Tradición e innovación en las mascaradas al rey (Barcelona, 1804)

July 22, 2017 | Autor: Mª del Rosario Leal | Categoría: Carlos IV / Charles IV of Spain, Teatro del Siglo XVIII, Carlos IV, Parateatro, Mascaradas
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Descripción

Tradición e innovación en las mascaradas al rey (Barcelona, 1804) María del Rosario Leal Bonmati Centro Asociado uned Plasencia

«El pueblo que trabaja, como hemos advertido, no necesita que el gobierno lo divierta, pero sí que le deje divertirse.»1

Entramos en el aspecto menos sistematizado del teatro, donde se mezcla el rito, la fiesta, el teatro, la ceremonia y la diversión. Los estudios sobre el parateatro dieciochesco van aumentando poco a poco, y buen ejemplo de ello es el libro España festejante. Siglo xviii.2 En este volumen se da cuenta por primera vez del cambio y de la evolución, en numerosos aspectos, de la fiesta española a lo largo del siglo xviii, desde el primer Borbón hasta Carlos IV. En esta comunicación nos proponemos ofrecer una visión diacrónica de la mascarada regia a lo largo de esta centuria, concretamente, en una ciudad como Barcelona, que recibió a Felipe V en 1701, a Carlos III en 1759 y a Carlos IV en 1804, por motivos y circunstancias muy similares: Felipe V, recién llegado de Versalles, acudió a recibir a su esposa María Luisa Gabriela de Saboya y en Figueras se celebró el matrimonio; Carlos III, desde Nápoles, se dirigía a Madrid para ser coronado rey y desembarcó en el puerto de la ciudad; finalmente, Carlos IV, el monarca que nos interesa, viajó con el motivo de celebrar las dobles bodas del príncipe de Asturias, don Fernando, con la infanta de Nápoles, María Antonia, y del príncipe de Nápoles, don Francisco, con la infanta de España, doña Isabel, y con ellas intentó restaurar cierta política mediterránea.3 De estas visitas se conservan testimonios impresos en los que se puede leer cómo la ciudad agasajó a los monarcas de distintas formas y, entre ellas, con máscaras. Felipe V disfrutó con un desfile organizado por la Universidad;4 Car1     Jovellanos, Gaspar Melchor de. Espectáculos y diversiones públicas. Informe sobre la ley Agraria. Editado por Guillermo Carnero. Madrid: Cátedra, 1998, p. 189. 2     Torrione, Margarita (ed.). España festejante. Siglo xviii. Servicio de Publicaciones, Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga, 2000. 3     Pérez Samper, M.ª Ángeles. Barcelona. Corte. La visita de Carlos IV en 1802. Barcelona: Publicaciones de la Cátedra de Historia General de España, 1973, p. 18. 4     Para Felipe V: Ubilla y Medina, Antonio. Succession de el rey Phelipe y en la corona de España, diario de sus viages desde Versalles a Madrid (…). Madrid: Juan García Infanzón, 1704, p. 350; Alenda y Mira, Jenaro. Relaciones de solemnidades y fiestas públicas de España. Madrid: Establecimiento Tipográfico

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los III tuvo un recibimiento digno de su persona por el cortejo que organizaron los gremios y colegios.5 A Carlos  IV le ofrecieron bailes, toros, conciertos y cuatro máscaras a lo largo del mes que permaneció en la ciudad; pero sólo nos fijaremos en las máscaras de los días 5 y 6 de octubre, que fueron concebidas para realizarlas en dos noches.6 Se editó para la ocasión un «cuaderno impresso de la explicación de las referidas funciones»,7 que hemos podido consultar, y también acceder a las láminas de los carros y comitivas que salieron e iremos presentando a lo largo de este trabajo.8 Y aquí encontramos un primer factor interesante: la edición de un folleto explicativo. No es una relación de sucesos que sirva para fijar en la memoria colectiva la diversión vivida en la contemplación de la máscara, sino una explicación didáctica de lo que el pueblo y la nobleza van a ver como espectadores. En 1701, con la llegada de Felipe V, no hubo ninguna clase de folleto, sí relaciones de sucesos;9 y en 1759, los diseñadores de la máscara quisieron dejar constancia de su obra de arte, pero en ningún momento con fines didácticos: El espíritu de este festejo era dar a vuestra majestad una brillante idéa de la aplicación industriosa, de que es capaz el genio de estos vassallos, para emplearla en servicio de vuestra majestad y en los interesses de vuestra real corona, con el mismo zelo, y laboriosos afanes, que entre la variedad erudita de estas imágenes simbolizan.10

