Su único hijo (1891), de Leopoldo Alas, a la luz de la crítica clariniana en la prensa periódica

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hispanic research journal, Vol. 12 No. 2, April, 2011, 135–45

Su único hijo (1891), de Leopoldo Alas, a la luz de la crítica clariniana en la prensa periódica Rafael M Mérida Jiménez Universitat de Lleida, España

El presente trabajo tiene como objetivo ofrecer un análisis de la producción crítica de Leopoldo Alas, ‘Clarín’, con el propósito de valorar la evolución de su teoría en torno a los personajes literarios y su ‘oportunismo’ ético, la influencia que sobre él ejercieron algunos autores franceses, y cómo ésta ofrece claves interpretativas para una lectura de Su único hijo (1891), que, a un tiempo, demuestran el fructífero diálogo de nuestro escritor con la cultura vecina, al igual que su presencia e importancia en la prensa hispánica del último tercio del siglo xix. palabras clave Leopoldo Alas, Clarín, Su único hijo (1891), naturalismo francés y español: siglo xix, crítica literaria española: siglo xix, literatura francesa en España: siglo xix

Hasta fechas relativamente recientes, Su único hijo (1891) fue considerado una obra menor o malograda de Leopoldo Alas, ‘Clarín’, en buena medida como consecuencia implícita de las notorias diferencias que la separan de La Regenta (1884–85), su novela más celebrada y, hoy por hoy, encumbrada al canon de las letras europeas decimonónicas. Este menosprecio crítico fue propagándose también, a mi juicio, al proyectarse sobre ella de forma inconveniente una iluminación filtrada por el naturalismo francés, pues se trata de un texto que su creador había redactado tras haberse distanciado de diversos principios estéticos formulados por Émile Zola en Le Roman expérimental (1880), como confirma una lectura atenta de la obra periodística clariniana a partir de mediados de la década de los ochenta, según sugiere el volumen titulado Mezclilla, editado por la madrileña Librería de Fernando Fe en 1889, en donde se recogen algunos artículos indispensables publicados en La Ilustración Ibérica (Vilanova, 1987). En este sentido, el presente trabajo tiene como objetivo ofrecer un somero esbozo de análisis de la producción crítica de Alas con el propósito de valorar la evolución de su teoría en torno a los personajes literarios y su ‘oportunismo’ ético, la influencia que sobre él ejercieron algunos autores franceses y © Queen Mary, University of London 2011

DOI 10.1179/174582011X12943155134265

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cómo ésta ofrece claves interpretativas que, a un tiempo, demuestran el fructífero diálogo de nuestro escritor con la cultura vecina, al igual que su presencia e importancia en la prensa hispánica del último tercio del siglo xix. Partamos de una sencilla constatación: siendo, por excelencia, la gran narrativa europea del siglo xix un género narrativo cuyos personajes centrales, sobre todo los femeninos (de Eugenia Grandet a Madame Bovary, pasando por Ana Karenina, Pepita Jiménez, o Fortunata y Jacinta, entre muchos otros), adquirieron una inusitada relevancia literaria que, incluso, muy significativamente, llega a ocupar el paratexto más simbólico de una obra como es su propio título, y siendo Clarín un profundo conocedor de las más notables tradiciones narrativas de aquellas décadas, empezando, claro está, por la española, como lector atento y como sagaz crítico, según demuestra su nutrida nómina de colaboraciones en publicaciones periódicas (que le lleva a afirmar, por ejemplo, a propósito de Miau, que ‘en las novelas conviene hacer lo que hace aquí Galdós; tomar como núcleo las personas, los individuos humanos’ [Alas, 1987: 236]), sorprende en primera instancia que no titulara sus dos novelas con los nombres de sus protagonistas: Ana Ozores y Bonifacio Reyes. Sin embargo, enseguida nos percataremos, si recordamos las tramas y los contenidos de ambas obras, de que una hipotética obra bautizada como Ana Ozores hubiera debido de ser muy diferente de la que viera la luz en Barcelona entre 1884 y 1885: Ana es la heroína universal que conocemos en la medida que es ‘la Regenta’, como esposa de don Víctor Quintanar, y que entra en el denso entramado de relaciones sociales definidas por su cargo; por otra parte, Ana Ozores apenas existe y Ana de Quintanar no refuerza tanto la idea de jerarquización social, con sus tupidas ramificaciones individuales y colectivas, que Clarín consiguió vertebrar. De la misma forma, Bonifacio Reyes no sería tal sin el advenimiento de ‘su único hijo’, pues es éste quien le resta ambigüedad y quien canaliza el presupuesto ético que Clarín deseaba potenciar: el voluntarismo moral. Un valor que Alas, muy atinadamente, proyectó en muy diversas instancias narrativas y que propicia una novedad. En palabras de Yvan Lissorgues (1985: 190), ‘es que la factura artística de la novela procede, en gran parte, de la ética, o por mejor decir, la ética parece buscar una nueva estética, más adaptada a su propio objeto y más eficaz para alcanzar su fin’. Y es que si a Ana le da entidad social su matrimonio con Don Víctor, a Bonis le acabará fortaleciendo el norte de regeneración moral que le guía tras el nacimiento de un primogénito. A mi entender, por consiguiente, el juicio que no debemos plantear con respecto a la segunda novela de Alas es aquel desdeñoso acercamiento propuesto por Mariano Baquero Goyanes (1951–52: 132) — y ya anticuado, a la luz de su recepción crítica más reciente — al sentenciar que ‘la diferencia esencial perceptible entre La Regenta y Su único hijo estriba en que Clarín sintió muchísimo más interés por el mundo, el tema y los personajes de la primera novela que por los de la segunda’. No lo debemos hacer porque, como intentaré plantear a continuación, los parámetros estéticos e ideológicos que nutren La Regenta, ciertamente vinculados, aunque nunca calcados, a las corrientes naturalistas francesas, no pueden ser aplicados a la visión espiritualista que alienta Su único hijo. Hablar, entonces, de una ‘ausencia cordial del autor’ o de la ‘frialdad’ de esta última obra, como la despacha Baquero Goyanes (1951–52: 133) se antoja bastante malintencionado o superficial, sobre todo si realizamos una lectura de los artículos clarinianos sobre la actualidad literaria de su tiempo, actividad

