Todos los Atilas posibles. La poliédrica imagen de un bárbaro en el cine.

July 27, 2017 | Autor: Javier Guzmán | Categoría: Attila the Hun, Huns, Barbaros, Historia y Cine
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Descripción

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M yM D P M El poder a través de la representación fílmica . Paris, 2015

(Editores): Páginas 145 a 158

TODOS LOS ATILAS POSIBLES. LA POLIÉDRICA IMAGEN DE UN BÁRBARO EN EL CINE ALL THE POSSIBLE ATILAS. THE POLYHEDRIC IMAGE OF A BARBARIAN IN THE CINEMA FRANCISCO JAVIER GUZMÁN ARMARIO Universidad de Cádiz (España) Resumen: Desde la Antigüedad al presente, la imagen de Atila y sus hunos se ha definido como un punto de referencia de la maldad y el poder destructor. Esa imagen que, fundamentalmente, crearon los autores cristianos del Bajo Imperio romano, se ha transmitido a través de la Historia hasta llegar al cine, que ha perpetuado, incluyendo a veces algunas excepciones, el tópico antiguo. Palabras clave: Atila, hunos, cine, tópicos, maniqueísmo. Abstract: From Antiquity to the present, the image of Attila and his Huns has been defined as a benchmark of evil and destructive power. That image, that essentially created the Christian writers of the Later Roman Empire, has been passed down through history to reach the cinema, which has perpetuated, sometimes including a few exceptions, the olds topics. Keywords: Attila, Huns, cinema, topics, manicheism.

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N un bello ensayo de hace ya casi veinticinco años, titulado La utilidad de los bárbaros, Carlos García Gual escribía lo siguiente: “Un sentido claro de etnicidad no necesita el sentido uniforme de hostilidad hacia todos los extranjeros implicados por el concepto bárbaro. Tal hostilidad crece y se desvanece según las circunstancias históricas”1. Y tenía razón. En tiempos del historiador Tácito, allá por los comienzos del siglo II después de Cristo, los germanos representaban la suprema amenaza para la superior cultura grecorromana y mediterránea del Imperio Romano, y en consecuencia fueron descritos, tanto en la literatura como en la iconografía, como bestias salvajes, incapaces por sí mismos de acceder a cualquiera de los grandes logros de la civilización2. En la segunda mitad del siglo XIX, sin embargo, la imagen del germano había basculado hacia el polo opuesto, y figuras como el querusco Arminio (¡En realidad más romano que germano!), que había provocado una de las mayores catástrofes militares romanas en la selva de Teutoburgo (año 9 después de Cristo), comenzaban a ser encuadradas en la sólida caprichosa categoría de “héroe nacional”3. Esto no es de extrañar, pues por esos años el joven Estado alemán comenzaba a mostrar al mundo de lo que era capaz, y en su empeño de obtener un hueco en la esfera internacional, frente a las rancias potencias europeas, construyó moldes nacionalistas que, en ocasiones, se remontaban hasta la lejana Antigüedad. No en casual que, en 1876, y apoyándose sobre el mito romántico del bárbaro, que hacía ya tiempo que causaba furor en Francia4, Felix Dahn publicara en 1876 su célebre novela Ein Kampf um Rom, en la que reivindicaba el legado de los ostrogodos en Italia frente a un menospreciado pasado bizantino y romano. O que la metódica historiografía alemana de fines de siglo acuñara el concepto de Völkerwanderung, para maquillar cualquier connotación negativa de las invasiones bárbaras del siglo V, recurriendo al eufemismo de “migración de pueblos”. Fuente de metáforas y punto de referencia para una sociedad en crisis, sobre todo en contextos revolucionarios, la figura del bárbaro abría un enorme campo de posibilidades para la epopeya y la utopía, para la afirmación de la libertad y la independencia, para el panegírico de los gustos burgueses frente a los privilegios aristocráticos tradicionales o, por qué no, para la justificación García Gual C., “La utilidad de los bárbaros”, Claves de Razón Práctica 5 (1990), 64. Vid. Beare W., “Tacitus on the Germans”, G&R XI, 1 (1964), 64-76. 3 Sobre la figura de Arminio, vid. Matyszak Ph., Los enemigos de Roma, Madrid, 2005, 130 ss. 4 Vid. Michel P., Un mythe romantique. Les barbares (1789-1848), Lyon, 1981. 1 2

