Socialización, valores y emociones en torno al amor y la sexualidad en dos generaciones de mujeres

July 13, 2017 | Autor: Zeyda Rodríguez | Categoría: Mujeres, Amor Y Sexualidad, Valores
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Descripción

Familias, género y emociones Aproximaciones interdisciplinarias

Familias, género y emociones Aproximaciones interdisciplinarias

Ana Josefina Cuevas Hernández (coordinadora)

Universidad de Colima JUan Pablos editor México, 2014

Este libro fue financiado con recursos del Fondo Sectorial SEP-Conacyt de Investigación Básica y el Proges 2013 de la Universidad de Colima.

Familias, género y emociones : aproximaciones interdisciplinarias / Ana Josefina Cuevas Hernández, coordinadora. - - México : Universidad de Colima : Juan Pablos Editor, 2014. 1a edición 212 p. : ilustraciones ; 14 x 21 cm. ISBN: 978-607-711-275-4 T. 1. Emociones - Aspectos sociales psicológicos

T. 2. Emociones - Aspectos HM1033 F36

FAMILIAS,

GÉNERO Y EMOCIONES.

APROXIMACIONES

INTERDISCIPLINARIAS de Ana Josefina Cuevas Hernández

(coordinadora) D.R. © 2014, Ana Josefina Cuevas Hernández D.R. © 2014, Universidad de Colima Avenida Universidad 333 28040, Colima,

Colima,

México

D.R. © 2014, Juan Pablos Editor, S.A. 2a. Cerrada de Belisario Domínguez 19 Col. del Carmen, Del. Coyoacán, 04100, México, D.F. Diseño de portada: Daniel Domínguez Michael Imágenes de portada: fotografías de Lorenzo Hernández Solórzano, Alejandro Ramírez Rentería y Ana Josefina Cuevas Hernández ISBN: 978-607-711-275-4 Impreso en México Reservados los derechos Juan Pablos Editor es miembro de la Alianza de Editoriales Independientes Mexicanas (AEMI) Distribución: TintaRoja

ÍndiCe

Presentación

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Congruencia y expresiones afectivas en familias contemporáneas María Antonieta Covarrubias Terán

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Socialización, valores y emociones en torno al amor y la sexualidad en dos generaciones de mujeres Zeyda Rodríguez Morales

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Madres solas: el sentido de la soledad y procesos de agencia Ana Josefina Cuevas Hernández

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Los hombres y las emociones: atisbos a partir de las relaciones de poder en la pareja Juan Carlos Ramírez Rodríguez

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Familia, emociones, conflictos y chistes Anna María Fernández Poncela

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Las emociones y el cuidado en las familias con miembros envejecidos Rocío Enríquez Rosas

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Cuando el cambio climático nos alcanzó: emociones, género y familia Virginia Guadalupe Reyes de la Cruz y Edith Guadalupe Pérez Chávez

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PresentaCión

Este libro analiza actividades cotidianas en distintos tipos de familia y cómo el género explica la significación diversa en hombres y mujeres. El objeto responde, a partir de un enfoque múltiple y desde la perspectiva cualitativa, las formas en que se generan emociones específicas y cómo éstas reproducen el orden social. El volumen forma parte del proyecto Conacyt CB2012/176543, “Transiciones familiares y género: una mirada comparativa desde las familias dirigidas por mujeres en zonas rurales y urbanas en Ja lis co, Michoacán y Colima”, y es el resultado de un taller efectua do los días 4 y 5 de julio de 2013 en la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima. Los capítulos aportan un diálogo interdisciplinario sobre problemáticas cotidianas específicas de la vida familiar y conyugal analizada desde el género y las emociones. El contacto con los autores se realizó mediante redes personales y por su participación en la Red de Estudios Socioculturales de las Emociones; en particular, en el tercer coloquio de investigación “Las emociones en el marco de las ciencias sociales: perspectivas interdisciplinarias”, realizado en el ITESO, en Guadalajara, los días 21 y 22 de marzo de 2013, donde se formalizó la propuesta de trabajo. Los autores fueron invitados por su conocimiento y trabajo en los tres ejes discutidos. En el taller se reflexionó profundamente en torno a las posturas teórico-metodológicas y analíticas de cada investigación para una retroalimentación detallada. La mayoría de los artículos identifican las estructuras familiares y sus nexos con el mercado laboral, los cambios en sus estructuras en momentos históricos con cretos y la función de sus miembros a partir de esa evolución. En este sentido, nuestra discusión aporta material empírico y analítico de primer orden sobre esas temáticas. El resultado es una

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[9] visión para el público en general y para especialistas interesados en el es tudio de las emociones desde enfoques teóricos socioculturales y cognitivos, metodologías cualitativas y perspectiva de género. El libro aporta conocimiento empírico y debate acerca de cómo el género coadyuva a entender los dilemas, problemas y retos de las familias cuando enseñan y transmiten valores al educar a sus hijos, entre ellos valores sexuales; entender los efectos de ruptura y muerte en la concepción y vivencia de la soledad entre madres solas; las emociones de los varones al violentar a sus mujeres; los meca nismos en que el chiste refleja estereotipos de género; las relaciones, los conflictos y dilemas impuestos a las mujeres por el cuidado de los miembros envejecidos de su familia, y la manera en que un des astre es vivido por hombres y mujeres. Todos estos temas aportan reflexiones y debates vigentes sobre problemas demográficos, económicos y ambientales. Las familias, el género y las emociones han sido objeto de interés para distintas ciencias sociales, sin embargo no hay una publicación que dialogue en forma interdisciplinaria sobre los tres ejes y aborde aspectos sociales que demandan políticas concretas. Si bien la familia ha sido objeto de interés de antropólogos, soció logos e historiadores desde principios del siglo XX, los temas discu tidos aquí aún no han sido abordados. La mayoría de las investigaciones identifican las estructuras familiares y sus nexos con el mercado de trabajo, los cambios en sus estructuras en momentos históricos con cretos y la función de sus distintos miembros a partir de dichos cambios. En este sentido, nuestra discusión aporta material empírico y analítico de primer orden sobre esas temáticas. Considero, además, que la obra aporta reflexiones conceptuales y analíticas notables desde la perspectiva de género, que ha ocupado a la academia y la investigación desde los años setenta del siglo pasado. Aquí los distintos capítulos abren caminos a los elementos sociales, culturales, políticos, económicos e históricos que construyen las identidades de género. También se explica cómo el cambio social afecta las relaciones de género, el ejercicio de la maternidad y la paternidad, la transmisión intergeneracional de valores, la violencia de género, la conformación y las dinámicas de hogares y familias dirigidas por mujeres, el cuidado de los enfermos y envejecidos en la familia y las relaciones de género en comunidades afectadas por desastres, tema éste de relevancia creciente en escala global por el impacto de fenómenos naturales en las sociedades modernas.

PRESENTACIÓN

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El libro también hace aportaciones al campo de estudio de las emociones desde la antropología, la sociología y la educación, después de haber sido estudiadas de manera predominante por la psicología. Los trabajos muestran que las emociones no se limitan exclusivamente a las vivencias individuales, sino que son estructuradas por el entorno social. Con el análisis de las emociones que de tona el vivir en la soledad — ancianos, mujeres solas—, los cambios experimentados por las relaciones familiares —socialización de los hijos, sexualidad, percepción de las relaciones de pareja violentas, relaciones de género— y los desastres, los autores ilustramos el entrelazamiento de experiencias, condiciones sociales y emociones, y cómo derivan en conductas y respuestas a las situaciones de los actores sociales. Al incluirlas como elementos de los fenómenos so ciales, esclarecemos cómo emergen y toman sentido las contradicciones entre lo que la gente expresa, lo que hace y lo que desea hacer. La necesidad de un volumen como éste se funda en la riqueza del estudio de los tres ejes desde enfoques cualitativos, que tejen respuestas e interpretaciones al material empírico. Por eso, las autoras y autores elegimos el enfoque sociocultural y cognitivo a fin de explicitar las interacciones y los vínculos de estructuras mayores con la realidad microsocial. A través de ellos observamos los rituales de poder en los grupos estructurados por la división de género, de las emociones contrastantes entre quienes ordenan (y se congratulan por ese poder) y quienes las reciben y ejecutan (y resienten esa ausencia de poder); las situaciones sociales, como el orgullo, el miedo o la vergüenza, que todos experimentamos e incorporan hábitos, prácticas y formas de hablar concretas sobre toda experiencia. El resultado es un libro para los estudiosos de las emociones desde el enfoque constructivista y cognitivo. Esto no es producto de la casualidad, sino de abordajes e interpretaciones de la realidad social, de formas de acceder al conocimiento —y por tanto de hacer investigación— donde optamos por la comprensión de las emociones desde posturas teóricas que determinan procedimientos tanto teóricos como metodológicos específicos. La perspectiva constructivista implica conocer la realidad social en la que están inmersos los sujetos y su cultura, para desenmarañar los significados e interpretaciones de las emociones, la identificación del vocabulario emocional o las constelaciones de emociones y los contextos en los que éstos son producidos y significados. Éste es el abordaje teóricoanalítico desde el cual son interpretadas las múltiples realidades estudiadas. El énfasis de las autoras y autores consiste en analizar el lenguaje y el metalenguaje que transmiten las emociones, cómo son enseñadas en la

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FAMILIA, GÉNERO Y EMOCIONES

familia y cómo el género las significa. Desde este enfoque se abordan, por lo cual se emplearon metodologías cualitativas —particularmente entrevistas biográficas y en profundidad y narrativas en conjunto con la etnografía— al favorecer la interacción cara a cara con los sujetos que las experimentan. De este entramado teórico-metodológico partimos para explicar la realidad social. En lo relativo al enfoque cognitivo, éste busca descifrar los códigos culturales que vinculan las emociones de los sujetos a las narrativas. A partir de esta postura, las emociones son parte de un proceso de producción humana, que es la cultura como una ideación sociocultural, una manera de organizar el mundo, de identificar, definir, (re)producir relaciones sociales, agentes sociales capaces de (re)crear los vínculos entre mujeres y hombres, y entre mujeres y entre hombres. Dentro de esta lógica las emociones son modeladas culturalmente y no simples expresiones aisladas del contexto que las produce, sino derivadas del conocimiento de él. El enfoque cognitivo de las emociones analiza cómo se experimentan y cómo se relacionan con conocimientos previos, asimilados por los sujetos profundamente en su proceso de socialización más intenso, a lo largo de las distintas etapas de la vida. Desde esta perspectiva, las emociones ocurren con respecto a cosas importantes, es decir, investidas de valor y generan compromisos sociales y están sujetas a normas y condicionadas a la evaluación y la crítica social. Para la autora que emplea este enfoque, el interés está centrado en explicar los procesos y agentes de socialización de valores y la manera en que esto se vincula con las emociones. De esta manera, lo fundamental es su comprensión como un medio para el conoc imiento de la cultura en la que están inmersos los sujetos estudiados, así como de las particularidades del grupo social específico del que forman parte, según corresponda a la situación socioeconómica, al género, al estilo de vida o al capital cultural, entre otros factores, de sus miembros. Las y los autores que empleamos los enfoques constructivista y cognitivo consideramos que la perspectiva monista y universal para comprender las emociones limita su concepción como procesos en que la cultura determina sus sentidos y su puesta en práctica. En suma, el punto de convergencia de ambos enfoques toma en cuenta los componentes socioculturales y las tradiciones en la hechura subjetiva y los comportamientos a partir de escenarios familiares, domésticos y sus vínculos afectivos, que a su vez reflejan relaciones sociales. Analizar la vida social desde estos enfoques nos permite ver procesos en lugar de reacciones de estímulo y respuesta. Permite vislumbrar el origen de los afectos y su evolución o transformación en la relación con los demás. Permite ver microprocesos y emociones sutiles que dan respuestas amplias y complejas a cómo funciona la vida social.

PRESENTACIÓN

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sobre el Contenido del libro y los CaPÍtUlos Familias, género y emociones. Aproximaciones interdisciplinarias está organizado en una presentación y siete capítulos. Éstos se ordenan por etapas del ciclo familiar, de manera que los dos primeros abordan el proceso de crianza y transmisión de valores a los hijos; el tercero, cuarto y quinto tratan sobre los conflictos y emociones surgidos de la convivencia conyugal; el sexto se refiere al cuidado de los miembros envejecidos y el séptimo a las relaciones de los distintos miembros de la familia con la comunidad. En la presentación, Ana Josefina Cuevas provee los antecedentes del origen del manuscrito y el contexto al que abonan los tres ejes de discusión. Puntualiza el enfoque epistémico, teórico y metodológico de los distintos capítulos para ubicar a los interesados en el estudio de las familias, el género y las emociones sobre los principales aportes del libro. A la presentación le sigue el texto “Congruencia y expresiones afectivas en familias contemporáneas”, de María Antonieta Covarrubias, quien analiza la relevancia de los padres en la socialización y los modos de pensar y de sentir de los hijos y la congruencia entre sus expresiones afectivas y su actuar cotidiano al debatirse entre la crianza tradicional y la moderna. Lo que sabemos de los afectos y los conflictos familiares proviene, en buena medida, de la psicología, por lo cual la aproximación a este ámbito desde la antropología arroja luz a un tema de gran relevancia, enmarcado en un proceso de cambios agudos. El texto acierta al mostrarnos las conductas de madres y padres en el proceso de crianza y las emociones y conflictos que enfrentan, oscilantes entre la reproducción de prácticas y discursos tradicionales y las nuevas tendencias educativas. La reflexión sobre los retos de la crianza la complementa la discusión de Zeyda Rodríguez sobre la “Socialización, valores y emociones en torno al amor y la sexualidad en dos generaciones de mujeres”. La autora elabora un análisis narrativo centrado en las continuidades y cambios de tres generaciones de mujeres en torno a los procesos y agencias de socialización sobre el amor y la sexualidad. Los hallazgos muestran que las dos primeras generaciones lo hicieron a través de agentes más homogéneos —la Iglesia y los padres—, mientras que en la generación más joven fueron los amigos y los medios de comunicación los que introdujeron discursos y prácticas nuevas en la sexualidad. La discusión permite ver cambios sociales significativos tanto en los procesos como en los agentes de socialización de valores sexuales entre generaciones y la pertinencia de atender por los medios y con el lenguaje adecuado las necesidades de cada grupo social.

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FAMILIA, GÉNERO Y EMOCIONES

El capítulo titulado “Madres solas: el sentido de la soledad y procesos de agencia”, de Ana Josefina Cuevas Hernández, es el primer o de tres textos que abordan diferentes dimensiones de la vida conyugal. En él la autora explora las ambivalentes significaciones de la soledad tras la ruptura y muerte de la pareja, y los procesos de agencia que detona entre las madres solas. La discusión hace tres hallazgos importantes. En lo relativo a la familia, muestra que la sol tería es el estado civil deseado por las madres solas entrevistadas; desde el género y la agencia, encuentra que la soledad tiene distintas significaciones por estado civil y que muchas de ellas, contra lo que indica la literatura, tienen valencias positivas. Con ello se desvictimiza a las madres solas como sujetos vulnerables y desolados en la soltería. Desde las emociones se identifica e interpreta el vocabulario emocional y las constelaciones de emociones detonadas a partir de la ruptura y la muerte de la pareja. Lo anterior muestra la especificidad de la condición civil y cultural de las en- trevista das en la experimentación de sus emociones. Juan Carlos Ramírez Rodríguez, en el capítulo “Los hombres y las emociones: atisbos a partir de las relaciones de poder en la pareja”, analiza de manera sistemática las emociones experimentadas por varones que violentan a las mujeres. Su intención es dar respuestas preliminares que permitan avanzar en los procesos de transformación hacia una sociedad más igualitaria con equidad. Para el autor este esfuerzo permitiría identificar los elementos constitutivos del género de los hombres. En ese intento, provee ricas reflexiones en torno a dos puntos centrales. El primero es entender la relevancia del aprendizaje de las emociones en las familias de origen y la manera en que se despliegan en la propia familia formada frente a las situaciones de violencia. El segundo es identificar que los hombres enfrentan otras tensiones que involucran emociones asociadas al ejercicio de la paternidad y la manutención de la familia. A este respecto reflexiona sobre lo difícil que es mantener la imagen de proveedor en un contexto de creciente desempleo y precarización laboral. Sus aportes nos permiten ver las emociones ligadas al género de los hombres y las relaciones de pareja, extendida a algunos aspectos familiares y a la riqueza de este tipo de investigación en la comprensión de las interrelaciones entre estos elementos como constitutivos de la cultura emocional de los hombres. Anna María Fernández Poncela, en “Familia, emociones, conflictos y chistes”, reflexiona sobre el humor en sus distintas variantes como catalizador de las tensiones y conflictos de la vida conyugal. Su discusión muestra que en el análisis del chiste sobre parejas sobresalen roles y conductas estereotipadas de género. A través de la clasificación de distintos tipos de chistes, la autora centra el análisis en el lenguaje y el

PRESENTACIÓN

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humor como recursos lingüísticos que pueden ser usados con al menos dos intenciones. Por un lado revertir el orden social vigente y por otro reproducir tanto imaginarios sociales como discursos y prácticas estereotipados sobre las relaciones de pareja y los simbolismos asociados a ellas. Asimismo, sostiene que esta variante de género corto aporta una mirada, irónica y desenfadada en general o cargada de mucha ira a veces, sobre una realidad cotidiana que es un reflejo y su espejo, productor y reproductor de creencias, costumbres y estereotipos que libera tensiones culturales, emocionales, fisiológicas y psicológicas. “Las emociones y el cuidado en las familias con miembros envejecidos”, de Rocío Enríquez Rosas, analiza cómo las familias, en particular las mujeres, resuelven el cuidado de la población envejecida. Esta investigación tiene relevancia tanto para la discusión sobre la salud desde enfoques sociales como desde la demografía. Sus argumentos sugieren la pertinencia de un diálogo interdisciplinario sobre el tema para la creación de programas y políticas que consideren estas dimensiones familiares y de género en las políticas públicas. La autora desentraña las razones sociales, culturales e incluso políticas, que naturalizan el cuidado de los otros como una actividad femenina. Discute también el impacto económico, mental y físico en las cuidadoras ante la incapacidad y deslinde del Estado para atender a la población envejecida. Su mayor contribución al análisis de las emociones y el cuidado muestra las formas relacionales en que el género y los vínculos familiares intergeneracionales se encarnan cotidianamente en los procesos de envejecimiento en entornos marcados por la desigualdad social y la pobreza urbana. El último capítulo, “Cuando el cambio climático nos alcanzó: emociones, género y familia”, de Virginia Guadalupe Reyes de la Cruz y Edith Guadalupe Pérez Chávez, analiza la problemática que se suscita dentro de una comunidad mixe y zapoteca a partir del cambio climático y cómo a partir de ellas no sólo entran en conflicto las relaciones interpersonales sino también las emociones de manera individual y colectiva. Su análisis permite ver las dualidades tierravida, humano-pueblo y trabajo-tequio, que ayudan a explicar la importancia del conocimiento colectivo y tradicional en las acciones y las emociones de hombres y mujeres frente al desastre. A partir de estas dualidades, las autoras notan que las emociones son procesos sociales construidos a partir de sus saberes locales, relaciones cara a cara y situaciones que ellos viven. Los resultados evidencian que estos fenómenos producen emociones distintas y el potencial analítico del género en la comprensión de procesos de recuperación y reconstrucción de sus comunidades. Entenderlo resulta vital para comprender quién ayuda, por qué ayuda y cómo se articulan las relaciones sociales y de género en las comunidades frente a estos

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fenómenos. Una de las principales contribuciones del estudio es mostrar el papel del apego a la tierra y la manera en que los sistemas familiares, sociales y culturales de poblaciones indígenas amortiguan el impacto de fenómenos naturales frente a la incapacidad y el olvido del Estado. La contribución de Familias, género y emociones. Aproximaciones interdisciplinarias, sugiere la relevancia del diálogo entre disciplinas y desde enfoques cualitativos en la comprensión de fenómenos sociales complejos. Es por ello que se pensó en un texto que reuniera trabajos sobre los tres ejes desde distintas disciplinas, con la finalidad de ofrecerle a la creciente comunidad académica interesada en esos temas una bibliografía especializada con información de primera mano y enfoques sociales pertinentes y actuales. Los distintos trabajos proveen densas respuestas a fenómenos que entrelazan procesos microsociales a marcos y estructuras más complejos y amplios de la vida social. Octubre de 2014

CongrUenCia y exPresiones afeCtivas en familias ContemPoráneas

María Antonieta Covarrubias Terán*

introdUCCión En las familias contemporáneas —entendidas como familias actuales—, la forma de educar y de insertar socialmente a los hijos ha cambiado con respecto a la de hace algunas generaciones (Covarrubias y Gómez, 2012). En general, hoy día los padres tienden a interesarse más por la educación de sus niños y le dan seguimiento; sin lugar a dudas, la familia se organiza en torno a ellos y se les da una gran importancia. Los padres contemporáneos tienden a desbordarse de amor y atenciones por sus pequeños; en ellos resalta la idea de educarlos con alta autoestima y expresarles su afecto, viéndolos como la objetivación de su propia realización. Al respecto, Baranchuk (2001) dice que los padres educan a sus hijos para la felicidad y la autonomía, argu mentando que éstas serán las armas con las que podrán alcanzar la calidad de vida en el siglo XXI. Muchos padres, cuando eran niños, lidiaban con prácticas cotidianas como jugar en la calle, desplazarse solos a un lugar, comunicarse con los padres, el manejo del dinero, la sexualidad, la moda, entre muchas otras. En la actualidad se promueve que las familias contemporáneas se enfrenten a otro tipo de prácticas que no experimentaron cuando fueron niños, de tal manera que no les es posible recuperar su experiencia como hijos para aplicarla en su función de padres, por lo que en ellos surgen múltiples interrogantes, dilemas, contradicciones y confrontaciones, incluso en padres que cuentan con preparación universitaria. * Universidad Nacional Autónoma de México, fes Iztacala.

