatos fragmentarios y del multiperspectivismo. Pese a que el autor no abandona por completo el recurso a la primera persona, sí desaparece en ellas el yo narrador como único testigo, que vertebra tanto Los disparos como La buena letra. Esto obedece a su

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Rafael Chirbes, Por cuenta propia. Leer y escribir, Barcelona, Anagrama, p. 126. Según sus palabras: “En España, ser un narrador de eso que ahora llaman la memoria histórica no es llorar sobre los mártires republicanos, sino cumplir con la obligación de contar nuestro tiempo, meter el bisturí en lo que este tiempo aún no ha resuelto —o ha traicionado— de aquél, y en lo que tiene de específico. El salto atrás en la historia sólo nos sirve si funciona como boomerang que nos ayuda a descifrar los materiales con que se está construyendo el presente.” Ibídem, p. 17. 7

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deseo de no dirigir en exceso la mirada de sus lectores, a quienes busca ofrecer de esa manera un panorama amplio (en ocasiones confuso y enmarañado) de lo sucedido. No obstante, a pesar de la rotundidad de la primera persona, en Los disparos del cazador el escritor da cabida también a otras voces distintas de la del narrador. El lector tiene acceso parcialmente a la versión de Manuel a través de los párrafos de su cuaderno que el narrador transcribe, aunque se pregunta cómo habría recordado Eva Romeu su vida junto a Carlos Císcar, cuáles fueron sus pasiones y sus sufrimientos, y qué inquietudes llevaron a la hija de ambos a Marruecos. El presente de la narración se desarrolla en Madrid, donde Císcar espera la muerte con la única compañía de su criado, Ramón, su último batidor. Carlos Císcar mantiene con este personaje una relación irónicamente similar a la que el narrador mantuvo en su juventud con el hermano enfermo de su esposa. Este personaje, misterioso y sin voz, ocupa lugares de la casa en los que Císcar hace años que no entra y actúa en cierto modo como contrapunto de éste. Sin embargo, con la voluntad de situar al lector en una posición de responsabilidad, Chirbes le coloca no en la perspectiva de Ramón, sino en la del nieto del narrador, Roberto, destinatario de sus memorias y último censor. ¿Cómo juzgará Roberto las palabras de su abuelo, a quien recurre siempre que necesita dinero? ¿Traicionará éste también el legado de su padre, como aquél lo hizo, supuestamente, con el de su abuelo? Carlos Císcar se muestra como un predador en sus negocios y en su vida sexual, pero el cazador que da título a esta novela apela en mayor medida a Roberto, destinatario de sus memorias, “que se quedan vagando en el paisaje nevado de estas páginas igual que animales en un coto donde pronto sonarán los disparos del cazador”. Así pues, en 1994 Chirbes dejaba abierta la posibilidad de una redención del pasado, a través de la figura del nieto (aunque no en el sentido en que anhelaba el narrador). Veinte años más tarde, sin embargo, se muestra escéptico respecto a una generación (la mía) que comparte en muchos casos la indignación de sus personajes.8 Las memorias que el lector tiene entre las manos constituyen, por tanto, la pieza cazada. De este modo, Chirbes desmitifica una vez más la condición humana ahondando en los comportamientos que subrayan su animalidad, como la caza. El narrador de esta novela, Carlos Císcar, representa la “clase social” que Chirbes odia 9, la de los advenedizos que engordaron al abrigo del franquismo. Pero, tras la lectura de este relato podemos constatar

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Véase a este respecto, por ejemplo: Julio José Ordovás, “Rafael Chirbes: „Sin historia no hay novela‟”, Turia, 2014, nº 109-110, pp.324-340 o Blanca Berasátegui: “Rafael Chirbes: „Crematorio era el esplendor y En la orilla es la caída‟”, El Cultural, 1 de marzo de 2013. 9 Helmut C. Jacobs (1999), “Entrevista con Rafael Chirbes”, Iberoamericana, vol. 23, nº 75-76, pp. 182-187.

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cómo el escritor ha renunciado a enjuiciar a su personaje y ha preferido situar al lector en disposición de comprenderlo, de identificarse con él para que, juzgándolo, pueda juzgarse también a sí mismo. En ello radica la función que el escritor concede a su literatura. La transmisión de la memoria y la traición entre generaciones se muestran como dos procesos aparentemente contradictorios, pero están estrechamente entrelazados en las obras de Rafael Chirbes. Roberto representa en Los disparos del cazador a la generación que ha crecido en democracia y a la que ahora corresponde juzgar la historia de Císcar y, en última instancia, el pasado nacional. A través de este mecanismo de identificación con el nieto, Chirbes sitúa al lector frente a un dilema moral y lo hace protagonista de su novela, si bien es cierto que, probablemente, no deposite en él grandes esperanzas.

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