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del uso de la violencia cuando había que ejercerla. Grandes personajes de época moderna (por ejemplo, Napoleón) fueron comparados, tanto en sentido positivo como en el negativo, con algunos de los líderes bárbaros más famosos del mundo antiguo (por ejemplo, Atila). Y todo ello cristalizó, por fin, en la imagen ultranacionalista del Tercer Reich5. Al literato, al filósofo o al artista que, en cualquier momento de la Historia, ha pretendido vivir (bien) de su talento, nunca le ha convenido nadar a contracorriente en el peligroso torrente de los intereses políticos de su propia época. Que se lo digan a Rembrandt Van Rijn, el genial pintor holandés, cuando en 1661 presentó al concurso convocado por el Concejo de Ámsterdam (para decorar el nuevo edificio del ayuntamiento de la ciudad) su cuadro La conspiración de Julio Civil, inspirado en la rebelión de los bátavos contra Roma entre los años 69-70 d.C. en el Bajo Rin. Esta comunidad germana, aliada de Roma en un principio, aprovechó la crisis de poder provocada por la muerte de Nerón para intentar zafarse de sus poderosos socios6. Y al Imperio romano le supuso un gran esfuerzo y grandes pérdidas el aplastar dicha insubordinación. Siglos más tarde, los holandeses, cuyo territorio se correspondía grosso modo con el de los bátavos, recurrieron a la imagen de los bátavos para afirmar su independencia frente al Imperio español, (re)calificandolos como los primeros holandeses de la Historia. Rembrandt, que por esas fechas atravesaba por serios problemas económicos debido a que no había sabido adaptarse a los nuevos gustos pictóricos del mercado del arte, no tuvo en cuenta otro criterio que el de su libertad artística; y por ello esquivó las pretensiones nacionalistas de sus compatriotas y pintó una escena en la que los bátavos aparecían no como héroes patrióticos, sino como bárbaros al más puro estilo de la literatura clásica. Naturalmente, el cuadro fue rechazado, y su gran oportunidad de escapar a la miseria se esfumó de la noche a la mañana7. No obstante, Carlos García Gual no tuvo en cuenta que toda regla cuenta con su excepción, y que ha existido un pueblo bárbaro que ha padecido la misma mala prensa, desde que fuera descrito en la Antigüedad8, hasta nuestros días: los hunos. Y que su dirigente por antonomasia, Atila9, ha conservado Todd M., The Northern Barbarians, 100 BC-300 AD, Oxford, 1975, 5-6. Vid. Brunt P.A., “Tacitus and the Batavian revolt”, Latomus 19 (1960), 494-517. 7 Lunday E., Vidas secretas de grandes artistas, Barcelona, 2010, 61-62. 8 Las principales fuentes literarias que aquí manejo son Amiano Marcelino (siglo IV d.C.), Historias (libro XXXI), tr. y ed. de María Luisa Harto Trujillo, Akal, Madrid, 2002; Jordanes, Getica, (siglo VI d.C.); Orígenes y gestas de los godos, tr. y ed. de José María Sánchez Martín, Ed. Cátedra, Madrid, 2001; Prisco de Panio (siglo V d.C.), Fragmenta; en The fragmentary classicising historians of the later Roman Empire: Eunapius, Olympiodorus, Priscus and Malchus, ed. de R.C. Blockley, Liverpool, 1981-1983; Excerpta de legationibus Romanorum ad gentes, ed. De C. de Boor, Berlin, 2003; Procopio de Cesarea (siglo VI d.C.), Guerra contra los persas, tr. y ed. de Francisco Antonio García Romero, Ed. Gredos, Madrid, 2000; Sidonio Apolinar (siglo V d.C.), Carmina; Poemas, tr. y ed. de Agustín López Kindler, Ed. Gredos, Madrid, 2005. 9 Sobre el personaje histórico, sigue siendo válida la biografía de Bussagli M., Atila, Madrid, 1988, si bien desde entonces los avances arqueológicos han arrojado nueva luz sobre la Historia de los hunos. 5 6

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hasta el presente todos los rasgos negativos con que fue caracterizado por los autores tardorromanos. La visión que obtenemos tanto de los hunos como de Atila a través del Séptimo Arte no escapa a esta aseveración, y en torno a dicha idea gira este trabajo. Sin embargo, y ahí no puedo sino estar de acuerdo con el profesor García Gual, el cine no escapa a su utilización por distintos intereses, ya sean políticos, estéticos o intelectuales. De manera que no contamos con un único retrato cinematográfico de Atila y los hunos, sino de muchos, dependiendo de la necesidad del momento histórico. A eso mismo alude el título de mi ensayo: la imagen poliédrica de un bárbaro en el cine. Aunque cualquiera que sea la perspectiva desde la que se aborde a Atila y los hunos, a estos siempre les persigue su estigma de “heraldos de la catástrofe”10. La imagen que los intelectuales de fines del siglo IV en adelante nos transmitieron de los hunos es tan poderosa que se ha mantenido inalterada hasta nuestros días. Como ha destacado S. Bock11, “Sólo mencionar a los hunos trae a la mente la imagen de hordas de salvajes, sucios, vestidos con pieles, a caballo, devastando todo a su paso... Fueron descritos por los autores antiguos como pertenecientes a una raza más cercana a los animales que a los humanos, procedentes de algún lugar secreto del mundo12, enviados por el Dios cristiano como castigo y culpables de ser una de las principales causas de la caída del Imperio Romano”. Fue Amiano Marcelino, historiador griego de fines del siglo IV, quien escribió en latín una voluminosa Historia del Imperio Romano, el que dio la primera pincelada a tan tétrica pintura13. Amiano, antiguo oficial del ejército romano que probablemente había conocido a hunos alistados bajo los estandartes de Roma, pero que con toda seguridad nunca había contactado con estos nómadas asiáticos en su estado natural, nos transmite un mensaje bien claro en el libro XXXI de sus Res gestae: el hombre romano no conocía nada que se les pudiera comparar. Ni por su aspecto físico14, ni por sus costumbres, ni por su forma de combatir15, ni por nada. Para los habitantes del Mediterráneo Como los definió Lot F., El fin del mundo antiguo y el comienzo de la Edad Media, México, 1956, 169. Este libro, en realidad, fue publicado en 1921. 11 Bock S., Los hunos: tradición e historia, Murcia, 1992, 41. 12 Si hoy día aún no sabemos con certeza de dónde provenían los hunos, imagínese el lector la ignorancia que reinaba, al respecto, en el fin de la Antigüedad. Así, los autores tardoantiguos tuvieron que recurrir a leyendas para explicar el particular. Eunapio de Sardes (fr. 41) nos habla de que los hunos descubrieron Europa y el mundo mediterráneo cuando, en una partida de caza, una cierva les mostró el paso septentrional del Cáucaso hacia la península de Crimea. Por su parte, el apocalíptico San Jerónimo (Ep. 77, 8, 1, nos aporta una versión aun más peregrina: Alejandro Magno en persona había confinado a los hunos en las montañas del Cáucaso y Dios les liberó para castigar a la Humanidad por sus pecados. 13 Vid. Guzmán Armario F.J., “Los hunos: la gran invención de Amiano Marcelino”, Rivista Storica dell´Antichità (2001), 163-193. 14 Amiano Marcelino, Res gestae XXXI, 2, 2: “Pues bien, entre ellos, como a los niños, desde el mismo momento en que nacen, les cubren las mejillas con metal, cuando llegada cierta edad el pelo comienza a salirles, se debilita ante los obstáculos, de manera que envejecen sin que les haya salido barba y sin belleza alguna, semejantes a eunucos. Tienen todos el cuerpo robusto y firme, el cuello muy fuerte. Son extraordinariamente deformes y grandes hasta tal punto que los confundirías con bestias de dos pies, o con esas estacas que se utilizan para adornar los puentes cuando los construyen” 15 Magníficamente analizada en Nicolle, D., Attila and the nomad hordes, London, 1995. 10