La máscara de 1804 es fruto de la llamada paz general. Se encuentra en la situación perfecta para celebrar en la ciudad las dobles bodas principescas. En la declaración de intenciones de los artífices de la máscara de 1804 se observa el cambio de actitud y cómo la burguesía y los sectores más cultos de la ciudad habían asimilado la doctrina ilustrada, ya que buscaban el progreso a través de la monarquía y el periodo de paz que se abría: Sucesores de Rivadeneyra, 1903, vol. 1, núm. 1594, p. 471; Expresiones metricas con que la excelentissima ciudad de Barcelona aplaudió la dicha de la real presencia de nuestros católicos monarcas don Felipe V y doña Maria Gabriela de Saboya, reyes de España (que Dios guarde). Madrid: Antonio Bizarrón, s. a. 5     Los impresos más significativos están recogidos en el artículo de Pérez Samper, M.ª Ángeles. Fiestas reales en la Cataluña de Carlos III. Pedralbes, 1988, 8, II, pp. 561-576, nota 10. 6     Relación de las diversiones, festejos públicos y otros acontecimientos que han ocurrido en la ciudad de Barcelona, desde el 11 de septiembre hasta principios de noviembre de 1802, con motivo de la llegada de SS. MM. y AA. á dicha ciudad; y del viaje a la villa de Figueras. Barcelona: Compañía de Jordi, Roca y Gaspar; transcrito en Pérez Samper, M.ª Ángeles. Barcelona…, op. cit., pp. 189-200. 7     Ibídem, p. 192. De aquí en adelante, transcribo literalmente los textos y sólo desarrollo las abreviaturas. 8     Máscara real para la primera noche [y para la segunda. Texto impreso: Epítome del festejo alegórico que los colegios y gremios de la ciudad de Barcelona han dispuesto para obsequiar a SS. MM.]. Jordi, Roca y Gaspar, 1802; Planella, Buenaventura. Máscara real para la primera noche, cinco de octubre Texto impreso. Barcelona: Compañía de Jordi, Roca y Gaspar, 1802. 9     Alenda y Mira, Jenaro. Relaciones de solemnidades…, o. cit., vol. i, nn. 1587-1594, pp. 470-471. 10     Defehrt, A. J. Máscara real executada por los colegios y gremios de la ciudad de Barcelona para festejar el feliz deseado arribo de nuestros augustos soberanos don Carlos tercero y doña María Amalia de Saxonia con el real príncipe e infantes. Barcelona: Thomas Piferrer, 1764, p. 2.

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Las paces y los enlaces de los príncipes forman épocas gloriosas de las quales dimanan el incremento de las artes y de las ciencias, los adelantamientos de la agricultura y de la industria, la gloria y opulencia de las monarquías, y la felicidad de los vasallos […] han creido que sería un obsequio agradable á sus majestades el presentarles en máscara el himeneo y la paz acompañados de los preciosos frutos que ellos producen.11