[19] En las circunstancias actuales, dichas prácticas se han modificado por las condiciones sociales de nuestro país y de un mundo globalizado, que

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nos confronta diariamente a diversos problemas de violencia e inseguridad social, desórdenes alimenticios y fracaso escolar, entre otros. De esta forma, a los padres de hoy les surgen múltiples cuestionamientos acerca de las amistades de sus hijos, los permisos y el uso de las redes sociales, entre muchos otros, lo que da lugar, como señalan Palacios y Rodrigo (2000), a replantearse sus roles y sus afectos. Ante esta problemática social, y considerando que los padres son los primeros educadores por excelencia, mi interés en este trabajo es ahondar sobre el tema y generar nuevas líneas de investigación que amplíen los horizontes sobre las prácticas parentales y coadyuven a la comprensión de las emociones en las familias contemporáneas; para tal efecto, partiré de los siguientes cuestionamientos: ¿cuáles son las contradicciones parentales actuales? ¿Cuáles son estas nuevas formas de relación y expresión afectiva? ¿Estas expresiones afectivas son parte de la disciplina de los niños? ¿Son los padres contemporáneos congruentes con su discurso y sus acciones en la disciplina de sus hijos? Para abordar estos cuestionamientos es necesario explicitar que en este trabajo, la congruencia en las familias contemporáneas se refiere a la coherencia entre lo que piensan, dicen y hacen los padres en sus prácticas parentales, donde las expresiones afectivas interfamiliares son esenciales. La afectividad y sus diversas formas de expresarlas se manifiestan cotidianamente como elemento inheren te e indisoluble de las interrelaciones, tanto personales como social es. Tienen un papel trascendental en el desarrollo de cada individuo, ya que regulan el comportamiento humano en un proceso de transición que va de un plano social (interpsicológico) a un plano individual (intrapsicológico). Los afectos están marcados en todo momento por la historia social (Heller, 2004) y son socializados en la interacción con los otros. En esta interacción se co-construyen diversos sentimientos, derivados del proceso activo, volitivo y de reacción de la persona frente a diversas expectativas y juicios de los otros, los cuales a su vez están determi nados por las creencias y los valores culturales. Esto no significa, como señalan Ratner (2000) y Le Breton (1999), que cada individuo tenga un proceso de “copia” de los afectos de una cultura, sino que cada individuo se apropia de los afectos y de su forma de expresarlos conforme a su grupo cultural de pertenencia, con un estilo individual, significativamente diferente, manifestados de manera particular por sus características biológicas y su apropiación personal (Chodorow, 2003). En otras palabras, los sucesos continuos y repetitivos de los otros y con los otros son apropiados mediante actitudes, percepciones, ideas y conceptos, y en un segundo momento del desarrollo, estos sucesos son

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MARÍA ANTONIETA COVARRUBIAS TERÁN

proclives a regular nuestra conducta, conformando una tendencia de comportamiento regulado-autorregulado. Cuando un niño nace, señala Le Breton (1999), es necesario mo delarlo en su totalidad psicológica, social y culturalmente. Necesita la atención y el afecto de su entorno para desarrollarse y adquirir los símbolos y signos que le permitirán proveerse de un medio para comprender el mundo y comunicarse con los otros. La educación complementa las orientaciones genéticas que no asignan ningún comportamiento preestablecido ni determinan su inteligen cia, sino hasta que éste se apropia de un conjunto de posibilidades del grupo donde nace y se desarrolla. El niño establece una relación específica con su mundo, apropiándose de sus elementos con su carácter y su historia propia. El grupo cultural de pertenencia de este niño, por medio de la educación formal e informal, le brinda las condiciones propicias para hacer suyo ese orden simbólico. Es así como los otros enseñan a los niños cómo reaccionar emocional y cont ingentemente, respondiendo a las emociones de los pequeños. Por tanto, las expresiones afectivas varían en forma y cont enido, dependiendo de las trayectorias de vida de cada persona, de sus experiencias y de su cultura, donde los modos de participación del individuo cambian y se reconfiguran a través del tiempo (Dreier, 1999), delineando los aciertos y dudas emocionales so- bre cómo y qué sentir (Ratner, 1989, 2000), a lo que personalmente agre garía que está incluido qué pensar y qué hacer. Considerando que los afectos individuales cambian de significado cultural e históricamente, es posible analizar cómo es que las personas son congruentes con lo que piensan, sienten y hacen o se encuentran con contradicciones afectivas y cognitivas al resolver conflictos. La solución de conflictos implica necesariamente un proceso de reflexión, lo cual coadyuva a enfrentar estas contradicciones, dando en general una dirección y conducción personal a nuestras vivencias cotidianas. Este planteamiento puede apreciarse en la ideología parental de las familias contemporáneas, quienes se cuestionan y replantean acerca de sus roles, estilos de crianza y afectos (Palacios y Rodrigo, 2000), así como de nuevas formas de relación, de disciplinar, corregir y expresarse afectivamente debido —entre otras razones— a las vivencias y discursos sociales que la vida contemporánea demanda. Es necesario tener presente que la conceptualización sobre los afectos, como otros conceptos, ha variado en el tiempo. Lo que hoy entendemos por amor, familia, relaciones, expresiones de afecto —entre otros— ha tenido diferentes significados en distintas épocas y culturas (Giddens, 2004). Comparto con Giddens (1999) que los cambios en las relaciones familiares y sociales también cambian nuestra vida afectiva y las

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transformaciones en la esfera personal afectiva trascienden fronteras, culturas, condición económica e ideología de cualquier país. El valor de los afectos y sus expresiones afectivas nacido en la modernidad, como lo menciona Ariès (2001), es un valor vigente que se acrecienta día con día; esto puede reflejarse en la afirmación del autor respecto a la familia como un lugar de afecto y expresiones afectivas entre esposos, padres e hijos. Estos afectos y sus expresiones se manifiestan por medio de la importancia que se le da a la educación, al hogar y a las consideraciones que se tiene a los hijos. Con base en lo anterior, el objetivo del presente trabajo es describir y analizar las expresiones de afecto de los padres contemporáneos y su congruencia en la disciplina de sus hijos.

PreCisiones metodológiCas El presente trabajo estuvo sustentado desde una perspectiva sociocultural y una metodología cualitativa para poder analizar y comprender la posición social de los padres (relación, acciones, emo ciones, creencias) aprehendidas en y de su realidad social, es decir, para comprender cómo se relaciona el funcionamiento psíquico con el contexto cultural. Toda vez que la perspectiva socio cultural considera que los procesos psicológicos están anclados en los procesos históricos (Vigotsky, 1991, 2004), y los individuos se desarrollan participando activamente a través de sus trayectorias de vida en la relación con los otros, tomando una postura y reflexionando, lo cual conlleva adoptar una identidad de acuerdo a como se sienten ubicadas en el mundo (Dreier, 1999). Desde esta perspectiva, los fenómenos pueden ser indagados por medio de la investiga ción cualitativa, la cual considera cuestiones subjetivas, simbólicas y valorativas que dan sentido y significado a las conductas y acciones de los individuos. Su preocupación central es conocer e interpretar la subjetividad de los sujetos, busca comprender el punto de vista de los actores de acuerdo con el sistema de representaciones simbólicas y significados en su contexto particular. Estos acercamientos privilegian el conocimiento y la comprensión del sentido que los individuos atribuyen a sus propias vivencias, prácticas y acciones (Szasz y Lerner, 1999).

CaraCterÍstiCas de la PoblaCión Participaron diez familias biparentales con residencia al menos de cinco años en la ciudad de México o la zona conurbana, con estudios de

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MARÍA ANTONIETA COVARRUBIAS TERÁN

educación técnica, media superior o superior, con hijos1 de ambos sexos entre seis y 12 años, que cursaran la educación primaria en la misma institución educativa privada, ubicada en Ecatepec, Estado de México (zona noreste del área metropolitana de la ciudad de México). Las parejas que participaron compartieron la peculiaridad de que las madres se dedicaban al hogar y los padres a ser proveedores.

estrategia de investigaCión Se hicieron entrevistas en profundidad en las que se exploraron las expresiones afectivas de los padres hacia sus hijos, incluyendo cuand o tenían que corregir alguna conducta en los niños. En las transcripciones se señalaron símbolos que permitieran dar cuenta de aspectos relevantes, como énfasis, silencios, tono, volumen, etc. (Psathas, 1995);2 así como información no verbal —gestos, reacciones, proximidad y movimiento del cuerpo (Tarrés, 2001). Considerando que en la investigación cualitativa, y particularmente como señalan algunos autores (Tarrés, 2001; González, 2000; Cas tro, 1999), analizar la vida puede hacerse por medio de los significados personales, los cuales pueden ser considerados como razones para la acción; en este trabajo, se analizaron los significados personales parentales, a través de identificar las ideas, razonamientos —reflexiones— y sentimientos subyacentes o latentes en la interacción con sus hijos y las razones para acciones emprendidas (Castro, 1999), a través de las descripciones obtenidas (Dreier, 1999; Tarrés, 2001; Rivas, 1999). Cabe acotar que todos los padres reportaron que el proceso de entrevista les había permitido darse cuenta de muchas de sus acciones en la crianza de sus hijos, de las cuales no tenían claridad o no habían reflexionado, considerando que su participación en las entrevistas había sido una experiencia enriquecedora. De la misma manera, el proceso de las entrevistas fue enriquecedor para mí, tanto profesional como personalmente, ya que las respuestas de los participantes me provocaron una reflexión sobre mis propios procesos y dilemas, además de brindarme un panorama más amplio y vivencial sobre 1 Genéricamente hablando, las familias seleccionadas tenían al menos un hijo y una hija. 2 Para lo que se quiere aludir: / Indica que se ha eliminado alguna palabra, frase(s) o fragmentos más extensos, no representativo para lo que se quiere aludir. (:) El sonido anterior es prolongado (se fu:::e tarde).

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la temática, más allá de las fronteras teóricas y conceptuales y de ver reflejada la diversidad de experiencias in situ.

resUltados de investigaCión Los hallazgos de esta investigación permiten señalar que todos los padres y madres incluidos en ella concuerdan en que es importante expresarles afecto a sus hijos e inculcarles una autoestima alta; ésta es una premisa relevante para la educación y el desarrollo de su persona. Las manifestaciones afectivas difieren entre ellos. Algunos padres refieren que expresan su afecto de manera explícita al abrazar(>) Sube la entonación. () Me siento incómoda, porque no estuve acostumbrada, porque yo con mi padre sí había rechazo cuando uno, por ejemplo, que la despedida, él como que se quitaba, entonces, yo para no repetir lo mismo con ellos, mejor prefiero decirles ¡ya, ya!, para no quitarme (Perla).

En la narración puede apreciarse que la intención de esta madre, como en otras, es que se propicie la expresión afectiva y con ello alimentar el vínculo afectivo. Desde mi práctica profesional,3 como en mi experiencia con personas cercanas a mí, he constatado que esta intención es una tendencia reiterada en muchas familias de clase media. Asimismo, esta resignificación de la afectividad parental proviene de la sensibilización en las pláticas entre la pareja. Algunas madres comentaron que ellas han exhortado a sus esposos que demuestren su afecto a sus hijos para que no reproduzcan la misma práctica que en sus familias de origen. Como señala McGillicuddy (1982), la experiencia con el padre guarda relación con la experiencia de los hijos.

3

Psicóloga en el campo de desarrollo y educación.

CONGRUENCIA Y EXPRESIONES AFECTIVAS

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A mi esposo le cuesta mucho trabajo expresar sus afectos, antes era de las personas que no demostraban nada de sus sentimientos. /Toda su familia es muy seca, entonces le digo yo no quiero eso para mis hijos porque (>) ¡imagínate cuando tengan sus novias o sus esposas, su esposo, que sean tan secos como tú! —¡a::y!, es una cadena, y a raíz del tiempo lo hemos estado cambiando a que sea como él nos dice, encimosos con nosotros, que hacernos piojito, acostados viendo tele abrazados. A lo mejor como con sus papás nunca hubo eso, pues de chicos, captan todo y es como van creciendo. En cambio en mi casa fue al revés, a pesar de que los dos trabajaban pues ahí veíamos, digo por lo menos que se abrazaban, se besaban o algo y ahí en su casa no, su papá, bueno, hasta la fecha es muy machista (Liliana).

En general, los padres expresan su afecto a sus hijos con halagos, abrazos, caricias, así como al compartir actividades lúdicas. Algunos progenitores varones añaden como una expresión más comprarles regalos, mientras que algunas madres, aportando servicios y atenciones. En síntesis, los padres manifestaron que en su relación con sus hijos: • Favorecen la expresión y verbalización de las emociones en sus hijos. • Aprenden a demostrar sus afectos. • Resignifican sus relaciones afectivas a partir de las manifestaciones afectivas espontáneas de sus hijos. • Confrontan su incapacidad de corresponder y expresar sus afectos. • Adoptan una vida afectiva diferente para sus hijos vs. una carencia afectiva semejante a la que ellos vivieron de niños.4 • Hablan de sus propios sentimientos con sus hijos. • Toman conciencia de la importancia de los afectos en el desarrollo de sus hijos (para el aumento de la autoestima). La mayoría de los padres de este estudio consideraron como un gesto de expresión afectiva únicamente aquellas demostraciones de cariño como las señaladas antes, sin incluir las estrategias de corrección o de disciplina de sus hijos. Por supuesto, esto puede obedecer a un aprendizaje conceptual de la cultura, que delimita nuestra forma de concebir los afectos. Sin embargo, desde mi punto de vis ta, disciplinar, corregir y señalar límites también constituyen actos de amor o de expresión afectiva hacia los hijos. Como señala López (2013), la disciplina es un proceso gradual que debe enseñarse a los niños poco a poco con amor, paciencia y firmeza, y requiere hac erlo con consistencia y congruencia. 4

Planteamiento más ampliamente desarrollado en Covarrubias (2012).

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De acuerdo con los datos encontrados en este estudio, la inconsistencia o incongruencia parental tiene diferentes orígenes y motivaciones; algunas veces es el resultado de: 1) Una resignificación de su experiencia dentro de su familia de origen.

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2) Desacuerdos o diferencias de criterios y valores entre los progenitores. 3) Las circunstancias emocionales y la falta de claridad de los criterios en la crianza.

inConsistenCia Parental Por resignifiCaCión de sU exPerienCia dentro de sU familia de origen

Respecto a estas resignificaciones parentales, algunos padres señalaron algunas ambivalencias en sus expresiones afectivas al corregir a sus hijos, generando inconsistencia e incongruencia entre sus acuerdos, valores y propósitos para la educación de sus hijos, como se ilustra en el siguiente testimonio: Cuando mis hijos eran pequeños les decía (>) “Pon-eso-ahí”, “ahorita, ahorita”, pero (>) eso fue por mi culpa porque yo nunca dije: ¿Sabes qué, hija?, que si quitaste eso de ahí, lo vuelves a poner”; a veces sí le decía, pero yo veía que no lo hacía y ahí iba yo, y lo recogía, o les decía: tienen que arreglar su cuarto porque su mamá ya no se los va a arreglar, pero luego al otro día, a los tres días, la mamá se desesperaba y lo arreglaba porque decía, cuándo lo van a arreglar. Entrevistadora: ¿Por qué lo hacías? ¿Qué sentías? Desesperación, porque en mi casa era todo bien limpio y ordenadito, yo creo que era una rebelión a lo que yo tuve que hacer, yo tenía que tener bien arregladas mis cosas, darle grasa a mis zapatos y todo en su lugar, mi mamá nos lo inculcó, y como rebelión dije (>)ahora que mis hijos hagan lo que quieran, yo no lo hice pues que lo hagan ellos; y a la larga te das cuenta y dices por qué lo hice, porque ahora me da coraje que no arreglan sus cosas. Antes la ponía a hacer cosas y pensaba ()/, es el problema que tenemos, mi mujer dice una cosa y yo digo otra, a veces no nos ponemos de acuerdo, a mí a veces me dan risa las actitudes de los niños (ríe) se me hacen chistosas, intento aguantarme la risa, pero no puedo, y yo creo que ahí abusan. / Por ejemplo, van a tender su cama, van a dormirse a tales horas, van a hacer esto y de repente (>) las rompemos, a lo mejor luego yo las rompo, porque estamos viendo de repente un programa de televisión /o de repente estamos cantando o bailando y algo y —váyanse a dormir— ¡ah no! y se quedan ahí para contar chistes o estar viendo las cosas. Entonces yo creo que las reglas (>) no son así muy estrictas, ni muy apegadas, no tenemos reglas /. Yo soy demasiado consentidor con mis hijos, de repente o dicen cada contestación que me da risa, no puedo aguantarme a veces la risa (sonríe) (>) se rompe la regla/ (Arturo).

En esta familia subyace, como tradición y valor, priorizar la convivencia con el padre, por lo cual se suspenden, ignoran o eluden las normas y los castigos. Por otra parte, la señora no tiene autoridad porque el esposo la desautoriza al reírse de lo que los niños hacen. Este desacuerdo tiene que ver con que la asimetría está en distintos niveles de disciplina de los hijos, el esposo delega su au toridad a la esposa para que en lo cotidiano ejerza

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normas, pero cuando él se incorpora con ellos la desautoriza diluyendo las reglas, aunque la intención explícita no sea ésta. Este padre ha expresado su intención de que sus hijos sean felices y estén unidos como familia, de ahí que su papel como padre y por ende su estilo, representen una forma de contrabalancear y resignificar esta experiencia, enriquecida con la orientación psicológica que recibe en su trabajo, que aplica y generaliza a otras prácticas, como es la paternidad. Asimismo, el fragmento anterior deja ver que en muchas familias la disciplina puede ser laxa debido a la inconsistencia de acuerdos entre la pareja, ya sea por tener criterios diferentes, por no establecerlos como norma familiar o, en el caso extremo, por desconocimiento o desinterés de las posibles reglas o normas del otro padre.

inCongrUenCia Parental Por las CirCUnstanCias emoCionales

y la falta de Claridad de los

Criterios en la Crianza

Asimismo, esta incongruencia o inconsistencia disciplinaria puede deberse a las circunstancias emocionales y a la falta de claridad en los criterios acerca de los hábitos, valores y costumbres que se quieren promover en la crianza de los hijos por medio de estrategias de disciplina, lo cual puede llevar al abandono de normas y obnubilar las metas educativas, como lo ilustra el siguiente testimonio: Me dicen: “¿Me dejas salir a jugar?”, aunque esté castigada, (>) ¡bueno, salte! (tono de fatiga) con tal de que no dé lata y esté de trompa (gestos de intolerancia). O cuando me hartan, o cuando estoy repitiendo lo mismo diez veces y no me hacen caso, los dejo salir, porque (>) prefiero estar en paz en ese momento que estarlos escuchando berrear (tono de intolerancia) (Liliana).

¿Qué hay tras la actitud inconsistente o incongruente de esta madre? Puede apreciarse en Liliana que ella cede a las exigencias inmediatas por fatiga emocional (y muy probablemente física por su jornada como ama de casa), que la lleva a un sentido de vulnerabilidad, detonando en ella intolerancia, enojo e irritabilidad. Ella

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pierde la perspectiva de las implicaciones en la consistencia o con gruencia de las normas familiares y de los efectos en la estructura de la personalidad de sus hijos. De momento Liliana se quita la presión emocional, pero paradójicamente esta mamá establece el precedente de que en las siguientes ocasiones sus hijos sabrán que insistiendo y presionando lograrán conseguir lo que deseen, lo que establecerá una tradición negativa que implicará más presión y más conflictos emocionales. Una situación parecida se encuentra en los siguientes testimonios: Antes me dolía el alma si los castigaba, entonces les daba un “chancecito”, y /obviamente me tomaron la medida, entonces ahorita, no obedecen, de momento me molesta, me enojo, pero se me pasa (tono serio y reflexivo) (Perla). Me enojo con la niña, llora, sufre y me pide disculpas, pero soy (5) muy exigente y quiero, es mi intención que ellos me vean como su amiga pero a veces () “bueno ya no voy a ser tan rígida”, no he podido llegar a un término medio, porque a veces me paso de barco con los dos, a veces veo que están haciendo las cosas que me molestarían y no les digo nada, después les digo “por esta ocasión háganlo”, pero luego me dicen “bueno, pero por qué ahorita sí y después ya no quieres...” como que ahorita estoy así entre cuál es el término medio/ probando (Clara).

A partir de estos extractos, es posible decir que la falta de congruencia o de consenso en los criterios para educar a los hijos puede deberse a que: a) los padres no tengan claridad de lo que esperan como pareja, como familia y como padres; b) no expliciten sus expectativas; c) que éstas sean muy diferentes; d) tengan miedo de repetir un estilo autoritario que critican; e) temor de ser estrictos y no los quieran sus hijos, o f) se incrementen los problemas familiares al poner límites, entre otros. Esto no significa que los padres que tienden a ser consistentes en sus prácticas, no experimenten miedo, también lo tienen, pero son otros y, sobre todo, es cualitativamente diferente la manera de reaccionar y actuar. Independientemente de la razón para ser o no congruente en la educación de los hijos, como señalan Musitu, Román y Gracia (1988), un estilo carente de sistematización y coherencia conlleva un men saje difuso y no proporciona el apoyo emocional en los hijos.

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reflexiones finales Desde esta perspectiva sociocultural, es posible decir que los padres en esta investigación han tenido una construcción dinámica e histórica en sus procesos afectivo-cognitivos. Sus efectos, como señala Heller (2004), han sido marcados por su historia social, generando diversos sentimientos, a partir de sus intenciones, sus expectativas y la reacción de los otros a lo largo de sus trayectorias de vida, que ha generado en ellos contradicciones e incongruencias en sus prácticas de crianza, dudas emocionales sobre cómo y qué sentir con significados particulares para cada uno en el contexto del mundo contemporáneo (Shweder, 1990; Dreier, 1999, Le Breton,1999; Ratner, 2000; Giddens,1999). Estos padres contemporáneos reconocen la importancia de demostrar sus afecto a sus hijos, y a su vez que sus hijos expresen sus afectos para que aprendan a amar; crezcan con mejor calidad de vida y tengan una confianza básica, discurso actual que permea las prácticas parentales (Lipovetsky, 2002; Nardone, Giannotti y Rocchi, 2003; Prado y Amaya, 2004). Por supuesto, es importante que exista afecto y que éste se manifieste — verbal y no verbalmente como los padres-madres de esta investigación así lo consideraron— para que haya un desarrollo favorable en las relaciones familiares. Esto puede deberse a un aprendizaje conceptual que la cultura nos proporciona y delimita nuestra forma de concebir nuestros afectos. Sin embargo, como menciona Corkille (2012), es importante relacionarse con los niños con amor y disciplina para brindarles un óptimo desarrollo psicológico, ya que un niño al que se le disciplina con afecto comprenderá mejor los límites y las correcciones de su comportamiento, por lo que será proclive a tener una valía alta. En este sentido, es posible decir que disciplinar, corregir y señalar límites constituyen expresiones afectivas en las prácticas parentales, toda vez que la intención de los padres es formar “seres de bien”. Desde la perspectiva sociocultural, los individuos actúan en un mundo intencional regulados por sus creencias, deseos, emociones, propósitos y otras representaciones mentales (Shweder, 1990) a través de sus prácticas cotidianas (Drier, 1999). Recuperando el planteamiento de González y Mitjáns (1989) en las relaciones padre-hijo es necesario que las interacciones diádicas sean congruentes en su lenguaje y acciones, ya que esto puede confundir a los hijos en muchos aspectos: un comentario o acción negativa con un comentario o acción positiva anula o neutraliza el mensaje. En este sentido, es importante que las expresiones afectivas sean congruentes con las

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circunstancias que se vivencien en el momento; es decir, si el niño actúa erróneamente, una expresión afectiva parental implica el establecimiento de límites, de tal suerte que la consigna podría ser “porque te quiero, te corrijo”, en congruencia con un discurso contemporáneo proclive a fomentar un desarrollo afectivo saludable y de alta autoestima en los niños (Prado y Amaya, 2004). Esta congruencia implica lo que se piensa, dice y hace. Es decir, si los padres se plantean como objetivo (lo que se piensa) formar hijos con un desarrollo afectivo “equilibrado”, “sano” o con “alta autoestima”, sus mensajes, acciones e interacción serán congruentes con este propósito; de lo contrario, como señalan Barudy y Dantagnan (2005), esta interacción se convierte en un mensaje de doble vínculo, en donde existe una incongruencia interaccional. Parafraseando a Lipovetsky (2002), una persona congruente con sus metas, intenciones y afectos esclarece límites, lo cual redunda en certeza y claridad en los niños sobre sus acciones. Por el contrario, la inconsistencia en los límites, puede generar en los niños confusión, incumplimiento con normas establecidas, escaso esfuerzo y labilidad emocional, entre otros (Prado y Amaya, 2004), ya que no proporciona el apoyo emocional que el hijo necesita (Musitu, Román y Gracia, 1988). Sin embargo, hoy día los padres están sometidos a diferentes fuentes culturales que les promueven un deber ser como padres modernos. El discurso actual, consistente en valorar el respeto a los h i - jos y su bienestar físico y emocional, matiza de contradicciones y falta de claridad sus prácticas (Baranchuk, 2001). La problemática para estos padres es que la información y los contenidos de estos mensajes regularmente son diferentes y todos coinciden en que el objetivo de un “buen padre” es que sus hijos sean felices, que en nuestra cultura actual significa proveer de bienes y servicios inmediatos (Lipovetsky, 2002); por lo que ante las circunstancias cotidianas cada padre se enfrenta al dilema entre establecer una norma o un valor, o satisfacer inmediatamente las

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necesidades de los hijos. Como señalan Nardone, Giannotti y Rocchi (2003), sólo por medio de la experiencia de obstáculos superados puede el niño-joven estructurar la confianza en sus propios recursos y el propio equilibrio psicológico. Hoy día, las familias contemporáneas se enfrentan a prácticas que redimensionan su experiencia y sus puntos de referencia. Las circunstancias de vida actual imponen y exigen nuevos estilos y tipos de relación, aparecen nuevos roles parentales, diversiones, sistemas de comunicación, alimentación y educación, entre otros cambios; lo que implica que los padres orienten y corrijan a sus hijos en un contexto posmoderno donde se valora lo actual, lo placentero, lo fugaz, la calidad de vida momentánea, la liberación personal, el relajamiento, el humor, la permisividad y el consumismo (Lipovetsky, 2002; Giddens,1999; Nardone, Giannotti y Rocchi, 2003). Estas condiciones de vida redundan en un hedonismo, lo que significa vivir el presente para uno mismo, sin tradiciones, olvidando el sentido histórico y los valores (Prado y Amaya, 2004; Lipovetsky, 2002). La vida contemporánea trae consigo prácticas que generan angustia, ansiedad y depresión por un vacío existencial; para muchos, la vida carece de sentido, no hay futuro, no hay porvenir. Es un tiempo de angustia y de aburrimiento: angustia por la prisa y desesperación por la rapidez con que se vive. Los niños se enfrentan a un relativismo en la vida, como la posibilidad de caer en la cuenta de una gran diversidad de opciones de vida, estilos de comportamiento, de vestir, de comer, de creer, de formar una familia y de vivir la sexualidad (López, 2013; Prado y Amaya, 2004). De esta manera, los padres juegan un papel importante en la socialización y construcción de modos de pensar y sentir de sus hijos, pero sobre todo para guiar, enseñar a socializar y disciplinar; en el cual están entreverados los afectos y los valores. Como señala López (2013), la disciplina no sólo es importante en la infancia, sino también para la vida adulta. Desde la teoría sociocultural, se puede afirmar que los padres viven contradicciones; pero la población investigada en este trabajo en su mayoría manifiesta la intención de trascender su rol, sus relaciones y sus vínculos afectivos, superando las contradicciones profundas que viven por sus valores pasados y presentes, los cuales son procesos de socialización dinámicos, dialécticos, multicausales y cambiantes (Vigotsky, 1991, 2004; Dreier, 1999). Un acierto de estos padres es buscar relaciones de mejor calidad, equidad y afectividad; por supuesto, esto no los exonera de las

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contradicciones planteadas, pero puede apreciarse la intención de trascender propositivamente su rol. Hasta aquí se puede decir que los padres, día a día, están sometidos por los procesos culturales a una constante reevaluación, reconsideración y reconfiguración de sus prácticas parentales, mediante las cuales están construyendo con los otros (pareja e hijos) nuevos estilos de interacción, cambiando hábitos, reproduciendo algunos de éstos y resignificando otros. De esta forma, ellos, dentro de la cultura en la que están situados, viven dilemas y contradicciones que los llevan a reflexionar a partir de sus creencias, valores, costumbres e imaginarios sociales, resignificándolas, construyendo de esta manera su propia subjetividad e identidad como individuos, como pareja y como padres.

