¿Tiempo libre? ¿Ocio? ¿Tiempo de estudio? Condiciones de posibilidad e imaginarios sobre la juventud estudiosa y deportiva. Una mirada desde el estudio de los sectores medios-altos en Buenos Aires

June 7, 2017 | Autor: Sebastián Fuentes | Categoría: Youth Studies, Elites, Jóvenes, Sociology of elites, Urban Youth Education, Estudios Sobre Juventud
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XI Congreso Argentino de Antropología Social Rosario, 23 al 26 de Julio de 2014 GRUPO DE TRABAJO: GT27-ESTUDIOS SOBRE LAS ELITES EN ARGENTINA. CONTRIBUCIONES DE LA ANTROPOLOGÍA PARA PENSAR LOS PROCESOS DE DESIGUALDAD SOCIAL.

TÍTULO DE TRABAJO: ¿Tiempo libre? ¿Ocio? ¿Tiempo de estudio? Condiciones de posibilidad e imaginarios sobre la juventud estudiosa y deportiva. Una mirada desde el estudio de los sectores medios-altos en Buenos Aires

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Nombre y apellido. Institución de pertenencia. Sebastián Fuentes. FLACSO/CONICETUNTREF.

Resumen El trabajo estudia las condiciones temporales que hacen posible el trayecto sobre determinadas instituciones por parte de los jóvenes de los sectores medios altos y altos en Buenos Aires, entre quienes desarrollamos nuestra investigación. Se trata una trayectoria normalizada, esperable y configurada según un orden de relación adulto-joven. Se analizan esas condiciones de posibilidad, que implican a su vez, en cuanto lógica simbólica, una construcción cultural de/sobre la juventud. Se trata de problematizar de qué modos son mirados y significados los jóvenes y la juventud de estos sectores sociales, en el marco de una biopolítica de la juventud donde a los imaginarios sobre la juventud apática, problemático, peligrosa, etc., vinculada a los sectores medios o populares, se construye –en términos relacionales- una juventud “normal” y cultivada. Desde nuestra perspectiva, esos imaginarios se vinculan con la posibilidad, el acceso/egreso de, y la participación en, circuitos educativos y de sociabilidad de estos sectores sociales, y con una experiencia y disponibilidad temporal que sigue patrones de clase.

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Este texto es un análisis del material empírico obtenido en una investigación etnográfica realizada en este sector social durante los años 2009-2011, 2013-2014, que busca comprender las relaciones y significaciones sobre la desigualdad a partir de las prácticas y discursos de jóvenes y adultos de este grupo social. Acerca del tiempo libre y la representación sobre los jóvenes y las juventudes En segundo lugar, la inexistencia de asociaciones juveniles espontáneas hacía que no pudieran integrarse el espíritu peculiar de la juventud y sus cualidades propias y que, por lo tanto, no pudieran contribuir a la dinámica de la sociedad (…) En ningún sitio se adquieren mejor el espíritu de comunidad y sus actitudes subyacentes que en los grupos de camaradas que se forman en la adolescencia. Es en ellos donde el hombre aprende a comprender los poderes autoreguladores de la

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vida

colectiva

espontánea

y

el

espíritu

de

solidaridad. (Mannheim, 1978: 65)

La juventud constituye una construcción social producto del procesamiento cultural de las edades (Feixa, 1998; Chaves, 2005 y 2010; Reguillo, 2000). La juventud es pensada de modo dominante en la modernidad, como un período vital supuestamente libre de las preocupaciones de la vida adulta, destinada a la formación y la preparación para la vida adulta. Dentro de la formación, en las sociedades capitalistas se incluye, por lo general, la idea de que los jóvenes realicen su trayectoria en los sistemas educativos, como dispositivo formador de la juventud por excelencia. Desde mediados del siglo XX, la juventud adquiere un estatuto sociológico muy definido en cuanto segmentación del curso de vida a la que le corresponden características definidas, asociada en su origen a una problematización social de la juventud como etapa problemática, que requería una intervención específica (Machado Pais, 2003). La extensión de la escolarización, la conformación misma de la familia moderna, las leyes sobre el trabajo infantil y la preparación para el mundo el trabajo constituyeron técnicas que se produjeron convergentemente en la postergación del ingreso del infante a la vida adulta, creando esa etapa que aún hoy es vista como de transición. La dedicación a la formación y la preparación “para el mundo del trabajo” que comportará a su

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vez la postergación de la familia propia y la separación del grupo familiar de origen, movilizaba un uso específico del tiempo ocupado (en el estudio) y el tiempo libre –que sería abundante, al menos en su comparación relativa con la etapa de la vida dedicada al trabajoa la sociabilidad, esto es, la dedicación a actividades que implican estar-juntos con otros jóvenes o no jóvenes, por medio de relaciones de amistad y compañerismo, el establecimiento de redes de conocidos, etc. Dentro de esa sociabilidad, las sociedades modernas han ido instalando dispositivos que contuvieran y regularan a esas juventudes, que generaran cohesión y un cierto espíritu de solidaridad (Mannheim, 1978): estamos hablando de grupos políticos, religiosos, barriales, clubes, de juegos, deportes, etc. La participación en prácticas deportivas y artísticas, más o menos institucionalizadas, más o menos formales, en espacios de sociabilidad como los clubes, habilitaban a los jóvenes –no a todos- a compartir con otros jóvenes –de los mismos sectores sociales o no- espacios para el cultivo de la camaradería, para la producción moderna de géneros, sobre todo de la masculinidad a partir de los deportes modernos (Messner, 1992), y para la inversión y circulación, en términos de Bourdieu (1993, 2002), de capital social y simbólico. Como ha 3