Los gremios y los colegios, al igual que en las máscaras de 1701 y 1759, se encargaron de su diseño y elaboración; sin embargo, el propósito que les anima es distinto: ante Carlos III quieren dejar constancia de la pericia de los gremios para servir al rey a través de su oficio, como ya hemos comentado; en la de 1701, sólo se pretende festejar la llegada de SS. MM., dentro de los cánones de la sociedad barroca tal y como la describen Ubilla y los distintos impresos ya mencionados. La máscara de la primera noche, correspondiente al 5 de octubre de 1804, tenía un contenido mitológico-alegórico, al que ya nos hemos referido, compuesta por cinco comitivas con sus respectivos carros en el siguiente orden: carro de Jano, de Minerva, de la agricultura, de la paz e himeneo. En estas fechas el público ya no estaba tan versado en mitología ni en alegorías como en el siglo xvii; en el fondo, esta pérdida de credibilidad era debida al desarrollo de las ciencias y convirtió a la astrología y a la mitología en simples cuentos, que quedaron relegados como elementos decorativos, aunque con fines intelectuales, por las personas cultas de la época: universitarios, académicos, artistas, alto clero, aristócratas e integrantes de la familia real.12 De aquí la necesidad de la explicación racional de las alegorías de las comitivas y carros: El dios Jano, árbitro de la paz y de la guerra como creyó la mitología, el qual con motivo de la paz ha cerrado las puertas de su templo que habia tenido abiertas durante todo el tiempo de la guerra, se complace en tenerlas cerradas, como que ofrece á S. M. las llaves, teniendo aprisionados al furor y a la discordia.13

La máscara del día 6 fue de tema histórico, concretamente, de la Edad Media de Cataluña: los hechos de Roger de Flor y los almogávares en Adrianópolis a principios del siglo xiv. Se decantaron por él porque querían conmemorar hazañas verdaderas, realizadas por los españoles y no hazañas con «argumentos de historias extrañas».14 El desfile estaba estructurado, al igual que el anterior, con   Máscara real para la primera noche…, op. cit., p. 3.   Morales Folguera, José Miguel. El fin de una época. Iconografía de la fiesta bajo dos reinados: Carlos III y Carlos IV. En Torrione, Margarita (ed.). España festejante. El siglo xviii. Málaga: Servicio de Publicaciones, Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga, 2000, pp. 533-541; p. 533. 13     Máscara real para la primera noche…, op. cit., pp. 5-6. 14     Máscara real para la segunda noche, p. 5. Roger de Flor (Brindisi, Italia, ca. 1266-Adrianópolis, Imperio Bizantino, 1307), caudillo de los almogávares. El emperador Andrónico pidió ayuda contra los turcos al rey don Fadrique II de Sicilia, éste le envió la gran Compañía de los almogávares. El ejército 11   12  

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el siguiente orden: carro del emperador Andrónico, Roger de Flor y María; carro de Roger y sus capitanes; carro del emperador Andrónico, Roger de Flor y Berenguer de Entenza; carro de una fortificación con Ramón Montaner defendiéndola y, finalmente, el carro de don Alonso. La necesidad del folleto para esta máscara responde a su propia materia: ya no hay alegorías, no hay símbolos, sino personajes y hechos reales que sucedieron y que las personas poco cultas no conocen con exactitud. Esto responde claramente a una tendencia presente en el último cuarto de siglo: la búsqueda de justificaciones históricas para exponer la grandeza ante los ciudadanos y que sean conscientes de la importancia de su ciudad y, a la vez, buscar apoyo ante el rey.15 Entre las dos máscaras de 1804, participaron alrededor de unas seiscientas personas (trescientas cada noche); este número se contrapone al de la máscara de 1759: unas dos mil trescientas16 y, por supuesto, también a la de 1701, donde desfilaron unos quinientos figurantes.17 Esta diversidad en el número responde a la magnificencia del festejo y al grado de participación que quisieron dar al pueblo, pero lo que realmente marca la diferencia es cómo participa la sociedad en la máscara; en 1701, es un desfile estructurado socialmente: El 12 hizo la universidad una suntuosa cabalgata, yendo el rector, doctores, catedráticos, etc., a caballo con ricas vestiduras. Cerraba esta pompa un carro triunfal donde iban las personas que representaban a Júpiter, Cupido, Apolo, Marte, Mercurio, Venus, Juno, Minerva y Diana y, detrás, el pendón de san Olaguer.18

