Subjetividades femeninas y fundación nacional: una aproximación a María de los Ángeles (1944), de Virginia Carreño y Constanza de Menezes

July 14, 2017 | Autor: Mariana Libertad | Categoría: History, Feminism, Literatura Latinoamericana
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Descripción

DOCUMENTOS DE TRABAJO N° 2

Coordinación de Investigación

Subjetividades femeninas y fundación nacional: una aproximación a María de los Ángeles (1944), de Virginia Carreño y Constanza de Menezes

Mariana Libertad Suárez

CARACAS, 2014

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Directora de la Colección Alba Carosio Corrección Belén Zapata Diagramación Equipo de comunicaciones del Celarg Subjetividades femeninas y fundación nacional: una aproximación a María de los Ángeles (1944), de Virginia Carreño y Constanza de Menezes © Mariana Libertad Suárez, 2014 DOCUMENTOS DE TRABAJO Nº 2. Edición digital PDF Depósito Legal: lfi16320143001976 ISSN 2344-6492 © Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, 2014 Gobierno Bolivariano de Venezuela Ministerio del Poder Popular para la Cultura Imagen de portada: Feliciano Carvallo (Venezuela) Sin título, sin fecha Serigrafía sobre tela (10/40) Colección Celarg

Este trabajo es un avance de investigación que los autores realizan con apoyo del Celarg, ha sido arbitrado por el procedimiento doble ciego.

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La historia es verídica. Cuando empezó a escribirse, porque la casualidad había puesto en nuestras manos algunos papeles que despertaban la imaginación, muy poco era lo que sabíamos de esta mujer. Pero un duende propicio dirigió nuestros vacilantes pasos y poco a poco la historia se fue llenando sola (…) Muchas veces, es cierto, la imaginación rellenó los huecos o creó personajes que no existieron bajo ese nombre. Pero hemos respetado la verdad tal como la encontramos y tan fielmente como dos escritoras inexpertas pueden hacerlo a un siglo de distancia.

María de los Ángeles Virginia Carreño y Constanza de Menezes

Identidades nacionales, identidades de género:

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n su artículo “La forma nación: historia e ideología”, Etienne Balibar (1991) reflexiona en torno al “relato nacional” como un mecanismo necesario para instituir la idea de continuidad subjetiva. Señala que el acto de pensar la nación como proyecto genera en quien se inscribe en su interior la sensación de ser parte de una “personalidad nacional”, es decir, de haber recibido –a partir de su lugar de nacimiento- una sustancia inmaterial que, más allá de las articulaciones o rearticulaciones de la Historia, se transmite invariablemente de una generación a otra. Sin duda, esta concepción del sujeto nacional como el inexcusable desenlace de ciertos acontecimientos históricos pudiera fungir como una respuesta a los fundamentos básicos del humanismo, a la concepción de la ética universal y/o a la racionalidad occidental como única posibilidad de pensamiento, sobre todo si se tiene en cuenta que la “personalidad nacional” está cargada de especificidades derivadas de los acontecimientos históricos de cada lugar. Entonces, según el episodio elegido como originario de una comunidad, nacería un individuo con rasgos y conductas

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específicas. A pesar de ello, si se examina a la distancia, el “sujeto nacional” no se libra de ser una construcción esencialista2, por tanto, requiere de un gesto autoritario que más que describirlo, prescriba el perfil que detentarán quienes quieran tener parte en el mapa subjetivo de su nación. Se trata entonces de un ejercicio de demarcación territorial que desemboca en la jerarquización de las individualidades. Al respecto, señala Balibar que: El mito de los orígenes y la continuidad nacionales, cuyo lugar se ve claramente en la historia contemporánea de las naciones “jóvenes” surgidas de la descolonización, como la India o Angola (aunque se tiene tendencia a olvidar que también lo han fabricado las naciones “antiguas” en el transcurso de los últimos siglos), es una forma ideológica efectiva, en la que se construye cotidianamente la singularidad imaginaria de las formaciones nacionales, remontándose desde el presente hacia el pasado (Balibar, 1991: 136). Indudablemente, se está hablando de una fórmula de reconstrucción cimentada en el sujeto modélico de un proyecto nacional determinado. Se trataría, incluso, de un gesto de restauración ejecutado desde un presente que es –de muchas formas- el futuro deseable. El episodio reconocido e instituido como fundacional será la consecuencia ideológica y el origen simbólico del aparato social que se pretende instituir. Habría que pensar entonces cómo la forma ideológica que menciona Balibar consigue crear sujetos y alteridades a partir de una esencia nacional que perdura asida a un grupo de acontecimientos históricos irrefutables. Ante ello, aunque no se trate de la única plataforma de construcción, se hace obvia la importancia de la escritura/producción del pasado -por medio de ficciones, manuales de historia, discursos audiovisuales, etc.- en este proceso. Para pensar este territorio es importante considerar las aportaciones de Hommi Bhabha en “Narrando la nación”: Estudiar la nación a través de su discurso narrativo no llama meramente la atención sobre su lenguaje y su retórica; también intenta alterar el objeto conceptual

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en sí mismo. Si el problemático “cierre” de la textualidad cuestiona la “totalización” de la cultura nacional, entonces su valor positivo yace en desplegar la amplia diseminación a través de la cual construimos un campo de significados y símbolos asociados con la vida nacional. Este es un proyecto que tiene cierta circulación entre aquellas formas de crítica asociadas con los “estudios culturales”. A pesar del considerable avance que esto representa, existe una tendencia a leer la nación restrictivamente; ya sea como un aparato ideológico del poder estatal, algo redefinida por una lectura apresurada, funcionalista de Foucault o Bajtín, o, en una inversión más utópica, como una expresión emergente o incipiente del sentimiento “nacionalpopular” preservado en una memoria radical. Estas aproximaciones son valiosas por atraer nuestra atención hacia esos recreos de la cultura nacional fácilmente oscurecidos pero altamente significantes desde los cuales componentes alternativos de los pueblos y capacidades analíticas oposicionales pueden emerger –la juventud, la nostalgia cotidiana, nuevas “etnicidades”, nuevos movimientos sociales, “la política de la diferencia”-. Ellos asignan nuevos sentidos y diferentes direcciones al proceso de cambio histórico (Bhabha, 2000: 213-214) Ciertamente, el discurso –tanto más al rememorar enfrentamientos bélicos y gestas heroicas- carece del poder suficiente para instituir en términos absolutos un marco de funcionamiento social; no obstante, sí expone un modelo de lectura, con mayor o menor difusión según el caso, del deber ser. A la vez proporciona un marco de referencias que ayuda a articular fenómenos e identidades3. Esto, aunado a la propuesta de Bhabha según la cual la diferencia cultural toma “el signo nacional” y lo traduce a la lógica de la subalternidad, bien podría dar cuenta del proceso de intervención que llevaron a cabo algunas feministas latinoamericanas en los momentos de fundación continental. Si se tiene en cuenta que el perfil de ese “yo colectivo” encarna, como buena parte de los ideales imaginados en

