Susurros desde lo indecible (Poemario)

September 10, 2017 | Autor: Nicolas Panotto | Categoría: Poesía
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Descripción

SUSURROS DESDE LO INDECIBLE POESÍA

Nicolás Panotto

H E B E L

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SUSURROS DESDE LO INDECIBLE POESÍA

Nicolás Panotto

HEBEL Ediciones Arte-Santa | Poesía 3

SUSURROS DESDE LO INDECIBLE | POESÍA © Nicolás Panotto, 2013 Primera Edición © HEBEL Ediciones Colección Arte-Sana|Poesía Santiago de Chile, 2013 www.benditapoesia.webs.com Imagen de portada: “Encuentros cercanos” (Grabado monotipo, detalle) © Luis Cruz Villalobos, 2002

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PRELUDIO Nicolás Panotto escribe. Como todo escritor escribe a otros y a otros describe. Se escribe y se describe también a sí mismo. Este es uno de los más propios roles de la poesía: cantar silenciosamente desde los rincones más íntimos lo que no se puede pronunciar de otro modo. La poesía así nos salva del silencio absoluto y doloroso, de la imposibilidad de decir-se a otro que quiera oír. Nicolás, tiene un potente hablar desde la razón y su reflexionar es robusto, como investigador de las ciencias sociales, sin embargo aquí lo podemos ver en su claridad mayor, su oscura claridad, pues la poesía nos revela ocultándonos o nos oculta revelándonos, así funciona su artilugio liberador, su orgánica saludable. Queden estas palabras como preludio para este encuentro cercano con un hombre, que sabe cantar bellamente en el rítmico y melodioso silencio de la poesía. Luis Cruz Villalobos Santiago de Chile, invierno del 2013.

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INTRODUCCIÓN A pesar de no reconocerme como poeta, la poesía ha sido mi fiel compañera durante estos últimos años, ofreciéndome su hombro, gritándome para despertarme, acariciándome en tiempos de angustia y aplaudiendo mis carcajadas en momentos de alegría. Ella, siempre paradójica: su dulzura devolvió el exquisito sabor a aquellos rincones olvidados de ser, como también escarbó con sus dedos punzantes las profundidades escondidas de mi alma. Es a esa paradoja que responde el nombre de esta pequeña obra. Son susurros desde lo indecible. Expresiones que intentan la imposible tarea de poner en palabras experiencias, sentimientos y lugares inesperados, como lejanos murmullos que procuran apaciguar la densidad del silencio que nos confronta ante aquellos instantes de la vida, que aparecen en una fugacidad indescriptible. Lo indecible son momentos, etapas, lugares oscuros, como también espacios plagados de colores que encandilan y aromas empalagosos. Simplemente no sabemos qué hacer frente a ellos. Nos toman por sorpresa. Y hete aquí su función: sacarnos de donde estamos, adentrarnos a la novedad. Se transforman en indecibles porque no podemos encontrar palabras –al menos desde las que conocíamos hasta ese momento inesperado- para dar cuenta de tales trances nunca sentidos. Buscamos, escarbamos, indagamos, pero no podemos más que sollozar leves suspiros. Perdemos el control, el lugar seguro, el cerco de la razón, la comodidad de lo explicado. Quedamos desnudos, susurrando. Experimentamos lo nuevo, que no puede

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ser clausurado por la oración ordenada sino que sólo se recibe dejándolo ser, sintiéndolo en la plenitud del cuerpo y describiéndolo en el desorden con que se presenta. Los poemas y narrativas en esta obra son una pequeña parte de estos esbozos que intentaron susurrar lo indecible de mi vida en distintas etapas. Responden a diversos momentos y experiencias de mi peregrinaje: situaciones de angustia, preguntas existenciales, encuentros inesperados, sensaciones nuevas e intentos de repensar la fe frente a estas circunstancias. Espero que a través de estos escritos, pueda conectarme con aquellas experiencias y travesías traídas por los/las lectores/as que se atrevieron a compartir conmigo tales avatares. Seguro de esta manera, podremos seguir descubriendo nuevas palabras para seguir susurrando frente a esa densidad vital que se nos presenta cada vez más misteriosa en la medida que seguimos transitando. Nicolás Panotto

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PROFUNDIDADES

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¿Por qué?

“¿Por qué?” Pregunta tan presente y tan vacía Pregunta sin sentido y desconcertante Pregunta desconsolante y paradójica Pregunta que busca caminos y los cierra Una pregunta que no quiero pero sin la cual no puedo vivir. Pregunta llena de sujetos y receptores Pregunta viciada de preguntas, Pregunta que me desgarra hasta lo más profundo, pero me anestesia al menos por unos segundos y congela ese devenir que se viene encima a pasos incontrolables. Pregunta que muestra el vació de la existencia, de lo que somos. Pregunta que muestra la impotencia frente a lo que nos invade. Pregunta que evidencia nuestra condición de incompletos. Pregunta que va más allá de nosotros, en una dimensión divina. ¿Por qué los porqués?

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El silencio que aturde

Qué difícil es encontrar silencio. Es como la aguja en el pajar del diario vivir. Obligaciones y demandas. Idas y venidas. El tumulto, las voces y los gritos resuenan de tal manera que la armonía se resquebraja, haciendo casi imposible encontrar ese freno para saborear la brisa de la quietud. Aunque a veces no se qué es peor. Cuando uno cree haber alcanzado ese silencio, se sorprende al descubrir que en realidad no existe. O al menos es imposible de llegar a él en su plenitud. Cuando uno puede acallar el estruendo del derredor, emergen esos ruidos, esos sonidos y voces que antes parecían un murmullo apacible y lejano, pero que ahora emergen con tal poder, con tal persuasión, que uno se siente aun más perdido y desesperado que antes. Son los sonidos de lo profundo. Vaya uno a saber dónde se encuentra. Es imposible de encontrar y delimitar con certeza objetiva. Podríamos decir que se deposita en “uno mismo”. Tal vez en el “corazón”, como metáfora que encierra infinidad de lugares, sensaciones y experiencias. Podríamos decir tantas cosas al punto de dibujar un mapa de la anatomía humana sin encontrar respuestas. Pero lo cierto es que está “ahí”. En esa misma sospecha, aunque vaga, se hace sentir. Nos hace sentir: porque somos nosotros, al fin y al cabo, los que estamos allí, donde sea, para oírlo. Es el silencio que aturde. Y lo hace mucho más que cualquier estruendo que pueda venir desde afuera. Es ese silencio que se hace escuchar. Es el silencio que