En otros textos se concreta aún más esta jerarquía: detrás del carro, en doble hilera, los graduados de los cuatro colegios sobre mulas enjaezadas de negro, con las insignias y todos con hachas, y, cerrando la marcha, por indisposición del rector, iba el vicerrector, el doctor Salvador Rovira, portando un pendón con la imagen de san Olaguer.19 En 1759 y 1804, el orden de las comitivas y carros responde plenamente a la idea que se quiere transmitir con la máscara. Todos los elementos del universo contraatacó desde 1304, tomando varias ciudades y obligando a los turcos a retirarse hasta las montañas del Taurus. El emperador agasajó a Roger, nombrándole megaduque y casándole con su sobrina María; pero se asustó ante la ambición de Roger cuando éste pretendió erigirse en soberano del Asia Menor. Negoció con él el nombramiento de césar, concediéndole en feudo gran parte del territorio reconquistado; pero poco después le hizo asesinar durante un banquete, junto con muchos de sus jefes, para atacar posteriormente al grueso de su ejército. 15     Morales Folguera, José Miguel. El fin de una época…, op. cit., pp. 537-538. 16     Ibídem, p. 540. 17     Torrione, M. Crónica festiva de dos reinados en La Gaceta de Madrid (1700-1759). Toulouse: cric, 1989, p. 42. 18     Alenda y Mira, Jenaro. Relaciones de solemnidades…, o. cit., n. 1594, p. 471. 19     Pérez Samper, M.ª Ángeles. Felipe V en Barcelona: un futuro sin futuro. Cuadernos Dieciochistas, 2000, I, pp. 57-106; p. 99.

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dan la bienvenida a Carlos III: auras apacibles, vientos furiosos y tempestades, estrellas, meses lunares, Ganímedes, ninfas de Pomona, Andrómeda, Perseo, etcétera; o bien, ante Carlos IV, la idea de felicidad pública y progreso está presente en todo el cortejo. En esta última nos encontramos parejas de pastores, segadores, jardineros, marineros, arquitectos, artesanos… En la máscara que estudiamos, el disfraz ya no es un elemento identificador de la clase social, ni es alegórico, ni tampoco llama al engaño, función básica del disfraz y la clave de su teatralidad,20 sino que identifica un oficio que se relaciona con la felicidad pública. La misión más «vivencial» del disfraz que señala Díez Borque para el siglo xvii se va anulando en aras de una función social y de la realidad.21 Además, no quisiera pasar por alto que así es como el espectador se identifica con la máscara y, en definitiva, de esta manera la autoridad desea que el pueblo se identifique con su rol en la sociedad y asuma su papel en la paz y el progreso. Se constata ese dirigismo reformador, como señalaba Maravall, «que reclama la participación de la empresa de educar a la gente para un futuro modo de vida social más recomendable».22 Después de concebir la idea principal de la máscara, es muy relevante su realización. En el desfile de los primeros años del siglo xix no hay la mezcla de elementos joco-serios que aún aparecían en el siglo xviii, por ejemplo, como se aprecia en la máscara de Sevilla de 1742.23 Hay un mismo tono, serio, en la concepción de la máscara y, por esto, tampoco aparecen ni pequeñas representaciones de escenas o sketchs (diríamos hoy) ni una unión de escenas músicocómicas.24 Por supuesto en 1701, ante Felipe V, no sólo hablan sino que recitan delante de SS. MM.: […] y al llegar [el carro] al balcón donde estaban sus majestades, se paró y, saliendo por diferentes apartamentos algunos estudiantes con el traje correspondiente a lo que cada uno había de ejecutar, representaron una discreta loa, reduciéndose su asunto a celebrar la venida de sus majestades a aquella ciudad y su feliz casamiento, y estuvieron muy divertidos, y con agrado de este aplauso y aclamaciones.25

20     Díez Borque, José M.ª. Relaciones de teatro y fiesta en el Barroco español. En Díez Borque, José M.ª (dir.). Teatro y fiesta en el Barroco en España e Iberoamérica. Madrid: El Serbal, 1986, pp. 11-40; p. 25. 21     Ibídem, p. 25. 22     Maravall, José Antonio. Teatro, fiesta e ideología en el Barroco. En Díez Borque, José M.ª (dir.). Teatro y fiesta…, op. cit., pp. 71-95; p. 80. 23     Podríamos referirnos a la máscara realizada en Sevilla en 1742, donde se da plenamente esta simbiosis, como se lee en la edición paleográfica: Bolaños Donoso, Piedad, y De los Reyes Peña, Mercedes (eds.). Una mascarada joco-seria en la Sevilla de 1742. Sevilla: Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1992, pp. xlix y 37-44. 24     En la anterior mascarada sevillana hay uno de estas escenas de 757 vv. (Ibídem, pp. liii y 105-116). 25     Ubilla y Medina, Antonio. Succession de el rey Phelipe…, o. cit., p. 350.