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Occidente, un cuerpo sexuado, la masculinidad de este “sujeto nacional” sería una de las justificaciones principales por las que las mujeres constituyeron, en los proyectos políticos latinoamericanos de los siglos XIX y XX, el lugar de la alegoría4. La mujer es la Patria y/o la tierra, por tanto, toda gesta épica que pretenda la fundación nacional recluirá a la feminidad en el lugar de la entelequia. Ahí permanecerán la madre, la tierra o la patria, esperando a ser materializadas por los héroes que representan cada una de nuestras sociedades. No deja de ser paradójico a este respecto que la “personalidad nacional” sea transmitida desde/por los vínculos con la madre. La gestación y el parto reproducen los límites de las interacciones, los gustos y las tendencias que demarcan la nacionalidad, por tanto, la mujer –al menos en los proyectos fundacionales del continente- se encuentra en un espacio intermedio que no la autoriza a pertenecer del todo, aunque sí a desempeñar un papel fundamental en la adscripción de nuevos nombres, modos y voces al territorio nacional. En la gran Historia de América latina, la mujer estaría ocupando un espacio mitológico que cohesionaría al colectivo sin tomar parte activa dentro del mismo. A partir de aquí, es pertinente revisar cómo han leído los episodios fundacionales del continente algunas feministas latinoamericanas, cómo han conseguido dialogar con las narrativas de la nación, y dónde han ubicado la voz y la corporalidad de la mujer. Es decir, rastrear cómo algunas individualidades que no llegan a ocupar el espacio de sujetos nacionales, consiguen proponer puntos de partida poco convencionales para su propia identidad. Como una primera aproximación, se abordará la obra María de los Ángeles (1944)5, de las argentinas Virginia Carreño y Constanza de Menezes, una novela que reconstruye la llamada “Revolución religiosa” acontecida en la provincia de San Juan, durante el mandato de Salvador del Carril. Esas autoras dan cuenta de la vida de una mujer común y del despertar de su conciencia política cuando se promulga la Carta de Mayo. Del mismo modo, se narra su experiencia cuando, bajo el lema “religión o muerte”, un grupo de

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sanjuaninos consiguen Gobernador6.

derrocar

temporalmente

al

Se trata de una ficción histórica publicada en la década de los cuarenta del siglo XX, es decir, en el período más álgido de la lucha por los derechos civiles y políticos de las mujeres en la región. De ahí que funcione como una plataforma para la intervención ideológica de los hechos narrados y su relación con el poder-saber. Esta obra puede ser leída como un terreno de institución y destitución de la nación, sus subjetividades y sus límites7. En ella, se podrá rastrear en qué medida, desde qué perspectiva y con cuáles mecanismos las autoras rearticulan e, incluso en ocasiones, contagian las nociones de “sujeto nacional” y “personalidad nacional”, para dar cuenta de su propia existencia como otro desenlace posible en el devenir histórico argentino.

Dos escritoras inexpertas: Aunque el tono y la presentación de esta obra ponen en evidencia el amplio capital social de las autoras aquí estudiadas, rastrear la posición de Carreño y Menezes dentro del campo intelectual latinoamericano y, desde ahí, definir cómo fueron recibidas sus escrituras no es una tarea sencilla. Ninguna de las dos escritoras es siquiera mencionadas en textos tan emblemáticos como Literatura argentina y política (1995), de David Viñas; Historia de la literatura argentina (1980), publicado por el Centro Editor de América Latina; Enciclopedia de la literatura argentina (1970), de Pedro Orgambide; ni en los manuales Literatura argentina, de Carlos Magis (1965) o Arturo Berenguer (1970). De igual forma, sus nombres son omitidos de las grandes sistematizaciones de la literatura latinoamericana. A pesar de ello, es posible deducir que María de los Ángeles fue un texto de gran alcance en su momento de publicación, porque fue impresa en 1944 por primera vez, con el sello de la editorial argentina Arístides Quillet8; a los tres años fue adaptada para cine por Alejandro Verbitsky y Emilio Villalba Welsh, y contó con la realización de Ernesto Arancibia; en 1953 fue reeditada por el sello EMECÉ en la colección

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“Novelistas argentinos contemporáneos”, integrada por obras como El túnel, de Ernesto Sábato; La muerte y la brújula, de Jorge Luis Borges y La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares; y, finalmente, en el año 1966 fue adaptada para teatro. A propósito de ello, se alude a Virginia Carreño en el Diccionario de autores teatrales argentinos, 1950- 1990, de Perla Zayas de Lima (1991): (Seud. de Elsie Raquel Michel Krasting de Rivero Haedo, París, 1912). Conferencista y periodista, en 1956 estrenó Subterráneo, 1er. Pr. Olat-Poseidón. Ese mismo año dio a conocer La amansadora, sátira política en un acto. Le siguen dos monodramas: El Grabador, para voz masculina, y Coktail, para voz femenina; La Mariposa (1959), comedia en un acto; y la radiocomedia musical Porque Lezama, catorce episodios históricos que Darío Garzay dirige para R.M. Su talento para captar el espíritu de una época y la esencia de los diferentes estilos teatrales se puso de manifiesto en las adaptaciones de obras inglesas, francesas, japonesas, indias y chinas, como La casamentera, adaptación de una obra holandesa estrenada en Montevideo (1959). Basándose en investigaciones de Constanza de Menezes, compone dos obras históricas: Gobernador de la Roza, (1961) y María de los Ángeles, cuya versión cinematográfica precedió a la teatral (1966). Su última obra, Diálogos de 1810 (1978) nos acerca a los personajes de Mayo, cuyos confusos orígenes y misterioso desarrollo fueron debatidos nuevamente en 1960 a raíz de la publicación de documentos de la época. Sobre éstos se apoya para oponer el hombre del siglo XVIII, Liniers, al del siglo XIX, Saavedra, y ambos al que resulta casi contemporáneo nuestro: Mariano Moreno. Publ: Diálogos de 1810 (¿El triunfo?) [Padee, 1973] (Zayas de Lima, 1991: 67) Aquí queda claro que se trata de dos autoras que si bien escribían a cuatro manos y empleaban seudónimos para firmar sus libros, llegaron a adquirir alguna notoriedad en el

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campo intelectual, pues estaban autorizadas a intervenir el pasado con el aval de la Academia y con la industria editorial como plataforma. Asimismo, su participación pública implicaba también cierto reconocimiento como sujetos del saber. La solapa de la edición de María de los Ángeles, publicada en 1953 da buena cuenta de ello. En una referencia sin firma visible se expone: Este libro no es la reconstrucción arqueológica de una época interesante de la historia, un desabrido relato de muñecos de museo. Las autoras han reconstruido el pasado en el mejor sentido –el verdadero-, infundiendo otra vez fuerza de realidad y de la vida, es decir, resucitando con señalado arte el ambiente y los personajes. Es la tierra de Sarmiento y de Aberastain, exaltada aún por la guerra de la independencia y sacudida ya por las primeras convulsiones de su propia historia, donde transitan las figuras señeras de Fray Justo Santamaría de Oro y Salvador María del Carril; rincón de la argentinidad bullente, pintado en páginas de verdad y poesía; viaje al pasado, sin grandilocuencia ni pretensiones deformantes, que va a buscar a la historia todo lo bueno y todo lo malo que compone lo argentino, lo nuestro, para iluminarlo, comprenderlo, volverlo actual y vigente (En: Carreño y Menezes, 1953: S/P). Basta con leer esta pequeña nota para deducir varios elementos valorativos asociados a las autoras. En principio, se admite su capacidad para conocer una verdad y transmitirla, así, se niega el mito de la sobreemocionalidad femenina que les impediría a las mujeres inscribirse en una red de pensamiento racional. En segundo término, se atribuye la grandilocuencia a “obras anteriores” –muy probablemente a las denominadas Novelas históricas en el sentido más tradicional del término- y se establece como criterio de jerarquización válido la mesura, cualidad demandada a las mujeres virtuosas en el pensamiento latinoamericano de mediados del siglo XX.

