Thomas Becket o Santo Tomás de Canterbury en el guión de la película \"Becket\" (1964) de P. Glenville

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THOMAS BECKET O SANTO TOMÁS DE CANTERBURY EN EL GUIÓN DE “BECKET” (1964) DE P. GLENVILLE UN SEGUIMIENTO DE LA HISTORIA DE LA FIGURA DE THOMAS BECKET EN EL GUIÓN DE LA PELÍCULA “BECKET” (1964)

CARLOS BONETE VIZCAÍNO UNIVERSIDAD SAN PABLO CEU

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Después de 800 años de la muerte de este arzobispo de Canterbury, el nombre de Thomas Becket sigue siendo familiar. Su repercusión literaria ha sido notable y además de las diversas anotaciones biográficas que del santo se han hecho, ya hay monografías exclusivas dedicadas a la vida de Thomas Becket que analizan su personalidad así como los diferentes aspectos que le pusieron contra el rey Enrique II Plantagenet de Inglaterra. El guión de la película Becket (1964) que aquí traemos a contrastar con la vida histórica de Becket es magistral. También lo son la actuación de los actores, el decorado, la música, el marco histórico, etc. En definitiva, nos encontramos ante una obra audiovisual difícil de superar, como puede serlo Los diez mandamientos (1956) de Cecil B. DeMille, película que mira muy desde lo alto a desastres como Exodus: Dioses y reyes (2014) de Ridley Scott. La trayectoria de T. Becket podría ser resumida en tres palabras: canciller, arzobispo y santo. Éstas reflejan la evolución de su figura, desde su posición al servicio de un rey con pretensiones absolutistas, tanto en el reino como en la Iglesia, hasta su conversión al amor de Dios y la defensa, al contrario que antes, de la Iglesia. Su historia es fascinante no por este crecimiento, desde su pasado modesto, tampoco por su relación cambiante con el rey. Lo es por el imprevisible y violento final de su vida. Si hubiera muerto por causas naturales hubiera sido recordado pero el final que tuvo lo haría inolvidable. Como podemos ver a lo largo de toda la película, y en sus brillantes intervenciones, Becket fue un hombre formado. Estudió en París y Bolonia y en diciembre de 1141 regresó a Inglaterra entrando bajo el servicio del arzobispo de Canterbury, Teobaldo de Bec, quien fue consciente de su capacidad. Podemos ver este personaje ante el rey, en el Consejo celebrado al inicio de la película, defendiendo la exención de impuestos de la Iglesia. Teobaldo de Bec: Por otro lado, el deber de un sacerdote es ayudar al rey con sus plegarias en pro de la devoción y la paz. Él no puede mantener hombres en armas sin violar la propia esencia de su función sagrada. Por tanto, no se le puede considerar sujeto al tributo. En 1154 Becket sería nombrado archidiácono, cosa que podemos adivinar a partir de las palabras del obispo de Londres en la misma reunión a la que acabamos de aludir. Obispo de Londres: La ambición de nuestro joven diácono le ha llevado lejos de la Iglesia pero no puede haber olvidado que lo que es importante es revelado al hombre sólo a través de su Iglesia en la persona de nuestro Santo Padre en Roma, sus obispos y sacerdotes. Algo más tarde el obispo replica: Vos, que todo lo debéis a la Santa Madre Iglesia. ¿Os atraveréis a hundir una daga en su seno? (...) ¡Traidor! Tras estas palabras Becket defiende la posición del rey como capitán de un barco, esto es, como rey por encima de todas las cosas. Además, alude a la vida del padre del obispo de Londres, en cierto modo, para burlarse de él. Esto podría explicar —además de las ambiciones personales del obispo de Londres y de lo alto que había llegado Becket— que el mismo colaborase con el rey para deshacerse de Thomas en el futuro. Thomas Becket: Es cierto que hay un sacerdote a bordo de cada nave. Él reparte las bendiciones de Dios, pero ni Dios ni la Iglesia le piden que le quite el timón al timonel. Mi Reverendo Señor, el Obispo de Londres que, según tengo entendido, es hijo de un marinero, seguramente no puede haber olvidado eso. Es en este Consejo cuando Becket es nombrado Canciller. La primera mitad de película muestra un Becket que lucha por las ambiciones de su rey, quien se encuentra íntimamente ligado a su compañero, quizá más que Becket. Que ambos sean 2