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En 1804, en el desfile va desapareciendo poco a poco lo teatral. Los carros transportan a personajes vivos, sin textos alusivos y casi sin acción dramática, «son testigos supervivientes del proceso que conduce del rito al teatro, y en sí mismos, con sus valores argumentales, escenográficos, de actuación, vienen a convertirse en la encrucijada en que confluyen teatro y fiesta, un poco tierra de nadie en que las fronteras son borrosas».26 Nos encontramos ante una pura repraesentatio. Los presupuestos ideológicos que animan cada máscara también van a quedar patentes en la escenografía y, por esto, el diseño de los carros también va a sufrir transformaciones: la carroza que desfiló en 1701, pagada por el Consell de Cent, fue diseñada con tales dimensiones que tuvo problemas para pasar por determinados lugares bajos y estrechos del recorrido.27 Desgraciadamente, no hemos conseguido un grabado de ésta, pero sí la descripción de Ubilla donde los elementos barrocos están presentes: «Cerraba a este acompañamiento un carro triunfal, con muy brillantes adornos y alumbrado vistosamente, tirado de seis caballos, y en sus gradas y planos iba compartida mucha música».28 En 1759, las dimensiones de los carros se estilizan mucho más: los anchos oscilan siempre entre cuatro y dos varas (3,34 y 1,67 m) y los largos entre doce, cinco, o cuatro varas (10,4 y 3,34 m), y la complejidad escenográfica se mantiene; por ejemplo, en el carro de Alfeo y Aretusa llegan a incorporar una máquina hidráulica que hace caer agua constantemente desde una gran tinaja que porta Alfeo y desde el surtidor que abraza Aretusa;29 también se diseñan planos inclinados y gradas como en el carro de Ceres o de Apolo30 y son adornados profusamente. En 1804 continúa la estilización, pero ya el artificio escenográfico ha venido a menos a favor de la sobriedad, tanto en su puesta en escena como en sus adornos. En nuestra máscara sólo encontramos dos carros finales que se convierten en fortalezas; no hay ingenios hidráulicos o que escupan fuego. Se puede deducir que no hay ningún interés por parte de los organizadores de fomentar la sorpresa, la admiración entre el público, sino simplemente la diversión, el entretenimiento. La mezcla e interacción de parateatro, música y danza también queda mermada: frente a 1701 o 1759, donde se baila alrededor de los carros, en 1804 hay una ausencia total de la danza en el recorrido de la máscara, excepto al final. Esta progresiva desaparición se observa más claramente si lo comparamos con la máscara de 1759, donde sí hay bailes escénicos en algunos carros, como en el de Vulcano, Apolo o Diana:   Díez Borque, José M.ª. Relaciones de teatro…, op. cit., p. 36.   Pérez Samper, M.ª Ángeles. Felipe V en Barcelona…, o. cit., p. 99. 28     Ubilla y Medina, Antonio. Succession de el rey Phelipe…, o. cit., p. 350. 29     Defehrt, A. J. Máscara real executada por los colegios…, o. cit., p. 21. 30     Ibídem, pp. 9 y 13. 26   27  

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No solamente entretuvo la complacencia del público la graciosa vista de este carro; sino también la inopinada sorpresa de haberse despedido desde la intrincada arboleda a la presencia de sus majestades una confusa multitud de caza volátil y terrestre, a que assesstaron sus tiros las ninfas de Diana, figurando con un bayle este ejercicio, al tiempo que los satyros, que fingían estár ocultos entre la espesura de sus cipreses, haciendo la desecha, salieron improvisamente á galantearlas, sazonando unos y otros con graciossas fugas y encuentros en passos de habilidad este intento.31

