Sociolingüística de la globalización

May 22, 2017 | Autor: F. Moreno-Fernández | Categoría: Sociology, Languages and Linguistics, Globalization, Sociolinguistics, Linguistics
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Descripción

Capítulo 5

SoCiolingüíStiCa de la globalizaCión

FranCiSCo Moreno Fernández Universidad de Alcalá Instituto Cervantes at Harvard University [email protected]

1.

introduCCión

No estoy seguro de que Haver Currie fuera plenamente consciente del largo recorrido que tendría la palabra sociolingüística cuando la utilizó –en 1949 de forma oral y en 1952 por escrito– para afirmar que “las funciones y significados sociales de los factores del habla ofrecen un prolífico campo de investigación”. No era esta la primera vez que se hacía referencia a la sociolingüística, escrito con guion en aquella época, porque en 1939 Thomas C. Hogson, ya había titulado un trabajo suyo “Socio-linguistics in India”, pero sí era la primera vez que se vislumbraba su interés como materia de estudio. Ese interés cuajó unos años más tarde con la publicación de dos volúmenes colectivos que permitieron hablar de sociolingüística con más continuidad (Bright 1966; Lieberson 1966). En esos volúmenes, fruto de reuniones y simposios celebrados en los Estados Unidos en los años sesenta, se trataron temas tan variados que dieron la impresión de que la nueva disciplina solo tenía de común el nombre. De los años sesenta nos quedó clara, al menos, la consolidación del término sociolingüística, que se incorporó desde entonces al amplio espectro de los estudios del lenguaje, poniendo el énfasis a veces en lo social, a la izquierda del guion de aquella socio-linguistics, a veces en lo lingüístico, al otro extremo del guion, y, más de una vez, sobre el propio guion, en una especie de cuerda floja en la que no se sabía si la investigación había de caer a un lado o a otro de la pequeña raya horizontal.

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Ahora bien, entre todas las posibilidades de investigación que se manejaron entre los años sesenta y setenta, como es sabido, hubo una que acabó convirtiéndose en la sociolingüística por antonomasia; en la sociolingüística “propiamente dicha”, utilizando una etiqueta repudiada por los “no esencialistas”, como Karol Janicki (2006). Me refiero a la sociolingüística liderada por la figura de William Labov y que recibe el nombre de sociolingüística urbana o sociolingüística variacionista. Después de 50 años de investigación sociolingüística, el paradigma del variacionismo pareciera haber monopolizado la disciplina. De hecho, entre los años setenta y la década de 2000, las investigaciones labovianas ofrecieron la mayor parte de sus mejores frutos (Labov 1994, 2001, 2008; Trudgill 2003; Chambers, Trudgill y SchillingEstes 2002), dejando en la sombra de la sociolingüística a otras líneas de trabajo, como los estudios del bilingüismo o de las lenguas en contacto. Pero, ¿cómo ha evolucionado la sociolingüística en los últimos diez años? ¿en qué se han modificado sus intereses? ¿cómo están influyendo los cambios sociales contemporáneos sobre la sociolingüística? ¿qué derroteros teóricos están siguiendo las investigaciones actuales? Estas serán las preguntas que han de guiar este trabajo, que tendrá como objeto principal la presentación de un panorama general sobre el modo en que la sociolingüística se ha interesado por el proceso de la globalización y sus consecuencias.

2.

de la SoCiedad eStratiFiCada a la globalizaCión

La forma en que convencionalmente se describe la sociolingüística urbana o cuantitativa se refiere a una línea de investigación preocupada fundamentalmente por los procesos de variación y cambio lingüísticos que aparecen en el seno de los grupos y comunidades que los articulan y condicionan (López Morales 1989; Moreno Fernández 2009). Esta caracterización, sin embargo, es demasiado amplia y encierra una extensa serie de posibilidades que han ido surgiendo con el tiempo y que, en buena medida, han simultaneado su existencia, por la asincronía de las tendencias investigadoras entre unas regiones y otras del mundo. La sociolingüística de William Labov comenzó su andadura en la isla de Martha’s Vineyard, en el nordeste estadounidense, un curioso lugar compartido por una minoría de pobladores dedicados a la pesca y un gran contingente de turistas que en épocas de vacaciones casi multiplica por diez la población de la isla. Fue en Martha’s Vineyard donde, a comienzos de los sesenta, William Labov (1963) hizo su estudio de los diptongos /ay/, como en wife, y /aw/, como en house, observando el distanciamiento lingüístico entre la comu-