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de en torno al 400 d.C., la llegada de los hunos podría haber equivalido (si tomamos al pie de la letra la información de las fuentes antiguas) a la impresión de una invasión extraterrestre que aconteciera a día de hoy. A partir de la tendenciosa descripción que nos legó Amiano, mezcla de proverbiales tópicos sobre el guerrero nómada, anacronismos, invenciones de la propia cosecha e ignorancia de una nueva realidad16, los escritores, especialmente los cristianos, se dedicaron a incidir en la dimensión demoníaca de los hunos hasta encorsetarlos, como apuntó Y.A. Daugé, en el estado más terrible y más odioso de la barbarie17. La razón por la que los hunos, y especialmente su legendario rey Atila, se hicieron acreedores a tanta hostilidad literaria radica, teóricamente, en que marcaron un antes y un después en la Historia del Imperio Romano... según las fuentes, para peor. El lector de este texto podrá comprobar la mala fama de nuestros protagonistas en el famoso cuadro del pintor español Ulpiano Checa (1860-1916) titulado La invasión de los bárbaros, que en no pocos libros y/o webs aparece bajo el nombre de Los hunos entrando en Roma o Atila guiando a los hunos... En el lienzo, una horda de bárbaros a caballo irrumpe a sangre y fuego en una ciudad clásica. Podrían ser los alanos, los vándalos, los sármatas o los godos, pero sin embargo se elige al pueblo salvaje por antonomasia. Provenientes del Lejano Oriente18, los hunos aparecieron en las estepas rusas como por ensalmo en los años setenta del siglo IV. Su avance resultó tan arrollador que provocaron una avalancha bárbara invasora sobre las provincias romanas, en una especie de “efecto dominó” que nos describe, sin ambages, San Ambrosio de Milán (Expositio in Lucam, 10, 10): “Los hunos se han lanzado sobre los alanos, los alanos sobre los godos, y los godos sobre los taifales y los sármatas; los godos, expulsados de su tierra, se han lanzado sobre nuestra Iliria, y todavía no se ve el final...”. Este efecto provocó la irrupción de los godos en el Imperio romano, a través de la frontera danubiana, y la mítica batalla de Adrianópolis, en Tracia, en la que, un 9 de agosto del año 378, tres legiones fueron borradas de la faz de la tierra y un emperador, Valente, moría como consecuencia del choque. Comenzaba la ocupación del Santos Yanguas N., “La entrada de los pueblos esteparios asiáticos en el Imperio Romano”, Hispania 138 (1976), p. 20, n. 12: “Este cúmulo de despectivas caracterizaciones quizás están motivadas porque el antioqueno estaba tomando conciencia de la importancia que el avance bárbaro hacia el oeste estaba adquiriendo en el Imperio y de que, como consecuencia del mismo, se daba la decadencia de la cultura romana”. 17 Dauge Y.A., Le Barbare. Recherches sur la conception romaine de la barbarie et de la civilisation, Bruxelles, 1981, 338 y 341. Vid. Bertini, F., “Attila nella storiografia tardo antica e altomedievale”, en CISAM, Sett. Stud. Popoli delle Steppe: Unni, Avari, Ungari, II, Spoleto, 1988, 539-557. 18 Ello en el caso de que podamos identificarlos con los Hsiung-nu que aparecen en los registros textuales chinos, y que los sitúa como la mayor amenaza para la estabilidad del Imperio Chino desde fines del siglo III a.C. Hacia mediados del siglo I a.C. se produjo la división entre Hsiung-nu meridionales (que progresivamente se fueron integrando en la cultura china) y septentrionales (que continuaron enfrentados con el Imperio chino). Para una síntesis de estas cuestiones, vid. Stickler T., Gli Unni, Bologna, 2009, 23 ss. 16