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acalla las voces y los murmullos que están demás, que no permiten encontrarnos sino más bien ayudan a perdernos. ¿Qué son esos ruidos indecibles? ¿Qué son esas voces? ¡Ay! Me suenan muy familiares. Pero solo eso, al menos por el momento: familiares. Parece como si fuera yo mismo. ¿Lo soy? ¡Pero no sueno igual! Es distinto, hasta podría casi decir que es otro. Pero no: soy yo. ¿O no? ¡Ay, cómo aturde! A veces clamo por piedad. “¡Me aturdís!”. Me aturdo. Diálogo cuasi esquizofrénico. Pero no, no lo es. Es extraño. No es, no parece ser, pero es. Son (soy) las voces del silencio. Así somos y así nos constituimos: en el mismísimo silencio, como aquel espacio de vacío que nos permite arrojarnos sin mucha certeza pero al menos esta (estoy) allí. Es un silencio constituyente. Es un silencio que clama y gime por ser escuchado. Es un silencio que aturde.

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Eco

“Esto que estás oyendo, ya no soy yo” Presencia de una ausencia Presencia de lo que era, de lo que ya no está Presencia inevitable, gritando en su abandono El ser que ya no soy, pero que aún está Lejanía que hace su presencia en el eco Eco invisible que se hace oír en la caricia y el rasguño “Eco, ocupando de a poco el espacio”. Soy como un eco, soy en el eco Eco que va y viene, del más allá al más acá Del más acá hacia ese allí, lejano y presente Soy y me muevo, soy en lo que se mueve. ¡Me muevo! Eco que me llama desde el más allá Más allá que está aquí, conmigo, en mi, de mi Eco de lo lejano pero siempre presente Eco de lo más amado, del tesoro más buscado. “Esto que estás oyendo, ya no soy yo” Eco de lo que era, balbuceando sus nombres Presencia que se dibuja en el contorno de lo que ya no está Ausencia que se presenta viva en el deseo de ser.

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“Just for now”

El tiempo no se ata El tiempo es torbellino que sacude Sus verdades nos aplastan El tiempo es cruel. “Just for now”, dice la canción El poder del ahora Este hoy, nadie me lo saca Hoy decido, hoy siento, hoy lloro, hoy grito. Hoy, sigo esperando ese instante eterno Un sabor meloso de minutos que nunca acaban Lo dulce de encuentros imaginados El regreso de aquello que aún sigo esperando. “Sólo por ahora”, venzamos al tiempo Venzamos con el sueño la crueldad de la realidad Cerremos los ojos humedecidos para que caiga lo que nubla El hoy es nuestro.

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Fondos

En este mundo repleto de superficialidades, cuesta llegar al fondo de las cosas. Caretas, moralinas, expectativas, despotismos, debilidades, deseos incumplidos. ¡Cómo cuesta alcanzar el fondo! Es fácil quedarse afuera. Parado allí en ese pedestal que hace de uno trofeo de exhibición. No se está solo, sino con el resto de los trofeos. Maqueta diseñada para dibujar un orden superfluo. Son como fichas de ajedrez en el tablero cuadriculado. Como borlas que decoran el arbolito. Como los engranajes del reloj que dan la hora exacta para no llegar tarde y así no violar la regla estipulada del correcto asistente. Llegar al fondo es adentrarse al misterio, a lo desconocido. Es el pasaje interminable de lo oscuro. Es movilizarse en la incertidumbre de una respuesta que no se responde antes de comenzar a caminar. La respuesta no llega, no adviene; se alcanza, se descubre. Cuando uno se adentra al fondo, no hay vuelta atrás. Sí, es posible volver. Pero cuando uno descubre el fondo, el regreso no es más que la negación frustrante a lo descubierto. Es negarse a uno mismo en tanto más de uno; negarse a las múltiples posibilidades de ser. ¿Por qué? Porque cuando llegamos al fondo, no nos quedamos sólo con lo que encontramos sino con ese nuevo uno atrevido, valiente, quien arriesgó los pasos, poco a poco, al sacrificio de la incertidumbre.

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Llegar al fondo es llegar al corazón, pero no “de las cosas”. El corazón es el epicentro de la trascendencia, del siempre más. De la posibilidad de ser en el encuentro con un otro, con una otra, un nuevo ser pulido por la caricia. Fondo es llegar al corazón, a lo profundo. En otras palabras, al amor. Por algo se dice que no hay nada más débil e inestable que el corazón. ¿Será, entonces, que debemos quedarnos quietos para no lastimarlo? Así lo asesinamos. Así no vamos al fondo. No es más que el suicidio por temer la vida. Fondos de universos paralelos inacabables, pero no inalcanzables. Fondos que atraviesan, perforan, que descubren otros fondos. Sensación de placer por lo inagotable, por la búsqueda constante del florecimiento de los sentidos, que van más allá de las voces más fuertes, de los golpes más aquietantes, de los escasos colores que pintan nuestra pálida realidad.