mostrado la historia de la sociabilidad (Agulhon, 2009; Sábato, 2002; Losada, 2009) estos espacios e instituciones sociales sostenían una misión civilizatoria, de sus miembros y/o con proyección hacia la sociedad toda: extender una regulación de los comportamientos según parámetros definidos, “ilustrar” a la población bajo pautas ideales o racionales de comportamiento, moralizar civilmente a la población propia, en función de una determinada identidad social (Goffman, 2006) o nacional a resguardar, a ser presentada públicamente: la identidad del grupo. Las condiciones sociales en la que los jóvenes son producidos en cuanto tales en las sociedades modernas movilizan, instituciones, regulación de los tiempos y prácticas, y de las imágenes que se van produciendo sobre la juventud misma. “La juventud, como un estadio de la vida bien definido, forma parte de nuestras categorías de sentido común” (Criado, 2005: 87). Esa idea de juventud que se moraliza, se encauza en un procesamiento y producción del joven masculino y nacional, responde a un ideal de clase, y tiene sus orígenes, al menos en lo que la sociología histórica ha determinado (Elias y Dunning, 1992) en el modelo de sociabilidad de los sectores aristocráticos, cuya forma, vía expansión del capitalismo y la hegemonía inglesa, se instaló y persiste, con transformaciones en sociedades como la argentina. La antropología desarrollada por Archetti sobre los deportes en la Argentina (1984, 2001, 2003), así como los de la sociología (Alabarces, 2000), nos indican la importancia que los deportes modernos ingleses tuvieron para la formación de una

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nacionalidad y una masculinidad, condensando en sus héroes deportivos, en los modos de juego, y en las identificaciones que movilizan los clubes, un modo de ser (varones) argentinos. Desde hace décadas, las representaciones sobre juventud en la argentina ponen en el tiempo uno de sus clivajes determinantes, aunque no necesariamente el más analizado. La juventud es pensada como un período específico dentro del ciclo vital, una etapa, asociada a determinadas prácticas y/o expectativas, reguladas socialmente, tales como el mandato de estudiar1. Este significante es tan potente que estructura la idea de una juventud que es objeto de un juicio moral, puesto que aquellos que no responden a ese mandato, son caracterizados como desinteresados y apáticos, justificándose así una serie de técnicas sociales como las políticas destinadas a la reinserción e inclusión escolar. Ese mandato deja a los jóvenes en una situación donde la explicación por su falta debe ser dada en términos individuales. No responder a la expectativa social del estudio es una responsabilidad del individuo. La pregunta es ¿qué se hace con el tiempo juvenil, en el período donde esa disponibilidad temporal debe ser dispuesta y ocupada según una estructuración que sigue el 4

patrón estudio-tiempo libre? Bajo este modelo, la juventud, es el período (temporal) del ciclo vital donde, junto con la infancia, se dispondría de un mayor volumen de tiempo destinado a la preparación para la siguiente etapa, preparación que no estaría dada sólo por la escolarización, sino también por el “pasaje” por instancias aparentemente más libres, menos formales, más recreativas, pero no por ello menos moralizantes, como la sociabilidad deportiva. Es decir que además de ser pensada en función de la temporalidad del ciclo vital, la juventud es imaginada como un momento con una disponibilidad de tiempo mayor para la sociabilidad libre y recreativa, que seguiría, al menos para el caso que trabajamos –el rugby masculino en Buenos Aires, jóvenes de sectores medios altos- un modelo de raíz aristocrática, asociada al origen del rugby inglés, pero más específicamente, al modo en que el rugby se expandió en la Argentina durante el siglo XX. Es que la condición juvenil es representada (Valenzuela, 1999) bajo supuestos de evolución (Groppo, 2000) de fases y bajo supuestos que implican determinadas condiciones (de clase en nuestro caso) que son invisibilizadas o eufemizadas, y por lo tanto, estructurantes en torno a cómo son clasificados los sujetos jóvenes en nuestras sociedades. La construcción cultural de la juventud sigue

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Mandato que se incrementa en los últimos años con la extensión de la escolaridad y las “fallas” del sistema educativo o su incapacidad de incluir plenamente.

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modelos que suponen condiciones materiales de las que no gozan todos los jóvenes, es decir, una articulación tiempo libre-tiempo ocupado particular.

Desde el punto de vista analítico, la sociabilidad deportiva implica un estar juntos de las culturas juveniles, al menos en su representación dominante, que debe ser problematizado (Reguillo, 2000). Feixa (1998) ha caracterizado cómo las culturas juveniles aparecen en espacios no institucionales o intersticiales de la cultura, por lo general a través de la expresión y vivencia de estilos de vida que responden y movilizan a las experiencias sociales que tienen los jóvenes en cuanto tales. Las juventudes modernas, sobre todo desde la segunda posguerra en adelante, se expresaron colectivamente bajo modos y modelos que no respondían a los de las instituciones adultas. Para este campo científico, el estudio del ocio juvenil puede ser novedoso si se toma por objeto a los jóvenes “privilegiados”, puesto que la mayor parte de las producciones abordan la emergencia de la juventud, a partir de su rango contestatario en diversos términos (género, clase, exclusión, alternativas artísticas o estéticas, etc.) pero no se abocan al estudio de los jóvenes que al parecer no 5

“emergen” en el sentido de que no se presentan como una alternativa o una contestación, sino que parecen responder al modo esperado de juventud, por parte de las instituciones adultas o las culturas parentales. Ese mundo incierto, que los jóvenes vivirían por fuera de las instituciones establecidas, no aplicaría al caso que ponemos bajo estudio puesto que los jóvenes sociabilizan en espacios gobernados por adultos2. La misma Reguillo (2000) plantea que los jóvenes se han ido organizando en nuevas modalidades (grupos, bandas, colectivos) pero persisten modos tradicionales, tales como los grupos parroquiales y/o eclesiales, las asociaciones barriales, los clubes, etc. Esa sociabilidad y ese estar-juntos en una temporalidad delimitada requiere abrir la lente analítica más allá de buscar contestación u obediencia a los patrones parentales:

Las y los jóvenes seguían escribiendo canciones, tocando la guitarra, haciendo malabares en las calles, jugando al fútbol, bailando en las plazas y los boliches, organizándose para pasarla lo mejor posible sin que esto implicara necesariamente abandono, pasotismo o despreocupación. (Chaves, 2005: 41; negritas de la autora).