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con la que gozó de enorme difusión en periódicos y revistas y que le convirtió en uno de los críticos más perspicaces de la España de la segunda mitad del siglo xix (Bonet, 2003). Es por ello que aunque no contemos con una pieza teórica programática, a la manera de un Zola, podemos analizar la evolución de su pensamiento ético y estético a través de estos textos, algunos de notable extensión y no pocos dedicados a las letras francesas, para averiguar el entorno de las significaciones últimas de su novela de 1891 (Sotelo Vázquez, 2001: 41–63). Numerosos investigadores de la producción literaria y crítica de Leopoldo Alas (siguiendo a Beser, 1968 & 1972) han distinguido tres etapas que coincidirían con la evolución misma de la narrativa española de la época: la primera sería la representada por la defensa de la novela tendenciosa; la segunda coincidiría con el apogeo del naturalismo y la tercera etapa apuntaría hacia el rechazo de las teorías anteriores y la búsqueda de nuevas vías de exploración narrativa. Cada una de estas fases puede concretarse simbólicamente en artículos consagrados a novelas de Benito Pérez Galdós: los dedicados a Gloria (1876), La desheredada (1881), y Realidad (1892), respectivamente. La primera etapa se halla ejemplificada en los Solos de Clarín (1881), volumen que recoge estudios y artículos que ofrecen una nítida imagen del Clarín de la década de los 70: un crítico preocupado por la ‘oportunidad’ — palabra clave en su vocabulario — de la narrativa ‘de tesis’, que merece conectarse con los juicios que definen su análisis de ‘El libre examen y nuestra literatura presente’, incluido también aquí. Nos encontramos con un autor poderosamente influido por Giner de los Ríos y el círculo krausista, militante de la idealidad ética y firme opositor de la corrupción que había propiciado el período de Restauración de la monarquía. ¿Qué tipo de personajes le interesan más en este momento? Lógicamente, aquellos que muestran ese voluntarismo idealista que observa en el León Roch galdosiano,1 que le lleva a abogar por un personaje ideal, como el que admira en Pepita Jiménez de Juan Valera;2 por esta misma razón, critica negativamente los protagonistas de dos novelas de José María de Pereda, El buey suelto y Don Gonzalo González de la Gonzalera.3 Por consiguiente, el aspecto más ensalzado de un personaje novelesco sería ‘la dignidad ideal propia de lo genérico y suprasensible que representa’ (Alas, 1971: 312), y, de la misma forma, el principal mérito de un novelista sería el que otorga al autor de Gloria.4 Elemento fundamental de la narración, junto a este carácter ideal y 1

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‘[N]o por la energía de su carácter, ni por la inflexibilidad de sus resoluciones, ni por la grandeza de su talento, sino por su propósito de formar una familia a imagen y semejanza de aquel noble anhelo de su corazón, que tan bien nos describe el autor’ (Alas, 1971: 204). ‘¡Pepita Jiménez! ¡Qué fortuna para nuestra literatura poseer ya estas personificaciones de determinados ideales, reducidos a indelebles creencias artísticas’! (Alas, 1971: 295). De la primera afirma: ‘Yo no niego que haya Gedeones; lo que digo es que Gedeón no representa a la respetable clase de solteros, y que no es típico, artístico, porque sólo vemos en él miserias prosaicas, sin sentido, sin nada significativo’ (Alas, 1971: 233). A propósito de la segunda señala que ‘no es lo mismo crear un tipo que aspira a ser, y debe ser, por el propósito conocido del autor, representación típica de todos los congéneres, que describir y retratar, por modo de arte, determinadas realidades, conocidas, palpables’ (Alas, 1971: 334). Pues Benito Pérez Galdós demostraría que ‘la realización de su obra nada ha quitado al primordial pensamiento; en el producto artístico se transparenta la idea con toda diafanidad, sin una sola mancha. A esa armonía del fondo y la forma es a lo que debe aspirar el artista que busca la belleza. La mayor parte de las veces los poetas que personifican un ideal o individualizan una cuestión de la vida social, religiosa, etc., pretendieron probar algo, pierden el tiempo y el trabajo, porque el ejemplar escogido es defectuoso’ (Alas, 1971: 348).