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Sueños detrás del muro

Era la historia de un soñador. Un hombre que se preguntaba por los horizontes que marcaban su camino. Soñaba con ese mundo detrás del muro. Se preguntaba por sus límites. ¿De dónde venían? ¿Quién los había levantado allí? Día tras día imaginaba ese universo paralelo. “¿Cómo sería si…?”, era la pregunta. Un sueño constante que se confundía con la realidad. ¿O ese sueño era la mismísima realidad? ¿Qué es lo real: lo que vivía en la angustia del tiempo o aquello que lo llevaba más allá, hacia la fantasía? Un sueño que despertaba tantos sentidos, que era difícil imaginar su irrealidad. El mundo entraba en confusión. Se abría esa compuerta que abrumaba en su misterio. ¿Qué habrá detrás? ¿Encontrará las respuestas que tanto anhelaba? Ahí se dio cuenta: todo muro tiene su puerta. Ella estuvo siempre allí. ¿Por qué no se dio cuenta antes? ¿Qué le impidió verla, tocarla, contemplarla, abrirla? No era como lo recordaba. Más aún: si de algo tenía memoria, era de ese gran muro, alto, oscuro, perturbador, amenazador. Pero la puerta estaba allí. Ahora se detiene a observarla: su belleza lo impacta y le llega a lo más profundo. Se inhibe. No entiende cómo tanta belleza pudo pasar desapercibida ante su vista. ¿Tanta ceguera? Sigue soñando. La puerta está allí. Poco a poco la contempla, encontrando esos pequeños trazos que lo

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llenan de sensaciones entre tantos detalles, formas, colores y dibujos perfectos. El sueño se inflaba de belleza y de misterio. Es hermoso, placentero, fascinante. Está detrás de ese portón. Solo debe abrirlo. Siente sobre su piel la brisa que pasa por las rendijas. Huele el suave aroma a frutas que viene desde afuera. Escucha los sonidos de la relajante melodía. Cierra los ojos y estira las manos. No quiere distraerse con la grandeza de ese muro que tanta fuerza y seguridad refleja. Se deja llevar por el sueño que emerge de lo que siente. Soñador que sigue soñando. Soñador que toma impulso tras la sorpresa de la primera impresión. Soñador que se atreve a jugar en la subversión de ese nuevo mundo detrás del muro.

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CUERPO

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Cuerpo

El cuerpo, paradoja del desconocimiento de lo más cercano Vivo portal al mundo, y rejas punzantes que impiden el paso Potencia pura del poder ser, y campo cercado a lo fortuito Piel que siente, y que por ello clama por huir. El cuerpo camina y tropieza El sendero se hace duro, pedregoso, sangrante Las heridas que dejan su tendal Se sienten tensas ante el movimiento inesperado. Depósito de ansiedades ajenas Marca de una historia que no contamos Grito angustiante de la misma imposibilidad Frustración encapsulada en la mirada del Otro. Pero el cuerpo es fuerza pura Puro deseo de sentir la frescura de lo nuevo Implacable olfato del aroma que penetra lo rancio Compromiso inmaculado por luchar contra los espacios vendidos sin pedir. El cuerpo es llanura y es abismo Es fisura de lo devenido Es posibilidad frente a lo negado Es afecto puro en su más bella expresión Es el texto escrito aún no contado Es la música en movimiento detrás de todas las obras.

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Clamor de piel

El poder de lo abstracto es peligroso. Potencia la fantasía y atraviesa los surcos de aquellas fronteras que acorralan nuestros senderos. Pero hay un alto costo. Un precio que duele. Las consecuencias, fatales. Es la muerte extendida y paulatina del cuerpo. Muerte que deviene segundo a segundo cuando la piel carece del alimento de la caricia. Cuando nuestro corazón se ahoga en las lágrimas estancadas del pequeño dique de la autosuficiencia. Es la sed que carcome el alma, cuando el mar de nuestras pasiones más íntimas, reales y profundas son evaporadas por el fuego del miedo. Clamor de piel. Ruego a ti, piel. Mi cuerpo exclama ser resucitado por el derrame de esa otra presencia que aterriza con su suave roce. Mis ojos están inquietos por ver la belleza inagotable de la cercanía del amor. Mis labios resquebrajados, sedientos de la dulce miel que emana de su puerta. Mi cuerpo tiembla tras la espera de esas caricias que provocan escalofríos liberadores.

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No quiero más palabras ni lucubraciones. Vocablos vacíos que se evaporan con el viento. Abstracciones que no hacen más que construir un mundo posible, pero inexistente. ¡Clamo a viva voz! Piel, vuelve a sentir.

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Sabiduría a flor de piel

Deseo ser sabio. Pero no en la sabiduría momentánea del conocimiento, sino en la eterna sabiduría del sentir. Esa sabiduría a flor de piel, que me hace sensible al mundo, sensible hacia mi mismo en el roce con el otro y la otra. Esta es la sabiduría que anhelo: la sensibilidad en el momento oportuno. Sensaciones. Sensaciones que dan cuenta que estoy vivo. He allí la sabiduría: en la plenitud del encuentro. Los encuentros pasan como el viento. Se hacen sentir en la ráfaga de su sorpresa. ¡Piel tosca! ¿Cómo no me advertiste? Y si, vos no tenés la culpa. Encuentros hay muchos, pero muchos también pasan, sin repetirse; sólo esa única vez, en ese momento. ¡Qué dolor! ¿Por qué no lo sentí? Aquí estoy. Allí estaban. Encuentros, sorpresas, pieles, roces. No he sido sabio. No he sido sensible. Anhelo esa sabiduría. ¿La verdadera sabiduría? Aquella que no me absorba

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en el vapor de la abstracción. Aquella que no me vuelva duro como la roca del fuerte que protege de lo que atemoriza. Aquella que potencie mis sentidos frente a la mínima expresión de la otredad. Aquella que me haga sensible en el momento oportuno.

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Caricias

Acercamientos que agrietan las distancias, roces que abren compuertas en el tiempo, sensaciones que circulan como el mito del eterno retorno. Así son tus caricias. Tu mano en mi pecho acelerando latidos, tus dedos sobre mis cabellos llevándome al sueño de tu ternura, tus abrazos resonando como estruendos de agua en cada parte de mi cuerpo. Así son tus caricias. Miras mi rostro en el camino de esta aventura: ojos que penetran hasta lo más profundo de mi universo inocente y provocan un torbellino que me lleva y me trae, pero a otro espacio. Así son tus caricias. Me ves. Te veo. Me veo. Nos vemos. Así son tus caricias.

