Todavía no hagas clic. Discusión pública y tecnologías de la información

September 13, 2017 | Autor: Joaquín Yrivarren | Categoría: Political Participation, Cooperative Learning, IT Governance, Emphaty
Share Embed


Descripción

Todavía no hagas clic. Discusión pública y tecnologías de la información. Joaquín Yrivarren (Sociólogo). Cuando hablamos de tecnologías de la información en la política depositamos nuestras actuales expectativas en la idea y el uso de ‘redes sociales’. En base a experiencias internacionales y locales, percibimos que las fibras que tejen el mundo de estas redes serían las mismas que ensamblan el mundo de la política. En esta presentación quisiera indicar que este tejido se caracteriza por su fragilidad, sobre todo cuando se lo abandona al marketing político y a las reacciones impulsivas individuales. Y quisiera, además, discutir con ustedes los siguientes dos argumentos: (1) que a fin de no desgarrar las fibras de la participación digital, se precisa de un estilo de comunicación basado en la ‘empatía’ y la ‘contención’, que son actitudes pocas veces vistas en nuestros intercambios públicos; y (2) que la participación digital conviene asociarla con la exploración de las diferencias, lo cual presupone fundar la libertad de expresión en la libertad de pensamiento. I La participación digital es una palabra que, sin duda, suena bien, y que parece tener utilidad práctica, por ejemplo, en una campaña electoral o en una de revocatoria. Pero, lo que llama la atención es el contraste entre ese ideal de ‘participación digital’ y las declaraciones cotidianas que aparecen vía Facebook, Twitter y otras plataformas y que son hechas por congresistas, periodistas o personas comunes y corrientes como nosotros. De un lado, tendríamos un tipo de intercambio donde la comunicación transmite megaimágenes, claramente definidas, en competencia feroz con otras tantas mega-imágenes, también en alta definición: “o por el sí o por el no”, “o por este candidato o por aquel otro”. Por lo general, estos intercambios replican modelos que han sido exitosos en otros países; y suelen ser, para quienes son entendidos en el tema, fórmulas de la comunicación y el marketing político. Quizá por esta razón, se puede sentir cierto aire ‘estudiado’ y preprogramado en el fragor de nuestras más recientes campañas electorales. Esta sensación se percibe tanto con el PPKuy cuanto en la película chilena “No” de Pablo Larraín, que relata la campaña del No en el plebiscito de 1988. De otro lado, tendríamos un tipo de intercambio donde la comunicación transmite imágenes más pequeñitas, incluso efímeras, y que, sin embargo, logran una sordidez sorprendente en ciertas ocasiones, siendo un despliegue de ciento cuarenta caracteres de discriminación, de insultos, o más comúnmente, de puro ‘chonguito’. Aquí no habría, en mi visión de las cosas, modelos pre-programados, pero tampoco habría ‘modales’ que valgan. Véase las últimas declaraciones de Kenji Fujimori sobre la histeria y las respuestas algunos reconocidos periodistas; solo para poner un ejemplo de mucha actualidad.

[1]

En cualquier caso, ambas formas de intercambio se caracterizan, en el fondo, por un tipo de relación nosotros-contra-ellos, en el cual una de las partes pierde todo o casi todo. Es decir, serían intercambios de suma cero. Más hacia la superficie, esta relación nosotroscontra-ellos, se manifiesta como un desborde de impulsos hostiles. Cuando delante se tiene a alguien que es muy diferente de lo que somos yo-y-mi-grupo, emerge fácilmente un exabrupto tribal. Si bien esto podría explicar por qué tanta agresividad proyectada sobre el texto y las imágenes en los últimos años; sin embargo, no ayudaría a comprender algo que quizá ustedes ya se vienen preguntado: ¿por qué algunas personas que participan entusiastas del ciberespacio no se toman una pausa antes de publicar ciertos mamarrachos? Recordemos que hoy en día vivimos en lo que H. Jenkins llama la “cultura de la convergencia”, un entorno donde los hábitos adquiridos en el uso cotidiano de internet se traducen en formas de participación política (por ejemplo, edición de videos y fotos, publicaciones compartidas, memes hilarantes, Twitts, seguidores, virales, etc.). El problema estriba precisamente en que los hábitos derivados de la experiencia web 2.0 no estarían produciendo una mejor discusión pública. Tanto cuando hay una estructura muy sólida de comunicación (al estilo marketing político), como cuando hay demasiada informalidad (al estilo ‘digo lo primero que se me venga en gana’), no se engendraría aquello que el sociólogo R. Sennett denomina “intercambios diferenciadores”, idea que aparece en su último libro titulado Juntos. Estos intercambios no se parecen al abrazo que se da al hermano de sangre ni a la frontera espesa que se pone ante el enemigo político. Más bien, los intercambios diferenciadores pertenecen a una zona intermedia, una suerte de foro donde se pueden encontrar personas muy diferentes (por sexo, raza, condición socioeconómica, ideología, lengua…), encuentros que se dan con la sincera intención de comprender y experimentar lo que otro dice y hace. Al hecho de comprender la diferencia poniéndose en el lugar del otro se le llama empatía (capacidad no solo psicológica, sino que también tiene bases neuronales, las llamadas “neuronas espejo”). Nada más lejano que serle simpático o caerle bien a otra persona y decir ‘sí, mira cómo te entiendo, tenemos algo en común, lo supe desde que te vi’. De hecho, la empatía no requiere un intercambio asertivo de ese tipo; antes bien, requiere cierta cuota de contención ante lo áspero, cierta destreza para escuchar cuidadosamente, cierta maestría para gestionar los silencios… Lo cual se sostiene en el reconocimiento del hecho fundamental que hay cosas de los demás que posiblemente no comprendamos, razonamientos, habilidades o sentimientos que no podamos reproducir en nosotros mismos, aunque nos forcemos. Es por esto que dialogar en la esfera pública resulta difícil, y es que exige el desarrollo de habilidades comunicativas, que no necesariamente encuentran terreno fértil en campañas