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A esto hay que añadir que al usar la expresión “todo lo bueno y todo lo malo” se está negando el carácter épico del relato histórico y, a la vez, se está sugiriendo que no toda recuperación del pasado debe ir destinada a la construcción de heroicidades. Esto supondría que una novela como María de los Ángeles, perfectamente, podía tener parte en la cartografía de los discursos nacionales, hecho que legitimaba no sólo la voz de ambas escritoras/investigadoras, sino también su propuesta de aproximación intrahistórica9. Ciertamente, no se puede afirmar del todo la fundación de una discursividad, tanto menos si se tiene en cuenta que las dos escritoras usaron un seudónimo para presentar esta y muchas otras de sus obras; sin embargo está claro que Carreño y Menezes propusieron un terreno alternativo de enunciación que fue reconocido por más de una institución canonizante y les atribuyó una nueva funcionalidad a las ficciones de archivo. No parece ser casual que aún en el siglo XX, la prensa argentina mencionara con relativa frecuencia el nombre de las dos autoras aunque esto siempre ocurriera en un territorio ambiguo, que fluctúa entre la tipología demandada a la intelectualidad femenina por el aparato político/cultural de cada Estado y el nuevo perfil que ellas proponían en sus escrituras. Por ejemplo, el 25 de mayo de 2006, un año antes de que falleciera Constaza de Menezes, el diario La Nación de Argentina incluyó en sus notas sociales un evento de recaudación de fondos para Cáritas, a cargo de la Asociación Reina Matilde. Este organismo estaba presidido por Virginia Carreño, bajo su nombre jurídico: Elsie Krasting de Rivero. La actividad tendría un costo de 10 pesos y consistiría en: “un locro patrio y evocaciones históricas (…) La señora Lucrecia Devoto de Godoy [Nombre jurídico de Constanza de Menezes, autora de María de los Ángeles] hablará sobre ‘Constanza de Meneses10, hija, esposa y madre de fundadores’. Luego habrá un homenaje a la memoria del historiador uruguayo Fernando O. Assunçao. También se podrán adquirir especialidades suecas” (Edición digital, consultada en enero de 2014, en: http://www.lanacion.com.ar/808747-notas-sociales ).

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Es decir, estas dos autoras que -según el texto de presentación de la editorial EMECÉ- conocían el pasado, lo intervenían y, lo que es aún más interesante, proponían una plataforma discursiva más adecuada para llevar a cabo una aproximación a una verdad, hacían de su saber una herramienta para apoyar una obra de caridad o, lo que es lo mismo, invadían el espacio de la alta cultura, la razón y la masculinidad para obedecer al perfil que les estaba permitido detentar en su condición de mujeres latinoamericanas. Su saber estaba al servicio de la protección y la perpetuación de la especie. Se trata de una estrategia interesante que puede movilizar algunos signos dominantes en el campo intelectual. De hecho, el día del cumpleaños número cien de Virginia Carreño, el diario La Nación le dedicó una nota en la que se afirmaba: Elsie Krasting de Rivero Haedo es también conocida como Virginia Carreño, seudónimo a través del cual ha dado a conocer numerosos libros, ensayos, argumentos teatrales, notas periodísticas y otras tantas imposibles de registrar sobre nuestro pasado. Su novela María de los Ángeles, que escribió con Constanza de Meneses [sic], llegó al cine en febrero de 1948, con Mecha Ortiz y Enrique Álvarez Diosdado en los papeles protagónicos. Elsie ha llegado a sus cien años, y no cometo indiscreción alguna tratándose de una dama, ya que ella nunca ha ocultado su edad, que la encuentra rodeada de amigos que la admiramos por sus muchas virtudes y la envidiamos sanamente por su capacidad de trabajo y de generar novedosas iniciativas culturales (Edición digital, consultada en diciembre de 2013, en: http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cach e:http://gerontologia.maimonides.edu/2012/03/virginia -carreno-cumple-cien-anos-y-la-cultura-lo-celebra/ ) También se señalaba que: A ella el tema campero no le ha sido ajeno en absoluto y sin duda alguna es la pionera en esa actividad. En la década del 60 por Radio Nacional y con singular éxito

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divulgó la temática en varias audiciones, que en 1968 fueron los capítulos del meduloso estudio titulado Estancias y Estancieros, que salió con el sello de la extinta editorial Gouncourt. Recuerdo haber trabajado con ella en 1986 con motivo del Congreso ICOM en Buenos Aires y junto con el inolvidable Fernando Asuncao, mucho bregó por la exhibición junto a los trajes que se usaron en el siglo XIX y a comienzos del pasado, también se lucieran tejidos criollos, ponchos y aperos (Edición digital, consultada en diciembre de 2013, en: http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cach e:http://gerontologia.maimonides.edu/2012/03/virginia -carreno-cumple-cien-anos-y-la-cultura-lo-celebra/ ) El comentario evidencia un aire de familiaridad que aleja brevemente a la figura de esta mujer del prototipo de intelectualidad latinoamericano. Es decir, aquí se habla de una “señora” más que de una narradora, conocedora de la Historia patria y con la certificación necesaria para enseñar. Este texto construye una persona muy amable que nunca niega su edad y a quien el periodista tuvo la oportunidad de conocer. A pesar de ello, es innegable que el capital social adquirido por la autora en sus ejercicios de escritura ayudó al crecimiento de su capital cultural. Por eso, más allá de ser una “dama” con “novedosas iniciativas” es reconocida también como pionera, como una subjetividad que establece modos de actuar y de saber. Sobre la figura de Constanza de Menezes, aunque en su construcción en la prensa también se pueden encontrar señalamientos de este tipo, irrumpen algunos desplazamientos. En la nota que apareció en el Diario de Cuyo a propósito de su fallecimiento, el primero de agosto de 2007, se indicaba: A los 97 años de vida, este lunes falleció en Capital Federal Lucrecia Devoto Villegas de Godoy. O, simplemente, Doña Lucrecia, como se la conocía en el mundo académico. A ella se le debe el estudio más completo y documentado de las ascendencias de los

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tres máximos próceres sanjuaninos: Domingo Faustino Sarmiento, Francisco Narciso de Laprida -presidente del Congreso de Tucumán que declaró la Independencia- y el destino final de José Ignacio de la Roza, primer teniente gobernador sanjuanino, cuyos restos descansan en Perú. De esa manera, había marcado el camino de la genealogía sanjuanina (…) Es que sus 97 años de vida ya le pesaban para venir hasta El Mangrullo, su casa ubicada en La Laja, departamento Albardón. En ese lugar Doña Lucrecia pasó sus mejores días de la infancia, cuando su padre la traía para que disfrutara de la pileta y de los baños termales del lugar. (Edición digital, consultada en noviembre de 2013, en: http://www.diariodecuyo.com.ar/home/new_noticia.p hp?noticia_id=233797 ) Para cerrar el comentario, se decía: “También nos legó doña Lucrecia el conocimiento de Medina de Rioseco, ciudad de nuestro fundador, así como la semblanza más completa de doña Constanza de Meneses y Aguirre, singular mujer que conjugó en su persona el triple rol de hija, esposa y madre de fundadores”, comentó Guillermo Collado, presidente del Centro Genealógico de San Juan. También integró el Centro de Residentes Sanjuaninos en Buenos Aires y la Comisión Nacional de Mujeres Hispánicas. Viajó numerosas veces a España, sobre todo a la biblioteca central de Madrid, para indagar sobre los orígenes de nuestro país. Todo ese trabajo fue expuesto recientemente en las jornadas hispanoamericanas de Genealogía llevadas a cabo en la ciudad de Córdoba. Una de sus últimas presentaciones en público. (Edición digital, consultada en noviembre de 2013, en: http://www.diariodecuyo.com.ar/home/new_noticia.p hp?noticia_id=233797 )

