\"Todo pecado al fin la justicia espera\". Un recorrido por la cárcel inquisitorial de Palermo.

May 23, 2017 | Autor: Sara Madrigal Castro | Categoría: Sicilia, Historia Moderna, Palermo, Inquisición
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XIV REUNIÓN CIENTÍFICA DE LA FUNDACIÓN ESPAÑOLA DE HISTORIA MODERNA (ZARAGOZA, 2016)

«Todo pecado al fin la justicia espera» Un recorrido por la cárcel inquisitorial de Palermo. Sara Madrigal Castro Comunicación Sección B: Religión, tolerancia(s) y sociedad en el mundo hispánico de la Edad Moderna

Resumen: En el presente estudio se plantea un breve recorrido por la historia de la Inquisición en Sicilia, cuya actividad se inicia bajo el reinado de Fernando el Católico, centrándose en el devenir del Palazzo Steri de Palermo como sede y cárcel inquisitorial. Las representaciones plásticas encontradas en las dependencias, recientemente restauradas y abiertas al público, de éste último han legado un testimonio gráfico de innegable valor documental del que damos cuenta. Palabras clave: Inquisición, Sicilia, Palermo, cárcel, condenado. Abstract: In the present study, I would like to offer you a quick trip down history lane to talk you about the Inquisition in Sicily, founded during the reign of Ferdinand the Catholic, that will be focused on the evolution of the Palazzo Steri de Palermo as a headquarter and prison of the Inquisition. Plastic representations found in its rooms, recently restored and open to the public, have bequeath us a visual testimony whose undeniable documentary value will be dealt. Keywords: Inquisition, Sicily, Palermo, prison, convict.

La historia de Sicilia desde la caída del Imperio Romano, del que era junto a Mauritania el granero predilecto, está llena de luces y sombras. Tras una Edad Media convulsa con sucesivas ocupaciones (musulmanes, normandos, franceses), en 1415 Sicilia quedó unida a los destinos del Reino de Aragón, conformando junto a Nápoles desde 1442 el Reino de las Dos Sicilias. En 1713, en virtud del Tratado de Utrech, Sicilia fue cedida a la Casa Saboya por lo que la presencia borbónica aún se mantendrá hasta el siglo XIX, cuando quedará unida a la Italia continental fruto del proceso de unificación que concluye en el último tercio de ese siglo. 1. Breves apuntes sobre la Inquisición en Sicilia. La Inquisición fue uno de los más eficaces y rigurosos instrumentos de los que disponía la Monarquía Hispánica en sus dominios italianos. El interés regio por introducir este tribunal en el Reino de Nápoles o en el ducado de Milán fracasó estrepitosamente. En concreto, en Nápoles la oposición al nuevo tribunal fue tan compacta y los motines tan frecuentes que, a finales de 1510 a través de dos pragmáticas, la Inquisición fue abolida en Nápoles a la vez que se expulsaba a los judíos. En cambio, la instalación del Santo Oficio en Cerdeña y en Sicilia se puede calificar de exitosa. Como en casi todos los reinos hispánicos la Inquisición en Sicilia pasa por tres períodos: el primero, hasta mediados del siglo XVI, de organización y contundencia en la acción; el segundo, hasta mediados del XVII, de consolidación política e institucional y cierta relajación en la aplicación de penas, y un tercer periodo, durante siglo XVIII, de clara decadencia y disminución relevante del número de procesos, que culmina con su supresión en 1782. A pesar de su innegable utilidad política y social para la Monarquía, la Inquisición hubo de enfrentarse en Sicilia a dos contratiempos: los conflictos de competencias entre los tribunales regios y la Inquisición y la aplicación en exceso rigurosa de las penas en los primeros años de su implantación. Sería erróneo decir que la implantación de tribunal de la Inquisición en Sicilia, aunque exitosa en su cometido, estuvo ausente de conflictos. El origen mayoritario de estos conflictos se halla en el exceso de celo de los inquisidores en la persecución de los judeoconversos, víctimas preferentes del nuevo tribunal desde 1511, cuando Fernando el Católico nombra a dos prelados seculares como inquisidores, hasta 1540. Se cifran en