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típico de los personajes, sería la verosimilitud, inexistente en El buey suelto (Alas, 1971: 234) o en el protagonista de El Niño de la Bola, de Pedro Antonio de Alarcón.5 En definitiva, el Leopoldo Alas de los Solos de Clarín cree que Todo es legítimo en el arte, el realismo y el idealismo; pero a condición de que el primero no olvide, en lo singular que directamente copia, buscar lo propio para la expresión de lo genérico, y de que el segundo, el idealismo, lo ejemplar y perfecto que concibe, lo aplique verosímilmente a una creación individual, viva, y por todos lados determinada y acabada. (Alas, 1971: 229)

La segunda etapa o estadio que suele proponerse al analizar la evolución crítica de Leopoldo Alas está vinculada, como he apuntado, a la influencia de la corriente naturalista francesa. Pero debe recordarse que Clarín no fue un naturalista ortodoxo, ni mucho menos dogmático; lo que probablemente sí fuera es uno de los mejores conocedores de las apuestas y de los logros de la estética zoliana en nuestro país, así como su defensor, precisamente por muy parecida motivación a la que unos años antes le había movido a defender la novela tendenciosa: su ‘oportunidad’ histórica y literaria. Así lo señala Beser (1972: 106), al destacar la crítica clariniana del drama de José Echegaray titulado Haroldo el normando, en donde, de manera tan diáfana como ecléctica, Alas asegura que no admite un dogma cerrado naturalista y que él se considera un oportunista de esta escuela. Esta oportunidad es la que propiciaría la génesis de algunas de las obras más importantes del último tercio de nuestro siglo xix, como La Regenta o Fortunata y Jacinta, y es la que facilitó el tono del tan conocido prólogo de Clarín a La cuestión palpitante, de Emilia Pardo Bazán, publicado en 1881 y estructurado mediante un sistema elusivo que subraya la finura propia y ataca la grosería de la crítica más ignorante o malintencionada. ¿Qué es, pues, el naturalismo, según Clarín? Para responder esta pregunta disponemos de dos textos, nacidos con intención diversa, que nos proporcionan una cabal información: el primero es una serie de artículos publicados en la revista La Diana en 1882; el segundo es la crítica clariniana a la novela ‘naturalista’ por excelencia de Pérez Galdós, La desheredada, aparecida en el volumen La literatura en 1881, escrito en colaboración con Armando Palacio Valdés. La serie titulada, precisamente, ‘Del naturalismo’, se caracteriza por un contenido básicamente programático, casi la otra cara de la moneda de lo que pretendía con su proemio a La cuestión palpitante.6 En 5

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A su juicio, este personaje, ‘convertido, gracias a la tirantez de su conducta cabalística, inexplicable, en un figurón o maniquí, cuyos alambres, resortes de locomoción, descubre el espectador más dispuesto a dejarse engañar. El Niño de la Bola, Venegas, es una mezcla inverosímil y desmañada de Gilliat, Robinsón y contrabandista’ (Alas, 1971: 217). Entre las afirmaciones más interesantes que responden a nuestra pregunta podemos entresacar las siguientes (Alas, 2003b: 893): ‘El naturalismo niega el concepto de arte que, exclusivamente, ofrece el idealismo. [. . .] Niega el naturalismo que el arte se proponga influir en la vida siempre por la idealización de los objetos, elevándolos a tipos que nos den algo como la visión beatífica de lo perfecto que en el mundo no hallamos’; ‘Así como el científico rechaza todo conocimiento de preocupación, preconcebido, en cualquier sentido, al indagar el objeto de conocimiento, así el naturalismo rechaza el arte tendencioso, como se le ha llamado, que falsifica la realidad queriendo hacerla decir lo que el artista crea bueno o cierto y sabroso, siendo así que la realidad a cada cual le dice cosa distinta, según sus ideas, mientras ella se mantiene indiferente quedando en su seno el secreto, como la esfinge’ (Alas, 2003b: 895); ‘No, ni el arte necesita, ni puede jamás llegar a ser ciencia, ni el naturalismo, como arte, es solidario del positivismo’ (Alas, 2003b: 916); ‘Este desconfiar de la idealización, este prurito de recoger y estudiar los datos sensibles, esta tendencia general a ocuparse de la vida real, con sus

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su crítica a La desheredada, Clarín advierte el cambio sustancial que el escritor canario ha introducido en su novela y no se reprime ni en elogiarle (‘debe ser bendito y alabado’, Alas, 2003a: 428) ni en afirmar que ‘la teoría del naturalismo lleva la mejor parte en la lucha de las escuelas, y sobre todo en la práctica del arte’ (Alas, 2003a: 432). Resulta imprescindible destacar, de nuevo, la utilización del factor de la ‘verosimilitud’ para hablar de la nueva estética — y vamos intuyendo progresivamente una constante que pulsa su obra —: El pueblo que se pinta en La desheredada no es aquel pueblo inverosímil, de guardarropía, de las novelas cursis, que tanto tiempo hicieron estragos en parte del público; es claro que eso no podía ser; pero tampoco es el pueblo idealizado de las novelas sociales de Sué; en estas, y en las de otros autores que siguieron a tan notable escritor, las clases últimas (ya que así se llaman) aparecen en fantásticas proporciones. (Alas, 2003a: 429–30)

