\"Trabajo para el Señor y no para los hombres\": un diálogo con Gabriel Campuzano Paniagua (2016)

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Descripción

“TRABAJO PARA EL SEÑOR Y NO PARA LOS HOMBRES”: UN DIÁLOGO CON GABRIEL CAMPUZANO PANIAGUA Gabriel Campuzano Paniagua es candidato al doctorador en Ciencias Políticas y Sociales (orientación en Administración Pública) dentro del Programa de Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública (FCPS, UNAM); estudios de Maestría en Administración Pública (FCPS, UNAM); Especialización en Finanzas Públicas (INAP). Actualmente es Profesor Asociado “C” de tiempo completo de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, adscrito al Centro de Estudios en Administración Pública. Consejero universitario, representante de los profesores de la FCPS (2012—2016). Fue miembro del Consejo Consultivo del Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República (2009-2012).

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Ahora que has cumplido 35 años de trabajo en la UNAM, ¿qué papel consideras que ha desempeñado tu fe en tu formación y en tu trabajo académico? Gracias por esta entrevista. Mi antigüedad data de 1978, cuando ingresé como ayudante de profesor el 16 de abril de ese año. Por lo tanto, mi antigüedad para el ISSSTE es desde ese año. Interrumpí tres años mis actividades docentes porque debía titularme para aspirar a un espacio como profesor de asignatura. Fui ayudante hasta 1981, y reanudé como profesor en 1984. Fue un año muy complicado, porque había empezado a cubrir una plaza de medio tiempo en la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco (UAM-A); la plaza la ocupaba el doctor José Fernández Santillán (amigo personal, director de mi tesis de licenciatura y con quien empecé la aventura de la docencia como su ayudante). Como él se promovió a otro nivel, pensó en mí para cubrir la plaza vacante. A los pocos días de haber iniciado en la UAM, se dio el cambio de director en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. El doctor Humberto Muñoz García (investigador emérito de la UNAM) era mi jefe en la Dirección General de Asuntos del Personal Académico (DGAPA, dependencia en la que trabajé de 1980 a 1987), quien le pidió al nuevo director de la Facultad, el doctor Carlos Sirvent Gutiérrez, un espacio para mí como profesor. Me asignaron un curso denominado Administración de la Empresa Pública I, los martes y jueves de 20 a 22 horas. Ahí estuvo la complicación, porque en la UAM impartía dos cursos, de 16 a 18 horas y de 18 a 20 los mismos días. Así que terminaba mi clase un poco antes de las 8 para llegar a Ciudad Universitaria a las 8:30 con la sesión ya iniciada por mis dos ayudantes, dos colegas ya titulados y compañeros de la maestría, por lo que disponía de hora y media para concluir. Fue un semestre muy agitado. Al año siguiente, con el favor de Dios, en la UNAM me dieron horario matutino de privilegio (9 a 11), otra vez, supliendo a Fernández Santillán, quien dejaba la

asignatura “Política y Administración Pública”, para la cual yo estaba plenamente capacitado (había sido su ayudante durante tres años). Por la tarde, seguía con mis cursos en la UAM. Mi familia paterna, de quien recibí los principios cristianos, me enseñó a conocer al Señor Jesucristo y me demostró con su ejemplo, no exento de humanas contradicciones, el valor del trabajo honesto, responsable y honrado, del valor de la palabra empeñada, del respeto a los demás, del compromiso con el que deben asumirse las responsabilidades. Entré a la Facultad en 1975 (fue ese inicio de cursos en que apedrearon al entonces presidente Luis Echeverría en el auditorio de la Facultad de Medicina). Todavía se respiraba (¿se respira?) en el seno de la Iglesia Nacional Presbiteriana cierto prejuicio hacia las ciencias sociales y hacia ciertas disciplinas y facultades universitarias como Psicología, Filosofía o Ciencias Políticas. Me tocó escuchar a algunos pastores y ancianos gobernantes estigmatizar a quienes estuvieran interesados en dichas disciplinas porque, según ellos, enseñaban marxismo, materialismo y, por lo tanto, enseñaban “a no creer en Dios”. Estudiar para volverse funcionario público era “caer en la corrupción y volverse cómplice de ella”. También decían que “los cristianos no necesitan psicólogos” y otras cosas así. Pese a todo, decidí estudiar Ciencias políticas y Administración pública porque quería ser funcionario público. Me inspiraban las historias de José en Egipto y de Daniel en el reino babilónico, quienes para mis ideales representaban el mejor ejemplo de funcionarios públicos al servicio del Altísimo. También me inspiraban versículos como Colosenses 3:17, 23, 24. La lectura de la Confesión de Fe de Westminster, específicamente el capítulo XXIII, referido al Magistrado Civil, me infundía aliento acerca de que estaba en la ruta correcta para conjuntar mis vocaciones, capacidades y competencias con el servicio a Dios que era y sigue siendo fundamental en mi vida. O cuando Calvino en la Institución, declara, en el último capítulo (Libro IV, capítulo XX): “…la vocación de los magistrados (funcionarios o servidores públicos) es de Dios”. Aunque he tenido breves espacios en el servicio público, en el periódico El Nacional (1983) o en la Secretaría de Hacienda (fui Director de Normatividad de Servicio Civil y Modernización Administrativa en 1995) y 20 años como funcionario universitario, mi pasión han sido la docencia, mis clases. Así que mi fe ha sido un soporte trascendente en mis estudios, en mis clases, en mis tareas de dirección y coordinación académicas, 33

