Tejido y Cestería en la Península Ibérica desde la Prehistoria hasta la romanización 2

July 28, 2017 | Autor: Carmen Alfaro-Giner | Categoría: Textiles, Basketry (Archaeology), Colour, NATURAL FIBRES
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Descripción

CAPÍTULO IV

EL HILADO A)

BmBs DEL Hrr.ADo

(lana, II es fibras naturales, sean de origen animal espar(lino, algodón, vegetal ' seda) o de origen

to, etc...), poseen escaso tamaño y reducida longitud' Con ellas, tal como las ofrece la naturaleza, no podría conseguirse tejer tela alguna, tanto por el hecho de ser cortas, como por el de que su elasticidad en solitario es prácticamente nula. Es necesario, pues, unir varias de ellas en un proceso continuado de rotación sobre sí mismas para lograr las cualidades precisas del hilo: la longitud y la elasticidad, dureza o resistencia. Tal es, en esencia, el proceso del hilado: lograr, a partir de las fibras ya cardadas y preparadas, hilos adecuados para la realización posterior del tejido (ver lám. lll, 2). Por otra parte, la longitud de una fibra y su elasticidad están ligadas íntimamente al grosor de la misma, de forma que las fibras más finas son las que producirán, una vez tratadas, los hilos más fuertes y más resistentes. La pureza de las fibras es otro factor a tener muy en cuenta a la hora de emprender la elección de una u otra para la realización de textiles. Cuanto mayor sea ésta, menos trabajos preparatorios exigirá el tratarlas. También conviene tener en cuenta las distintas e§tructuras de las fibras textiles para comprender los varios usos que a lo largo de la histo,ria se les han dado. Las moléculas se agrupan en cada fibra de muy diferente forma; por ejemplo, el algodón debe su resistencia a la es1

Vid. C. MrrrLrrr, La chouette et Athéna, RF'A

L\XII. 1970, pp. 6-11. : \feillier demuestra que la relación' con base totémi;:. entre Atenea y la lechuza comenzó en época relativa::::re tardía. fundamentada en el hecho real de la incli-

tructura unicelular que presenta; la lana debe su poder fleltranJe a su estructura escamosa, que junto a la forma ondulada de las fibras permite que éstas se aglutinen unas a otras con gran facilidad, etc'.. El origen del hilado se nos escapa por completo entre los descubrimientos más antiguos de la humanidad. Los distintos pueblos han intentado atribuir a sus antepasados divinizados la invención de las técnicas necesarias para su realizaciín, en un profuncio convencimiento de que se trata de uno de los avances más importantes para la vida del hombre. Los griegos atribuyeron la invención de tal actividad a su diosa Atenea, la Minerva de los romanos; ya desde época homérica conocemos la creencia en una relación entre la diosa y el trabajo de la lana, así como con el resto de las hilaturas;1 por eso Atenea fue considerada desde antiguo la divinidad protectora de las hilanderas y, po'r extensión, de los artesanos.

2

Los egipcios atribuían tal hallazgo a su diosa Isis; los chinos creen ser los inventores del hilado y del tejido, y lo mismo refieren de sí mismas algunas culturas de América, como por ejemplo los incas. En realidad debió darse una invención múltiple del sistema en distintas áreas culturales del mundo y en unos determinados momentos de su evolución histórica, más que un proceso de difusión a partir de un punto concreto desde el que se transmitiera la técnica hasta los centros más alejados; es decir, debemos imaginar una pluralidad de focos. nación de este animal, frecuente en Atenas, a ingerir fibras de lana que le ayuden a acolchar los huesos de los roedores de que se alimenta, que debe expulsar una vez digeridos.

71

Ya durante Ia prehistoria, antes del Neolítico, el hombre debió manejar las fibras animales y vegetales para cubrir su cuerpo; y probablemente, en lo que a la lana se refiere, la simple acumulación de mechones del vellón de las ovejas salvajes, que se desprenden solos en forma compacta, pudieron constituir, convenientemente tratados, la primera superficie lisa con que sustituir a la piel completa. del animal en el abrigo del cuerpo humano: nos referimos, naturalmente, al fieltro. 3 Por otra parte, el entrelazado y trenzado de frbras vegetales gruesas y sin preparar utilizadas para la confección de cestos, esteras, etc..., debió pronto aplicarse a flbras más finas, como el lino, lo que daría como resultado la aparición de lienzos más tupidos que cumplían muy bien con la misión de vestir al hombre. Para poder determinar la antigüedad de uso del hilado disponemos de pocos y siempre dudosos restos materiales. Nos referimos principalmente a las llamadas fusayolas, pequeñas piezas de piedra o terracota en sus materiales más genéricos, que sirven de peso al huso o elemento principal del hilado, del que luego hablaremos. Parece ser que en el Paleolítico no existen huellas de tales elementos que indiquen la existencia de los citados husos, y que éstos comienzan a ser muy abundantes con el desarrollo de la cerámica, Io que para algunos autores situaría la difusión de este instrumento por el Mediterráneo hacia el V mileno a. C. a Naturalmente, aquí conviene hacer una aclaración previa con respecto a la relación conocimiento del hilado-empleo del huso, y es la siguiente: no hay que descartar en absoluto el hecho de que, en un momento anterior al hilado realizado con ayuda del huso, pudiera hacerse ya otro tipo de trabajo más rudimentario para lograr hilaturas. Nos referimos a la simple torsión de flbras, vegetales o animales, con los dedos, las palmas de las manos o la palma y una superficie lisa, como puede ser la parte superior del muslo, s técnica que, por otro lado, aún continúa usándose hoy en algunas zonas de Africa, Australia, Polinesia Brasil, etc... 6 Una posible reminiscencia de esta forma primitiva de hilar torciendo la fibra contra el muslo con la palma de la mano podríamos detectarla en el empleo, en época clásica griega, del denominado dvoq o énivr¡tpr,v, especie de funda o protector que se encajaba sobre el muslo y la rodilla 3 Vid. F. E. Zeuxer, GH, pp. 140

s.

4 Vid. A. Lsnor-GounHeN, HM, p. 259:' B. ENes Psnerne, TFP, p. 8. 5 Vid. B. ENes Psnernl, TFP, pp. 6 s. 6 Vid. G. M. Cnownoo. , Methods ol Hand Spinning in Egypt and the Sudan, Ban'kfield Museum Notes, Series

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Frc. 30.-Epinetron de terrdcota. Cerámica ática de liguras rojas.

de la hilandera sentada (vid. figs. 30 y 31).7 El instrumento se confeccionaba, por lo general, en terracota y se decoraba como los vasos de alta calidad, aunque seguramente también se fabricaron de madera; 8 su misión consistía en evitar el roce doloroso del hilo cuando se procedía, según creemos, a la operación del retorcido (vid. infra, pp. 82 s.).

FIc. 3l.-Escena de un taller de hilados y tejidos sobre el lateral de un epineton ótico de figuras roias. 444'430 a. C. Atenas, Museo Nacional.

Por otra parte, una simple laja agujereada y por la que se introduce un palo más o menos largo, algo más ensanchado en uno de sus finales, pata afralrzat así la improvisada fusayola, puede servir de huso y no dejar huellas claras de su empleo en el proceso del hilado. Desde luego, es indudable que el hombre del Paleolítico conocía al menos las agujas de hueso agujereadas, como demuestra el material de cualguier yacimiento magdaleniense. Si estas agujas servían para coser telas finas con auténticos hilos o simplemente eran un elemento de ayuda para la costura de pieles por medio de fibras arbóreas o tendo-

ll,

12, l93l;

A.

L¡r,txc-EttPERArRE, Les Xetd, survivants

de láge de la pierre, Revue du Musée de I'Homme 4, 1964,

p.

4.

? E. Porrrsn, DS 8

IV, I,

pp. 200 s., s.v. Onos.

F. OLcK, RE VI, 1, col. 182 s., s.v. Epínetron.

nes animales, es algo que aún no estamos en condiciones de decidir, aunque personalmente nos satisface más la segunda hipótesis.

B)

INsrnulIsNros QUE sE

REQUIEREN PARA

por abajo una vez introducido en ella (ver fig. 33 y lám. V, 1). Otras veces se ensancha por la parte central, siendo más finos sus dos extremos: es el caso del huso de bronce conseryado íntegro en el Museo

EL HI-

LADIO

Por lo que a la forma se refiere, el huso manual consta, sin grandes variaciones hasta la época actual, de una corta vara de material duro y de un pesillo en su parte inferior que favorece el giro de la misma.

Una interesante prueba gráfica de su presencia en Europa desde la Baja Edad del Bronce la constituye la famosa urna de Odenburg (Hungría), que puede verse en la flg. 32. e Esta Vara del huso puede ir

li"tt.

oo¡roosooo"

Irós-8.4 f0oo6or 6óooo0

OOoOoo

ooo0

F\e. 32.-Escenas de hílado y teiido sobre la superficie de una urna hallstátíca hallada en Odemburg (Sopron, Hungría). Según low-.

desde la simple madera (los casos más co,rrientes), 10 pasando por el hueso, hasta las hechas con materiales más nobles, como el marfil, para uso de las

damas de mayor nivel social, o el bronce, a veces incluso con incrustaciones preciosas de oro o de plata, etc. La forma de la vara del huso suele presentar una sección redondeada; sin embargq a veces es ligeramente más gruesa en la base que en la cúspide, favoreciendo esa gradual disminución para

FIo. 33.-II¿so procedente de la necrópolis de Munigua (Mulva, Sevílla).

de Bolonia y procedente de una necrópolis etrusca,

o del

11

pequeño ejemplar de hueso encontrado en la

evitar que el pesillo del huso, o fusayola, se salga

sepultura 23 de la necrópolis de Munigua (Mulva, Sevilla) que ofrecemos en la lám. V, 1. En otras ocasiones, aunque más raramente, el diámetro mayof se encuentra en la parte superior. 12

e Parece tratarse de un taller textil: una hilandera, una tejedora con telar vertical y otra con telar de rejilla (?) anima¡ ia escena, completada con una mujer que parece diri-

tallo del azafrá¡ o flor del cártamo lDiosc. III, 9, 7; Plinio, NH )Oil, 901; cf. A. Meu, RE I 2, col.2134, s.v. Atraktos. 11 G. LmlvB, DS II, 2, pp. 1424-1427, fi9. 3389, s'v.

-sir el conjunto.

Fusus,

lo debe precir¿:rente a eilo. ya que rítpaxtoq deriva de dtpdxre).tg 6l 1', Uno de los nombres griegos del huso

rz H. Br-iiumR, TT, f, p. l2O.

El

descubrimiento de la fusayola debió suponer un gran avance para la economía familiar antigua. Los fines primordiales de estos pequeños elementos eran: dar mayor peso al conjunto, imprimir como consecuencia de esto mayor velocidad al giro continuo del huso, y evitar que el hilo confeccionado y enroscado en el mismo se salga por abajo, deshaciéndose el pequeño ovillo. Precisamente, ciertas denominaciones clásicas del huso y la fusayola apuntan claramente a tales funciones, como los términos

latinos verticillus y turbo, y el griego ogdvbcr).oq,ls que aluden a esa misión de facilitar el giro del huso y conseguirle un peso adecuado al grosor del hilo que se desee realizar, pues hay una directa relación entre ambos tamaños. Por otra parte, y completando lo que a su aspecto externo se refiere, el huso lleva casi siempre un pequeño ganchito o una ranura que permite iitroducir o fijar en él el hilo ya hilado, de forma que la hilandera pueda ocuparse del siguiente tramo de fibras a medio torcer que quedan desde el gancho hasta su mano, las cuales reciben un grosor más o menos parejo en toda su longitud y pueden en un momento dado comenzar a girar sobre sí mismas como fruto del movimiento circular impuesto al huso en su totalidad. Este gancho, que se hallaba en un extremo o en otro del tronco, recibe el nombre de dlxtotpov,la y ha perdurado con el instrumento

hasta nuestros días (ver frg. 34). * En caso de no llevar este ganchito, puede sin problemas suplirse su función mediante la realización, a la altura de la

FIc. 35.-Fijado del hilo a la parte superior del Según Lr Bluup.

huso.

punta del fragmento más largo del huso, de un pequeño anudamiento temporal que ofrecemos gráflcamente representado en la flg. 35. Este gancho del huso se emplea también pa¡a fijar el hilo cuando se busca la obtención de otro hilo doble a partir de la torsión de dos simples (vid. más adelante, p. 83, y

fig. 50).

Fto. 34.-Dilerentes tipos actuales de husos europeos. Le Blui¡e.

Segírn

13 Vid. Plinio, NH X)O(V[, 37 (verticillus); Catulo, LXIV, 314 (turbo); Platón, Rep. 616 c; Teofrasto, HP 3, 16, 4; Plut., Mor. 745 f. 14 Vid. Platón, Rep. 616 c.

Pero la hilandera sujeta igualmente otro instrumento que le ayuda a mantener unidas las fibras, de las que irá fabricando el hilo, en una pelota compacta, de la cual poder ir estirándolas y sacándolas a medida que le son necesarias para su trabajo. Nos estamos refiriendo, naturalmente, a la rueca (vid. fig. 36). En esencia, se trata simplemente de una vara de madera, u ot¡os materiales más nobles, capaz de sujetar amontonadas las fibras. 15 Lo más corriente en todas las culturas que emplean este método de hilado es que se trate bien de una vara con dos o tres pinchos en su extremo, para sujetar las fibras,

* Las figuras proceden de W. Le Beuur, ETA, p. 37, en ellas podemos ver distintos husos actuales de madera originales de Cerdeña, Greci4 Serbia, Suiza y España que se conservan en el Museum für Vólkerkunde de Basilea. 1á Hom., Odis. IV, 122, l3l; Heród., IV, 162. y

trumental completo (rueca cargada de fibras y huso ya lleno de hilo realizado), que representa tal vez a una Parca en este grupo de carácter funerario, o bien simplemente a los difuntos con sus instrumentos más característicos: la lanza del guerrero y el huso y la rueca de la madre de familia. En un fragnrento de cerámica pintada procedente del yacimiento de la Serreta de Alcoy se recoge, en nuestra opinión, la escena de una hilandera con la rueca repleta de fibras y el huso colgando, ambos muy esquematizados y situados ante la esquina de un posible telar, muy incompleto a causa de la fractura de lo que parece ser la tapadera de una pequeña cajita o píxide (ver fig. 37).16 Mucho mejor conservado en los detalles

Frc. 36.-Representación grófica de la rueca

.

y el

huso en

el proceso del hilado. Según K. Scr¡rásow.

bien de una vara provista de una atadura que cumpla la misma función, o bien, por último, lo que se llama nna caña hueca, también muy corriente y que consiste en una caña tratada de tal manera que su exüemo superior se ha abombado de forma artiflcial, pues después de rajarla longitudinalmente se ha introducido en ella una piececita circular que mantiene esta posición de jaula o caja en donde poder

introducir las fibras destinadas a ser hiladas. Procedentes de excavaciones españolas no conservamos testimonios directos de ruecas, pero sí su representación gráfica. Así, en el relieve de la Albufereta de Alicante (ver lám. lI/, 2), desgraciadamente desaparecido del museo de la ciudad, en donde se custodiaba, podemos ver a una hilandera con su insVid. C. Vrsnoo, Unos fragmentos cerámícos de la 'Ser¡eta" de Alcoy, en Comunicaciones del SIP al Primer 16

Frc. 37.-Fragrnento de una posible tapadera de una píxide ibérica procedente de

La Serreta (Alcoy).

que a nosotros nos interesan está el famoso mosaico de Liria del M.A.N. que representa los trabajos de Hércules. En uno de sus cuadros (ver lám. II, 1) encontramos, en una escena un tanto builesca puesto que Hércules parece haber permutado sus atributos tradicionales con los de una hilandera y está haciendo un trabajo considerado en el mundo grecolatino como de mujer, la representación completa del huso lleno ya de hilo y de una corta rueca, también llena de fibras dispuestas para ser hiladas. Hay un filamento que une ambos instrumentos por delante de la

figura humana, en una zona desgraciadamente bastante deteriorada. Por último, en una lápida funeraria romana del Museo de Burgos (ver lám. Y,2 e infra, p. 218, n. 43), hay otra posible escena de hilado en Congreso Arqueológico del I-evante (noviembro 1946), Trabajos Varios det SIP, n.o 10, Valencia, 1947, p. 58.