Esta verosimilitud procede en buena medida de la perfección con que Pérez Galdós habría sabido construir los diálogos así como de la adecuación de las partes dialogadas con el carácter y estado de cada personaje.7 Clarín, además, destaca desde un filtro naturalista la entidad novelesca de la protagonista, Isidora Rufete, al tiempo que alaba su inmersión en la realidad más cotidiana: ‘es una mujer de carne y hueso, que tiene todos esos vicios y defectos, y que se pierde por ellos’, es decir, un ser que vive ‘entre las circunstancias que naturalmente deben rodearle’ (Alas, 2003a: 437).8 En cualquier caso, para entender este cambio en la concepción del personaje en la crítica, y en la propia obra de ficción de Leopoldo Alas, debemos tener en cuenta, según demostrara Antonio Vilanova (1984: 12), además de la influencia del naturalismo, ‘el influjo decisivo de la Estética de Hegel en las teorías literarias del joven Clarín, confesado por él mismo en una carta de 1888 a Menéndez Pelayo’, sobre todo en lo relativo a la problematicidad de los personajes, tanto en su fuero interno como en su realidad empírica, lo que ‘nos da la clave de la peculiar concepción clariniana de los caracteres novelescos como encarnación de conflictos morales entre inclinaciones y deberes contrapuestos’. La tercera etapa en que suele dividirse la producción crítica de Clarín, aquella que cronológicamente coincide con la redacción y publicación de Su único hijo, resulta de clasificación más difícil, pues a diferencia de las dos anteriores, no se nos presenta afiliada a una estética clara o definida (como podían ser la idealista-tendenciosa y la naturalista), sino más como un tiempo de exploración y búsqueda que se plasma en

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Continued pormenores, [. . .] la representa en el arte el naturalismo, y por esto es el modo artístico propio de nuestros días, y esto es lo que pretende y nada más [. . .]. El naturalismo tiene como nota característica el pretender que el arte estudie e interprete la verdad, para que la expresión bella sea conforme a la realidad’ (Alas, 2003b: 917–18); o, en resumidas cuentas, ‘crear un tipo y colocarle en una acción inventada ad libitum y adecuada a sus cualidades, para que el carácter pueda expresarse en ella, es trabajar en falso, es abandonar el terreno firme en que debe moverse el arte contemporáneo’ (Alas, 2003b: 952–53). ‘¡Cómo habla la Sanguijuelera! ¡Cómo habla Pecado, cómo habla Miquis, cómo habla Relimpio! Si yo escribiera este artículo con el objeto especial de alabar a Galdós, ¡aquí sí que el incienso debería gastarse a puñados’! (Alas, 2003a: 431). Líneas antes, Clarín ya había afirmado que en la protagonista ‘y en su suerte influyen el propio carácter, el medio en que vive . . . y además los sucesos anónimos, no preparados por nadie, traídos por la marea de la vida, que son parte muy principal en el destino de todos los hombres’ (Alas, 2003a: 436).

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‘la defensa de las tendencias psicológicas e intimistas de la etapa espiritualista posterior, que abarca desde 1890 hasta su muerte’, según propone Vilanova en el prólogo a su edición de Mezclilla (1987: 8). Lo cierto es que esta indefinición aparente puede valorarse como el puro reflejo del momento de crisis que estaba viviendo la novela europea post-realista, que intenta descubrir un nuevo sistema de valores que sustituyera al legado positivista: así, unos de sus máximos representantes fue Paul Bourget, novelista y crítico francés especialmente apreciado por Clarín y al que dedicará uno de los artículos más relevantes de su volumen de ensayos de 1889.9 Así observaremos que en los artículos reunidos en Mezclilla, Alas se aleja, irónicamente, de idealistas y de naturalistas en su crítica a Fortunata y Jacinta (titulada ‘Una carta y muchas digresiones’), y propone el ‘personalismo’ como método de acercamiento a la realidad para lograr una más perfecta cristalización novelesca.10 Frente a las dos épocas anteriores, Clarín plantea, en su reseña a La Montálvez de Pereda, un vínculo con la realidad claramente diferente, que estaría anticipando parte de la trama y del trasfondo moral que desarrollará en Su único hijo.11 Igualmente, en esta misma crítica se observa la preocupación permanente por el uso correcto y verosímil de la lengua de cada personaje;12 sin embargo, no se trata de la verosimilitud prominente que leíamos en artículos de las etapas anteriores, sino que se encuentra muy bien matizada y nos propone un acercamiento diverso a la obra literaria.13 Se trata de un enjuiciamiento, de corte espiritual,14 que potencia mediante la remisión a Paul Bourget, cuando apunta que