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Imperio por los bárbaros y, por tanto, una nueva era19. Para comprender mejor la visión que de los hunos obtenemos a través del cine, convendría esbozar una síntesis de los acontecimientos históricos20. Después de Adrianópolis, los hunos se asentaron en la línea del Danubio, especialmente en la llanura húngara, desde donde podían controlar tanto la parte occidental como la oriental del Imperio, e interactuaron con los romanos, unas veces como colaboradores (mercenarios21), otras como agresores. Su primer rey histórico, Uldino, se documenta hacia el año 400 d.C. Este jefe logró cohesionar a las distintas bandas e imponer a Constantinopla un tributo anual de 350 libras de oro. Entre 422-434, Rúa, tío de Atila, encabeza a los nómadas asiáticos y apoya al general Aecio en la guerra por el poder en el Occidente romano. En 434 muere Rúa y sus sobrinos Bleda y Atila comparten el liderazgo. En 439, el enérgico Aecio, apoyado por los hunos, se enfrenta a los visigodos en la Galia. En 441, se produce una gran ofensiva huna contra las provincias balcánicas, aprovechando que Teodosio II, el emperador de Oriente, había enviado a buena parte de su ejército a Sicilia (contra los vándalos). Se renueva y aumenta el tributo constantinopolitano a los hunos. Al año siguiente, ya iberado de sus ocupaciones militares en Occidente, Teodosio II suspende el tributo a los hunos. En 445 muere Bleda y Atila concentra todo el poder en sus manos. Un par de años después, este pacta la paz con Constantinopla, y obtiene un tributo de 2.100 libras de oro anuales. En 449, Constantinopla envía una embajada ante Atila, en la que participa el historiador Prisco de Panio. Paralelamente, Honoria, la hermana de Valentiniano III, emperador de Occidente, envía una petición de ayuda a Atila, para que la libere de la imposición matrimonial a la que le ha sometido su hermano. Atila utilizará este argumento para participar en el reparto de poder en Occidente: en ese sentido, entre 450-451 el rey huno presiona diplomáticamente a Rávena, basándose en un supuesto ofrecimiento matrimonial de Honoria al rey de los hunos. Ante la negativa de Valentiniano III, Atila marcha contra la Galia. Se produce el asedio de Orleáns y la toma de otras ciudades. Finalmente tiene lugar la batalla de los Campos Mauriacos o Campos Cataláunicos22, en la que una coalición romano-visigoda derrota a los hunos y sus aliados. Rechazado de la Galia, en 452 Atila invade el norte de Italia a través de los Alpes Julianos. Se da el asedio y caída de Aquileya y, posteriormente, tiene lugar su legendario encuenNo es el momento de ocuparse ahora de estos acontecimientos, de manera que remito al lector a Guzmán Armario F.J., Romanos y bárbaros en las fronteras del Imperio romano según el testimonio de Amiano Marcelino, Madrid, 2006, 127 ss. 20 Vid. Stickler, T., op.cit., 49 ss. 21 Entre los años 388-394, guerreros hunos forman parte de los ejércitos de Teodosio I, en sus guerras contra los usurpadores Magno Máximo y Eugenio. Zoísmo (N.H., V, 26, 4) nos informa de que hunos y alanos fueron contratados por el Imperio romano de Occidente para contrarrestar las agresiones bárbaras sobre Italia en 405-406. 22 Batalla que para Ferril A., La caída del Imperio Romano: las causas militares, Madrid, 1989, 146, fue “uno de los choques decisivos en la historia del mundo Occidental”, y que yo creo sobredimensionada por las fuentes tardoantiguas. 19