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Lo cual no quiere decir que no haya tensiones. Ver Fuentes, 2012.

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Como dice Chaves, las lentes de la sociología para mirar a la juventud quedaron fijadas en torno a un modo normalizador de considerar sus prácticas, ya sea desde la búsqueda constante de la práctica política como mandato para los jóvenes, o, decimos aquí, en un foco puesta en la “fuga” de los jóvenes en relación a las expectativas, el trayecto “normalizado”, etc. La asignación de expectativas a cada etapa de la vida implica un proceso de transformación, readecuación, o manipulación de la trayectoria real e histórica de los sujetos, a partir de lo cual se establecen modelos hegemónicos, en nuestro caso, de juventud (Bourdieu, 1990), es decir, se des-historiza y a-temporaliza para dar un contenido específico a representaciones dominantes sobre cómo deben ser vividos los ciclos de vida. Tanto cuando los jóvenes se rebelan contra los mandatos de las generaciones previas, como cuando realizan otras prácticas no esperadas, lo que está en juego es una mitología valorativa sobre la juventud que condensa gran parte de las preocupaciones sociales en torno a la reproducción social. En la Argentina, el primer estudio sobre juventudes, en el retorno de la democracia luego del último período dictatorial, señalaba que:

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La manifestación dorada del mito de la juventud homogénea identifica a todos los jóvenes con los privilegiados -despreocupados o militantes en defensa de sus privilegios-, con los individuos que poseen tiempo libre, que disfrutan del ocio y, todavía más ampliamente, de una moratoria social, que les permite vivir sin angustias ni responsabilidades (Braslavsky, 1986:13)

Braslavsky señalaba en los años ´80 los mitos que fundaban el imaginario homogéneo sobre los jóvenes en la Argentina. Además de la ya citada interpretación sobre la juventud dorada, Braslavsky caracterizada dos metáforas cromáticas: la juventud gris, reservorio de todos los males y peligros (delincuencia, falta de compromiso, desinterés, pobreza), y la juventud blanca, los jóvenes que al retorno de la democracia en la Argentina, participaban, se comprometían, los jóvenes éticos. Esas representaciones estaban ligadas al orden de las prácticas sociales de los sujetos, y del modo en que las organizan: ¿Qué hacen los jóvenes con su tiempo libre? Es una pregunta que se formula en un supuesto que asocia juventud con tiempo libre. El tiempo constituye entonces una instancia y una clave analítica que permite entender sincrónicamente “el valor del tiempo” (Caride Gómez, 2012: 10): cómo los sujetos son valorados en función de los criterios que utilizan para hacer de su disponibilidad temporal algo “útil”, “válido”, “valioso” según parámetros más o menos dominantes. Desde la regulación de los tiempos del trabajo (la jornada laboral) a los planteos feministas de

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igualdad en torno a la jornada laboral y el tiempo libre, más recientes, asistimos a una época donde la biopolítica se significa en torno a la regulación de la vida en función de la temporalidad, de la expectativa de vida, su calidad, de la relación salud-ocio, etc. La gestión de los propios tiempos, los procesos de individuación, las trayectorias móviles, la idea de que “cada individuo debe afrontar por su cuenta las contingencias de su recorrido profesional devenido discontinuo, debe hacer elecciones, emprender a tiempo las reconversiones necesarias” (Castel, 2004: 59) conforman ese mapa de incertidumbres en que se configura contemporáneamente la regulación del tiempo como instancia del sostenimiento de las posiciones de los individuos. Es el tiempo, entre otras dimensiones lo que está en juego en torno a la producción y a la regulación de la vida y la subjetividad en las sociedades contemporáneas. Nuestro análisis versará entonces sobre la organización del tiempo en espacios de sociabilidad, entre jóvenes de sectores sociales privilegiados en Buenos Aires. Desarrollamos un análisis de la experiencia temporal de un joven universitario de sectores medios altos, y el discurso y la experiencia de una familia del mismo grupo social. Ellos nos 7

permitirán ir analizando la estetización y estilización de la experiencia del tiempo de estos sectores, y de los jóvenes específicamente, a partir de la articulación tiempo ocupadotiempo libre condensada en una semántica específica.

Las normalizaciones de la experiencia temporal El tiempo estructura la posibilidad de relatarse y de dar un sentido (cronológico, o histórico) a lo que hacemos y somos (Caride Gómez, 2012). Como todo producto social, está desigualmente distribuido. Los períodos temporales, tanto en la vida cotidiana, como en las trayectorias de vida, además de desiguales, son significados de modos diferentes. La juventud, como clase de edad, constituye una división del el ciclo de vida en base a edades definidas socialmente, ancladas en datos cronologizados que ubican, por lo general, a la naturaleza y/o a los cambios biológicos su base de sustentación. Pero son sociales en su definición, construida y sostenidas de modo continuo: “Estas divisiones actúan como performativas: cada una de ellas suponen una forma de pensamiento y comportamiento socialmente definida y los sujetos tienden a adecuarse a la definición social de la categoría en que se hallan incluidos” (Criado, 2005: 88) Los jóvenes de sectores medios altos y altos, cuentan con una disponibilidad temporal para la realización de las prácticas deportivas, no porque necesariamente cuenten con muchas horas –y el sintagma “muchas” nos demuestra la arbitrariedad de la interpretación-. Veamos