inseparables se explica por su infancia, la educación, la caza, las diversiones. Siempre se encontraban juntos. Enrique II, cuando se prepara para la penitencia, en las primeras palabras de la película dice: Sí que pasamos unas pocas y estupendas veladas de verano con las chicas. Nadie dudaba de su entrega al rey. Ni siquiera el que sería su discípulo, John de Salisbury, que al principio intenta asesinar con un cuchillo al canciller. John: Vos solíais ser sajón. Ahora pertenecéis a los normandos. T. Becket: ¿Crees que matándome podrías liberar a tu raza? John: No, a mi raza no. A mí mismo. De mi vergüenza y la vuestra. Es esta una figura —la de John— interesante en la historia. Algunos estudiosos establecen una dualidad respecto a Becket y John, como John D. Hosler, quien escribe un artículo bajo el título de Thomas Becket and John of Salisbury: Men of God, Men of War. No es raro si atendemos a las palabras suyas, al final de la película. John: ¿Es la hora? T. Becket: ¿Tienes miedo? John: Oh, no si tengo tiempo de luchar. Todo lo que quiero es tener una oportunidad de dar antes unos cuantos golpes, para haber hecho algo más que recibirlos toda mi vida. Si bien el momento clave que separará al rey del canciller es la consagración como Arzobispo, ya advertimos ciertos momentos en los que Becket no está muy contento con el rey. Uno de ellos es la incómoda situación en la casa sajona del bosque donde se refugian de la lluvia, cuando Enrique quiere llevarse a la joven. Enrique II se dirige al padre de la joven: Deja de mirarme, perro, tráeme algo de beber. T. Becket interrumpe: Tengo algo de bebida en mi silla. Enrique II pregunta: ¿Qué te pasa, Thomas? Becket responde sécamente: Nada. Sin embargo, el mayor dolor para Thomas va a ser ver al rey arrebartarle a Gwendolen. Aunque Becket no estaba totalmente enamorado de ella, Gwendolen sí lo estaba de él. La escena a la que acabamos de remitir, en la casa sajona, inicia la futura catástrofe. Enrique II: Esto se merece un regalo. ¿Qué te gustaría? T. Becket: Esta chica. Me apetece. Enrique II: De acuerdo, es tuya. Pero algún día me devolverás un favor igual. Posteriormente, después de un banquete Becket sube a la alcoba de Gwendolen. Gwendolen le confiesa: Estoy mintiendo, vos sois mi Señor, con Dios y sin Dios. Si hubiéramos ganado la guerra, podríais haberme sacado fácilmente del castillo de mi padre. Habría venido con vos porque vos teníais mi corazón antes de capturar mi cuerpo. 3

T. Becket responde: Por alguna razón, no puedo soportar la idea de ser amado. Enrique II interrumpe: Y ahora, si de verdad me amas [Becket] deberías buscarme una chica hermosa de buena raza para darme un poco de refinamiento. Favor por favor, ¿recuerdas? Te pedí tu palabra. Becket, a solas con Gwendolen, le dice: Le prometí cualquier cosa que me pidiera. Jamás pensé que seríais vos. En este momento Becket, tras saber que ha perdido a Gwendolen, aunque no la amaba, reflexiona sobre lo que de verdad ambiciona en su vida. Gwendolen da pie a esto. Gwendolen: No habéis encontrado nada en todo el mundo que os interese, ¿verdad? T. Becket: Sólo hay un vacío en mí donde debería hallarse el honor. Tras confesarle explícitamente que lo amaba, Gwendolen se suicida antes de yacer con el rey. Al principio de la película, cuando Becket ya ha sido asesinado, Enrique II remite a este momento en que le arrebata a Gwendolen sabiendo que amaba a Becket: ¿Amabas a Gwendolen, Arzobispo? ¿Me odiaste la noche en que te la arrebaté, gritando: “Yo soy el Rey”? Quizás por eso nunca pudiste perdonarme. Todos estos momentos evidencian la discrepancia entre el rey y su canciller. También refleja que hay algo que no está bien en el interior de Becket. Por fin, la idea del rey de colocar a Becket como arzobispo de Canterbury será el detonador de su cambio personal. William de Corbeil entrega un mensaje al rey en su entrada a la ciudad francesa: Tengo mensajes urgentes de Londres para vos, mi Señor. Enrique II: Parece que Dios está de nuestra parte después de todo, Thomas. Es sólo que ha llamado al Arzobispo de Canterbury de vuelta a su seno. A pesar de que Thomas instaba al rey a luchar contra el clero y el mismísimo arzobispo de Canterbury, cuando se entera de su muerte se apiada de él. En la tienda de campaña de Enrique II, T. Becket le advierte: El poder de los Obispos está creciendo como la pestilencia, pronto rivalizará con el vuestro. Si no los aplastáis ahora, pronto habrá dos reyes de Inglaterra: el Arzobispo de Canterbury y vos. Debemos manejar a la Iglesia. Sin embargo, cuando el rey va a tomar posesión de la ciudad francesa y se entera de la muerte del arzobispo T. Becket apunta: Ese frágil anciano... Él fue el primer normando en interesarse por mí. Dios acoja su alma. Es ahora cuando Enrique propone a Thomas como nuevo arzobispo. Enrique II: Necesitamos a un nuevo Arzobispo de Canterbury. Creo que hay un hombre en quien podemos confiar. Lamento privarte de las chicas francesas y de los otros botines de la victoria pero vas a entregar una carta a todos los obispos de Inglaterra. Mi edicto real nombrándote a ti, Thomas Becket, Primado de Inglaterra, Arzobispo de Canterbury. T. Becket: Os lo suplico, no lo hagáis. En los momentos posteriores a esta escena en la ciudad francesa, donde el rey Enrique II comenta a Becket su plan para controlar a la Iglesia, se inicia el proceso de cambio de su 4