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soCializaCión, valores y emoCiones

en torno al amor y la sexUalidad en dos generaCiones de mUJeres

Zeyda Rodríguez Morales*

Para Elisa, por habernos hecho el camino mucho más fácil. El afán de educar a nuestras hijas de una forma distinta a como nos educaron a nosotras, quizá proviene de la rabia y de los problemas que han existido en la relación con nuestras madres. O quizá simplemente surge de ser conscientes de que el horizonte de posibilidades de nuestras hijas tiene que ser mucho más despejado. Elizabeth Debold

introdUCCión Este trabajo tiene como base un proyecto cuyo título fue “Lo social y lo biográfico en los valores amorosos y sexuales de mujeres de dos generaciones en Guadalajara: su identidad y proceso de socialización” (Rodríguez, 1997). Mi intención era averiguar cómo, a través de algunas generaciones, una dimensión en particular de la cultura, los valores eran transmitidos de madres a hijas, proceso que, supuse, implicaba la permanencia de algunos, su transformación o su desaparición. El objetivo del presente texto es plantear algunos de sus hallazgos mediante los cuales es posible reflexionar acerca del cambio cultural a través de las generaciones, destacando el papel de la familia en la configuración de ciertas estructuras del sentir5 que organizan las emociones, en este caso, de las mujeres.

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Concepto de Williams (2000) que será definido más adelante.

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SOCIALIZACIÓN, VALORES Y EMOCIONES EN TORNO AL AMOR

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*Universidad de Guadalajara.

En el proyecto mencionado, la exploración del cambio de los valores se centró en dos asuntos: el amor y la sexualidad. Decidí enfocarme en la agencia socializadora por excelencia: la familia y dentro de ella en dos generaciones: las madres y sus hijas, si bien terminé descubriendo también muchas cosas de las abuelas. La investigación intentó, a través de la reconstrucción biográfica de las historias de dos madres y dos hijas adolescentes, la recuperación de la dimensión vivencial de su proceso de socialización y la exploración de los vínculos que se iban estableciendo entre ellas y diferentes discursos sociales. La perspectiva asumida conciliaba una aproximación micro por medio de las historias de vida de las mujeres, y otra macro capturada a través del rastreo y el análisis de los discursos más amplios que se manifestaban en sus relatos. Así, tanto los valores amorosos y sexuales como las emociones emparentadas con ellos siempre fueron concebidos en su dimensión cultural e histórica, rebasando cualquier concepción individualista de tales cuestiones y proporcionando un trasfondo sociocultural en la esfera de lo íntimo. El presente capítulo consta de tres apartados: en el primero se plantean las cuestiones teóricas de las que se partió en el proyecto e incluye una sección sobre familia, generación, ethos y estructuras del sentir, otra sobre moral, valores y emociones, y una más sobre socialización, género y discursos sobre el amor. El segundo apartado versa sobre las cuestiones metodológicas, define a quiénes se entrevistó, las razones de su elección y los procedimientos utilizados. El tercero describe los resultados de la investigación identificando en primer término la generación de las madres y luego la de las hi jas, en él se incluye también un somero apartado sobre las abuelas. Al final aparecen algunas conclusiones orientadas a la dilucidación de las estructuras del sentir propias de cada generación.

PreCisiones teóriCas Parto del principio de que la familia constituye la institución socializadora por excelencia; entre sus funciones se encuentran la crianza y educación de los hijos, que inculcan modos relativamente fijos de comportamiento y los somete a procesos de amoldamiento cultural para facilitar su ubicación en el mundo en que viven, dándoles herramientas para conocerlo, interpretarlo, manejarlo y cambiarlo. Especial importancia reviste en este proceso la formación de género y la transmisión de una cultura sobre el cuerpo y los afectos dentro de ella. Prácticas y discursos muestran con

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igual poder multitud de informaciones, creencias y conocimientos transidos de valores. En el interior de la familia se observa con atención a las madres y las hijas. Entre ellas se condensa con mayor intensidad la labor so cializadora de los afectos. Para hablar de ellas he usado el concepto de “generación”, dado que es un término que trasciende la condición simplemente biológica, es más amplio y rico y añade a la relación entre ellas un referente social e histórico. De acuerdo con Ortega y Gasset (1977), los hombres y las mujeres no hacen su vida desde cero, sino que son herederos de los conocimientos, experiencias, creencias y dogmas de los que los precedieron, y esto los coloca en un punto de partida nuevo que los hará continuar la vida de una forma diferente a la anterior, poniendo en juego su razón y creatividad. Para este autor, el concepto de generación implica dos elementos: tener algún contacto vital y tener la misma edad, entendida en un sentido amplio, como un cierto modo de vivir marcado por una “zona de fechas” (Ortega y Gasset, 1977). Para Paz, […] es un hecho biológico que asimismo es un hecho social: la generación es un grupo de muchachos [y muchachas] de la misma edad, nacidos en la misma clase y el mismo país, lectores de los mismos libros y poseídos por las mismas pasiones e intereses estéticos y morales [...] lo que distingue a una generación de otra no son tanto las ideas como la sensibilidad, las actitudes, los gustos y las antipatías, en una palabra: el temple (citado por Krauze, 1983:126).

De este modo, madres e hijas son parte de una relación consanguínea pero al mismo tiempo cada una por separado forma parte de una generación distinta, donde tanto el contexto social e histórico como su propio proceso biográfico las coloca en lugares culturales diferenciados, y al mismo tiempo conectados por la cadena de transmisión de la familia. En el espacio social conviven varias generaciones de mujeres. Se distinguen sin más ni más las jóvenes, las adultas y las viejas. Cada una de estas generaciones recurre a la obra de la que le precedió, continúa su legado o rompe con su herencia. Este proceso es el que marca el acento de la época en que se vive. En la familia, las generaciones se transmiten, entre otras cosas, la memoria, el lenguaje, la posición social, la religión, los valores sociales, las aspiraciones, ciertas visiones del mundo, habilidades, los comportamientos naturales y modelos de parentesco y de matrimonio (Thompson, 1994:201). Por su vínculo consanguíneo, las generaciones de mujeres se personifican en abuelas, madres e hijas. Entre ellas han desarrollado procesos de socialización en los que unas tratan de transmitir sus

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conocimientos, sus creencias, sus normas y valores; las sucesoras los heredan de formas originales que asumen esta información, la rechazan o la transforman dándoles nuevos contenidos. El resultado nunca es completamente previsible. Por esta razón, Bourdieu (1987a) afirma: […] se comprende [...] que los conflictos generacionales opongan entre sí, no clases de edad separadas por propiedades naturales, sino habitus6 producidos conforme a modos de generación diferentes, es decir, por condiciones de existencia que, al imponer defi ni ciones diferentes de lo imposible, de lo posible, de lo probable y de lo cierto, hacen que unos sientan como naturales o razonables prácticas o aspiraciones que otros perciben como impen sables o escandalosas, y a la inversa (Bourdieu, 1987a:267).

Estas condiciones de existencia a las que se refiere Bourdieu (1987a), coinciden con el planteamiento que hace el antropólogo Hall (1990) al hablar del aprendizaje “informal”, aquel en el que los padres transmiten a los hijos modelos complejos de comportamiento sin saber que se están aprendiendo o que hay pautas o reglas que los gobiernan.7 Hall (1990) afirma que el aprendizaje se complementa con una serie de pilares “técnicos” que se refieren a la existencia de “detalles” en torno a una cierta operación de naturaleza totalmente consciente y determinados socialmente. La hipótesis es que tales soportes técnicos mantienen con mayor eficacia lo que se aprende o, en caso contrario, al no existir posibilitan que el cambio se dé más fácilmente. Hall (1990) ilustra con un ejemplo esta relación: una joven universitaria en Estados Unidos le planteó su problema en una clase: Su familia, sobre todo su madre, le había inculcado una serie de creencias formales que recalcaban la importancia de la castidad prematrimonial. Ella no quería quebrantar esos principios, pero allí estaba, paseando en coche sola con chicos de noche, acariciándoles y yendo a fiestas en casas donde no había adultos. En efecto, los soportes (o restricciones) tradicionales en los que se había basado la virtud sexual 6

El concepto de habitus designa “[...] la cultura [de una época, de una clase o de un grupo cualquiera] en tanto que interiorizada por el individuo bajo la forma de disposiciones duraderas que constituyen el principio de su comportamiento o su acción” (Bourdieu, 1987a:265). 7 Hall (1990) agrega: hay “sistemas de comportamiento completos, hechos de cientos de miles de detalles [que] se transmiten de una generación a otra sin que nadie pueda formular las reglas de lo que ocurre. Sólo cuando se rompen nos damos cuenta de que existen” (Hall, 1990:81). En la relación padres-hijos se adopta metafóricamente la posición aprendiz-experto sobre un campo de experiencias específico, el qué hacer en el amor y el sexo.

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desde hacía mucho tiempo se habían esfumado. Además se le presionaba continuamente para que abandonase la idea de la castidad prematrimonial. ¿Cómo —preguntaba— podía mantener su posición sin la ayuda de soportes? ¿Cómo podía preservar el núcleo de un sistema formal cuando todos los apoyos técnicos importantes habían desaparecido? (Hall, 1990:103).

Los “detalles” técnicos a los que se refiere Hall (1990) podrían concebirse como un conjunto de prácticas más o menos institucionalizadas que apoyen la realización de las acciones recomendadas por los valores. En términos concretos se podría hablar de la existencia de cierta ayuda o “vigilancia” social sobre aspectos como el vestido, las maneras, las formas de moverse, la etiqueta, las actitudes, los usos, etc., alrededor de las relaciones entre las personas en el ámbito amoroso y sexual, que ayudan a la realización de las conductas prescritas por los valores. Volviendo al planteamiento de Bourdieu (1987b), destaco dentro de su concepto de habitus, el concepto de ethos, especialmente útil en este trabajo. Ethos es usado por el autor como contraposición a ética, para designar un conjunto de disposiciones que ciertamente poseen una dimensión ética, pero de tipo práctico (Bourdieu, 1987b: 283). Mediante este concepto es posible dar cuenta de los comportamientos que las personas llevan a cabo en los que se ve implicada una decisión valorativa, sin ser necesariamente consciente o explícita, nos referimos a disposiciones corporales, posturas, gestos, modos de estar de pie, de caminar, de hablar, de mirar. Cada generación entonces, posee su ethos particular. Creo que otra buena forma de comprender las diferencias generacionales entre las abuelas, las madres y las hijas y que potencia la capacidad analítica de estos hallazgos, es utilizando un concepto por demás inspirador, el de estructuras del sentir de Williams (2000). Con el fin de reflexionar sobre el cambio cultural en torno al arte y la literatura, este autor alude con “estructuras del sentir” a “una cua lidad particular de la relación y la experiencia social, históricamente distinta de cualesquiera otras cualidades particulares, que determina el sentido de una generación o de un periodo […]” (Williams, 2000:154). Y agrega, en diálogo con la postura marxista, que de este modo los cambios culturales “no son asumidos8 como epifenómenos de instituciones, formaciones y creencias modificadas, o simplemente como una evidencia secundaria de relaciones económicas y sociales modificadas entre las clases y dentro de ellas” (Williams, 2000:154). Así, pensando a través de las estructuras del sentir, 8

Las cursivas en las palabras dentro de la cita son del autor.

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tales cambios “[...] son asumidos desde el principio como experiencia social antes que como experiencia ‘personal’ o como el ‘pequeño cambio’ simplemente superficial o incidental de la sociedad” (Williams, 2000:154). Este trabajo intenta descubrir justamente todo lo que de social comparten entre sí las mujeres de cada generación.

moral, valores y emoCiones Uno de los elementos constitutivos de la cultura es la moral. Cuando hablamos de moral, nos referimos a un conjunto de valores y de reglas de acción que se proponen a los individuos y a los grupos por medio de aparatos prescriptivos diversos, como pueden serlo la familia, las instituciones educativas, las iglesias, etc. (Foucault, 1986:26) Su transmisión es difusa y no hay necesariamente coherencia entre ellos. Por su parte, entendemos como valores, aquellas […] preferencias conscientes e inconscientes que tienen vigen cia para la mayoría de los integrantes de una sociedad y están socialmente regulados. Los valores no son, por lo tanto, una esencia; no vienen dados en la naturaleza misma de los objetos ni de los sujetos. [...] Todo puede ser valor (actitudes, cosas, procesos, instituciones), en la medida en que los hombres lo constituyan como tal. Los valores surgen entonces de manera orgánica en el devenir de la socialidad y se encuentran mediados en productos concretos de la práctica humana [...] (García y Vanella, 1992: 25-26).

Esta definición sobre los valores permite considerar valor cualquier cosa que se constituya socialmente como tal, que según el interés de este trabajo incluye actitudes como ser fiel, ser decente, ser casto; instituciones como el matrimonio, el noviazgo; prácticas como la heterosexualidad, el divorcio, o discursos como el del amor como fundamento legítimo de las relaciones entre hombre y mujer. Asimismo, desde la perspectiva asumida aquí, los valores se vinculan en forma íntima con las emociones. Dentro del campo de estudio sobre éstas se distingue el enfoque llamado cognoscitivo, que parte del supuesto de que las emociones implican […] en algún grado o nivel, pensamientos, así como que se refieren a algo en particular... [es decir] ocurren con respecto a cosas importantes (investidas de valor y que han generado compromisos) y que, como

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cualquier otro comportamiento en la vida social, están sujetas a normas y expuestas a la evaluación y crítica social (Rodríguez, 2008:149).

La dimensión cognitiva de las emociones le concede especial relevancia a la cultura, pues los objetos intencionales a los que se dirigen son colectivamente valorados y por otra parte, “implica conocer los sistemas de creencias y valores que hacen deseables o legítimas ciertas expresiones emocionales o capacidades para prever reacciones o resultados ante la manifestación de una de ellas” (Rodríguez, 2008:150). Por otra parte, la expresión de las emociones es objeto de evaluación y crítica por parte de los otros, quienes juzgan si son apropiadas o inapropiadas a la situación. Los criterios para calificar lo anterior también son construidos socialmente en lo general y afinados en sus particularidades en cada grupo social, según corresponda a la situación socioeconómica, al estilo de vida, al capital cultural, etc., de sus miembros.9 Para el caso específico de las emociones relacionadas con el sentimiento amoroso, Illouz (2009) describe las funciones que la cultura desempeña en la generación de esta experiencia, en primer término, definiendo la excitación fisiológica aportándole sentido; ubicando tales significados como parte de conjuntos de normas, prescripciones y prohibiciones más amplios; aportando los valores culturales que estipulan cómo evaluar la intensidad de la excitación fisiológica, y finalmente, brindando símbolos, historias e imágenes para dar cuenta y volver comunicables tales sentimientos y emociones (Illouz, 2009:21-22). Este planteamiento se complementa con lo planteado por Le Breton, para quien las emociones se ligan con los sentimientos de la siguiente manera: […] la emoción llena el horizonte, es breve, explícita en términos gestuales, mímicos, posturales, e incluso de modificaciones fisiológicas. El sentimiento instala la emoción en el tiempo, la diluye en una sucesión de momentos que están vinculados con él, implica una variación de identidad, pero en una misma línea significante. Se envuelve en un discurso susceptible de explicitarse a partir de valores comunes, nombra su objeto y su razón de ser, precisa su significación, es un motivo de intercambio dentro del grupo (Le Breton, 1999:105).

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Esta perspectiva cognoscitiva se distingue claramente de una perspectiva alternativa para explicar las emociones basadas en la neurología. Una muestra de esto es el trabajo desarrollado por autores como Fisher (2004) para explicar el enamoramiento.

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Partiendo de lo anterior, es importante destacar la relevancia de los discursos sobre el amor y el poder productor o instaurador de maneras específicas de experiencia amorosa, es decir, por una parte propicia socialmente la emoción amorosa y, por otra, posibilita su propia descripción por parte del sujeto.

soCializaCión, género y disCUrsos sobre el amor Como se dijo al inicio, la familia como institución social transmite valores a sus hijos, que se expresan en un conjunto de guías de conducta, en un cierto grupo de preferencias para la acción, de lo que significa “mejor actuar así, que así”, todo esto materializado en normas que al ser violadas suponen una sanción. Autores clásicos como Berger y Luckmann definen socialización como: [...] la inducción amplia y coherente de un individuo en el mundo objetivo de una sociedad o en un sector de él. La socialización primaria es la primera por la que el individuo atraviesa en la niñez; por medio de ella se convierte en miembro de la sociedad. La socialización secundaria es cualquier proceso posterior que induce al individuo ya socializado a nuevos sectores del mundo objetivo de la sociedad (Berger y Luckmann, 1986:166).

A partir de lo encontrado empíricamente, prefiero considerar que la socialización primaria y secundaria conforman un “continuo” y no dos procesos independientes, ya que es difícil establecer en dónde termina la influencia de los valores de una agencia socializadora y dónde comienza la de otra, o si dentro de la propia famil ia, en el caso de la socialización primaria, existen influencias importantes de otros sujetos que no son los padres; por ejemplo, los abuelos, que manifiestan un conjunto de valores distinto. Parto entonces de una visión del proceso de socialización como algo sumamente complejo en el cual existe, además de la dimensión de lo que se transmite y se recomienda, otra que atañe a la recepción de los valores, al cómo son asumidos por los hijos. En dicho proceso no hay sujeto activo/sujeto pasivo. Ambos polos de la relación son activos en tanto que de parte de los hijos se manifies tan dos comportamientos al parecer contradictorios: la subordinac ión y la elección. Dicha capacidad de elección está condicionada soc ial e históricamente, esto es, “en la medida en que los valores vigentes expresan posibilidades y necesidades acordes con las condiciones de existencia en que cada sociedad produce, reproduce

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y distribuye su riqueza económica, social y cultural” (García y Vane lla, 1992:32). Asimismo, esta transmisión de valores se ve cruzada siempre por dos dimensiones importantes: la de la diferenciación sexual, que implica la formación por género y la diferenciación social, que se refiere a las diferencias entre los conjuntos de valores transmitidos por clase social, ubicación geográfica, tipo de familia, pertenencia al medio urbano o al rural, etcétera. En un texto clásico, Scott (1996) definió al género como el elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos, así como una forma primaria de relaciones significantes de poder (Scott, 1996:23). Asimismo, dentro de los cuatro elementos que lo constituyen, menciona a las ins tituciones y las organizaciones sociales, en las que una institución fundamental es la familia. Desde la perspectiva de este trabajo de investigación, consideraría a los tres elementos restantes que nutren la definición de Scott sobre el género, destacando en primer lugar el proceso socializador en la familia, me refiero a [...] los símbolos culturalmente disponibles que evocan representaciones, múltiples (y menudo contradictorias) —Eva y María, por ejemplo, como símbolos de la mujer en la tradición cristiana occidental—, pero también mitos de luz y oscuridad, de purificación y contaminación, inocencia y corrupción [...] Segundo, conceptos normativos que manifiestan las interpretaciones de los significados de los símbolos, en un intento de limitar y contener sus posibilidades metafóricas (Scott, 1996:23).

Y por último, la formación de la identidad subjetiva. No obstante, es necesario señalar que en los relatos biográficos de las madres y las hijas que describiremos, tales elementos aparecerán en los momentos en que éstas relaten sus experiencias venidas de otras agencias de socialización como la escuela, el trabajo, el barrio, los amigos, los compañeros (la propia generación), la Iglesia, los partidos políticos, los medios masivos de comunicación, etc., dando lugar a una red de entrecruzamientos muy compleja y a menudo contradictoria entre la socialización familiar y las otras socializaciones (o entre la primaria y la secundaria, siguiendo a Berger y Luckmann, 1986). Como se verá, cada institución les proveyó de símbolos y conceptos normativos, colaborando en conjunto en la formación de sus identidades. Un elemento que quiero destacar es la importancia del lenguaje en este proceso, como Lamas (1999:155) señala: “el lenguaje es un medio fundamental para estructurarnos culturalmente y para volvernos seres

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sociales. Pero el lenguaje no es sólo un instrumento que utilizamos a voluntad, también lo introyectamos inconscientemente”. De ahí la relevancia de los discursos a los que he venido haciendo alusión una y otra vez. Finalmente, agregaré algunas palabras acerca del concepto mismo de discurso. Siguiendo a Foucault (1987), entiendo los discursos como esquemas de pensamiento o de clasificación entre lo posible y lo imposible, lo pensable y lo impensable, lo prohibido y lo deseable, en cada época y contexto social. Para este autor, son algo más que los textos y las palabras, consisten en conjuntos de prácticas que generan subjetividad, discursos que realizan formas específicas de ser sujetos, en este caso, amorosos y sexuales; se refiere a que los “usuarios” legítimos de un discurso asumen una serie de rituales acerca de sus gestos, sus comportamientos, sus actitudes, las circunstancias que les rodean y los signos que son factibles de usar. Es decir, el discurso no es ajeno a los rituales que lo acompañan, existe un nexo reflexivo en el que cada acto “dice” el discurso. En este sentido, obtener una cualificación discursiva supone necesariamente el proceso de socialización al que me he referido, el cual implica un aprendizaje sobre tales rituales y la aceptación de ciertas estructuras de poder (Foucault, 1987). Refiriéndome específicamente a algunos de los discursos sobre el amor y la sexualidad, haré alusión en forma muy esquemática 10 al conjunto de idealizaciones que nutren lo que conocemos como “amor romántico”, aquel sentimiento que comenzó a ser común a finales del siglo XVIII, cuando a las relaciones conyugales, hasta ese momento concebidas en términos de conveniencia económica y social,11 se les añadió el ingrediente del amor propiamente dicho. Para Giddens (1995), esto significó la creación de la narración del “romance” en la historia de la relación amorosa y la inclusión de “yo” y el “otro” en una historia única y singular. De ese modo, este discurso sobre el amor se asentó en una institución: el matrimonio; en una división del trabajo entre los sexos, lo cual implicó la definición de ciertos roles de género; y en el imperativo de duración eterna, en la idea de que el amor es “para siempre”.12 Desde una perspectiva feminista, este fenómeno ha sido sintetizado por Lagarde (1990) en la expresión “ser para los otros”, con la cual se designa la situación en la que las mujeres no se conciben a sí mismas como el centro de su vida, de sus trabajos y preocupaciones, sino que este lugar es

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10 Una revisión amplia sobre ellos se encuentra en Zeyda Rodríguez (2006). Este punto es trabajado por Lawrence Stone (1990). 12 Un texto que aborda este tema es el de Denis de Rougemont (1993).