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Como destaca Vilanova (1987: 9–10), ‘Mezclilla representa un avance decisivo en la línea de revisión crítica de la estética naturalista iniciada en Nueva Campaña’ y su objetivo sería el ‘justificar, a la luz del nuevo rumbo que señalan las últimas tendencias de la literatura europea del momento, el cambio de actitud respecto al naturalismo que ha empezado a apuntar claramente en aquel libro a propósito de la literatura española más reciente’. ‘No sólo bueno, sino absolutamente necesario, es ser observador, gran observador, para escribir novelas por el estilo realista; pero llega un punto en que no cabe la observación inmediata, directa, conforme a las reglas ordinarias de la lógica, y entonces hace falta que lo que llamamos genio (y será lo que Dios quiera) arrime el hombro y eche el resto. En la mayor parte del arte psicológico, cuando no se trata del puramente subjetivo y, todo lo más, del experimental, que llaman subjetivo también, es indispensable prescindir, si se quiere ahondar, de la observación inmediata’ (Alas, 1987: 114). ‘O se debe mentir, o no. Si no se debe mentir, no se debe escribir; porque si se escribe y no se miente, no hay más remedio que pintar al hombre como un animal eminentemente vicioso, tal vez lujurioso. Esto no es pesimismo, es historia natural; por lo menos no es pesimismo absoluto..., que es el único pesimismo posible’ (Alas, 1987: 120). Señalando ahora cómo un tipo de diálogos inadecuados ‘quitan calor y verdad al libro, porque, sean buenos o malos, ese lenguaje y ese estilo no pueden ser los de mujer semejante’ (Alas, 1987: 129). ‘Los espíritus comineros, pobres, convierten la verosimilitud en el arte en una traba ridícula, intolerable, que sólo serviría, si se respetara, para respetar la medianía y sofocar el ingenio fuerte y poderoso. No da más a propósito para matar la poesía que ese prurito de falso realismo, que consiste en no tolerar lo poético, lo distinguido, lo extraordinario, introduciendo en las letras, y hasta en sus asuntos, una mesocracia tediosa, que ya está causando tanto daño en la política, en la ciencia, en la religión, en mil partes’ (Alas, 1987: 137). ‘La Montálvez, con todas sus imperfecciones, es obra de importancia, que nos dice mucho del alma de su autor y de la nuestra, que se mueve en la vida interior con profundo conocimiento de sus pliegues y repliegues; es un libro serio de veras, de esos que, sin salir del terreno del arte, prueba que en él caben con anchura las más graves interesantes cuestiones de cuantas preocupan al hombre de buen corazón y reflexivo’ (Alas, 1987: 135).

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en las obras artísticas de análisis psicológico no se trata de representar en los personajes el término medio de los de su clase, sino de estudiar determinada personalidad, de veras, tal como es o debe ser, ya sea de comunes cualidades, ya excepcional. Lo excepcional es tan artístico como lo general, porque las leyes naturales, de que lo excepcional es resultado, no son excepcionales; son tan reales y constantes como todas. (Alas, 1987: 136–37)

Esta subjetividad del autor de genio obtendrá su correlato en una individualización de los rasgos de los personajes que salgan de su pluma, porque, lógicamente, la ‘excepcionalidad’ de la que Clarín crítico trata es trasunto de la del propio novelista. Ya no se trata exclusivamente, por tanto, de la individualidad que aplaudía en la Isidora Rufete de La desheredada, sino que ahora adquiere un renovado sentido, tal como puede observarse en la crítica a otra obra galdosiana, Miau.15 Parece como si Alas remodelase con nuevos propósitos las teorías románticas sobre la inspiración y el hombre de genio; así, al hablar de la obra de Alphonse Daudet titulada Treinta años de París, tropezamos con estas reveladoras palabras: ‘se puede estudiar mejor la relación del alma del artista a su obra, del ambiente espiritual y físico en que vive al resultado de su genio e ingenio influido, por esa doble atmósfera, que después se pega a la obra bella como un aroma circundante’ (Alas, 1987: 209). El ‘genio’ sería, en el fondo, aquello que más admira de Zola, tal como se vislumbra en su artículo ‘A muchos y ninguno’, cuando comenta del escritor francés ‘que tiene, además de genio, talento’, y que éste no puede menos de haber notado que lo mejor que hay en sus obras es lo que no depende de credos literarios ni filosóficos; lo que viene no se sabe de dónde: la inspiración, el soplo divino, que no será divino ni soplo, si no quieren, pero que sopla, y sopla como lo haría una divinidad. Zola sin eso que llaman ya todos su fuerza, no sería un gran revolucionario, un jefe de movimiento hondo y extenso. Los naturalistas de escalera abajo atribuyen el triunfo a la eficacia de la doctrina, y el triunfo se debe al vigor del ingenio. (Alas, 1987: 173–74)

Por consiguiente, puede afirmarse que la crítica de Clarín en torno a los naturalistas se estaría revistiendo de un singular contenido ético y estético, puesto que añade al ataque precedente de la incomprensión y/o desconocimiento de sus principios, el de la personalidad insustituible de Zola, que conduce a esos ‘naturalistas de portal’, según los caracteriza, a la ausencia de imaginación en sus obras: ‘Para ellos no hace falta saber inventar; la imaginación sobra, o poco menos; la inspiración es un mito de la psicología vulgar; el genio una farsa’ (Alas, 1987: 163). El punto culminante de esta reflexión sobre el autor de Le Roman expérimental (hacia quien siente esa gran admiración que, sin embargo, no le merecen sus seguidores, como siempre debe destacarse) lo alcanzará al comparar su influencia con la de Charles Baudelaire, en un estudio de extremado interés dedicado al autor de Les Fleurs du mal, de quien

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‘Cadalso, sin estos recursos, y un poco mejor y más determinado, no en la tendencia de su carácter y temperamento, que bien se ven, sino en los rasgos individuales (que son siempre indispensables para que los personajes sean propiamente artísticos), hubiera sido una de las figuras más originalmente observadas y representadas en la novela contemporánea española’ (Alas, 1987: 234).