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VIDA

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La vida es más compleja de lo que parece Es así: la vida es más compleja de lo que parece, como dice mí (ya a esta altura) amigo Jorge Drexler. Canción que escucho una y otra vez, movilizando mi mente, corazón y piel. Pensamos que la vida es un camino llano. Sabemos que tiene sus vueltas, pero muchas veces intentamos evadir esas piedras y curvas violentas que por más que las vemos, en la terquedad seguimos como si nada. La vida no es, inevitablemente, esa caja de seis partes y abierta donde uno mete la mano y acomoda las piezas en su interior para ordenarlas. La vida es lo suficientemente compleja para pasar por encima de cualquier obstáculo que se presente como recipiente y que quiera aprisionarla, como ese mar que sigue su corriente sin que nada la pare. Recipiente que nosotros intentamos poner a su paso. ¿Por temor? ¿Por inseguridad? Tememos a la corriente, a la sensación que produce no poder controlar esas olas que no queremos ver por estar parados sobre la orilla, posados sobre esa arena que nos da la sensación de estar "con los pies sobre la tierra", de espaldas a un mar que se embravece por nuestra ignorancia pero que en algún momento nos llega... La vida es compleja, hay que asumirlo. La complejidad es un camino. Asumo su sorpresa. La prefiero antes que la comodidad de la quietud y de lo que, según dicen, son supuestos lugares de salvaguarda.

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Los caminos de la vida Los caminos de la vida No son lo que yo esperaba No son lo que yo creía No son lo que imaginaba. Vicentico

La vida son muchas cosas, menos un camino único. Ella es un espacio que se transita, pero difícil decir que va de un punto definido hacia otro. Muchos de ellos cortos. Otros largos. Pero la mayoría se entrecruzan, creando un laberinto cuyas encrucijadas nos sorprenden, nos pierden, nos hacen ir y venir, comenzar, terminar y recomenzar. Hay caminos que preferiríamos dejar atrás. Pero no podemos. Son parte del sendero en que andamos. Éste es lo suficientemente largo para traernos sorpresas, paisajes, encuentros inesperados. Lo que viene atrás sigue. Allí está, a lo lejos (o más cerca de lo que pensamos), como un fantasma que no existe, pero está. Sus huellas quedan marcadas en la tierra. Pero la brisa del paso y la emoción de lo impensado retocan sus contornos haciéndolas sellos de recuerdos presentes que llenan la historia de ese (nuestro) laberinto. ¿Cuál es la salida del laberinto? ¿La llegaremos a conocer algún día? Tal vez eso no es lo más importante. Nadie entra con el único objetivo de salir. La emoción de la búsqueda, la sorpresa de lo inesperado, la adrenalina de la encrucijada, todo ello cuenta. Porque es allí donde se deposita lo más

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importante de esta búsqueda: en el transitar, en el continuar, en el devenir. Los caminos no solo se nos aparecen. Los creamos. Los combinamos. Decidimos quedarnos. Decidimos avanzar. Ambas cosas son necesarias, van juntas. Llorar en un rincón sin saber donde ir y emocionarnos por lo descubierto. Así seguimos. Así avanzamos. Tantas voces, tantos pasos, tantos movimientos. Así es el laberinto de la vida.

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Errar es bueno

Es común pensar que errar es malo. Errar es una equivocación. Pero, ¿qué es errar? Más aún: ¿por qué decimos que erramos? Errar implica la existencia previa de un “blanco”. Ahora, ¿de dónde salió ese blanco que condiciona nuestra “puntería”? Más aún, ¡¿quién lo puso delante de nosotros?! Sigo pensando: ¿errar significa transformarse en “errante”—? ¡Qué dañinas las subjetivaciones! Mi condición, mi esencia, a veces de por vida, se ve sujeta a “aquello” que hago o hice, a ese “error” que cometí. ¿Qué sería la vida sin errores? Imaginémoslo por un momento. ¿Sería posible? ¿Existe ese camino derecho, único, sin vueltas, sin fisuras? (¡Ay, qué escalofríos!) ¿Significa esto que “hacer bien” es no errar, o sea, ir hacia un blanco predeterminado, sin irme por la tangente, “caminar derechito”? Veo la imagen del camino en mis expresiones. Es que ella es una de las mejores metáforas para definir la vida. ¿Acaso esta metáfora no encuentra su valor en la posibilidad de moverse dentro de las multiformes posibilidades que se le presentan? ¿Acaso Dios mismo no nos abre hacia ellas para elegir libremente? (¡Libertad!: esencia del ser humano, sello de la divinidad en la existencia) Se dice que errar es malo por “salirse del camino”. ¿Pero acaso lo malo no sería esa visión de la vida que achica sus enormes potenciales a un sendero acotado, derecho, único? ¿No es eso desperdiciar vida?

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¿No son los errores oportunidades? ¿Acaso no nos mantiene en movimiento darnos cuenta que por donde vamos no es tal vez la mejor opción? Pero vuelvo a preguntar: ¿quién dijo que por donde voy es por donde debo ir? (¿Peco por preguntar?) Si descubro que transitar por donde camino implica hacer daño, para mí y para quienes me rodean, ¿quiere decir entonces que errar es una equivocación? Más aún, ¿me hace malo (¡pecador!) errar? Creo que errar no es tan malo como se piensa. Darme cuenta de mis errores implica abrirme a la sorpresa de la posibilidad, descubrir nuevas ventanas hacia otros jardines, espiar por las fisuras de ese sendero supuestamente suturado para ver horizontes seguramente mejores de los que reconozco a la distancia. Por ello me pregunto: ¿no será en realidad malo el caminar por esa avenida de grandes muros cubiertos de rosas espinosas que me dibujan desde una ilusión incumplida, el cual me anula como sujeto en la obligación de transitarlo? ¿Será muy desubicado, entonces, decir que errar es bueno? ¿Acaso el errar no me mantiene alerta de mis pasos, no refleja la contingencia de mi caminar, no me muestra la grieta inherente de mi persona y de cada camino que pueda emprender, sea cual fuere? Más que ser un riesgo, lo importante es que errar me arriesga. El errar muestra que mis caminos siempre pueden ser otros. Que no es necesario sumirme a la insatisfacción de un sendero mirando de lejos la multiplicidad de posibilidades a mi mano (¿Será eso posible?) Que

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nuestra existencia es un bricolage indecible que fustiga cualquier unidimensionalidad sofocante. En el errar construimos nuestra libertad.