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Es obvio que se le reconoce a esta autora una cercanía conceptual e ideológica al hispanismo11, una de las corrientes historiográficas más importantes de América latina en el segundo tercio del siglo XX. Ante ello, resulta más interesante aún que María de los Ángeles, una obra escrita bajo otra identidad, se centre en la historia de las individualidades más que en la de los grandes acontecimientos épicos. Con ello, el paradigma mismo de aproximación al pasado se pudiera estar replanteando. Es decir, la ubicación de estas voces en un intersticio que eventualmente funciona como puerta de ingreso al campo intelectual da cuenta del proceso de contaminación de las corrientes historiográficas mejor consolidadas por medio de esta narrativa. Estas autoras hablaban tanto de los héroes nacionales y como de las identidades no clasificables, desde un nuevo territorio de pertenencia no siempre visible en los proyectos de organización nacional que circulaban en la Argentina de los cuarenta. Carreño y Menezes viven una suerte de extranjería12 no declarada que les permite habitar el territorio sin ser el centro de la idea de nación y, como consecuencia directa de ello, las ubica en el lugar de las traductoras. En esta obra se habla de las formas de pensamiento más afectivas, cotidianas, domésticas o emocionales en códigos letrados, por tanto la escritura en su totalidad adquiere la posibilidad de reconfigurar “la personalidad nacional”.

El momento: Como se comentó anteriormente, el segundo tercio del siglo XX13 supuso para los países de América latina un momento de refundación. A partir de la década de los treinta, los debates jurídicos y mediáticos en torno a la nación se multiplicaron en el continente y adquirieron diferentes matices ideológicos a partir de los movimientos económicos, geográficos y subjetivos que experimentaba cada país. Fueron unos años en los que la Segunda Guerra Mundial había puesto en el centro del debate el problema del nacionalismo, ante el cual, los diversos Estados latinoamericanos debían tomar posición.

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En el caso argentino, la fecha de publicación de María de los Ángeles es muy significativa, porque coincide con el final de la década infame14 y, por extensión, con la emergencia del peronismo. Sobre este tema, Jorge Luis Bernetti y Adriana Puiggrós indican que: La obra política de interna constituye un aspecto sumamente significativo en la concepción de la guerra de Perón. Antes, durante y después de la contienda aquellos deben trabajar para evitar los efectos del conflicto que amenazan hasta la constitución del Estado. A ellos se deben sumar la familia, la escuela, las fuerzas armadas, los gobernantes, los intelectuales que son mencionados como los elementos que constituyen el eje vertebrador de este trabajo político fundamental (Bernetti y Puiggrós, 2006: 29). Luego, complementan la idea informando: Con una perspectiva que coincide con la visión de la oligarquía liberal, destaca la apertura de las fronteras argentinas a individuos de diversas razas, ideologías, culturas, idiomas y religiones. Reconoce que ese curso ha “engrandecido” a la Nación. Pero, advierte, “existe el problema del cosmopolitismo con el agravante de que se mantienen dentro de la Nación, núcleos poco o nada asimilados” […] La conclusión define por sí misma el programa que el doble ministro, enuncia en esta última condición: “es indudable que una gran obra social debe ser realizada en el país (…) tenemos una excelente materia prima pero para bien moldearla es indispensable el esfuerzo común de todos los argentinos”. Esa “gran obra social” constituirá el programa central del modelo peronista (Bernetti y Puiggrós, 2006: 29) Esto evidencia que la preocupación de Carreño y Menezes en torno al papel que jugaban –o debían jugar- las mujeres en la nueva organización social, su alianza con ciertas identidades extranjeras y su vínculo con los proyectos nacionales en pugna no sólo les atañían a ellas en tanto subjetividades políticas en emergencia, sino que el abordaje de estos temas desde una

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plataforma narrativa implicaba un diálogo con el poder. Esta idea se acentúa si se tienen en cuenta los vínculos que, para 1945, se pretendía establecer entre la figura de Domingo Faustino Sarmiento y las políticas que planteaba el Estado en tema de educación. Recuerda Beatriz Figallo (2011) que en esos años, intelectuales con la relevancia de Luis Juan Guerrero, perfilaban a Sarmiento como el ideal de progreso que había roto con el romanticismo europeo y había abierto las puertas a una concepción auténticamente argentina del pasado o, lo que es lo mismo, el sanjuanino se mostraba como el definidor de la identidad nacional desde la esencia argentina. Posteriormente, agrega la investigadora que: Con todo, en el Congreso se oyeron a partir de 1946 distintas voces evocando a Sarmiento. Si se siguieron señalando como identificación con el autoritarismo las manifestaciones de rosismo, estas se exageraban con el deseo de confrontar políticamente. Así, el diputado por La Rioja Oscar Albrieu, de la Unión Cívica Radical-Junta Renovadora, adherido al peronismo, hizo una defensa del personalismo, fundamentándolo históricamente: “se nos dice que somos personalistas. ¿Ha habido algún movimiento argentino de envergadura que no tuviera un jefe? si hubiéramos estado en el año, hubiésemos sido todos sarmientinos”. Albrieu insertaba al peronismo como continuador de la tradición popular histórica indicada por el eje Moreno-Sarmiento-Yrigoyen-Perón, línea que también desarrollarán otros diputados (Figallo, 2011: 32- 33)

No es necesario leer con demasiado detenimiento las declaraciones del Diputado para notar que el sujeto nacional encarnado en Sarmiento y representado por Perón estaba muy cerca del ideal humanista: eran hombres letrados, con una formación institucional evidente, de sexo masculino y portadores de una heterosexualidad comprobada. Se trataba de figuras que más que representar un tipo autóctono, estaban

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encarnando –con pequeños matices- al sujeto letrado occidental. Se podría hablar, incluso, de una operación opresiva en el imaginario argentino que va a ser respondida en la obra que nos ocupa. En principio, se debe reconocer que hay una polarización, derivada del auge del nacionalismo y de las reconfiguraciones identitarias que se gestaron en la Segunda Guerra Mundial, que contrapone los términos Europa/América. Aún más, la distancia geográfica permite que esta oposición se dé en términos equivalentes. Es decir, tanto el sujeto ilustrado europeo como el americano son concebibles y su oposición no siempre estará jerarquizada. Precisamente de ahí se deriva la anulación de otras identidades nacionales. Es una estructura dicotómica que, como tal, está vaciando de significado cualquier elemento que no se inscriba dentro de los límites de los perfiles contrapuestos. Así pues, la “Nación” imaginada en ciertos espacios de poder argentinos –y quizás valga decir que latinoamericanos- se fundamentan en una lógica que valora positivamente al varón universal americano frente al europeo y, a partir de ello, deja fuera de toda inteligibilidad a las subjetividades que no detenten los rasgos básicos que unifican estos dos perfiles. Ante este panorama, la obra de Virginia Carreño y Constanza de Menezes podría ser leída como una dislocación de la historia, sobre todo si se piensa a partir de la propuesta de Carla Lonzi (2004) para quien “La actuación de la mujer no implica una participación en el poder masculino, sino cuestionar el concepto de poder” (6). Estaríamos frente a una escritura que abre –por medio de códigos afectivos o afectivizados, la construcción de personajes no tradicionales y el desplazamiento del foco narrativo- la fundación nacional hasta el extremo de incluir dentro de sus límites a quienes no eran visibles siquiera para los sectores más progresistas de la Argentina.