persona. Becket encuentra a Dios y, por tanto, se halla a sí mismo. Podemos ser testigos de esto junto a John de Salisbury, quien oye las palabras de Becket en su capilla, las cuales demuestran que, ahora sí, ha encontrado su verdadero honor y a quien servir. Ni siquiera con Gwendolon había sabido lo que era el amor. Ahora con Dios, sí lo sabe. ¿Qué puedo decir? Yo, que me he alejado de ti tan a menudo, con indiferencia, he sido un extraño para la oración, no he merecido tu amistad ni tu amor. He estado sin honor y me siento indigno. Soy una criatura débil y superficial, astuto pero de baja estofa y en artes mundanas buscando mi comodidad y placer. Di mi amor, como si estuviera en otra parte, poniéndolo al servicio de mi rey terrenal antes que mi deber contigo. Ahora, me han convertido en el pastor de tu rebaño y guardián de tu Iglesia. Por favor, Señor, enséñame ahora cómo servirte con todo mi corazón, para saber al menos qué es en realidad amar, adorar. De manera que pueda encontrar mi verdadero honor. A partir de aquí, y sobre todo tras el mensaje que Becket le hace llevar al rey —considerando que el hecho de no presentarse en persona ya es una ofensa— el rey se siente traicionado al ver que Becket intenta librar a la Iglesia de la jurisdicción estatal, la elección a dedo del clero por parte del rey y muchas de las situaciones que, anteriormente, el mismo Thomas había consentido. Puesto que hombres armados de Lord Gilbert, bajo sus órdenes y ante su presencia, han capturado y asesinado a un sacerdote de la Iglesia, yo, Becket, Arzobispo de Canterbury, Primado de Inglaterra, pido ahora que Vuestra Alteza de acuerdo con la ley del Reino, aprehenda a Lord Gilbert y le acuse del delito de asesinato Podría decirse que Thomas defiende la ley canónica graciana mientras que el rey mira al derecho feudal y la ley civil. Asimismo, después de una conversación nada fructífera y en persona con Becket, el rey acude al obispo de Londres para ponerlo en contra de Becket aprovechando la envidia que siente hacia él. Enrique II: Os ordené que votarais a Becket en la elección de Canterbury. Me arrepiento. Él me ha dejado caer enfermo sin levantar un dedo y debo curarme yo mismo. Tengo al Arzobispo en el estómago, un tumor grande y duro. Tendré que vomitarlo. Obispo de Londres: ¿Está muerta la amistad del rey hacia Thomas Becket, Su Alteza? Enrique II: Sí, Obispo, murió de repente, una especie de fallo cardíaco. Ahora odio a Becket. Tanto como vos estáis celoso de él. Con esto, unido a la excomunión de Lord Gilbert, se produce el gran consejo de Northampton el 8 de octubre de 1164. Allí se le acusa de malversación durante su cargo de Canciller, aunque Becket evade cualqueir castigo. Además, meses antes las prerrogativas de la Iglesia ya se habían visto afectadas en la Constitución de Clarendon, la cual no fue aceptada por el Primado de Inglaterra. Robert de Beaumont: Por la autoridad que me ha sido concedida, yo, Robert de Beaumont, siervo de la corona, acuso ante este consejo a Thomas Becket de los delitos de... T. Becket: Soy inocente de cualquier maldad durante mi administración del tesoro del Rey, como canciller, o en cualquier otro momento. Yo seré juzgado únicamente por el Papa. Tras esto, Becket se exilia en Francia y acude al papa, a la vez que los emisarios del rey le piden que tome medidas contra Becket. En Sens se encontró con Alejandro III, quien ayuda a Becket, si bien lo manda a la abadía cisterciense de Pontigny, prefiriendo hacer las cosas con más calma para llevar a cabo sus propósitos.