unos 2000 los procesos celebrados y en unas 340 las penas a la hoguera que se dictaron entre ambas fechas logrando borrar del mapa la comunidad judeoconversa de Sicilia, que con anterioridad había desembolsado «el 45% de sus haciendas para evitar el destierro y no ser molestada por el Santo Oficio1». La indignación popular hacia el tribunal y la

presencia extranjera pretendía la vuelta de la Inquisición romana medieval, administrada por predicadores sicilianos delegados del papa, no por inquisidores españoles al servicio del rey, y por tribunales episcopales con eclesiásticos sicilianos y con sentencias sometidas al control virreinal, sin lugar a dudas más benevolentes. Todo lo que consiguieron los sicilianos con estos brotes de violencia antiinquisitorial fue suprimir el tribunal durante tres años y evitar que los sambenitos de los penitenciados se colgaran en las parroquias. Tras el durísimo golpe en estos primeros años a la comunidad hebrea conversa, las relaciones de causas estudiadas por Contreras2 han registrado entre los años 1547 y 1701 3188 procesos, de los cuales el 69% (2203 procesos) no están relacionadas con herejías (judaísmo, mahometanismo, iluminismo) sino con proposiciones o actos total o parcialmente contrarios a la fe católica (jurar en falso, ideas supersticiosas, ignorancia del catecismo, conversar durante oficios litúrgicos) fruto de la ignorancia o de las costumbres propias del pueblo siciliano. Sí se dieron en cambio condenas por protestantismo. A diferencia de otros reinos hispánicos los protestantes sicilianos no provenían de Francia sino que eran oriundos de la isla y, en menor número, de Nápoles o del Norte de Italia (Lombardía, Piamonte). Así, se contabiliza la entrega al brazo secular de más de 30 protestantes entre 1542 y 1591, más otros tantos que fueron ejecutados en efigie3. Pero, ¿hubo realmente un foco protestante organizado en la isla? Muchas de las condenas se sustentan débilmente en detalles como el olvido de comulgar o confesar tras la misa y si consideramos la natural indiferencia del siciliano hacia los ritos de la liturgia católica podemos suponer que simplemente se dieron casos aislados de «protestantismo»

1

Ignacio Ruiz Rodríguez, “La Inquisición siciliana”, Revista de la Inquisición, 9, Madrid, 2009, p.103

Jaime Contreras, “Algunas consideraciones sobre las relaciones de causas en Sicilia y Cerdeña”, Annuario dell´Istituto storico italiano per l´etá moderna e contemporánea, 37-38, (1985-1986), pp. 181199 2

3

Ignacio Ruiz Rodríguez, op. cit., p. 107

Un capítulo aparte merecerían las condenas por blasfemia, que alcanzaron la cifra de 125 en el centenario siguiente a 15404, todos ellas a galeras. Podría llegar a pensarse que las injurias a la Sagrada Familia estaban tan imbricadas en el lenguaje popular siciliano que constituían por sí mismas un rasgo característico de la idiosincrasia de la isla. Se estima que el total de procesados por la Inquisición siciliana entre 1511 y 1782 asciende a cerca de 5000, en los cuales fueron relajados en persona o en efigie casi medio millar. En relación a las penas, la condena a muerte tuvo una gran incidencia entre los conversos judíos, alcanzando un 22% del total de procesados, siendo 440 los entregados al brazo secular entre 1511 y 1548. Entre 1547 y 1701, de los 3188 procesados unos 25 fueron relajadas en persona, es decir, un 0.8% y otros 50 en efigie. Es decir, se había pasado de una primera época (primera mitad del siglo XVI) de feroz persecución a otra que ha sido denominada por Bennassar y Dedieu de «adoucissement» o «reblandecimiento5». Durante este periodo de mayor laxitud en el empleo de la pena capital, la condena temporal a las galeras reales fue la más común y temida. Detrás de este procedimiento está el interés real por dotar la flota con suficientes remeros dada la escasez de voluntarios para tan ardua labor. En el reinado de Felipe II se produce un importante impulso de la navegación marítima con los objetivos preferentes de desarrollar el comercio americano y, en su lucha contra el protestantismo flamenco, de invadir la Inglaterra de Isabel I, lo que supuso que la flota de galeones necesitase de más de 8000 hombres. El segundo de los inconvenientes a los que tuvo que enfrentarse la instalación del nuevo tribunal va a perdurar a lo largo de todo su funcionamiento. Los conflictos de competencia jurisdiccional entre los tribunales del rey y la Inquisición se asientan en la piedra angular del poder inquisitorial, que es la capacidad que la Inquisición tenía como institución para sobrepasar los poderes y competencias de los funcionarios regios sorteando fueros, privilegios y particularismos jurídicos reconocidos por los soberanos a cada reino. Con anterioridad al siglo XV territorios como Aragón, Valencia, Cataluña y,