75

la que aparece una figura sedente de mujer

que

sujeta con su mano derecha una vara rematada por una pieza redonda, que interpretamos como uná rueca llena de lana aún sin hilar. Completa la escena

una sirviente que trae un hatillo nuevo de flbras de lana (comparar su forma con la de la lana representada en la estela funeraria de un tintorero de la

fis. r97). Todos estos tipos de rueca eran conocidos por los griegos como i¡).axdtr¡," Y por los romanos con el nombre de colus,18 que a su vez solía denominarse colus compta o plena si estaba llena, y colus vacuus

si estaba vacía.le La descripción más interesante del método empleado en la Antigüedad Clásica para la realización del hilado nos la proporciona sin duda Catulo, en su poema dedicado al matrimonio de Tetis y Peleo. 20 La mujer al hilar, nos refiere, mientras en la mano izquierda lleva la rueca revestida de lana blanda, con la derecha, tirando ligeramente de las fibras, les daba forma con los dedos vueltos hacia arriba, o bien torciéndolas sobre el pulgar hacia abajo hacía girar el huso, equilibrado por la redondeada tortera; mientras tanto sus dientes, puliendo las asperezas, igualaban sin descanso la obra y a sus pequeños labios resecos se adherían las briznas de lana que antes habían sobresalido de la lisa superficie del hilo; a sus pies, los suaves copos de lana cándida llenaban los canastos de mimbre. Efectivamente, la descripción es muy completa' El colus se sujeta bien con la mano izquierda bien, para dejar ésta libre, introduciéndolo en el cinturón y apoyándolo en el propio btazo. El primer procedimiento es desde luego más propio del mundo griego y romano (ver lám. YI, 2 y f,guras 38, 39, 42, 43, 44 y 7O). Del cúmulo de fibras ajustadas en la parte superior de la rueca se van estirando homogéneamente un número determinado de fibras que, acto seguido, pasan a ser enrolladas sobre sí mismas con los dedos, alavez que se las humedece con la boca y se las alisa con los dientes, para formar el comienzo del hilo.zl A continuación, se ata el principio del hilo embrionario al gancho del huso o al huso mismo mediante un nudo, corno' puede apreciarse en la fig. 35. Cuando este hilo a medio formar alcance la longitud suflciente, la hilandera imprime un movimiento rotativo al huso, que debido a su 17 18 19

Vid. nota

27 Filum deducere; vid. Catulo, ibídem; Ovid', Met' IV,

76

propio peso conseguirá enroscar sobre sí mismo las flbras con cierta dureza en la sujeción (ver figs. 38 y 39).22 Los dedos ayudan a que ese enroscado sea más o menos homogéneo y dé como resultado un producto flnal de grosor parejo (ver en lámina III, 2

/

^

lú'-

,^r

J

etrusca de la "Tomba deeli ori". Bolonia. Museo Civico Arqueológico.

29-

Plinio, NH VIII, 194. eo Catulo, LXIV, 311-319. 36

Brítish Museum.

Frc. 39.*lampanilla

15.

Vid. Isid., Orig. XfX,

F¡c. 38.-Escena de hilado. Certimica griega lttica. Locri'

y 221 Plinio, NH XI, 78 Y 83.

22 Fusus versare, torquere; vid. Plinio, NH lY,22l; Petronio, Sat. 29.

Ovid., Met.

XXVII,

28;

Irrr. rrr] :r(ll l,

l'.1..'.¡I

ul, :

Ftc. 4l.-tllises y Circe.

Utffilt

Skyphos beocio del Ashmolean Museum.

un hilo de lino muy ampliado). Naturalmente, Ia resistencia del hilo aumenta en relación directa al número de vueltas que dé sobre sí mismo el huso,

v por tanto el propio hilo y ei grosor del mismo la envergadura de este utensilio: los de tamaño y peso grandes se emplearán para obtener hilos más gruesos, y los husos más pequeños para la confección de hilo fino. Los fines a que se destinara el producto determinaban, en cualquier caso, la forma de realizarlo.2s

zado recTbía en griego el nombre

de

]

xó).a$oq, en latín los de qualum, qualus, quasillum y quasillus, aunque también se.encuentra el término calathus,

transcripción directa del griego, que es menos fre-

estarán en relación con

cuente.25 Conservamos numerosas representaciones

Esos suaves copos de lana cándida que llenan a los pies de la hilandera los canastos de mimbre no eran otra cosa que los ovillos de lana ya hilada que aquélla ha confeccionado" En efecto, una vez que el huso está completamente lleno de hilo ya terminado, se corta éste y se hace con él un ovillo manual, que en algunos casos puede ser enrollado alrededor de una bobina o pequeño carrete de madera. 2a La cesta de mimbre en la que se deposita el trabajo ya reali-

F¡c. 4l.-Posible bobina para enrollar el hilo ya confeccio' nado. El Cígarraleio. Mula, Murcia. Colección Cuadrado.

:3 Vid. Pollux, Onom. VII, 30; la urdimbre, por ejemplo. necesita hilos más fuertes que la trama, y generalmente :on más f,nos pero con una torsión más intensa.

:1 vid. el skyphos de1 Ashmolean Museum que ofre;emos en la figura 40. Una serie de materiales torneados de :r=dera de boj y de olivo procedentes de la sepultura 200 Jei ¡acimiento ibérico de E1 Cigarralejo, que presentamos ;.:;iaimente en la flgura 41, podrían tal vez haber

sido '-::."¡ bobinas de este tipo, aunque H.-J. Hrr¡¡lr, VRC, p.202,

fig. 8, los identiñca como partes de muebles; sin embargo

olivo y boj son maderas muy duras, sumamente diflciles de trabajar como para confeccionar con ellas piezas de mobiliario, mientras que eran más apropiados para instrumentos de pequeño tamaño, que debían estar muy pulidos con el fin de evitar que el hilo se enganchara. Paralelos muy interesantes aparecieron en una cista de Praeneste (vid. G. Llneyr, DS II, 2, pp. 1424-1427, flg. 3391 y 3392, s.v. Fzsas). 25 Orig. XIX, 29.

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quasillaria, que vino a significar en último término Ia mujer que ejerce de hilandera.

En su conjunto, todos estos materiales propios del hilado son fácilmente realizables po,r cualquier particular; sin embargo, en la época romana tardía encontramos citados algunos de ellos como productos de mercado, con precios diferentes según las materias primas empleadas en su fabricación. Nos estamos refiriendo fundamentalmente a las menciones que figuran en el Edicto de Diocleciano, según el

Ftc. 2.-Hilandera con rueca, huso, quasillus y tal

vez

unas tiieras de gran tamaño. Orvieto.

de estos cestillos (ver, por ejemplo, figs. 42, 43, 44), pertenecientes todas a vasos griegos, que nos las presentan como canastillas de gran belleza y cuidada

cual un huso con su tortera fabricado en madera costaría doce denarios, y en otras materias quince.26 El resultado final de la técnica de hilado mediante huso manual no desmerece en nada de los resultados obtenidos con sistemas mucho más sofisticados y evolucionados que el hombre descubrió con posterioridad, como por ejemplo el torno o la máquina de hilar. Los avances técnicos sólo consiguieron que el trabajo fuera mucho más rápido, pero no siempre que se realizase mejor.

La arqueología es fértil en restos pertenecientes a esta rama del trabajo textil. Siempre ha existido, sin embargo, por parte de los arqueólogos la duda de si se clasificaban bien muchos de estos materiales que aparecen sueltos. En el caso de los más nume-

rosos, que son sin duda las llamadas lusayolas o pequeños pesos del huso, la verdad es que muchas de ellas las hallamos amontonadas en una sola tumba, a veces incluso situadas de tal manera junto al cadáver que no hay duda, so;bre todo en el caso de

Fto, 43.-Hilandera con sus instrwnentos de trabajo.

Ce-

rómica ática, 490-480. Atenas. Museo Nacional.

realización. Naturalmente no se trata de un instrumento preciso en el trabajo del hilado, y sin embargo el nombre latino de Ia cesta dio origen a la palabra

las de perfil ovalado y plano, de que se trata de cuentas de collar o adornos de buen tamaño,2? o al menos eso es Io que se ha pensado generalmente. El diámetro de ciertas piezas no va incluso más allá de 1,5 a 3,5 cm. escasos. Podríamos decir aquí, como hace generalmente la bibliografía que trata este tema, que hay que considerar las de mayor tamaño como pesos de huso, y las otras como cuentas de

collar, pero a ello cabría objetar el hecho de que nos encontramos ante tipologías prácticamente idénticas, en su mayoría troncocónicas o bitroncocónicas, y que nos parece improcedente realizar un corte arbitrario entre pesos de huso por un lado y cuentas de collar por otro basándonos tan sólo en el tamaño y en que, por tanto, posean una perforación suficientemente ancha para que la varilla del huso pudiera atravesarlas sin dificultad. Además, en relación con esta posible delimitación, hay que hacer constar Fto. 44,-Hilandera

trabaiando.

20 Ed. Diocl. 13, 5-6; el texto de este pasaje se conserva tanto en la versión latina como en la griega.

78

un dato importante: hoy conservamos husos como

lI,

27 Para este problema en general, vid. G. Lereve, DS 2, p. 1426, s.v. Fusus.

el que ofrecemos en la flg. 45 que alcanzan un tamaño realmente reducido, y lo mismo es de suponer que ocurriera eir la Antigüedad, pues se trata de instrumentos dedicados a la confección de hilos

casa, podríamos estimar la posibilidad de que se tratara de simples amuletos depositados para conmemorar que la difunta había llevado una vida íntegramente dedicada aI cuidado de su hogar, puesto que

las tareas del hilado y del tejido siempre fueron consideradas como paradigma de la mujer honesta.2s

ffi§nffi@, Frc. 45.-Huso de unos 15 cms.

Según

Lt

Beu¡vIe.

muy finos; esto significa, por tanto, que desde nuestro punto de vista muchas de las fusayolas más pequeñas pudieron pertenecer a minúsculos husos, y hay que desechar la idea de que se trate de botones o cuentas de collar, como suele mantenerse. De todas formas, el tema es controvertido y no pretendemos zanjarlo. Se podía intentar dar otra explicación a la existencia en los enterramientos de estas pequeñas fusayolas. Si pensamos en el signiflcado que para el mundo antiguo en general tienen estos utensilios,

que réfle¡an la vida recogida de una mujer en su

En cualquier caso, la arqueología nos ha proporcionado en toda la extensión del Mediterráneo ejemplos indudables de que piezas muy semejantes a éstas sirvieron para los fines que nos ocupan. Hay cantidad de tumbas que han dado husos intactos, con la tortera en su sitio, y que por tanto eliminan todas las posibles dudas. 2e En la Península Ibérica se han encontrado algunos ejemplares completos: tal es el caso de las interesantes piezas procedentes de Mulva (Munigua, Sevilla), y que aparecieron recientemente en la tumba 23 de la necrópolis de esta ciudad.3o Ya antes hemos hablado algo del más pequeño de ellos; y en el caso del de mayor tamaño se trata de un objeto de hueso de 225 mm. de longitud; aunque roto por varios sitios, el fuste se conserva íntegro (ver fig. 46 y lámina V, 1). El extremo, nos dice su descubridor, termina en una punta redondeada. El

Fto. 46.-Huso de material óseo. Munigua (Mulva, Sevilla).

grosor va aumentando uniformemente hasta el lado opuesto, que está aplanado y provisto de una entalladura. La fusayola es de tipo plano, y recuerda algo a una lenteja de gran tamaño. Es igualmente de hueso,

y presenta por ambas caras adornos de círcu-

los concéntricos. Como decíamos, junto al huso completo de Mulva se ha fotografiado igualmente lo que se nos cita corno una aguja y un botón. Pensamos, sin embargo, gue se trata de otro huso de iguales características que el anterior, aunque de tamaño más reducido, con la sola diferencia de que 2s Vid. Plinio, NH ylll, 74, en donde también se alude a ia función de estos objetos como ofrendas votivas colocadas ante las divinidades protectoras en los correspondien-

ies santua¡ios. 29 En el resto de Europa son varios los ejemplares consen'ados; suele tratarse siempre de husos confeccionados con materiales de calidad: vid. para todo ello G. Ler.tvr, it¡c. cít.

la anchura del fuste es mayor en el centrÓ que en los dos extremos, lo que conllevaría la necesidad de una sujeción adicional de la tortera. Casi un calco del huso grande de Mulva en cuanto a su forma lo constituye el ejemplar encontrado en 1883 en la necrópolis romana de Carmona por G. E. Bonsor, " y qo" probablemente se encuentre }¡oy en Estados Unidos o en la colección que este investigador creó en el castillo de Mairena del Alcor (Sevilla), donde no hemos conseguido encontrarlo. En esta ocasión la materia prima empleada

so Vid. G. Genren, Mulva-Munigua (Sevilla)' corte n.o 148, sesunda mitad de septiembre d.e 1969, N. Arq' Hisp., Tom. Arq. l, 1972, pp. 53 ss. 31 G. E. BoNson, Archaeological Sketch-Book of the Roman Necropolis at Carmona, New York, l93l; la pieza

apareció en

lacrimatorio

el interior de un vaso globular junto con un y fragmentos de bronce en la tumba 107, lla-

mada por su descubridor "del collar de cristal de roca".

79

Ftc. 4l.-Huso procedente de la necrópolis romana de Carmona (Sevilla). Marfil. es el marfll, pero por desgracia el ejemplar no está completo en la parte correspondiente al fuste (ver fig. a7). Su descubridor nos lo describe como terminado en una pequeña bola en su parte más fina; posiblemente el hecho de que ambas piezas aparecieran en el interior de una urnita funeraria como únicos elementos de marfil es lo que llevó a Bonsor

a esta reconstrucción ideal, que reproducimos

en

nuestra figura. En el extremo más grueso la ranura para enganchar el hilo es bien clara. En cuanto a la fusayola, su forma es muy parecida a la anterior, un poquito menos plana, y presenta igualmente la decoración de círculos concéntricos en incisión muy fina por ambas caras. Desde luego, el hecho de que los únicos ejemplares que conservamos en la Península de forma íntegra lleven este tipo de fusayolas alentejadas no quiere decir que haya que dudar del empleo que recibían algunas de estas piezas con formas distintas (ovaladas, troncocónicas, bitroncocónicas, etc...). De

hecho, en

el resto de Europa se conocen algunos

ejemplares completos co'n torteras de estos tipos. 32 Por otra parte, el magnífico relieve ibérico ya antes citado procedente de la necrópolis de La Albufereta de Alicante (ver lám. IV,2) nos muestra precisamente a una hilandera portando en sus manos los utensilios propios de su trabajo. En el huso lleno de hilo ya confeccionado podemos ver una fusayola del tipo

troncocónico, con su base más pequeña colocada hacia abajo y la más ancha hacia arriba (forma común de colocarlo, como demuestran por otra parte

los ejemplares antes mencionados de otros lugares de Europa). Conno dato complementario debemos 32 Vid., además del artículo citado de G. Lerevr, J. P. Wrr», TM, tabla F, pp. 127-129, an indicaeiones

sobre el material encontrado en las provincias romanas del Norte. 33 Vid. F. Frcupnes Pecurco, La necrópolis ibero-púnica de la Albufereta de Alícante, Estudios Ibéricos 4, Valencia, 1956, p. 72; del cercano yacimiento de El Campello (Alicante) proceden las fusayolas que ofrecemos en lám.

lv,

1.

Vid. L Berr.rsrpn Toruro - L. Penrcor, La Bastida de Les Alcuses (Mogente), APL I, 1928, p. 193, en donde se hace una pequeña clasificación de los 180 ejemplares

al tema que tratamos. La realidad es que la bibliografía, sobre todo las memorias de excavaciones, nos dan cuenta de hallazgos continuos, en los poblados de las distintas épocas, de toda una gama o muestreo de formas diversas para estas pequeñas fusayolas, las cuales en algunos casos concretos, como el de La Bastida de Mogente, "no se presentan amontonadas en determinadas viviendas, como ocurre con las pesas de telar, sino un poco por todas partes". sa Se han hecho algunos ensayos de catalogación tipolólica de las fusayolas aparecidas en determinados poblados, como el del Cerro de San Miguel de Liria; puede comprobarse que en la mayoría de los casos se trata de piezas troncocónicas o bitroncocónicas,36 aunque también son corrientes las'ovoideas o las casi planas.36 A veces se dan formas mucho más complejas en lo que respecta a su realización y perfiles,3? pero siempre con una misma intención y tamaños aproximados. Hay que citar aquí un reciente intento de sistematización sobre materiales de yacimientos gerundenses;38 el muestreo no es muy abundante 35 Vid. M. Vroet, Tipologla de los lusayolos del poblado ibérico del "Cerro de San Miguel de Liríd', APL III, 1952, pp. I47'ss.; I. pr C. S¡ntl Reror-s, El poblamíento de la Maresma o Costa de Levanle en época anterromana,

lY, 1942, pp. 69 ss. vid. J. BmrBr*( R. Pescuer, M. Cenerr.É, I. RovrnA EI poblado prerrornano del Turó de Can Olivé de Cerdanyola (Barcelona), Ampurias XXII-XXII, 1960-1961, Ampurias 36

pp. 210

s.