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adjudicado siempre al cuidado de los otros, que se convierten en el motivo de su existencia. Es importante destacar que en el amor romántico los afectos y el amor espiritual predominan sobre la atracción sexual. El enamoramiento no es una atracción carnal sino “amor a primera vista” (Giddens, 1995). La sexualidad, en este esquema, queda destinada a otro espacio social, el de las relaciones entre amantes o con las prostitutas, fuera del entorno doméstico y de la figura de la esposamadre. Dos siglos después, la institución matrimonial en la que originalmente las mujeres tenían un papel predominante, ha significado para ellas, al mismo tiempo, su opresión. El papel activo de enamoradora, criadora de los hijos y mantenedora del hogar la pusieron en una situación tan delimitada y específica que el desarrollo en la época moderna de otras formas de identidad femenina la han colocado en grandes contradicciones. Desde este punto de vista, agrega el mismo Giddens, “mapas geográficos, que trazan puntos de referencia en la identidad del yo personal, mientras se enfrentan y tropiezan con cambios en la naturaleza del matrimonio, la familia y el trabajo” (Giddens, 1995:59). En este contexto ha surgido otro discurso sobre el amor, no acabado ni consolidado aún pero sí en gestación. Este nuevo discurso expresa una diferencia fundamental sobre la relación entre lo amoroso y la sexualidad. Ahora se asume que la sexualidad forma parte sustancial de lo amoroso y no se limita a su función reproductiva, incluso cabe la posibilidad de no desear tener hijos, mientras que su dimensión placentera y recreativa se amplía y se legitima. Por otra parte, el matrimonio como institución permanece pero coexiste con formas de unión desinstitucionalizadas, mientras que separaciones y divorcios tienen cabida. Junto con esto, los ideales y valores de la equidad entre los sexos han ganado espacio, así como el deseo de que ambos miembros de la pareja posean proyectos personales en torno al trabajo, la educación, la movilidad, etc. Asimismo, el ideal de perdurabilidad de la relación ha dejado de justificar la permanencia sin más, y la búsqueda de calidad y bienestar en la vida de hombres y mujeres se han vuelto la meta de una amplia literatura de autoayuda. En general, las relaciones amorosas se inspiran ahora en un intento por equilibrar los intereses de la pareja y los individuales, así como en encontrar en el amor una fuente de satisfacción personal y de placer. 13 Tales son las coordenadas teóricas que nos permitirán explorar los relatos de las mujeres de dos generaciones distintas.

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Diversos autores han dado cuenta de este nuevo discurso amoroso mediante distintas acepciones, tales como la de amor posromántico (Beck y

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PreCisiones metodológiCas Los casos de las mujeres trabajados aquí fueron los de dos madres nacidas antes de 1960, que en el momento de las entrevistas tenían poco más de 40 años, y sus dos hijas adolescentes/jóvenes nacidas cerca de 1980, por lo cual tenían alrededor de 20 años. La primera generación me pareció interesante ya que estaba formada por padres nacidos en la primera mitad del siglo (alrededor de los años treinta), siendo su bagaje cultural extremadamente diferente a lo que posteriormente vivirían sus hijos durante su juventud: el movimiento estudiantil de 1968, la llamada “revolución sexual”, el inicio del proceso de globalización en el mundo, hechos que generarían importantes influencias políticas, sociales y culturales. Asimismo, al llegar a la década de los ochenta, esta generación de hijos vivía sus 30 años, lo cual la ubicaba en el periodo de construcción familiar y profesional más importante de su vida. Tal periodo, como es sabido, implicó transformaciones importantes en las dimensiones económico-políticas de la sociedad mexicana, por lo que les tocó vivir la crisis en todo su esplendor, factor que seguramente tuvo consecuencias en la manera en que concibieron vivir su vida y formar a sus propios hijos e hijas. La segunda generación que observamos es precisamente la de las hijas de la anterior, cuyas edades las convierten en adolescentes o jóvenes. Sus madres han pasado ya por una serie de experiencias que les ha conformado cierta identidad y a partir de ella las han educado. Sin embargo, la realidad que han vivido estas jóvenes difiere mucho de la que pudo haber dado pie a las reflexiones de sus madres. Su contexto vivencial ha sido el escenario de los años ochenta y noventa, con todo lo que eso implica. Estamos entonces ante una generación que ha crecido en un periodo de transformación permanente e incertidumbre social.

Beck, 2001), la de cohabitación juvenil (Béjin, 1987) o la de relación pura o amor confluente (Giddens, 1995).

En la presente investigación trabajé con cuatro casos de mujeres: dos mujeres maduras y madres, a las que llamé Delia y Rosario, y dos mujeres adolescentes e hijas de las anteriores, a las que nombré Pilar y Carmen. Se construyeron historias de vida de cada una de ellas. La técnica que utilicé para construir sus casos es la historia de vida, entendida como una estrategia que genera la producción de un relato sobre la vida de alguien a través de entrevistas semiestructuradas sucesivas, que manifiesta la sección longitudinal de una cultura (Magrassi y Rocca, 1986). La información derivada de esta estrategia no sólo da cuenta de los

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procesos individuales sino también de la relación de éstos con las estructuras e instituciones que atraviesan al sujeto en un contexto determinado. Es decir, los discursos personales sobre la propia vida tienen incorporadas dentro de sí las dinámicas que en el nivel estructural o macrosocial confluyeron en su momento histórico y biográfico. La selección de los casos obedeció a los siguientes criterios: a) son sujetos del sexo femenino; b) pertenecientes a dos generaciones: mujeres maduras y jóvenes que forman parte de una relación madre-hija; c) pertenecen por su ingreso económico a los estratos medios y viven en un contexto urbano (la zona metropolitana de Guadalajara, Jalisco, aunque algunas provienen de un medio rural); d) las madres poseen formación educativa profesional, y e) en apariencia, éstas representan casos de cambio cultural respecto a sus familias de origen. Se formularon dos tipos de entrevista, una para las madres y otra para las hijas. La primera constó de cinco apartados: 1) antecedentes familiares; 2) estructura de la propia familia; 3) proceso de socialización en su familia de origen, el cual incluyó varios items: a) en el terreno de las prácticas: menstruación, masturbación, arreglo personal, noviazgo, relaciones sexuales antes del matrimonio, aborto, madres solteras, homosexualidad; b) en el de las actitudes: fidelidad, decencia, castidad, virginidad, seriedad, recato, discreción; c) en el de los usos: anticonceptivos, planificación familiar, pornografía, enfermedades venéreas; d) en el de las instituc iones: familia, matrimonio, unión libre, divorcio; e) en el de los dis cursos: amor, pasión, placer, igualdad de género; 4) posteriormente un recorrido biográfico de los aspectos valorales, y 5) por último, los valores que les han transmitido a sus hijas. La entrevista para las hijas fue exactamente igual que la de las madres, con excepción de los puntos 2 y 5, puesto que no se habían casado ni tenido hijos en el momento de entrevistarlas. 14 Por conocimiento previo de las mujeres a las cuales se les solicitó la narración de su vida, éstas aparecen como personas que rompieron, de alguna manera, con la formación recibida en su familia de origen, construyendo sus recorridos con base en elecciones y decisiones individuales. A lo largo de sus vidas establecieron contactos con agencias 14

Cada una de las historias provino del material original producido por la transcripción de los casetes de las entrevistas. Se hicieron cuatro entrevistas con una duración total de 16 horas. En el caso de Delia se obtuvieron 63 cuartillas, en el de Rosario 73, en el de Carmen 20 y en el de Pilar 12, todas ellas a renglón seguido y sin división de párrafos. Las entrevistas tuvieron lugar en las respectivas casas de Delia y Rosario, y fueron, en todas las ocasiones, a solas. En los casos de Pilar y Carmen los encuentros también se dieron en sus casas, sin la presencia de ninguna otra persona.

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de socialización ajenas al núcleo familiar y en algunos casos extremadamente diferentes en sus conocimientos, prácticas y valores, muy probablemente llegando a ocurrir procesos de resocialización muy importantes sobre todo en torno a los asuntos sobre el amor y la sexualidad. Las mujeres maduras, en los dos casos, se casaron siendo muy jóvenes y se divorciaron o separaron asumiendo la manutención propia y la de sus hijos. Posteriormente tuvieron otras relaciones amorosas. Estas mujeres comparten entre sí su condición genérica y sexual, su pertenencia a una generación determinada, a una clase socioeconómica, a una formación educativa y a un medio urbano. Asimismo, les es afín el rompimiento con el esquema típico de mujer madre-esposa, son autosuficientes y han continuado sus vidas sobre diseños originales inscritos dentro de estructuras determinadas. Las hijas de éstas son jóvenes que han vivido dentro de familias sui generis, que han recibido una formación más o menos liberal de parte de sus madres y que no necesariamente comparten con ellas sus elecciones de vida. Estos elementos hicieron que los casos seleccionados representaran una gran riqueza para los objetivos de esta investigación. resUltados de la investigaCión

La generación de las abuelas Antes de describir con amplitud lo referente a las generaciones de madres e hijas, diré algunas cosas relativas a la generación de las abuelas, derivadas de los propios relatos de Delia y Rosario. A las abuelas las caracterizó el haber nacido al inicio del siglo XX en medio de una cultura rural. El bagaje cultural que transmitieron a sus hijas estuvo permeado, de manera generalizada, por el discurso y los valores de la religión católica y algunos valores provenientes de un discurso por parte del Estado que hacía eco de la legitimidad de las leyes en nuestro país. Me refiero a la importancia del matrimonio, el cual concebían como una institución protectora para las mujeres, tanto en un sentido moral como legal. Éste implicaba socialmente para ellas, una cobertura, un cobijo frente a un medio en el que cualquier otra opción era impensable, por ejemplo, la unión libre. Asimismo, este valor venía acompañado por el de la familia, objetivo y fin de la unión tanto para las leyes como para la religión. La creación de una familia grande hablaba de un matrimonio exitoso y, por ello, ninguna de estas mujeres hubiera aceptado el divorcio, ni siquiera la separación. Parte de este conjunto era su creencia en el rol de la maternidad como consecuencia del matrimonio, y además, como vehículo de dignificación de las mujeres. Por este motivo, ninguna de las

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madres de esta generación usó anticonceptivos o abortó voluntariamente. Este valor se fundaba en otro más general, el de la vida por sí misma; en este sentido, im pedir la concepción o el nacimiento de un hijo por algún medio implicaba necesariamente la idea de asesinato. En el ámbito de la sexualidad, la castidad era un valor muy importante que se manifestaba en varias prácticas, tales como la conservación de la virginidad hasta el matrimonio, la fidelidad durante éste y, en general, se entendía como continencia, es decir, como control sobre sus propias pasiones en términos de la emocionalidad permitida. En muchos casos, las mujeres de esta generación eran abusadas, golpeadas o maltratadas por sus maridos y no por ello surgía en su interior el impulso de defenderse, pues tenían muy bien aprendido en sus conciencias el dogma cristiano de que la mujer debe obediencia y sumisión al varón. Este esquema era reproducido en la vida doméstica, donde ellas se hacían cargo por comple to de los hijos y los quehaceres, y los maridos de la manutención, motivo por el que se les debía servidumbre y respeto. En muchos casos, el solo hecho de que el hombre cumpliera con este papel de proveedor, volvía irrelevantes para la familia, las infidelidades o la procreación de hijos con otras mujeres. Para las madres de Delia y Rosario el ideal femenino estaba perfectamente construido sobre la dicotomía Eva/María, en la cual Eva es la pecadora y María la imagen a seguir. Los papeles de esposa y madre eran los roles por excelencia. El ejercicio de la sexualidad como vehículo del amor o la obtención de placer para ellas, eran asuntos totalmente fuera de sus vidas. Incluso pudo haber sido posible, para esta generación, nunca haber experimentado placer en el acto sexual o nunca haber amado a sus maridos, lo cual no modificaba el sentido de la familia o la fidelidad. El sentido de la vida de estas mujeres estaba orientado, sobre todo, por el cumplimiento de los roles reproductores socialmente adjudicados a las mujeres: el de tener y criar a los hijos (rol materno) y el de servir a los esposos (rol de esposas). La estructura del sentir correspondiente a esta generación podría sintetizarse en el concepto cristiano de la continencia, es decir, el control sobre sus propias pasiones en términos de la emocionalidad permitida, lo cual se expresaba no sólo en un estrecho margen para sentir placer o experimentar pasiones, sino en el ethos que gobernaba sus cuerpos. Asimismo, fueron nativas irredentas del amor romántico descrito páginas atrás y el discurso propio de este imaginario empataba coherentemente con los discursos cristiano y legal que formaban parte de la socialización que vivieron, tanto dentro de la familia como en el catecismo o la escuela. Para esta generación no eran comunes las contradicciones simbólicas que caracterizarán la socialización de las generaciones posteriores.

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La generación de las madres Tanto Delia como Rosario vienen de familias grandes, las dos con nueve hermanos y procedentes del medio rural. Los padres de ambas fueron para ellas figuras lejanas con las que no tuvieron comunicación estrecha y confianza, sobre todo en lo que se refiere a temas relacionados con la sexualidad y el amor. En ambos casos, la manutención corría a cargo de los padres de ambas y el cuidado de los hijos era apoyado por los(as) hermanos(as) mayores. Este elemento produjo, en consecuencia, que en el proceso de socialización primaria de Delia y Rosario éstos jugaran un cierto papel. En las relaciones dentro de las familias de ambas aparecieron algunos elementos comunes: el uso de golpes por parte de los padres en los regaños a sus hijos, marcadas diferencias en el trato a hombres y mujeres (por ejemplo, apoyo a los hombres para estu diar), y una fuerte presencia de la Iglesia en la resolución de los asuntos referentes a la instrucción u orientación de sus hijos. Lo religioso tuvo un papel tan preponderante en los contenidos de los valores que les transmitieron sus padres, que tanto familia como Iglesia, aparecen como agencias de socialización inseparables a lo largo de su infancia. En cada caso, los sacerdotes o las monjas participaron activamente en los procesos de formación de la primera etapa de sus vidas. En términos estrictos, ninguna de las dos recibió explicaciones explícitas sobre asuntos sexuales o amorosos de parte de sus padres, a excepción del tema de la menstruación, sobre el que la madre les dio una explicación biológica y era visto como algo “natural”. Generalmente, la información les llegó a través de otras formas, tales como: advertencias de sus padres, p. ej. “Irse por la puerta, no por la ventana”; al comentar sucesos ocurridos a otras personas, p. ej. “tuvo una media cama”, o en el transcurrir de prácticas acostumbradas dentro de la familia, p. ej. servir a los hermanos por ser varones. Todos estos elementos vendrían a conformar mecanismos “informales” (como los denomina Hall, 1990), de instrucción en los asuntos relativos al amor, al sexo y al género, dimensiones ocultas en el correr de la vida cotidiana. Tal vez el mensaje más claro y reiterado de parte de la madre y el padre a ambas mujeres haya sido el de casarse y tener hijos como único futuro posible. Para ambos casos, la posibilidad de estudiar era una opción que estorbaba a lo anterior. Asimismo, en la concepción sobre el cuerpo que les fue transmitida, predominó la necesidad de cubrirlo y ocultar todo aquello que revelara su intimidad; tales presc ripciones dejaron huella en el propio concepto de su generación.

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Otras informaciones las recibieron de sus hermanos(as) mayores a través de alguna experiencia inducida, p. ej., llevar a Rosario a un prostíbulo a conocer la “cara dura de la vida” o por el regalo de algún libro. En estos casos, los hermanos se colocaban como “expertos” frente a ellas, consideradas “aprendices” iniciales de este campo de saber. Por otra parte, la influencia de los sacerdotes y las monjas en las vidas de Delia y Rosario fue diferenciada. Algunos elementos sobre lo sexual fueron descubiertos a Delia en sus pláticas para la primera comunión, en las que se les advertía a las niñas sobre lo pecaminoso de tocarse. En el caso de Rosario, las monjas tenían una postura menos conservadora y de ellas recibió bastantes explicaciones, por ejemplo, sobre el deseo, la fecundación, el embarazo o el aborto. En las relaciones de poder frente a sus padres, Delia y Rosario se apoyaron en su ingreso a los Grupos de Jóvenes Católicos para ir ganando terreno en el ejercicio de su libertad. Tanto una como la otra comenzaron a llegar tarde a sus casas en forma sistemática, como una estrategia para que “se acostumbraran”. Incluso llegaron a viajar sin su familia con estos grupos, evitando que sus padres les pusieran obstáculos a sus nuevos comportamientos por tratarse de una actividad “religiosa”. En este mismo sentido, cabe señalar que antes de provocar rupturas definitivas con sus padres, Delia sobre todo, buscaba lograr sus objetivos resolviendo con anterioridad los argumentos que éstos le darían para impedir que llevara a cabo su propósito. Tal fue el caso de su decisión de estudiar, para lo cual trabajó en secreto antes con el fin de financiárselo. Curiosamente, este esquema se repetiría de igual forma con su marido, cuando decidió entrar a un posgrado habiendo guardado con anterioridad dinero para el gasto familiar de ese periodo. Por otro lado, la experiencia de Delia y Rosario con los grupos de jóvenes católicos las alejaron de las prácticas religiosas. Al constatar incoherencias o abusos, tanto una como la otra rompieron con la religión, aunque no necesariamente se llamarían a sí mismas ateas. Por otra parte, existieron varios asuntos sobre los que ninguna recibió ningún tipo de información en esta primera etapa de su vida. En la narración de Delia no apareció ningún dato sobre homosexualidad, pornografía, enfermedades sexuales, divorcio, separación y relación entre amor y sexo, seguramente por ser “impensables” en el discurso de la madre y el padre de Delia. Otros temas como los de fidelidad, castidad, seriedad, virginidad y familia no fueron mencionados probablemente por la razón contraria, su obviedad y carácter de “dados por sentado” dentro de la vida familiar. Destaca en el caso de la socialización primaria en la vida de Rosario, la ausencia de información relacionada con la mayoría de los ítems de la

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entrevista. Nos encontramos ante un proceso pobre en información, ya que no apareció nada respecto a la masturbación, el arreglo personal, el noviazgo, la violación, la discreción, castidad y virginidad, los anticonceptivos, las enfermedades sexuales, la separación, el divorcio, la familia, el amor, la pasión y el placer, debido probablemente a la edad y el carácter de sus padres. Sin embargo, su proceso mostró una gran riqueza vivencial y de contacto con otras agencias de socialización. En relación con el proceso de socialización secundaria, en las vidas de Delia y Rosario aparecieron agencias socializadoras similares, éstas fueron: el esposo, la escuela (la facultad en un caso, y en el otro, el aprendizaje teatral); el acceso a lecturas, el contacto con otras personas de su generación o mayores (vecinas, amigas, amantes, una tía o los viejos del pueblo de Delia), y en el caso de Rosario, otros cuerpos discursivos como el psicoanálisis y la cosmovisión huichola sobre la vida. En lo referente al esposo como agente socializador, tanto en el caso de Delia como de Rosario, significó en el nivel discursivo una ruptura con las creencias heredadas de sus padres: casorio civil únicamente, ejercicio de la sexualidad antes del matrimonio, supuesta solidaridad, honestidad e igualdad entre hombre-mujer, entre otras cosas. No obstante, en cuanto a los comportamientos reales, ambas relaciones redundaron en posturas conservadoras y tradicionales semejantes a las de las relaciones de sus padres, esto es, para Delia y Rosario sus parejas fueron determinantes en la seguridad o inseguridad en ellas mismas así como en su autoestima; se les delegó la total responsabilidad en la planificación familiar; se dio una lu cha contra el marido por desarrollarse académicamente (Delia); ocurrió la separación por agresiones físicas o psicológicas (Rosario); y en los dos casos, la separación o divorcio de sus esposos ha sido un largo proceso de recuperación y redefinición de ellas mismas. Todavía, en este periodo de sus vidas, ambas reproducían inconscientemente las formas de relacionarse y de comportarse propias de un discurso heredado, pero al mismo tiempo ya comenzaban a escaparse de tales determinaciones. Al entrar a estudiar la carrera o a hacer teatro, Delia y Rosario se integraron a “ambientes” distintos al de sus familias, grupos religiosos o esposos. En ambos espacios vivieron climas de mayor liberalidad (especialmente en la escuela de teatro) donde el vestir “sexy”, las relaciones sexuales o la homosexualidad, eran vistos como algo natural. Por otra parte, las relaciones amistosas con mujeres u hombres, vecinas o compañeros, abrieron espacios de comunicación sin compromisos impuestos por ligas familiares o matrimoniales, dándose relaciones de apoyo y solidaridad con bajísimos o nulos cuestionamientos morales. En

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esta etapa de socialización, los juicios de otras personas sobre las cosas fueron para ellas factibles de ser ignorados o tomados en cuenta libremente. Por otra parte, para Rosario fue de gran apoyo en el proceso de separación de su pareja las lecturas de textos feministas —mismas que le dieron argumentos y respuestas a muchos de sus problemas. Asimismo, Delia se ha apoyado en revistas especializadas para informarse sobre problemáticas de sus hijos. En la vida de Delia y Rosario posterior a sus separaciones, los hombres han seguido jugando un papel importante en la elevación de su autoestima y seguridad personal. Por último, el haberse psicoanalizado y conocido la cosmovisión huichola, ha significado para Rosario15 la apertura de un gran espacio de reflexión sobre sí misma en el que trabajó por redefinirse. Las concepciones de Delia y Rosario en el momento de realizar las entre vistas han sido producto de los procesos de socialización primaria y secundaria que han vivido y manifiestan, por una parte, los valores que han elegido de diversos cuerpos discursivos incorporándolos a su subjetividad y sustituyendo los elementos que, habiéndoles sido transmitidos, fueron rechazados por ellas, y por otra, los que han sido determinantes en sus vidas y lo continúan siendo. En el primer periodo de sus vidas pareciera como si todo fuera un asimilar constante, más tarde las mujeres se rebelan contra lo que no aceptan ya como válido y eligen otros contenidos valorativos para orientar las acciones en sus vidas. Esto no quiere decir que antes hubieran estado de acuerdo con todo, sino que con la edad, el margen cada vez más amplio de sus acciones y su propia experiencia fueron dándose estas sustituciones más claramente y perfilándose mejor las permanencias. Entre los aspectos que se distinguen como diferentes a lo transmitido por sus familias, se encuentran los siguientes: Tanto Delia como Rosario consideran su cuerpo como algo natural, sexuado, digno de ser cuidado y como instrumento para sentir placer. Ninguna es proclive a las modas y prefieren tener un estilo propio. A ninguna le importó nunca la virginidad, ambas tuvieron relaciones sexuales antes de casarse y están convencidas de que la lealtad o la pureza son asuntos éticos. La sexualidad, para ellas, es fundamental en las relaciones de pareja, es el vehículo del amor y facilita la comunicación. La fidelidad para las dos mujeres es un asunto mucho más complejo que la exclusividad 15

En un periodo más reciente, Delia también se ha sometido a terapias psicológicas que le han ayudado a superar sus problemas y prepararse para relaciones amorosas distintas. En el momento de la entrevista aún no había sucedido esto.