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nidad estable y la que llegaba estacionalmente del continente. Y fue allí, por tanto, donde comenzaron a circular algunos conceptos que, en el medio y en el largo plazo, también se han revelado como fundamentales: la interpretación contextualizada, el descubrimiento del simbolismo de las variantes y, en definitiva, la búsqueda del significado social de los usos lingüísticos. En la evolución del estudio sociolingüístico del significado social de la variación, Penelope Eckert (2012) ha identificado tres oleadas de práctica analítica. En la primera de ellas se establecieron amplias correlaciones entre las variables lingüísticas y categorías sociales como la clase socioeconómica, el sexo, la edad o la etnia. La segunda oleada se caracterizó por utilizar métodos etnográficos para la exploración de los rasgos locales que configuran las categorías generales. La tercera oleada se caracteriza, en primer lugar, por considerar la lengua como un sistema semiótico social, capaz de expresar los componentes sociales relevantes de una comunidad; en segundo lugar, por interpretar que el significado de las variables es inespecífico y que solo se concreta en estilos contextualizados; y, finalmente, por entender que la variación no es un simple reflejo del significado social, sino que lo construye y lo modifica. De estas tres oleadas identificadas por Penelope Eckert, la primera ha sido la de recorrido más largo y la que más ha marcado la proyección de la sociolingüística fuera de su radio de acción. Se trata de una sociolingüística de la estratificación social, basada en una sociología funcionalista nacida en la primera mitad del siglo XX, cuya conceptualización de la sociedad recuerda la distribución de grupos e individuos dentro de los grandes barcos de pasajeros transcontinentales, donde las clases estaban tan perfectamente compartimentadas que el contacto entre ellas parecía enormemente dificultoso. Esos elementos de clase también podían descubrirse en la literatura de finales del XIX y de la primera mitad del siglo XX, con personajes encasillados en un rígido sistema de clases, como los protagonistas de Benito Pérez Galdós, de Herman Melville o de Scott Fitzgerald. Esta sociolingüística funcionalista trabaja sobre muestras estratificadas de población con las que se realizan entrevistas desde las que se analizan elementos de variación y cambio, distinguiendo entre el vernáculo y el habla cuidada, e identificando estilos diferentes en relación con las categorías socioeconómicas de la comunidad. La sociolingüística de la segunda oleada, por su parte, interpretaba las sociedades como complejos de redes sociales, donde la interpretación de sus usos lingüísticos requería de una aproximación etnográfica, más cercana, capaz de comprender los valores del vernáculo de cada grupo, de cada etnia, de cada modo de vida. Las descripciones de ciudades incluidas en la litera-

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tura desde mediados de siglo XX refleja bien la dinámica social de que se trata, como la que E. B. White hizo en su libro Esto es Nueva york, publicado en 1949, que aún conserva un cierto sabor de actualidad: Existen vagamente tres Nueva Yorks. Está, primero, la Nueva York del hombre o la mujer que ha nacido aquí, que toma la ciudad tal como es y acepta su tamaño y su turbulencia como natural e inevitable. En segundo lugar, hay una Nueva York de los commuters, la ciudad que cada día es devorada por langostas y escupida cada noche. En tercer lugar, está la Nueva York de la persona que nació en otro lugar y vino a la ciudad en busca de algo. De estas tres vibrantes ciudades, la más grandiosa es esta última: la ciudad del destino final, la ciudad como meta. Es esta tercera ciudad la que cuenta para la disposición temperamental de Nueva York, su poética conducta, su dedicación a las artes y sus logros incomparables. Los commuters le dan a la ciudad su inquietud inagotable, los nativos le aportan solidez y continuidad, pero los nuevos residentes le dan pasión. Ya sea un campesino llegado de Italia para abrir una tienducha en un barrio pobre o una jovencita recién llegada de su pequeño pueblo de Misisipi para huir de la indignidad de ser constantemente observada por sus vecinos o un joven que llega de la región de Corn Belt con un manuscrito en la maleta y mal de amores en el corazón, no hay diferencia: cada uno abraza a Nueva York con la intensa exaltación del primer amor, …”

La imagen que nos transmite esta descripción literaria nos sitúa en un ambiente donde se entrecruzan redes sociales de gente con historias y modos de vida diferentes, abordables mediante una metodología etnográfica de interpretación de los significados sociales (Saville-Troike 1982; Milroy 1987). Tanto la imagen de una sociedad perfectamente estratificada como la de una Nueva York articulada en distintos modos de vida evidencian algunas dificultades que la sociolingüística urbana sufrió durante sus primeras décadas de existencia. Por un lado, se trata de propuestas epistemológicas pensadas y desarrolladas desde y para las comunidades urbanas occidentales; pecan, por tanto, de “occidencentrismo”. Esto significa que son demasiado rígidas en su concepción, no tanto en su metodología, como para ser trasladadas a otros contextos sociales, ni siquiera urbanos, o para adaptarse a espacios más dinámicos (Singh 1996; Fought 2004). Por otro lado, los modelos sociales sobre los que se trabaja muestran un desfase notable entre el momento de su propuesta primigenia desde la sociología –o incluso desde la literatura– y el momento en que se trasladan a la sociolingüística. Así, la sociología que sustenta la primera sociolingüística urbana está fundamentada en unas teorías del consenso emanadas del funcionalismo