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María de los Ángeles. Una simple historia sanjuanina:

La mujer intelectual no puede ya sostener ingenuamente que representa a las mujeres y que es su voz, pero puede ampliar los términos del debate político mediante la redefinición de la soberanía y el uso del privilegio para destruir el privilegio. Yo misma me he atrevido en este artículo a privilegiar a unos cuantos textos que desarticulan la idea de que las mujeres ocupan en la actualidad y sin problemas “su” espacio, puesto que esta es una manera de abrir brecha en la selva del pluralismo. Jean Franco “Invadir el espacio público; transformar el espacio privado”.

Al aproximarse a la novela María de los Ángeles, uno de los primeros elementos que resaltan es la conciencia del quehacer histórico expuesta por las autoras a la par de su deseo de intervención de este saber. Desde la nota introductoria se pueden rastrear tanto su reflexión acerca de la construcción del pasado como su conciencia de apropiación: Vamos a contar una simple historia sanjuanina. La de una mujer que amó. Vivía hace poco más de cien años y se llamaba María de los Ángeles. Así lo dicen los viejos papeles que fijan minuciosamente las fechas importantes de su vida: cuándo nació, cuándo casó, cuándo murió. La historia es verídica. Cuando empezó a escribirse, porque la casualidad había puesto en nuestras manos algunos papeles que despertaban la imaginación, muy poco era lo que sabíamos de esta mujer. Pero un duende propicio dirigió nuestros vacilantes pasos y poco a poco la historia se fue llenando sola. Serviciales héroes y villanos inconcebibles asomaron la cabeza entre el montón de legajos; de la exacta enumeración de bienes y esclavos que dejaban los ricos al morirse surgieron las casas industriosas en que

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viven nuestros héroes, y los hechos del tiempo, con su significación eterna, se negaron a permanecer como un telón amable en el fondo de la escena y unieron su voz profunda a la voz cantante, ora triste, ora risueña, de nuestro romance. Muchas veces, es cierto, la imaginación rellenó los huecos o creó personajes que no existieron bajo ese nombre. Pero hemos respetado la verdad tal como la encontramos y tan fielmente como dos escritoras inexpertas pueden hacerlo a un siglo de distancia. (Carreño y Menezes, 1953: 14) La primera de las aseveraciones crea la ilusión de que las autoras perpetuarán una mirada dicotómica de la construcción de la nación: los hombres harían la patria, mientras que las mujeres se encargarían de sentirla y/o de encarnarla. Aún más, las acciones atribuidas a la protagonista son: amar, nacer, casarse y morir. A pesar de ello, no deja de ser curioso que las novelistas destaquen la existencia de un registro de cada uno de estos hechos, es decir, las fuentes documentales de la nación no solo verifican los acontecimientos bélicos o políticos, por tanto, ese no debe ser el único foco discursivo que invite a la reconstrucción del pasado. Inmediatamente, se introduce por primera vez en el texto la idea de verdad, una noción que, casi de manera imperceptible, está siendo trasladada desde la historia como ciencia hasta el terreno de la narrativa. De ahí se desprende que no solo se pueden hallar certezas en la búsqueda científica del pasado ni en los documentos privilegiados por los historiadores, sino que también hay “historias verídicas” en fuentes no oficiales y en la vida cotidiana. Una afirmación que estaría desacralizando la fundación nacional y los sujetos que la llevan a cabo. Un gesto que se ve reforzado cuando las escritoras niegan su posición de autoridad y aseguran que no seleccionaron los documentos, sino que los encontraron; que no sabían nada pero imaginaron; o que ellas no hicieron la historia, sino que ésta se hizo sola.

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Así pues, la intervención del pasado oficial se muestra aquí como un evento sobrevenido cuyo manejo errático entraría dentro de lo esperable dada la inexperiencia de las autoras; no obstante, después de este pronunciamiento de “disculpas públicas”, el resultado es un lector en conocimiento de que dos autoras abordarán la “Revolución religiosa”, tomando como centro del discurso a un personaje femenino. La reconstrucción histórica, además, involucrará a algunas figuras ejemplares, a partir de unos documentos que no reflejan la vida política ni militar de San Juan. Ante ello, pierde toda inocencia el hecho de que el personaje principal sea una mujer sin ubicación clara en la sociedad, pues a sus casi treinta años, no es madre, ni prostituta, ni religiosa. Por contraste, aparece Felicidad, el único personaje que con un nombre alegórico dentro de la obra. Ella intenta, por varios medios, hacer de su amiga María de los Ángeles una mujer legible en su espacio-tiempo: -Luego, cuando se te acerque, no le demuestres que lo favoreces. A los hombres les desagradan las mujeres desenvueltas. Pretenderás que tu propio te asusta, que eres recatada y tímida. Hablas muy poco y te escondes detrás del abanico…No dejes que encuentre tus ojos… -¿Así?- preguntó Ángeles tratando de imitarla. -¡Con más naturalidad, mujer! ¡Si pareces de palo! -No puedo –se afligió. -Ensaya –aconsejó Felicidad-. Son artes necesarias. Ángeles probó nuevamente. -No puedo…Yo no soy así. Es como si mintiera… insistió la otra impaciente-. Tú les clavas esos ojazos y les das miedo. Los miras de frente y creen que intentas dominarlos. ¡Ayer sin más, me decía Rosauro que parecías un guerrero romano! -¡Soy muy vieja para andarme con esos remilgos! -Pues quedarás soltera. -¡Ay, Felicidad, eso es lo que me temo!...Pero ¿será posible que no haya un hombre, aunque sea feo y

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pobre, que necesite una mujer como yo? (Carreño y Menezes, 1953: 24- 25) Este fragmento tomado del primer capítulo de la obra, al igual que ocurre con las actividades sociales de las autoras, puede aparentar cierta sumisión ante el perfil demandado a las latinoamericanas en la primera mitad del siglo XX15. Rasgos como el temor a la soltería, la maternidad obligatoria, la coquetería, la sumisión femenina o la actitud pasiva frente al deseo masculino se ponen de manifiesto en este diálogo. Sin embargo, si se piensa esta escena en función del resto de la historia, se pondrá en evidencia cómo mas que una reproducción acrítica, aquí se desencadena un cuestionamiento que se agudiza posteriormente, cuando el hecho político pasa a ocupar el centro de la novela. A esto se suma, además, que el diálogo entre las dos amigas funge como un proceso originario, es decir, en este intercambio se produce (o al menos quiere producir) “una mujer mercadeable”. Queda claro entonces que ninguna de las conductas señaladas por Felicidad son innatas y que –quizás aquí radique lo más importante- todas ellas existen porque los hombres así lo piden. Lo que equivale a decir que desde el primer capítulo, las autoras niegan la feminidad como esencia y asientan que todas aquellas prácticas que provocan la sensación de universalidad obedecen al mandato del Otro. La valoración atribuida a la subjetividad femenina partiría entonces de sus posibilidades de materializar ese deseo. A propósito de ello, la sensación de “estar mintiendo” que confiesa la protagonista adquiere un nuevo sentido. María de los Ángeles no encarna ninguna de las figuraciones de lo femenino que les eran ofrecidas a las mujeres del siglo XIX; no obstante, tampoco se convierte del todo en una individualidad suprimida. Por el contrario, ella “sabe” algo sobre sí misma. Al igual que Carreño y Menezes conoce una verdad que si bien no enuncia públicamente, sí le permite pensar en un lugar –no del todo aceptado por sus pares- desde donde hablar. Con ello, se deja claro que el cuerpo femenino es un territorio de inscripción de distintos discursos, más o menos veraces según el caso, moldeable desde las acciones de cada individualidad.