4

Ibid., p. 106

5

Bartolomé Bennassar, Inquisición española: poder político y control social, Barcelona, 1981

en los primeros años del XV, la propia Nápoles «habían denunciado la violación por parte del nuevo tribunal de los privilegios, fueros e inmunidades concedidos por los anteriores soberanos y había puesto de manifiesto los graves daños económicos al comercio, la caída demográfica y los peligros para los equilibrios sociales6». En la búsqueda de aceptación los

fueros inquisitoriales sirvieron para atraer a un número significativo de colaboradores entre las clases socialmente privilegiadas, en forma de familiares y comisarios que se encargaban de vigilar a los súbditos de las ciudades y del campo, ya fueran de señorío o realengo. Estos fueros no solo otorgaban privilegios en los pleitos civiles, sino también en los juicios criminales, aparte de prerrogativas como la exención de servicio militar, franquicias fiscales o licencia de armas. Según Sciuti-Russi, en 1575, «se había incrementado el número de oficiales de 800 a 1721. Además, el fuero privilegiado se había extendido a parientes, comensales y servidores del aforado7». Gracias a esta extensión de privilegios derivados de funciones inquisitoriales,

en Sicilia se conformó una auténtica alianza entre nobleza e Inquisición cuyos daños colaterales sufrieron todos los excluídos de este binomio. Los abusos de poder y los delitos nobiliarios eran tan frecuentes y escandalosos que los propios virreyes advirtieron a Felipe II de que la nobleza solicitaba la familiatura para beneficiarse del fuero inquisitorial soliviantando gravemente al pueblo llano. Pero el monarca sabía que privar a la Inquisición de la base social que la sustentaba habría sido firmar su sentencia de muerte. Sin embargo, a partir de unos gravísimos homicidios cometidos por altos nobles, la opinión real cambió quebrándose el pacto de poder nobleza-Inquisición. Mediante dos pragmáticas (1591, 1597), Felipe II excluyó de la jurisdicción inquisitorial los delitos de homicidios, sedición, rapto de mujeres y falsedad ante notario, prohibió a los nobles titulares de feudos ser nombrados oficiales de la Inquisición y a los familiares circular por la ciudad con armas de fuego. Aunque los conflictos competenciales siguieron produciéndose a lo largo del siglo XVII y, en menor medida, en el siglo XVIII la autoridad competencial real quedó confirmada por las pragmáticas anteriores.

Vittorio Sciuti-Russi, “La Inquisición española en Sicilia”, Stud. his., Hª. mod., 26, Salamanca, 2004, p. 80 6

7

Ibid., p. 82

2. La cárcel inquisitorial La Inquisición en Sicilia tendrá desde 1605 su sede original en el Palacio Steri, una fortaleza urbana contruida en el siglo XIV en el centro de la ciudad por la noble familia Chiaramonte como vivienda familiar, que en el siglo XVI pasó a ser la residencia oficial de los virreyes aragoneses en la isla. Cuando las cárceles situadas en ese palacio fueron insuficientes para albergar al creciente número de penitenciados se mandó al ingeniero real Diego Sánchez ampliar el penal construyendo un edificio anexo que quedó unido al palacio mediante una escalera de piedra. El edificio contenía tres celdas en la planta baja y cuatro en la primera planta.