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cuáles son sus recorridos y condiciones3: en el caso de asistir a escuelas privadas, muchas de ellas bilingües y con doble escolaridad, el tiempo restante destinado para la práctica deportiva, suele ser muy escaso. En algunos casos, es en las mismas escuelas donde practican sus deportes –además de las horas mínimas de educación física que establece la caja curricular obligatoria-. El modelo de institución total, que regula y gobierna el tiempo juvenil, o al menos pretende hacerlo constituye un parámetro presente en la configuración actual de muchas escuelas, y de las condiciones políticas de la escolarización y de las demandas sociales por escolarizar a los jóvenes.4 Pero en el caso de jóvenes que participan de los clubes de rugby más emblemáticos de Buenos Aires esa situación implica sí o sí la asistencia, entrenamiento o práctica por la tarde/noche en las instalaciones de sus clubes. La regulación del tiempo libre y la posibilidad del ocio, implica por un lado, la ausencia de la necesidad de trabajo. El estudio es el gran organizador temporal, el tiempo ocupado legítimamente porque prepara y posterga el ingreso a la etapa adulta. El recorrido por la escuela, y luego, por la universidad, forma parte del orden temporal establecido como secuencia en la trayectoria de vida de los jóvenes, está naturalizado como trayecto 8

esperado y “normal”. Se prioriza como actividad estructurando de la agenda diaria, semanal y anual: Iván es universitario, socio de un club de rugby, deporte que él también practica. Estudia agronomía en la Universidad Católica Argentina (UCA), luego de haber abandonado en el primer año la misma carrera en la Universidad de Buenos Aires. Tiene 21 años, sus compañeros de universidad, son todos menores. En su relato aparece la idea de “atraso”: “estoy desfasado, todos [sus compañeros] salieron recién del secundario”, no se retrasaron en el inicio de su carrera universitaria. Iván debía materias del secundario, tardó un poco más en terminarlo, y luego invirtió año y medio en su primer acceso a la educación superior. Su agenda diaria está organizada de la siguiente manera: “a la mañana voy a la facultad, 3

Los datos que aquí reconstruimos forman parte de una etnografía que venimos realizando entre familias y jóvenes de sectores medios altos y altos del Área Metropolitana de Buenos Aires, desde 2008. Se han realizado observaciones en un colegio secundario de gestión privada, un barrio cerrado, instalaciones y sedes de un tradicional club deportivo, entrenamientos de rugby, entre otras situaciones. Se realizaron 25 entrevistas a jóvenes, padres y madres, así como a responsables de instituciones educativas (de nivel secundario y universitario). 4

Hemos caracterizado cómo las escuelas de la Ciudad de Buenos Aires arman su propuesta de talleres extracurriculares bajo la pretensión de completar el tiempo juvenil, de que lo usen en “algo útil”. Dicha expectativa, también configura la justificación de políticas educativas y de juventud (Fuentes, 2014; Tobeña, 2014).

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curso todos los días, toda la mañana, hasta el mediodía”. Luego regresa a su casa, en el barrio de Recoleta, algunas veces almuerza allí, y se va al trabajo, lo que le da su carácter de excepcionalidad en la universidad: “la mayoría de mis compañeros no trabaja”. Su trabajo le permite acomodar los horarios, ya que se desempeña en una inmobiliaria de su familia, con quienes trabaja a diario. A la tarde, cuando sale del trabajo, se pone a estudiar, o se junta con sus compañeros, si puede acomodar sus horarios, para hacer alguna tarea académica o estudiar en grupo. Otros días, dos veces a la semana, asiste al predio que su club tiene en el barrio de Palermo a entrenar rugby con su equipo. En ocasiones también va al gimnasio de tradicional Jockey Club. El partido de rugby se disputará el día sábado, y ahí se queda “todo el día en el club”. Saldrá el sábado a la noche a bailar con amigos, al “tercer tiempo”, o a alguna fiesta. El domingo será el día de descanso, donde por lo general irá a misa y permanecerá con su familia, además de “estudiar un poco”. La trayectoria de Iván no está tan alineada ni acompasada como debería. Esta agenda y su experiencia nos señala una primera normalización de la regulación temporal: el tiempo a normalizar/normalizado que ofrecen las instituciones en su secuencia etaria lineal distingue a quienes la siguen 9

“normalmente” y a quienes se retrasan. El momento de iniciar/continuar los estudios define un tránsito por la juventud normal. La segunda normalización de la experiencia temporal: la definición del uso del tiempo de estudio como tiempo ocupado de modo legítimo. El tiempo de que se dispone es para la preparación para la vida adulta, en un trayecto cotidiano entre facultad, club y familia (y trabajo familiar, en el caso excepcional que hemos elegido). Su agenda anual está atravesada por otro conjunto de eventos, que alternan la agenda educativa y de sociabilidad: las épocas de examen implicarán una intensificación en la dedicación horaria al estudio. Como trabaja con su familia, puede “arreglar” los horarios, en ocasiones serán sólo tres o cuatro horas de trabajo. La agenda de sociabilidad incluye giras de rugby, la participación en alguna “misión juvenil” de grupos católicos, en algún lugar de la provincia de Buenos Aires o el interior del país. Cada tanto, Iván participará de un retiro espiritual para jóvenes, en algún movimiento juvenil de parroquias de la zona norte del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA). Se vincula también con jóvenes que participan de reuniones y grupos promovidos por la Sociedad Rural Argentina, y/o de organizaciones juveniles vinculadas al mundo del “campo”: ello lo llevará a algunos encuentros y foros que se realizan en Mendoza, en Córdoba o en la provincia de Buenos Aires 5. 5

Se trata del Ateneo Juvenil de la Sociedad Rural Argentina, que organiza encuentros, capacitaciones, reuniones con referentes del “mundo del campo”, para generar opiniones específicas sobre “necesidades del campo”, según nos decía Iván. El entramado institucional en que circula Iván dice algo acerca de los contactos – XI Congreso Argentino de Antropología Social – Facultad de Humanidades y Artes – UNR – Rosario, Argentina

Las condiciones materiales en las que la rutina de Iván se lleva a cabo incluyen la excepcionalidad de un primer trabajo que es vivido como “light”, liviano, pero que marca una diferencia en la disponibilidad temporal para el estudio. Ahora bien, en términos cualitativos, la visión nativa de Iván sobre el tiempo “en la facultad” cobra un matiz estéticamente bucólico:

En la facultad somos poquitos, nos conocemos todos, salimos al recreo juntos, volvemos a clase juntos. Tenemos un parque relindo donde nos tiramos, todo verde, cuando hay sol está rebueno, como en el colegio [secundario]; tomamos sol, descansamos, charlamos, está muy bueno el campus, incluso hay canchas para jugar.