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estructuralista norteamericano, representado en la figura de Talcott Parsons, cuyas principales aportaciones se publicaron en 1937. Del mismo modo, el concepto de red social, surgido en la sociología del XIX (Tönnies 1889-1905), tuvo desarrollo en los años sesenta (Granovetter 1973), pero no fue aplicado a la sociolingüística hasta los años ochenta (Milroy 1987). Es como si la sociolingüística fuera continuamente a rebufo de la sociología occidental del momento, distanciándose de ella a veces en años, a veces en décadas. Y es que las dinámicas sociales no solo no se detienen, sino que producen de modo constante nuevos hechos y circunstancias que acaban condicionando la lengua y su uso. En los últimos tiempos, la realidad social, en sentido amplio, está diversificando sus formas y planteando situaciones que requieren unas respuestas analíticas adecuadas. Las reformas ortográficas en las lenguas internacionales, los movimientos poblacionales, por razones políticas, económicas, de seguridad o de turismo, el alcance internacional de los medios de comunicación, la velocidad en la transmisión de mensajes; todo ello revela unas circunstancias de contenido sociolingüístico derivadas del fenómeno llamado globalización. Los tiempos traen nuevas realidades, con nuevos objetos de estudio que la sociolingüística debe saber tratar, preferiblemente sin necesidad de crear ex ovo una respuesta teórica para cada uno de ellos. Esta primera referencia al fenómeno de la “globalización” obliga a su definición, aunque sea mínimamente, dado que la bibliografía generada al respecto es inmensa (Coupland 2010; Noya y Rodríguez 2010), casi inabarcable, sobre todo para los fines de este trabajo. Por ello nos limitaremos a comentar la forma de entender la globalización propuesta por un sociolingüista: Jan Blommaert (2010: 13-14). Blommaert distingue entre globalización geopolítica, que afecta al tejido social, político y económico, y globalización geocultural, que afecta a la emergencia de nuevas tecnologías de la comunicación, así como a los modelos sociolingüísticos de las lenguas dentro de las sociedades y a las formas multimodales de comunicación. Por otra parte, el manejo de este concepto obliga a la consideración de otros fenómenos, como la “localización” y la “indicidad”. Este último se adscribe a la disciplina denominada etnometodología, que tiene al sociólogo estadounidense Harold Garfinkel como su principal representante (1968). La indicidad es una cualidad de los hechos sociales y lingüísticos por la que se ligan de tal forma a su entorno inmediato que, no solo dependen de él para su existencia, sino que de él hacen emerger también su significado. Así pues, puede decirse que todo hecho discursivo y comunicativo es “indicial” o “indéxico” y que los significados de las expresiones lingüísticas son esencialmente contextodependientes, por lo que el valor de esas mismas expresiones, incluido su valor simbólico, también sería contexto-dependiente.

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Las teorías de la globalización, en términos generales, ya han alcanzado un grado suficiente de madurez, a pesar de su diversificación. Estas teorías, como proponen Noya y Rodríguez (2010), ponen sobre la mesa debates paralelos en los que se enfrenta la cooperación a la competencia, el consenso al disenso, la integración a la fragmentación, la inclusión a la exclusión, la socialización plena a la socialización diferencial, la complementariedad a la contradicción y la hegemonía al pluralismo. Todas estas dimensiones metateóricas podrían ser proyectadas sobre la lengua, aunque lo cierto es que la lengua –las lenguas– apenas han sido incluidas en el entramado teórico de la globalización, salvo para resaltar dos aspectos: la universalidad del inglés y el gran alcance de las tecnologías de la información y la comunicación. No es que sea poco; pero es francamente insuficiente. Por eso Nikolas Coupland ya comentó en 2003 que los lingüistas están llegando tarde a la fiesta, en el sentido de que los tratados sobre la globalización habían inundado otras disciplinas, mientras brillaban por su ausencia en la sociolingüística. De nuevo, los sociolingüistas aparecen siguiendo la estela que otras materias han creado años antes, como había ocurrido con la sociología funcionalista, primero, y con la sociología de redes después.

3.

¿nuevaS SoCiolingüíStiCaS?