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afirma que ‘no es tampoco responsable de las caricaturas que con intención o sin ella se han hecho de su manera y de la índole de su ingenio’ (Alas, 1987: 103). Otro de los aspectos más interesantes que nos proporciona Mezclilla para comprender la ubicación, moral y literaria, del Clarín de aquellos años sería la influencia del escritor y crítico francés Paul Bourget: basta leer el indispensable artículo que a él le dedica (Alas, 1987: 141–56). Bourget es transformado en un espejo en donde Leopoldo Alas se refleja de manera nítida y a través del cual podemos analizar su obra (Sotelo Vázquez, 2002); esto es así, además de por las afinidades que Clarín confiesa en su epistolario, porque en la reseña mencionada no se reprime en confesar esa ‘tendencia psicológica para mí sumamente simpática’ (Alas, 1987: 143). De esta manera, los juicios que esgrime a favor del autor francés se antojan inmejorables para que le caractericemos en esa circunstancia histórica y creativa: la unión de sus condiciones de crítico y de artista con un rigor común (Alas, 1987: 144), la neutralidad de su actividad crítica y su voluntarismo moral (1987: 145–46), unida a su perspicacia psicológica (1987: 147) y a su falta de dogmatismo y cientifismo, a la manera de un Brunétière (esto último en el artículo ‘Baudelaire’ [Alas, 1987: 80]). Además, Clarín admira la construcción del protagonista de Mensonges, novela de Bourget, razón por la que resulta pertinente observar cómo el encuentro de Bonifacio Reyes con la compañía de ópera (encabezada por Mochi, Serafina Gorgheggi y Minghetti), desarrollado a partir del capítulo iv de Su único hijo, presenta ciertos paralelismos con algunos detalles que Clarín destacó de esta novela. Al tratar el descubrimiento del mundo teatral del protagonista de Mensonges, destaca lo siguiente: Y aquí es donde el autor, con mucha originalidad y fuerza, pinta y explica el efecto profundo que causa en el alma del artista, del poeta, la impresión de respirar por vez primera en la atmósfera del lujo refinado, y no sólo esto, sino el especial encanto que sigue teniendo para él esta vida excepcional, que por sus apariencias tiene trazas de un oasis de poesía en el desierto de la prosa real que por todas partes nos rodea. (Alas, 1987: 152)

Todos estos rasgos acaban de perfilar una imagen muy clara de Leopoldo Alas inmediatamente anterior a la publicación de su segunda novela. El Clarín que en sus Solos recopilaba artículos aparecidos en la prensa periódica tan imprescindibles como ‘El libre examen y nuestra literatura presente’ o ‘Cavilaciones’ tan hondas como ‘Sólo la virtud tiene argumentos poderosos contra el pesimismo’ (Alas, 1971: 87), era el luchador de una moral ideal, el opositor impertérrito que parte de su independencia lúcida como único bastión y defensa frente a una sociedad hipócrita e intolerante, cuyos máximos exponentes son la Iglesia y el Estado, instituciones que han perdido cualquier valor trascendente y que olvidan al hombre auténtico. Ésta sería la razón fundamental por la que Clarín se erige en conciencia crítica de su momento, con un programa moral alternativo cuyo fin persigue la regeneración de su país — y utilizo el término en lo que tiene de herencia krausista renovada por Alas —. Desde esta perspectiva podemos entender su acercamiento a la corriente naturalista, vinculado a un ‘oportunismo’; postura entusiasta pero a la vez con claras reservas, sobre todo en lo tocante a ciertas tendencias positivistas (como el determinismo científico), pero que no despreció los elementos temáticos y técnicos (en aras de la verosimilitud) que potenciaban un proyecto moral de ‘hombre interior’, divergente de algunas ortodoxias. Sería este proyecto moral el que en Mezclilla propicia su defensa