Esa temporalidad ligada al estudio es vivida a partir de una estética relajada, una experiencia que enfatiza un estar-juntos en un paisaje particular que reivindica el contacto con la naturaleza y articula la percepción del espacio-tiempo en una experiencia de disfrute, conexión y armonía. La universidad, en este caso, se torna experiencia de sociabilidad 10

particular, en una línea de continuidad que va del espacio percibido a la percepción sobre el tiempo que se comparte con otros. Condiciones institucionales (universidad) que capitalizan la valoración que estos sectores sociales construyen sobre la educación como un espacio/tiempo de sociabilidad, que incluiría dentro de su propuesta formativa el tiempo/espacio libre, condiciones de infraestructura para que esa experiencia del tiempo no ocupado propicie contactos, amistades, confort. Nuestros interlocutores no nos dicen que tengan mucho o poco tiempo libre. La disponibilidad temporal no mencionada en el discurso nativo no es menor: la cursada de la carrera durante toda la mañana condiciona la posibilidad de participación en el mercado de trabajo. Sólo sería posible hacerlo según el esquema de Iván, en ese tránsito hacia el trabajo regulado por la misma familia. De esta manera, la tutela adulta se continúa en la trayectoria universitaria. Una universidad que aún parece un colegio secundario, en su experiencia estética; un trabajo que aún parece el espacio familiar.

Llego a la sede de la UCA en el barrio de Colegiales, en la Ciudad de Buenos Aires. Es un edificio moderno, de tres pisos, rodeado de canchas de fútbol, algo que parece

ya establecidos por su grupo familiar y su entorno social, en torno a qué tipo de instituciones condensan la red de sociabilidad de estos grupos sociales.

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ser un invernadero y verde, mucho verde, que contraste con el cemento de la ciudad, del barrio. Hay grupos de jóvenes en la puerta de ingreso, charlando entre ellos, al parecer están rindiendo examen, por las conversaciones que tienen: un joven sale de un aula, vestido con saco y corbata, enojado y enérgico. Lo esperan un grupo de compañeras, vestidas con botas, “arregladas”, con largas cabelleras. El edificio tiene, en un lateral un gran ventanal, que deja ingresar la luz de la mañana. Desde ahí se divisa la alfombra verde, donde hay algunos jóvenes sentados, charlando y divirtiéndose. Otros, más tranquilos, parecen estar leyendo. Me encuentro enfrente con una capilla, en cuya puerta relucen carteles que hacen alusión a la catequesis, el tiempo litúrgico, frases bíblicas, etc. Al frente, está la recepción, un gran mostrador donde atienden a estudiantes. A un lado del mostrador, cercano a la entrada, una serie de placas doradas

y/o plateadas,

recordando fechas

y reconociendo

a

personalidades6: aparecen el listado de promotores de la Facultad de Ciencias Agrarias, luego placas conmemorativas. Del otro lado, una serie de carteleras pegadas a la pared, indicando actividades, noticias de las materias o de la facultad, como los horarios de los colectivos especiales que vienen hacia la universidad desde el norte o

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desde el sur de la Ciudad. Uno de esos carteles enlaza con una serie de flechas un conjunto de frases (de arriba hacia abajo): “Sé parte de una comunidad educativa”, “Superar los retos de la Carrera”, “Alcanzar un lugar como PROFESIONAL” (mayúsculas en el cartel). En la misma cartelera, abajo, se ofrecen entonces “talleres” denominados “organización del tiempo de estudio” (Diario de campo, 12/08/2013).

El espacio confortable, amigable, invita a la recreación y la convivencia con una finalidad que no se cierra solo a la clase áulica, a lo estrictamente educativo. Mientras, el cartel anuncia un dispositivo institucional no menor: la enseñanza sobre la regulación del propio tiempo y la pertenencia a esa comunidad, en función del objetivo que el dispositivo formador produce: ser profesional. El riesgo de la disponibilidad temporal juvenil es la desorganización, aún a pesar de las rutinas de Iván y sus compañeros: ese estar juntos en un tiempo determinado debe ser acompañado del tiempo útil, puesto que la temporalidad del ciclo vital –la juventud- se engancha aquí con el mandato de gestionar el propio tiempo para que sea útil: hay que enseñar no a estudiar, sino a organizar el tiempo para hacerlo. Tercera 6

Entre ellas aparecen reconocidas figuras de la elite económica o profesional de Buenos Aires: Ingeniero Sánchez Elía, Juan José Blaquier, Ezequiel Tagle, José María Bustillo, Rafael García Mata, Rafael Pereyra Iraola, entre muchos otros.