A principios del siglo XX gracias a unos trabajos de adecentamiento del palacio, que entonces albergaba el archivo del tribunal penal de Palermo, fueron descubiertas seis de las celdas construidas para albergar a los condenados por la Inquisición. Ya entonces los trabajadores advirtieron la presencia en sus paredes de representaciones plásticas que llegaron a ser investigadas in situ por historiadores como La Mantia8, Pitré9 o Di Vita, cuyos estudios resultan hoy de un valor innegable. No será hasta 2008 cuando, tras cuatro años de labor restauradora dirigida por la Universidad de Palermo, se abrieron al público las dependencias de la antigua cárcel inquisitorial.

8

Vito La Mantia, Origine e vicende dell´Inquisizione in Sicilia, Palermo, 1977.

9

Giuseppe Pitré, Del Santo Uffizio a Palermo e di carcere di esso, Roma, 1940.

Hoy es posible visitarlas para ver en persona el impresionante testimonio gráfico dejado por los condenados cuyo último aliento vital aún rezuma de esas paredes en forma de trazos. Los pigmentos se obtenían de la molienda del barro cocido del suelo, del carbón y negro del humo de las lámparas, incluso de fluidos corporales. Con ellos los condenados plasmaron un importante número de frescos mayoritariamente de temática religiosa pero también secular (mapas, batallas navales, alegorías) así como poemas y oraciones que reflejan la desesperación y el sufrimiento a causa de su cautiverio. Veamos brevemente las representaciones más destacadas de cada una de las celdas. En la primera celda de la planta baja encontramos una interesante incripción de bienvenida en lengua vernácula, «Ogni peccato al fine la giusticia aspetta», es decir «Todo pecado al fin la justicia espera», junto a la se representa el Palazzo Steri [zona inferior derecha de la imagen]. Sobre el propio edificio se muestra la imagen de un personaje que identificamos como un inquisidor llevando en la mano la balanza de la justicia que se inclina a un lado.

La tercera celda de la planta baja es quizás, junto a la celda del poeta, una de las más prolijas en representaciones e inscripciones. En la siguiente imagen es posible reconocer a una serie de santos, como el patrón de los pecadores, San Andrés, con su característica cruz, que suele plasmarse en el sambenito de los condenados, y María Magdalena.

En la parte central de la imagen se encuentra inscrito el nombre de un pescador sentenciado por mahometanismo, Francisco [Fran Co] Mannarino, posible autor de la Batalla de Lepanto que se muestra en la mitad inferior de la imagen. En ella pueden distinguirse las velas de las naves del Imperio Otomano y de la Liga Santa, éstas últimas con la cruz de San Andrés. En la mitad derecha de la imagen aparecen dos nombres inscritos que se corresponden con los de otros dos penitenciados: Maiorana, sentenciado por blasfemia, y Confalone [Paulo Confa], por hechicería. Cargada de un gran simbolismo es la imagen que presento a continuación. En el extremo izquierdo de la misma se observa una especie de monstruo, ya representado en otra celda, que parece estar a punto de engullir a una serie de personajes del Antiguo Testamento (Aarón, Isaac, el rey David, Eva…) que, arrodillados y en posición de plegaria, se dirigen a un Cristo crucificado entre la Luna y el Sol.

Para concluir esta tercera celda, y la planta baja, expongo una última imagen de extraordinario interés metafórico. Se plasma con una total claridad la subida al Calvario de un Cristo encadenado con la cruz a cuestas. La gran diferencia es que los soldados que custodian y torturan a Cristo no son romanos sino españoles, igual que los guardianes de la ortodoxia inquisitorial, a los que se reconoce por su atuendo. Remata la imagen la inscripción «Cogitaverunt ipsa consilia que non potuerunt stabilire» («Tomaron decisiones que no pudieron sostener») que recuerda la suerte de los penitenciados.