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La maternidad, de hecho, se desplaza permanentemente en el texto. Por una parte, aparece María de los Ángeles, una mujer sin madre y sin hijos; por la otra, su madrina Clara, madre del Gobernador Salvador del Carril y aliada de la protagonista. La voz narrativa la presenta afirmando: Clara de la Roza, mujer de don Pedro del Carril, era una mujer finísima y no necesitaba decir mucho para decir lo que quería. Ambas mujeres estaban enteradas de que don Nicolás formaba parte del grupo contrario al gobernador, ese grupo, que animado por el clérigo Astorga y presidido por los Fernández Maradona, se asía de la Iglesia para oponerse a todas las leyes progresistas de don Salvador María, a cuya autoridad, que no podían negar, oponían el peso de la inercia. Misia Clara era una de esas grandes mujeres de la Colonia que, por pertenecer a una familia de hombres de genio, transmitían a sus hijos, el genio de la familia, Los de la Roza, aristocráticos señores, dignos representantes criollos del florecimiento cultural y las ideas liberales que caracterizaron en todo el mundo el fin del siglo XVIII, habían dado al país naciente un gran gobernador: Ignacio de la Roza, que pocos años antes había sido el brazo derecho de San Martín, su amigo, en la organización del ejército de los Andes. Y ahora el hijo de misia Clara, lograda la independencia de su país, seguía la gran labor emprendida por los hombres de la revolución y quería dar a su pueblo, en forma de leyes y estatutos, las nobles libertades por las cuales había luchado (Carreño y Menezes, 1953: 44) Inmediatamente después se aclara: Las de la Roza, las Albarracín, las Rojo, las Oro, no eran mujeres políticas, pues, por su origen eran las naturales representantes de una tradición en la que no había cabida para salones literarios ni amistades sentimentales con los hombres de mando. Pero discutiéndose en las tertulias hogareñas todo lo que sucedía, reunidos allí los hombres que estaban

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haciendo la historia, estas mujeres eran brillantes, además de muy virtuosas, y sus maridos [45] y sus hijos encontraban en ellas aliadas valiosas e invencibles luchadoras. -Hace tiempo que no me visitas –prosiguió misia Clara-. ¿Por tu casa todos bien? Ángeles se decidió de pronto. -Misia Clara, he venido a pedirle consejo y un gran favor. -Habla, hijita; sabes que siempre tuve por la finada tu madre, ¡que Dios la tenga en su Santa Gloria! y por ti, un gran afecto. Ángeles, entonces, confusamente, uniendo todo –su enfermedad, sus cuñadas, su deseo de casarse, los casamientos criollos de varios cautivos españoles- le expuso su proyecto, y le rogó que intercediera ante el gobernador para que le otorgase el permiso de rescatar al hombre que había elegido por esposo (Carreño y Menezes, 1953: 45) En principio, resulta llamativo que en la trama de la novela, este personaje femenino sea el sustituto materno de María de los Ángeles. Es decir, Clara de la Roza no adquiere relevancia por ser la madre de uno de los fundadores de la nación, sino por ser la mentora de una mujer huérfana, no contemplada en el mapa de heroicidades sanjuaninas. De igual forma, se le atribuye a Misia Clara la posibilidad de transmitir la genialidad de un hombre a otro sin que ella llegue a detentarla. Carreño y Menezes la ubican en el lugar de la traductora que todavía ocupaban ellas mismas y otras tantas intelectuales, en el imaginario latinoamericano del siglo XX. A pesar de ello, hacia el final de la descripción se establece cuáles fueron los valores que esta mujer transmitió a su descendencia y se aclara que todos conducían a la legalidad, el laicismo, la civilidad y la justicia. Los atributos que constituyen la condición de “genio” distaban mucho de lo que se admitía por entonces como el saber femenino y, por eso mismo, estaban estrechamente vinculados con la propuesta política en emergencia. Entonces, la peculiaridad de que en el

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plano narrativo, Clara de la Roza sea el personaje encargado de entroncar la vida privada de las mujeres con el hecho histórico principal pierde todo matiz de ingenuidad. Mientras que Carreño y Menezes afirman explícitamente estar construyendo una figura ancilar, lejana a la política y expectante frente al discurso de los varones, le asignan como función única la mediación. La presencia de la madrina es el detonante de la identificación de María de los Ángeles con el ideario de del Carril, el despertar de su conciencia política y su autonomía como subjetividad social. Gracias a la presencia de este personaje –madre sustituta de la protagonista- se puede representar una figura femenina que valora la razón del Estado por encima del mandato familiar. De ahí se desprende que la “historia ejemplar” de esta mujer, que mantuvo su posición como testigo de los actos que “hacían la nación”, está siendo reapropiada. En este mismo sentido, no deja de ser curioso que otras mujeres representadas en la novela -entre quienes se encontraba Felicidad, la encarnación de la frivolidad femenina- también fijen posición política, aunque lo hagan desde una postura más tradicional. Este gesto puede ser muy elocuente sobre todo si se tienen en cuenta dos detalles: desenmascara la esencialización de la mujer como una entidad etérea, baladí y emocional; y, simultáneamente, patentiza la presencia material de la mujer en el espacio de lo público desde diferentes plataformas de participación: Felicidad, que no realizaba compras importantes desde hacía varios años, se sentía más pequeña por momentos. Al fin no pudo más y declaró: -Siento dejarte… ¿No podré saludarlo a don Nicolás antes de irme? Tengo para él un recado que me dieron anoche en lo de Fernández Maradona. -Aguarda –dijo Ángeles frunciendo el ceño-. ¿No estaba allí Clemente por ventura? -Lo vi, sí, pero en cuanto me saludó se fue.

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-¡No se habrán hablado más que pestes del gobernador, de seguro! –observó Ángeles un poco seca. -¡Pero es claro! ¡Qué otras cosas pueden decirse de él! –Felicidad suspiró-. ¡Y es un hombre tan simpático! ¡Y Clara de la Roza una mujer tan devota! Pero se ha vuelto loco y hay que ponerle el freno. ¿Sabes tú lo que le ocurrió con el presbítero José de Oro? (…) -Acércate…, no vaya a ser que me oigan… Es una cosa tan…-acercó Ángeles el oído y la otra le refirió en un murmullo la historia que circulaba sobre Oro y del Carril (Carreño y Menezes, 1953: 69- 70) Continúa entonces el relato: Salvador María había querido reunir a sus amigos para leerles el proyecto de la Constitución y obtener así sus impresiones más directas. Eligieron para reunirse el pintoresco paraje de la represa de los Oro, al borde del arroyo. El presbítero, de quien no se sabía nunca de qué lado estaba, porque la originalidad de su pensamiento lo llevaba ora aquí, ora allá, se había dado por resentido de que del Carril no le hubiese hecho avisar de la reunión, y a la hora en que estaban todos presentes había aparecido desnudo sobre su caballo. Sin prestar atención a los que habiéndolo reconocido lo llamaban, se había echado al agua y nadó indolentemente un buen rato. Al salir, y como si no hubiese nadie, había montado con toda tranquilidad su caballo y partido al trote. Los adversarios del gobernador se regocijaban de esta historia repartiéndola por todos lados y, aunque no fuera cierta, resultaba una gran humillación para del Carril. Cuando Felicidad, con aire triunfal, hubo concluido, Ángeles comentó: -¡Es una desvergüenza…! Aunque el cuento no fuera cierto, bien ganado lo tiene don José con todas las