No deja de estar presente un elemento que, por su simbolismo, la Ilustración no podía dejar de lado: la luz. En 1804 hay cuatrocientos volantes con hachas cada noche que la iluminan y acompañan en el descubrimiento del público del mensaje que están recibiendo a través del festejo; además, también en la comitiva de la gloria, desfilaban veinticuatro mujeres (doce latinas y doce griegas) que portaban trompas aladas en la derecha y globos luminosos en la izquierda «con que se indica el esplendor y lustre con que brillan y que dimana de la gloria».32 En las dos máscaras más tardías hay una profunda unidad en las partes, ya que sus artífices tienen una idea clara respecto a su concepción: quieren guardar la debida coherencia en todas sus partes33 y que éstas respondan a un único fin didáctico y dirigista. No es de extrañar que […] estas obras cada vez más en el siglo xviii se convirtiesen en alegorías decorativas es prueba de una pérdida de su primitivo valor taumatúrgico, casi religioso, que aún conservaban antes de la aparición del rococó y el racionalismo de la Ilustración que acabará frenando la fiesta con motivos pedagógicos, olvidando los de dejar expansión vital a los instintos y pasiones, tal y como había hecho el Barroco.34

Llegados a este punto, al comentar el fin del espectáculo barroco, con la explosión de los instintos y pasiones, los investigadores y estudiosos (Díez Borque, Huerta Calvo, Bonet Correa, etcétera) recurren a las ideas que Nietszche vertió en su Origen de la tragedia; ahora, sin embargo, para nuestro parateatro dieciochesco resulta más a propósito traer a colación unas palabras de L´Émile de Rousseau: L’homme naturel est tout pour lui; il est l’unité numérique, l’entier absolu, qui n’a de rapport qu’à lui-même ou son semblable. L’homme civil n’est qu’une unité fractionnaire qui tient au dénominateur, et dont la valeur est dans son rapport avec   Defehrt, A. J. Máscara real executada por los colegios…, o. cit., p. 17.   Máscara real para la primera noche, op. cit., p. 17. 33     Defehrt, A. J. Máscara real executada por los colegios…, o. cit., p. 3. 34     Bonet Correa, Antonio. La fiesta barroca como práctica de poder. En Fiesta, poder y arquitectura. Aproximaciones al barroco español. Madrid: Akal, 1990, pp. 5-31; p. 16. 31   32  

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l’entier, qui est le corps social […]. Dans l’ordre social, où toutes les places sont marquées, chacun doit être élevé pour la sienne.35

Y de Jovellanos: Unos hombres frecuentemente congregados a solazarse y divertirse en común formarán siempre un pueblo unido y afectuoso. Conocerán un interés general y estarán más distantes de sacrificarlo a su interés particular.36

La máscara de 1804, sin perder los elementos tradicionales, cumple esta doble función señalada en los textos citados. Por su misma naturaleza, congrega al pueblo que se hará más consciente del bien público y, a la vez, transmite un mensaje muy importante: su oficio es necesario para la felicidad pública. Este sentido político y social, para ser efectivo, ha tenido que transformar el desfile barroco, sensual, recargado, ilusionista y rompedor de las estructuras, en unas máscaras imbuidas de clasicismo, de ideas ilustradas, con su cortejo de orden, armonía entre las partes, sobriedad y didactismo. Bibliografía Impresos

Defehrt, A. J. Máscara Real executada por los colegios y gremios de la ciudad de Barcelona para festejar el feliz deseado arribo de nuestros augustos soberanos Don Carlos tercero y Doña María Amalia de Saxonia con el Real Príncipe e Infantes [Visual], Barcelona: Thomas Piferrer, 1764. Expresiones metricas con que la Excelentissima ciudad de Barcelona aplaudió la dicha de la real presencia de nuestreo Católicos monarcas D. Felipe V y Doña Maria Gabriela de Saboya, Reyes de España (que Dios guarde), en Madrid, por Antonio Bizarrón, s.a. Máscara Real para la primera noche [y para la segunda Texto impreso: Epítome del festejo alegórico que los Colegios y Gremios de la Ciudad de Barcelona han dispuesto para obsequiar a SS.MM], Jordi, Roca y Gaspar, 1802, y Planella, Buenaventura, Máscara Real para la primera noche, cinco de octubre Texto impreso, Barcelona: Por la Compañía de Jordi, Roca y Gaspar, 1802. Relación de las diversiones, festejos públicos y otros acecimientos que han ocurrido en la ciudad de Barcelona, desde el 11 de septiembre hasta principios de noviembre de 35     Rousseau, Jean-Jacques. L’Émile ou de L’Éducation. Ed. Michel Launay. París: Flammarion, 1966, pp. 39 y 41. 36     Jovellanos, Gaspar Melchor de. Espectáculos y diversiones…, op. cit., pp. 186-187.