Ya en la primera planta la llamada popularmente celda del poeta es la que reviste mayor interés de todo el edificio. La peculiaridad de esta celda está en las diferentes inscripciones de carácter lírico que decoran sus paredes. La temática se limita a lamentos existenciales, requerimientos a la divinidad o descripciones del estado de reclusión. Varios poemas se hallan firmados por pseudónimos como el infeliz o el abandonado, que hacen presuponer que se tratan de la misma persona cuya identidad nos es desconocida. No obstante, las diferentes calidades caligráficas, ortográficas y puramente líricas de las composiciones encontradas en la estancia nos llevan a pensar en una múltiple autoría. Escritos la mayoría en el italiano y el castellano de la época y los menos en latín vulgar el patetismo y la proximidad a la muerte inundan estos versos del poeta infeliz o abandonado que traducidos del italiano dicen así: «He muerto pero mi vida no se acabó. Si muriera mi martirio acabaría pero yo no escribiría estos versos que eternizarán mi memoria y harán que yo no muera».

En un castellano perfectamente inteligible están escritos estos otros versos que evocan las dureza del trato dispensado a los reclusos: «Quien entra nesta orrenda sepultura/ ve que nella reina la gran crueldad/ que esta escrita en las sus secretas paredes./ Dexaros la esperança vosotros los que entrays/ que no se save si es dia o noche/ porque no se save nunca cuando llega la ora/ de la deseada libertad».

Los versos en castellano con contadas frases en latín que a continuación transcribo revelan un pragmatismo rayano en la frialdad, no sin un toque de sarcasmo, que pueden muy bien ser utilizados como manual para enfrentarse a las sesiones de interrogatorio bajo tortura: «Pyensa en la muerte/ No ay remedio para nada en el mundo/ Atençion que aqui dan trato de cuerda y…/ Ten por seguro que aqui dan la cuerda… /Adviertos que aqui primero dan mancuerda/Az como si huvieses llegado ahora/ In[n]ocens noli te culpare;/ Si culpasti, noli te excusar;/ Verum detege, et in D. no confide./ Az el asno/ Mors, ubi est victoria tua?»

Tras los dos primeros versos, que explotan la temática del carácter irremediable de la muerte tan manida en el siglo XVII, el autor advierte de los tipos de tortura que allí se practican — «aquí dan trato de cuerda», «aquí dan la cuerda», «aquí primero dan mancuerda» —. Dar trato de cuerda es una expresión popular en la Castilla moderna para designar la tortura de la garrucha que, junto al potro y la toca o tortura del agua, era la de aplicación más habitual por la Inquisición. Consistía en atar las manos del condenado a la espalda, izarlo lentamente mediante una polea y dejarlo caer con violencia sin llegar al suelo. La repetición de esta operación provocaba el descoyuntamiento de los miembros superiores del reo. Asimismo, cuando el autor refiere que primero dan mancuerda lo hace para dejar constancia de que el reo será sometido en primer lugar a un tipo de tortura que se asemeja a la modalidad castellana del potro: la mancuerda. Esta tortura se lleva a cabo atando un miembro del condenado, generalmente un brazo, con una cuerda de esparto mojada, para darle mayor consistencia, que el verdugo aprieta aplicando su propio peso o una polea provocando el corte de la carne y pudiendo llegar al hueso. A continuación, el autor aconseja al reo del modo más adecuado de confesar sin esperar ayuda divina: «Inocente no te culpes/ Si faltaste [pecaste], no te excuses/ Revela la verdad y no confíes en Dios». Finalmente, con altivez, interpela a la muerte: «Muerte, ¿dónde está tu victoria?» Para concluir con esta celda tan particular no podemos dejar de mencionar la presencia de una imagen acompañada de inscripción. Es, en concreto, la de santa Rosalía con una cruz y un rosario, y una imploración a ésta: «Oh Rosalía, tú que liberaste a Palermo de la peste, libérame de la cárcel y de las tinieblas ». El ruego a esta santa no es casualidad. El

culto a santa Rosalía es muy popular en Palermo desde la baja Edad Media cuando comenzó a ser promovido por los benedictinos como protectora frente a las enfermedades infecciosas. La alusión a la peste que realiza el autor de la súplica viene referida a unos supuestos hechos acaecidos en 1624 cuando, al ser trasladados los huesos de la santa en procesión por el centro de la ciudad, una virulenta epidemia de peste que desde hacía varios años asolaba Palermo remitió, atribuyéndose el suceso a la santa.