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del cuerpo. Ninguna entiende el ser fiel con contarlo todo o no tener otras relaciones afectivas, la asocian más con la definición de un proyecto entre dos personas y la búsqueda de objetivos comunes. Estos mismos elementos son los que les parecen fundamentales en una relación amorosa, además de la confianza y la igualdad entre hombre y mujer. Para ninguna el matrimonio es algo que se debe perseguir, ni por la vía civil ni por la religiosa, vivir en pareja es lo realmente im portante. La experiencia de ambas respecto a la separación de sus parejas implicó una mejora en el ambiente para sus hijos y para ellas mismas. El divorcio fue considerado sólo como un trámite legal, engorroso y que consume tiempo y dinero. Al tratar el tema del amor, ambas lo relacionaron con una capacidad que se desarrolla, como algo que se aprende y se construye, no dado automáticamente. Sobre el placer manifestaron que era algo fundamental en la vida, lo perciben en un sentido amplio, no necesariamente sexual. A la pasión la ven en una doble dimensión, como impulsora de proyectos o energía creadora y como conducta irracional, ciega, egoísta. Asimismo, están convencidas de que el sexo dentro del amor es la mejor manera de experimentarlo, pero eso no excluye que se tengan relaciones sexuales por placer o pasión puramente. Éstas pueden ser agradables y elevar la autoestima. Por otra parte, el respeto por las preferencias sexuales de las otras personas es algo importante para Delia y Rosario. Otros valores como la responsabilidad, la honestidad, el trabajo, la independencia y la autosuficiencia, aparecen también a menudo en sus narraciones. Como se ha observado a través de varios elementos, el concepto de amor de Delia y Rosario ya no encaja con el concepto de amor tradicionalmente aceptado, el amor romántico que excluía la sexualidad. Para ellas, tanto el romanticismo, el compromiso, la pareja, como la pasión y el placer, tienen importancia, expresando la emergencia de un discurso alternativo, llamémoslo posromántico. Un elemento fundamental en la identidad de Delia y Rosario lo constituye su maternidad. Los rasgos que aparecen en este sentido fueron más identificables en la narración del proceso de socialización con sus propias hijas. Para ellas, los hijos son algo fundamental en sus vidas, han sido motivo de gran alegría y satisfacción, de responsabilidad y sentido para seguir viviendo. El asunto del aborto es un tema delicado para ellas, pues consideran que la liga entre el feto y la madre es no solamente física, sino también espiritual, y porque saben que es un hecho traumático y doloroso. Sin embargo, harían lo que fuera por que sus hijas no se embarazaran demasiado jóvenes, les han insistido en que los hijos hay que tenerlos cuando se es capaz de mantenerlos y protegerlos, y no cuando se

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les pueda engendrar. Aunque no se niegan al aborto rotundamente, prefieren prevenir un embarazo no deseado. Ambas consideran que una parte fundamental del proceso educativo de sus hijas es el acceso a la información sobre la sexualidad y el cuerpo. Por esta razón, les han allegado libros en distintos momentos de su desarrollo, para que conozcan las características de su cuerpo, su funcionamiento, la menstruación, la fecundación, el embarazo, las enfermedades venéreas y el sida. Asimismo, desde el principio han tratado de tener comunicación estrecha con sus hijas, darles confianza e intimidad para tratar cualquier asunto que les preocupe y así les han explicado cosas como la naturalidad de la masturbación o el peligro de la violación. Un tema en el que tanto Delia como Rosario han insistido con sus hijas es el del respeto y cuidado de su cuerpo, la importancia que tiene el que nadie atente contra ellas. Asimismo, las dos les han tra tado de dar seguridad en sí mismas, alimentar su autoestima y no permitir que olviden la importancia de un proyecto personal independiente de su futura pareja. Nunca les han recomendado que deban casarse por el civil o por la Iglesia, que lleguen vírgenes al altar o que deban tener hijos sólo dentro del matrimonio. Por otra parte, siempre han insistido en la igualdad entre hombre y mujer, no sólo en el discurso, sino propiciándola en la relación con sus hermanos varones. Nunca las han obligado a servirlos, aunque sí les piden su ayuda en el cuidado de los que son menores que ellas. Ninguna de las dos les han pegado a sus hijos. Cuando se dan discusiones hablan con ellos y llegan a acuerdos en los que frecuentemente se redefinen las reglas que gobiernan la vida doméstica (sobre las horas de llegada, los amigos, las tareas, etc.). Otro elemento que vale la pena mencionar es que dentro de las relaciones con sus hijos, Delia y Rosario los abrazan, los acarician, les dan masajes o les dicen que los quieren. Los rasgos de sus identidades que hemos narrado hasta aquí, hablan de mujeres que han roto, en forma importante, con la herencia cultural de sus padres, sin embargo, existe otra serie de elementos en los que se percibe cierta continuidad en los elementos valorativos. Las recomendaciones de Delia y Rosario a sus hijas respecto a su relación con los hombres, se han manifestado sobre todo en temas claves como el noviazgo, las relaciones sexuales, los anticonceptivos y las enfermedades de transmisión sexual. En tales conversaciones se ha dejado ver, asimismo, cierta imagen de las cualidades que desearían que sus hijas desarrollaran sobre el cómo ser “mujer” frente al otro sexo. En ambos discursos aparece la preocupación por que las jóvenes “no se den” fácilmente y sean respetadas por los muchachos. Existen tras de esta preocupación dos principios: una idea del varón como posible agresor, capaz de ofender o agredir a las mujeres (sea éste un amigo, el novio, el

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marido o hasta el propio padre), y la experiencia de un contexto social patriarcal, del cual ellas como adultas están conscientes y sus hijas adolescentes aún no. En este sentido, así como sus propias madres vigilaban sus relaciones, su forma de vestir y de hablar, la hora en que llegaban, Delia y Rosario también vigilan a sus hijas. Tal vez usan otras estrategias: platican con ellas, les preguntan directamente, observan sus rostros, sus cosas, oyen sus conversaciones, en el fondo tienen la misma intención: protegerlas. Es por esto que las madres han pedido a sus hijas, por ejemplo, conocer a los jóvenes que les interesan, saber cómo es su familia, si estudian o trabajan y ver el trato que les dan, cosas que sus propias madres les pidieron cuando ellas eran jóvenes. Delia, por ejemplo, le ha dicho a Pilar que hasta que cumpla 15 años puede tener novio, y Rosario, por su parte, le ha sugerido a Carmen que deje a un novio que no estudiaba ni trabajaba. En cuanto a las relaciones sexuales que pudieran comenzar a tener con sus novios, Delia le ha advertido a Pilar que no crea que los hombres saben tratar a las mujeres, que no espere que esto sea fácil. Asimismo, no le ha explicado sobre el uso de los anticonceptivos, por temor a que esto sea una “invitación” a tener relaciones sexuales. Rosario, por su parte, “adivinó” en el rostro de Carmen, que ella ya tenía relaciones sexuales. Sobre las enfermedades sexuales, Delia le regaló un libro a Pilar para que se informara sobre ellas, pero no se ha animado a platicarle que un tío de ella murió de sida. Rosario le ha advertido a Carmen que las enfermedades sexuales son producto de la promiscuidad y que son peligrosas. En general, algo que permea la información sobre estos temas es el deseo de las madres de que Pilar y Carmen sean reservadas (no den todo de sí a alguien o lo busquen abiertamente), discretas (no se entrometan en asuntos que no les competen) y no sean vulgares en el vestir o el hablar. Delia y Rosario están de acuerdo en que con los hombres no se puede ser tan abierta, ya que “los mexicanos”, como dice Rosario, piensan mal de mujeres autónomas, independientes o liberales, y muy probablemente pensarán que son “fáciles” y se querrán aprovechar de ellas. Así, los valores que ambas mujeres tratan de reforzar en sus hijas son: la importancia del estudio, de la información, de la disciplina, del trabajo, de la solidaridad con la familia, de la responsabilidad, de la salud, de la seguridad en sí mismas y la solidez en su autoestima. Al mismo tiempo, promueven en ellas la discreción, la reserva, la seriedad, la no vulgaridad. De esta forma, la experiencia obtenida por Delia y Rosario a lo largo de sus vidas les ha provisto de una identidad compleja. Por un lado, aparecen rasgos que las caracterizan como mujeres independientes y modernas, con cuyo esfuerzo han logrado libertad, independencia, autonomía y seguridad; por otro, aparece en ellas la madre protectora, tradicional, consciente de los

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peligros que acechan a sus hijas, responsables de guiarlas y prepararlas para enfrentar un mundo hecho para hombres en medio del cual deben sobrevivir. El cambio cultural respecto de sus propias madres es evidente, pues no son parte fundamental de sus vidas elementos como la religión, la dependencia total del varón o la defensa de la familia a cualquier costo. Como mujeres ellas son independientes, autosuficientes, tienen una identidad propia y distinta a la de sus madres en muchos aspectos. Sin embargo, los rasgos que presentan en relación con el cuidado de sus propias hijas, parecen mantener algunas continuidades respecto de sus madres. Por supuesto que no conciben para ellas el cumplimiento del rol femenino tradicional (no estudiar, no trabajar, llegar vírgenes al matrimonio, casarse por la Iglesia), como pasó con ellas, pero en el fondo de sus preocupaciones persiste la idea de que en un mundo machista como el nuestro, sigue siendo primordial protegerlas, advertirlas y frenarlas en los impulsos que naturalmente emergen en ellas al haber sido educadas por unas madres sui generis. Tal mosaico de valores y emociones manifiesta el decaimiento de una estructura del sentir propia de las abuelas pero que no llega a desaparecer completamente, al tiempo que se observa la emergencia de otra estructura distinta donde las mujeres se definen y expresan con mucha mayor libertad y autonomía. Las emociones correspondientes a tales estructuras podrían estar en contradicción frecuentemente en el interior de Delia y Rosario, fenómeno que se intensifica al ser ellas mismas madres de otras mujeres.

La generación de las hijas Al igual que los casos de sus madres, las familias de Pilar y Carmen comparten algunas características. Ambas son hijas de madres jóvenes, preparadas profesionalmente, que trabajan y son autosuficientes, sus familias son pequeñas (dos hermanos y uno respectivamente) y han vivido los procesos de separación o divorcio de sus padres. Desde que eran pequeñas han tenido una relación cercana con sus madres, han hablado de diversos temas sobre lo sexual y lo amoroso a lo largo de su vida con ellas y podrían tocar cualquier otro asunto relacionado con eso si quisieran. Asimismo, sus madres les han allegado libros y folletos acerca de asuntos sobre el cuerpo humano, su funcionamiento, enfermedades sexuales, etc., con el fin de que estén informadas. Otro hecho importante es que sus madres siempre han tenido conversaciones sobre lo sexual o lo amoroso con diversas personas dentro de la casa, de una forma natural y enfrente de sus hijas.

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En la experiencia de su vida han visto siempre a su madre trabajar y estudiar, por lo que frecuentemente ellas se han hecho cargo del cuidado de sus hermanos(as) menores. En el interior de sus pequeñas familias nunca se les ha dicho que deban servir o atender a los hombres ni lo han visto en la relación entre sus padres. El apoyo hacia sus hermanos varones se entiende en el sentido de cuidarlos por ser pequeños o ayudarlos en sus tareas, elementos que corresponden a una idea de solidaridad y responsabilidad con la familia. Para ambas, sus familias nunca han cabido en el modelo “ideal”, ya sea por la ausencia de la madre y su consecuente incumplimiento del rol de “ama de casa”, por la ausencia del padre, o por los constantes pleitos y discusiones entre ellos. Este hecho ha generado una cierta sensación de “anormalidad” sobre sus familias que les ha causado molestias (Pilar) o, en ciertos aspectos, hasta orgullo (Carmen). Tanto Delia como Rosario se han cuidado de no exigirles a sus hijas algunas cosas que ellas no han hecho con sus propias vidas. Tal es el caso de no presionarlas para que lleguen vírgenes al matrimonio, que se casen por el civil o por la Iglesia, o que no tengan relaciones antes de casarse. De ellas han recibido, en términos generales, un discurso “liberal” que intenta ser coherente con la experiencia de sus propias vidas. Sin embargo, este mensaje ha sido salpicado de recomendaciones sobre el cuidado que deben tener con ciertas cosas: conocer bien a los jóvenes con los que salen, el darse a respetar por ellos, no tener novio muy jóvenes, el defender su cuerpo de cualquier agresión, evitar en lo más posible un aborto, vigilar la administración de anticonceptivos, etcétera. Al igual que la influencia de su madre en su proceso de social ización, en las vidas de Pilar y Carmen tienen gran importancia otras agencias, tales como sus abuelas, sus tías, el padre, la escuela, la televisión, el cine, libros, folletos, audiovisuales, etc. Nos encontramos ante un proceso de socialización que, a diferencia del de sus madres, en el cual se percibe una diferencia entre la primera etapa con la familia y la Iglesia y otra cuando salen de éstas, Pilar y Carmen reciben desde muy temprana edad mensajes de diversos orígenes, en forma intensa y muchos de ellos contradictorios entre sí. Por esta razón, en los casos de las hijas no es tan fácil delimitar la socialización primaria de la secundaria, lo cual muestra este proceso como un continuo, tal como describí en la parte teórica páginas atrás.16 Algo importante es la desigualdad que aparece entre los contenidos valorativos transmitidos por sus madres y los religiosos. Ninguna de ellas está en escuelas confesionales, no tienen relaciones estrechas con 16

Este fenómeno ha sido denominado por Berger y Luckmann (1986) “pluralización de los universos simbólicos”, fenómeno característico de las

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sacerdotes o monjas, ni asisten regularmente a misa, lo cual no implica que sean ateas. Las informaciones más nutridas del discurso cristiano las reciben básicamente de sus abuelas, de sus tías o de lo que se divulga en los medios de comunicación sobre las posturas oficiales de la Iglesia ante diversos asuntos. La escuela, por su parte, les muestra contenidos valorativos a través de los libros de texto, las explicaciones de los profesores, las pláticas con doctores, audiovisuales o folletos, que contienen básicamente información de tipo científico acerca del cuerpo y la sexualidad, y no tanto preceptos morales. La influencia de sus padres; a pesar de ser sujetos fundamentales de la familia nuclear aparecen como figuras en segundo plano y sólo son mencionados cuando se toca la importancia de la escuela, de sacar buenas notas o ser disciplinada. Parecería que la responsabilidad de la educación sentimental de las hijas recae exclusivamente sobre las madres, lo cual confirma la idea de las mujeres como reproductoras y socializadoras por excelencia. A lo largo del proceso de socialización de Pilar y Carmen, aparecen también otros elementos tales como alguna película, la asistencia a algún concierto o los comentarios de amigas, que abonan con información sobre ciertos asuntos. En general, son recogidos por ellas como memorables porque apoyan o ilustran contenidos valorativos existentes con anterioridad, tales como cuidarse de una violación, la importancia de usar condones o la poca relevancia de la virginidad, ya previamente tocados por sus madres. Tanto Pilar como Carmen comparten ciertos elementos. En la vida de ambas no ha existido una ruptura tan evidente con lo transmitido en sus familias de origen. Ninguna de las dos manifestó desa cuerdos con lo que les ha enseñado su madre hasta ahora, a excepción de la angustia que representaron, en su momento, las discusiones o agresiones entre sus padres. Al contrario, algo que sí denotaron en la narración fue cierto placer al contar sobre la no concordancia entre lo que piensan ellas y lo que les dicen sus abuelas sociedades modernas. En este contexto, el individuo incorpora materiales provistos por diversos universos simbólicos, lo cual hace que la búsqueda de la integración y la armonía se desarrollen desde dentro de su biografía.

o sus tías. En cierto sentido, la idea de ser “diferentes” les place y no les produce inseguridad. De cualquier forma, a lo largo de sus narraciones no todo lo que piensan es idéntico a lo enseñado por sus madres. El estar en plena adolescencia o iniciando la juventud les ha permitido preferir algunas cosas entre otras posibles, lo cual se muestra a lo largo de sus concepciones. A ambas les

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agrada vestirse con lo que “les va bien”, incluyendo algunas cosas que están de moda. No se sienten bonitas ni feas, están a gusto consigo mismas. No encuentran razones para no tener novio pronto, esperarse lo consideran una pérdida de tiempo. Les gustaría tener una familia armónica, donde no haya agresiones ni discusiones y tener hijos de común acuerdo con su pareja ya cumplidos los 25 años. Están de acuerdo en tener relaciones sexuales antes de casarse, sin embargo no se casarían por la Iglesia si no fueran vírgenes. Son muy importantes para ellas la honestidad y la sinceridad. Asimismo, ninguna de las dos buscaría casarse por la vía religiosa necesariamente, sin embargo lo harían “por tener una foto en la sala”, o por “la fiesta, el vestido”. Las dos le encuentran cierta conveniencia social. Al mismo tiempo, tanto Pilar como Carmen consideraron que es lo mismo casarse que vivir en pareja. Por otra parte, tanto una como la otra están convencidas de que las relaciones de pareja deben terminar cuando comienzan los problemas, no temerían separarse o divorciarse cuando se acabe el amor. Las dos creen en la fidelidad sólo cuando existe un compromiso de parte de los dos o cuando una está realmente enamorada, si no se da ninguno de los dos casos, no necesariamente se tiene que ser fiel a alguien. Las dos consideran que es válido tener relaciones sexuales sólo por placer o pasión, aunque prefieren que se den dentro de una relación amorosa. Por otra parte, tanto Pilar como Carmen hablaron claro sobre el respeto que se debe tener a los demás, a sus acciones (consumir pornografía, abortar, etc.) o a sus preferencias sexuales, independientemente que ellas lo hicieran. Sobre el tener una carrera o profesión, Pilar, la más joven, la definió como algo que haría en caso de que el esposo no tuviera para mantenerla, Carmen, un poco mayor, tiene clara la importancia de una profesión para su independencia económica. Asimismo, las dos aclararon que buscarían tener relaciones equitativas con los hombres que elegirían por parejas, pues no soportarían tratos injustos ni desigualdades. Por otra parte, a pesar de que valoran mucho la comunicación que han tenido con sus madres a lo largo de sus vidas, las dos jóvenes aclaran que en este momento ya no les gusta contárselo todo, prefieren guardarse parte de lo que les sucede por privacidad, reserva, o simplemente porque si le preguntan algo, “explica demasiado”. En general, ambas muestran cierta liberalidad en su discurso aunque un poco más reserva en lo que concierne a las decisiones para su vida futura. Por un lado, aceptan las ideas de vivir en pareja sin casarse, el aborto, la homosexualidad, la masturbación, la pornografía, el divorcio, las relaciones sexuales sólo por placer, etc., en general son muy tolerantes y aceptan la diferencia hasta con sus más cercanos amigos(as). En este mismo sentido, en algunas de sus prácticas también muestran gran

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apertura, ninguna respeta la virginidad, usan o piensan usar anticonceptivos y no van a misa. Sin embargo, por otro lado, en lo que concierne especialmente a la visión de futuro de sus vidas, Pilar y Carmen preferirían casarse (hasta por la Iglesia si conviene), no tener que abortar nunca, tener relaciones sexuales enamoradas, ser fieles por común acuerdo, tener varios hijos y vivir armónicamente con su pareja, lo cual implica incluso la posibilidad de cumplir con el rol femenino tradicional. Estas preferencias muestran, probablemente, el deseo de no repetir una problemática como la de su propia familia: los problemas entre su madre y su padre, la necesidad de su madre de trabajar y el convertirse en cuidadoras de sus hermanos, una separación y divorcio complicados, etc., todo esto fue doloroso y difícil para ellas. Como se observa, la diferencia cultural respecto de sus abuelas es evidente, casi les causan risa las opiniones de ellas sobre lo sexual y lo amoroso. Por su parte, con sus madres, en el nivel discursivo no reniegan de su nueva herencia cultural. Sin embargo, vivencialmente parecen haber aprendido que el enorme esfuerzo realizado por sus madres para haber cambiado el rumbo de sus vidas respecto de lo diseñado por sus propias madres, sus abuelas, fue demasiado costoso. Por esto, podríamos pensar que nos encontramos ante una generación de mujeres jóvenes a las que sus madres les han cambiado el terreno en el cual desarrollarse en muchos aspectos. No tendrán necesidad de competir con sus hermanos para poder estudiar, no han tenido que trabajar desde chicas, no tienen encima la necesidad de casarse como único futuro posible, podrán tener a sus hijos cuando ellas lo decidan, son libres de creer en lo que ellas quieran y dentro de su casa no han sido subordinadas al varón. Dentro de estas posibilidades, Pilar y Carmen parecen estar suficientemente cómodas. En cualquier caso, lo que no parecen desear es pasar por los problemas que sus madres pasaron. El nuevo contexto social en el que viven les permite vivir en paz coexistiendo con diversos tipos de moralidades sin enfrentarse con sus tías, abuelas, padres o amigas. Se sienten seguras con lo que sus madres les han enseñado y no tienen la necesidad de defender lo que piensan. Están acostumbradas a ser independientes, autónomas y respetadas y por eso les causa extrañeza que, a partir de que llegaron a la adolescencia, sus madres hayan reducido su “liberalidad” en lo que concierne a sus asuntos. Tal vez tengan que pasar por algunos malos ratos para comprender la naturaleza de un mundo que nunca ha sido amable con las mujeres.

reflexiones finales

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Los relatos de vida de Pilar y Carmen nos muestran un proceso de socialización de los valores más moderno en comparación con el de sus madres, pues muestran una frontera menos acusada entre socialización primaria y secundaria, cosa que nos remite a un fenómeno de mayor generalización y pluralización en cuanto a las agencias inmiscuidas en ellos. Agencias de socialización como la escuela y los medios masivos de comunicación, tienen un papel igual de importante o más en relación con agencias tradicionales como la Iglesia, u otros miembros de la familia como los abuelos. Por otra parte, constatamos que el papel desempeñado por las madres de estas jóvenes mostró ser el principal socializador en cuanto a los valores amorosos y sexuales, constituyéndose este campo de conocimiento y significados como una área en sí misma a la que podríamos llamar de “conciencia de género”. Asimismo, detectamos que las relaciones entre madres e hijas en nuestros casos, Delia y Rosario con Pilar y Carmen, son mucho más intensas que la que las primeras tuvieron con sus propias madres, ya que mucha de la información que recibieron venía predominantemente de la Iglesia y no tenían entre ellas una comunicación estrecha. Recuperando la perspectiva cognitiva sobre las emociones planteada al principio, intentaré identificar el valor o los valores que funcionan como la esencia de la estructura del sentir de cada generación, concepto planteado en el apartado teórico de este texto. En el caso de las abuelas, podría sustentarse que el valor de la contención ocupa este lugar, lo que genera el control de la pasión, la emoción y la expresividad; por su parte, a la generación de las madres les son fundamentales los valores de la autonomía y dignidad femeninas, a lo cual suman sus temores por el bienestar de sus hijas; para las hijas, podría pensarse la espontaneidad, la autenticidad y la creatividad como fundamentos de un juego que incluye elementos heredados tanto de sus abuelas como de sus madres.17 Asimismo, ahondando en el terreno de las emociones de estas estructuras del sentir y su relación con los valores, identificamos algunos hallazgos por generación. En el caso de las abuelas, el cumplir con el valor de servir a los otros como esposa y madre era el origen tanto de las satisfacciones como de los quebrantos, lo cual se manifiesta en que las emociones de alegría, placer,

17 Un trabajo amplio al respecto de las diferencias entre las generaciones a través del concepto de regímenes eróticos es el de Zeyda Rodríguez y María Collignon (2010).

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dolor o tristeza tuvieran su origen en el bienestar y los logros de éstos, así como de las relaciones de cercanía y apoyo que mantuvieran con ellas. Para las madres, por su parte, el haber logrado autonomía, independencia y el ser autosuficientes constituyó una fuente de emociones satisfactorias relacionadas con el logro de valores como la dignidad y la realización de una conciencia de género. Asimismo, les proporcionó gran placer y orgullo construir una concepción sobre lo amoroso distinta a la de sus madres, lo cual las colocó en una mejor posición para lograr relaciones de pareja y sexuales más satisfactorias. Sin embargo, como dije antes, las emociones que gobernaron la crianza de sus hijas estuvieron orientadas por el temor y el miedo, por lo que prevalece en su relación con ellas una combinación de valores incluso contradictorios entre sí. Finalmente, para las hijas, el ser sujetos independientes y autónomos ha sido un reto menos difícil de lograr gracias a sus madres y las emociones generadas en torno a esto son de orgullo y satisfacción por ser hijas de quienes son. No obstante, en combinación con esto coexisten dentro de ellas valores provenientes de sus abuelas que les hacen experimentar emociones a menudo contradicto- rias, unas orientadas al logro del ideal de “ser para los otros” y otras de rivadas de ejercer con libertad elecciones sobre su vida amorosa y sexual, su profesión, y su trabajo en forma libre y autónoma. bibliografÍa BECK, Ulrich y Elisabeth BECK-GERNSHEIM (2001), El normal caos del amor. Las nuevas formas de la relación amorosa, Barcelona, Paidós. BÉJIN, André (1987), “El matrimonio extraconyugal de hoy”, en Philippe Ariès et al., Sexualidades occidentales, México, Paidós. BERGER, Peter y Thomas LUCKMANN (1986), La construcción social de la realidad, Buenos Aires, Amorrortu. BOURDIEU, Pierre (1987a), “ ‘Estructuras, hábitus y prácticas’, de Esquisse d’une théorie de la pratique”, en la antología de Gilberto Giménez (comp.), La teoría y el análisis de la cultura, México, SEP/UdeG/Comecso. (1987b), “Hábitus, ethos, hexis...”, de Questions de sociologie, en la antología” de Gilberto Giménez (comp.), La teoría y el análisis de la cultura, México, SEP/UdeG/Comecso. DE ROUGEMONT, Denis (1993), El amor y occidente, Barcelona, Kairós. DEBOLD, Elizabeth et al. (1994), La revolución en las relaciones madre-hija, Barcelona, Paidós. FISHER, Helen (2004), ¿Por qué amamos?, México, Santillana.

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agenCia

Ana Josefina Cuevas Hernández*

introdUCCión Este capítulo tiene el objetivo de revisar los sentidos de la soledad para madres solas de distintas edades, clase sociales y condición civil a partir de la ruptura y la muerte de la pareja. Para tal efecto, los conceptos de madres solas y soledad son medulares para explicar el surgimiento de sentimientos y conductas que detona la transición de un modelo familiar nuclear a uno monoparental. Se parte del supuesto de que la soledad es tanto una emoción como una condición individual con dimensiones sociales, psicológicas y culturales cambiantes y mucho más complejas de lo que sugiere la act ual literatura (Wood, 1986). Me interesa entender los sentidos que le otorgan divorciadas, separadas, madres solteras y divorcia das a di cha emoción a partir de ese evento, con la intención de profundizar su comprensión. El análisis considera las diferentes significa ciones por estado civil y género como Hochschild (1979, 1990) sugiere, lo cual permite ampliar su comprensión e identificar valencias positivas hasta ahora no asociadas con ella. Las emociones han sido objeto de discusión desde mediados de los años setenta. Los trabajos de Scheff (1987), Kemper (1990) y Hochschild (1990), como investigaciones pioneras en esta disciplina, muestran su relevancia al analizar cómo los sujetos actuaban motivados y normados por sus emociones y cómo éstas reflejan las relaciones entre los sujetos, las normas sociales y las estructuras. Es to dio paso al estudio de las emociones desde teorías sociales so bre el trabajo, los movimientos sociales, las relaciones sociales, las * Facultad de Letras y Comunicación, Universidad de Colima, nivel 1 del Sistema Nacional de Investigadores.