porque “trabajo para el Señor y no para los hombres”. Entonces todo debo hacerlo con el máximo de responsabilidad, de entrega, de calidad y con honestidad intelectual y personal. No puedo hablar contra la corrupción de las instituciones y organizaciones públicas si yo soy un corrupto. No les puedo exigir a mis alumnos que no plagien en sus trabajos o tareas o tesis, si yo soy un plagiario (y conozco a muchos) No puedo pedir a mis alumnos el mayor empeño si soy negligente y no preparo adecuadamente las clases, si no estoy actualizado, si no estoy al tanto de los temas nacionales o internacionales más relevantes, lo cual resulta agotador. Aunque solamente llevo 35 años haciéndolo. ¿Has sentido el apoyo de tu iglesia local y de tu familia en cada paso de tu carrera? Por supuesto, sin el apoyo de mi iglesia y sin el respaldo y ánimo que la familia brinda no podría desempeñarme adecuadamente. El amor de mi esposa y de mis hijos me brinda la energía y el ánimo suficiente para llevar a cabo mis tareas cotidianas de la mejor manera. Su oración diaria “me infunde aliento”. Has sido oficial de iglesia en diversos momentos. ¿Cómo valoras el impacto de la iglesia local en la comunidad? El impacto es fluctuante. Porque las comunidades donde se asientan las iglesias lo son. Hace muchos años (51)

cuando iniciamos en “Bethel”, yo era niño, y la iglesia “Príncipe de Paz” nos apoyaba en el culto, en la enseñanza dominical, en labores “evangelísticas” se organizaban brigadas médicas, y había muchas personas que acudían al llamado porque había mucha necesidad (eran los años sesenta y al igual que ahora, los salarios de los trabajadores eran muy bajos, injusta e inconscientemente bajos) la oferta de apoyo médico era importante para una colonia pobre, marginada, con calles que apenas se empezaban a pavimentar, y en un lugar “horrible por el que Dios no había pasado”, según comentaban a veces algunas de las personas que acudían a visitarnos. Sin embargo, hay reconocimiento de las personas de la zona sobre las bondades de una iglesia cristiana y presbiteriana, somos referente cuando hay que apoyar a personas necesitadas. Acuden con confianza a la iglesia. En estos tiempos que corren, hay grande necesidad en todo el país, los planes y programas gubernamentales han sido instrumentados pésimamente, sigue pesando más el criterio político y de conveniencia, que un sentido público, colectivo y social. Se abusa de la necesidad de la gente pobre, marginada, sin oportunidades y sin mayores expectativas que ir sobreviviendo, tristemente, día a día. Creo que en las iglesias tenemos la oportunidad de servir de diferentes maneras. Hace tiempo, sugerí, todavía en el Presbiterio Juan Calvino, la posibilidad de conformar asociaciones civiles para concursar, vía proyectos sociales, por los recursos federales disponibles que se van a fondo perdido y que pudieran ser un recurso muy útil para atender ciertas necesidades sociales que palpamos en nuestras iglesias. Conozco el tema porque he sido evaluador de proyectos sociales del Instituto Nacional de Desarrollo Social (Indesol). Entonces esta vía nos permitiría encauzar honradamente recursos importantes. Cáritas y otras organizaciones religiosas, vía asociaciones civiles, ocupan un monto importante de esos recursos. Pero independientemente de esos recursos, la iglesia tiene un ejército de profesionales, de distintas ramas, algunos ya jubilados, que podrían ser “persuadidos” y motivados a utilizar su tiempo en actividades de beneficio social. Por supuesto que hay riesgos, pero ¿debemos quedarnos inmóviles para evitarlos? Por ejemplo, hay una escena de una película de Whoopi Goldberg (Sister Act I, Cambio de hábito, fue titulada para Latinoamérica), en la que la protagonista inicia un cambio interesante en un templo católico al observar que la comunidad en donde se encuentra construido es muy pobre y las madres no tienen la posibilidad de llevar a sus niños pequeños a una guardería y transforman un parque abandonado en un espléndido lugar recreativo para los pequeños y a mantener las instalaciones del templo abiertas todo el día para diversas actividades. Pienso que en nuestras iglesias podríamos ensayar diversas actividades de beneficio social: clubes de tareas para los niños (hay maestros jubilados en nuestras iglesias y que pudieran aportar un poco de su tiempo), 34