La tercera celda de la primera planta del Palazzo Sterni está centrada en la figura de san Roque, santo de origen francés venerado desde la Baja Edad Media como protector frente a las epidemias, que está majestuosamente representado en el centro de la pared derecha de la celda como podemos ver más abajo. Que se trate o no de este santo lo aclara la inscripción que aparece a la izquierda de la imagen, junto a la cabeza de la figura, y que ha sido atribuida al sacerdote e intelectual Francisco Baronio de Monreale, localidad muy próxima a Palermo que alberga una catedral propia con sepulcro real de origen normando. Dice así: «Questa camera si chiama di San Rocco siate devoti», es decir, «Esta estancia se llama de San Roque sed devotos».

Junto a san Roque se haya la representación de san Leonardo, patrón de detenidos y esclavos, con túnica negra, una cruz en la mano izquierda y cadenas en la derecha. La presencia de esas cadenas debe relacionarse con la atribución a este santo de la liberación de Boemundo de Antioquía, hijo de Roberto Guiscardo, príncipe normando de Sicilia, quien fue apresado en la primera Cruzada. Tras su cautiverio el noble normando legó unas cadenas de plata, parecidas a aquellas con las que estuvo prendado, a un monasterio dedicado a san Leonardo. A sus pies pueden identificarse unos ángeles al modo barroco mientras que a la derecha de la imagen se percibe una reja de la cárcel en cuya base se lee la inscripción: «Libera nos». Esta celda se completa con otras dos imágenes relevantes. La primera, visible nada más entrar en la propia instancia pues ocupa la parte central de la pared principal, es un calvario. Al pie de cada una de las tres cruces se muestran un globo terráqueo, una calavera y un demonio, siendo ésta la única representación demoníaca del edificio. Imágenes todas ellas muy habituales en las pinturas de vanitas barrocas. En la base del calvario una inscripción que, aunque parcialmente legible, se identifica con el salmo bíblico de Oseas 6.2: «In die tertia suscitabit nos », es decir, «en el tercer día nos

resucitará». La segunda y última de las representaciones de la celda de san Roque es un impresionante mapa de la isla de Sicilia del que se ha especulado su autoría por el extraordinario detallismo y el exhaustivo conocimiento geográfico que denota. Está documentada la presencia en la cárcel inquisitorial de dos pintores en el siglo XVIII, aunque parece poco probable que alguno fuera el autor, dada la expresión más compleja de sus obras.

En concreto, el estudioso Giuseppe di Vita, que asesoró a Pitré, afirma que la imagen no pudo ser sino representada en el siglo XVII. En torno a la autoría divaga y ofrece el nombre de dos pintores, Carlo Ventimiglia y Francesco Nigro, pero de ninguno de los dos se sabe que tuvieran problemas con la Inquisición. La cuarta y última celda del primer piso es un gran salón polícromo cuya decoración fue, supuestamente, la única encargada por los propios inquisidores que quizás usaron esta sala como lugar de reunión. En la imagen de más abajo, correspondiente a la pared izquierda de la sala, están representadas una serie santas cuyos nombres constan (Cristina, Bárbara y Ágata o Águeda). Al pie de estas figuras femeninas han sido plasmadas unas galeras como en la que cumplían su pena los condenados.

La reunión de estas santas en la misma escena no es casual. Al margen de sus orígenes, oriental en el caso de Bárbara y occidental para Águeda y Cristina, y del motivo de sus martirios, las tres comparten elementos de sus respectivos relatos pasionales: el encierro en una torre como castigo por sus creencias cristianas, padres paganos crueles que las atormentan por su pertinaz cristianismo o las torturas a las que fueron sometidas (mutilación de los pechos, introducción en hornos crematorios). Tras casi dos siglos de actividad el Palacio Steri concluirá su función como sede y cárcel inquisitorial exactamente el 27 de marzo de 1782, día en el que el marqués Domenico Caracciolo, virrey de Sicilia y a la sazón amigo personal del filósofo francés D´Alembert, acompañado de autoridades civiles y religiosas decretó la abolición del Santo Oficio en Sicilia.

