Tolerancia, progresismo y derechos humanos. A propósito de la encíclica Evangelium Vitae

June 8, 2017 | Autor: J. Mantecón Sancho | Categoría: TOLERANCIA, Progresismo
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Descripción

TOLERANCIA, PROGRESISMO Y DERECHOS HUMANOS
A propósito de la encíclica Evangelium Vitae

(Publicado en el diario «El Ideal» de Granada)


Joaquín Mantecón Sancho1


La degradación ideológico-política de nuestra sociedad ha terminado
por vaciar de contenido palabras que antes tenían un sentido preciso. El
dramático vacío que se advierte en la plaza pública de los valores, ha
logrado crear una sensación generalizada de confusión. ¿Qué es hoy ser
progresista? Por encima de los slogans esgrimidos por los partidos y grupos
de presión, y que suenan a retórica hueca y a coartada ideológica, los
valores progresistas –pienso–sobreviven en las personas singulares
realmente comprometidas con el hombre y su entorno vital. El progresismo no
se identifica –hoy y ahora– con ningún partido. El progresismo es ajeno a
las luchas partidistas por las cuotas de poder. El progresismo no se sujeta
a las modas intelectuales (que pasan), y sabe cultivar un sano espíritu
crítico para descubrir las múltiples trampas que le tiende la cultura
oficial.
Considero que el verdadero progresismo busca denodadamente el respeto
y promoción de la igual dignidad del hombre, por encima de cualquier cosa.
Está por encima de teorías y programas económicos, políticos y culturales,
y en ese sentido tiene el valor aglutinador de un ideal costoso pero
profundamente humano. Pero no es una utopía; es una tarea personal diaria.
Quienes se sienten comprometidos en esta tarea saben que términos
como solidaridad, acogida, engagement, defensa de los débiles, etc., no
pueden constituir una especie de alibi. A progresismo se contrapone
aburguesamiento, conformismo, pasotismo, consumismo, lo radical-chic y el
minculpop. Desconfíe de los progresistas de boquilla. Se les descubre
enseguida por su innata capacidad para escurrir el bulto en cuanto hay una
ocasión de hacer algo que realmente valga la pena y suponga un mínimo
esfuerzo.
Todas estas consideraciones me venían a la mente después de leer la
nueva encíclica de Carol Wojtila Evangelium vitae. Muchos progresistas de
salón se han permitido criticar alegremente el documento (presumo que sin
haberlo leído), pontifican ante quien tenga la paciencia de oírlos sobre
las peligrosas ideas involucionistas y retrógradas del Papa. Hay un cierto
tufillo de intolerancia en esas descalificaciones tan radicales. Me parece
que un buen ejercicio de honestidad intelectual contra este tipo de
apriorismo doctrinario sería la lectura del documento.
Francamente, después de haberlo leído con detenimiento, me he sentido
agradablemente confortado en algo que, como persona interesada en los
derechos humanos, considero vital. Uno tiene la sensación de haber leído
uno de los documentos más serios, profundos y coherentes en favor de la
liberación y la igualdad de los seres humanos más débiles, desprotegidos y
marginados de nuestros días, en la mejor línea de un progresismo
comprometido con el hombre. En una sociedad narcotizada por el consumismo,
los reality shows, la corrupción galopante, la mentira institucionalizada y
la búsqueda incondicionada del placer, (¿habrá que constitucionalizar el
derecho al placer?), este documento resulta como una bocanada de aire
fresco y verdaderamente ecológico. Wojtila, como comentaban los editoriales
de periódicos tan poco sospechosos de filopapismo como el Times o el
Frankfurter Allgemeine Zeitung, es una de las pocas autoridades mundiales
que no tiene miedo a hablar claro, a ir contracorriente y denunciar la
opresión allí donde se dé, como han hecho siempre los buenos progresistas
de todos los tiempos. Cándido, en El Mundo, se preguntaba también si los
hombres no seríamos mejores si fuéramos como afirma el Papa. Apuesto a que
sí.
La defensa de la vida humana que hace Wojtila, está preñada de agudos
diagnósticos de carácter social y político, que me parece interesante
subrayar. Por ejemplo, el Papa denuncia la campaña anti-vida alentada por
fuertes corrientes culturales, económicas y políticas portadoras de una
concepción de la sociedad basada en la eficiencia: quien con su enfermedad,
su minusvalía o, más simplemente, con su misma presencia ponen en discusión
el bienestar y el estilo de vida de los más aventajados, tiende a ser visto
como un enemigo del que hay que defenderse o a quien hay que eliminar.
Quizás el más lúcido diagnóstico, cuajado de grávidas consecuencias
para la vida social, estriba en señalar un falso concepto de libertad como
causa última de esta cultura de muerte que se nos impone. En efecto, si la
libertad se desvincula de los valores fundantes de la convivencia, si
prescinde de los datos objetivos de la realidad que le circunda, acaba por
confundirse con la mera opinión subjetiva, e incluso con el egoísmo y el
mero capricho. Con esta concepción de la libertad la convivencia social se
deteriora profundamente.
Utilitarismo a ultranza, justificación del egoísmo burgués y
relativismo moral absoluto, constituyen los fundamentos más sólidos para
una segura degradación social, como la experiencia social cotidiana tiende
a revelar cada vez con más evidencia. Y la democracia no puede ser
utilizada como coartada para justificar los anti-valores.
Y es que, en definitiva, el problema de la defensa del derecho a la
vida, va indisolublemente unido al problema de la defensa de los derechos
humanos, y por tanto del auténtico progresismo. La legalización del aborto
y la eutanasia, supone una pérdida del sentido de la realidad: se niega la
igualdad en la titularidad del primero de los derechos, sin el que no
pueden afirmarse todos los demás. Hay que recuperar el sentido del Derecho,
su estructura ontológica, como respeto universal al otro. Lo primario en la
ordenación social propia del Derecho es partir de la realidad: en este caso
la existencia de un ser humano que es idéntico –en cuanto individuo– al que
un día morirá. Ciertamente, volver a la roca Tarpeya, no parece que
constituya un progreso en ningún sentido.
Esto es en definitiva lo que el Papa achaca a los partidarios del
aborto y la eutanasia: su incoherencia y su egoísmo. Se predican los
derechos humanos, y se conculca el primero de ellos. Una sociedad que
comienza por justificar la muerte en algunos casos, acaba por desentenderse
del valor y dignidad de la vida humana. Los resultados están a la vista:
reimplantación de la pena de muerte (más de la mitad de los Estados
federales de USA la han restaurado, desde que se legalizó el aborto),
eutanasia realizada sin o contra la voluntad de los pacientes (cerca de
25.000 casos –documentados– en Holanda), agresiones sexuales a la mujer y a
menores, etc.
Hay que repensar estos temas sobre los que reflexiona el Papa. Su
testimonio (y advertencias) constituyen una interesante aportación al
diálogo sobre materias importantes en este año internacional de la
tolerancia, de modo que sus razones puedan ser estudiadas por quien, de
entrada, no las comparten. Me parece que ofrecen un sólido fundamento para
esa lucha desigual, lenta, difícil, ardua, pero justa y estimulante, en
favor de una humanidad en la que el hombre sea respetado por el mero hecho
de serlo, y no por lo que tiene o lo que puede (o lo que no puede). Y en
esta lucha hay sitio para todos.
1.. Joaquín Mantecón Sancho es Profesor Titular de Derecho
Eclesiástico del Estado, y secretario del Seminario Permanente
sobre Derechos Humanos de la Universidad de Jaén
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