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cosas que hace. Extráñame que misia Paula confíe su hijo Domingo a la educación de ese hombre. -¡Razón te sobra! ¡Bonitas cosas le va a enseñar! Pero Paula Albarracín no le hace caso a nadie… Ya le hemos dicho todas que no remediará con latinajos la haraganería del joven Domingo, ¡pero con ese orgullo de los Albarracín…! Puede morirse de hambre pero se sienten dueñas de todo. En verdad, doña Paula de Albarracín, mujer de don Clemente Sarmiento, no pecaba de orgullo. Buena e industriosa, se llevaba bien con todo el mundo, mas sus amigas no le perdonaban sus ambiciones para Domingo, que ya a los catorce años peroraba como un licenciado, desatendiendo el trabajo y metiéndose en las conversaciones de los mayores con opiniones de peso. ¡Ese joven va a acabar mal!- sentenció Felicidad. Pero Ángeles, y aun poco arrepentida de tantas críticas dijo pensativamente: - Tal vez no, Felicita… Tal vez misia Paula tenga razón y ese hijo recompense todos sus desvelos (Carreño y Menezes, 1953: 70- 71) Pese a que se trata de un diálogo entre aparentes pares sociales, este intercambio entre dos mujeres rompe con la división dicotómica de las identidades de género. Los pares mínimos –reforzados, incluso, por el mismo Domingo Faustino Sarmiento16 cien años antes de la publicación de esta novela- civilización/barbarie, orden/caos, identidad/diferencia, son atravesados por dos personajes femeninos que van de un territorio a otro sin marcas de desplazamiento. Por ejemplo, se establece en un principio que Felicidad no tolera más la compañía de la protagonista porque no podía, como correspondería a cualquier sujeto estereotípicamente femenino, comprar cosas que le permitieran decorar su casa; no obstante, las autoras dejan claro que para María de los Ángeles eso no es un motivo de realización y, contrariamente a lo que se espera de ella, la protagonista, se interesa más en el tema político.

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Hay que añadir también que el papel que se le da a Felicidad en la Revolución religiosa es el de mensajera, es decir, ella media –como lo hacía Misia Clara con la genialidad- entre un sujeto del saber y otro. A pesar de ello, el diálogo aquí citado, y quizás en cierta medida todos los que protagonizan estos dos personajes femeninos dentro de la obra, muestra que la pretendida homogeneidad entre mujeres impide que se establezca la barrera inmunitaria. María de los Ángeles, si bien no es del todo una mujer convencional, con el matrimonio y la familia esperados, no llega a presentar un perfil lo suficientemente excéntrico como para que la feminidad más convencional la repela. De ahí que pueda entrar en contacto con el “saber” que le es entregado a Felicidad, desde su postura, interpretarlo y, ocasionalmente, movilizar la subjetividad de su amiga. No hay, pues, una confrontación entre estos dos tipos sociales, que permita el control del uno sobre el otro, sino más bien un contagio que se refuerza aún más en el segundo fragmento de la conversación. Se debe agregar que aquí se exhibe una intervención más osada de la historia, porque las dos mujeres sin formación, ni experiencia política juzgan al hombre dedicado a la educación de Domingo Faustino Sarmiento y, como consecuencia de ello, al intelectual mismo. Hecho que se torna mucho más elocuente si se considera que, por una parte, el presbítero José de Oro se presenta como un personaje disruptivo, que no cumple con los convencionalismos sociales y, por la otra, Felicidad y María de los Ángeles difieren en la idoneidad del individuo para educar a un hombre de bien. Este mapa se torna más complejo con la inclusión de Paula Albarracín en el imaginario. Ciertamente, el personaje aparece como madre y esposa; no obstante, se habla de su poder de decisión frente a la educación de su hijo que indudablemente está marcada por un desapego a la norma. En otras palabras, uno de los fundadores indiscutibles de la nación es reconstruido dentro de esta novela como un niño fuera de los rangos de normalidad, educado por un hombre también excéntrico que obedece a la solicitud de una mujer dislocada. Se estaría proponiendo en esta escena, una mutación simbólica de los hechos que determinaron la llegada a cierto consenso en

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torno a la identidad nacional en la década de los cuarenta, lo que acabaría por darles visibilidad a Virginia Carreño y Constanza de Menezes. Empleando otros términos, el tono de la obra, su fecha de publicación, el uso de la alegoría en su interior y la elección de un episodio fundacional como centro, llevan a pensar en los personajes femeninos hasta ahora mencionados como subjetividades políticas, representantes y representadas por un colectivo. No se trata solo de individualidades, sino de identidades generadas en el proceso mismo de interacción. Esta idea se refuerza cuando María de los Ángeles oye por primera vez al Gobernador del Carril. Antes de que esto ocurriera, la protagonista ya había dejado de ser una solterona, gracias a su matrimonio con un prisionero de guerra español llamado José. Ella lo ve un día a la distancia y con ayuda de un sirviente, le pide que se casen. Él acepta la propuesta porque la boda le garantiza el acceso a la libertad y la adquisición progresiva de una mayor capacidad de acción. En las primeras referencias al matrimonio, los dos personajes parecen entenderse bien; sin embargo, cuando se está fraguando la Revolución religiosa, en la que tenían parte el padre y los hermanos de María de los Ángeles, ella descubre una carta en la que su marido confiesa su deseo de huir. José no tiene una posición clara acerca de los problemas políticos internos de Argentina, pero deja claro que va a aprovechar la movilización para abandonar su hogar. María de los Ángeles, muy herida, decide visitar a su madrina para pedirle ayuda. Piensa en soluciones como gestionar la expulsión de su marido de la provincia o su regreso a la cárcel. Una vez en la casa de Misia Clara, logra escuchar desde el otro lado de una pared: -Esta lucha, amigo mío…-continuaba del Carril- es nuestra lucha contra el pasado. Nos vemos frente a muchos que la gente acostumbra respetar, y todo lo que ellos dicen es conocido, es repetido, es familiar. En cambio, todo lo que les digo yo es nuevo y los espanta. -Es cierto, eso, muy cierto.

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-¿He de resignarme entonces a que me conozcan por el gobernador que hace “la obra del demonio”? “Ese hombre sufre”, pensó Ángeles al reconocer la pura angustia de su voz, y se extrañó que él también sufriera, cuando lo había visto siempre tan luminoso en su riqueza, su juventud, su poder… Sólo entonces alcanzó el verdadero significado del secreto que había descubierto y en el que sólo, hasta ese momento, había visto su tragedia personal (Carreño y Menezes, 1953: 120) Más adelante, del Carril continúa argumentando: -En la Carta de Mayo creí interpretar lo que el pueblo quería. Creí definir en ella lo que compone la libertad. Quise dejar una Constitución que trajese la libertad. Quise dejar una Constitución que trajese a cada uno la recompensa de la lucha. ¿Y cómo es recibida la Carta de Mayo? El partido pelucón, asustado de que el principio de igualdad entre los hombres revele su inferioridad, se declara insultado en su honor (…) Ángeles escuchaba emocionada. Las lágrimas que aún no había llorado sobre sí misma, le vinieron a los ojos oyendo las palabras de del Carril. En otro momento, quizá, preocupada con las cosas habituales de la vida, esas palabras no hubieran penetrado en su alma. Pero el sufrimiento de los últimos días había agudizado su sensibilidad. Y había sido joven en la época romántica de la cruzada de la patria… Hubiera querido echarse a los pies del gobernador para pedirle perdón y entregarle su vida para ponerla al servicio de sus ideales. Compartía con él su gran rebeldía contra un mundo hostil (Carreño y Menezes, 1953: 122- 123) Desde una perspectiva puramente narratológica, esta escena podría ser pensada como el momento de la anagnórisis. Al escuchar a un hombre que propone una sociedad laica, fundamentada en la racionalidad y en la educación,