clubes para las personas mayores, consejería pastoral (con pastores capacitados). Incluso comedores sociales, para estas actividades servirían los proyectos sociales y concursar por los recursos, arriba mencionados. También has sido directivo a nivel presbiterial. ¿Qué opinión te merece hoy esa experiencia? Lo volvería a hacer con mucho gusto. Después de un tiempo de participación muy intensa en el Juan Calvino, observo el arduo trabajo que ahora en la CMIRP se tiene por delante, desde aspectos organizativos, jurídicos, fiscales, financieros, de reglamentación, de administración, de educación y actualización, entre otros aspectos. Hay que trabajar en aspectos de liderazgo (no autoritarismo) de nuestros pastores, de planeación estratégica y de impulso a la participación de toda la grey. También fui directivo de Educadora Mexicana y Presidente de la misma, una sociedad de la Iglesia que aparecía como propietaria y administradora de bienes y propiedades de la INPM. El presbítero Abel Clemente, siendo Secretario de la Asamblea General de la INPM, me invitó a formar parte de la nueva directiva de esa Sociedad que tenía en el abandono y descuido varias de las propiedades de la Iglesia (sería muy largo comentar aquí la experiencia de trabajo que llevé a cabo en Educadora Mexicana entre 1992 y 2006). Sin duda que estas vivencias han contribuido en mi formación profesional, me han permitido aprender de otras personas y también conocer los desaciertos en la dirección de la iglesia. Lo poco autocríticos que hemos sido, el trabajo que nos cuesta abrir la mente y escuchar, sin prejuicios, opiniones diferentes, y la gran renuencia que hay para reformarnos constantemente. Dirigiste una empresa educativa de la INPM. ¿Consideras que las iglesias aún pueden aportar algo valioso a la educación en nuestra época? Es fundamental que la iglesia retome su misión educativa. He sido crítico del

abandono de la misión original, con la que Robert Raikes fundó las escuelas dominicales. Recordemos que Raikes quien era editor del periódico Gloucester Journal, inició los trabajos de la “escuela dominical” en 1780. Había notado que, ante la ausencia de un estructurado sistema público educativo que atendiera a la población, los niños y jóvenes tenían sólo dos opciones ante sí: la miseria y el camino hacia la delincuencia. La escuela surgió, no sólo con fines de enseñar la doctrina cristiana, sino principalmente ponía el acento en la necesidad de transmitir y dar los conocimientos básicos educativos que niños, jóvenes y adultos no obtenían en la escuela ya que, por diversas razones, laborales, sociales, pobreza, distancia, ausencia o insuficiencia de escuelas públicas, no podían acudir a ella. Así, durante seis días a la semana, los niños, jóvenes y adultos se entregaban al trabajo cotidiano, pero el domingo, siendo el “día del Señor”, lo guardaban asistiendo a los templos por instrucción religiosa, pero también por su instrucción académica. Hay que resaltar el hecho de que las escuelas dominicales, en un sentido, fueron las primeras en tener un carácter público en Inglaterra y son vistas como precursoras de su sistema público educativo. Baste sólo un dato: hacia 1831, estas escuelas recibían más de un millón de niños a la semana, un cuarto de la población de esa época. Así que con las instalaciones de nuestros templos pudiéramos hacer una contribución significativa a la sociedad mexicana, impulsando el mejoramiento educativo de niños, jóvenes y adultos que asisten a nuestros templos. En fin, tenemos oportunidades. El paso por Educadora Mexicana me permitió conocer a muchas personas, pastores y ancianos, profesionales laicos, etcétera. De ahí la invitación por parte de la directiva de la Asamblea General de la INPM a integrarme como Director General del Instituto Juárez en 2006. Desde mi posición como miembro de Educadora, siempre pugné porque el I. Juárez asumiera que encabezaba la Visión Educativa de la INP y, si eso era cierto, pues entonces se debería financiar adecuadamente el Instituto. Nunca fue posible acordar en ese sentido. Cuando pasé a dirigirlo, propuse un proyecto educativo que tampoco logró consenso en términos financieros. Sólo parcialmente se pudo llevar a cabo. No fue una experiencia satisfactoria, porque no logré entusiasmar al Consejo Directivo del Juárez ni a la Directiva de la INPM acerca de apoyar financieramente el proyecto que propuse, a diferencia del apoyo pleno para rescatar al Colegio Americano de Mérida del desastre en que se encontraba. 35