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Alejandro III: No obstante, la Iglesia debe buscar una existencia pacífica dentro de la trama del estado. Sois nuevo al servicio de Dios y quizás por esa razón fuisteis de algún modo irreflexivo y desmedido en vuestros métodos. (...) habéis dividido la iglesia de Inglaterra en dos bandos, y eso es lamentable. Mantendréis vuestra posición de Arzobispo pero os mantendréis, por ahora, en un retiro monástico. La presión que Enrique II pudiera recibir del papado lo obligó a dialogar con Becket y llegar a un acuerdo por el cual el arzobispo pudiera regresar a Inglaterra. Esto ocurre en las costas francesas, Thomas desembarcó en Sándwich el 3 de diciembre de 1170. Enrique II: Cederé en este único punto. Puedes volver a Inglaterra. El comentario de Enrique II alusorio a la ruptura de la amistad entre ambos que es pronunciado ante su sepulcro al principio de la película anticipa el círculo evolutivo que sufrirá Becket. Este círculo se cierra con el comentario del mismo en los últimos veinte minutos de película, cuando el arzobispo ve por última vez al rey. Enrique II ante el sepulcro de Becket al principio de la película: Qué frío hacía la última vez que nos vimos en las costas de Francia. Es curioso, casi siempre hacía frío, excepto al principio cuando éramos amigos. Sí que pasamos unas pocas y estupendas veladas de verano con las chicas. Enrique II en los momentos finales, en la costa francesa, expone: Hemos terminado y tengo frío. T. Becket responde: Yo también tengo frío ahora. Antes de esta conversación, el rey francés pregunta a Becket por qué Enrique le odia tanto, a lo que él responde que: Nunca me ha perdonado de que prefiriera a Dios antes que a él. En efecto, parece que Enrique II no podía soportar una vida con un Becket en contra suya. Enrique confiesa en la película estar enamorado de Becket. Para él, Thomas era un dios, él le había enseñado todo lo que sabía —el rey lo dice en muchas ocasiones— y ahora ese dios en el que siempre había creído le daba la espalda. Becket, su dios, se fue para creer en otro, de forma que el rey se quedó solo. Esta idea no pudo soportarla, además de todas las acciones que llevó a cabo el arzobispo — en la película no se menciona que censura a los obispos que secundan los intereses del rey— y después de que su madre y esposa, Leonor de Aquitania, arremetieran contra el rey por su amor a Becket, este insinuó a los Barones que lo mataran. Aunque pudiera haberse tratado de uno de los ataques de ira que acostumbraba a sufrir el rey, los cuatro caballeros anglo-normandos, Reginald Fitzurse, Hugo de Morville, William de Tracy y Richard Brito lo tomaron en serio. Nadie va a librarme de ese sacerdote entrometido. Un sacerdote que se mofa de mí. ¿Sólo me rodean cobardes, como yo mismo? Según los testimonios de monjes y biógrafos, Becket, sabiendo que los soldados se encontraban ante las puertas de la catedral, ordenó que éstas no se cerrasen. W. Fitzstephen, biógrafo de T. Becket, habla de él como un hombre que carece irremediablemente de una de sus salvaciones. Debe decidir entre “el juicio de Dios y la muerte espiritual o el juicio del rey y la muerte corporal”. Thomas Becket, fue por tanto asesinado durante el oficio de las vísperas el 29 de diciembre de 1170 en el atrio de la catedral, recordando a Boecio, el precedente de todos los mártires posteriores que murieron por su fe y la libertad de conciencia. Monje: Hay hombres armados a las puertas. He atrancado las puertas, pero... T. Becket: Es la hora de las vísperas. ¿Es que alguien cierra las puertas durante las vísperas? ¿Habéis oído alguna vez tal cosa? Abridlas. 6

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