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1802, con motivo de la llegada de SS. MM y AA. á dicha Ciudad; y del viaje a la Villa de Figueras, en Barcelona, por la Compañía de Jordi, Roca y Gaspar, transcrito en Pérez Samper (1973: 189-200). Ubilla y Medina, Antonio. Succession de el Rey Phelipe y en la corona de España, diario de sus viages desde Versalles a Madrid (…), en Madrid, por Juan García Infanzón, 1704. p. 350. Estudios

Alenda y Mira, Jenaro. Relaciones de solemnidades y fiestas públicas de España, 2 vols., Madrid: Establecimiento Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1903. Bonet Correa, Antonio. La fiesta barroca como práctica de poder. Fiesta, poder y arquitectura. Aproximaciones al barroco español, Madrid: Akal, 1990, pp. 5-31. Díez Borque, José M.ª. Relaciones de teatro y fiesta en el Barroco español. Teatro y fiesta en el Barroco en España e Iberoamérica, dirigido por José M.ª Díez Borque, Madrid: Ediciones El Serbal, 1986, pp. 11-40. Jovellanos, Gaspar Melchor de. Espectáculos y diversiones públicas. Informe sobre la ley agraria, d. Guillermo Carnero, Madrid: Cátedra, 1998. Maravall, José Antonio. Teatro, fiesta e ideología en el Barroco. Teatro y fiesta en el Barroco en España e Iberoamérica, dirigido por José M.ª Díez Borque, Madrid: Ediciones El Serbal, 1986, pp. 71-95. Morales Folguera, José Miguel. El fin de una época. Iconografía de la fiesta bajo dos reinados: Carlos III y Carlos IV. España Festejante. El siglo xviii, Margarita Torrione (ed.), Málaga: Servicio de Publicaciones/Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga, 2000, pp. 533-541. Pérez Samper, M.ª Ángeles. Barcelona, Corte. La visita de Carlos IV en 1802, Barcelona: Publicaciones de la Cátedra de Historia General de España, 1973. — Poder y sociedad en la Cataluña de mediados del siglo xviii: la visita real de Carlos III en 1759. Actes. Primer Congrés d`Historia Moderna de Catalunya, vol. ii, Barcelona: Universitat, 1984, pp. 275-285. — Fiestas reales en la Cataluña de Carlos III. Pedralbes, núm. 8-II (1988), pp. 561-576. — Felipe V en Barcelona: un futuro sin futuro, Cuadernos Dieciochistas, I (2000), pp. 57-106. Revilla, Federico. Últimas consecuencias de la simbología clásica: la gran cabalgata barcelonesa en honor de Carlos III. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología, t. xlvii (1981), pp. 838-394. Rousseau, Jean-Jacques. L´Émile ou de L’Éducation, ed. de Michel Launay, París: Flammarion, 1966.

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Torrione, Margarita. Crónica festiva de dos reinados en La Gaceta de Madrid (1700-1759), Toulouse: cric, 1989. — (ed). España festejante. Siglo xviii Málaga: Servicio de Publicaciones/Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga, 2000. Pérez Samper, M.ª Ángeles (1984): «Poder y sociedad en la Cataluña de mediados del siglo xviii: la visita real de Carlos  III en 1759», Actes. Primer Congrés d’Història Moderna de Catalunya, Barcelona: Universitat, vol. ii, 275-285. Revilla, Federico. Últimas consecuencias de la simbología clásica: la gran cabalgata barcelonesa en honor de Carlos III, Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología, t. xlvii (1981), pp. 838-394. Una mascarada joco-seria en la Sevilla de 1742, edición de Piedad Bolaños Donoso y Mercedes de los Reyes Peña, Sevilla: Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1992.

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