También has trabajado en la acreditación de instituciones de educación superior. ¿Qué lugar sigue teniendo ésta en el desarrollo del país? En el contexto actual de la sociedad mexicana: globalización, nueva economía (competitividad, especialización, conocimiento, internet, redes, alta tecnología, desempleo, comercio informal, piratería) cambios y transiciones políticas, revoluciones tecnológicas (información y comunicación, ingenierías genética y biotecnológica, etcétera) procesos electorales muy competidos, pluralidad religiosa, densidad demográfica, decadencia de valores sociales y cívicos, inseguridad, pobreza extrema, polarización social, corrupción e impunidad, entre varios fenómenos que impactan la vida social; se requieren esfuerzos significativos de varios actores como los gobiernos, organizaciones de la sociedad civil, escuelas públicas y particulares; educadores, sindicatos, líderes de opinión, entre otros, para impulsar mayores esfuerzos y espacios educativos en bien de la sociedad mexicana. Ya que se reconoce, en todos los ámbitos, que el papel de la educación es insustituible para acrecentar la inteligencia colectiva del país, para incrementar el capital humano, para enriquecer, acumular y difundir la cultura nacional, en su sentido más amplio (artes, ciencias, tecnologías, valores) y para contribuir al bienestar de la sociedad a través de una vida social civilizada y mejoras continuas en la competitividad, la productividad, la calidad y la generación de empleos. Por otro lado, la educación también es un factor primordial para impulsar la generación de ciudadanía; el fortalecimiento y consolidación de la democracia; el mejoramiento de la actuación de los gobiernos y el crecimiento de la riqueza nacional (PIB), lo que a su vez puede mejorar el ingreso de la población. Como bien apunta la CEPAL, la equidad (contra la exclusión y marginación sociales), el desarrollo económico (contra la pobreza) y la institucionalización de una

ciudadanía fuerte (para una gobernabilidad democrática y mejores políticas públicas) son tres elementos que resumen los grandes y complejos retos que enfrenta América Latina: Por lo tanto, la educación superior tiene una importancia estratégica vital para nuestra sociedad. Pero veo a los gobiernos indolentes e incapaces de gestar un proyecto educativo de largo plazo. Trabajar en la acreditación de la educación superior del país me ha dejado grandes enseñanzas y gratas experiencias. Actualmente dirijo la única acreditadora de ciencias sociales en el país. En 2001 iniciamos los trabajos para constituir la Asociación para la Acreditación y Certificación en Ciencias Sociales, A.C. (Acceciso). Diez colegas universitarios nos dimos a la tarea de discutir, cuestionar y criticar la política de acreditación que impulsaba desde la SEP el gobierno del presidente Fox, encontramos que ante una embestida mundial que minimiza a las ciencias sociales y propugna por su desaparición o su mínima expresión era necesario participar para sugerir mejoras y fortalecer el campo de interés de nuestras disciplinas. Después de arduas jornadas de discusión y debate, de trabajar sobre estatutos, lineamientos, criterios e indicadores de acreditación, logramos ser aceptados, en 2003, por el COPAES, A.C. como Organismo Acreditador de la Educación Superior Mexicana. La Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), que actualmente concentra 175 instituciones de educación superior, acordó la creación de un organismo no gubernamental que regulara los procesos de acreditación y a las organizaciones especializadas que realizaran esta labor. Dicha propuesta fue cristalizada en el año 2000 con el surgimiento del Consejo para la Acreditación de la Educación Superior (COPAES). Durante la primera década, el Consejo operó al amparo de la estructura de los Comités Interinstitucionales para la Evaluación de la Educación Superior (CIEES); sin embargo, atendiendo a las acciones prioritarias del Programa Sectorial de Educación (2007-2012), en 2010 la Asamblea General del COPAES tomó la decisión de separar orgánica y estructuralmente a los dos organismos, a fin de articular el quehacer de las diferentes instancias de evaluación y acreditación existentes, y concretar la creación de un Sistema Nacional de Evaluación, Acreditación y Certificación de la Educación Superior. 36