.

y

3? Vid. J. Bur.ruuxr, Notas de arqueologla de Cataluña Baleares, Ampurias >OilI-XXII, 1960-1961, p. 341.

y

empleo, Cypsela

34

obtenidos según tamaño, decoración, formas, etc...

80

señalar que el mismo yacimiento de La Albufereta proporcionó una gran cantidad de estas piezas en cerámica con las más diversas formas.33 Para el resto de la Península disponemos de cantidades ingentes de tales fusayolas. No vamos a hacer aquí una clasificación de las mismas ni un catálogo exhaustivo, puesto que creemos que tal trabajo difícilmente podría aportar más luz sobre los procesos del hilado en la Península, y porque, por otro lado, al igual que ocurre con las pesas de telar, supondría una labor desmesurada y sin duda colateral

38

Z. Cesrno Cunrr, Fusayolas ibérícas, III, 1980, pp. 127 y ss.

antecedentes

y por ello creemos que no se pueden generalizar los resultados. Sin embargo el trabajo constituye un paso inicial de interés.

desde luego,

extrapolar y

Las decoraciones son también muy variadas, y van desde los puntos, ya sueltos, ya enmarcados en-

tre líneas,3e pasando por'las líneas zigzagueantes,40 hasta los pequeños círculos más o menos complicados, unas veces sueltos, otras enlazados por medio de sinuosidades. a1 Menos corrientes son las inscripa2 ciones, aunque disponemos de algunos ejemplos. Si bien el material típico de estas piezas suele ser el barro cocido, las encontramos también en pasta vítrea, además de las de hueso y marfil antes señaladas. En tal caso, la mezcla de colores bastante sólidos que proporciona el vidrio es la que precisamente provoca el adorno de la fusayola en cuestión. Tenemos ejemplos interesantes, aunque escasos, en este sentido, entre los que destacan las dos piezas procedentes del Cerro de los Santos (Montealegre del Castillo, Albacete), aB o las dos piezas romanas halladas en Portugal, nn que fueron hechas por medio del enrollado en espiral de hilos de vidrio azulcobalto-blancuzcos y verde-amarillo que dan un resultado verdaderamente llamativo'. Y muy poco más podeáos y queremos añadir que aporte algo nuevo con respecto a los elementos empleados en el hilado que se haya conservado en la Península Ibérica. Resumiendor pues, podríamos decir que en cuanto a tipología se refiere, existe una gran mayoría de fusayolas de barro cocido frente a las más raras de hueso, marfil o vidrio, con una preponderancia de las formas troncocónicas o bitroncocónicas sobre las también numerosas achatadas, redondeadas o alentejadas. El mayor porcentaje lo constituyen las piezas no decoradas, encontrándose sin embargo algunos ejemplares que ofrecen decoraciones de interés, siendo las más frecuentes las incisiones de líneas, círculos, puntos, puntos y líneas, etc..., sobre el barro antes de ser cocido. 3e

Vid. M. Aruecno Gon¡Be, La Necrópolís de

Las

Madrigueras (Carrascosa del Campo, Cuenca), BPH X, Madrid, 1969, pp.43 s.,47. 40 Vid. J. BenrtnÁ, R. Plscuel, M. CeulnÉ, J. RovlnA, loc. cit., pp. 158 ss.; J. Benrr,nÁ, La necrópolis íbé¡ica de Cabrera de Mar, Ampurias XXX, 1968, pp. 142 ss. 41 Vid. J. Benren( R. Pl§culr-, M. Cenu-rÉ, J. Rovrne, /oc. cit., pp. 158 ss.; E. Cueonepo, Excavociones en la necrópolís celtibérica de Riba de Saelices (Guadalaiara),

EAE 60, 1968, p. 42

31.

A. E. Pnnscor, Estudio de la inscrípción inédita

de

la fusayola del poblado ibérico de Castell de Palamós (Gercna)

y

sus relaciones

pp. 147 y

con ofros textos, CyP'sela

III,

1980,

C) DrnecclóN DEl

HILADo

Hasta hace poco tiempo, los problemas referentes al proceso del hilado y a la manera de denominar los resultados obtenidos presentaban una confusión notable, por lo que fue necesario establecer una deflnitiva unificación de criterios de nomenclatura. Una solución práctica y efrcaz la constituyó Ia propuesta de denominar las dos únicas posibles torsiones de un hilo (torsión izquierda - torsión dere-

cha) con las iniciales S (para torsión derecha) y Z (para torsión izquierda). Estas dos letras marcan, con la dirección de su trazo central, la propia dirección de rotación del hilo (ver flg. 48). Efectivamente, si el hilo fue girado en el sentido de las agujas

t,// w L,

F¡c. 48.-Direcciones de torsión de los hilos simples y dobles.

del reloj (torsión derecha) tendrá un sentido de inclinación de sus fibras que, mirado en la posición en que se mire, coincidirá con la dirección de la barra central de la letra S; pero si el giro se produjo en sentido opuesto al de las agujas del reloj (torsión izquierda) la inclinación de las fibras coincidirá siema6 pre con la sección central de la letta Z43 Vid. A. FenxÁxorz or Avrr"És, Cerro de los SantosMonfealegre del Castillo (Albacete), EAE 55, 1966, pp 65 ss. aa J. pr, Ar.encÁo - A. I\fourrmro, Cuatro pequenos colecaóes de vídrios ronlano§, RDG 73, 1963, p. 367. a5 De toda§ formas, no creemos que de este hecho pue-

da deducirse, como hace J. P. Wrr», TM, p. 38, que el huso fue manejado para la realización de cada uno de

la mano derecha para la torsión Z y con la izquierda para la torsión S. Con la misma mano derecha puede imprimirse al huso un giro u otro según la dirección hacia afuera o hacia adentro que le demos al pulgar con respecto a los otros dos dedos que estos dos giros respectivamente con

entran en juego en este proceso (índice

y

corazón)'

ss.

81

Pero además, un hilo puede ser simple o doble incluso múltiple en el caso de los cordones, que -e exigen mayor ¡ssisfe¡si¿- según se utilice recién salido det huso o bien se una a otro semejante para producir un tercer hilo de mayor consistencia. En estos hilos compuestos también se da necesariamente una de estas dos inclinaciones en S o en Z. En principio, las flbras naturales admiten por igual un sentido u otro de torsión a la hora de realizar los hilos simples. Tan solo debemos señalar que el lino posee rma ligera tendencia natural a enroscarse hacia la derecha (torsión S) cuando está humedecido, aG aunque como puede verse en el análisis cle los tejidos conservados en la Península que realizamos más adelante, la norma más generalizada de torsión del lino en España sea justamente la con* ttaria, es decir, la dirección Z. En relación con este fenómeno, conviene señalar el hecho de que, según algunos autores, a? los dos distintos tipos de torsión del hilo estarían estrechamente ligados a la tradición, Ia costumbre y, en deflnitiva, al área cultural en que nos movamos. Para Pfister, el Occidente Mediterráneo constituiría un área común de torsión S en el hilado del lino, mientras que en Oriente predominaría la torsión Z. Sin embargo, del análisis de los tejidos de lino conservados en la Pgnínsula podemos deducir una clara preponderancia de la direcci6n Z sobre la S, como puede apreciarse en los cuadros sinópticos que ofrecemos al flnal de este trabajo, lo que viene a invalidar para la zona más occidental del Mediterráneo estas conclusiones. Por último, debemos mencionar que para dar mayor consistencia al resultado final del tejido, se puede emplear una torsión Z para la urdimbre y una to'rsión S para la trama, o viceversa. a8 También en el caso de la Península Ibérica, al igual que en las provincias romanas del Norte estudiadas por WiId, esta regla parece cumplirse con no demasiada fre-

ración no debía realizarse necesariamente o de forma obligada en todos los casos, como lo demuestra el hecho de que muchos de los tejidos que conservamos en la Península fueran confeccionados con hilos simples. La misión primordial del retorcido es la de conferir al hilo, y en definitiva a la tela que con él se tejiera, una mayor solidez y fortalezaComo hemos visto antes, el hilo simple presenta una torsión S o Z según la dirección en que se haya movido el huso; y ese giro más o menos apretado se mantiene con dificultad hasta Ia fabricación del tejido a causa de la tensión de las frbras contorsionadas. Aprovechando esa tendencia natural del hilo simple a deshacerse, si colocamos otro junto a él de idéntica torsión ambos tienden de forma automática a enroscarse unidos, pero con un sentido giratorio inverso a la torsión primitiva. Esto significa que la propia fiterza del hilo sencillo torcido en una dirección determinada se convierte en el momento de esa unión en una fuerza de sentido contrario, que generará el enroscamiento de ambos hilos simples y dará como resultado uno compuesto. De esta manera es relativamente fácil lograr cordones muy complejos a base de ir retorciendo entre sí parejas de hilos cada vez más gruesas. ae

.Y,,YS

SY.'

6

cuencia.

D) Er nnronclDo DEL HILo Para terminar este capítulo es necesario detenernos en la última etapa del proceso de confección del hilo, es decir, el retorcido o creación de un hilo doble a partir de dos sencillos. Sin embargo, esta ope{6 Cf. J. P. Wrrn, TM, pp. 38 y 47

44.

Vid. R. Prrsrrn, Textiles de Palmyre, Paris, 1934,

pp. 40

s.

Vid. J. P. Wrlo, TM, p. 44. 4e Vid. K. ScHusow, LSWH, p. 29 y fig. 7 48

82

y

8, que

Frc. 49.-Dilerentes tormas de realización de hilos compue§'

'

tos. §egún Sc¡u,¡sow.

reproducimos en nuestra frg. 49, en donde se tratan con profundidad estos problemas, aunque referidos exclusivamente a la confección de cordones en los que se utiliza la lana como materia prima y que fueron encontrados en el yacimiento palafítico de Hessen.

*rL*

La realización del retorcido de los hilos, es decir, la obtención de un hilo doble a partir de dos simples, se llevaba a cabo en Ia Antigüedad con

feccionados que están situados en el suelo o en cestillos son enroscados mediante el movimiento de uno o dos husos invertidos después de pasar por un alto

ayuda igualmente del huso; pero así com'o para el hilado se colocaba aquel instrumento con la tortera abajo,.para el retorcido se hacía al revés, enganchándose los dos hilos a unir en la ranura de la parte, más gruesa del fuste del huso (ver figs. 33 y 47). Los relieves y pinturas egipcias son los más representativos en este sentido, como puede apreciarse en la fig. 50, en donde se comprueba cómo hilos ya con-

soporte, que puede ser sustituido por una de las manos del operario. Existe también la posibilidad de que hilos torcidos en Z sean retorcidos entre sí conservando la misma dirección Z, o bien de que hilos simples en S y Z sean retorcidos en S, etc...; con todo, en estos casos la confección del hilo compuesto no es tan perfecta como cuando se aprovecha la torsión del hilo simple, que vuelve hacia atrás con fierza en sentido opuesto, lo que permite el fortalecimiento

FIc. S0.-R¿rorcido de los hilos. Pinturas murales de Hasan.

Beni

del hilo definitivo. En resumen, la norma más común que rige este proceso es la alternancia de sentidos de rotación: si los hilos simples se torcieron en Z, el compuesto lo será en S; y si con dos hilos dobles que siguen la dirección S se hace uno cuádruple, la torsión será, con la mayor probabilidad, en Z.

83

CAPÍTULO V

EL

TELAR

A) DrrenrNrns rlPos DE TELARES 'p,me acometer satisfactoriamente el análisis de I los tejidos antiguos encontrados en la Península Ibérica resulta igualmente imprescindible desde todos los puntos de vista la inclusión de un capítulo dedicado al estudio de los distintos tipos de telares que se utilizaron en la Antigüedad. Partiendo de la teoría general, haremos hincapié sobre todo en los restos que de tales instrumentos conservamos. No pretendemos, sin embargo, por las mismas razones que adujimos en el capítulo anterior, realizar un corpus exhaustivo de ciertas piezas constitutivas de estos instrumentos, 1 ya que en definitiva ni enrique-

cería

ni

alteraria nuestras conclusiones finales.

Por otra parte,

la metodología.

más correcta

aconseja su tratamiento, puesto que condición indis-

el entendimiento y comprensión de los distintos tipos de entramado textil, que abordaremos en el capítulo siguiente, es el conocimiento más profundo posible de los telares con que aquéllos pudieron ser realizados. Ante todo, conviene dejar claro el hecho de que la simple observación atenta de algunos fragmentos textiles permite, en ciertos casos, el definir con mayor o menor seguridad el üpo de telar empleado en la fabricación de los mismos. Ello unido al hecho real de la existencia de algunos restos de telares y a la necesidad absoluta

pensable para

1 Tal podría ser el caso de las pesas del llamado telar vertical.

2 Vid. V. Cutror, DS V, p. 165, s.Y. terttrinum; V. HSHN, KH, p. 460; H. Bt-iluran, TT, I, pp. 136 s.; E Vocr, GG, pp. 45 y 97; A. Lsnor-Gounnerr'r, HM, pp. 279 ss.; I. G. D. Crem, EP, p. 336; M. Meuss, Introduccíón a la Etnografía, Madrid, 1971, p. 63.

del empleo de ejemplares muy concretos para alcanzar la confección de determinados géneros textiles a los que pertenecen una parte de los fragmentos conservados, requiere no excluir ninguno de los posibles tipos de telar utilizables en una visión de conjunto como la que pretendemos dar. Sin que esto signifique ningún orden de prela' ción temporal o de importancia, comenzaremos nuestro estudio por los telares que, siendo menos complicados, se encuentran más cerca de las técnicas de la cestería, las cuales consideramos, siguiendo la opinión común, la base de las técnicas textiles propiamente dichas.2 A continuación, hablaremos de los telares más complejos y perfeccionados, y por

tanto de mayor envergadura. en lo que respecta a su tamaño y a su concepción. Al ocuparnos de cada uno de estos instrumentos, todos los cuales se encaminan a conseguir un ensamblaje lo más duradero posible de dos series de hilos entre sí, trataremos de ir viendo lo que de la presencia en la Península de cada uno de ellos haya llegado hasta nosotros. Vamos a. comenzaÍ pues por un telar elemental, con el cual los resultados obtenidos están casi a caballo entre la cestería y el tejido, tal como se apreciará más adelante al ocuparnos de los tejidos con él logrados, o tejidos en cuerdas. Por lo que se refiere al instrumento en sí, digamos que se trata del llamado por nosotros lelar de placas. a El apa3 Tratamos con este nombre de traducir fielmente al castellano el que ostenta en la bibliografía extranjera. Vid. A. v. Grxxsp - G. IÉQursn, TC, obra básica en el tema, en donde a este procedimiento se le llama sistema aux cartons; G. Bnnnrxs, Brettchenweberei ín riimischer 1925, pp. 45 ss.; K. Scnurow, Díe Kunst des Brettchenwebens, Neumünster, 1957. Vid. pp. 119 s.