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tro con el papa León I23, cerca del río Mincio. Según las fuentes cristianas, León convenció al rey huno para que no siguiera avanzando contra Roma y se retirara allende las fronteras, so pena de recibir el castigo divino. Lo más probable es que el sumo pontífice actuara como embajador para comprar la paz. En 453, en el transcurso de una noche de boda (tras su matrimonio con la princesa burgundia Ildico) repleta de excesos, Atila muere traumáticamente. El gigantesco Imperio huno, que abarcaba desde el Rin a las estepas rusas24, se fragmenta en luchas por el poder y, un cuarto de siglo más tarde, ha desaparecido por completo. Pero, ¿eran tan peligrosos los hunos como para merecer la pésima calificación que les marcaría para la posteridad? Para algunos historiadores, fueron la causa principal de la caída del Imperio romano de Occidente25. Yo, particularmente, creo que no. La prueba es que nunca tuvieron la fuerza suficiente como para imponerse ni a Constantinopla ni a la aún más debilitada Rávena, y solo obtuvieron ventajas cuando los romanos pasaron por dificultades o se hallaban agobiados por otros peligros más apremiantes26. En todo momento los hunos tuvieron que recurrir a la diplomacia para llegar a acuerdo con las autoridades imperiales de Occidente y de Oriente, y el único intento serio que hicieron de cambiar la geopolítica del siglo V, la invasión de la Galia por Atila y la batalla de los Campos Mauriacos27, terminó en un rotundo fracaso. Los hunos nunca tuvieron la intención de sustituir a uno u otro Imperio romano, simplemente, dada su organización sociopolítica, dependían de la guerra y de los tributos para subsistir y para mantener el orden social y la cohesión. Ni siquiera Atila era tan fiero como lo pintaron las fuentes antiguas. Jordanes, un godo cristiano que escribe una Historia de los godos en el siglo VI28, lo describe como arrogante y orgulloso, pero también como juicioso, clemente y generosos con sus seguidores (Getica, XXXV, 182). Bien que, como reza el título del ensayo de C. García Gual, los bárbaros son útiles: encarnan la alteridad negativa, el mal absoluto, lo cual resalta la bondad de la civilización que los Episodio que nunca ha faltado en cualquier aproximación a la figura de Atila, cualquier que sea el género creativo al que aludamos. Por ejemplo, en la pieza teatral del astigitano Luis Vélez de Guevara (1579-1644), titulada Atila, azote de Dios, en la que esta entrevista es el acontecimiento central. Cfr. Peale C.G. (ed.), Antigüedad y actualidad de Luis Vélez de Guevara: Estudios críticos, Amsterdam-Philadelphia, 1983, 265. 24 Sobre la grandeza del imperio de Atila nos informa Prisco de Panio, fr. 11, 2: “La espléndida fortuna de Atila y el poder que ella le ha dado le han vuelto tan arrogante que no escucharía ninguna propuesta justa a menos que pensase que habría de reportarle algún provecho. Ningún gobernante anterior de la Escitia... ha logrado jamás tanto en tan poco tiempo. Gobierna las islas del océano, y ha obligado a los romanos, además de a la totalidad de Escitia, a pagar tributo... y para acrecentar aún más su imperio, ahora quiere atacar a los persas”. 25 Por ejemplo, P. Heather, “The Huns and the end of the Roman Empire in Western Europe”, English Historical Review 110 (1995), 4-41. 26 Ward-Perkins B., La caída de Roma y el fin de la civilización, Madrid, 2007, 99. 27 Vid. la apocalíptica descripción que nos trasmite Sidonio Apolinar, Carmina, VII, describiendo otro efecto dominó como el que había acuñado Ambrosio de Milán. 28 Quien, según Schuster M., “Die Hunnenbeschreibungen bei Ammianus, Sidonius un Iordanis”, Wiener Studien 58 (1940), 119 ss., sigue a pie juntillas la descripción de los hunos de Amiano Marcelino. 23

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juzga. En los siglos I-II d.C., ese referente maligno habían sido los germanos; en el siglo III, el testigo pasó a los godos; a fines del siglo IV le llegó el turno a los hunos29. Solo que, en este caso, el extremo desconocimiento de los recien llegados (¡Qué encima eran nómadas!) a la esfera europea acentuó los rasgos negativos hasta la distorsión más impactante. Atila pasó a ser, en las plumas de los autores cristianos entre los siglos IV-VI (San Jerónimo, Salviano de Marsella, Sidonio Apolinar, Gregorio de Tours...), el flagellum Dei, el azote de Dios, y su pueblo obtuvo el dudoso honor de ser la virga furoris Dei: un correctivo celestial frente al cual el creyente solo podía refugiarse en la fe. Como factor aglutinador de la Iglesia como fuerza social, no estaba nada mal, visto el éxito que tales imágenes han tenido. Pues la literatura, el arte y, finalmente, el cine30, han repetido hasta la saciedad tales tópicos, y los seguirán repitiendo durante mucho tiempo. Fijémonos, si no, en tres significativos cuadros al respecto. El primero es, nada más y nada menos, del gran Rafael Sandio (1514), se trata de un fresco para la Estancia de Heliodoro, en el Palacio Pontifico del Vaticano. Refleja el encuentro entre el papa León Magno y Atila, y en él se vive el contraste entre el equilibrio que presenta el cortejo papal y el caos que reina entre los hunos, haciendo hincapié en el temeroso pasmo de Atila cuando ve a San Pedro y San Pablo, armados con espadas y amenazantes, justo por encima de la figura ecuestre del papa. La segunda pintura corresponde al artista romántico Eugène Delacroix y se titula Atila destruye Italia y las Artes (1847). La imagen es la de siempre: Atila, en el centro, de larga barba y cubierto con una piel de lobo, a lomos de un imponente caballo blanco de ojos y crines llameantes, seguido por la turba de sus guerreros (que siembran la destrucción a su paso), avanza blandiendo una maza y amenaza con pisotear a dos figuras femeninas y a un angelote que toca la lira (Italia y las Artes), mientras en la franja izquierda del lienzo los damnificados por la invasión huyen de una muerte segura. La tercera, creada en 1870 por el pintor húngaro Mór Than, se titula La fiesta de Atila, y está inspirada en información transmitida por el historiador Prisco (fr. 8), que aparece en la tela sentado, a la derecha, vistiendo blanca túnico y sosteniendo en su regazo un voluminoso libro de Historia. En el centro del cuadro Atila, sentado orgullosamente en su trono de ancho respaldo (rojo como la sangre), con uno de sus jóvenes hijos sentado a su diestra, a la manera de un gran déspota vestido de negro31 y con corona radial, Vid. Guzmán Armario F.J., “El relevo de la barbarie. La evolución histórica de un fecundo arquetipo clásico”, Veleia 20 (2003), 331-340. 30 Prieto Arciniega A., La Antigüedad filmada, Madrid, 2004, 254: “La presencia del bárbaro en el cine tiende a ser explicada porque precisamente el exotismo cultural y espacial dejaban más campo para la imaginación y así los hunos, vikingos y mongoles, según estos criterios, devastaban en más de un sentido el orden impuesto por la civilización occidental”. 31 Prieto Arciniega A., op.cit., 230 y 271: en las películas sobre la Antigüedad, el negro es el color de la villanía. En el caso de Atila, en el film de Pietro Francisci, Attila, Flagello di Dio (1955) esto se ve claramente en el encuentro del rey huno con el papa León: Atila va de negro, mientras que el atuendo del pontífice es de un blanco inmaculado. 29