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[73] relaciones de clase, los procesos de socialización, la política, los comportamientos desviados, las ideologías, la pobreza, la violencia, la familia, el género, la raza, etc. Entre los trabajos más elocuentes sobre las emociones y el género, en particular sobre la soledad y las mujeres, que es desde donde se plantea el presente trabajo, están los realizados por Hochschild (1979, 1990, 2013a, 2013b) y Wood (1986). Estos autores distinguen, desde la teoría de la estructuración y el enfoque constructivista, la relevancia del género en la construcción y expresión de las emociones. Dada la estrecha relación entre ambos elementos, es importante entender cómo se vinculan. Asimismo, es necesario comprender sus relaciones con la agencia y las familias para entender las dimensiones sociales y morales de la emoción. El trabajo de Alborch (1999) sobre las mujeres so- las es también de gran relevancia para la presente discusión al centrar su análisis en los sentimientos de libertad, mayor autoestima y estabilidad emocional que produce la soledad en mujeres solteras, todas ellas valencias encontradas por esta investigación. Este conjunto de perspectivas teóricas y conceptuales conforman la base de la discusión de la soledad entre las madres solas estudiadas.

PreCisiones teóriCas Las emociones, de acuerdo con Hochschild (1990), son un corpus de trabajos que articulan los nexos entre las ideas culturales, los arreglos estructurales y muchos otros elementos sobre los sentimientos, tales como la manera en que desearíamos sentirnos, la manera en que intentamos sentirnos, la manera en que nos sentimos, la manera en que mostramos lo que sentimos, la manera en que ponemos atención a lo que sentimos y la manera en que le damos sentido a lo que sentimos. Este trabajo se aproxima a las emociones desde el constructivismo, lo cual permitirá entender cómo se entretejen las relaciones de los agentes con las estructuras. Kemper considera (1990) que la ventaja y cualidad de aproximarse a ellas como construcciones so cia les es verlas como un proceso formado de tres partes. El primero es la posibilidad de abordarlas como reacciones irrevocables, es de cir, como conductas provocadas por situaciones sociales y no biológicas. El segundo es el entendimiento de las emociones como experiencias aprendidas en grupo y reguladas por normas del mismo, que le permiten al sujeto identificar qué emociones son permitidas en cada situación. Como tales, se aprenden y significan en mayor medida durante la infancia, etapa durante la cual aprende mos los

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comportamientos, las expresiones y las etiquetas que cada emoción implica. El tercer elemento postula que las emociones pueden ser manejadas y los comportamientos no deseados, desviados o corregidos. La soledad es una emoción definida a partir del aislamiento individual físico, social y/o la ausencia de una pareja, es decir, a la soltería. La investigación y la literatura en torno a ella es limitada; entre los trabajos más relevantes encontrados están el de Wood (1986) y el de Alborch (1999). Mis propias reflexiones sobre el concepto de madres solas (véase Cuevas 2010, 2013a) son usadas para mostrar la constelación de emociones asociadas a ellas. Wood (1986:188) llama a la soledad “el fracaso de la intersubjetividad o la incomprensión mutua en la interacción con el otro”. Esta autora considera que la soledad es tanto un proceso individual como social. En torno al primero afirma que emoción es una experiencia vital personal que adquiere sentido a partir de la ausencia del otro y no es compartida. Su esencia remite a experiencias privadas —muerte, separación, abandono, ausencia de compañerismo, etc.— y la esencia del yo y no del nosotros. Esto lo hace un fenómeno personal más que social. No obstante, también es social en tanto que refiere a las discrepancias o los problemas en las relaciones sociales o lo que podrían ser las relaciones sociales, de manera que permitan apreciar que hay una ausencia de algo. En torno a la dualidad de la soledad, Wood (1986:189) afirma que “no puede definirse de manera independiente de las relaciones sociales. La naturaleza de estas relaciones es su esencia, su contenido” y que “es quizá la más social de las emociones” (1986:190). Su trabajo aporta una discusión muy importante en torno a la historia y definición de la soledad a lo largo del siglo XX. Ella sostiene que (1986:193) hasta por lo menos los inicios de ese mismo siglo el término fue usado para remitirse a la ausencia física de personas y para describir a dos personas aisladas tanto física como espacialmente. El significado cambia a partir de 1930 y 1940, cuando se emplea para describir las consecuencias patológicas del aislamiento social y físico de los niños. Entre 1940 y 1960 adquirió una mayor connotación ligada a separaciones físicas, primero en adultos, luego en los niños, y para la década de 1950 y 1960 se asocia a una condición psiquiátrica ocasionada por el aislamiento social. Es a partir de 1960 cuando se distingue entre la soledad física y la social, y a partir de 1970 se considera ya un sentimiento separado del aislamiento físico, aunque en algunos estudios se usó para enfatizar que la gente sola tenía menos contacto con otros. A partir de lo anterior, Wood distingue dos acepciones. Por un lado, su creciente uso como una emoción y no como una condición extrema social; por otro lado, como un proceso de tránsito de la soledad física a la soledad social o a la ausencia de relaciones sociales en abstracto. Es en esta segunda acepción

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que se ancla mi discusión de la soledad, es decir, la considero como la sensación de ausencia física y emocional de un sujeto. El trabajo de Alborch (1999) sobre las mujeres solas abona una rica discusión a la soledad desde el feminismo. Su estudio enriquece reflexiones actuales en torno a las dimensiones individuales y morales de la soledad que también son útiles para mi discusión. La autora apunta que los modelos conceptuales usados para nombrar la soltería —entiéndase para la presente discusión madres divorciadas, separadas, madres solteras y viudas— limitan la posibilidad de entenderla como un estado deseado, productivo y de estabilidad emocional. En este sentido, también afirma que (1999:113) “en la concepción actual de la soltería [femenina] se ha pasado insidiosamente del estado civil —la soltería— a un sentimiento —la soledad— sin contemplar que vivir sola no es un equiva lente a vivir aislada, ni ser solitaria ni ser misántropa”. Lo anterior es cent ral para mi discusión, ya que es preciso distinguir entre la soled ad como una emoción que produce la ruptura y la soledad como una condición de la soltería; una condición que como bien sostiene Alborch, puede y tienen implicaciones positivas. En cuanto al concepto de madres solas al que he referido, éste surge de manera inductiva y construida a partir de las significaciones y el lenguaje empleado por las entrevistadas para autodefinirse como madres solas y definir la soledad. Es aquí en donde mi trabajo encuentra eco y respaldo en las reflexiones de Wood (1986) y Alborch (1999). Ser madre sola no es igual que sentir soledad. No obstante, ¿con qué otro lenguaje es posible definirse y nombrar lo que se experimenta si no es a través de la repetición y la deconstrucción del vocabulario a la mano? El concepto de madres solas refiere a tres procesos identificados en las narrativas. El primero es la soledad física y emocional que produce la ruptura y la muerte de la pareja (aislamiento físico en la propuesta de Wood), lo cual les produce vulnerabilidad emocional y social. El segundo elemento es ser las principales —y a menudo las únicas— responsables de la crianza, educación, manutención y socialización de los hijos. El tercer elemento del proceso es la pérdida y/o reducción de las redes sociales hechas durante la vida de pareja y la formación de nuevas que otorguen un sentido de pertenencia social y reconocimiento de su nueva identidad (aislamiento social al que refiere Wood). De esta manera, a lo largo del trabajo mujeres y madres solas refiere a la desprotección social, institucional y hasta política en la que se encuentran y la manera en que repiten y deconstruyen a partir del lenguaje y sentidos vigentes, su nueva condición social. ¿Por qué es importante enfatizar los límites —y también las posibilidades— que impone el lenguaje al hablar y experimentar la soledad? El tránsito de una familia nuclear a una monoparental implica la

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reconfiguración tanto de la identidad femenina como de las dinámicas familiares y múltiples imaginarios. Al romper con la pareja y perderla a causa de la muerte, las madres solas ven fragmentada y violentada su identidad de género. Ellas construyeron imaginarios en torno al amor, la familia y la vida conyugal basados en modelos patriarcales, sin embargo al transitar y conformar una nueva familia dichos referentes se reconfiguran y se rompe el orden social. Esto produce conflictos ya que en sociedades más conservadoras y tradicionales como en las que se realizó el estudio, es difícil legitimar arreglos familiares alternos al nuclear y tener respeto so cial como mujer sola y familia sin un padre en las ciudades estudiadas. Los controles sociales y culturales son más cerrados que en ciudades mayores en donde es más fácil pasar inadvertido. Con respecto a la vulnerabilidad emocional que muchas mujeres experimentan al no tener pareja Alborch (1999:116) sostiene que “la inseguridad que sienten muchas mujeres separadas [y agregaría yo divorciadas, madres solteras y viudas para los fines de este trabajo] se debe, en gran parte a los escasos modelos conceptuales que existen de una vida sin matrimonio”. En esa transición las madres solas se ven forzadas a revisar sus propios modelos y su lenguaje sobre el matrimonio, el amor, la pareja y los hijos. Tal proceso deto na una autoconciencia —agencia— que es palpable en sus narrativas, en donde estar soltera o ser madre sola refleja cómo se define la soledad y cómo se vive como una condición civil y cultural. La reconstrucción de dicha realidad se teje desde los límites y posibili dades del lenguaje a la mano, en donde confrontan los significados y nombran su realidad de manera más cómoda. Es aquí donde el uso del género y la agencia son pertinentes para explicar las construcciones y los procesos de resistencia de las mujeres que dan cuenta de cambios sociales tanto a nivel estructural como normativo. Butler (1993) se ha ocupado de manera brillante del tema de la construcción del cuerpo desde los límites del lenguaje y el feminismo posestructuralista. De manera particular, encuentro que su argumento en torno a la importancia del lenguaje en el surgimiento de la agencia es de gran ayuda para mi discusión. Ella sostiene que (1993:124) “el peso de la repetición [de un trauma] en el lenguaje puede ser la condición paradójica por medio de la cual cierta agencia —no vinculada a la ficción del ego como el maestro de las circunstancias— se deriva de la imposibilidad de la elección”. Ante la imposibilidad de nombrar a la soltería y el estar sola de manera distinta, las mujeres repiten y usan dicho vocabulario para el estar sola —sin pareja— pero no sentirse solas. Al hacerlo definen tanto sus emociones como la soltería no como un estado de perpetua soledad, sino de posibilidades de vivir la soltería dentro de un nuevo orden y dentro de los límites de ese mismo lenguaje.

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La agencia permite analizar las narrativas y descifrar por qué las madres solas rompen el orden social, así como los mecanismos de re sis tencia que se ponen en marcha para resistir y modificar los mecanismos de dominación masculina. Scott (1999:61) sostiene que la agencia es la voluntad “de construir una identidad, una vida, un entramado de relaciones, una sociedad con ciertos límites y con un lenguaje, lenguaje conceptual que a la vez establece fronteras y contiene la posibilidad de negación, resistencia, reinterpretación y el juego de la invención e imaginación metafórica”. El concepto es central para entender la capacidad de construir y nombrar emociones y sentimientos no asociados a la soledad tras la ruptura conyugal y la muerte de la pareja. Dichas emociones permiten ver la capacidad de resistencia, recuperación emocional y social femenina detonada por los mecanismos de dominación masculina, visibles en el uso crítico del lenguaje a través del cual se definen como mujeres y madres solas. En esa lucha no sólo surgen emociones con valencias positivas sino también posibilidades de imaginarse y vivirse de manera no convencional. La discusión de Kabeer (1999) y Sen (1985, 1999, 2002) en torno a la agencia también es útil para explicar las emociones femeninas no asociadas hasta ahora a la soledad. La primera sostiene que ésta puede entenderse como la capacidad de una persona para definir sus propias metas y actuar conforme a ellas. Este proceso involucra regateos y negociaciones, además de resistencia y manipulación. Aumentar la agencia en un ámbito puede tener repercusiones positivas sobre la agencia en otros ámbitos, y quizá también en otros aspectos del bienestar, pero también puede ser que no produzca efecto alguno. Lo anterior me permite analizar cómo y por qué las madres solas buscan la soltería como una meta de vida y un estado deseable. La consecución de dicha meta conduce a un proceso de duelo y emociones ambivalentes que en el mediano plazo se tornan más positivas, generan mayor autoestima, tranquilidad y sensación de libertad. Sen (1985, 1999, 2002), por su parte, entiende la agencia como lo que “una persona es libre de hacer y alcanzar en la búsqueda de la realización de las metas o los valores que esa persona considere como importantes” (1985:15). Para él la agencia es una especie de proceso de libertad que se relaciona con otros procesos a los cuales explica en términos de capacidad de acción (1985:15-16). Su definición de agencia permite ver y entender la capacidad femenina de romper con el vínculo conyugal, así como la importancia de esta condición como un acto de resistencia a relaciones conyugales poco satisfactorias. Es justo en la búsqueda de la soltería y su realización que surgen emociones ambivalentes como soledad, miedo e inseguridad a la par de tranquilidad, libertad e independencia, que reflejan claros procesos de agencia.

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El género, desde el enfoque de Scott (1999:70), es un “mecanismo a través del cual se producen y naturalizan las nociones de lo masculino y lo femenino”. Dicha naturalización es legitimada por los discursos oficiales y las prácticas sociales que norman y establecen el deber ser de cada género. Entender cómo y en qué condiciones se naturalizan los sentimientos morales y sociales asociados a la soledad y cómo desde el lenguaje las madres solas se producen otros nuevos a partir de las posibilidades que éste les permite. En la discusión de las emociones desde el enfoque de género se considera el peso del estado civil, aspecto que Wood (1986) considera vital en el estudio de la soledad. Esto permite ver la mayor empatía de los sentimientos de aislamiento social y físico entre las viudas que en el resto de las categorías civiles y culturales. La agencia y el género se vuelven cruciales en el estudio de las emociones y al relacionarlas se desvictimiza a las mujeres jefas de familia para mostrar cómo la ruptura y la muerte de su pareja ocasiona dolor, pero también genera mayor conciencia, capacidad de acción y libertad en la soltería. A partir de lo anterior, este trabajo identifica el vocabulario usado por las madres solas para nombrar aspectos morales y sociales no vinculados a la soledad. El análisis se hará por condición civil para entender cómo se construye en cada grupo esta emoción tras la ruptura y muerte de la pareja. Esto permitirá ver los aspectos morales y las normas sociales que regulan su expresión.

PreCisiones metodológiCas Los datos aquí discutidos forman parte de una investigación 18 mayor cuyo objetivo fue analizar los cambios —sociales, económicos, políticos, materiales, etc.— que viven las mujeres al transitar de una familia nuclear a una monoparental. En ese momento las emociones no fueron consideradas como objeto de estudio, no obstante, marcaron de manera profunda las narrativas de las entrevistadas al reconstruir la trayectoria de la ruptura conyugal y la muerte de la pareja, los cambios en sus imaginarios de la familia, el matrimonio, el amor y la pareja. Fue un par de

18 “La construcción de la identidad femenina: un estudio comparativo, 3ª parte” financiada por el fondo Ramón Álvarez Buylla de Aldana de la Universidad de Colima y desarrollada de abril de 2009 a marzo de 2010.

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años después de concluido el estudio que la riqueza de los datos me llevó a la exploración de este nuevo objeto.19 En dicha investigación se emplearon la etnografía y la entrevista a profundidad con jefas de familia definidas a partir de tres criterios: haber tenido pareja y procreado hijos con ella, tener un empleo remunerado ya sea dentro o fuera del hogar y ser responsables de la manutención, cuidado, atención y socialización de sus hijos. Los datos aquí analizados corresponden a diferentes dimensiones de la vida familiar antes, durante y después de la formación de la pareja y tras la muerte de ella o la ruptura del lazo conyugal. No se cuestionó de manera directa cuáles fueron las emociones experimentadas en esta etapa de su trayectoria de vida. No obstante, al reconstruirlas y explorar sus expectativas e imaginarios sobre la vida en pareja, la maternidad, la familia, el amor y el matrimonio antes, durante y después de la ruptura y muerte de la pareja, fue evidente la transformación del lenguaje así como de las expectativas e imaginarios en donde las emociones surgieron como un rico objeto de estudio. Se realizaron 24 entrevistas en profundidad con seis mujeres divorciadas, seis madres solteras, seis separadas y seis viudas de distintas edades —oscilaron entre los 32 y 72 años— y cuatro distintas clases sociales de ciudades de Guadalajara y Ciudad Guzmán, en Jalisco, y Colima, Tecomán y Manzanillo en Colima. Las clases sociales se definieron a partir de cuatro criterios: escolaridad, ocupación, ingreso y tamaño de la ciudad. El concepto hace referencia a las distintas posiciones socioeconómicas que las madres solas ocuparon a lo largo de las distintas etapas de su ciclo de vida. Se distinguieron tres: la clase social de origen, la clase social adquirida tras la unión o nacimiento de los hijos y la clase social adquirida tras la muerte de la pareja o la ruptura del lazo conyugal. La clase social de origen se estableció a partir de la escolaridad de las entrevistadas, la ocupación de sus padres y la ciudad de residencia. El tamaño de la ciudad fue un factor central en la selección de las mismas y en el propio análisis de los datos. La clase social adquirida se construyó a través de los indicadores de escolaridad, ocupación e ingresos propios y de la pareja —cuando los casos aplicaron— y la ciudad de residencia. Es decir, la clasificación de clases por ciudad implicó la consideración de estos indicadores ya que la actividad económica y el tamaño de la misma 19

En el congreso Alas 2011 celebrado en Recife, Brasil, tuve la oportunidad de escuchar distintos trabajos sobre emociones que me hicieron darme cuenta de la riqueza de los datos generados por la investigación. Se abrió un camino nuevo que en conjunto con el género y el feminismo me permitían dar mejores respuestas a las nuevas preguntas derivadas del proyecto. En este proceso fue clave la orientación teórica, metodológica y analítica de Rocío Enríquez, a quien agradezco su generosidad y paciencia al compartir su experiencia y literatura conmigo.

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determinaron tanto la ocupación y el ingreso de las mujeres como los empleos a los que aspiraron y tuvieron. La clase social adquirida tras la ruptura del lazo conyugal consideró los indicadores de escolaridad, ocupación e ingresos y la ciudad de residencia. La estrategia de algunas mujeres de clase media y media alta al vislumbrar la muerte o la ruptura

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ent rev ista das

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1

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Ad min istr ado ra de clu bde gol f

Pro piet aria de sal ón de bell eza

Ve nde dor ade bie nes raíc es

Co mer cia nte am bul ant e

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V 2

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V 6

del lazo conyugal fue titularse, hacer especialidades, maestrías e incluso doctorados como garantía de mejores empleos y, por ende, de mejores

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ingresos. Las mujeres que emigraron a otras entidades tras la unión conyugal decidieron quedarse en la ciudad en donde se establecieron con su pareja al considerar que la calidad de vida era mayor que la de su lugar de origen. Entre los principales factores estuvieron el costo de la vivienda, las distancias y los tiempos en tre el trabajo, la escuela y la casa, así como el ingreso. Esto les hizo más compatible el cuidado de los hijos y su vida laboral. Si bien la mayoría de ellas consideró que el ingreso y los empleos de las ciudades a las que emigraron fueron menores —en buena medida de bido a la ausencia de redes familiares y/o el debilitamiento de sus redes sociales en sus ciudades de origen—, las ventajas antes mencionadas de las ciudades medias en las que vivieron las alentaron a quedarse en ellas tras la ruptura o la muerte de la pareja. El análisis de las narrativas de las emociones considera la perspectiva de género, la condición civil, edad y clase social propuesta de Hochschild (1979, 1990) para identificar e interpretar las emociones y sus relaciones con la estructura y los sujetos. La propuesta generó hallazgos significativos en torno a las emociones que experimentaron las madres divorciadas, separadas, viudas y madres solteras desde el género y la clase social. No obstante, la edad de las madres solas —que osciló entre 32 y 72 años— no sugirió diferencias significativas en el análisis, como sí lo fueron las otras tres categorías. La tabla 1 muestra los perfiles sociodemográficos de las 24 madres solas entrevistadas. Las entrevistas en profundidad arrojaron una mirada profunda a la polisemia y las constelaciones del concepto madres solas (véase Cuevas, 2013a) y mostraron el androcentrismo y el lenguaje a través del cual se nombra esta emoción y condición civil y cultural. Esto permite ver el aspecto normativo del lenguaje y los sentidos de las emociones en momentos históricos concretos, a la vez que arroja luz a los procesos de agencia que detona este proceso y la manera en que el lenguaje abre posibilidades para deconstruir la experiencia y la condición de la soledad y la soltería.

la soledad, el género y la agenCia Las mujeres solteras —sin importar su estado civil y cultural— que por distintas razones no consolidan una relación de pareja, nunca han tenido una o fracasan en su relación, tienden a ser asociadas a la soledad y a estar incompletas (véase Wood, 1986; Alborch, 1999; Salles, 2001; Ramos, 2008; Cuevas, 2013b). El feminismo y la perspectiva de género han demostrado que las mujeres han sido definidas de manera histórica, jurídica y moral a través del matrimonio y la maternidad como destino

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final (Salles, 2001; Smith, 2006; Ramos, 2008; Di Marco, 2009; Jusidman y Pérez, 2009; Leñero, 2010). Esta visión patriarcal ha moldeado por siglos la construcción y experiencia del matrimonio, la maternidad, la vida conyugal y, por supuesto, lo que es la compañía y la soledad. Por otro lado, procesos económicos, políticos y sociales tales como la creciente participación económica de las mujeres, su mayor y progresivo acceso a la educación, un menor número de hijos y el derecho al divorcio, influyen en cómo se vive y define la soledad.

Las divorciadas Entre las divorciadas los sentimientos asociados a la soledad en su condición de mujeres solteras sugieren que la trayectoria hacia la ruptura y en el periodo posterior a ella surgieron sentimientos de va lencia positiva, contrarios a lo que indica la literatura (Wood, 1986). De manera particular sobresalen dos procesos. Por un lado la autoconciencia y la capacidad de las entrevistadas para iden ti ficar, resistir y finalmente cambiar las condiciones que las vulneran. A este respecto, la discusión de Kabeer (1999) y Sen (1985, 1999, 2002) es vital para identificar dicha capacidad y libertad. Este proceso es dual ya que por un lado implica reconocerse desprotegi da y/o en desven taja frente a los mecanismos sociales, culturales y jurí dicos que las someten, y por otro, las impulsa a revertir dichas condiciones. No obstante, este proceso no es terso ni rápido. El lenguaje que da cuen ta de ello alude a “ser responsable consigo misma”, “conocerme más”, “sentirme débil pero sentirme fuerte”, “ser sentimental”, “soy muy fuerte”, “me gusta mucho ser fuerte” y “creer que puedo”. Estas expresiones sugieren relaciones conflictivas, desgastantes y en no pocas una autoestima disminuida, además de una clara necesidad de ser consciente de su libertad para cambiar, así como capacidades para modificar su estado civil. Veamos algunos fragmentos sobre este proceso de autoconciencia. Aprendí a ser más responsable conmigo misma y a conocerme más, más. Y este, yo antes pensaba que el amor curaba todo, y sí es cierto, mi mente es así pero es que imagínate después de 20 años de convivir con una persona y de repente ¡órale! (entrevista 4D, Manzanillo, 34 años, vendedora de bienes raíces, clase media, preparatoria, una hija). Me gusta tener el control, sí, sí me gusta. Siento que de repente soy débil, sí soy débil y muy, muy sentimental pero a la vez siento que soy muy fuerte y me gusta mucho ser fuerte. El otro día estaba acostada y dije ¡ay no, me va a entrar la depresión y cuando me entra me entra horrible! Me siento bien, me siento fuerte y este y creo que puedo, que

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puedo sacarlos adelante porque siento que soy una mujer fuerte y que voy a cumplir mis metas (entrevista 6D, Colima, 46 años, vendedora de publicidad, clase media, preparatoria, un hijo).