En cualquier caso, la sociolingüística que ha comenzado a fraguarse a partir de los años noventa, una “sociolingüística de la globalización”, está decididamente volcada en el análisis y la interpretación de esas nuevas realidades. Esto podría suponer, en apariencia, un alejamiento de la sociolingüística de la variación y el cambio. Pero, ¿quiere esto decir que la sociolingüística más propiamente lingüística está dejando de tener sentido? Por supuesto que no. La sociolingüística preocupada por los procesos y rasgos lingüísticos, principalmente en su variación y cambio, no deja de tener sentido. Como tampoco lo han perdido las tradicionales sociología del lenguaje y etnografía de la comunicación. Lo que está viviendo la sociolingüística, en su conjunto, es una reformulación de los objetos de estudio que más interesan en el presente y una actualización metodológica allá donde los métodos y las técnicas son susceptibles de mejora, incluido el crecimiento de la “sociolingüística aplicada” (Boxer 2002). Una sociolingüística de la variación y el cambio no puede perder vigencia en sí misma: existirá siempre que alguien se interese por tales realidades, indefectibles por otra parte, y siempre que esas realidades se pongan en relación con factores sociales, practicándola desde una perspectiva realista, a partir del análisis, cualitativo y cuantitativo, de la len-

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gua hablada. El mismo planteamiento podría hacerse para la sociología de la lengua: su sentido, como línea de trabajo, existirá siempre que la lengua sea interpretada como un objeto social sobre el que proyectar métodos sociológicos. Y la línea etnográfica estará activa cuando exista interés por una agrupación social, del tipo que sea, y por los procesos comunicativos que se produzcan en su interior, a partir de un tratamiento cualitativo y etnográfico de la investigación (Fough 2000). Así pues, si estas tres grandes líneas han tenido continuidad y se prevé que la sigan teniendo, cabe preguntarse cómo se han reformulado sus objetos y cómo se ha actualizado su metodología.

Figura 1. ámbitos generales de la sociolingüística

Figura 2. ámbito primero de la sociolingüística de la globalización

No es objetivo principal de este estudio presentar un panorama general de la sociolingüística de nuestros días, por lo que se realizará solamente un acercamiento superficial sobre ella. Y es que no resulta posible prescindir de algunos comentarios sobre los espacios sociolingüísticos entre los que está evolucionando la “sociolingüística de la globalización”. Para empezar, el punto de arranque de esta sociolingüística puede situarse en el espacio de la

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tradicional sociología del lenguaje. Tal propuesta se deduce claramente de los antecedentes que establece Nikolas Coupland (2010: 8), con la mención expresa de autores como Joshua Fishman, Michael Clyne, Heinz Kloss o William MacKey. Pero si esto afecta al espacio social de las lenguas, ¿qué está ocurriendo en el espacio lingüístico y en el espacio etnográfico? En el plano más lingüístico, el estudio de la variación sigue ocupando un lugar destacado dentro de la especialidad, con la permanente referencia de William Labov al fondo. Pero las cosas se han movido desde 1963. Por un lado, la sociolingüística de la variación y el cambio ha enriquecido sus componentes y ha reforzado sus vínculos con dos factores que no le eran ajenos, pero que campeaban con fueros propios: por un lado, la geografía; por otro, el discurso. De este modo puede hablarse de una sociolingüística urbana, realista y cuantitativa que aspira a explicar los cambios de forma integral (desde la sociedad y desde la geografía) e incorporando elementos lingüísticos de todos los niveles (desde el sonido al discurso), sin las trabas semánticas que en otros tiempos se interpretaban como inexpugnables. De hecho, las cuestiones de significado se han revelado fundamentales tanto por el peso de lo social y de lo contextual sobre la semántica lingüística como por el peso de los significados sobre la dinámica social (Geeraerts, Kristiansen y Peirman 2010, 2016b). Al mismo tiempo, la construcción de grandes corpus de lengua hablada está convirtiendo en posible un objetivo que hace un par de décadas no era más que un deseo: la práctica de una sociolingüística comparada (Tagliamonte 2002), estudios lingüísticos a gran escala que permitan vislumbrar los procesos de cambio en grandes dominios, como el hispánico. Como complemento y soporte de esta nueva sociolingüística de la variación y el cambio, sigue apareciendo el estudio de las actitudes lingüísticas, pero ahora remozado por la aportación de una lingüística cognitiva (Langacker 1981; Taylor 1995) que está comenzando a extenderse por el ámbito social en forma de “sociolingüística cognitiva”, presentándose como modelo teórico alternativo al de base generativista (Geeraerts 2006; Kristiansen y Dirven 2008; Moreno Fernández 2012). Por el lado de la etnografía, los últimos años han visto surgir dos líneas de estudio con puntos en común, pero con agenda propia. En primer lugar, la “sociolingüística de la complejidad o compléxica”, de base ecolingüística y, por tanto, cercana a la sociología del multilingüismo. Esta línea compléxica, cultivada en España por Albert Bastardas (2013, 2014), por ejemplo, se presenta como idónea para entender procesos cotidianos como las conversaciones, las interrelaciones de comunidades o los significados sociales que sur-

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gen en distintos grupos y subgrupos socioculturales, siempre dentro del ecosistema físico y social en que aparece la lengua.