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en lo que parece un palacio digno del emperador romano de turno32, escucha con gesto ceñudo el canto de un bardo que probablemente está declamando un panegírico de su persona. En el recuadro superior izquierda, aparece una representación del harem del rey... Con diferencia, de los tres este es el más equilibrado: Mór Than era húngaro, y los húngaros siempre se han sentido orgullosos de su pasado huno, hasta el punto de que Atila es un nombre muy común, actualmente, en ese país. El desorden, la fiereza, la destrucción, la desmesura... Esos son los atributos proverbiales de Atila y sus hunos. Y nos han llegado, de igual manera, a través del cine. El poder del Séptimo Arte para forjar imágenes duraderas en el imaginario colectivo resulta sorprendente. El gran público conoce al emperador Nerón no directamente a través de los testimonios de las fuentes clásicas, sino por la patética (en el sentido clásico) interpretación de Peter Ustinov en Quo Vadis? (Mervin LeRoy, 1951): que no se apoya sino en una cuidada selección de escabrosas noticias antiguas. Lo mismo podríamos afirmar de Atila. Cuando el común piensa en él, rememora su furia destructiva, su inclinación a los vicios, sus supersticiosos temores. Para nada piensa en un líder de grandes cualidades para la dirección (y protección) de su pueblo, de gran astucia e inteligencia y con enorme capacidad para la diplomacia. No aparece así, precisamente, en la primera película que conocemos sobre Atila: la de Febo Mari, Attila, flagello di Dio (1917). Ni tampoco en la algo posterior Die Nibelungen (1924), de Fritz Lang. En la primera, el mero título ya nos apunta una versión teatralizada del catálogo de puntos negros del legendario monarca huno; en la segunda, más apegada a los cantos épicos altomedievales, a veces inspirados en personajes antiguos, obtenemos una versión adecuada a las exigencias políticas del momento, con la justa reivindicación, no en demasía, de la energía viril que caracterizó a la antigua nación germana. Algo muy parecido hizo Verdi con su ópera Atila, estrenada en Venecia en 1846 y que reclamaba la independencia de una Italia unidad frente al poder invasor austrohúngaro. Gracias a ella, Verdi consolidó su imagen de compositor político frente a la ocupación extranjera. En el caso de Lang, se justificaba en parte el ascenso del totalitarismo en Alemania33. Habrá que esperar a la mítica The sign of the pagan (Douglas Sirk, 1954), Prisco (fr. 22, 3), narra que Atila, tras contemplar en Milán una pintura en la que aparecían emperadores romanos sentados en tronos con cadáveres de hunos a sus pies, se hizo pintar igualmente sentado en un trono, mientras el emperador romano, soportando pesados sacos sobre sus hombros, esparcía oro a sus pies. 33 Para Prieto Arciniega A., op.cit., 263, esta película se convirtió en “verdadera exaltación de la raza aria, en la que los hunos son presentados como raza inferior y cavernícola, trae premonitorios vientos de tragedia y sirvieron para potenciar las ideas nazistas que estaban claramente presentes en el guión escrito por Thea Von Harbou, esposa de Lang y militante nazi”. Otro ejemplo de la utilización política de los hunos lo observamos en el contexto de la I Guerra Mundial, cuando el Estado mayor francés desplegó una campaña propagandística que identificaba a los soldados alemanes como hunos sedientos de sangre, y la resistencia francesa al avance alemán como una nueva batalla de los Campos Cataláunicos; cfr. Stickler, T., op.cit., 9. Asimismo reza en el póster de Frederick Strothmann, Beat back the Huns (1918). 32