Zeit, Germatia 9,

85

rejo es sin duda sencillo, puesto que en esencia lo componen simplemente unas cuantas plaquitas cuadradas, triangulares, alargadas o incluso hexagonaIes, de madera, hueso o cualquier otro material duro, provistas en sus esquinas de pequeños agujeros por los que pasan los hilos de la urdimbre. Nosotros mismos lo hemos reproducido y obtenido resultados muv satisfactorios, empleando tan sólo para su fabricación cartón duro. IJna vez reahzada tal operación, empleando el número de placas que se desee según la mayor o menor anchura que se busque para el tejido a confeccionar, ya sólo falta instalar el conjunto en cualquier improvisado soporte. Este puede variar desde

estacas clavadas en

Ia simple atadura de los finales de los hilos a la cintura de la tejedora y a un punto fijo cualquiera de la estancia (ver fig. 51), pasando por atarlos a

hasta su instalación dentro del telar luego veremos (es decir, instalando un telar de pequeño tamaño dentro de otro mayor; vid. fig. 53),

Ftc. S[.-Telar de placas. Según Lt, Beuue.

el

suelo (ver támina

Fto. 52.-Telar de plazas ulilizado para la confección de un borde de

con el fin de tejer a la vez, aprovechando la misma trama, unos bordes miás resistentes que enmarquen una tela simple. El principio fundamental del mecanismo consiste en Ia torsión sobre sí misma que sufre la urdimbre a Sistema empleado, sobre todo, en los casos en que confeccionarse un simple cinturón, sino un borde de comienzo de otra tela (ver fig. 52).

no va a

86

VI,

1), 4 vertical que

comienzo.

con respecto a su eje longitudinal. Como además cada placa lleva dos, tres, cuatro generalmente, o más hilos, y éstos al girar se van enrollando, el conjunto forma una cuerda que se inmoviliza mediante el paso de la trama en cada giro de las placas, creán-

de media .vuelta para los de dos, de un tercio para las de tres, etc... (ver figs. 54 y 55).

Frc, 53.-Telar de placas en los de Pesas, Según

K'

laterales del telar vertical

Scnr'lsow'

dose así un tejido por yuxtaposición de cuerdas paralelas. Como es natural, los giros de las placas son

de un cuarto de vuelta para las de cuatro agujeros,

F¡c, S5.-Esquema de telar de placas de dos orifíciosSegún

K

Scnlesow.

Las placas más corrientes conservadas son las cuadradas, y de cuatro agujeros por tanto, de las cuales poseemos abundantes testimonios tanto prehistóricos como romanos; entre los primeros hay que destacar los 52 ejemplares de madera del yaci-

Fro. 54.*Esquema del tela¡ de placas de Según

K

6 Vid. I. P. Wro, TM, 6 TM, pp. 140 s.

Scnr,lnow.

p.

73.

4

oriiicios.

miento de Oseberg, s número poco común, lo que realza su interés. De época plenamente romana, podemos remitir a la tabla O del libro de Wild,6 en la que aparecen recogidos los hallazgos habidos en las provincias romanas del Norte (se trata de placas tanto de cuatro como de tres agujeros). En la Europa mediterránea no se conocen muchos ejemplares: el borde de un vestido aparecido en el Cerámico de Atenas parece haber sido confeccionado con esta técnica, aunque las placas no se conserven, ? y en la Península Ibérica se elcontró una interesante serie de estas placas de cuatro agujeros, con la particularidad de que en la misma sepultura apareció un fragmento de tejido cuyo reborde fue fabricado con esta técnica.8 7 Vid. J. P. Wrr.o, Tl§f, p. 74. I vid. H.-J.'Hurvor, VRC, pp. 189-193.

87

una acomodación al tipo de hilo y al grosor del mismo, o bien a un desgaste producido por el roce continuo. Ciertamente la inmensa mayoría de las placas aparecidas son de hueso. El empleo de la madera como material de fabricación de tales pla9as, y sobre todo el de la madera dura, debió de ser, por sus características de poco peso, sencillez de realuación y facilidad a la hora de procurárselo, bastante más frecuente de lo que parece deducirse a través de los restos conservados; sin embargo, el mismo hecho de que se trate de un material mucho más perecedero que el hueso, es lo que sin duda ha

m

condicionado esa mayoría abrumadora de piezas de hueso conservadas frente a las de madera.

Fta. 56.-Fragrnentos de placas de madera de boj procedentes de El Cigatalejo (Mula, Murcia). Según H.-J. HuNor. Se trata de un conjunto de placas del yacimien-

to ibérico de El Cigarralejo (Mula, Murcia). Como puede apreciarse en la figura 56, dos de las piezas están casi completas, y las otras tres muy fragmentarias; fueron confeccionadas con madera de boj (Buxus sempervirens L.), e la cual, como es sabido, es una de las maderas más duras

y

resistentes. Su

tamaño oscila entre los 3 y los 3,5 cm. de lado, siendo su grosor de un poco más de. un milímetro. Tales medidas, según Hundt, dificultarían enormemente su manejo a unas manos inexpertas, por lo que da a entender que tal vez no fuera éste el tamaño más aconsejable. Nosotros hemos reproducido, como ya dijimos, un telar de tal tipo, primero con placas de unos 6 cm. de lado, y luego con otras más pequeñas de 3,5 cm. de lado, y tenemos que señalar que Ia dificultad de manejo, bastante subsanable con la práctica, no aumenta en absoluto con la reducción de tamaño. Pero además, si observamos las tablas de ejemplares encontrados en las proüncias romanas del Norte, a las que hacíamos antes alusión, comprobaremos que casi un 5O 7o de las placas son inferiores a los 4 cm. de lado, y sólo una cantidad ligeramente superior al 50 Vo alcanzan los 4, 5 y, en una ocasión, los 6 cm. Las placas de El Cigarralejo ofrecen una mayor anchura de sus orificios en comparación a los otros casos conocidos. 10 Tal vez se trate simplemente de e Vid. M. Horr, Resfe von pflnnzlíchen Funden aus Grab 200 von El Cigarralejo, MM 9, 1968, p. 208. 10 Vid. J. P. Wrr», TM, fig. 63 y 64. 11 No coincidimos en este punto con A. v. GsNNEp G. JÉqurrn, TC, p. 62, por considerar que sus conceptos de

88

Desde el punto de vista de la técnica, es la colocación de las placas con respecto a los hilos, según éstos entren en ellas por una cara o por otra, y

la rotación de las

mismas en una

o en otra direc-

ción (derecha o izquierda), lo que en la práctica puede proporcionar, junto con la utilización de hilos de diferentes colores, el juego de distintas formas y dibujos en los tejidos obtenidos. En primer lugar, señalemos que las placas tienen dos caras, que llamaremos A y R según entren los hilos en ellas por una u otra. La cara A sería el anverso, y la R el reverso, siempre con relación a la situación del trabajador que las tiene ante sí. Por otra parte, llamaremos "delante" a la parte de la urdimbre que se encuentra entre las placas y el tejedor, ] "detrás" a la que se encuentra desde la última placa hasta el final de la urdimbre (ver fig. 57¡. tr Podemos decir, en suma, que los resultados conseguidos dependen directamente de un cúmulo de factores, que son los siguientes:

a) El número de placas. b) El número de agujeros de cada placa. c) El número de hilos que pasa por cada placa, dado que puede dejarse, por ejemplo en el caso de placas de cuatro agujeros, uno de ellos sin hilo, con lo que se produce, cada cuatro giros, un hueco en el tejido.

d) El color de los hilos. e) Si los hilos entran por el anverso o por el reverso.

f) Y, por último, la dirección

de giro de las

placas. Dado que las placas, una vez introducidos "delante" - a la derecha de las placas, y "detrás" - a la izquierda de las mismas, sólo conviene en el caso de que la urdimbre entre por el anverso, pero no si entra por el reverso.

Hasta aquí los materiales imprescindibles para el funcionamiento de este telar; sin embargo, existen algunos otros elementos que mejoran y facilitan la labor: el peine de madera de anchos dientes permite la introducción en cada una de sus ranuras de los tres o cuatro hilos de un mismo cartón, impidiendo así los enredos. No obstante, su utilizacién no es imprescindible. Muchos peines de madera que han

z

sido interpretados tradicionalmente como peines para el pelo, tal vez pudieron pertenecer a algun telar de

placas.l3 El cuchillo o batidor permite comprimir la trama del tejido, después de cada pasada, de forma más uniforme que si se hace con los dedos, aunque no se trata de una pieza imprescindible. Y por último, la lanzadera, que puede estar constituida por cualquier fragmento de madera plano en donde enroscar el hilo de la trama. la

z

S

Frc. S7.-lolocación de los hilos en las placas-

K.

Según

Scnr-mow.

Ios hilos de la urdimbre, adquieren a causa de Ia presión un paralelismo con ellos, sería más correcto hablar de giro hacia delante o hacia detrás en lugar de hacia la derecha o hacia la izquierda. 12 De todo ello puede deducirse que, al examinar una cinta o el borde de un tejido confeccionados mediante este sistema, se puede señalar con precisión qué pr(rceso se ha seguido en la fabricación de los mismos. En cuanto a la anchura del tejido conseguido con el telar de placas, ésta depende a la vez del número de cartones, como es lógico, del grosor de los hilos de la urdimbre y, Por último, de la tensión de la trama 12 13

vid. A. V. Grxxsp-G. IÉeuIrn, TC, p.

62.

Tal podría ser el caso de los ofrecidos por C. Verw, en la lámina XXXIII,a, de su libro La necrópolís proto-

histórica de Cales Covcs, Menorca, BPH XX' Madrid, 1982. rr Sin embargo, tampoco una lanzadera es absolutamente necesaria, puesto que a menudo en el telar de placas no

Otro telar que la mayoría de los autores clasifigan sólo como telar de bordes, es decir, para la reallg:aciín simultánea de orillos de refuerzo en confecciones de mayor envergadura, ls pero que en cierta manera se puede considerar en la base misma del nacimiento de la idea de tejer, es'el que vamos a denominar telar de reiilla o telar-lizo- Y lo tratamos en este lugar, antes del resto de los sistemas que favorecen el entrecruzado de dos series de hilos perpendiculares entre sí, porque puede dar una idea clara del mecanismo del tejido para q¡rien no se halle familiarizado con é1. En esencia, se trata de una serie de varillas planai de poca anchura (menos de un centímetro), colocadas paralelamente entre sí y fijadas en los extremos por otras dos varillas transversales que unen a todas las demás. Los hilos de la urdimbre, repartidos en pares e impares, atraviesan este pequeño telar: unos pasan a través de las ranuras que dejan entre sí las varillas, y los otros a través de unos pequeños agujeros que éstas llevan en el centro. De esta forma los hilos que pasan por los agujeros, al permanecer sujetos, siguen ffelmente hacia arriba o hacia abajo el movimiento que el tejedor imprime al telar, mientras que los otros, deslizándose por las ranuras, quedan siempre en la misma posición (ver fig. 5S). Se logran así dos pasos entre la urdimbre: el A y el B, como puede apreciarse en dicha figura, por los que alternativamente se va introduciendo la se puede hablar propiamente de un artificio que haga pasar por sí mismo los hilos de la trama, sino que éstos van de un lado a otro formando parte de un simple ovillo que el operario se pasa de una a otra mano; vid. A. v. GsNmp G. JÉeu¡Bn, TC, pp. 70 s. 15

Vid. J. P. Wrr.o, TM, pp. 74

s.

89

Frc. 58.-7el¿r de rejilla.

trama por medio de un simple ovillo o de una madera plana en forma de lanzadera, trama que oprime luego el trabajador con una espátula hacia la

tela ya hecha. Con este sencillo telar es posible conseguir resultados bastante buenos de tejido üso, pero siempre de tamaño reducido en cuanto a su anchura. ro El largo puede ser el que se desee y se le dé a los hilos de la urdimbre; por esta razón precisamente es por lo que se le clasifica entre los telares aptos para la realización de bordes, junto con el de placas que veíamos antes. Efectivamente, si colocamos este telar en los laterales del telar vefical de pesas, que más adelante examinaremos, es posible la rcalización simultánea del lienzo de tela principal y de los rebordes más apretados. También es de mucha utiIidad para la confección de bordes de comienzo, a 16 Todo ello lo hemos comprobado experimentalmente en un telar de este tipo que reprodujimos con pequeñas

varillas de madera. 17

90

Vid. asimismo H. C. Bnonoru - M. Hlro, CBAD,

partir de los cuales continuar, una vez instalados en el telar grande de pesas, el tejido definitivo; como en el caso del telar de placas que presentamos en la figura 52, el borde de comienzo se logra por el simple alargamiento de la trama y la obtención con ella de ovillos, que luego constituirán la futura urdimbre, como puede verse en la figura 59. lz Este telar hay que situarlo entre los más primitivos, tal vez como base de los ejemplares más desarrollados, que parecen no ser más que simples ampliaciones modificadas del mismo principio básico. En la actualidad se siguen manejando algunos telares de este tipo, sobre todo en las regiones nórdicas de Europa y en Asia. 18 Se conservan algunas de estas rejillas de época romana: una de Pompeya (de hueso), otra procep. 116, fig. 165 a, con un telar como éste usado entre los actuales lapones en el norte de Escandinavia. 18 Vid. H. L. Roru, SPL, pp. 9 ss., fig. 3, 4 y 7; M. HonnMl¡l{, W-WL, p. 108, ñg. 51.

Frc. 59. Realización de un borde de comienz.tt para colocar en el tclar verlical tle

dente de Pilismarót (Panonia), hecha en bronce, y un tercer ejemplar de la zona de South Shields, en Britania, también de hueso, que se guarda en el Museo de Antigüedades de Newcastle-upon-Tyne. re Parece que este tipo de telar se empleó en Francia hasta el siglo xx.20 Pero quizá su origen es mucho más antiguo. En la citada urna hallstáttica de Odenburg (Hungría), creemos que se puede identificar claramente uno de estos telares de rejilla.2l La escena en su conjunto engloba las distintas labores textiles desde el hilado hasta el manejo de los telares de rejilla y vertical (vid. fig. 32). En efecto, el armazón que lleva en sus manos la figura de la derecha es, en esquema, el que acabamos de describir, aunque de tamaño algo mayor, con

lo que

pesas.

dríamos también situar al pequeño telar de un solo lizo que reproducimos en la figura 60.22

Ftc, 60.-Telar con un pequeño lizo. Según



Blutv¡e.

se aproxi-

maría más bien a los actuales telares orientales de este tipo. Sin embargo, qtizá podríamos conjeturar que el telar de rejilla fuera disminuyendo con el paso del tiempo, a medida que el vertical de pesas se perfeccionara, quedando reducido su empleo a una determinada función, como sería la realización de los bordes laterales y de comienzo. Pudo darse al caso de que el telar vertical de pesas, con sus mayores posibilidades, lo fuera desplazando poco a poco hasta quedar reducido a un papel de simple instrumento complementario. En el mismo caso po-

Observando ambos telares en esquema, nos parece muy lógico estimar que debió de producirse un

1e Vid. J. P. Wrro, TM, p. 74, y láu¡¡. IX a, en donde flgura una fotografía de esta última. Los tamaños oscilan entre los 8 cm. de alto y 6 de ancho; el grosor de las varillas es de medio cenfmetro aproximadamente. 20 Vid. A. Lrnor-Gounuen, HM, p. 302.

bildenden Kunst in Europa von den Anfiingen bis um 500 vor Christis, Wien, 1925, p. 559, fig. 3; W. L,r Beuun, ETA, p. 126; G. M. Cnowroor, TBM, p. 443; R. J. Fonrrs,

2r Vid.

M.

cambio evolutivo que, naturalmente, no podemos probar de manera segura: desde un sistema de rejilla rígida, es sencillo discurrir que una de las dos series de hilos, pares o impares, puede atarse por medio de cordoncillos individuales a un simple palo, del que estirar. Este sistema es mucho más susceptible de ampliación longitudinal y ofrece incluso la ventaja de su menor peso con respecto a la rejilla sólida. De aquí al telar horizontal egipcio, que luego

SAT IV, p. 226. 22 Vid.

W. Le

Beunrs, ETA,

p.

89.