Figura 3. Sociolingüística en el ámbito lingüístico

En segundo lugar, la llamada sociolingüística crítica se interesa por el modo en que se establecen y evolucionan las relaciones sociales, especialmente las de desigualdad entre grupos diferentes (Pujolar; Van Dijk 1994; Martín Rojo 2010; Del Valle 2013). Esta corriente no tiene que ver, pues, con una crítica a la sociolingüística tradicional o alguno de sus componentes, como la que pudieron practicar Norbert Dittmar (1973), Rajendra Singh (1996) o Carmen Fought (2004) desde los años setenta. Si la “sociolingüística de la complejidad” encuentra un apoyo fundamental en las teorías ecológicas, tanto ella como la “sociolingüística crítica” se apuntalan sobre el análisis del discurso, ya que entienden que las categorías sociales y sus significados asociados son fundamentalmente una producción discursiva (Halliday 1978).

Figura 4. Sociolingüística en el ámbito etnográfico

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Con todo, no puede dejar de mencionarse que entre estos dos grandes grupos de intereses –los lingüísticos y los etnográficos– existen unos vínculos que también se han establecido y reforzado durante la última década. De una parte, el cognitivismo, así como el análisis de actitudes, tan vinculado a él, proyecta su influencia tanto sobre la “complejidad”, como sobre la “crítica”. De otra parte, el análisis del discurso, en sentido muy amplio, proyecta su alcance desde la sociolingüística crítica hasta la más lingüística, facilitando la incorporación de los significados discursivos a los procesos de variación y cambio, como se aprecia, por ejemplo, en los trabajos de Rocío Caravedo (2014). Esta transversalidad del “cognitivismo”, por un lado, y del “discursivismo”, por otro, tampoco ha sido ajena a la evolución de la sociología del lenguaje ni, por consiguiente, a la “sociolingüística de la globalización”, a la que haremos referencia específica a partir de este momento.

Figura 5. dominios transversales en sociolingüística

4.

SoCiolingüíStiCa de la globalizaCión

Decía Wittgenstein (1996) que una buena metáfora refresca el entendimiento y la verdad es que la metáfora de la “globalización” ha servido para “refrescar” muchos aspectos del pensamiento contemporáneo en el ámbito de la sociología, la economía, la política, la cultura, la comunicación, la ecología humana, entre otros. Antes he anticipado una definición de globalización. Podría añadirse a ello muchas cosas, como que la globalización supone: 1. una proliferación y una mayor velocidad de las tecnologías de la comunicación, 2. un crecimiento del sector de los servicios,

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3. un crecimiento de las clases medias, a la vez que una mayor brecha social, 4. la aparición de una cultura del consumo, 5. el desarrollo de un pluralismo étnico, especialmente en las ciudades, 6. una mayor permeabilidad de las fronteras y 7. una creciente movilidad demográfica. Estas son algunas de las consecuencias de la globalización tal y como las explicaba Nikolas Coupland en 2010, aunque se han seleccionado las que afectan más claramente a las lenguas. A este respecto, resulta interesante distinguir entre la globalización misma y el concepto de “lengua global” o, más genéricamente, “lenguas globales” (Ammon 2010). Porque, si los procesos sociales, económicos, políticos y culturales ligados a la globalización son innegables, la existencia de un inglés como lengua global, ya en parte desmitificada por Alastair Pennycook y David Graddol, plantea serias dudas, cuando no rechazo por considerarse una lengua significada ideológicamente (Flaitz 1988). Las razones pueden tomarse de diferentes ámbitos del conocimiento: la historia (Ostler 2005), la biología (Wilson 1975), la sociología (Hawley 1991; Busch 2010), la psicología (Hussin 2001), la sociolingüística (Moreno Fernández 2016a). Pero resulta, además, que la imposibilidad de la existencia de las lenguas globales se está viendo apuntalada por otros hechos, desconocidos hace tan solo unas décadas, que contribuyen a disminuir la importancia de tal tipo de lenguas. Por un lado, la difusión de una ideología del multilingüismo está favoreciendo el conocimiento y uso de varias lenguas por parte de los ciudadanos, más que el empleo franco de una sola de ellas. Esta ideología está instalada en el seno de organismos de gran repercusión mundial, como la Unión Europea o el sistema de las Naciones Unidas. Claro que los más pragmáticos, entre escépticos y realistas, no dudan en advertir que las legislaciones que protegen el multilingüismo terminan casi siempre del mismo modo: haciendo un uso exclusivo del inglés. Avram de Swaan ha venido sosteniendo desde hace años que cuantas más lenguas oficiales haya en Europa, más inglés se hablará (De Swaan 2002). Tal vez sea así, pero para una élite privilegiada y muy bien formada de profesionales y gente acomodada, no necesariamente para el común del pueblo. Finalmente, hay un factor que solo se ha barajado en los últimos años y que puede resultar fundamental para la dinámica comunicativa internacional: la tecnología. Jonathan Pool ha hablado de una “globalización panlingual” para referirse a la sobrevenida de un nuevo mundo de ingeniería lingüística que hará posible una realidad impensable hace pocos años: la comprensión