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en España traducida como Atila, rey de los hunos [sic], para contemplar a nuestros protagonistas en su verdadera salsa, con un Jack Palance encarnando magistralmente al villano, desplegando todo el arsenal de tópicos negativos acumulados desde la Antigüedad. Personalmente no tengo nada que aportar al comentario de esta película, pues ya lo ha hecho por mí el profesor Francisco Salvador Ventura en su magnífico artículo Atila. Un perfil del rey de los hunos en Sign of the Pagan (D. Sirk, 1954)34, al que remito encarecidamente: con una elaboración muy cuidada, esta película nos presenta al bárbaro por excelencia, destructivo, rudo, polígamo, impetuoso en el combate, de indumentaria extravagante y encarnizado y supersticioso sentimiento pagano, opuesto a ultranza al cristianismo, irracional hasta el punto de llegar a matar a su propia hija. Como concluye el profesor Salvador Ventura, la moraleja del film consiste en afirmar que “la barbarie es derrotada por el poder de la sociedad civilizada”, que es una sociedad cristiana35. Al poco de estrenarse la película de D. Sirk, lo hizo la de Pietro Francisci, Attila, Flagello di Dio (1955), genuino producto del género peplum con Anthony Quinn y Sophia Loren como protagonistas. En España se proyectó traducida como Hombre o demonio, lo cual ya nos da una idea de que el sanbenito de Atila iba a costar sacudirlo. Mejor documentada desde el punto de vista histórico36, no deja de recrear tanto la fobia de Atila por el cristianismo como la crueldad de los hunos. O sea, nada nuevo bajo el sol. Esto se ha puesto en relación con el contexto histórico del momento: la eclosión de la democracia cristiana, algunas eventualidades de EE.UU. durante la Guerra Fría y los intereses del Vaticano (se trataba de una producción italiana)37. Después de estos dos afamados títulos, habrá que esperar a los años sesenta del siglo XX para contemplar de nuevo al rey huno en la gran pantalla... aunque solo aparezca su nombre (pues, en la película, Atila ya está muerto). Se trata de otro film italiano, el de Roberto Bianchi Montero, Tharus, figlio di Atila (1962)38: un producto menor, cuyo argumento se basa en la historia de amor entre el vástago del difunto rey huno y la hija del jefe de una tribu vecina, con odioso villano de por medio. Más centrado en el objeto que aquí me ocupa, la obra del realizador húngaro Miklós Jancsó, La tecnica e il rito (1971), rodada en Cerdeña, producida por la RAI y, por tanto, concebida para la emisión televisiva (fue emitida el 12 de mayo de 1972). Jancsó es famoso por sus complejos trabajos, que no siempre concitan la atención del gran público. Fue el caso de esta película, un análisis de los métodos que utiliza Atila http://www.metakinema.es/metakineman8s3a1_Francisco_Salvador_Ventura_Atila_Sign_Pagan.html Prieto Arciniega A., op.cit., 266, defiende que esta película, además, entraña una crítica a la barbarie militarista, aunque no sabe precisar si ello se relaciona con el nazismo, el estalinismo, las secuelas de la Guerra de Corea, etc. 36 Con algunas licencias, como se acostumbra en el cine histórico, como la muerte de Aecio en batalla (cuando, en realidad, fue ejecutado por orden del emperador Valentiniano III, en el año 454). 37 Prieto Arciniega A., op.cit., 268. 38 En España, simplemente, se tradujo como “El hijo de Atila”. 34 35

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para conseguir el poder (técnica, ritos salvajemente irracionales que prevalecen sobre la técnica). El problema de este film es que nos ofrece una imagen ambivalente de un personaje cuya “imagen pública” no es ambivalente, sino canónica: Atila aparece ahora como un tirano, antepasado mítico del fascismo (una especie de Hitler hiperintelectual), ahora como un hombre adelantado a su tiempo, dispuesto a recoger la herencia del Imperio Romano. No es de extrañar que tuviera un escaso éxito comercial39. En la extraña evolución que experimenta el Atila cinematográfico, que a partir de los años setenta pugna por escapar a la visión tradicional para explorar otras perspectivas, hay que mencionar necesariamente la película de Castellano e Pipolo, Attila, Flagello di Dio (1982). En ella se narran las aventuras y desventuras del bárbaro Ardarico, un paleto que parte hacia Roma, acompañado de una decena de hombres, a recuperar las mujeres y los caballos que los romanos han robado de su poblado. Enterado de la profecía que anuncia la llegada de un rey victorioso llamado Atila, decide adoptar ese nombre para que le ayude en la consecución de sus planes. El resto es una serie de peripecias jocosas40, con retazos de erotismo, que con la historia del rey huno no comparte sino lo que aparece en su título. Perteneciente al cinema trash italiano de los años ochenta, denostado por la crítica y apreciado por el gran público, esta cinta se ha convertido en una obra de culto y coleccionismo: entre otros motivos, porque fue retirada muy pronto del mercado ante las críticas suscitadas por la semidesnudez de la protagonista, Rita Rusic, en algunas escenas. Su reedición en DVD en el año 2000 avivó el interés por las peripecias de Ardarico, que a mí, personalmente, me parece un híbrido entre Conan el Bárbaro y Chiquito de la Calzada. El último título al que haré alusión es el de Dick Lowry, Attila (2001)41, una miniserie de dos capítulos que narra la vida de Atila, su carrera militar y su relación con el general Aecio y las mujeres de su vida (Honoria, Ildico). Más atenta al efectismo emotivo y dramático que a la documentación histórica42, fue un medio de lucimiento de su protagonista, el actor escocés Gerard Butler43: quien se hizo famoso gracias a ella. Entretenida en su desarrollo, hollywoodiense hasta la náusea en su ritmo, estoy convencido de que no se constituirá en un hito del cine histórico del siglo XXI, bien que su éxito comercial ha sido notable y la interpretación del actor norteamericano Powers Boothe, como Aecio, dignifica un poco el resultado final. Vid. http://cinema-tv.corriere.it/film/la-tecnica-e-il-rito/02_47_14.shtml. Como bien apuntó el profesor Óscar Lapeña, en el debate sobre mi exposición en el congreso Cine y poder, el peculiar acento piamontés del protagonista acentúa esa dimensión humorística. 41 En España, comercializada con el original nombre de Atila, rey de los hunos. 42 Por citar algunas licencias escandalosas, el hecho de que Atila mata a su hermano Bleda en el curso de un duelo (cuando, por lo que cuentan las fuentes, murió en un accidente de caza), el romance entre Atila y Honoria, que de ningún modo está constatado, o el asesinato del rey visigodo Teodorico, aliado de los romanos en la batalla de los Campos Cataláunicos, por orden del general Aecio. Al menos, y al contrario que en las películas de D. Sirk y P. Francisci, esta célebre batalla sí tiene lugar en la cinta. 43 Protagonista de la película 300 (Zack Snyder, 2007), en la que encarna al rey espartano Leónidas. 39 40