Por otro lado, se encuentra que en la trayectoria de la ruptura surge y se lucha contra la emoción de soledad y en este proceso se da una conciencia más plena del yo, así como la identificación y la atención de necesidades personales hasta entonces no atendidas. El lenguaje usado remite a valencias positivas de la soltería femenina hasta ahora no asociadas a la literatura de la soledad, pero presentes en los discursos cotidianos de personas cercanas a las madres solas y de ellas mismas. Asumir su condición de madres y proveedoras de la familia les permite obtener expectativas claras y aprovechar sus condiciones y recursos en la búsqueda y mejora de la estabilidad emocional, social, material y económica; es decir, el proceso de agencia como pareja detona otras agencias como la maternidad y la identidad. Esto muestra la pertinencia del argumento de Sen (1999) en torno al impacto de un tipo específico de agencia en otros, lo cual no siempre es posible pero en el caso de las madres solas entrevistadas es un hecho. De igual manera, la perspectiva de género permite descifrar cómo el discurso social predominante reproduce y naturaliza la soltería femenina como un estado de indefensión y como una emoción inherente a ese estado. Alborch (1999:30) discute en este aspecto que “la mujer perece si no tiene hogar ni protección. Si hay algo que la naturaleza nos enseña de manera evidente es que la mujer está hecha para ser protegida, para vivir de muchacha junto a su madre, y de esposa bajo la tutela y autoridad de su marido”. No obstante, la perspectiva de género permite ver que, al romper el orden social y encontrar satisfacciones y ventajas, en la soltería se produce tanto agencia como un nuevo orden dentro de la estructura social que produce emociones ambivalentes. La soltería como meta para las divorciadas es posible gracias a un ingreso, a su escolaridad y a su clase social tras la ruptura, todo lo cual se combina para resistir la dominación masculina que las vulnera. De esta manera el deber ser de su género es cuestionado y la agencia permite el reconocimiento y uso de recursos y habilidades personales y mayor autoestima como he discutido en otro momento (véase Cuevas, 2013d). No obstante, el peso y las expectativas de pareja se construyen a partir de modelos conceptuales tradicionales que determinan no sólo los imaginarios sociales femeninos sino también el orden social mismo, en donde ellas ocupan una posición subordinada que se redefine a partir de este evento. Veamos algunos ejemplos.

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O sea la primera vez [que me di cuenta que todo era para el otro] fue así como cuando me casé, yo era así como que servirle al otro, ¿sí? No me di cuenta, no me di cuenta, nunca me di cuenta [de que nadie me atendía a mí] obviamente por la falta de información, de madurez, de lo que tú quieras. Mi vida giraba en torno a él, ¿sí? O sea así como que mi complemento; o sea como decir ¡ah, bueno, para nosotros, para nosotros! Y de repente, o sea ya cuando decidí ya romper ese, ese ciclo, de repente me di cuenta y dije ¿dónde estoy yo? O sea todos estos años, ¡o sea, qué impresión ¿eh?, o sea es un shock así muy fuerte que tuve que trabajar mucho! ¿Y dónde estoy yo? O sea, haz de cuenta, los sueños que yo tenía se esfumaron poco a poco (entrevista 4D, Manzanillo, 38 años, propietaria de salón de belleza, clase media, preparatoria, dos hijos). […] Al principio sí lo veía como un fracaso, [pero] ahora ya lo veo como aprendizaje, como algo que me ayudó muchísimo a madurar, maduré mucho, muchísimo y me ha ayudado mucho a salir adelante y no por cualquier cosa doblegarme. Yo me considero que soy una mujer muy fuerte pero me han pasado muchas cosas muy malas para ser fuerte, no cualquier cosa me doblega y a mí no se me dificulta nada. Si hay que hacer eso yo voy y lo hago. Generalmente las metas que me pongo pues trato de cumplirlas pero es por lo mismo que me ha pasado, me ha hecho más fuerte y me he dado cuenta que muchas veces estoy sola y tendrás ayuda de alguien pero nada así que sola. Me he visto muchísimas veces sola y sigo adelante, tengo que salir adelante por mí y por mi hijo (entrevista 2D, Manzanillo, 32 años, administradora de club de golf, clase media alta, licenciatura, un hijo).

Las narrativas nos muestran los sentimientos que acarrea la trayectoria hacia el divorcio y que en la soltería reconfiguran las expectativas del matrimonio y las capacidades propias y del deber ser femenino. Durante este proceso es evidente el reconocimiento del yo y de la importancia en su estabilidad emocional, material y económica, cualidades y roles que las mujeres no construyen como femeninos en culturas predominantemente masculinas. Esto refleja la reconstrucción de su identidad de género y los modelos conceptuales androcéntricos a partir de los cuales construyeron su identidad como mujeres y como pareja. Tras el divorcio estos referentes y expectativas cambian y se busca el aprendizaje tras el error, y si bien la soledad se vive como emoción y como condición civil y social, la agencia que detona como mujeres y madres produce emociones positivas visibles en las narrativas. Veamos ahora cuáles son las connotaciones no convencionales de la soledad entre las mujeres separadas de esta investigación.

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Las separadas Entre las madres separadas el camino a la ruptura, al igual que en las divorciadas, genera conciencia de lo que vulnera así como de la dualidad de la elección de la soltería, es decir, sentimientos de soledad pero también de mayor autoestima. La principal diferencia entre las separadas y las divorciadas es la valoración del mayor tiempo libre y el surgimiento de aspiraciones personales —estudiar, tener un mejor empleo, etc.—, así como la identificación de actitudes personales —inseguridad, miedo, vulnerabilidad económica y material, etc.— durante el proceso de ruptura y duelo que les ayudaron a encontrar equilibrio. En sus narrativas es común encontrar expresiones tales como “si tú quieres hacerte la víctima”, “empecé a darme cuenta de lo que no quiero”, “saber que tengo que salir adelante”, “me hice más fuerte” y “comencé a sentirme más fuerte y más independiente”. Tener plena conciencia de lo que las vulnera les permite buscar y valorar la soltería y la soledad como estados des eables y positivos. Una vez alcanzada, y contra lo que las representaciones de la soledad femenina tradicionales indican, hay sensaciones de satisfacción y superación personal así como de crecimiento de autoestima que se combinan y conviven con sentimientos de soledad y dolor por la ruptura y la muerte. ¿Qué hace posible la experiencia de emociones positivas en la soltería? En buena medida, la posibilidad de terminar una relación gracias a la independencia económica, la estabilidad laboral y la escolaridad. Veamos algunos ejemplos. Pretextos tiene uno si tú quieres hacerte la víctima y yo no, a mí no me gusta eso. A lo mejor a mí por dentro estaba que me moría [cuando me separé] o la gente por lo delgada [pensaba que sí] y todo y me veían pero yo creo que yo trataba de ser fuerte, a mí no me gustaba eso [de ser víctima]. Ahora ya me da risa [lo que pasé] pero te digo gracias a dios yo salí adelante y me gusta estarme así como que superando. De hecho ahorita que ya no estoy en lo de bienes raíces me fue muy bien, estuve muy contenta, hasta la fecha me la llevo bien con ellos [los promotores]. Tengo ahorita dos, tres [clientes] con un coto en venta porque me siguen buscando los clientes y tengo asesoras amigas que ellas son las que me ayudan; entonces pues no los dejo [a los clientes]. Pero te digo duré como tres años y medio en la inmobiliaria y ya luego me salí. Quería yo buscar algo diferente porque luego así ganas dinero pero pues para mí no nada más era el dinero porque te digo siempre estaba en una búsqueda así como que de desarrollo, de aprender más (entrevista 6S, Guadalajara, 52 años, vendedora de bienes raíces, clase media alta, maestría y dos hijos).

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Y empecé a darme cuenta de que trabajando empezó a cambiar mi visión ya ganaba y empezaba a juntar lo que Édgar me mandaba y lo mío y me comencé a sentir más fuerte y más inde pendiente. [En] las discusiones [con mi esposo] yo ya no sentía tanto miedo, ya me sentía con más bases. Mi forma de vestir camb ió totalmente, ya no me vestía aseñorada. Me retomé, me empe cé a vestir como yo quería y me empecé a dar cuenta de que me decía [mi esposo]: “vente y vente [a Estados Unidos]”. Y yo le decía: “No, ¿sabes qué?, es que yo no me quiero ir, no me quiero atravesar de ilegal, no me voy a atravesar con todo y mi niña de ilegal, yo no quiero eso”. Y manda dinero por los papeles y nos vamos [a solicitar la visa] y mandó pero no funcionó. Fui por primera vez al consulado y me dijeron que no. Me empecé a hacer más fuerte y empecé a ver que no [era] lo que quería y un día le entró [a mi esposo] eso de la inseguridad y decía: “No, es que tú has de andar con otra persona y estás trabajando”. Y yo no había pensado en eso, estaba sumergida trabajando. Y me hice más fuerte (entrevista 2S, Colima, 39 años, periodista, clase media baja, licenciatura, una hija).

Wood (1986) sugiere que el análisis de la soledad debe considerar las variaciones personales en las interpretaciones, con lo que es posible una comparación de las respuestas y el estudio de la construcción cognitiva de la experiencia. Esto es complejo al hacer el análisis ya que lo personal está ligado a la dimensión moral social de la emoción, al género, el estado civil y la edad de las mujeres en trevistadas. No obstante, el ejercicio es rico ya que permite ver dif erencias claras por estado civil, mas no en la edad de las madres solas, en el sentido y la condición civil de las mujeres que viven la soledad. Otro aspecto importante en el sentido de la soledad es el tiempo transcurrido entre la ruptura y la muerte de la pareja y el momento de la entrevista. A mayor cercanía de los dos eventos, mayor es la probabilidad de encontrar emociones negativas hacia la ex pareja o un proceso de duelo inconcluso. Esta consideración fue importante al seleccionar a las entrevistadas, por lo cual se descartó a las mujeres que tuvieran menos de dos años de haber roto con su pareja o que hubiese fallecido. Dos años no son garantía de una narrativa más ecuánime pero sí de una mayor asimilación de la soltería, sentidos y matices de la soledad. A mayor tiempo habrá una mayor conciencia y control sobre lo que daña, lo que fortalece y por ende, una reconstrucción de la propia identidad. Otro rasgo claro de las narrativas es que la separación conlleva dolor y soledad, emociones latentes en las narrativas de todas las entrevistadas, pero también sentimientos positivos que las alientan a romper con la relación y vivir en la soltería. Expresiones como “estaba que me moría… y

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ahora ya me da risa” y “me empecé a hacer más fuerte y empecé a ver que no [era] lo quería” hablan de la construcción cognitiva de la emoción, así como de los aspectos verbales y mentales asociados a ella que no han sido discutidos hasta ahora. Hochschild (1990:129) plantea que las emociones están reguladas por las ideologías de género que marcan las pautas de conducta. Las valoraciones morales convencionales de la soledad indican que no tener pareja equivaldría a no tener compañía o al “fracaso de la intersubjetividad”, como Wood (1986) la llama. Pero, ¿ser soltera implica sentirse sola, estar incompleta y/o desprotegida? 20 Las narrativas muestran la dualidad de la soltería entre las divorciadas y las separadas. Por un lado se reconoce la ausencia física y el dolor de la ruptura —aun cuando es un proceso superado su evocación está ligada a emociones profundas de dolor y pérdida— y por otro lado hay mayor estabilidad emocional, autoestima y sentimientos de bienestar que se experimentan tras ella. La ruptura para las divorciadas y las separadas no era una condición prevista. Las expectativas de la relación eran altas y de largo plazo (véase Cuevas, 2010, 2013b). Alborch (1999: 131) afirma que […] muchas mujeres fantasean sobre su vida cuando se casen y tengan hijos: el amor, la pasión, la ternura, la complicidad, el entendimiento… Como en las películas, todo maravilloso, todo modélico, incluso la superación de los problemas, que sólo se ven como elementos que sirven para afianzar su relación. Pero como ellas no son las autoras exclusivas del guión, pueden ocurrir imprevistos: quedarse solas, verse sustituidas, no ser felices, tener que reconstruir el espacio vital, el trabajo, la economía, las relaciones, el ocio, la cama.

Y en efecto, la ruptura sobreviene y es cada vez más frecuente. El número de familias encabezadas por alguno de los padres, en particular por mujeres, es cada vez mayor. Esto habla no sólo de cómo surgen sentimientos nuevos en emociones viejas no como producto de procesos de agencia, sino también de cambios macrosociales como el acceso al trabajo y la educación escolarizada. No obstante, la experiencia de esta emoción sigue siendo un proceso individual con reconocimiento social. Los fragmentos de las siguientes narrativas nos muestran aspectos claros de

20 Si bien esto es posible, también es pertinente no dejar de lado que aun cuando fueron las entrevistadas las que terminaron la relación o llegaron a un acuerdo de ruptura, en varias narrativas las mujeres se vieron desprotegidas o se refirieron a la necesidad de apoyo. Esto habla de la dificultad de pensar una vida sin pareja y el enorme peso de los modelos conceptuales patriarcales.

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esta dualidad, como bien nota Wood (1986). Veamos ahora qué sentimientos detona la soledad entre las madres solteras.

Las madres solteras Las madres solteras, al igual que las dos categorías de mujeres analizadas hasta ahora, asocian la soledad a la ausencia de una pareja y ello detona procesos de agencia en varios ámbitos. No obstante, a diferencia de ellas, la construcción de la soledad adquiere rasgos positivos cuando se valoran el afecto y la compañía que los hijos proveen. Veamos los siguientes ejemplos. Yo veo muchas parejas que dices tú “¡chin, pobre mujer, le trabaja de sol a sol y están sumidos en una situación peor que la mía y son dos!”. O veo muchas parejas que este viven de pleito que o sea que están mal, desde emocionalmente y económicamente que están peor que yo. Bendito dios mi hijo vive feliz porque vive un ambiente tranquilo, porque no tiene pleitos en su casa, él vive feliz yo lo percibo a un niño feliz. Él es mi compañía, me siento feliz y acompañada y pero sé no va a estar siempre, él aquí siempre conmigo (entrevista 6MS, Ciudad Guzmán, 40 años, propietaria de salón de belleza, clase media, licenciatura, un hijo). Pues lo que pasa es que a veces me sentía sola como toda mujer que cuando tenía pareja haz de cuenta que me hacían como querían y o sea, como que dije “Bueno, no toda la vida vas a depender de alguien, de un hombre, o sea, mejor tengo mi hijo y ya voy a dedicar a él, voy a luchar por él”. O sea, el papá de mi hijo fue importante para mí antes de aliviarme; ahorita fue importante hasta que el niño tuvo cuatro meses. Pero ahorita yo veo que es un hombre que no vale la pena, haz de cuenta nunca dependí de él, nunca le pedí nada, él dijo que me iba a apoyar pero nunca lo hizo [...] O sea, no creo que ocupe de él para salir adelante tanto el niño como yo. Los dos vamos estamos juntos y estamos bien, estoy muy bien (entrevista 5MS, Ciudad Guzmán, 34 años, comerciante de repostería, clase media, licenciatura, un hijo). Sí, ya mejor le dije [a él]: “No, así no; tú borracho todo el día y semanas y no. Así nomás no porque yo tengo que cuidar a mi hija y yo tengo que cuidarla a ella”. Y luego él cada rato estaba enfermo, cada rato estaba allá en el seguro. Me decía “yo me voy sólo cuando me vaya a internar”. Le digo: “No, tú sabes que yo no soy así, entonces a mí me interesa más mi hija porque tú te vas a enfermar y yo mi hija ¿dónde la voy a dejar? ¿Con quién la voy a dejar? ¿Y qué vamos a comer? Así es que mejor yo sola yo sabré cómo le hago. Mejor recógete con tu familia”, y aquí nos

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quedamos las dos tranquilas. Ella es mi compañía y siempre estamos las dos juntas, para todos lados vamos juntas (entrevista 1MS, Colima, 43 años, lavandera, clase baja, preparatoria incompleta, una hija). Yo pienso que estoy el doble de mejor. ¿Por qué?, porque un hijo es, a un hijo no lo cambias por nada, así que te hayas puesto a las parrandas de soltera; yo pienso que estoy mejor. A mí la vida me dio una, un giro así, claro, me ha dado muchos giros, ¿vea? Mi madre, mi hermana, las que se fueron. Pero con mi hijo, estoy, yo puedo decir que estoy plena como mujer, porque yo lo que más quería o lo que yo creo que toda mujer desea o quiere [es] un hijo [...] Yo estoy bien, me siento plena como mujer, me siento plena como madre, me siento plena como hija que fui de mi ma dre, me siento plena como hermana y como compañera y como conmigo misma. No le tengo miedo a la vejez, le tengo miedo a la soledad, pero a la soledad no me meto con ella, porque le ten go mucho respeto. Tú quédate allá y yo aquí, pero no le tengo miedo a la vejez. A veces mi hijo me ve las manos, me dice: “¡Mamá, ya estás viejita. O [me ve] las venas, ya estás viejita!”, pero estoy plena. Yo digo que me siento, se puede decir, ¿realizada? (entrevista 4MS, Ciudad Guzmán, 43 años, cocinera, clase baja, secundaria, un hijo).

Wood (1986) afirma que las definiciones cognitivas de la soledad deben considerar las categorías edad, sexo (el reconocimiento y experiencia de las emociones es más admitido en los estudios de masculinidad entre mujeres que en hombres (véase Seidler, 2000), una perspectiva comparativa transcultural (para identificar diferencias por grupos), diferencias personales (comparar las relaciones entre ocupación, etapa del ciclo de vida, origen cultural y compararla con otros en la misma situación) y el estado civil (con lo que podemos ver cómo influye en la interpretación y las causas de la soledad esta condición, así como su contenido cognitivo y conductual, lo cual para el presente estudio es medular). Esto lleva a cuestionar qué tiene de objetiva la emoción de la soledad como la autora propone. La respuesta no es sencilla porque en el análisis es difícil separar una categoría de la otra. No obstante, como encontré, hay claras diferencias al observar su construcción por género, estado civil y significación personal. En este sentido, su aspecto más objetivo es el reconocimiento de la fortaleza emocional y la autoestima que produce. Asimismo, las narrativas también muestran que su lado moral define las construcciones que de ella se hagan. La soledad tiene valencias positivas, mas se construye y vive dentro de los límites y valores del lenguaje patriarcal en donde la ausencia del otro —la pareja— es el referente para nombrar y significar tanto la compañía como la soledad.

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Las viudas En la narrativa de las viudas, a diferencia de las categorías anteriores, es evidente el dolor producido por la pérdida de la pareja y la valoración de las cualidades, compañía y ventajas de la vida conyugal. La soledad es descrita como tristeza profunda, desprotección y falta de compañía aun en los casos en los que el duelo ha pasado. La construcción social y cultural de su significado está marcada por el antes y el después de la muerte y a partir de la ausencia física, es decir, en los testimonios vemos que la ausencia de la pareja configura el sentido de la soledad y de su condición civil, al igual que en todos los casos anteriores, estimula el surgimiento de la agencia y una mayor conciencia del yo. La soledad me doblaba, la soledad y la falta de compañía, porque aunque no era hija de nadie viví con todas [mis tías] entonces había compañía, siempre había comida caliente porque había familia ahí ¿vedá? Y este me doblaba y me doblaba y siempre acudía con mi abuela […] Me acuerdo que tenía como siete meses de embarazo y a mí me dolía tantísimo la cabeza, me daban unas migrañas […] y así duré mucho sintiéndole así y hasta que, y así empecé, empecé a salir adelante y empecé a salir adelante y fue mi primer triunfo en esta vida fue ‘ver entrado al banco y salir adelante luego de que se murió (entrevista 5V, Guadalajara, 48 años, propietaria de salón de belleza, clase media, preparatoria, dos hijos). Me siento incompleta porque yo sigo pensando que el estado ideal es ser acompañado. Ahorita ya es [distinto], es un periodo muy bonito, estoy gozando la soledad porque ya que pasé ese, del periodo del dolor y que ya reciclé todo eso. Ya lo estoy gozando. Por eso digo [que] cuando ya superas el dolor, la soledad la disfrutas. Mientras no superes el dolor la soledad es devastadora, te desgarra, ¿ok? Aprendes, el chiste es aprender a disfrutar la soledad, pero no quedarte en ella (entrevista 2V, Colima, 50 años, abogada defensora, clase media, licenciatura, un hijo). Veo que he podido salir adelante con la ayuda de la familia, que he podido salir adelante porque es mucho muy duro, mucho muy duro la soledad en primer lugar y pues sacar a los hijos adelante. Pero sí, sí pude, ya me siento como con la bandera ya en el asta [...] (entrevista 1V, Colima, 54 años, cocinera, clase baja, secundaria, tres hijas).

Dicha construcción se debe, en buena medida, a que la relación fue deseada y a que hubo un proyecto conyugal y familiar. Esto es totalmente contrario al caso de las divorciadas, las separadas y la mayoría de las

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madres solteras, para quienes la ruptura produjo emociones poco convencionales asociadas a la soltería y la soledad o el fracaso de la subjetividad, como lo llama Wood (1986). Es decir, la manera en que termina la relación influye de manera sustancial en su construcción, así como en el surgimiento de valencias poco típicas y estudiadas asociadas a ella. No obstante, si bien la soledad produce la añoranza de la pareja, también permite la revaloración de las ventajas de la soltería. Esta dualidad es menos evidente que entre las divorciadas, las separadas y las madres solteras, pero determina que permanezcan solte- ras. Entre las viudas hubo mucha cautela a perder el patrimonio hecho o heredado tras la muerte de la pareja, a la restricción de las libertades ganadas y a asumir compromisos y ocupar un lugar subordi nado frente al otro, como lo indican los siguientes fragmentos de las narrativas. Me quedó como un trauma de, yo me la paso totalmente triste, afligida, mmm, preocupada, temerosa porque como que hace falta la pareja, hace falta a quién apoyar, con quién apoyarse. Porque mire uno de mujer sola dice uno, cuan, cuando uno tiene a su pareja le dice uno “oyes fulano, fíjate que hay el peligro de esto”. La respuesta luego es “no te mortifiques, le vamos hacer así” o “no pasa nada, no te apures”, ¿verdad? En cambio uno solo se hace uno la pregunta y uno mismo se la contesta porque dice uno “¡ay, Dios mío!, ¿cómo le hago?, ¿cómo le voy hacer a esto? ¡Ah! pus ya pensé, pus voy [a] hacerle así”. ¿Por qué? Porque está uno solo. Yo tuve la oportunidad de, mis hijos me decían [que me buscara a alguien] y se, una vez se me acercó un [hombre] y se me acercó; pensé en buscarme alguien y no pasarla tan afligida y para compartir pero [él] quería que le pusiera los papeles [de la casa] a él que para que lo respetaran [mis hijos], me di cuenta de eso y mejor dije me quedo yo sola (entrevista 6V, Tecomán, 64 años, empleada doméstica, clase baja, primaria incompleta, cinco hijos). No tengo ganas de volver a casarme porque no me interesa volver a tener la obligación porque volvemos a lo mismo, los hombres se sienten con el derecho de ordenarse en tu vida, de mandarte, y si tuve un buen esposo que me, me respetaba mucho y todo entonces ¿no? Digo, ¡sabrá dios cómo me fuera ir, yo a eso le tengo miedo y hasta cierto punto flojera en la cuestión de la obligación! Porque horita en mi calidad de sola pues rápido se arregla la ca sa, se arregla todo y me salgo ¿verdad? Y sin el pendiente de que “ay, que va a llegar a comer y ¿qué le voy a dar de comer? O que [...]”. A eso sí le tengo flojera. Pero sí quisiera una pareja a gusto, a gusto pero pues no porque luego los hombres quieren

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casarse, porque ellos quieren la comodidad, en qué, en que quieren a alguien que los atienda y si empiezas a salir con alguien, luego esa persona se siente luego como dueño de ti o como ya te empiezan a celar y eso es muy aburrido, ja ja ja (entrevista 3V, Colima, 58 años, empresaria de la construcción, clase media alta, li cenciatura, cinco hijos).