Desde Acceciso hemos podido ser testigos de primera línea de los esfuerzos, aciertos, carencias y problemas estructurales, coyunturales y de operación de las Instituciones de Educación Superior. Ha sido un privilegio coordinar los esfuerzos de mis colegas en esta importante tarea para la educación superior del país y en beneficio de la sociedad mexicana. En 15 años de trabajos, hemos acreditado, re-acreditado y dado seguimiento a poco más de 300 licenciaturas en todo el país y en Guatemala. Nuestros esfuerzos se han encaminado a las siguientes disciplinas: Ciencia política, Sociología, Antropología, Historia, Administración pública, Geografía, Ciencias de la Comunicación, Archivonomía y Ciencias de la Información, Trabajo Social, Relaciones Internacionales, Ciencias de la educación, entre otras. ¿Cómo percibes la situación actual del país? Muy crítica, como ya señalé líneas arriba, la corrupción e impunidad, aunadas a la incompetencia y cinismo, falta de patriotismo, de compromiso social y de responsabilidad por parte de los gobernantes mexicanos, tienen al país al borde del precipicio. También debo señalar que gran parte de la sociedad mexicana también se ha vuelto cínica e irresponsable, sin preocuparse por los asuntos públicos, indolente y veleta. Le interesa más el mediocre futbol nacional, las telenovelas idiotizantes, los programas baladíes, el chisme de las redes sociales, que estar atentos e informados de los problemas nacionales. Tendremos que hacer un esfuerzo adicional en nuestros templos para despertar conciencias y resaltar la relevancia de interesarnos en los asuntos públicos. Que los asistentes hagan un esfuerzo para estar convenientemente informados, invitando a la lectura cotidiana, de la escritura y de otros textos, revistas y periódicos. En fin, sigo pensando que tenemos mucho trabajo educando, reeducando, impulsando otros niveles de cultura en nuestras iglesias.

¿Qué mensaje darías a los estudiantes cristianos? “Todo lo que les viniere a la mano para hacer, háganlo según sus fuerzas” (Eclesiastés 9:10). No desperdicien el tiempo. “Aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Efesios 5:16)… En Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva (Stephen R. Covey) y en Los 7 hábitos de los adolescentes altamente efectivos: en la era digital (Sean Covey) los autores presentan un cuadro muy interesante y aleccionador sobre el uso adecuado del tiempo. Creo que ambos manuales son muy aplicables para usarse en la enseñanza y en la vida diaria. Ilustran adecuadamente sobre cómo organizar el tiempo. Recomiendo a los jóvenes y adultos la lectura de estos textos. Aprendan y estudien lo más que puedan. Tanto de la Escritura como de las disciplinas propias de sus intereses vocacionales y profesionales. Ser un servidor del Señor (los cristianos somos servidores del Señor en el campo en que nos encontremos, ya sea la medicina, el derecho, las ingenierías, la química, el turismo, etcétera) requiere los niveles más altos de conocimiento, calidad y profesionalismo, y para estar o llegar a ése nivel es indispensable mucha preparación y mucho estudio. Hay que ser honestos y honrados a toda prueba. El buen testimonio empieza con el ejemplo personal. Nada de lo que digamos es impactante si lo tiramos con nuestros actos. Esfuércense siempre por ser los mejores, “porque Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). No dejen de considerar las muchas necesidades de nuestra sociedad. “Esfuérzate, y esforcémonos por nuestro pueblo” (I Crónicas 19:13). ________________________________________

N OTICIAS Y MATERIALES REUNIÓN DE TRABAJO, 9 DE JULIO, IGLESIA ANTIOQUÍA Discusión sobre el reglamento interior

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