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mutua a partir del uso de lenguas diferentes. Esto no es una utopía; es una realidad ya puesta en práctica a través del sistema de traducción de Skype, por ejemplo. La ingeniería de la traducción está ofreciendo ahora soluciones comunicativas que harán menos necesario el uso de una lengua auxiliar internacional. Y este es un motivo más por el que la lengua española debe estar habilitada para todas las innovaciones tecnológicas que hayan de producirse, haciendo posible que todos los protocolos, aplicaciones y recursos técnicos desplegados para la comunicación automatizada, la transmisión de información y las redes sociales acepten las peculiaridades formales del español, como de cualquier otra lengua. Si Umberto Eco afirmó hace años que la lengua de Europa es la traducción (1994), bien podríamos ampliar su pensamiento y afirmar que la verdadera “lengua global” será la traducción, tanto en su versión humana, como en su versión automática. Aceptando, pues, que la globalización tiene una incidencia directa sobre la vida de las lenguas, más allá de que estas sean o no “globales”, nos planteamos cómo definir la sociolingüística de la globalización y cómo explicar la globalización desde esta particular sociolingüística. A la primera cuestión puede responderse que la sociolingüística de la globalización es una línea de investigación de base sociológica, centrada en la forma y el uso de las lenguas en contextos comunicativos vinculados a las distintas manifestaciones de la globalización. ¿Cuáles serían los usos de las lenguas que más han interesado como objetos de estudio? Sin ánimo de ofrecer un catálogo completo, merecen mencionarse los siguientes: los contextos migratorios, los contextos tecnológicos (correo electrónico, páginas electrónicas, redes sociales), los medios de comunicación social, los entornos urbanos y sus paisajes, los discursos de poder, los discursos identitarios, los procesos de estandarización, los contextos empresariales y financieros. No puede hablarse, pues, ni de un modelo teórico exclusivo que sustente a una sociolingüística de la globalización, ni de una metodología que la identifique unívocamente. De hecho, la forma de abordar el estudio de las lenguas –en plural, mejor que en singular– refleja diferentes estrategias e intereses de distinto alcance histórico, sociológico, etnográfico o lingüístico. Y es aquí donde surgen desacuerdos básicos entre especialistas, dada la disparidad de enfoques manejados en este campo, aunque a veces se trata más de complementariedades que de desavenencias. En la bibliografía, todavía reciente, sobre la sociolingüística de la globalización, aparecen posturas claramente identificables. Veamos algunas de ellas, de manera breve, para apreciar la multiplicidad de criterios desde los que pueden abordarse los objetos de estudio.

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a) La perspectiva de Louis-Jean Calvet (pour une ecologie des langues du monde, 1999) concede prioridad a la manera en que funcionan las lenguas en el mundo actual y propone una explicación basada en los conceptos de “ecosistema” y de “sistema gravitacional”. De acuerdo con este último, las lenguas se disponen en constelaciones dentro de las cuales establecen relaciones definidas por sus funciones. Así, Calvet distingue entre lenguas centrales y periféricas, con distinta valencia según su capacidad de ocupar más o menos espacios de uso social. Esta galaxia idiomática está sujeta a un cambio y a un equilibrio constantes que permiten alcanzar la homeostasis o autorregulación para su mantenimiento. b) La perspectiva de Norman Fairclough (Language and Globalization, 2006) está fundamentada en el análisis del discurso. Sus principales estudios se interesan por los discursos producidos en la era de la posguerra fría, especialmente dentro del pensamiento neoliberal occidental, y en los campos de la reestructuración mundial, la gestión empresarial, el alcance de los medios de comunicación o la guerra antiterrorista. Su propuesta se caracteriza por el protagonismo concedido al discurso, no tanto a la lengua, como instrumento de acción y cambio social. A su vez, los nuevos procesos sociales dan lugar a nuevos textos y géneros que resultan claves para comprender la globalización o el globalismo, como prefiere proponer el propio autor. c) La perspectiva de Alastair Pennycook (Global Englishes and Transcultural Flows, 2007) presenta la globalización como un fenómeno multívoco y diverso, en el que los análisis no pueden abordarse desde posiciones estáticas, sino transversales. Por eso recurre de modo continuo a términos como transdisciplinar, transcultural, transtextual, translocal o transidiomático. Pennycook prefiere hablar de una cultura global en forma de circuitos de flujos y no de predominios absolutos, en la línea de los estudios sobre imperialismo lingüístico (Phillipson 1992). Sus trabajos se interesan, no por el concierto idiomático mundial, como Calvet (1999), sino por el inglés, en sus diversas manifestaciones. Por eso habla de Englishes (Karchru 2001; Kirpatrick 2010) y presta especial atención al hip-hop como fenómeno mundial, como referencia de una semiótica transmodal: música, textos, vestido, baile. Por otro lado, Pennycook (2010) atiende a las manifestaciones locales surgidas en y de la globalización, como contrapunto que la explica y la complementa. d) La perspectiva de Jan Bloomaert (The Sociolinguistics of Globalization, 2010) aboga por un cambio paradigmático en la investigación sociolingüística, que él fundamenta en los conceptos de “escalas sociolingüísti-