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La fe de la vida

Pienso en la fragilidad de mi cuerpo. La siento, la vivo. Pregunto: ¿se acabará? Me dicen: ¡no! Sigo allí de pie. Sigo caminando. La fragilidad me lleva a dar pasos más firmes, afianzando así mi vida en cada uno de ellos. Lo frágil se transforma en una grieta que resquebraja el camino, lo sacude y me marea, para lanzarme a ese río subterráneo que casi me ahoga con su caudal pero que finalmente me lleva en su calidez. Me siento y miro por la ventana. La Gran Babilonia. Un infierno de cemento que parece tragarse la vida. Hay quienes lloran. Hay quienes ríen. Hay quienes buscan esperanza. La anciana que llora por una limosna tras enlistar su penuria, con los gritos de los niños que disfrutan la aventura como telón de fondo. La vida y la muerte en una eterna batalla de nunca acabar. Pregunto: ¿se acabará? Me gritan: ¡nunca! Observo y recuerdo la pregunta profética: “¿hallará fe en la tierra?”. ¿Dónde está? Se esconde en medio del tumulto, de los gritos, de los ojos vidriosos, de las sonrisas, de la música, de los aromas, de los mareos que nunca acaban. Ella se hace real en la misma pregunta. Ella es la pregunta. Una pregunta que escinde lo dado y me muestra la grieta del camino. Es un ver “más allá” que irrumpe como un relámpago que ensordece y encandila, que se hace sentir en su desaparición inmediata. La vida es fisura, grieta, fragilidad. Es como la arena que se escurre entre los dedos. Pero es en esa disrupción donde muestra su gracia, su placer, su

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andar. La fragilidad duele, tumba, marea. Pero es allí donde la vida reclama su presencia, una presencia que no se estanca en un allí sino que fluye hacia el devenir. Es la fe de la vida. Es la certeza de la sorpresa. Es la esperanza de que siempre se puede dar otro paso. Es la fuerza que atraviesa las rendijas de lo que nunca acaba.

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Aprender

… a amar … a vivir … a dar el cuerpo … a sentir … a desear … a ser feliz … a sorprenderme … a amar lo que siento … a vivir lo que amo … a dar el cuerpo por lo que deseo … a sentir la sorpresa … a desear la felicidad … a vivir el sentimiento … a sorprenderme dando el cuerpo.

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(Con)vivir Relaciones y vínculos Estrechos, profundos, contingentes, tensionados Principios de realidad y criterios de verdad Únicos e inevitables. En ellas se crean imaginarios se construyen mitos circulan rumores se transmiten fantasías (¿Reales? Siempre depende, y casi nunca de uno mismo) Los otros, los demás. Nosotros. Todas y todos. La vida misma. Es en las complejas marañas de los vínculos donde los universos se tejen Las percepciones de la realidad cobran vida propia. “¡Pero eso no es verdad!” Difícil afirmación cuando ella hace raíz en los afectos más insondables (de amor, de odio, de resistencia, de autocomplacencia) Relaciones que encarnan mundos paralelos aceptados o rechazados; cuestión de piel (con uno mismo y con el otro) ¿De dónde provienen las murallas de la protección? ¿De las Verdades esgrimidas como incuestionables o de las profundas aguas –calmas o embravecidas – de los afectos, las carencias, las necesidades,

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las inseguridades y las dudas? Esclavos somos de estas verdades (¿Quiénes serán nuestros victimarios?) (Con)vivir: A veces nuestro dolor Muchas veces nuestra alegría Pero siempre la vida misma.

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LUGARES, TIEMPOS, ENCUENTROS

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Horizontes

Horizontes, marcas del final y de la continuidad Eterna lejanía a tan solo unos pasos Línea ficticia que se desvanece al verla de cerca. Dibujo de la fantasía que interroga Proyección de los sueños más anhelados que desaparecen cual lágrima de dolor. Horizontes que marcan un camino tortuoso que manipulan nuestra estrecha mente en su supuesta inmensidad. Horizontes que no son más que una ilusión del propio límite que deseamos ver pero que no existe. Horizontes, malditos horizontes que en tu hechizo demoledor me mantienen en tránsito.

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El camino de los árboles

Cuando miro esta foto, la del camino de los árboles, pienso en vos. Representa mucho para mí. Allí transito casi todos los días para despejarme, tratando de encontrar paz, tranquilidad, mirando hacia el cielo y viendo mi vida como la bifurcación de esas ramas que llegan al infinito. Lo sentí en mi pecho. Esa densidad oscura que se ve en un primer plano, que desorienta y hasta atemoriza por la incomprensión de saber qué es, se va aclarando mientras el dibujo se desliza hacia arriba. Hace un camino casi interminable, infinito, que poco a poco toma senderos entrecruzados, confusos, zigzagueantes, pero cuyo final es la luz. Es el inagotable cielo. El camino hasta llegar a él es una conjunción de fisuras a través de las cuales entra la luz. La densidad del comienzo opaca la esperanza. Confunde. Desorienta. Pero poco a poco se ilumina, por sí mismo, tras su solo trayecto. Así te veo. La densidad del comienzo atemoriza. Pero en el fondo, como un regalo, está el cielo infinito de la vida. La vida que vos elegiste. Los caminos hasta alcanzarla pueden dar muchas vueltas. Pero ahí está (como antes también lo estaba, aunque tal vez escondida tras la densa niebla). Aquí mismo están los rayos que ahora te permiten sentir, como el calor que roza tu piel, para que encuentres tu deseo.