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normalización: se enseña a gestionar aquello que se posee aunque no se lo gobierne plenamente: el tiempo juvenil de estudio. El recorrido etnográfico y la articulación espacio/tiempo nos lleva al barrio cerrado. Las demandas de escolarización de los sectores medios altos se han ido transformando y heterogeneizado en las últimas dos décadas (Svampa, 2001; del Cueto, 2007; Tiramonti y Ziegler, 2008; Gessaghi, 2010). La creación y extensión de colegios bilingües, la aparición de “sucursales” de reconocidos colegios del AMBA, en el interior de los countries y barrios cerrados, la mayor diferenciación en los perfiles institucionales de las escuelas (academicistas, convivenciales, religioso-católicas, enteramente laicas, laicas con ofertas de catequesis católicas, etc.) hacen al repertorio de instituciones que las familias elegirán para sus hijos/as, según distintos criterios valorativos. Uno de ellos, será, sin duda, la elección en torno a la doble escolaridad: la definición de cuánto tiempo van a permanecer diariamente los niños y jóvenes en la escuela. Como dos polos valorativos se hallan: una escolaridad diaria “total”, donde los niños y jóvenes asisten desde poco antes de las 8 de la mañana hasta las 5 o 6 de la tarde (en algunos casos aún más horas, si realizan actividades 12

extracurriculares, o complementaciones deportivas). En el otro, una escolaridad simple, sólo por la mañana, que en todo caso puede ser complementada con profesores particulares, sobre todo de idiomas. ¿Qué se juega en estas elecciones?

Ernesto: acá [en CUBA-Villa de Mayo7] durante la semana hay mucha gente que viene [a quedarse], hay mucha gente que se vino a vivir acá por la crisis [social/seguridad] por lo que sea pero se vino a vivir acá. Susana: mucha gente joven también ¿viste? O por ejemplo: él, todos los hermanos de él, casi todos viven acá, también los chicos que ya tienen hijos se han quedado acá viviendo ¿entendés? Es una vida muy tranquila (…) con la elección del colegio al principio yo los mandaba al parroquial de acá (…) y cuando empezaron primer grado mis cuñadas ya los mandaba al Santa Julia, que es un colegio… mis dos hijas mayores son mujeres, ni dudé en mandarlos 7

Se trata de un barrio cerrado que el tradicional Club Universitario de Buenos Aires, fundado en 1918, posee en la localidad de Villa de Mayo, partido de Malvinas Argentinas, en el NO. del AMBA. Es un barrio que tiene más de 50 años de existencia, aunque su densidad y la presencia de barrios cerrados vecinos se acrecienta desde la década del ´90. Hemos referenciado en otros trabajos el sentido de comunidad al que se refieren sus socios y que da sentido a un conjunto de prácticas vinculadas con el tiempo libre, el sentido de nación, la producción de masculinidad por medio del deporte (Fuentes, 2011 y 2012).

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para allá, y justo cuando me tocaba un varón [el colegio se] abrió para varones. Una suerte porque si no yo decía “¿a dónde lo mando?”, pero acá [en el barrio] las soluciones [para el problema de elegir la escuela] eran así: o Bella Vista o bueno mandaban a colegios por Pilar, pero no, esta lejísimos y colegios ingleses que eran inalcanzables. (…) S.: que acá mucha gente manda al San Agustín, la mayoría Entrevistador: claro y es un poco más barato me han dicho, que el Santa Julia? E.: sí, es más barato y dicen que tiene mejor inglés también. S. sí, nosotros no mandamos a inglés [en el colegio], [los] mandamos medio turno nomás, tomaban medio turno y después dos veces por semana mando los mando por acá [cerca del barrio] a un [centro de] inglés que también aprenden bárbaro, y no están todo el día en el colegio, están más relajados. S: sí, ahí los ves relajados [señala a tres de sus hijos que están jugando y 13

hablando alrededor de la pileta, a unos metros de la gran mesa de merienda, donde estamos ubicados, bajo el alero de la entrada de la casa], una envidia [risas]. (Ernesto y Susana, matrimonio, socios del Club Universitario de Buenos Aires, residentes en el barrio cerrado de Villa de Mayo) Estas familias pueden elegir uno u otro modelo de escolarización para sus hijos, pero el criterio que valora el tiempo, vivido según su percepción, aparecerá como condición de esa elección. Están juntos, comparten el tiempo, lo disfrutan, ya sea en familia, entre amigos o compañeros. Cuando uno ingresa al barrio cerrado de Villa de Mayo, luego de atravesar la valla y la garita de seguridad, se encontrará con grandes arboledas que acompañan la circulación de las calles internas. Propiedades de diverso tamaño se ordenan alrededor de la cancha de golf, que ocupa un lugar relevante en el diseño urbanístico del barrio. En las calles circula gente todo el tiempo, por lo general corriendo, o mujeres de a dos caminando. Las casas no parecen suntuosas como en otros barrios cerrados más recientes, aquí la mayoría de ellas fueron construidas hace décadas. Parecen más bien chalets, algunos tipos canadienses, antes que casas de lujo. El verde, en muchos casos las piletas de natación, y una infraestructura que posibilita e invita a la recreación y las actividades deportivas completa la sensación de estar, como dice Ernesto, en un lugar “relajado”. El estar-juntos,

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disfrutarlo, es a su vez un modo de valorar la experiencia del tiempo asociada al estilo de vida. ¿Tiempo libre? ¿Ocio? Iván practica rugby en el Club Universitario de Buenos Aires, destinándole dos días a la semana al entrenamiento propiamente dicho, aunque él también complementa ese entrenamiento con otras actividades de cultura física, como musculación en gimnasios, y en ocasiones hace natación. Goza, aún a pesar de sus obligaciones de la

disponibilidad

temporal para realizarlos. El rugby habilita además, un circuito social de amistades, redes de contactos, fiestas, conocidos, posibles novias, etc. Esa densidad social de contactos y frecuentaciones se inscribe en una tradición tanto de sociabilidad como deportiva. Iván es nieto e hijo de socios del Jockey Club. Esa herencia implica una disponibilidad temporal hecha tradición y construida como herencia. Como han destacado algunas investigaciones (Romero, 2005; Losada, 2009; Müller, 2011) en los clubes selectos la masculinidad es producida por compartir y restringir ese espacio social entre varones de un “determinado” 14