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A modo de conclusiones, podemos observar cómo la aparición de Atila y sus hunos (términos indisociables, no conozco ninguna película dedicada a los hunos antes o después de su legendario jefe) en el cine, aun contemplando las variaciones argumentales, las modas, los intereses comerciales, las exigencias políticas o las peculiaridades de autor, siempre giran en torno a los tópicos que les “adornan” desde la Antigüedad: vicios que arrinconan virtudes, furia destructora y anticristianismo. Los títulos suelen aludir al carácter destructivo de uno y de otros, o a veces se reducen al mero nombre de Atila, que no necesita tarjeta de visita ni mayor presentación. Ello no es incompatible con una variedad de prismas de observación bastante curiosa. Lo realmente gracioso es que no hemos conservado ni un solo vestigio iconográfico que nos muestre cómo era, físicamente, Atila en realidad. Hasta cierto punto es lógico: él no fue un personaje de carne y hueso, sino una idea, un referente especular necesario para definir qué es lo correcto y qué no lo es en la Historia. Con independencia de ello, Atila siempre será Atila, así como otro personaje histórico como Hitler siempre representará, utilizando una paráfrasis muy cinematográfica, ese lado oscuro de la Humanidad que resulta execrable y, al mismo tiempo, atrayente para el consumo. A ambos les perseguirá, per saecula saeculorum, la sombra de sus horrendos crímenes. Los de Hitler los documentamos de sobra; los de Atila, hemos de creerlos a través de los testimonios antiguos44. No creo que el rey huno matara a más romanos que galos Julio César en la conquista de las Galias. Pero César triunfó y el huno fue derrotado, con lo cual el primero se ha convertido en paradigma de grandeza mientras que el segundo es el villano entre villanos. Ya se sabe quién escribe la Historia... Ya que menciono a Julio César, podríamos establecer un “triunvirato” de personajes de la Antigüedad que hoy son económicamente rentables en el mundo del consumo cultural y de ocio. Mi triunvirato particular no lo constituyen tres hombres, sino dos hombres y una mujer: César, Cleopatra y Atila. Puesto que el líder huno es quien ahora me interesa, he de recordar que todos los años llegan al mercado nuevos títulos en materia de comics, videojuegos, libros infantiles, novelas, documentales, miniseries y películas en torno a él. Pero la figura de Atila va más allá, hasta convertirse, hoy día, en icono de virilidad, muy apropiado para portadas de revistas dirigidas al público masculino45, e incluso en excusa para hacer encomio encubierto de la violencia en blogs de gusto un tanto dudoso46. Valga, al respecto, la siguiente noticia de Prisco, fr. 6, 2; 11, 2, 51-55: siete años después de que los hunos tomaran la balcánica ciudad de Naissus, en el año 441, una embajada proveniente de Constantinopla la encontró deshabitada y completamente sembrada de huesos humanos. 45 Por ejemplo, la revista norteamericana Men´s Health, publicación dedicada sobre todo al fitness, que en una portada reciente de su edición en español, junto a un atlético joven caracterizado como un huno mal encarado, publica el titular: “Atila: Matar y entrenar a la vez”. 46 http://rabbisblog.blogspot.com.es/search/label/Atila%20el%20Huno, con un post con fecha de 15 de octubre de 2007 titulado “Todos llevamos dentro un Atila, ¿no?”. 44

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Atila tiene que existir, aun quince siglos después de su muerte. Le necesitamos: da igual si es el sanguinario guerrero que nos describen los autores cristianos del fin de la Antigüedad, el patán con acento piamontés usurpador de identidades o el déspota intelectual de M. Jancsó. Necesitamos al villano que, por oposición y contraste, nos confirma en la bondad de nuestros esquemas mentales apre(he)ndidos. El maniqueísmo es consustancial a la naturaleza humana. En otra dirección, también nos seduce la posibilidad de ver reducidos a cenizas esos mismos esquemas occidentales que a veces nos resultan un tanto agobiantes47. Sea como fuere, la proverbial maldad de Atila será perpetuada por el cine gracias a su enorme poder de transmisión y fijación de imágenes. En cuanto al público más interesado en el cine histórico de temática antigua, para ellos Atila siempre se revelará como un personaje muy atractivo. Porque, como ha escrito Alberto Prieto, la Antigüedad, en última instancia, siempre remite a las ruinas48. Y de arruinar, por lo que parece, Atila entendía bastante.

Prieto Arciniega A., op.cit., 254: “La presencia del bárbaro en el cine tiende a ser explicada porque precisamente el exotismo cultural y espacial dejaban más campo para la imaginación y así los hunos, vikingos y mongoles, según estos criterios, devastaban en más de un sentido el orden impuesto por la civilización occidental”. 48 Prieto Arciniega A., op.cit., 212-213. 47

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