HoenNes-O. MBxcnr¡, Urgeschichte der

9l

FIc. 61. Telar horizontal de tipo egipcio.

veremos,

no hay más que una definitiva

amplia-

ción.23

Sin embargo, esto sólo constituye una hipótesis que nos desvía de nuestro camino, puesto que no tenemos dato alguno sobre la existencia en la Península del telar horizontal egipcio, el cual, presumiblemente, no fue empleado en el mundo grecorromano, o por lo menos no disponemos de noticias de él ni gráficas ni literarias; 2a en cambio, sabemos que en Palestina su uso fue frecuente desde antiguo,2s seguramente a consecuencia de sus relaciones con Egipto. Pero es que, aun en el caso de que hubiera sido utilizado en Grecia o Roma, sus especiales características de construcción, que sólo requiere va-

En las épocas prehistórica y antigua hubo dos tipos de telares verticales: el que vamos a denominar telar de marco o telar de cuadro, y el telar vertical de pesas. Son calificados tradicionalmente como telares verticales en atención, naturalmente, al hecho de que en ellos la urdimbre pende nece'sariamente en este sentido; y so trata de los únicos telares verticales porque los pequeños telares de placas

y de rejilla, que

rillas y estacas de madera de distintas longitudes, no favorece el que hayan llegado hasta nosotros indicios claros de su existencia desde el punto de vista arqueológico. Por otra parte este telar horizontal, muy común en Egipto y repetidas veces representado, es un telar típico de gentes nómadas, ya que estando la labor a mitad hacer sólo precisa, para ser transportado, enroscar la urdimbre sobre el enjulio una vez sacadas del suelo las cuatro estacas que le sirven de base.

acabamos de examinar, pueden emplearse tanto en sentido vertical, cuando se realizan con ellos bordes de refuerzo, como en posición horizontal, cuando son empleado,s para la confección de cintas simples o de bordes de comienzo. La forma del telar de marco consiste simplemente, como su nombre indica, en un marco de madera logrado a pafir de dos pies derechos hincados en el suelo o ajustados á urros pequeños travesaños en los que apoyarse, completados por dos barras también de madera que cierran el conjunto por arriba y por abajo, aunque sin llegar al nivel del suelo. Si bien los resultados obtenidos en estos dos tipos de telares verticales son exactos para algunos determinados entramados (1 x 1, 2 x 1., sobre todo, como veremos más adelante), y por otra parte hay tejidos

esquema en fig. 61 y fotos en R. J. Fonnes, 197 y 200¡' la representación más antigua del mismo está grabada sobre una fuente o bandeja del período

badariense, que reproduce G. M. Cnowroor, TBM, 24 Vid. E. Vocr, GG, pp. 100-103. 25 Vid. R. I. FonsBs, §AT IV, p. 199.

23

SAT

92

Ver

IV, pp.

p.

432.

cuyo entfamado requiere uno de estos dos telares concretamente, las huellas que dejan uno y otro difieren en gran manera, pues sólo el vertical de pesas delata su presencia gracias a la conservación de

Ftc. 63.-Telar de marco. Miniatura del códice Virgílio Vat.

en la que podría interpretarse que el telar allí grabado era un telar de marco, como se halla incompleta en una parte fundamental para nosotros, nos hace vacilar sobre la naturaleza del artefacto en ella representado (ver lámina VII). La estudiaremos igualmente dentro del apartado dedicado al telar vertical

Fte. 62.-Telares de marco egipcios. Tumba de Beni Hassan. Tebas. Din. XYIII.

Tutnefer.

estos'elementos de lastrado bastante duraderos. Sin embargo el telar de marco, por ser un simple y perecedero armazón de madera, sólo podemos conocerlo a través de las representaciones que de él hicieron los hombres que lo emplearon, y éstas son

por añadidura muy

escasas.26

Parece ser que el telar de marco fue inventado en Siria y Palestina, pasando de allí a Egipto ya en época temprana, y que desde el comienzo de nuestra

era fue suplantando poco a poco al clásico telar grecoffomano (el de pesas) en todo el occidente europeo.2T Para la Península Ibérica no conservamos ningún documento categórico que pueda garantizarnos su empleo. Sin embargo, una estela funeraria procedente de Lara de los Infantes (Burgos)

26 Podemos citar, con seguridad, las siguientes:

a)

los

dos ejemplares que forman parte de la decoración de la rumba de Tutnefer, en Tebas, de la XVIII Dinastía; vid. C. M. Cnowroor, TBM, p. 439, fre. 277, que reproducjmos en nuestra frg. 62. b) Pintura mural del hipogeo de los Aurelii, cerca de R.oma, de la primera mitad del s. u

d. C.,

representada

en G. Bpxnrx¡rlr, An

underground

y en L. M. Wllsox, CAR, lám. 10, fig. 11, así como en Tomb, Art and Archaeology

XI,

1921, pp. 169-172,

J. P. Wrro, TM, lám. XI b. c) Relieve del Foro de Nerva, representado en H. BrülrxER, TT, I, flgs. 65 y 66, y en J. P. WILD, TM, fig. 59, en donde ha esquematizado el instrumento que aparece en el relieve, y lám. XI a. d) Relreve en una lápida del 279 d. C. publicada por I. B. pB Rosst, /nscrrptiones Urbís Romae, I, Roma, 1857,21.

de pesas, pero sin embargo adelantemos aq¡rí nuestra creencia de que muy bien podría tratarse del telar de marco. Su sencillez de fabricación, la unión a

paño del madero de arriba con los dos pies derechos, sin sobresalir en absoluto, como ocurre en el mecanismo del otro telar, lo cual impediría el enrollado del lienzo ya tejido, y el hecho de que en la parte inferior, no conservada, muy bien podría haber estado representado el otro madero alrededor del cual pasaría la urdimbre aún no tejida, en lugar de las habituales pesas, son rasgos que sugieren esa posibilidad.

Aunque no conservamos restos materiales del telar de marco, salvo esas representaciones a que aludíamos antes, más esta otra dudosa referente a la Península, sí han aparecido en Europa algunos restos de tejidos hechos con este instrumento sin lugar a dudas. Es interesante sobre todo el caso de un faldellín tubular encontrado en Dinamarca, sin costura de unión alguna, imposible de realizar en e) Miniatura del telar de Circe que figura en el

Codex

Vaticanus de Virgilio del siglo v (Cod. Yat. Lat. 3225, Pict. 39); vid. S. Blnrorr, Antiquíssimi Virgiliani Codicis Bibliothecae Vaticanae picturae, Roma, 1776, tab. 48; A. M¿l, Virgilíi picturae antiquae ex codicibus Vatlcanis, Roma, 1835, tab. LII; H. Br,ijuNen, TT, I, fig. 67; I. os Wtt, Die Miniaturen des Vergilius Vaticanus, Amsterdam, 1959, pp. 151 ss., 205 ss., y Taf. 22, 2; l. P. Wrcu, TM, fig. 60, así como nuestra frg, 63. 27 Vid. R. J. Forees, SAT IV, p. 2O2, y J. Cuemror R. Fossrrn, Le village et la maison au Moyen-Age, Paris, 1980, p. 127 y frg.39, en donde se ofrece una escena descriptiva de un pequeño taller textil característico de la época que procede del Salterio de Utrecht, fechado en el siglo rx, y en Ia que en primer término aparece un telar de marco.

93

otro telar que no tuviera las características del que estamos viendo. M. Hald lo estudió con detalle,2s y dedujo el sistema empleado para su confección, que consistiría en rodear ambos maderos, el superior

arqueológicos, es el llamado telar vertical de pesas. Este telar forma, junto con el anterior de marco, el grupo de lo que hay que suponer fueron los telares más usados en Europa, dado que permiten reabzar con ellos telas de anchura apropiada para la confección de vestidos como los que la estatuaria y las fuentes nos muestran. 30 En realidad, se puede confeccionar un telar vertical de pesas sin necesidad de elementos demasiado

y el inferior, con la urdimbre, y tejer ésta po,r ambas caras. Para evitar el lógico desplazamiento involuntario, es decir, para fijar Ia urdimbre, se introduciría un sencillo elemento de sujeción, constituido por una simple varilla desde la que saldrían los hilos y a la cual volverían tras dar toda la vuelta al telar, para complejos. Ya vimos la representación del telar hacer luego el camino inverso, y así sucesivamente.4 hallstáttico de la urna de Odenburg (ver fig. 32), y lo que más se parece a tal representación esquematizada es la elemental reconstrucción de un hipotético telar de época prehistórica realizado y conservado en el Deutsches Museum de Munich. A una rama horizontal de un árbol se han anudado toda una serie de hilos que forman Ia urdimbre. De ellos penden una serie de pesas de barro; la trama se introduce manualmente entre la urdimbre. La diferencia fundamental estriba en que mientras la reconstrucción de Munich no lleva lizos, la representación de Odenburg sí los señala. Las necesidades de una fácil separación de la urdimbre y rapidez del trabajo hace pensar, en efecto, en una pronta evolución hacia algo Frc. 64.--Colocación de la urdimbre en el telar de marco. más complejo. Según M. }It*o. Aunque no vamos a examinar aquí con todo deUna vez colocada la urdimbre de esta manera es talle el telar vertical de pesas que, por otra parte, sencillo comenzar a tejer, siempre que se hayan ya ha sido objeto de anteriores y profundos estudios, colocado el lizo o los lizos necesarios. Con todo, sin embargo es preciso que hagamos una sucinta este rígido telar es aún mucho más útil para el tra- descripción de su manejo y posibilidades para mejor bajo de tapicería. El tamaño de los telares de marco comprensión del conjunto de tejidos procedentes de representados en las pinturas egipcias de las tumbas la Península que a continuación describiremos, y de Beni Hassan (ver fig. 62) haco pensar más bien que sin duda fueron hechos por uno u otro de estos en la confección de tapices que de simples lienzos instrumentos. de tela. Hemos apuntado además la posibilidad del En esencia, el telar vertical de pesas consiste en uso de lizos en este telar para la obtención de unos dos pies derechos de madera, bastante gruesos y redeterminados entramados: en efecto, el uso del lizo sistentes, que se hincan en el suelo (en los fondos no es exclusivo de ningún telar en particular; todos, de cabañas y casas, de tierra apisonada generalde una forrna o de otra, poseen un mecanismo más mente),31 o bien que se zujetan a una barra fijada al o menos similar que permite la elevación de manera suelo; al mismo tiempo, la parte superior se apoya simultánea de una o más series de hilos. contra una pared para lograr la inclinación necesaria para su buen funcionamiento posterior (C en las Pero, como decíamos antes, el más característico figuras 65 y 66, que representan este telar de frente telar del mundo grecorromano, o al menos el que y de perfil). Un grueso madero, del que desconocemás aparece en las fuentes escritas y en los vasos mos el nombre griego y al que los romanos llamaban pintados, y cuya existencia corroboran los hallazgos iugum, une ambos pies, normalmente en la forma 28 H. C. Bno¡rour,r-M. Her.o, CBAD; p. 103; M. Her.», Olddanske Tekstiler, Nordiske Fortidsminder V, Copen-

DS

hagen, 1950.

pp. 203-2ll; J. P. Wrr-o, TM, pp. 6l-72, pero es el trabajo de M. HorrueNN, W-WL, el que nos ofrece un tratamiento más completo del tema.

2e Vid. M. H¡.¿o, loc. cit., pp. 167 ss., y nuestra ñg. 64. 3o Sobre el telar vertical de pesas puede verse J. MeneuARDT, Das Privatleben der Rómer, II, Leipzig, 1882,

pp. 502-510; H. Brüuxen, TT,

94

I, pp.

135-l7O;

V. Cneror,

V, pp. 164-175, s. v. Textrinum; H. C. Bnonor¡u M. Hero, CBAD, pp. 112-ll9; R. J. Fonsrs, SAT IV, 31

Vid. I.

frg. 34

a.

C¡¡e,psror -

R. Fossrer, op. cit., p. 126, y

desconocemos para épocas antiguas, aunque con verosimilitud serían semejantes a los empleados hoy por las tejedoras escandinavas. sa Pero además cumple otra función clara, y en este caso sí representada gráficamente en muchos de los vasos griegos que con escenas de telares conservamos. Nos referimos al hecho de que sirva como eje en el que se effosca el tejido ya confeccionado. De entre los vasos griegos y¿ssg aludidos, los del período más antiguo -les que sean v y rv a. C.- puede dentro de su esquematismo, los más claros en este aspecto. El skyphos del Ashmolean Museum de

beocios de los siglos

Oxford que presentamos en la figura 40 muestra claramente cómo la tela ya tejida y enroscada en el enjulio le da al mismo un grosor muy superior al que presenta en su extremo izquierdo, que sobresale del pie correspondiente. Lo mismo puede decirse de otros dos skyphoi de la misma época, con la misma escena repetida de Circe ofreciendo la poción mágica a Ulises (ver figuras 67 y 68). En ambos casos los telares representados muestran un enjulio repleto de tejido ya confeccionado y enrollado, y una urdimbre que está lista, después de esa operacióú de enroscado de la parte de lienzo ya terminada, para reemprender

la Fto. 65.-Telar vertical de pesas. C - Pies derechos. D : Eniulio. Q : Lizo. F = Soportes del lizo.

E:

Separador de

la

urdimbre.

más lógica pensable, que es sin duda la de apoyarse en las horquillas que los maderos verticales llevarían en su extremo superior. Tal ocurre al menos en los actuales supervivientes de este tipo de telar, cuya semejanza con las representaciones antiguas es indiscutible: los manejados por los lapones, s2 por los habitantes de las islas Fároe hasta hace muy poco, o los ejemplares que estuvieron en uso en Islandia hasta tiempos recientes, s3 a los que, según toda la bibliografía especializada sobre el tema antes citada, hay que suponer casi iguales a los antiguos en su funcionamiento. Este travesaño superior o iugum (D en las flguras 65 y 66) es el destinado a sostener la urdimbre a él fljada por diversos posibles mecanismosr eue 32 Vid. M. Horr¡ueN¡, W-WL, pp. 297-319, con abundantes fotografías; H. C. Bnonoru - M. Her,», CBAD,

tarea.

Decíamos que del iugum pende la urdimbre o 35 llamada stamen por los romanos, 36 la cual está separada (ver flgs. 65 y 66) en hilos pares e impares (A y B en la visión de perfil de la fig. 66) por una pequeña barrita de madera (E en dichas dos cadena,

figuras).

Los pies derechos están agujereados bastantes veces en toda su longitud con el fin de poder mover a voluntad del tejedor los soportes de los lizos (F en las figuras), que consisten en dos maderos cortos, terminados también en forma de horquilla, en Ios que se instala la barra del lizo (G en ambas figuras) cuando ésta es levantada. Efectivamente, el lizo sigue ese movimiento en cada pasada o vuelta de la trama. Cuando se le deja apoyado.en el ángulo que forman los pies derechos y los soportes de los lizos, los hilos pares (A en la figura 66) caen verticalmente, mientras que en la pasada siguiente se Ievanta el lizo (G) hasta las ho,rquillas o soportes de los lizos (F), y como a esta barra van atados por

33 Vid. H. Br,iJrumn, TT, I, p. 155; H. C. Bno¡¡or.¡u M. Her», CBAD, pp. ll2-ll5; M. Horru.¡xx, W-WL,

la fig. 57, que corresponde a una fotografía de un telar obtenida en 1953. 35 Así llamada hoy por ser colocada en el telar después de preparada a partir de una madeja que luego se trenza en forma de cadena; de igual forma se sigue haciendo en

y 68, así

aquellos sitios en donde aún se conserva la artesanía textil. 36 Vid. Séneca, Ep. 90, 2O: quemadmodum tela suspensis ponderibus rectum stamen extendat.

pp. 115 s.

pp. 24 ss., recoge toda una serie de ejemplares, hoy conservados en distintos museos. 34 Víd.

M. Horruex¡, W-WL, figs. 33,

59, 67

como

9s

lt

I

66.-Telar vertical de pesas mosttando los

AyB-Seriesde

;\ ¡\

dos pasos de la trama. H : Tirante del pesas (de hilos pares e imPares).

)(

lt t

lizo para elevar los hilos pores

r; ,"1,[

Ftc. 67.-§ftyphos beocio. Circe y Ulises ante el telar. Siglo V tardío.

96

¡

ll ¡ illll ! ! :11'- .L ?:: (, u

I Frc. 68.-^§lirphos beocío. Circe y Ulíses ante el telar.

pequeños cordoncillos (H) todos y cada uno de los hilos pares (A), éstos le siguen en su movimiento, lográndose así un cruzamiento, y por consiguiente la

abertura de un nuevo paso para

la

la

inserción de

trama.

Como puede comprobarse en la figura 66, A y B representan a las dos series de pesas de telar destinadas a mantener tensos los diferentes hilos pares e impares de la urdimbre. sT Pese a que el esquematismo de algunos vasos griegos pudiera hacer pensar que cada hilo de la urdimbre se ataba a una pesa,38

tanto el modelo de los telares nórdicos que antes veíamos como el considerable peso de los diferentes especímenes de pondera conservados en todo el mundo mediterráneo, así como el claro ejemplo de algún otro vaso griego (lekythos del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, que ofrecemos en la fig. 70), hacen concluir sin lugar a discrepancias que los hilos de la urdimbre eran atados por grupos, y no aisladamente, a cada una de las pesas destinadas a mantener su tirantez. Los grupos se formaban, naturalmente, dentro de cada serie de

que probablemente

la unión de los hilos a la

pesa

correspondiente no se hiciera de una manera directa mr¡gtrss casos los orificios que las atraviesan -g¡ no son lo suflcientemente anchos-, sino por medio de un anillo de cuerda que sujetaría el pondus, qu;e' dando libre todo el semicírculo superior para atar allí la urdimbre. Hay que tener además en cuenta que si la tela a realtzar era mucho más larga que el propio telar (circunstancia que parece habitual, a

juzgar por los ejemplos figurados en la cerámica griega con sus abultados enjulios), los hilos de la urdimbre atados a los pondera se recogían en forma de gruesos ovillos sobre la misma pesa, y se iban soltando a medida que el trabajo crecía y el lienzo hecho se enrollaba en la barra superior.