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Pasadizos de frontera Hacerse una imagen de los deseos más profundos pero sin aun alcanzarlos, es la dolorosa paradoja del proceso. Densa frontera entre el reconocimiento del lugar y la búsqueda del amor (hacia mí; hacia el otro). Avizoramos el sendero, que parece nunca llegar. Allí un gran espacio para maniobrar, muchas veces en la dirección incorrecta. Movimiento, al fin… Pienso en las fronteras. No hay lugares fijos, un "aquí" y un "allá". Convivimos en las demarcaciones, atravesadas -atravesados nosotros y nosotraspor una densidad de lugares, algunos mejores, otros no tanto. Nuevamente al principio: no sólo el paso de un lugar a otro sino el reconocimiento del eterno pasadizo. Los lugares no vienen solos, dados. Todo es elección. Descubrir a la luz de nuestro deseo. Pasos firmes en la inseguridad de la apuesta. Estar en movimiento: esa es la clave. Movimiento para crearnos. Creación que no se frena tras el miedo, ni en las historias de castillos de cristal.

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La realidad del eterno retorno

¿De qué hablar a esta altura? Ya muchas lunas pasaron Brillos de estrellas hicieron su fulgor La tierra muy firme como si nada. El mito no es tan mito Todo vuelve y allí queda, ¿pero se va? Corre en su silencio haciendo sentir una brisa ¿O será que todo corre rozándome sin que lo sepa? La insoportable locura del tiempo Librarse del pasado que no se va Vivir en el presente que nunca llega Soñar con un futuro que quedó atrás. El mito no es tan mito, ¿o será que no lo entiendo? Vivir lo que desconozco como real Sueños tan reales como una ilusión Las preguntas de siempre. Quédate en tu propia ilusión, amado mito Tu espectro me ilumina por doquier Líbrame de la fantasía Para que sea yo quien vuelva.

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Aves

Como cada mañana, abro la ventana para sentir la caricia de los primeros rayos de sol. El viento recio y violento, entra sin permiso, para luego apaciguar su bravura y hacer presencia en la envoltura de su misteriosa invisibilidad. Miro el horizonte, que dibuja sus fronteras difusas, cuyas combinaciones infinitas no dejan de sorprenderme cada día. Pero hoy algo fue distinto. El cielo plagado de aves, desafiando la profundidad de las alturas y la estrechez de los recovecos. Jugaban con las sombras del concreto donde posaban sin pedir permiso, para luego abandonarlo infielmente, sin reparos ni culpas, y partir sorpresivamente hacia un nuevo sendero. La violencia del viento no era impedimento; más bien, el pasadizo para su imaginación. La omnipotencia de la fuerza era desafiada sin temor, subvertida en el espectáculo de las alas extendidas. Movimiento y libertad. Imaginación y juego. Sin miedos, dejándose llevar por la brisa. Otra mañana, nuevo día.

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Historias

Historias van, historias vienen, historias vuelven. Recuerdos que danzan frente a mis ojos desgastados del irremediable tiempo. Acuarelas de infinitos colores dibujan experiencias pasadas que nunca sucedieron, pero se hacen reales en la fantasía de los deseos hechos marca en la piel. Desde antaño, hoy, hacia el mañana. Son lo que son. Van, nos miran de reojo; vuelven, y guardan silencio, observándonos. Se ríen de nosotros. Hacedores de eternas historias infladas de hipócrita utopía. Caminamos y avanzamos sintiendo las espinas en los pies, agobiados por las ilusiones del cómodo porvenir sentado sobre el lejano horizonte, en el trono de la cruel comodidad. Vamos, venimos, volvemos. En cada paso, en cada fantasía: no es más que el engaño de mi espectro. Invisible y presente. Eterno, imposible y traumático en su realismo. La espesura emerge desde la hondura propia del camino. Las historias se hacen densas a pesar de la fragilidad de sus coyunturas. Fisuras que nos muestran la luz de la esperanza

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pero nos lastiman al cedernos el paso hacia la ilusión del escape, que va, que viene, que vuelve, pero que nunca se va, ni nosotros con ella.

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No-lugares

Qué cortas son, la mayoría de las veces, las caminatas henchidas de lugares seguros. Así son los lugares de por sí. Sea como fueren, estén donde estén. Son espacios donde posar, desde donde mirar. Ofrecen seguridad, al menos por unos instantes. En su reposo uno queda, descansa. Hace pequeños pasos, aquí y allá, hasta donde sus límites lo permiten. Todos necesitamos lugares. Los buscamos constantemente. Lugares donde reposar, esperar, pensar, sentirnos. Muchas veces son sólo un paso para saltar hacia otro. Los lugares son seguros, pero no toda seguridad es benévola. Muchas veces son estrechos, pedregosos, plagados de fantasmas que persiguen con la intensión de esclavizar a quien ose llegar. Ciertas seguridades dan miedo. Hay lugares que asustan. Mejor, irnos de allí. ¿Pero cómo ir de un lugar a otro? Las distancias son enormes. No es cuestión de saltar simplemente. ¿Saltar hacia dónde? ¡Pero si no hay nada! Nos encontramos con esos no-lugares. Espacios vacíos llenos de angustia. Brechas de un paso hacia el terror del abismo que nunca quisimos encontrar, que supuestamente no existe, pero que allí está espectralmente. No-lugar lleno de gritos, de lágrimas. Mar profundo en cuya presencia se ahogan nuestras más anheladas fantasías.

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Los no-lugares son también inevitables. Son el paso obligado entre un lugar y otro. Es una presencia espesa que puede llegar a fagocitar el alma si uno se deja carcomer por el temor. Pero todo no-lugar es paradoja. Paradoja de encontrarse parado frente al más punzante sufrimiento, pero que a su vez es la puerta hacia la paz y la tranquilidad más deseadas. ¿Será, entonces, que tal monstruo despierta por culpa del caminante? Dicen que el temor aturde. Tal vez habrá que pasar, inadvertida pero convencido, en el silencio de la apuesta inevitable de tal encuentro. No-lugar, hete aquí. Marco el paso. Tomo aire. Llévame a la tierra prometida. La esperanza me mueve. Te asumo, así como te presentas: vacío en la angustia y lleno por lo que traes.