3. El caso de Diego La Matina Inspirador de una sugerente obra del autor siciliano Leonardo Sciascia10 es un insólito suceso ocurrido en la sala de interrogatorios, apenas conservada, de esta cárcel. Su protagonista fue Fray Diego La Matina, un religioso de la Orden Reformada de San Agustín, que hirió mortalmente al inquisidor que le interrogaba bajo tortura, Juan López de Cisneros, en 1657. La acción homicida de La Matina puede ser considerada excepcional habida cuenta de que en toda la historia de la Inquisición hispánica sólo se dio otro caso similar: el asesinato del inquisidor Pedro de Arbués, agustino como La Matina, por un grupo de judeoconversos en 1485 en la catedral de Zaragoza y de quien se conservaba un retrato en el palacio Steri, según La Mantia. El caso de La Matina es un paradigma de la actividad inquisitorial en la fase de «adoucissement» o «reblandecimiento». Antes de su arresto y condena definitiva, La Matina fue procesado en dos ocasiones (1644, 1645) y en ambas fue absuelto, lo que hace suponer la escasa gravedad ya que solo debió abjurar de levi. En 1646 fue arrrestado por tercera vez bajo la condena de obstinación en sus ideas y condenado a cinco años en galeras. Es muy probable que el fraile fuese únicamente uno de esos religiosos con ciertas ideas teológicas heteroxas y capacidad de seducir a un público fervoroso e ignorante. No constituía un peligro en sí mismo pero se hacía necesaria su

10

Leonardo Sciascia, Muerte del inquisidor, Barcelona, 2011

neutralización ante el eventual riesgo de que se creara un grupo de seguidores difusor de sus ideas. Esa capacidad de atracción, que en La Matina se antoja indudable, se observa en la organización y liderazgo de una revuelta de galeotes que concluyó en motín, fruto de lo cual el fraile fue nuevamente arrestado en 1650. En este caso La Matina fue condenado a prisión perpetua en la cárcel del Palazzo Steri. Pasados seis años de reclusión el religioso logró escapar del penal en una espectacular fuga que le llevó a refugiarse en una gruta cercana a su localidad de origen, Racalmuto, a unos cien kilómetros al sur de Palermo. Poco después fue descubierto y apresado así como llevado de vuelta a la cárcel inquisitorial de Palermo. Según la obra de Sciascia, La Matina fue interrogado bajo tortura de potro en repetidas ocasiones lo que le ocasionó importantes daños en espalda, rodillas y otras partes del cuerpo. Siendo sometido a una de esas sesiones, el 24 de marzo de 1657, el fraile hirió de muerte al inquisidor Juan López de Cisneros, pariente del Cardenal Cisneros, muriendo el 4 de abril a los setenta y un años. La Matina fue condenado a muerte por el inquisidor general Escobar el 10 de julio de 1657. La sentencia se conserva en el Archivo Histórico Nacional: «Fray Diego La Matina, natural de Racalmuto, Diócesis de Girgento, de edad 37 años, religioso profeso de los Reformados de san Agustín, de orden Diácono, por hereje formal, reincidente, homicida de un señor Inquisidor in odium fidei, impenitente, pertinaz, incorregible, auto, con insignias de Relaxado, donde se le lea su sentencia, y después de degradado, sea Relaxado a la Justicia temporal11».

La ejecución de Fray Diego La Matina se celebró el 17 de julio de 1658 en un auto de fe público.

4. Conclusión A lo largo de este breve estudio hemos mostrado cómo la apertura al público de la cárcel inquisitorial de Palermo ha supuesto para la escasamente estudiada historia de la Inquisición en Sicilia un filón de gran significado histórico por sus características y su excepcionalidad. La desesperación y el sufrimiento vividos entre sus muros muy difícilmente pueden dejar indiferente al espectador actual, sea cual sea su condición.

11

Archivo Histórico Nacional [AHN], lib. 902, p. 390, apostilla 32.

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