nivel, con requisitos de acceso que movilizan combinaciones de capitales de distinto orden (económico, social, cultural, simbólico). ¿Qué circula allí? Lecturas y diálogos sobre política, deportes, amistades, negocios, la misma frecuentación de esos espacios que permite experimentar y mostrar un estilo de vida que puede disponer del tiempo necesario para ello. Al mismo tiempo, la experiencia de sociabilidad de Iván se inscribe en la tradición de la sociabilidad deportiva del rugby en Argentina. Tradicionalmente, este deporte constituía un espacio de sociabilidad –reglado sí, abocado al entrenamiento amateur, pero también “relajado” como nos decía un ex rugbier de 50 años- incluido, en la concepción nativa, dentro del tiempo de ocio y recreación. ¿Cómo se sostiene esa concepción? A través de la defensa del amateurismo del deporte: los rugbiers deberían dedicarse a su profesión, a su propio trabajo, y no tomar el deporte como su práctica profesional, hacer de él su trabajo. La distinción implica sostener la temporalidad del rugby en torno al tiempo libre (de trabajo), no hacer de ese tiempo un trabajo. Es esa dimensión la que permite afirmar al rugby como un deporte de amigos, de caballeros, que se reúnen a jugar, competir y “matarse” en el partido, para seguir siendo amigos en el “tercer tiempo”. Es ésta una de las facetas del proceso de profesionalización que afecta parcialmente al mundo del rugby en la Argentina (Fuentes, 2012). Hacer del rugby o de cualquier otra práctica ligada al uso del tiempo no ocupado, implica una articulación del tiempo a nivel de lo cotidiano como de la “etapa” de la vida que se transita. Si se dedicaran al rugby a tiempo pleno, invertirían la finalidad legítima de la

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acción social y de la disposición de tiempo que tiene para convertirse en profesionales (de la universidad); se invertiría también el modo en que son identificados socialmente (universitarios). Ahora bien, nos preguntamos cómo categorizar las condiciones de la disponibilidad temporal y la vivencia del tiempo a partir de estas prácticas y sentidos nativos. En el último estudio sobre el uso del tiempo en la Ciudad de Buenos Aires, se clasificaba a las actividades por fuera del “trabajo para el mercado”(Esquivel, 2009: 24)8, en: trabajo doméstico no pagado para uso del propio hogar, cuidado no pagado de niños y/o adultos miembros del hogar, servicios a la comunidad y ayudas no pagadas a otros hogares de parientes, educación, actividades relacionadas con el uso de los medios de comunicación, actividades de cuidado personal, y actividades relacionadas con el tiempo libre. Según Esquivel, éste último “comprende todas las actividades sociales

(participar en fiestas, eventos, etc.) y de

encuentro con la familia o con amigos; las charlas con familiares y amigos por teléfono o internet; la asistencia a eventos culturales o deportivos; los pasatiempos y hobbies; la práctica deportiva” (2009: 26). Es decir, se secciona al tiempo diario/semanal/mensual en 15

función del destino social que de él se hace, de la finalidad de esas acciones. El tiempo libre es el tiempo dedicado a los encuentros y prácticas de interacción con otros, mediadas o cara a cara, así como diversas prácticas de consumo y producción culturales y deportivas. Esta clasificación resulta útil a nuestros fines, puesto que categoriza el tiempo libre como algo cualitativamente específico. Supera cierta idea de que el tiempo libre es mero tiempo liberado del trabajo9, o de las actividades de reposo. El ocio haría referencia a la experiencia del tiempo excedente (del destinado al trabajo), más vinculado a la regeneración que a la generación (producción). Ese tiempo de ocio suele ser destinado a actividades de interés, elegidas por los sujetos (como los hobbies o los deportes amateurs). Pero el tiempo libre sería aquí algo más específico que el tiempo liberado del trabajo, o del tiempo desocupado. No se trata sólo de cuánto tiempo se dispone, sino de qué se hace con él. Aquí es vivido como un tiempo libre, de ocio, destinado a satisfacer necesidades más de orden reproductivo y/o deseos de orden electivo/recreativo. 8

Extraído y readaptado en su uso desde el ICATUS (International Classification of activities for Time-Use Statistics). 9

Tiempo libre y tiempo ocupado guardan una relación, que no es de oposición. Puede haber “escaso” tiempo libre del trabajo, pero vivido de modo significativo como “libre” y/o recreativo por los actores. En nuestro caso, hay condiciones de disponibilidad temporal que les permiten estructurar y darles sentidos específicos al tiempo de lo que Maffesoli (1990) denomina socialidad.

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El discurso de nuestros interlocutores invita a considerar dimensiones más subjetivas:

El

ocio

es,

ante

todo,

una

experiencia

personal compleja

(direccional

y

multidimensional), centrada en actuaciones queridas (libres y satisfactorias), autotélicas (con un fin en sí mismas) y personales (con implicaciones individuales y sociales) (Cuenca, 2006:14). Sin renunciar a su carácter social, la experiencia de ocio se adentra en el terreno de lo subjetivo y adopta distintas expresiones, intensidades y significados que enriquecen su esencia pero que, sin duda, plantean un complejo reto en su estudio (Monteagudo y Cuenca, 131).