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de las preocupaciones éticas de Paul Bourget y el ataque al doctrinarismo de ciertos seguidores de Émile Zola (el mismo que encontramos en tantos de sus cuentos). Y es esta voluntad de transformación también la que le conduce al estudio y a la difusión de la literatura francesa de su época en este volumen. Se trata de piezas que ilustran los planteamientos europeístas y cosmopolitas de Leopoldo Alas, cuya finalidad — adelantándose a las conocidas propuestas de algunos miembros de la ‘generación del 98’ y de Ortega y Gasset — resulta claramente patriótica, en lo que tienen de enriquecimiento para la cultura española, pues, a su juicio, ‘Lo que necesita el arte para vivir bien no es una multitud de escritores, sino un pueblo que sepa ser espectador o lector, que sepa contemplar y admirar’ (Alas, 1987: 177). En este contexto sería en el que cabría reevaluar Su único hijo. Si la idea motriz de La Regenta fue reducida por algunos críticos de la época de su publicación a un caso de ‘histerismo’ (Vilanova, 1985: 54), tal vez no fuera desacertado pensar que el motor de la segunda novela clariniana hubiera podido ser entendida como la de una frustración patológica: frustración social y personal, exterior e interior, pues la ‘pasividad’ de Bonifacio Reyes en todos los niveles de su conducta es puesta de manifiesto repetidamente, tal como señala Valis (1981: 137): ‘Bonis is weak, passive to the point of abulia, and continually manipulated and abused by stronger feminine characters’. Pero notemos, de nuevo, la diferencia considerable entre ambas novelas, pues mientras la primera se vincularía con cierto carácter fisiológico afín a la estética naturalista, la segunda sería fruto directo de un análisis psicológico. Sin embargo, a mi juicio, el tema de la frustración no resulta motriz, sino que sirve para conducir a los lectores hacia el verdadero problema que pretende abarcar la novela: la necesidad de un voluntarismo espiritual y moral que debe permitir a Bonifacio Reyes afrontar y desterrar esa frustración vital creciente que le acompaña, la necesidad de una actividad y de una creencia que elimine su anonadamiento y su insignificancia íntimos (que metafóricamente representarían la necesidad de autoafirmación que Leopoldo Alas exige a sus coetáneos y a España). En el último capítulo de Su único hijo podemos apreciar la intensa proximidad entre Clarín y su protagonista, en especial si valoramos la manera en que la burla, antes sarcástica, se ha dulcificado y cómo se alude a las consecuencias vitales del proyecto moral de Bonifacio con mayor frecuencia. El rasgo que mejor caracteriza la construcción final de este personaje se vincula a la afirmación de que para Bonis ‘su fe era ahora su hijo’ (Alas, 1979: 310). Esta asociación sería la clave que puede desvelar el sentido de las últimas escenas de la obra, en donde asistimos al bautizo del niño y en las que Reyes, mientras compara a la Iglesia con una madre, siente su vocación de padre y descubre, íntima y definitivamente, que ‘ya soy algo’ (Alas, 1979: 315) y cómo ‘todo tomó nueva vida, más intenso, armónico y poético sentido’ (Alas, 1979: 317), sentimientos que se vuelven a materializar durante la conversación con Serafina, en la que la cantante le escupe que ese vástago que tanto ama es fruto de las relaciones de su esposa, Emma, con el barítono Minghetti. La respuesta de Bonifacio a tal acusación maliciosa es diáfana y, a mi entender, emplaza la discusión entre la crítica (García Sarriá, 1975: 198–211; Montetes, 2002) a propósito de la paternidad biológica de Reyes en un segundo plano, pues el tinte moral con el que Clarín impregna su obra sería, en primerísima instancia, el relacionado con el voluntarismo y la dignificación que adquiere su personaje ante el nacimiento de un hijo que, a nivel trascendente, le abre las puertas de su redención:

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RAFAEL M MÉRIDA JIMÉNEZ

— Serafina . . . , te lo perdono . . . , porque a ti debo perdonártelo todo... Mi hijo es mi hijo. Eso que tú no tienes y buscas, lo tengo yo: tengo fe, tengo fe en mi hijo. Sin esa fe no podría vivir. Estoy seguro, Serafina; mi hijo . . . es mi hijo. ¡Oh, sí! ¡Dios mío! ¡Es mi hijo! . . . Pero . . . ¡como puñalada es buena! Si me lo dijera otro . . . ni lo creería, ni lo sentiría. Me lo has dicho tú . . . y tampoco lo creo . . . Yo no he tenido tiempo de explicarte lo que ahora pasa por mí: lo que es esto de ser padre . . . Te perdono, pero me has hecho mucho daño. Cuando mañana te arrepientas de tus palabras, acuérdate de esto que te digo: Bonifacio Reyes cree firmemente que Antonio Reyes y Valcárcel es hijo suyo. Es su único hijo. ¿Lo entiendes? ¡Su único hijo! (Alas, 1979: 324)

Sería a partir del símil de ‘Bonifacio como su único hijo’ que podríamos descubrir más atinadamente las coordenadas éticas y estéticas que tejen su configuración y que aparecen prefiguradas en la obra crítica que Clarín fue publicando en la prensa hispánica de la década de los años 80, en donde cobra notable relevancia la consagrada a autores franceses (como Baudelaire, Zola y Bourget) y en donde fue conjugando un voluntarismo moral y una inquieta voluntad artística que no desdeñaba la acción política. Tengamos presente, de entrada, que aquello ‘que caracteriza la relación de Alas con las ideas nuevas, esas que, según él, merecen estudiarse y asimilarse, es el entusiasmo’ (Lissorgues, 2002: 519). En todo caso, convendrá recordar los sutiles mecanismos de ese juego de implementaciones críticas y creativas plurales que convierte a Su único hijo en una singular obra literaria y en un proyecto de regeneración del ser humano para los españoles de su tiempo. Menos para las mujeres que, sobre todo, para aquellos varones en quienes coexistían, al igual que en Bonis, el romanticismo con ‘las pulsiones del burgués y del hombre de familia’ (Oleza, 1990: 76). En este sentido, la maternidad de Bonis merece ser entendida tanto desde una perspectiva explícitamente sexual (e irónica, según valora Percival, 1983) como profundamente ideológica, también por patriarcal (más que antifeminista, en contra del análisis de Ullman, 1975), ya que la apuesta política de Clarín en Su único hijo es que sea el varón — encarnado en Bonifacio Reyes: liberal, burgués y culto — quien asuma el doble rol de madre y de padre al rescate de una dignidad casi perdida que es la de su Madre Patria en decadencia.16

