Timbuktu, una carta de denuncia.

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Descripción

Timbuktu, una carta de denuncia.
Por Fernando Bustos Gorozpe

Fue apenas en el año 2012 cuando en Aguelhok, al norte de Mali, una pareja fue enterrada hasta el cuello para luego ser lapidada ante más de 200 personas. Habían tenido relaciones fuera del matrimonio y para el grupo religioso Ansar Din, que busca imponer una teocracia rígida, esto era un gran desacato.

Aquel suceso que por supuesto estremeció a gente de todo el mundo, pues son prácticas que rompen con la civilidad actual y que escapan de una lógica humanista, también tocó las fibras del director africano Abderrahmane Sissako, que luego de enterarse de lamentable barbarie emprendió el rodaje de Timbuktu, su más reciente filme que se ha exhibido en distintos festivales y cuya nominación a los premios Oscars 2015 como mejor película de lengua extranjera le ha servido para llegar a más países.

Es una cinta delicada, suave y reflexivamente mordaz que expone con gran precisión el problema al que varios musulmanes como él se han visto expuestos con la entrada de grupos extremos que buscan hacer valer la sharia (ley islámica) a como dé lugar, abriendo la errónea versión generalizada que en occidente se tiene sobre el musulmán. Es una religión que tiene más de 1.5 billones de adeptos. Popularizarla con base a las prácticas que se tiene en ciertos países (Arabia Saudita, Irán) o con las de grupos extremistas (Al Qaeda, Talibán, Hamas) es un error frecuente. En Mali, son musulmanes los que están sufriendo a razón de islamistas militantes y es ahí donde se arroja la visión de Sissako que comienza Timbuktu con una escena que nos lleva a un grupo de yihadistas leyendo con un altavoz las nuevas reglas que deben seguirse en el pueblo.

La ley en cuestión se torna absurda: no se puede cantar, fumar, jugar deportes, ni pretender a la mujer de otro hombre. Sin embargo, en la cinta vemos a Abdelkrim (Abel Jafri), uno de los líderes de este grupo extremista visita a una mujer por la cuál se siente atraído sin importarle que es casada. Ella, que se siente incomoda con su presencia, le reprocha que la frecuente cuando su marido no está pues no es correcto. Él a su vez la interpela ordenando que se cubra el rostro ya que es una falta a las leyes. Así, el mundo que aquí se nos presenta es uno rígido que no se puede sostener debido a lo radical de las leyes que atentan contra la naturaleza humana. El fiero portavoz de la sharia es a pesar de todo un hombre con vicios que además de desear a Satima (Toulou Kiki) fuma a escondidas. Por supuesto la cinta no es una apología hacia estos hombres. Es una radiografía que demuestra esa incoherencia propia de las ideologías totalitarias y que exhibe la falsedad no sólo de estos grupos extremos islamistas sino la de todos líderes radicales, como el ya fallecido Kim Jong Il, quien en el intento por construirse como deidad construyó mitos absurdos como afirmar que jamás defecó. O por ejemplo, las políticas ramplonas impuestas en China en el 2011 prohíben el viaje en el tiempo al interior de programas y películas pues invita a pensar en mundos diferentes. Es como ha dicho el director "prohibir algo que no puedes prohibir". Un absurdo.

De forma inteligente, Timbuktu es un cúmulo de historias que se tejen alrededor de una principal, la de Satima y su esposo Kidane (Ibrahim Ahmed) que viven pacíficamente en las afueras de la ciudad, muy al margen de las disputas. Kidane pastorea a su ganado mientras su esposa se queda al cuidado de su hija. Son dos personas rectas que llevan su vida en paz hasta que un pescador violenta su mundo. Alternamente, en la misma aldea Sissako nos deja ver las historias de esas prohibiciones que se han quebrantado: jóvenes cantando y tocando instrumentos, y otros que ante la prohibición de la pelota de fútbol han desarrollado una poesía del juego donde el balón es imaginario pero la pasión es la misma. Ésta es una de las escenas más bellas que se vuelve necesario mencionar, pues a pesar de todas las negativas no se puede cancelar la imaginación: pueden quitármelo todo menos la libertad de imaginar y de crear.

Ficción que simula la realidad que se vive en ciertos lugares, Timbuktu es una película que apuesta por tocar el tema, con la suficiente delicadeza y simpatía, para poder hacer frente a estos abusos impropios del siglo XXI: no hace faltar presenciar lo peor para comprender la magnitud del asunto y Sissako lo entiende. Su ojo apuesta por una imagen moderada que se antepone a la pornografía regular que circunda a los crímenes yihadistas: no se trata de empoderar su discurso desde la violencia visual sino de desarmarlo desde una razón crítica que afirma la pluralidad del Islam.

El filme, que fue rodado en Mauritania y no en la ciudad de Tombuctú como uno podría imaginar, tuvo su estreno en EEUU en un momento sensible pues coincidió con el atentado a las instalaciones de la revista francesa Charlie Hebdo, que al calor del debate internacional, destapó entre otras cosas prejuicios construidos socialmente sobre el Islam y que enfatizó (¿recordó?) que la problemática no es tan lejana ni abstracta como parece desde la mayoría de los medios de comunicación.

Timbuktu es una carta desgarradora plagada de nostalgia e impotencia escrita por alguien que ve con dolor su tierra y que lamenta lo sucedido. Es un documento que denuncia, sensibiliza y enfada: Estos son crímenes injustificables y el tema demasiado complejo como para tirar generalizaciones.










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