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Bordes

Bordes: fronteras que dividen. Marcan la diferencia. Evidencia de esa alteridad allí, del otro lado. Ese distinto más allá de la línea, un extraño. Extraño, no común. Diferente. Raro. Está allá. Allí. Otro mundo, pero a solo una línea de distancia. Un borde. Dos universos. Somos distintos. ¿Y yo? En eso, somos iguales. Bordes: murallas. Protección de aquello que está allá. Miedo. ¿Qué hay dentro de aquella espesa oscuridad inconmensurable? Ignorancia. Amenaza. Resistencia. Mejor aquí. Solo. Acá soy. ¿Pero por qué soy? ¿Algo más de esta muralla? Ah, cierto: el muro que me divide de eso. Aquello. Allá. Aquí, mejor. Seguro. ¿Y si viene por mí? La muralla lo frena. Y si la empujo, lo aplasta. Fin de aquello. Allá. Yo solo, mejor. Seguro. Bordes: trazos. Formas diversas. Algunas gruesas, otras delgadas. Colores, de todos los tipos. Bordes que me demarcan, que me dibujan. Trazos de tiza, en cuyo curso van dejando inevitablemente espacios en blanco, efecto de la superficie deforme en donde se posa y transita. Bordes: vértigo. Aquí. Un allá que es otro aquí. Para aquel y para mí. Voy allá haciendo equilibrio por esos finos lazos. Vértigo. ¿Y si vuelvo allí? Pero me pierdo del allá. Nuevos mundos, sueños, seres, estaciones, bases. Sí, vértigo, temor. ¿Terror a qué? ¿A lo distinto que también soy? ¿Al allá que seré? ¿Al otro que viene? Bordes:

horizontes

de

la

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sorpresa.

Me

marcan.

Lo/la/los/las/les marca. Atraviesan. Acá, allá, aquí. Van y vienen. Suben y bajan. Mezclas, siempre mezclas. Mezclan. Confunden. Sorprenden. Uno, dos, tres, quinientos, infinitos. Formas fascinantes. Mundos reales pero fantásticos en su extrañeza. Vivir en el borde. Vivir con el borde. Vivir desde el borde. Riesgo. Miedo. Aventura. Sorpresa. Miradas. Encuentros. Ser más. Ir hacia allá.

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FE

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Los golpes de la incredulidad

Son duros los golpes de la incredulidad. Son como zarandeos de la vida, como irrupciones del mismo devenir de la existencia que llegan subrepticiamente quién sabe de dónde, pero inesperadamente, sin que uno los llame. En el momento se queda uno paralizado. No hay más que pararse ahí, donde uno esté. Pensar. Meditar. (Intentar) sentir. Qué se yo, preguntas: ¿qué hago acá? ¿Es esto lo que quiero? ¿Es esto lo que siempre quise? ¿Me lo impusieron? ¿Tuve oportunidad de elegir? ¿Si hubiera hecho esto? ¿O aquello? ¿O lo otro? Qué se yo… Pero gracias a Dios por estos golpes. Porque no creo, creo. Porque dudo, me animo a tomar certezas. Porque cuando rechazo, me siento aceptado. Así es la vida: un vaivén de sentimientos, de emociones, de momentos oportunos (kairós), de encuentros. Gracias a Dios por ello. Fue parte del camino, y es lo que me hizo lo que soy. Hoy, una vez más, me golpearon. O me golpeé. No sé quien. No sé si yo mismo. Pero eso no importa. Al menos así me consuelo. Muchas veces parece que los golpes se van acumulando en una cajita que de repente se abre, sin esperarlo, sin ver dónde (o tal vez sí), cayendo así esas pequeñas pelotitas astilladas. Intento zafarme de ellas. Las esquivo. Pero sus pequeñas púas van rozando mi piel, mi cuerpo, mis emociones, mi tosca cabeza. Y sí, duele. Pero doy gracias a Dios por esto. La cajita, esa cajita que uno va llenando con tantas experiencias,

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palabras, sentimientos, la puede vaciar y, limpiándola un poquito, se da cuenta del espacio que hay para tantas bellas y nuevas perlas, esta vez un poco más brillosas y seleccionadas con mayor cuidado. Quiero creer. Quiero seguir creyendo. Decido creer. Bienvenidos los golpes.

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Esa oración

Una oración. Una plegaria. Esa oración, que nuevamente me hizo descubrir los oscuros lugares de lo profundo. ¡Ay! ¡Otra vez lo profundo! Fue allí donde oré, en ese silencio, en ese vacío, en ese lugar… Sí, el vacío es un lugar. El vacío nunca es vacío en el pleno sentido del término, precisamente por eso: porque hay que ponerlo en palabras para reconocerle como tal. Más aún, el vacío es un espacio para apalabrar. Apalabrarnos. Apalabrar dónde estamos, aquello que sentimos como tal. Alabo una vez más la dimensión terapéutica de la oración. Al menos, la de esa oración. Aquella donde sentí todo y nada. O la nada que me llevó a ver todo. En esa nada, me ex-puse frente a aquel misterio de lo divino, como aquel Todo contrapuesto al vacío que me invadía y me dejaba, al menos por un momento, sin palabras. Orar es poner en palabras. Es ex-ponerse, “salirse” virtualmente de ese vacío para ubicarse allí (ya que aunque estamos allí -sino no describiríamos el vacío- a veces no nos vemos). Tal ex-posición se origina en el encuentro, un encuentro único con aquella fuerza que, precisamente, me “fuerza” para proclamar, como pueda, como salga, ese supuesto lugar. Oración es encuentro. Encuentro conmigo y con Dios. Es la fuerza de ese encuentro con lo divino que me lleva a verme ahí, apalabrarme allí. Ya que para contemplar lo divino, al menos en forma difusa, tal vez