Bibliografía Alas, L. 1971. Clarín. Solos de Clarín. Madrid: Alianza. Alas, L. 1979. Clarín. Su único hijo, ed. C. Richmond. Madrid: Espasa-Calpe. Alas, L. 1987. Clarín. Mezclilla, ed. A. Vilanova. Barcelona: Lumen. Alas, L. 2003a. Clarín. Obras completas, iv: crítica, ed. L. Bonet. Oviedo: Nobel. Alas, L. 2003b. Clarín. Obras completas, vi: artículos, 1879–1882, ed. J.-F. Botrel y Y. Lissorgues. Oviedo: Nobel. Baquero Goyanes, M. 1951–52. Una novela de Clarín: Su único hijo. Anales de la Universidad de Murcia, 10: 125–71. Beser, S. 1968. Leopoldo Alas, crítico literario. Madrid: Gredos. Beser, S. 1972. Leopoldo Alas: teoría y crítica de la novela española. Barcelona: Laia. Bonet, L. 2003. Leopoldo Alas, crítico literario: una acción ética e ideológica. En: Alas, 2003a: 25-107. García Sarriá, F. 1975. Clarín o la herejía amorosa. Madrid: Gredos. 16

El presente trabajo está vinculado al proyecto de investigación fundamental FFI 2009-09026 (FILO).

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Lissorgues, Y. 1985. Ética y estética en Su único hijo de Leopoldo Alas. En: A. Vilanova, ed. Clarín y su obra. Barcelona: Universitat de Barcelona, pp. 181–210. Lissorgues, Y. 2002. Leopoldo Alas, Clarín: un español universal en el panorama europeo. En: A. Iravedra, ed. Leopoldo Alas: un clásico contemporáneo (1901–2001). Oviedo: Universidad de Oviedo, ii, pp. 519–54. Montetes, N. 2002. El sentimiento de paternidad en Clarín: estudio de Aprensiones, Un voto y Su único hijo. En: A. Iravedra, ed. Leopoldo Alas: un clásico contemporáneo (1901–2001). Oviedo: Universidad de Oviedo, ii, pp. 877–903. Oleza, J. 1990. Introducción. En: Leopoldo Alas, Su único hijo. Madrid: Cátedra, pp. 11–151. Percival, A. 1983. Sexual Irony and Power in Su único hijo. En: G. Paolini, ed. La Chispa 83. New Orleans: Tulane University, pp. 221–29. Sotelo Vázquez, A. 2001. Perfiles de ‘Clarín’. Barcelona: Ariel. Sotelo Vázquez, A. 2002. Leopoldo Alas y Paul Bourget: crítica y novela. En: A. Iravedra, ed. Leopoldo Alas: un clásico contemporáneo (1901–2001). Oviedo: Universidad de Oviedo, ii, pp. 577–93. Ullman, P.L. 1975. The Antifeminist Premises of Clarín’s Su único hijo. Estudios Ibero-Americanos, 1: 57–91. Valis, N.M. 1981. The Decadent Vision in Leopoldo Alas. Baton Rouge: Louisiana State University Press. Vilanova, A. 1984. La Regenta de Clarín y la teoría hegeliana de los caracteres indecisos. Ínsula, 451: 1 y 12–13. Vilanova, A. 1985. El adulterio de Anita Ozores como problema fisiológico y moral. En: A. Vilanova, ed. Clarín y su obra. Barcelona: Universitat de Barcelona, pp. 43–82. Vilanova, A. 1987. Prólogo. En: Alas, 1987: 7–38.

The main goal of this article is to offer an analysis of Leopoldo Alas’s criticism in order to understand the evolution of his theories related to literary characters and the way these theories were influenced by ethical ‘oportunismo’ and by French writers. This reading will make possible a new approach to Su único hijo (1891), his second novel, as well as a revaluation of his work devoted to French culture, which was extremely important in Hispanic newspapers during the three last decades of nineteenth century. keywords Leopoldo Alas, Clarín; Su único hijo (1891), French and Spanish Naturalism: nineteenth century, Spanish literary criticism: nineteenth century, French literature in Spain: nineteenth century

Nota sobre el autor Rafael M. Mérida Jiménez es doctor en Filología Hispánica (Universitat de Barcelona) y profesor de Estudios Hispánicos en la Universitat de Lleida. Ha ejercido la docencia en universidades españolas y americanas. Entre sus publicaciones sobre la literatura caballeresca deben mencionarse las monografías Fuera de la orden de natura: magias, milagros y maravillas en el ‘Amadís de Gaula’ (Reichenberger) y La aventura de ‘Tirant lo Blanch’ y de ‘Tirante el Blanco’ por tierras hispánicas (Centro de Estudios Cervantinos). Su interés por los estudios de la mujer y las teorías de género se refleja en El gran libro de las brujas (Integral), Damas, santas y pecadoras (Icaria), Cuerpos desordenados (Universitat Oberta de Catalunya), Los géneros de la violencia (Egales), así como en las compilaciones tituladas Sexualidades transgresoras (Icaria) y Mujer y género en las letras hispánicas (Universitat de Lleida). La correspondencia a: Prof. Dr Rafael M. Mérida Jiménez, Universitat de Lleida, Departament de Filologia Hispànica, Facultat de Lletres, Plaça de Víctor Siurana, 1, 25003 Lleida, España. Email: [email protected]

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