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promotora de la igualdad y ajena a cualquier forma de dominación que se hubiera llevado a cabo en el pasado reciente, del Carril estaría recordando –de muchas formas- el proyecto político que se gestaba en el momento de publicación de María de los Ángeles. A esto se suma, además, que la protagonista de la obra se siente profundamente interpelada por su discurso y llega a equiparar, de forma explícita, su condición de mujer no monja, no madre y no prostituta con la de un representante de la civilidad. Al escuchar el proyecto de gobierno, María de los Ángeles descubre que siempre ha tenido parte en un sistema ideológico cuyos postulados se habían silenciado en su presencia. Vale la pena recordar al respecto que se trata de una propuesta ajena a los intereses de su padre y de su marido, con lo que se estarían replanteando al menos tres rasgos atribuidos a los sujetos femeninos en el imaginario latinoamericano de mediados del siglo XX: no toda la participación femenina en la política estaba al servicio de sus emociones, sino que podía desarrollarse una conexión afectiva desde un encuentro racional; la mujer tenía la capacidad de entenderse a sí misma como una entidad excluida del diseño nacional y, por tanto, reconstruirse como una subjetividad política; y la posición asumida por una mujer en el mapa ideológico no siempre sería más conservadora que la de los hombres. A esto se debe añadir que María de los Ángeles no recibe un proceso de formación tradicional ni en lo académico ni en lo político, pero eso en ningún momento le impide ubicarse dentro de una lógica valorada positivamente por las autoras y, sobre todo, por la intelectualidad argentina de mediados de siglo XX. Con esta particularidad, Carreño y Menezes enfrentan un mito más dentro del imaginario latinoamericano y es la necesidad de postergar la participación política femenina hasta que las mujeres se hubieran integrado masivamente al sistema educativo formal. A esto se suma, además, que la actuación directa de María de los Ángeles en el espacio público, desencadenada por la sanción de la carta de mayo, va estar mediada por su inadecuación al proyecto viril y religioso que proponían sus

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hermanos. La imposibilidad de ser vista como un cuerpo sexuado le permite a la primero “solterona” y, luego, malcasada, llevar a cabo acciones que hubieran sido reguladas en un esposa o una madre de bien. Tras esta identidad, la protagonista logra comunicarse con uno de sus sirvientes y pedirle que entregue una carta anónima al Gobernador, un documento que él no llega a leer antes del golpe y que, por tanto, no logra evitarlo. Entonces se resignifica el hecho de que la mujer y el pobre, ambos con bajos niveles de instrucción, apoyen un proceso que –según las palabras atribuidas al Gobernador en esta novela- se fundamenta en las ideas y no en las emociones. A partir del momento en que es destituido del Carril, en la obra se suprimen las marcas de género y la elección de una u otra postura pasa a estar definida por la cercanía o lejanía a los modelos propuestos desde el poder. Algunas mujeres de clases altas celebrarán, mientras que la protagonista, otras personas de los sectores medios y parte de la servidumbre llorarán indeteniblemente. De hecho, cuando María de los Ángeles salió a la calle tras el golpe: Anduvo sin novedad dos o tres cuadras, cuando vio a una conocida que contemplaba el espectáculo con los ojos llenos de furia. La saludó y empezó a preguntarle qué ocurría. Pero la mujer pareció no oírla. Ángeles, mortificada, miró al suelo escondiendo el violento rubor que encendía su rostro y se abrió paso, sin mirar a derecha ni a izquierda. Todos debían ya conocer la actuación de don Nicolás cerca de Maradona. Y esa gente, que temblaba por sus víctimas, le negaba el derecho de estar entre ella. Solo en este instante comprendió Ángeles su situación en la ciudad. Ya no tenía amigos. La revolución que había dado el poder a su padre los había acercado al núcleo de los “pelucones”, con quienes, en su relativa pobreza y obscuridad, nada habían tenido que ver (…) Y en esta división reciente, su cariño instintivamente había estado con las que hoy tenían al marido en

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Angaco o en la cárcel (Carreño y Menezes, 1953: 122123) En este episodio se develan varios rasgos vinculados a las formaciones nacionales y sus diversas operaciones. En primer lugar, se establece que el mandato paterno o de cualquier autoridad sí es un elemento suficiente para que un personaje sea incluido o excluido de un territorio de pertenencia; no obstante, también se deja claro que aun circulando bajo esa marca, les era posible a las alteridades reorganizar las bases de su propia identidad. Por eso, María de los Ángeles renuncia al mandato y pacta, aunque solo sea en términos ideológicos, con otras subjetividades femeninas que han sido afectadas por la Revolución religiosa. El personaje de María de los Ángeles estaría negando la función redentora de los hombres y, al mismo tiempo, estaría proponiendo una política lejana al mesianismo. Ni el hombre que había derrocado a del Carril, ni el gobernador mismo despertarán en la protagonista la necesidad que desencadenan sus pares femeninos: la de pertenecer a un colectivo que padece sufrimientos similares a los suyos. Hay, sin duda, en este personaje una serie de rasgos contradictorios que le impedirán ser entendida del todo como una nueva figura nacional con nombre e historia, a pesar de ello, es innegable que las autoras emplean esta entidad para abrir la gama de existencias imaginables en los procesos fundacionales argentinos. Ciertamente, la obra no escapa del final idílico. José casi muere cuando intenta huir, entonces, María de los Ángeles se dedica a cuidarlo y a protegerlo de los hombres de su familia. Esta entrega la hace merecedora del amor del español. Una vez que del Carril retoma el mando, el prisionero decide regresar a casa para pasar el resto de su vida con su esposa. A pesar de las cercanías que pueda tener este discurso con los cuentos moralizantes de la edad media -en los que el matrimonio feliz era la única finalidad de la existencia femenina- es importante señalar algunos desplazamientos insertos en esta apropiación. Por ejemplo, aquí se propone que la solterona sometida al pensamiento paterno y que solo circulaba al interior del hogar

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era menos deseable que la mujer que apostaba por la construcción de una sociedad laica y equitativa. De igual forma, la mujer pasó a ser interesante para el marido cuando se desprendió del mandato paterno, desobedeció y se arriesgó a circular en el espacio público para protegerlo. Por otra parte, el núcleo familiar que constituirá el centro del proyecto político en boga para el momento de publicación de la obra, se alejará mucho de la propuesta más tradicional, lo que indica que también estos significantes están siendo movilizados. A partir de todo ello es posible deducir que con la escritura de esta obra, Virginia Carreño y Constanza de Menezes hacen inteligible su voz enunciadora y, a la vez, consiguen intervenir un episodio fundacional del pensamiento argentino, ideológicamente tan emblemático como la Revolución religiosa. Al mismo tiempo, estas autoras dan cuenta de su propio lugar indefinido dentro del campo intelectual, lo que permite afirmar que mas que evocar la historia para inscribir el yo en la prospección temporal, aquí se refleja una necesidad de romper la linealidad y recrear en espacios paralelos otras subjetividades nacionales. Indudablemente, Carreño y Menezes están más interesadas en construir empíriconarratológicamente una presencia nacional alternativa que en conocer/explicar los enfrentamientos bélicos particulares.

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