Como nos indica tanto Iván como Ernesto y Susana, ese tiempo recreativo, destinado a ser vivido para el estar-juntos aplica más específicamente para la valoración del tiempo familiar y de cultivo del compañerismo, que busca disfrutar de los descansos y recreos. Se prioriza la experiencia misma del tiempo libre como un estilo de vida y un valor familiar. En el caso del rugby, siendo éste un tiempo organizado con un fin específico, pareciera regirse, aún en 16

el caso del amateurismo como tiempo con una otra finalidad. Como reza una resolución reciente de la Unión de Rugby de Buenos Aires, que defiende el amateurismo, a propósito de la creación de “niveles” de juego/jugadores en las ramas infantiles por parte de algunos clubes: “el rugby no es un fin, es un medio” (Resolución URBA, 49/2011). Como nos señalaba un ex rugbier del Club Universitario de Buenos Aires: Cuando yo tenía 15 años nunca escuché decir a nadie “quiero ser jugador profesional”. Hoy lo escuchás. El profesionalismo deportivo que busca el éxito por sí mismo, o hacer del rugby un objeto de trabajo y trayectoria esperada, es resistido reivindicando lo lúdico del tiempo de rugby, aunque lo lúdico ya difícilmente pueda ser hallado en ligas y competencias de rugby. La reivindicación de la vivencia del tiempo libre, del ocio, aquí es una clave de la conservación y reproducción (moral) de la posición social, porque se hace en función de una valoración y división de los tiempos semanales, anuales, pero también del modo en que se vive la temporalidad en el tiempo de la juventud. El concepto de socialidad, ese estar juntos, enfatizado por Maffesoli (1990) indica, dentro de su paradigma estético, la instancia de socialización no sujeta a una finalidad específica (como generar la comunidad política), sino asociada a un estilo de vida, en el sentido más estético de la palabra, como estilización “de la existencia” y/o forma lúdica de la socialización (Maffesoli, 1990:150). Según este carácter no instrumental del “estar con otros”, la socialidad moviliza ese estar, en todo caso como finalidad en sí misma. Según Maffesoli, esta socialidad puede civilizarse, tomar un rumbo o

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un sentido específico, que aquí es reivindicada como valor y como criterio que orienta las elecciones y las apreciaciones sobre los espacios y las instituciones, y guarda coherencia con ese conjunto de valores que se intenta defender, los del amateurismo, el juego, la competencia con otros para estar con esos otros, la “cultura” de la amistad y la camaradería. La vivencia del tiempo libre en el ocio implica aquí un sentido que es enseñado, sea en el hogar, disfrutando de la pileta, o saliendo a caminar y correr en el barrio cerrado; sea en la universidad, donde el tiempo libre debe ser diferenciado del tiempo de estudio, debe “organizarse” para ser gobernado, no fugarse en distracciones de la trayectoria esperada, para que el tiempo de la juventud sea vivido según un patrón de una transición normalizada. Ser universitario, profesional en estos sectores hace a la reproducción del grupo. Organizar el tiempo para vivirlo y transitarlo es la misión de las instituciones, que también dejan espacio y tiempo para vivirlo “libremente” en una estética y estilización acorde.

Para cerrar El mandato de la escolarización ha implicado y sigue implicando una inversión social, una 17

herramienta fundamental para convertir el tiempo libre en tiempo ocupado (Machado Pais, 2003). Estos jóvenes provenientes de sectores medios altos han hecho de las credenciales educativas un proceso natural. Les aseguró –y ellos se lo aseguraron a través de la restricción en el acceso a algunos niveles de estudio, por su costo económico o personal, como la universidad- prestigios, posiciones sociales destacadas, condiciones de vida más estables y relativamente más altas que las que no accedían a ellas. Puesto que el gobierno de la vida implica el gobierno y la gestión del tiempo de vida –tanto en términos de trayectorias esperadas, como en cuanto a lo que los sujetos hacen cotidianamente y la finalidad que le otorgan a su experiencia del tiempo diario-, la extensión del mandato de ese modelo naturalizado: tiempo de estudio-tiempo de ocio, no sólo es producido para jóvenes de sectores medios altos, sino que se entiende como parámetro que serviría para clasificar a los jóvenes de otros sectores sociales, cuyo gobierno del tiempo no se ajusta a esos modelos. Es un imaginario que articula prácticas juveniles (de algunos jóvenes) y la construye con un modelo dominante de juventud. La idea de la tutela del tiempo total de los jóvenes, se haría presente tanto en jóvenes de clases acomodadas, como de aquellos que aún no se escolarizan, que aún no se someten al control social de la etapa del ciclo de vida. En el caso que aquí hemos etnografiado, las normalizaciones de la experiencia temporal y la estetización del estilo de vida no responde a una sociedad tradicional o de antaño, sino más bien a los desafíos a los que se enfrenta la cultura parental en la regulación y organización

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del tiempo juvenil, porque se trata de una empresa en realización, nunca cerrada y siempre sujeta a fugas y alteraciones. Las agendas diarias y anuales de los jóvenes de los sectores sociales medios altos y altos, constituyen regulaciones de sí que no escapan a los modos de gestión del tiempo que las instituciones se ocupan de ajustar, de organizar. Aún la misma vivencia del tiempo libre, la misma “experiencia del ocio” (Monteagudo y Cuenca, 2012: 104) está marcada por un contacto cercano o con otros jóvenes o con familias, según modelo de regulación espaciotemporal que sigue en gran parte las expectativas de la cultura parental. La tensión señalada en referencia al rugby indica que éste sigue siendo un espacio de recreación, de libertad, de disfrute desde la experiencia de los actores, pero que, al mismo tiempo, por el proceso de profesionalización, y/o el lugar que ocupa en la rutina juvenil, puede quedar restringido a un espacio de disciplina y de finalidad específica, esto es, la de someterse a un ritmo de práctica que será más entrenamiento y búsqueda del triunfo que de sociabilidad juvenil. Aunque en el proceso de profesionalización parece primar la competencia en sí misma, la experiencia de los sujetos aún se ancla en la vivencia del mismo como ocio, o al 18

menos, en la reproducción del mandato del amateurismo como discurso público sobre la propia experiencia. Las transformaciones sociales y de los modelos y prácticas juveniles, en estos sectores sociales son procesados como el desafío de seguir generando a la juventud como tiempo específico y diferenciado, de preparación profesional, donde la clave del gobierno pasaría, entre otras dimensiones, por la regulación y el sentido del tiempo libre en la juventud. La reproducción social es la reproducción de los sentidos sobre las prácticas, y el valor que se le otorga a la condición social que las hace posible: el tiempo.

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