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sin figura alguna, tengo que percibirme a mí mismo allí. Por ende, orar es como armar, mientras la voy arrojando, una soga hecha de palabras, de reclamos, que dan cuenta de lo que soy, de lo que siento, de dónde estoy, ya que tal vez (no sé si les ha pasado), muchas veces, no tenemos palabras para describir dónde estamos. Eso también es vacío. La claridad que recrea este ejercicio no implica un agradable resultado. Muchas de esas palabras que emergen y comienzan a dar nombre al vacío, traen más terror del que teníamos. Nos vemos ex-puestos frente a terribles verdades que traen consigo mucho dolor. Pero al menos, al vernos allí, nos reconocemos. Somos nosotros/as. Soy yo quien se encuentra allí. Paralizado, temeroso, ansioso, angustiado. Pero soy yo. Siempre posamos sobre alguna clase de vacío. Unos más profundos, otros más pasadizos. Más aún: la vida es como un continuo vacío que requiere ser apalabrado, para comprendernos, reconocernos, vernos. El problema es cuando no sabemos cómo hacerlo palabras. O sea, cómo reconocernos como tales allí. O peor aún: cuando directamente no nos vemos. Ese es el mayor terror que puede existir: cuando creemos que no existimos. Gracias a Dios por la oración, que nos permite ponerle palabras al vacío que sentimos, transformándose así, poco a poco, aunque turbio y difuso, en un lugar con cierto sentido. Gracias a Dios porque ese encuentro no tiene límites, y uno puede expresar lo que siente, como sea, decir lo que quiera. Al menos así sucedió en esa oración. Es en la ex-posición que vivimos con este ejercicio donde emergen las palabras que dan cuenta de que estamos allí, como sujetos en camino, en la

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fuerza del Espíritu que nos impulsa proclamar(me/nos), a hablar(me/nos), decir(me/nos), a ver(me/nos).

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a a

Oración por la sorpresa

Amado Dios, hoy te busco sabiendo que la vida significa plenitud cuando tenemos fe. Muchas veces ella se me presenta distinta: como que nada puede cambiar; como que todo me llega desde algún recóndito rincón que desconozco y que no puedo ni ver ni controlar; como que alguien se empeña para que no pueda caminar; como que no hay mucho espacio para la maniobra; como que la fe nada nuevo tiene para mi, salvo un camino prefijado qué seguir. Por eso, ayúdame a ver la sorpresa de la vida. A poder abrir ese regalo que está ahí, delante de mí. Ayúdame a ver lo hermoso que me rodea, sin esperar las promesas grandilocuentes de los éxitos que se anuncian por doquier, que parecen imposibles de alcanzar. Quiero sentir la sorpresa que me provoca la sonrisa tierna de quien tengo delante de mí, que transforma mis sentidos inmediatamente. Ayúdame a abrir mi cuerpo al roce y al gesto de mi hermano y mi hermana. Quiero sentir la sorpresa que provoca conocer algo nuevo sobre quién eres y de cómo actúas a través de las experiencias tan ricas y diversas que me rodean. Ayúdame a ser humilde y a abrir mis oídos a tu voz en las palabras de mi prójimo y mis ojos a las obras en las vidas de quienes me acompañan en el camino.

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Quiero sentir la sorpresa que provoca ver que un pequeño movimiento en mis pasos puede crear cambios nunca imaginados. Ayúdame a discernir mis caminos y sentir tu guía en mis decisiones, siendo sensible a la riqueza de las vivencias humanas tan diversas con que me encuentro. En fin, amado Dios, ayúdame a vivir en la sorpresa. Ayúdanos como comunidad que te sigue, que camina junta, como puede, con sus saltos y tropiezos, a aprender a ver que los senderos que tienes para nosotros son infinitos en tu gracia y beneplácito. Que juntos y juntas, en las miradas, en los gestos, en las palabras, en los pensamientos y experiencias compartidas, podamos aprender que tu grandeza es infinita, y que en esa grandeza la vida también se hace grande, rica, plena, abundante y sin límites. Amén.

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Soy lo que no…

“No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco… Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.” Sabias palabras del apóstol: somos esclavos de la contradicción. ¿El mayor pecado? Gritan: ¡culpa, culpa, culpa! No hago lo que quiero; miedo al deseo. Abro la puerta de mi cuerpo; cae la espada del castigo. Doy el paso de la transgresión; emerge la sonrisa del placer. Poso sobre mi espalda el baúl de las dudas; aparecen las respuestas que siempre había buscado. No hay escapatoria: vivimos de la falta. Somos en el tropiezo de lo que no vemos, tomando los caminos más adversos. Gritamos: ¡adelante, adelante, adelante! Contradicción: el alimento del placer. Vacío que abre las rendijas del horizonte; fisuras pequeñas, heridas profundas. Sangre que sella la plenitud de la vida.

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ÍNDICE

Preludio

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Introducción

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PROFUNDIDADES ¿Por qué? El silencio que aturde Eco Just for now Fondos Sueños detrás del muro

11 12 14 15 16 18

CUERPO Cuerpo Clamor de piel Sabiduría a flor de piel Caricias

23 24 26 28

VIDA La vida es más compleja de lo que parece Los caminos de la vida Errar es bueno La fe de la vida Aprender (Con)vivir LUGARES, TIEMPOS, ENCUENTROS Horizontes El camino de los árboles Pasadizos de frontera

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31 32 34 37 39 40

45 46 47

La realidad del eterno retorno Aves Historias No-lugares Bordes FE Los golpes de la incredulidad Esa oración Oración por la sorpresa Soy lo que no…

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49 50 51 53 55

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SUSURROS DESDE LO INDECIBLE POESÍA

El presente libro contiene los primeros trabajos poéticos del autor. “Nicolás Panotto, tiene un potente hablar desde la razón y su reflexionar es robusto, como investigador de las ciencias sociales, sin embargo aquí lo podemos ver en su claridad mayor, su oscura claridad, pues la poesía nos revela ocultándonos o nos oculta revelándonos, así funciona su artilugio liberador, su orgánica saludable” (del Preludio).

Nicolás Panotto, Argentino. Licenciado en Teología (ISEDET), Maestrando en Antropología Social y Doctorando en Ciencias Sociales (FLACSO). Miembro de la Directiva continental de la Fraternidad Teológica Latinoamericana. Director general de GEMRIP.

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