[2]

electorales ni en intercambios esporádicos. En este sentido, no basta con usar ‘redes sociales’, menos cuando nuestra red termina tan pronto cuando comienza la de otros. Hasta aquí quisiera sintetizar mi primera idea. Lo que he querido decir es que la participación mediada por redes sociales no debería ser abandona a los modelos del marketing político (que se parece mucho a la lógica competitiva del mercado) ni tampoco debería abandonar los modales (lo que termina reproduciendo impulsos callejeros). La participación digital debería enfrentar dos desafíos que el concepto mismo de ‘red social’ plantea: ¿cómo ampliar la red dejando de lado el vínculo ‘nosotros-contra-ellos’? y ¿cómo desarrollar habilidades de empatía y contención ante los demás, antes de hacer clic y enviar un comentario? II En nuestra cultura pública, estamos habituados a asociar el diálogo (piénsese en las mesas de diálogo) con un espacio para llegar a acuerdos, siempre después de que las cosas ya se pusieron feas. Una alternativa muy distinta es asociar el diálogo a la exploración de las diferencias; es más, al disfrute en la controversia. Según mi experiencia en la enseñanza con jóvenes universitarios, es siempre más fácil dar una opinión a favor y en contra sobre algún tema espinoso, que empezar a indagar dentro de él. Al dar una opinión definitiva, de blanco o negro, no nos obligamos a replantear las premisas de los razonamientos presentados; en cambio, al indagar en lo extraño o lo nuevo nos desafiamos a nosotros mismos, nos cogemos en falta… “¿y por qué esta otra persona piensa este asunto así?, ¿qué está observando él que yo no?, ¿por qué me resulta tan difícil reconocer como razonable su juicio?” Lamentablemente preferimos llegar a acuerdos rápidos, sin tanto rollo, antes que indagar y confrontarnos, por eso el trabajo que nos cuesta discutir temas de tantísima importancia para un estado laico y liberal como el reconocimiento de comunidades indígenas, la unión civil entre personas del mismo sexo, el aborto en casos de violación o el riesgo medio ambiental de las industrias extractivas. Propongo una hipótesis para discutir. Que la dificultad en la exploración de las diferencias podría provenir de la desconexión entre la libertad de expresión y la libertad de pensamiento. En un pequeño y reciente ensayo, el sociólogo peruano G. Nugent (profesor y amigo mío, para hacer un necesario disclaimer) sostiene que la primera no puede existir sinceramente sin la segunda. En nuestro país, son las grandes corporaciones mediáticas las que defienden la libertad de expresión, sin mostrar mucho interés por la libertad de pensamiento, como la concentración de medios parece evidenciar. El desprecio por el pensamiento libre es casi crónico y se expresa en la precariedad de nuestro sistema educativo. Hace como un año fueron publicados los resultados de una encuesta indicando que el 70% de los peruanos (de la costa) estaba de acuerdo con la

[3]

enseñanza obligatoria de cursos de religión (catolicismo, para ser exacto) en las escuelas públicas; el dato no golpea lo suficiente si no es al mirarlo a la luz de que en Lima, una ciudad de casi 10 millones de habitantes, solo hay 50 bibliotecas públicas, y en una situación realmente triste. Lo mismo se observa cuando contrastamos la tan exaltada creatividad peruana y los tan chatos índices de invención y publicaciones académicas, o la tan celebrada Marca Perú y los baches sufridos por el Museo de la Memoria. (Nota de actualidad 2015: las sospechosas investigaciones de 'apología al terrorismo' efectuadas por la policía contra una obra de teatro, “La Cautiva”). Finalmente, quisiera aclarar una duda que probablemente tengan ahora mismo. Con toda razón, se estarán preguntando ¿y qué tiene que ver la participación digital con la libertad de pensamiento y todo esto que se acaba de decir? De hecho, no intento ser demasiado teórico en esto, muy al contrario, intento enmarcar la aplicación de tecnologías de la información para fomentar la participación ciudadana en la reforma de la educación pública. La idea es que las ‘redes sociales’ sean laboratorios para la experimentación paciente de las diferencias. Y este ideal no encuentra cabida, en mi opinión, en las campañas electorales ni en los dimes y diretes de la coyuntura. Creo, honestamente, que la escuela, las bibliotecas públicas y la actividad cultural-artística comunitaria siguen siendo escenarios valiosos para equilibrar la avalancha de información (que nos llega gracias a los medios digitales) y la conversación inteligente, esto es, una conversación donde dar mi opinión firme y libremente tenga como correlato escuchar con cuidado la de otros con la esperanza de que tengan ideas mejores que las mías (parafraseando a R. Rorty). En suma, la participación en sentido de deliberación pública que he intentado enfatizar es algo que no se aprende en el mercado ni en la calle, aquí y allá hacemos clic demasiado rápido, las opciones son reducidas, o ‘me gusta’ o ‘no me gusta’. Las instituciones interesadas en fomentar la participación digital podrían beneficiarse del lema “todavía no hagas clic”, que sintetiza el amor por entrar en discusión con los demás y con uno mismo. Muchas gracias.

[4]

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.