La variación de tipos dentro del conjunto de las pesas de telar o pondera que en el Mediterráneo se conservan es inmensa. Van desde las simples piedras más o menos redondeadas con una perforación, pasando por piedras mayores y aplanadas con una o

hilos pares e impares. Dado que cada pesa debía sujetar un número determinado de hilos, el cual sin duda variaba según la resistencia y grosor de los mismos, es lógico pensar

dos perforaciones, hasta las más corrientes de barro cocido y cuyas formas se multiplican casi inflnitamente, puesto que, como es lógico, no hay un molde exacto para cada una de ellas. Sin embargo, no debemos olvidar el hecho de que, como ocurría hasta hace muy poco en los telares del norte de Europa

37 Pesas llamadas en griego d1vüOeq o ).eiat, y en latín pondero. 38 Tal es la idea que se obtiene al contemplar la mini-

mizada urdimbre de los telares representados en los vasos beocios de Circe, que antes mencionamos, o en el famoso skyphos de Chiusi que ofrecemos en la fig. 69.

97

rlz

/I..

Frc. 69.-Penélope ante el felar. Skyphos ótico hallado en Chiusi, hacia 440 a. C. Museo de Chiusi.

Frc. 70.-Escena de gineceo. Lekytos del Museo Metropolitano de Nueva york.

98

;rr señalábamos, en lugar de pesas de fabricación ;\:risa pudieron emplearse con el mismo fin unos :.:mentos mucho más sencillos e igual de eficaces, ::ro que indudablemente resultan hoy imposibles de j:srlnsuir para los arqueólogos: simples cantos roda:-.s envueltos en un pequeño fragmento de tejido, que anudado convenientemente era atado al grupo :: hilos que forman la urdimbre. Este sistema permi:::ia además una fácil compensación del peso por ::;dio de la simple adición de elementos más pe:,:eños, va que todos los pondera deben tener aproxi:.iadamente el mismo número de gramos. Este sis::ma implica hoy para nosotros, naturalmente, una :"1ta absoluta de testimonios en muchos yacimientos. Respecto al peso en gramos de los pondera conque a menudo nos encontramos con -l hecho de que en una misma habitación de un yaci:iento aparecen piezas de diferente peso. ¿Se trata ce material empleado para distintos tipos de tela, ;ada uno de los cuales requiere mayor o menor ten:ion de los hilos (pondera más pesados la lana, el .:no más ligeros), y que aparecen luego entremezclaj:s? ¿.Podrían tal vez utilizarse conjuntamente, pero sujetando un número de hilos proporcional a sus res-

'."1:ne señalar

siones se nos da información exacta y precisa del sitio y la forma en que fueron hallados estos objetos, pues la mayoría de las veces simplemente quedan enumerados. Si ello no fuera así, constituiría una tarea mucho más fácil de lo que resulta en la actualidad obtener conclusiones sobre el tamaño y distribución por viviendas de posibles telares, sobre si éstos tenían o no lizos, detalle que se puede determinar

bastante bien, como demuestran algunos estudios realizados al respecto, uo y si se apoyaban o no en la pared; también podría deducirse la anchura de la tela con ellos lograda y, lo que es asimismo importante, su repartición numérica dentro del grupo social en cuestión, es decir, si la labor de tejer ocupaba a todas las familias o existía una especialización que cubriese las necesidades del total de los habitantes

de un poblado determinado. a1 No obstante, en algunas ocasiones, aunque sean pocas, sí que se han recogido datos de interés sobre

:3cti\'9s pesos? Dentro de los ejemplares fácilmente identificables

:or

su forma, los encontrados en Ia Península Ibérica

:in

muy numerosos, como ocurre en el resto del griego y romano; por esta razón, no vamos . intentar aquí citarlos todos, ni hacer una tabla, ;-:e resultaría siempre incompleta, como les ha ocu-rCo a la mayoría de las publicaciones que lo han -::entado. 3e En todo caso, esto sería tarea a realizar :cr separado, pero que inserto en un tema como el : j;stro excedería los límites aconsejables; y, por :::a parte, creemos que tal incorporación, por muy :::a1 que fuera, no vendría a ilustrar nada nuevo res-rto a la industria textil de la Península en la Anti-

c-\

G

:undo

. :.Cad.

':.:.

El estudio de las

pesas de telar sí sería, en cam-

de sran interés para la obtención de una visión .::r..histórica del mundo del trabajo, pero para ello :--::iamos que contar con publicaciones minuciosas :: ::taLles básicos para nosotros, y que se suelen :rlrr por a1to. En efecto, sólo en contadísimas oca-

,. \'id. J. P. Wrlo, TM, pp. 136 s., en tabla M. : \'id. \1. Hor.rMlx¡r, W-WL, pp. 3ll-314, y la ima::: :.-e de ella ofrecemos en nuestra figura 71 procedente :. -: i.cimiento tardío (Grimstone End, Suffolk, del s. vIr : .J. . ¡ro en donde se aprecia perfectamente la posición :: ... -sas en ¡elación al telar desaparecido, t: .{sí. en el caso del estudio realizado sobre el yaci-.:::: i:érico del Puntal dels Llops (El Colmenar, Olocau,

C¿

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Frc. 7t.-Pesas de telar colocadas en dos hileras paralelas.

Grimstone End, SuÍfolk, Inglaterra.

Valencia), aunque no se recojan detalles precisos acerca de cantidades y forrra de aparición, se indica al menos que "fusayolas y pondera son objetos que se encuentran en casi todas las viviendas, lo que hace pensar en un trabajo textil para el consumo propio 5r no en un oficio": vid. H. BoNer et alii, El poblado ibérico del Puntal dels Llops (El Colme' nar, Olocau-Yalencia), SIP, Serie de Trabajos Varios 71,

Valencia, 1981,

p.

153.

99

estos temas en publicaciones españolas. En

el

caso

del yacimiento de Cortes de Navarra, perteneciente en sus primeros estratos al período hallstáttico, y que abarca cronológicamente desde el 850 al 350 a. C., en que fue destruido de una manera deflnitiva, y en relación al tema de la distribución por viviendas de los pesos de telar, hay que señalar que aparecieron en algunas viviendas amontonamientos de estos elementos. a2 Se trataba de cantos rodados de formas más o menos alargadas y de un peso aproximado, agujereados en uno de los extremos y que, como indica J. Maluquer, aparecen siempre almacenados en esta forma en el vestíbulo de la casa. Aunque en la publicación del yacimiento no se hace demasiada alusión a Ia frecuencia de aparición de estos amontonamientos de pesas, se deja entrever que no es algo usual en todas las casas: "el vestíbulo, que sirve de almacén, contiene a veces el telar", es la única indicación que se hace. Tales acumulaciones de pesas se encontraron siempre pegadas a la pared de la habitación, lo que constituye un indicio claro de que se trata de un telar vertical que, según la descripción

del mismo que hemos hecho, busca el apoyo del muro con el fin de lograr la inclinación deseada. La entrada de luz en estas pequeñas y alargadas casas de tres compartimentos se producía a través de la puerta; por tanto es lógico que s€ instalase el

q g

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Frc. l2.-Pesas de telar en dos hileras; del yacimiento celtibérico de Cabeza Moya (Enguídanos, Cuenca) 42

yid. J. Meluqunx, El

yacimiento hallstáttico de

Cortes de Navarua, Pamplona, 1954, p. 184. 43 Hay que destacar el hecho de que al tratarse de casas

muy alargadas, en las que la puerta es la única abertura de ventilación, la humedad ambiente seúa relativemente

elevada, condición muy rÍtil para la realización de textiles. Precisamente en el poblado también hallstáttico de Goldberg §órdlingen) se excavarotr seis habitáculos de tipo troglodítico identificados como talleres textiles por la presencia de abundantes pesas de telar y de una lanzadera, los cuales, por su suelo apisonado por el uso y por la alta humedad ambiental recuerdan, según E. Vocr, GG, p. 112, a los actuales sótanos de los tejedores. La misma circunstancia es también común a los talleres medievales desde los siglos

100

telar en la parte más iluminada de la casa, y allí quedaron in situ, al producirse, por sorpresa seguramente, un incendio que acabó con la vida del poblado primitivo (P. II b), que vuelve a resurgir todavía. en el siglo vr a. C. en lo que se ha llamado P. I a y P. I b. Así pues, los máximos amontonamientos de pesas se dan en el nivel anterior a la destrucción del poblado por el fuego, y los de las viviendas. aB

se hallaron en los vestíbu-

9ts

aff

Frc. al3.-Pesas de telar del yacimiento ibérico de Bastida de les Alcuses de Mogente (Yalencia)

In

Disponemos igualmente de una serie de pesas de barro de forma trapezoidal aparecidas en una habitación del yacimiento celtibérico de Cabeza Moya (Enguídanos, Cuenca), las cuales, por su colocación en línea recta, apuntan hacia la presencia de un telar vertical que estaba tal vez en uso en el mbmento de la destrucción del poblado (vid. frg. 72).+t L Ballester y L. Pericot nos hablan de la cantidad de pesas de telar que aparecieron en cada una de las casas del poblado ibérico de La Bastida de Mogente, y lo hacen de una manera bastante sistemática. a5 En primer lugar nos indican algo acerca de su forma (troncopiramidales de base rectangular) y de sus tamaños medios (máximos y mínimos), ao ofreciendo asimismo una relación del número de ellos por habitación (vid. fig. 73). En el caso de las

v y u,

como es el caso de los de la villa anglosajona de West Stow, que en sus húmedos fondos de cabaña disponían del lugar idóneo para las tareas del hilado y del tejido: cf. J. Cnepnror-R. Fossrcn, op. cit., pp. 119 y 127, La humedad evifaría las rupturas del hilo. ,ta Debemos la comunicación del hallazgo a D.a J. Navarro, responsable de la excavación de Cabeza Moya. a5 La Bastida de "Les Alcuses" (Mogente), APL I, 1928,

p.

179. a6 Máximos 15 cm. de longitud (7,5 X 7,5 de base mayor, 6 X 5,5 de menor), siendo las mínimas de 8 cm. de longitud (4,5 X 5 en la base mayor, 3,5 X 3 en la base menor).

\iviendas núms. 48 y 91 denuncian la presencia dc )0 pondera en cada una de ellas, constituyendo un montón informe, por lo que suponen con mucha ióaica que no estaban en uso en el momento de la dest¡ucción del poblado. Sólo en dos habitaciones má-s (las correspondientes a los números 26 y 35)

si conservaron un número elevado de pesas de telar 11 ejemplares en cada una). Sin embargo, en el ::sto de las viviendas se dan estos instrumentos en

y

número muy reducido. a7 Los mismos autores hacen alusión a un dato in:3resante, del que luego hablaremos más en detalle, ir-¡rma esporádica

cue consiste en la aparición en ese mismo yacimiento ¿: unas largas láminas de hierro de la misma longi:ud. ,v que para sus descubridores pudieron formar :arte de uno de los telares de veinte pesas a que ¿,udíamos antes en las viviendas 48 y 91. Sin embargo ello nos parece poco probable, dado que el :;lar vertical de pesas era confeccionado en su totalrdad con madera. Es cierto que Lucrecio, a8 en el r:slo I a. C., nos dice que "los telares siguen al :r3rro, porque los telares se hacen con hierro, y no ::r. otra manera de fabricar instrumentos tan delica¿¡s como los lizos, los husos, las lanzaderas y los !-lnoros enjulios", pero seguramente se alude a un :ue\.o tipo de telar horizontal que comenzó a utili¿lrse en su época y del que luego hablaremos.

Del yacimiento de La Alcudia de Elche también :.remos noticias referentes a la existencia de varios 1:iontonamientos de pesas de telar, con un elevado - -iiliro de piezas en cada uno de ellos. ae Por ejem:-:. se nos habla de 32 pesas encontradas en una ::sma casa, de barro sin cocer, es decir, secadas al =:1. r' algunas de ellas con marca. En otra habitación :::3ce que fueron encontradas 46 de estas piezas, ::--lcopiramidales, aunque desgraciadamente no se - -'s dan muchos detalles más. Frases como "se re:::rlaron abundantes pondera de forma prismáti:. '. :': llenan desgraciadamente en forma superflua

::;slras

revistas científicas.

r- Si observamos los modernos telares verticales del \::--e de Europa que citábamos antes podemos comprobar :-: ¡l núme¡o de pesas empleadas no suele ser muy su+:.r: a unas 20 ó 22, dado que cada una de ellas es i:-:-.i¿ por un buen número de hilos de una de las dos !e.---.

Sin embargo, de un tiempo,a esta parte han comenzado a aparecer diversos estudios dedicados exclusivamente a este tipo de material. 51 El enfoque que se les ha dado a tales trabajos ha sido sobre todo tipológico, y no de intento de reconstrucción de las características del arte textil de la época en to'dos sus aspectos. Ni tan siquiera cuando estos autores son los que realizan la excavación de un poblado con ejemplares de pesas de telas tan interesantes como los del oppidum posthallstáttico de Castillo de Miranda, 52 nos proporcionan datos referentes a la distribución po,r casas, lugar exacto de los hallazgos dentro de la vivienda, cantidades de' pesas en los diferentes amontonamientos, etc... Pese a ello, tales publicaciones constituyen un primer paso nada desdeñable, entre otras cosas porque, en la mayoría de los casos, se trataba de rcalizar un estudio

y fuera de su contexto arqueológico, lo que impide ya de antemano hacer algo más de lo que se lleva a cabo. de colecciones mezcladas

De todas formas, estas visiones tipológicas hacen perder muchas veces la idea del fin último a que estas piezas eran dedicadas, y al mismo tiempo larzarr a los que se dedican a estos temas a conclusiones del todo peregrinas, como es la de que algunas piezas que pesan varios kilos, por el simple hecho de tener la forma de una pesa de telar hubieran de ser empleadas como tales;53 desde luego el grupo de hilos de Ia urdimbre que fuera atado a ellas se distorsionaría y acabaría por ceder; o que un tipo especial, el 63 de la tabla de Fatás, con una ranura que no atraviesa la pieza, tenga que ser fo,rzosamente por sus características tipológicas un pondus de telar que se sujetaría "mediante un gancho, anzuelo o similar".64 Lo mismo sucede con un ejemplar de tres agujeros que tampoco atraviesan la pieza, aunque según su comentarista "tipológicamente no puede dudarse de que sea una pesa de telar".55 Pero es que además tipológicamente hay pesas de plomo que son idénticas a las de arcilla o piedra, y no por ello de telar procedentes de Bilbilis, Caesaraugusta 31-32, 1968, pp. 257 ss.; idem, Pondera de Bilbilis en las colecciones Samitier y Orensanz, Caesaraugusta 35-36, l97l-1972, pesas

pp. 157-163. 52 G. F¡rÁs, Excavaciones en "Castíllo de Mirandd' (luslibol, Zaragoza), N. Arq. Hisp., Tom. Prehist. I, 1972,

.. De rer. nat., V, 1351-1353. pp. 240 ss. r. \'id. A. Relros FolquÉs, Elche (Alicante). La Alcu53 G. FerÁs, La coleccíón..., Caesaraugusta29-30,.1967, :": Ccmpaña 1942, N. Arq. Hisp. ll, 1953-1954, p. 117. p. 203. 1. -{. F¡R¡r;ilr¡rz or AvrÉs, Excavaciones en el Cerro 54 Vid. G. FerÁs, La colección..., Caesaraugusta 29-30, -,-- ,i;r:.ri. N. Arq. Hisp. VI, 1962, p. 155. 1967, p. 205. :r \iC, G. FrrÁs, Za coleccíón de pesas de telar del 55 M. A. 'Menrín BuEno, Acerca de las pesas..., i.! ^:: -, .l rqueológico de Zaragoza, Caesaraugusta 29-30, Caesaraugusta 3l-32, 1968, p. 257. -::- ;p. 203-208; M. A. MlnrÍx Buexo, Acerca de las 101

