Temporalidad Moderna como Aceleración: Koselleck

July 23, 2017 | Autor: Lorena Franco-López | Categoría: Experiencia Estética
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Descripción

Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano Maestría en Estética e Historia del Arte Seminario de Teoría Estética La interpretación: la obra y la recepción Docente: Alejandro Molano Lorena Franco López Marzo de 2015

TEMPORALIDAD MODERNA COMO ACELERACIÓN Lectura: Reinhart Koselleck. “Futuro pasado comienzo de la modernidad” en: Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos. Barcelona: Paidós [1979] 1993. Págs. 21-40.

Koselleck inicia su texto analizando la obra “La Batalla de Alejando en Issos” pintada entre 1528-1529 por Albrecht Altdorfer para el Duque Guillermo IV de Baviera, donde expone el anacronismo entre el hecho histórico y una serie de detalles que en la obra aparecen como un registro de lo que sucedió (pasado) y lo que Altdorfer quiso realizar acorde al contexto de su tiempo (presente). Vista en detalle, la pintura relata en los estandartes del ejército de Alejandro Magno lo sucedido en el 333 a.c. en la batalla contra los Persas liderados por Darío, El Grande; narración que de antemano muestra la información histórica de la batalla, el balance de los logros y las pérdidas del acontecimiento; como si en la misma escena temporal se vaticinara lo que le esperaba a Darío. Asimismo, la forma en que es pintado el atuendo del persa no corresponde a la época del hecho histórico sino al tiempo presente de Altdorfer, emulando la vestimenta del actual enemigo del Imperio Austro-Húngaro, Suleimán, El Magnífico. Del mismo modo, Alejandro Magno aparece con la indumentaria que corresponde a Maximiliano I, y el ejército del macedonio con la vestimenta de los soldados del Imperio Austro-Húngaro del siglo XVI. En este punto del análisis de la obra, Koselleck pone de manifiesto la pregunta por el anacronismo de Altdorfer entre el cruce de tiempos de los conflictos de 1529 y la relación con la batalla de Issos, 333 a.c. La obra aparece entonces como síntoma de aquella proximidad de horizontes históricos, que trescientos años más tarde Friederich Schlegel vio como distancia histórica entre el acontecimiento y el tiempo de la pintura. Koselleck utiliza dicho acontecimiento para formular la tesis principal de su texto: la experiencia temporal de la modernidad, es un proceso de aceleración del tiempo donde existe una temporalidad absoluta, una construcción socio-cultural de la experiencia de tiempo establecida desde las transformaciones y los desplazamientos de la relación futuro pasado.

Koselleck plantea entonces un análisis de las temporalidades previas a la modernidad, percepciones de tiempo que se constituyeron a partir de los sistemas de pensamiento dominantes de cada época. Destaca así un momento anterior a la modernidad establecido por la creencia religiosa del cristianismo y cuya temporalidad se basa en la cronología bíblica, específicamente en la concepción del tiempo escatológica donde la relación de presente futuro se establece a partir del conocimiento del fin de los tiempos (Apocalipsis y Juicio Final) siendo la profecía su posibilidad de vaticinio o previsión. Esta percepción de temporalidad se reconoce como un tiempo cíclico, no progresivo, previsible a través de la profecía y en el que no existe una construcción de nuevos tiempos según Koselleck. Dicha creencia dominó el panorama temporal histórico hasta los inicios de la Modernidad, momento donde se produjo un reconocimiento del tiempo determinado por la ideología de la génesis y construcción del Estado Moderno. Ya no se reconoce el tiempo desde el horizonte de la profecía, ello implica una racionalización de la temporalidad, regulada por el Estado en una forma de organización según la estructura social y política planeada por y para el funcionamiento de la monarquía dirigente, es decir, un monopolio del dominio del futuro. Con el surgimiento del Estado Moderno aparecen entonces dos factores determinantes en la percepción de temporalidad moderna según lo plantea Koselleck: pronóstico racional y previsión; procesos donde el cálculo de probabilidades a mediano y corto plazo del ritmo de los acontecimientos futuros no daban espacio a la novedad, ello permitía a los monarcas hacer de sus proyectos de gobierno un monopolio del futuro, homogenizando la temporalidad en función de su clase política estabilizando así su poder en el tiempo (monarquías). Koselleck ante el análisis de estas dos temporalidades afirma que: “la sustitución del futuro profetizable por el futuro pronosticable no había roto aún básicamente el horizonte de la expectativa cristiana. Esto es lo que une a la república soberana con la Edad Media, también en aquellos aspectos en los que ya no se reconocía como cristiana. Quien liberó el comienzo de la modernidad de su propio pasado y también abrió con un nuevo futuro nuestra modernidad fue, sobre todo, la filosofía de la historia”. (Koselleck, [1979] 1993, pág. 36). Así, la filosofía de la historia como discurso construye la concepción del tiempo como un transcurrir de la humanidad en la vía del progreso, expectativa de un proyecto de futuro y mejoramiento que va más allá de la profecía cristiana y la política del cálculo previsible, pues hasta ahora, el tiempo había sido estático y de carácter circular; sólo entonces con el discurso sobre el progreso se da la ruptura en la temporalidad. De aquí en adelante, afirma Koselleck, el progreso despliega un futuro que trasciende el espacio de tiempo y la experiencia natural, pronosticable y tradicional, que provoca en el curso de su dinámica nuevas temporalidades a largo plazo, es decir un proyecto de futuro mejor que se avecine rápidamente, que se acelere.

La aceleración del tiempo es considerada por Koselleck como el acortamiento de los espacios de experiencia, la privación de su constancia que pone en juego continuamente nuevas incógnitas de modo que incluso el presente rehúye lo experimentable debido a la complejidad misma de las incógnitas. La aceleración se produce con el sujeto de la moderna filosofía de la historia, el ciudadano emancipado de la sumisión absolutista y eclesial, el sujeto de la Revolución Francesa. En otras palabras, “el tiempo que se acelera de esa forma priva al presente de la posibilidad de ser experimentado como presente y se escapa a un futuro en el que el presente, convertido en inexperimentable, ha de ser alcanzado mediante la filosofía de la historia. La aceleración del tiempo, en el pasado una categoría escatológica, se convierte en el siglo XVIII en una obligación de planificación temporal, aún antes de que la técnica abra completamente el espacio de experiencia adecuado a la aceleración”. (Koselleck, [1979] 1993, pág. 37). Finalmente, y dado el análisis de Koselleck sobre la aceleración del tiempo como ruptura con la tradición, queda abierta la crítica que el mismo autor plantea a esta construcción de la temporalidad producto de la Revolución Francesa: ¿será entonces el único futuro posible?, ¿un futuro utópico y teleológico proyectado e imaginado desde la noción de mejoramiento hacia progreso? Al parecer, el mismo discurso en un horizonte acelerado de práctica progresista se volvió contra sí mismo y lo que parecía entonces una perspectiva de futuro abierto se convirtió en un único proyecto de futuro utópico, visible posteriormente, en gobiernos como el de Napoleón, Hitler y la Unión Soviética de Stalin.

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