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cas”, “órdenes de indicidad” y “policentrismo”. Las escalas se refieren a la diversidad de niveles en que se producen los hechos de lengua; los órdenes de indicidad, a la multiplicidad de sus contextos. Todo ello derivado de dos procesos fundamentales para entender el mundo contemporáneo: la movilidad y la desigualdad. Blommaert habla de “superdiversidad”, aplicando el concepto de Stephen Vertovec (2007), y de “repertorios lingüísticos truncados” como mejor imagen de la competencia multilingüe de un mundo globalizado, repertorios que afectan a los individuos, a las ciudades y a las sociedades. Habla incluso de una segunda relatividad lingüística referida a estructuras que, siendo idénticas, difieren en sus funciones según el lugar que ocupan los recursos lingüísticos en cada repertorio (Arnaut, Blommaert, Rampton y Spotti 2016). e) La perspectiva de Mark Ledbetter (Language and Globalizaton. The History of Us All, 2013) presenta la globalización como un proceso secular que ha jalonado el desarrollo de la especie humana, por lo que adopta una perspectiva esencialmente histórica. El trabajo se fundamenta en el trabajo de Nayan Chanda (2007), que interpreta la globalización como el producto de la acción de cuatro tipos de protagonistas: los comerciantes, los predicadores, los aventureros y los guerreros. La relación de propuestas que conectan las lenguas y la globalización podría ampliarse algo más, pero basta con lo dicho para comprender la diversidad de perspectivas, el distinto grado de finura intelectual desde el que se aborda la globalización y la escasa consistencia de esta línea de estudio en lo que se refiere a un auténtico entramado epistemológico.

5.

HaCia una SoCiolingüíStiCa integral de la globalizaCión

La comentada fragmentación de perspectivas revela que la sociolingüística de la globalización aún tiene mucho camino por delante para encontrar un modelo de análisis lo suficientemente sólido en su teoría y metodología. Por ello, podría pensarse en dos formas de canalizar la línea de investigación llamada sociolingüística de la globalización. Una de ellas centra su atención sobre las lenguas; la otra, sobre las ciudades. La primera de ellas consistiría en utilizar como base una serie conceptual que permita el análisis de las lenguas en distintos contextos y situaciones, a diferente escala y con distinto orden de indicidad. La segunda línea consistiría en fijar un esquema de objetos de estudio relevantes en cuanto a la globalización y en proceder a su análisis en diferentes contextos.

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La primera línea que propongo parte de la idea de que las lenguas podrían caracterizarse, en mi opinión, con referencia a los factores que implican “globalización”, sin que ello suponga jerarquías, ni centros frente a periferias. Para ello, proponemos recurrir a las ideas de Thomas Eriksen (2007), razonablemente abarcadoras y aplicables a cuestiones lingüísticas y culturales, quien distingue siete factores definidores de la globalización, factores que, como digo, pueden proyectarse sobre las lenguas (Moreno Fernández 2016). Los factores son: 1. deslocalización. 2. estandarización. 3. interconectividad. 4. movilidad. 5. mezcla. 6. vulnerabilidad. 7. relocalización. Según estos criterios, una lengua habilitada para la globalización no estaría necesariamente anclada a un territorio; sería objeto de una estandarización derivada de acuerdos internacionales; facilitaría la conexión de múltiples agentes por canales y medios diversos; se vería implicada en desplazamientos humanos debidos a migraciones, placer o negocios; experimentaría mezclas en su forma y en sus usos; resultaría más vulnerable a procesos de cambios externos; y admitiría también su interpretación como instrumento de nuevas identidades locales o regionales. En principio, todas estas características, en distinto grado, pueden apreciarse en el inglés, como lengua, si no global, sí de globalización. Si hubiera que ordenar los factores que se manifiestan más claramente en la lengua inglesa, podrían proponerse la relocalización y la movilidad como los más característicos, y la estandarización y la relocalización como los más débiles, como consecuencia de la interconectividad y la deslocalización, que también favorecen la aparición de mezclas y el aumento de la vulnerabilidad al cambio, como se está observando en diversas regiones del mundo con la aparición de nuevas variedades llamadas Chinglish, Japanglish, Konglish o incluso Spanglish (me refiero al que hablan los anglos). El uso del español también refleja la incidencia de estos factores, pero con diferencias de orden y grado, de forma que podrían disponerse, de menor a mayor, del siguiente modo: deslocalización < movilidad < vulnerabilidad < mezcla < interconectividad < relocalización < estandarización Esta propuesta aceptaría que la estandarización es uno de los rasgos más sólidos de la lengua española y su utilidad en la deslocalización, tal vez el más débil. Como factor de relocalización, el español es un elemento decisivo en los asentamientos beréberes –en el entorno franco-arabófono–, en las Filipinas, donde funciona como seña de identidad, o en las comunidades