\

viviendas núms. 48 y 91 denuncian la presencia de )0 pondera en cada una de ellas, constituyendo un

montón informe, por lo que suponen con mucha 1óeica que no estaban en uso en el momento de la destrucción del poblado. Sólo en dos habitaciones más (las correspondientes a los números 26 y 35) s. conservaron un número elevado de pesas de telar t12 ejemplares en cada una). Sin embargo, en el resto de las viviendas se dan estos instrumentos en forma esporádica y número muy reducido. a7 Los mismos autores hacen alusión a un dato int3resante, del que luego hablaremos más en detalle, que consiste en la aparición en ese mismo yacimiento de unas largas láminas de hierro de la misma longi:ud. y que para sus descubridores pudieron formar parte de uno de los telares de veinte pesas a que aludíamos antes en las viviendas 48 y 91. Sin embarso ello nos parece poco probable, dado que el ::1ar vertical de pesas era confeccionado en su tota:ldad con madera. Es cierto que Lucrecio, a8 en el :lelo I a. C., nos dice que "los telares siguen al :rerro, porque los telares se hacen con hierro, y no :ar otra manera de fabricar instrumentos tan delicaJ.os como los lizos, los husos, las lanzaderas y los lrnoros enjulios", pero seguramente se alude a un :;:r'o tipo de telar horizontal que comenzó a utili¡3rse en su época y del que luego hablaremos. Del yacimiento de La Alcudia de Elche también :il3mos noticias referentes a la existencia de varios pesas de telar, con un elevado "::onlonamientos de :-lero de piezas en cada uno de ellos. ae Por ejem:-.-. se nos habla de 32 pesas encontradas en una -:sma casa, de barro sin cocer, es decir, secadas al ':-. r algunas de ellas con marca. En otra habitación :-i.e que fueron encontradas 46 de estas piezas, :::r;opiramidales, aunque desgraciadamente no se -:s dan muchos detalles más. Frases como "se re:--:''aÍon abundantes pondera de forma prismáti :,'. :': llenan desgraciadamente en forma superflua :- -;s::as revistas científicas.

t[ § observamos los modernos telares verticales del tIrE de Europa que citábamos antes podemos comprobar ¡- cl nrímer,o de pesas empleadas no suele ser muy snr a unas 20 ó 22, dado que cada una de ollas es lxlr rm buen número de hilos de una de las dos -Érda Eb. rÜ De ¡er- aat., V, 1351-1353. - YiL ¿{- R trros ForeuÉs, Elche (Alicante). La Alcu1942, N. Arq. Hisp. ll, 1953-1954, p. ll7. -, |IC,-tpíta rL Fn¡Á¡oez os AvrrÉs, Excavaciones en el Cerro b f,r,lrc, N- Arq. IIisp. VI, 1962, p. 155. b Arqueológico de Zaragoza, Caesaraugusta 29-30, ñI, ¡4. ?A3-2A8; M. A. Menríx Bunro, Acerca de las

Sin embargo, de un tiempo,a esta parte han comenzado a aparecer diversos estudios dedicados exclusivamente a este tipo de material. 51 El enfoque

que se les ha dado a tales trabajos ha sido sobre todo tipológico, y no de intento de reconstrucción de las características del arte textil de la época en todos sus aspectos. Ni tan siquiera cuando estos autores son los que realizan la excavación de un poblado con ejemplares de pesas de telas tan interesantes como los del oppidum posthallstáttico de Castillo de Miranda, s2 nos proporcionan datos referentes a la distribución por casas, lugar exacto de los hallazgos dentro de la vivienda, cantidades de pesas en los diferentes amontonamientos, etc... Pese a ello, tales publicaciones constituyen un primer paso nada desdeñable, entre otras cosas porque, en la mayoría de los casos, se trataba de realizar un estudio de colecciones mezcladas y fuera de su contexto arqueológico, lo que impide ya de antemano hacer algo más de lo que se lleva a cabo. De todas formas, estas visiones tipológicas hacen perder muchas veces la idea del fin último a que estas piezas eran dedicadas, y al mismo tiempo larzan a los que se dedican a estos temas a conclusiones del todo peregrinas, como es la de que algunas piezas que pesan varios kilos, por el simple hecho de tener la forma de una pesa de telar hubieran de ser empleadas como tales;53 desde luego el grupo de hilos de Ia urdimbre que fuera atado a ellas se distorsionaria y acabaría por ceder; o que un tipo especial, el 63 de la tabla de Fatás, con una ranura que no atraviesa la pieza, tenga que ser fo,rzosamente por sus características tipológicas un pondus de telar que se sujetaría "mediante un gancho, anzuelo o similar".64 Lo mismo sucede con un ejemplar de tres agujeros que tampoco atraviesan la pieza, aunque según su comentarista "tipológicamente no puede dudarse de que sea una pesa de telar".55 Pero es que además tipológicamente hay pesas de plomo,que son idénticas a las de arcilla o piedra, y no por ello de telar procedentes de Bilbilis, Caesaraugusta 31-32, 1968, pp. 257 ss.; idem, Pondera de Bilbilis en las colecciones Samitier y Orensanz, Caesaraugusta 35-36, l97l-1972, pesas

pp.

157-163.

G. F¡rÁs, Excavaciones en "Castíllo de Mirandd' (luslibol, Zaragoza), N. Arq. Hisp., Tom. Prehist. I, 1972, 62

pp. 240

p.

ss.

53 G. FlrÁs, La colección..., Caesaraugusta29-30,.1967, 2O3.

54

1967,

Vid. G. FerÁs, La colección...,

p.

205.

Caesaraugusta 29-30,

55 M. A. 'MexrÍx BuExo, Acerca Caesaraugusta 3l-32, 1968, p. 257.

de las

pesas...,

101

,\

podemos considerarlas a todas necesariamente de uso en los telares. 56 'Iampoco creemos que se puedan asegurar tajantemente lugares de procedencia y relaciones comerciales a través de marcas más o menos dudosas sobre piezas únicas, 57 ni sacar conclusiones sobre la mayor o menor "modernidad" de las piezas a partir del

Desde luego en el caso de la existencia en un yacimiento de un número muy elevado de idéntico tipo de marca cabría pensar en una realización industrial y estamos, en este caso, plenamente de acuerdo con quien así lo afirma.61 La industrialización de estos productos estaría, por otra parte, corroborada por el hallazgo arqueológico de hornos

hecho de que aparezcan marcadas con letras en lugar de con simples signos.58 Sin embargo, el mundo de las marcas de las pesas de telar admitiría un estudio serio sobre yacimientos bien excavados. Hasta que eso no se haga, creemos que su existencia puede estar

unida a tres posibles razones: hechas por el fabricante, en cuyo caso se -Son podría conjeturar, en un muestreo amplio, sobre la

expansión de una determinada producción, siguiendo una vía paralela a la empleada para el estudio de algunas cerámicas. De ahí el tamaño, forma y peso semejantes que se reseñan algunas veces. Pero ¿nos señalan la identidad de un horno determinado o sim-

plemente la impronta del operario que cobra por número de piezas confeccionadas? mandadas hacer por el propietario como -Son indicio simplemente de esa misma propiedad. Ejemplos como el que poseemos de una pieza del Castro de Solarana (Lerma, Burgos) 5e en el que aparece claramente el nomen IULIAE, en genitivo, para indicar un sentido neto de propiedad, haben muy probable esta segunda posibilidad, por la que nosotros en particular nos inclinamos. Muy interesantes también, entre otros muchos ejemplos posibles, son las pesas procedentes del lfossal de Manises de Alicante (siglos rII-I a. C.) que reproducimos en la lámina VIII, 2. En el ejemplar de la derecha se puede leer más claramente el nombre de r,uc¿Nr, con la r final suscrita a causa de la falta de espacio. También puede redundar en esta idea el hecho de que sobre muchas de las pesas que conservamos figure la impronta clara de sellos personales.oo

y marcas son hechas por la propia usuaque las secará al sol o las llevará al horno del ria, -Pesas alfarero. Si sabe escribir pondrá tal vez unas letras; si no sabe, signos simples que identifiquen sus piezas (vid. lám. VIII, 2). 56 Algunas

de ellas, sin embargo, cuyo peso se aproxi-

habituales pondera de cerámica o piedran pudieron haber recibido tal uso, pero nada hay seguro al respecto; cf. C. Dourteur., El Cerro del Plomo, Mina "El Centenillo" (Jaén),N. Arq. Hisp. XVI, 1971, p. 338, lám. 15. 57 Vid. supra, rota 55.

mara

al de los

58 M. A. Caesaraugusta

102

MmrÍx

3l-32,

Bur,xo, Acerca

1968,

p.

259.

de las

pesas...,

Ftc. l4.-Sistema de coccíón de pesas de telar redondas. El Argar (Almería). Según H. y L. Sner. 5e

Vid. S. GoxzÁr,pz SN-ts, Lerma (Bureos),

Solarana,

N. Arq. Hisp. II, 1953-1954, p. 78. 60 Vid, los tres casos de anillos-sellos im¡xesos en pesas de telar que ofrece M. Mm.rÍx Bunxo, Pondera de Bilbi-

p. 165. Mmr:íx Buexo, Acerca de las 3l-32, 1968, p. 257.

/r's..., Caesaraugusta 35-36, l97l-1972,

61 M. A. Caesaraugusta

pesas...,

que nos han llegado con las piezas conservadas in si¿a. Dos de los más curiosos sistemas fueron descritos ya por Ios hermanos Siret, quienes los hallaron

en el yacimiento de El Argar (Almería): 62 en una ocasión se trata de piezas colocadas alrededor de un tronco de árbol calcinado (vid. fig. 74). En la otra, Ias pesas aparecen apiladas alrededor de una vasija cerámica con restos de cremación en su interior (vid. fig. 75). Podemos añadir el ejemplo del horno encontrado en L¿ Albufereta de Alicante, lleno en el Fltc. 11.-Entamado liso,

se consigue una mayor flexibilidad

2x

2.

y moümiento

en

los hilos. Por ejemplo, si para el tejido liso, ya sea el 1 X 1, ya el 2 x 2 (ver esquemas en frgs. 76 y 77), hace falta solamente una de estas barras elevadoras, puesto que tan sólo debe alternarse el paso de la trama por dos caminos (ver esquema en figura 78); en el caso de todos los demás tipos de entramado el proceso se va complicando poco a poco.64 Alir realizándose telas cruzadas o asargadas (2 x '1,

Fto, 75.-Sistema de cocción de

(Almería). Según H.

pesas

de telar. El Argar

y L. Smrr.

fr l2 '1

2 1

2 1

momento de su destrucción de pesas de forma tronco_ piramidal.6s

2

Pero siguiendo con la descripción del telar ver_ tical de pesas, nos queda advertir que a medida que los entramados en él realizados van siendo más complicados, se requiere la adición de nuevos lizos; así

Ftc. 76.-Entamado liso,

I X 1. Tatetón a la plana.

62 H. y L. Srnrt, Les premiéres áges du métal dans le sud-est de lBspagne, Anvers, 1887, lám. XVII de texto. 63 Vid. F. FrcuBnes Pecnrco, La necrópolis ibero-

Ftc. 78.-Telar vertical de pesas con un solo lizo. púnica de la Albulereta de Alicante, Estudios Ibéricos 4, Valencia, 1956, p. 64. 6a Ver más adelante el capítulo dedicado al tejido.

103

1

2

3 1

2

3

Ftc.79.-Entramado cruzado o en sarga, 2

x

1.

2 X 2 cnlzado, rombos, etc., ver esquemas en figuras 79 y 80) se necesita variar el ritmo de levantado de los hilos, y de ahí que sea preciso el uso de más de uno de estos elementos. Para mayor claridad, ver

abcdefghijklmnñopqrs Ftc. B|.-Telar vertical de

F¡o. 80.-Enlramado cruzado o en sarga,

2x

2.

los esquemas adjuntos en figs. 81 y 82, en los que puede relacionarse el tipo de tejido realizado y el orden de manejo de los lizos. Una vez instalada la urdimbre en el telar, y bien atada al enjulio o iugum, se disponen los hilos por delante o por detrás de la barra situada en la parte baja del instrumento (E en la figura 66), la cual lleva a cabo la labor de un primer elemento de separación, que en muchos casos puede desempeñar la función de un lizo. Después de instalados el resto de los Iizos necesarios, siguiendo un mismo orden de elevación de los mismos y jugando con la primera separación por parte de la barra inferior que veíamos, se logra una serie que se repite luego ya indefinidamente hasta terminar la tela a realizar. Como puede verse por los esquemas, cada serie la hemos metido en un corchete, y hemos numerado asimismo los lizos y la barra para indicar el orden de empleo de los mismos por parte del operario. 65

104

Ep., 90, 20.

pesas con tres lizos.

Entre las descripciones clásicas que hacen referencia a este telar vertical de pesas destacan la de Séneca, 66 basada según su propia declaración en una noticia de Posido,nio, y la de Ovidio.66 El primero dice que "Posidonio describe cómo se reúnen cieúos hilos en flojá e inconsistente madeja, cómo después la urdimbre con ayuda de los pesos suspendidos se estira para lograr que cuelgue recta, cómo la trama introducida para reducir la tensión de la urdimbre que le aprieta de parte a parte se une y se incorpora a ella por la presión de una lámin¿ (spatha)..." Ovidio, a su vez, relata: "enseguida Palas y Aracne, cada una por su lado, colocan dos urdimbres con los hilos desliados; el telar se junta con ayuda de un travesaño (iugum);

la barrita (harundo) separa

los

hilos de la urdimbre; entremedio, siguiendo a la aguda lanzadera, se inserta la trama, que colocan los dedos y que, conducida a través de la urdimbre, es apretada por Ios dientes del peine cada vez que se

Ie golpea". Junto a ellas podemos citar unas cuantas breves descripciones más, que vendrían a redondear un poco nuestra visión del telar vertical de pesas de la 66 Met.

VI,

53-58.

época.67 Por ejemplo, con respecto al problema que antes apuntábamos, largamente debatido, de si los telares de este tipo llevaban varios lizos o no, 68 disponemos de una serie de textos muy claros que completan la idea que las más esquemáticas pinturas de vasos nos transmiten. u' ¿Se refieren sin embargo

algunos de estos autores antiguos al problemático telar horizontal elevado, en lugar de al vertical? Esto es algo muy difícil de determinar, y que por

ahora sólo podemos apuntar. Luego hablaremos con más detalle de ese otro tipo de telar perteneciente

a un momento más tardio, y que a través de su perduración en los primeros siglos de nuestra era pudo ser el antepasado directo de nuestros telares medievales.

Ftc. 83.-Telar de marco, con peine y Según

1

espátula. Argel.

H. L. Rors.

2

3

4

Como complemento del telar vertical de pesas, aunque también fueron aplicables al telar de marco y a los diferentes tipos horizontales, hay que señalar dos instrumentos de pequeño tamaño, destinados a apretar los hilos de la trama una vez que éstos han sido ya insertados entre los de la urdimbre. Estamos refiriéndonos al peine y a la pala de madera o espátala (spatha) con que los tejedores apretaban los hilos de la trama. El primero, xteíg 7o o,pecten,Tr se creía ya en la Antigüedad de invención egipcia.Tz Espátulas de telar conservamos algunas de interés como por ejemplo las que reproducimos en la fig. 84, para época protohistórica y clásica. La diferencia máxima entre ellos estaría, sin duda, en el hecho de que el peine llevaría dientes y ta espátula no. Por otra parte, dado que esta última consistiría simplemente en una especie de paleta plana y alargada con

1

2

3

4

que apilar

. abcdefghiiklmnñopqr Frc. &2.-Telar vertical de pesas con tres lizos separación de

la

y

barra de

urdirnbre.

07 Hom., I1. XXIII, 760 ss.; Pollux, Onom. VII, 36; Isid., Orig. l(lx, 29. 68 Hoy definitivamente zatjado en sentido afirmativo; ver M. Honnrrexx, W-WL, p. 311, para quien tras una

revisión profunda del problema se puede llegar a asegurar que los lizos fueron ya utilizados en la Troya del III Milenio a. C., y como es lógico siguieron en uso posteriormente.