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hispanas de los Estados Unidos. Todos esos factores de globalización se manifiestan en el español, como lo hacen en inglés y también en otras lenguas. Sería tarea de la sociolingüística de la globalización ajustar la definición de cada concepto, establecer las escalas necesarias para cada uno de ellos y, partir de aquí, caracterizar cada lengua o variedad lingüística. En cuanto a la segunda propuesta, las dinámicas sociales contemporáneas permiten construir un esquema de hechos recurrentes, esquema que podría contribuir a un mejor análisis de la globalidad de las lenguas en una multiplicidad de situaciones. Se trataría de establecer una mínima topografía de objetos de estudio alrededor del concepto de “núcleo urbano”: no olvidemos que desde 2008 más del 50% de la humanidad vive en entornos urbanos y no rurales (United Nations population Fund 2007). Si distribuimos esos posibles objetos entre elementos de un mundo grande y elementos de un mundo pequeño, tendríamos que, en el mundo pequeño de las ciudades, se muestran como objetos de especial interés las consecuencias lingüísticas de los procesos de urbanización –también la exclusión o las discriminaciones sociales de base lingüística (Heller 2002)–, la llegada e integración sociolingüística de población migrante, las actividades comunicativas de los agentes mediadores de las ciudades en relación con las migraciones internas y externas o las expresiones lingüísticas de la superdiversidad incorporadas a la vida de las ciudades a través de sus paisajes lingüísticos. Esos paisajes lingüísticos, con su multiplicidad de lenguas, no son solamente manifestaciones callejeras, sino que se evidencian en el uso de la tecnología (en forma de “tecnopaisajes”), en los medios de comunicación (como “mediapaisajes”) y en los entornos marcados étnica o ideológicamente (como “ideopaisajes”). Cuando, por otro lado, prestamos atención a los objetos del mundo grande, apreciamos la incidencia, muy especialmente sobre los habitantes de las ciudades, de factores como los siguientes: la versatilidad y omnipresencia de la comunicación por internet para todo tipo de actividades, contactos y servicios; la presencia de las grandes corporaciones con sus productos y modos comunicativos, internos y externos; las diferencias provocadas por las brechas sociales y tecnológicas entre grupos y comunidades; o la proliferación de manifestaciones del multilingüismo y la traducción, bien en su forma humana, bien en su modalidad automática. Este repertorio de objetos del mundo urbano grande y del mundo urbano pequeño ya permitiría abordar una sociolingüística de la globalización, bien de forma particularizada, bien de forma comparada. En torno a estas realidades urbanas, surgen además otros asuntos transversales del mundo grande que demuestran relevancia en el estudio de la globalización, como las ideo-

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logías de la estandarización lingüística (Milroy 2001), los valores comunicativos de las lenguas (De Swann 2002) o la economía de las lenguas (Grin 2003; Chiswick y Miller 2007, para el inglés; Alonso, García Delgado y Jiménez 2008, para el español).

6.

ConCluSión

En el momento de las conclusiones, podemos echar la mirada atrás y apreciar lo mucho que han cambiado los asuntos de interés sociolingüístico, en la misma medida en que han cambiado nuestras sociedades. En la sociolingüística contemporánea, se ha pasado de la preocupación por hacer una buena sociolingüística urbana, al interés por una sociolingüística capaz de explicar lo que les está ocurriendo a las lenguas con las migraciones económicas, con la urbanización intensiva, con la exclusión social, con las comunicaciones electrónicas, con las ciudades globales, con los refugiados. Ello supone trabajar desde modelos teóricos más amplios y flexibles, al tiempo que se requiere una actualización metodológica. Sin embargo, no se exige un cambio radical en la ordenación de las grandes esferas de interés sociolingüístico: la lingüística, la sociología, la etnografía. La sociolingüística de la globalización está basada en una atención primaria a la esfera sociológica, pero ello no impide adoptar una perspectiva más etnográfica, en unos casos, o más lingüística, en otros. Y aquí es donde encuentra también sentido el planteamiento de la tercera de las oleadas explicadas por Penelope Eckert. Esa tercera oleada proponía –recordemos– una noción de significado social negociado, una dependencia de los contextos y un análisis del simbolismo social. Es cierto que no se trata de algo radicalmente nuevo, pero sí lo es como paradigma dominante. En el fondo, esta tercera oleada está proponiendo un regreso a la sociolingüística de Martha’s Vineyard.

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