Vid. Plinio, NH VIII, 196: plurimis vero liciis texere, quae polymita appellant, Alexandría instituit; Apul., Flor. I, 60

la trama hacia arriba, hay que suponer

que poseía un tamaño mayor; el peine, aplicado de una manera más cuidadosa a las diferentes zonas de la tela, bien pudo ser de tamaño bastante reducido. Se conservan algunos ejemplares de peines, sobre todo egipcios, aunque conocemos junto a los primi-

9, 33: Hippias.... habebat indutui ad

corpus tunicam....,

Vid. Pollux, Onom. VII, 35; X,

125:' Nonno, Dion.

triplici licio....; Isid., Orig. XlX,29:. licia sunt quibus sfamí' na ligantur, ?o

xxtv, ?1

253.

Vid. Varrón, LL

Met. VI, 58. 72 Como

V,

113; fuv., Sat.

XI, 29; Ovid.,

lo expresa claramente Marcial, denominarlo pecten Niliacus.

XIV, 150, al

105

éa4 gE f---=:.\:-

Fto, 86.-Peines de tejedor actuales procedentes de diferentes culturas (india, apache, Wrsa

H. L. Rorn.

esquimal). Según

tivos telares actuales la supervivencia de instrumentos semejantes en la función y de no muy lejana forma. En la Península Ibérica tenemos el ejemplo del peine y la espátula representadas en la estela burgalesa que anteriormente citamos de Lara de los Infantes (ver lámina VII¡. zs Si comparamos esta representación, de la que hemos extraído un dibujo en fig. 87, con otr«Ni peines antiguos y primitivos actuaIes podremos comprobar que la semejanza es incuestionable, incluido el mango de sujeción más o

Fre. 84.-Diferentes

a) b) c) d) e)

y

muestras de espátulas de telar. Robenhausen. Kt. Zürich. Schaffis. Kt. Berna. Greifensee-Storen. Kt. Zürich. Según E. yocr. Salamina de Chipre. Perachora. Según Z. Gexsrx¡nc.

menos largo del peine, gracias

al cual el operario

Frc. 97.-Peine de teiedor. Extraído de una estela de Lara

de

Frc. &S.-Peines de teiedor (en hueso) procedentes Glastonbury (poblado lacustre), Mortlake Según

y

de

Kent.

H. L. Ronr.

?3 En la obra de H. L. Rorn, SPL, pp. 50, 128, 130141, se estudia en detalle junto a los telares de casi todo el mundo el peine de tejedor. Casi sacados de la estela de Burgos son los que se representan ante el telar argelino dibujado a comienzos de siglo, y que ofrecemos en fig. 83; en la fig. 85 englobamos ejemplares en hueso del poblado

lacustre de Glastonbury, del yacimiento de Mortlake

106

y de

los Inlantes (Burgos).

podía presionar sobre la trama con mayor fuerza. Los instrumentos de la estela burgalesa constituyen una clara muestra de lo que debió ser en época romana, incluso anterior, este tipo de complementos del telar. En efecto, la joven tejedora de veinte años allí representada lleva en su mano izquierda un peine de pequeña anchura, con sus púas en extremo esquemáticas y unido a un palo que le sirve sin duda de mango de sujeción. En la mano derecha sostiene una larga varilla o espátula con la que apfetar la trama. caverna de Kent, y en la fig. 86 un ejemplar de la India (Lahore), otro apache, uno persa, y otro esquimal. Vid. también I. P. W¡ro. TM, pp. 72. y 156, fig. 16, en donde se analizan otros dos eiemplares, y M. Hornuexx, W-WL, pp. 65 ss., quien también examina estos utensilios entre los

la

tejedores noruegos.

Ejemplares claros de peines de telar de gran tamaño no conocemos ninguno, ya que los peines de madera o de marfil que conservamos son bastante pequeños y son relacionables con otros tipos de telares ya vistos, como el de placas por ejemplo. Pero sabemos que su empleo en época romana fue algo muy corriente, ya que, por ejemplo, tales instrumentos aparecen citados específlcamente en el Edicto de Diocleciano, Ta aclarándose que son más baratos en madera de boj (12 denarios) que en cualquier otro material (hueso o marfil, con bastante probabilidad;

14 denarios) En cuanto a las representaciones gráficas del telar vertical de pesas en la Península, no,disponemos más que de los dos mencionados ejemplos de la estela de Lara de los fnfantes (ver lámina VII) y del fragmento de cerámica ibérica de La Serreta de Alcoy

(ver fig. 37). Ya decíamos al hablar del telar vertical de marco que el ejemplar representado en la estela burgalesa podía interpretarse como perteneciente a ambos tipos de telar, al de marco y al de pesas. Hay detalles que inclinan a pensar que se trata del primero, sobre todo el hecho de que el íugum esté materialmente clavado a los maderos verticales, sin fiosibilidad aparente de rotación sobre sí mismo. La ausencia de lizos tampoco nos ayuda mucho, ya que ambos telares los necesitan (al menos uno y una barra de separación), y todos los ejemplos en monumentos antiguos a que aludíamos antes representan-' do al telar de marco los llevan. El único caso en que no aparecen señalados es en el ejemplar representado en el Foro de Nerva, pero es porque en esta ocasión aún no se ha instalado la urdimbre en el marco en el momento en que la escena es captada por el artista. Lo que sí puede ser un elemento indicativo es el hecho de que el trozo de tela ya confeccionado se encuentra arriba, sujeto al enjulio, y no en la barra transversal de abajo. Parece ser cierto, si atendemos al testimonio de las representaciones y a las descripciones de los textos, ru qoe en el telar de marco, de origen egipcio, la trabajadora acfia sentada y la tela avanza de abajo a arriba, en lugar del procedimiento inverso, como ocurre en el caso del telar vertical de pesas. ?6 Esta circunstancia es la que, en deflnitiva, ?+ Edict. Diocl. XIII, 3-4: Pectinem tertoríum buxeutn... * duodecim / Pcclinem fexforium promisquae ma-

) quattuordecim. 75 Vid. Ia descripción de Artemidoro, Onir. III, 36. ?6 Vid. la citada pintura mural del hipogeo de los Aurelii y demás ejemplos dados supra en n. 26. teríoe...

podría hacer pensar que el ejemplar representado en la estela de Lara de los Infantes fuera un tipo de

telar vertical de pesas, muy esquematizado por las dificultades que entrañaba labrar minuciosamente un iugum independiente y giratorio, apoyado sobre horquillas, por lo que se adoptó la solución de escuadrar ia parte alta del telar, pero manteniendo la imagen del pedazo de tela ya confeccionado y de la urdimbre en las posiciones típicas del vertical de pesas. En cuanto a la otra representación de que disponemos, la del pequeño fragmento de vaso procedente del yacimiento ibérico de La Serreta de Alcoy, hallado en superficie, nos ofrece a una mujer tocada con traje largo, manteniendo una rueca y un huso en la mano izquierda y con la derecha tocando, al parecer, el borde del enjulio de un telar vertical de pesas (ver fig. 37).77 Del utensilio sólo se ve, en realidad, una esquina, p€ro creemos que es bastante claro ya que, por un lado, una serie de rayitas horizontales y verticales pretenden posiblemente representar el tejido ya confeccionado; y, por otro lado, Ios palitos verticales del borde superior podríamos interpretarlos como los hilos que mantienen sujetos entre sí el tejido y el enjulio o iugum, sin duda rodeado por aquéllos. Lo que no se ha representado 1an claramente es el propio enjulio por debajo de estas ataduras. Podría estimarse también en este caso que se nos plantea la misma dificultad de determinar si estamos

frente a un telar vertical de pesas o si se trata de un telar vertical de marco. Sin embargo esta dificultad es sólo aparente. Si aceptamos que lo representado en el vaso es un telar, el hecho de que exista esa disociación entre los pies derechos y el propio iugum debe ser suficiente motivo para creer que no se trata de un simple marco, sino de un mecanismo más complicado en el que el madero: superior tiene movilidad propia. Parece que el destino no quiere permitir la llegada a nosotros de ejemplares completos y claros, como es el caso para el mundo,griego y romano de los magníficos vasos y relieves que veíamos antes.

Ya hemos apuntado que después del cambio de era, en un momento nada seguro, se produjo la aparición de un nuevo tipo de telar más complejo ?7 Vid. C. Vrsroo, (Jnos fragmentos cerdmicos de la "Serrefa" de Alcoy, en Comunicaciones del SIP al Primer Congreso Arqueológico del Levante (noviembre 1946), SIp, Serie de Trabajos Varios, n.o 10, Valencia, 1947, pp. 57-59.

107

y con muchas

más posibilidades: el telar horizontal elevado. Para unos este nuevo artefacto sería una evolución del horizontal egipcio, y para otros se trataría de una invención independiente. La realidad es que no disponemos de datos claros para asegurar su existencia, pero la complicación de muchos de los tejidos helenísticos, y sobre todo de los coptos,?8 han obligado a los especialistas a pensar seriamente en esta posibilidad. 7e La extensión de tales -tejidos se da, como es lógico, por la zona oriental del Imperio Romano, allí donde la seda constituía una materia prima de relativamente fácil adquisición y en donde el gusto por las decoraciones abigarradas permanece, lo que no impide que en ciudades europeas, como es el caso de Tréveris, se hayan encontrado muestras verdaderamente complejas en su realaaciÓn.

Los autores tardíos no lo citan explícitamente,

ejemplo, el texto de Lucrecio que antes citábamos, en el que se hace alusión a sus delicadas piezas.

82

Antes de terminar este apartado dedicado a los telares vamos a hacer mención de un tipo distinto de ellos, sobre todo en el sentido de que se emplea también en la realización de superflcies con materiales más duros, y que por tanto difiere sustancialmente de los hasta aquí vistos. Se trata del instrumento necesario para la ejecución de la llamada cestería de saltos, de la que hablaremos en el capítulo VIII. Se conserva un fragmento de teiido de esta especie procedente de la sepultura 200 de El Cigarralejo;83 tanto la técnica como el telar em-

pleado paru realuarla fueron muy bien estudiados por Schlabow, sa de quien es la flgura 88 que ofrecemos, así como por Broholm y Hald.85

ni tampoco poseemos restos que prueben claramente su existencia; la primera representación de este tipo de telar pertenece a un momento tan avanzado como es el siglo XIII,8o lo cual no quiere decir, por otra parte, que este complicado mecanismo, con sus lizos movidos por pedales múltiples, surgiera de la noche a la mañana. A él debió llegar el hombre tras bastantes modificaciones y avances, que separan a este telar de los más antiguos. Desde luego, teniendo el precedente del telar horizontal egipcio, y bien estudiado un sistema más complejo de elevación de hilos por medio de lizos, no resulta nada difícil el pensar en una combinación, que suponga una mayor rapidez en el trabajo, a base de elevar el cuerpo principal del telar con cuatro estacas más altas e instalar unos pedales que, por medio de poleas, elevaran los lizos mecánicamente. Incluso algún autor moderno ha pensado que en los dos últimos siglos antes de Cristo existió en Egipto un tipo de telar manejado ya por medio de pedales, aunque por desgracia los restos

arqueológicos en que se basa no son demasiado En definitiva, no poseemos datos concluyentes para asegurar esta ascendencia ni la existencia del telar de pedales en época temprana. Por otra claros.81

parte, algunas noticias aisladas que nos proporcionan los autores clásicos podrían inducir a pensar en la existencia de un cierto telar horizontal elevado con un grado mayor o menor de co'mplejidad, como, por

78 Vid. al respecto R. Prrsrrn, Tissus coptes du Musée du Louvre, Paris, 1932; idem, Textiles de Palmyre, Pais, 1934; idem, Nouveaux T*tiles de Palmyre, Paris, 1937;

idem, Textiles de Palmyre ?e

III,

Paris, 1940,

Vid. M. Hornulnry W-WL, pp. 334 ss., en donde por las que hay qué aceptar su

fundamenta las razones existencia. 60

108

Vid. R. J. Fonaes, SAT IV, p. 219, fig.

33.

FIc. 88.-7elar para la confección de Ia llamada cestería de saltos. Según

K,

Scnr,,lsow.

Desde el punto de vista de los resultados, el mecanismo utilizado para la confección de estas manufacturas sería el mismo que se utiliza hoy para la fabricación de redes metálicas. El principio de esta técnica es muy simple. Para mejor comprensión ofrecemos el esquema hecho por M. Hald,s€ y que lue-

go ha reproducido toda la bibliografía que ha tra81

Vid. A. P, Usr¡Bn, A History of Mechanical Inven-

tions, Harvard, 1954, p. 258; cf. R. J. Fonms, SAT fV,

p. 219. 82 De rer. nat., V, 1351-1353. 83 Vid. H. J. Huxor, VRC, pp. 198-200. 8a K. Scnr,esow, GGB, p. 52. 85 H. C. Bnor¡or¡vr-M. Her», CBAD, pp. 137-142. 86 H. C. Bnonor.u-M. Her.o, CBAD, p. 139 y fig. 177.

I UI

:v

II:

ffi W 678

FIo. 89.-Sis¡ema de obtención de la cestería de saltos. Según M H¡lo.

tado el tema. Como puede verse en nuestra figura 89, se trata de dos barras horizontales unidas entre sí por la misma urdimbre. La sujeción de este simple telar se hace, por una parte, mediante la unión de la barra superior a unas anillas que penden de cualquier sitio (del techo, de una barra fijada a algún soporte, etc...), y por otra a través de la colocación o de la fijación a la barra inferior de algunas pesas de mayor tamaño que las usadas en el telar vertical, con el fin de que mantengan la urdimbre siempre en tensión. Esta consiste, por su parte, en un hilo único que bordea por encima y por abajo ambas barras.

Conviene también aclarar que para

el caso de

piezas muy grandes pudo emplearse un instrumento semejante al telar que hemos denominado de marco, pero con la diferencia de que por necesidades técnicas la barra inferior tendría que ser móvil, a base del empleo de una serie de agujeros en los pies derechos en los que insertarla a medida que la tela fuera avanzando en su realización. Tal es la con67 Vid. H. C. Bnono¡,¡r-M. Her», CBAD, p. l4l. La técnica continúa hoy en uso como arte popular en Dinamarca, Suecia y Noruega.

clusión que obtiene M. Hald al poner en relación un eno,rme bastidor aparecido en el yacimiento de Oseberg, de 119 X 75 cm., con los fragmentos textiles conservados de época vikinga, y que fueron fabricados con esta técnica.87 La realidad es que disponemos de varios tejidos realizados con este tipo de instrumento? que remontan a plena época del Bronce, aparecidos en yacimientos daneses, noruegos, egipcios y de otros lugares, a los que viene a incorporarse el antes citado de El Cigarralejo. Existe, sin embargo, una diferencia: este último está realizado con una materia vegetal cuya identidad no es posible precisar (al parecer, una gramínea), 88 en contraposición al resto de los citados, todos ellos confeccionados a partir de un material mucho más fino, como es la lana. La técnica empleada en este tipo de telares requiere además la utilización de cuatro finas barritas móüles (I-IV de la flg. 89), que se van introduciendo entre los hilos de la urdimbre, previa la realización de cruces en ellos y con el fin de fijar preci88 Vid.

H. J. Huxnr, VRC, p.

198.

109

samente esos cruces. Cuando las barritas III y IV han sido ya colocadas, pueden quitarse con toda

libertad las número I y II, que se volverán a introducir a continuación, una vez realizados los cruces pertinentes entre los hilos de la urdimbre. Esta ope¡ación se repetirá sucesivamente, hasta que se termine el espacio que ofrece la longitud de dicha urdimbre. Naturalmente, si al final del trabajo no se fijara todo de una manera deñnitiva, éste se desharía con la misma facilidad con que se hizo. A tal efecto, se puede introducir un hilo que sustituya a las últimas barritas fijadoras, o bien tealizan, como se ve en la figura 90, una labor de punto de media o de ganchillo con la porción de urdimbre que queda en el momento final.

110

Ftc. 90.-Oclusión del tejído de saltos. Según M. Her,p.

Dentro de esta técnica, sobre la que insistiremos más en el capítulo destinado a la cestería, pueden darse una serie de variantes que proporcionen al entramado flnal una mayor transparencia, por la aparición de huecos, según se dejen sin fijar algunos hilos o no (ver fig. 89, 7).

CAPíTULO VI

EL TEJIDO A) Besss

DEL TEJIDo: URDIMBRE Y

TRAMA

r

tejido es el resultado de ir entrelazando, con ayuda de toda una serie de utensilios que acabamos de examinar en el capítulo anterior, dos teorías o series de hilos perpendiculares entre sí: la urdimbre y la trama. El fln primordial es la creación
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