El análisis de las narrativas muestra que aun cuando entre las viudas las valencias de la soledad, los modelos a través de los cuales la definieron y el lenguaje usado para nombrarla fueron más convencionales, y los procesos de agencia y el surgimiento del yo aunado a su independencia económica le dieron nuevos sentidos a esta emoción. Las narrativas también indican una reconstrucción significativa de la identidad de género en donde la subordinación y el servicio al otro como parte del deber ser femenino fueron cuestionados y puestos en la balanza. Esto podría explicar por qué las viudas económicamente independientes —aun cuando esta independencia implique precariedad— prefieren la soltería que la vuelta a la vida conyugal. Las estadísticas muestran que las viudas, de manera histórica, son menos propensas que los hombres a un segundo matrimonio o unión (Dávila, 2005). Esto lleva a pensar en la pertinencia del análisis de la soledad como emoción y como estado civil, en donde la consideración de los factores históricos y micro y macrosociales son fundamentales para entender aspectos poco estudiados de las emociones. En los imaginarios sociales predominan valoraciones estereotipadas que relacionan a las mujeres sin pareja con el miedo, la vulnerabilidad, la desprotección y la tristeza —emociones que sin duda alguna experimentaron como muestran las narrativas aquí analizadas—, pero estas emociones no son permanentes y detonan procesos de agencia que buscan revertir las condiciones estructurales que vulneran. La revisión de estos modelos es pertinente y arroja luz sobre cómo surgen los procesos de agencia y la manera en que se reconstruyen las identidades de género en contextos históricos concretos.

reflexiones finales El enfoque constructivista de la soledad ha sido cuestionado por su alto contenido subjetivo al arrojar resultados diversos sobre la experiencia cognitiva a partir de la edad, el sexo, el factor cultural, las diferencias personales y el estado civil. Los datos generados por el presente estudio apuntan, aparentemente, en esta dirección. No obstante, esta diversidad de construcciones muestra la necesidad de revisar las significaciones y valencias tradicionales asociadas a la soledad, además de la persistencia de

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imaginarios en donde anidan dos rasgos objetivos de esta emoción. El primero es el dolor físico y emocional que la ausencia física y la imposibilidad de mantener una relación conllevan. Este comportamiento es reconocido y experimentado tanto por ellas como por los grupos sociales con los que interactúan como soledad. Armor-Jones (citado en Wood, 1986:196) afirma que la experiencia de una emoción implica el despliegue de los criterios de realización y práctica de sus tres dimensiones: los aspectos físicos (en dónde se localiza), los verbales (cómo se construye cognitivamente) y los mentales expresivos (cómo nos hace sentir). En este sentido, el lado individual-social de la soledad es reconocido y muestra además su lado moral (el deber sentirse sola) que Hochschild (1990) llama ideología de género. Por otro lado, la soledad es también una condición civil, social y cultural entre las madres solas, como argumenté al inicio de este documento. En este sentido, la soledad tiene dos acepciones conceptuales y empíricas, como lo muestra la presente discusión. Asimismo, es indiscutible que la consideración de la perspectiva de género y la agencia en el análisis narrativo permitió hacer valiosos hallazgos sobre los distintos significados de la soledad por condición civil y cultural. De aquí la necesidad de entender que esta emoción es tanto un reflejo de construcciones sociales y relacio - nes entre sujetos y estructuras como una condición civil deseada. La agencia en particular permitió ver su estrecha relación con las emociones y la posibilidad que ello dio al identificar el surgimiento en todas las categorías estudiadas de una mayor autoconciencia y autoestima. Asimismo, permitió distinguir que las divorciadas dijeron haber aprendido a estar con ellas mismas y hacerse cargo de sí mismas; las separadas aprendieron a valorar el mayor tiempo libre y la búsqueda de metas personales, como continuar su educación, tener otro empleo, etc.; las madres solteras valoraron la presencia de los hijos como una compañía invaluable, y las viudas desarrollaron una profunda conciencia del yo forzada por la muerte de la pareja. El análisis narrativo por condición civil también muestra el costo social, emocional y material de dicha estabilidad al confrontar el orden social que intenta someterlas a un papel de indefensión emocional, moral y económica, orden que logran cuestionar y revertir en el mediano plazo. Esto permite ver que las madres so- las no son víctimas y marionetas de la dominación masculina, sino agentes activos conscientes de sus emociones y su condición civil y de género, lo cual abona a su desvictimización. El análisis narrativo de las emociones también permitió identificar e interpretar tanto el vocabulario emocional como las constelaciones de emociones detonadas a partir de la ruptura y la muerte de la pareja. Con ellos se logró ver la especificidad de la condición civil y cultural de las

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entrevistadas en la experimentación de sus emociones y su condición civil. El análisis arroja luz tanto a las emociones como a la posición que las divorciadas, las separadas, las ma- dres sol teras y las viudas tienen que enfrentar, así como a las normas sociales y culturales que conlleva dicha condición. La discusión aquí desarrollada comparte la apreciación del construccionismo social de las emociones como actitudes internalizadas y representadas socialmente, que despliegan las dimensiones físicas de la emoción (doler la cabeza, el estómago, sentirse o creer morir, etc.), las verbales (pruebas que se superan y fortalecen) y las mentales expresivas (estar triste, ser vulnerable, ser fuerte, sentir confianza, etc.). La discusión de su construcción por categorías civiles y culturales muestra su dualidad. Por un lado, la de ser una experiencia individual y por el otro el reconocimiento social de las dimensiones físicas, verbales y mentales en quienes las experimentan. No obstante, la soledad como emoción y la soltería como condición civil tienen valencias tales como estabilidad, tranquilidad, fortaleza, independencia, libertad y otras constelaciones de emociones detonadas por la agencia ante el deber ser femenino. Estas valencias y condiciones no serían posibles sin entender la relación y posición de estos sujetos con la estructura económica: su trabajo, su ingreso y su escolaridad. La revisión de las narrativas en busca del vocabulario y las constelaciones de emociones fue central en el análisis. En esta búsqueda, el lenguaje usado por ellas fue fundamental para entender cómo dentro de los límites de ese lenguaje androcéntrico hay posibilidades de redefinirse.

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los hombres y las emoCiones: atisbos a Partir de las relaCiones de Poder en la PareJa Juan Carlos Ramírez Rodríguez*

introdUCCión ¿Cuáles son las emociones expresadas por hombres en un contexto de relaciones de pareja, entendidas como relaciones de poderresistenciacontrapoder (R-P-R-CP)? ¿Las emociones son construidas de manera que legitiman y reproducen condiciones de desigualdad entre los géneros? ¿Qué aspectos de la configuración del género de los hombres tienen preponderancia en relación con las emociones que éstos experimentan, identifican y expresan? El propósito de este trabajo es hacer una exploración tratando de encontrar algunas respuestas, aunque sea de manera parcial, a las preguntas referidas, y plantear otros cuestionamientos a fin de ir construyendo un campo temático para investigaciones futuras. No se trata de una revisión de la literatura sobre esta temática, de un estado del arte, sino de problematizar algunos aspectos sobre las emociones relacionadas con la construcción del género de los hombres, teniendo como un punto de partida una investigación empírica previa sobre el tema de las R-P-R-CP, desde la perspectiva de los hombres, en una población urbana, para lo que se utilizó un enfoque metodológico cualitativo (Ramírez, 2005). La violencia contra las mujeres, también reconocida como violencia basada en el género o simplemente violencia de género, adquirió una relevancia mundial en la década de los noventa del siglo pasado. Desde entonces ha permanecido como parte de la agenda política, de intervención y de investigación. La perspectiva femenina sobre el fenómeno ha sido central por obvias razones y se ha avanzado a paso mucho más lento en la comprensión del papel de * Universidad de Guadalajara.

[103] los hombres en este proceso, así como en las estrategias de intervención y en el planteamiento de políticas públicas que los involucren lo mismo

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como perpetradores que como aliados en la lucha contra la violencia hacia las mujeres (Barker et al., 2010; Flood, 2008; Naciones Unidas, 2006; Ramírez, García y Gutiérrez, 2013). Uno de los aspectos centrales en los procesos de transformación de los hombres que ejercen violencia contra sus parejas, así como en la prevención de la violencia de género, son las creencias sobre las relaciones de género y de violencia (Ramírez, 2013). Su análisis ha sugerido la importancia de las emociones como disposiciones para el mantenimiento de la desigualdad y la opresión, pero poco se ha avanzado al respecto. La identificación de las emociones como elementos que participan en estos procesos no es única, también se encuentran presentes en la problemática del desempleo creciente y la precariedad laboral cada vez mayor que enfrentan los hombres y en particular la población juvenil, no sólo en México sino en todo el mundo (Narayan, 2000; López, 2008). Estos dos ámbitos son sólo ejemplos de cómo las emociones pueden estar jugando un papel central en la configuración del género de los hombres. Por tanto, para continuar avanzando en los procesos de transformación hacia una sociedad más igualitaria con equidad y en la que se afronten y modifiquen las estructuras de poder que reproducen la dominación entre los géneros e intragenéricamente, se presenta como ineludible el estudio sistemático de las emociones como elementos constitutivos del género de los hombres. En esa dirección se inscribe este trabajo preliminar.

PreCisiones teóriCas La violencia de género tiene múltiples espacios y formas de expresión. Uno de los más elocuentes por el nivel de vulnerabilidad en que se encuentran las mujeres es el de las relaciones de pareja en el interior de las familias. En tal contexto, la R-P-R-CP es la base sobre la que se construye la subordinación o la autonomía. Por tanto es pertinente tener claro qué entender por esta relación; asimismo es necesario aclarar qué entender por masculinidad o género de los hombres (gh) y, desde luego, cómo entender las emociones. En con junto conforman una tríada de elementos conceptuales de la discusión que se propone. El GH es un proceso relacional entre sujetos que implica la significación corporal acorde con el ciclo vital y el tiempo secular en un contexto sociocultural particular en el que juegan relaciones de poder-resistenciacontrapoder. Como construcción social incide en el sujeto y lo transforma, y éste posee elementos que pueden modificar la estructura social, pues se trata de una relación dialéctica sujeto-estructura indisoluble. La masculinidad, por tanto, es una red de relaciones complejas de

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interconexión múltiple y no una relación de dependencia entre estructura social que determina al objeto sexuado. La práctica genérica de los hombres puede ser asumida de manera inconsciente y/o consciente con una tendencia a reafirmar asimetrías y/o buscar alternativas de cambio en las relaciones entre hombres y mujeres, entre hombres y entre mujeres (Ramírez, 2005). Por R-P-R-CP se entienden las que transitan desde la guía (entendida como la enseñanza que busca orientar las acciones del otro) hasta la imposición mediante el uso de la fuerza física, las que se contraponen con resistencias subrepticias, la confrontación, hasta la conformación de discursos que disputan la legitimidad de representación social de los géneros, entonces hay que considerar un rango amplio de relaciones sociales de esta naturaleza. Las R-P-R-CP pueden adquirir una faceta que podría denominarse como suave cuando hay una aceptación tácita de la guía ejercida por el hombre. Una segunda es lo que denomino como R-P-RCP coercitiva cuando el ejercicio de poder recurre a imposiciones francas que pueden llegar hasta el uso de la fuerza física, y existe desde una aceptación tácita hasta una confrontación como una resistencia también franca y la disputa por la representación del género. Una tercera posibilidad es la que recurre a la negociación como una alternativa de relación, la R-PR-CP tiene una orientación expositiva por ambas partes y existe un acuerdo de respeto y apoyo mutuo entre sujetos tendiente a establecer una relación simétrica. A ésta la denomino R-P-R-CP expositiva, en contraposición con otra que tiene carácter impositivo y que engloba a las anteriores (suave y coercitiva).21 La dimensión social de las emociones exige entenderlas como portadoras de significados e interpretaciones dependientes del contexto social y cultural que las define y modela la manera como deben ser experimentadas, las circunstancias, los momentos, la intensidad con que deben expresarse, (re)creándose en las interacciones intersubjetivas. Para comprender las emociones con este enfoque es necesario describirlas considerando las sensaciones corporales que producen, las formas como se expresan gestualmente y las acciones a las que incita, la situación social en la que surgen y la cultura en que se enmarcan. Así se aprehende y se aprende un vocabulario emocional, normas, valores y creencias que lo rigen (Gordon, 1990; Le Breton, 2009). Las emociones son dispositivos para la acción (Bourdieu, 2000; López, 2011) que promueven y recrean o cuestionan los procesos y sistemas de diferenciación y prestigio social, la exclusión y las desigualdades sociales (Turner, 2011), entre ellas las de 21

Una discusión detallada de la concepción de R-P-R-CP se encuentra en Ramírez (2005).

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género (Hochschild, 2003), esto es, entre hombres y mujeres, entre hombres o entre mujeres en los distintos espacios de relación social, entre los que se encuentran los familiares, las redes sociales, laborales, educativas y políticas. En lugar de ver las emociones como artefactos esencialistas, naturalizados, universales, ligados a una animalidad incontrolable y dañina, la perspectiva social constructivista y cognitiva permiten un acercamiento que contribuye a comprender, en este caso, las relaciones sociogénericas, y en particular la perspectiva de los hombres sobre las mismas (Galasinski, 2004). Las emociones son sentidas, entendidas, expresadas, etiquetadas lingüísticamente y transformadas en actos (Lutz, 1998; Perinbanayagam, 1989). En otras palabras, guían la acción humana y le dan sentido (Enríquez, 2009; López, 2011) porque forman parte de la convención social. La perspectiva dominante de la masculinidad considera las emociones como una expresión simbólica de la feminidad. La autocontención, la autocensura emocional que hace el propio hombre es pieza clave para erigirse como sujeto masculino, siendo una manera de experimentar seguridad y poder (Corsi, 1995; Kaufman, 1997). Esta manera de configurar la masculinidad dominante se desarrolla sin que los sujetos lo sepan, sin ser plenamente conscientes de ello. Se aprehende y se refuerza reiteradamente bajo la presión difusa en los grupos en que se socializan los sujetos (Oransky y Ma recek, 2009). Más que analfabetismo emocional, los hombres aprend en a expresar ciertas emociones y/o a transmutar otras como la ternura, el miedo y la inseguridad por aquellas que son culturalmente aceptadas entre los hombres, como la ira, el enojo, el mal genio. Exist e una selección emocional normalizada socialmente (Seidler, 2000), de otra manera, se expone a un juicio desfavorable por “dejarse llevar” y no responder a las convenciones sociales de las que con mucha dificultad se podría apartar el sujeto (Le Breton, 2009).

PreCisiones metodológiCas El estudio aquí expuesto está basado en información de una investigación cuya pregunta central fue: ¿cómo se construye la relación de violencia en la pareja desde la perspectiva de los hombres? Las emociones no fueron un objeto de estudio intencionado, sin embargo, dada la temática discutida, la densidad y riqueza de la información me ha permitido hacer una relectura utilizando la lente de las emociones desde una perspectiva sociocultural vinculada a las relaciones de género. Además de la descripción, se

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problematizan los hallazgos y se lanzan preguntas que pueden ser de utilidad para el desarrollo de investigaciones futuras. El estudio original utilizó una serie de recursos metodológicos y técnicos diversos.22 Para este análisis utilizo las entrevistas centradas en cómo un fenómeno de orden sociocultural, como es la violencia, descansa en las R-P-R-CP que establecen los hombres con sus parejas en un contexto de asimetría intergenérica. Mi estrategia fue invitar a los hombres a “platicar” sobre sus experiencias en la formación de sus familias. El tema de la violencia surgió sin que los hombres se sintieran amenazados, juzgados o cuestionados, sino como parte de las propias relaciones. Los detonantes para obtener narrativas que me permitieran responder la pregunta citada estaban en la familia de origen, sus relaciones y normas que las regían, las responsabilidades y derechos respecto de la pareja, hijos e hijas, la familia de origen, el aporte y la distribución del ingreso en la familia, la trayectoria de la relación de pareja identificando las tensiones, conflictos, soluciones y la toma de decisiones, el gobierno de la familia/ejercicio de autoridad del hombre, la participación en actividades domésticas, sus trayectorias escolares y laborales, las relaciones de pares en función del ciclo de vida y los espacios en que se desarrollaban, las actividades recreativas, el consumo de alcohol y drogas, las representaciones sobre los géneros confrontando normativas y prácticas. A lo largo de las entrevistas se alude a las emociones de manera reiterada en función de los distintos as pectos antes mencionados. A fin de ir conformando un esquema de las emociones y el contexto que les da sentido, se hizo una enumera ción de las mismas que apunta a pensar en un repertorio de emocio nes. Una vez identificadas las emociones, se seleccionaron aquellas que guardaron similitud y que pueden constituirse en un grupo emocional. Finalmente, se buscaron las emociones que están presentes en las relaciones familiares. Los 22 hombres entrevistados (20 clasificados como que sostienen R-PR-CP impositivas y dos expositivas) conformaban tres cohortes generacionales menores de 40 años (jóvenes), entre 41 y 60 años (adultos) y mayores de 60 años (ancianos). Todos vivían en la colonia Constitución (La Consti) que pertenece al sector popular urbano. La Consti está ubicada en el norte de la zona metropolitana de Guadalajara. Es una población que labora de manera predominante en el sector servicios e industrial de baja y mediana calificación. Entre las tres cohortes se completa el proceso de migración rural-urbano, mientras que los ancianos nacieron en otros estados o en poblaciones pequeñas de Jalisco, todos los jóvenes nacieron en La Consti. Los niveles de escolaridad se incrementaron conforme la 22

Para mayor detalle véase Ramírez (2005).

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cohorte era más joven. El número de hijos tuvo una relación inversa con la edad y todos se encontraban unidos al momento de la entrevista. Para este ejercicio seleccioné cuatro entrevistas considerando la potencialidad y capacidad narrativa de los individuos. Tres sostenían R-P-RCP impositivas y uno expositiva. Tres eran jóvenes y un adulto, ninguno anciano. Sus características generales son las siguientes: Armando (R-P-R-CP expositivas): 38 años; 14 años de vivir en La Consti, lugar en el que establece su unión con Carmen, con quien tiene una hija; estudió la preparatoria y es técnico industrial. Pablo: 47 años; 38 de residir en La Consti, donde se casa con Ali cia y tiene siete hijos; nace en Guadalajara; primaria incompleta. Joaquín: 31 años, 29 años de residir en La Consti, donde nació y se casó; terminó la secundaria y tiene tres hijas. Víctor: 24 años, nace y se casa con Esther en La Consti; terminó la secundaria y no tiene hijos.

las emoCiones exPresadas Por hombres qUe sostienen r-P-r-CP imPositivas y exPositivas

Los hombres en los estudios de la masculinidad se han considerado como sujetos racionales con una escasa, limitada e incluso nula expresividad emocional (Seidler, 2000), posición que ha sido criticada como simplista y esencialista, producto de un modelo occidental que considera a los hombres como racionales y a las mujeres como emocionales (Galasinski, 2004). Comparto esta perspectiva ya que, como se verá a continuación y en primer término, existe un repertorio emocional importante entre los hombres, se describe la valencia (Elster, 2001), su posible vínculo con la condición socioeconómica y la temporalidad de las emociones. En seguida se muestran las emociones enunciadas con mayor frecuencia y se sugieren algunas interpretaciones en relación con el género. Para finalizar, se presenta la relación entre emociones y familia para cada uno de los casos. resUltados de la investigaCión

Un primer acercamiento a las emociones referidas por los hombres En el cuadro 1 se muestra el concentrado de términos relacionados con las emociones. Varios aspectos llaman la atención. Lo primero es el número considerable de emociones enunciadas en los cuatro casos seleccionados sin que fueran el objeto de estudio. Desde luego que la violencia en las relaciones de pareja que tienen como contexto las R-P-R-CP conlleva de

Armando (23)

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manera intrínseca un contenido emocional significativo debido a las distintas aristas de las relaciones que se establecen en las relaciones íntimas y en general entre los miem bros de la familia. Existen muchos elementos de tensión, de conflicto que tienden a resolverse mediante la imposición y, como se verá más delante, las emociones forman parte de las mismas. La identificación de emociones a través de la conversación permite ir reconstruyendo un vocabulario particular que forma parte de la cultura emocional de un grupo (Gordon, 1990), que en este caso se conforma de personas que comparten características socioeconómicas específicas porque constituyen un sector popular, desarrollan actividades laborales como obreros y empleados de baja y mediana calificación. CUadro 1 emoCiones referidas Por los hombres Pablo (65)

Joaquín (43)

Víctor (19)

oraje cho a enojarte cho a ser xplosivo esconfianza ncabronado nfado xplosivo rustración arto mpotente acundo Me arrepiento Me aterraba Me enojó Me molestó Miedo o están a gusto ánico reocupación onstante resión emorder la onciencia encor roné

3)

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(-) Aguantarse (+) Alegría (+) Amor (-) Apatía (+) Bien chido (-) Carga mental (-) Cargando hasta que… (+) Cariño (-) Celos (-) Coraje (-) Culpa (-) Dolor (-) Emocionalmente amolado (-) Enojar (-) Envidia (-) Es un peso que traigo encima (-) Explotar (-) Falta de cariño (-) Falto de amor hacia mi (-) Frustraciones (-) Hasta que ya me ando ahogando (-) Hundimiento muy drástico (-) Intranquilo (-) Irritado La siento una parte de mí (-) Malestar con mi mujer (-) Malestar con mis hijos (-) Me asustó (-) Me ciego (-) Me encendí (-) Me enciende (-) Me entristece (-) Me irrita (-) Me molestaron

(+) Agarrar más cariño (+) Agarrar respeto (+) Amor (+) Amoroso (-) Celos (-) Cohibir (+) Confianza (-) Coraje (-) Culpable (-) Desconfianza (+) Disculparse (-) Dolor (-) Echando chispas (-) Encabronadas (-) Encabronadísimo (-) Encender rápido (-) Enfado (-) Enojo (-) Gustoso (-) Humillante (-) Imperdonable (-) Ira (+) Justicia (+) Los quiero (+) Me quería bien mucho (-) Miedo (-) Molesta muchísimo No sé qué sentía (-) Nostalgia (-) Ofendido (-) Presumir (-) Rechazo (-) Resentimiento (-) Sacar de onda (+) Satisfacción (-) Se me sube (+) Sentirse bien algo sagrado

(+) Agradecido (-) Arrepentido (+) Cariño (-) Celos (+) Confianza (-) Desconfianza (-) Dolor (-) Enojo (-) Envidia (+) Hacer bonito (-) Miedo (+) Nobleza (-) Odio (+) Orgullo (-) Quemando la piel (+) Quiero bastante (-) Rencor (-) Sufrir (-) Vergüenza

CUadro 1 (ContinUaCión) Pablo (65)

Joaquín (43)

Víctor (19)

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(-) Me oscurece todo entendimiento (-) Me saca de quicio (-) Me sale el otro yo (-) Me siento hueco (-) Miedo (-) Molesta uso de anticonceptivos (-) Nervioso (-) No grato No puedo expresar lo que siento (-) Preocupación (-) Prepotente (-) Problemas emocionales (-) Reprimió (-) Resentimiento (+) Satisfacción (+) Sentir calor de una mamá (-) Sentir esa carga algo pesadita (+) Sentirme bien con el vestuario (+) Sentirse bien (-) Sentirse con más derechos (-) Sentirse mal (-) Siento necesidad de cariño (-) Siento necesidad de comunicación (-) Siento necesidad de ella Siento que tengo la razón (-) Sufrimiento (-) Temor (+) Tranquilo (-) Tristeza (-) Vengarme (-) Vergüenza

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(-) Sentirse mal medio cabrón (-) Sentirse mal moralmente Sentirse mayor (-) Simular estar ofendido (+) Valor (+) Valorizar

Segundo, la condición de placer (bienestar)-displacer (malestar, dolor) como la valencia de cada emoción (Elster, 2001). Al respecto existe una clara predominancia de emociones con valencia negativa, esto es, con una carga de displacer (aparecen con un signo negativo en el cuadro 1). La

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relación entre emociones positivas y negativas es de 0:21 para Armando; 9:53 para Pablo; 11:29 para Joaquín; 7:12 para Víctor. Para el caso de Armando, quien establece una R-P-R-CP expositiva, ninguna de ellas es positiva, a diferencia de los otros tres casos que mantenían una R-P-R-CP impositiva en que aparecen amor, cariño, confianza, agradecimiento, orgullo, satisfacción. También hay algunos términos cuya valencia no es posible identificar; por ejemplo, en el caso de Armando: “derecho a enojarse”, “derecho a ser explosivo”, en los que se entrelaza un elemento cognitivo (tener “derecho a”) y otro de orden emocional (el “enojo”, la “explosividad”). Es un argumento que sugiere una legitimidad social que considera le asiste para poder expresar su emotividad. No es una característica o condición personal que lo respalda, sino un orden establecido que homogeneiza a toda persona, en este caso como sujeto de derechos. Por otra parte, Pablo refiere “siento que tengo la razón”, en ello la racionalidad se respalda en un estado de ánimo. Tercero, como se expuso previamente, la población incluida en este estudio corresponde a un sector popular. Turner (2011) es categórico en afirmar que las emociones tienen una relación íntima con las clases sociales, conforme a lo cual en la clase baja predominan emociones negativas, y en las altas, aquellas consideradas como positivas (placer). Sin tener un punto de comparación, es aventurado hacer afirmaciones en un sentido u otro, no obstante, llama la atención la predominancia de aquellas que tienen una valencia (Elster, 2001) que descansan en el displacer, sin olvidar que tres de ellos eran considerados como hombres que mantenían una R-P-R-CP impositiva, pero también que aquel (Armando) que se catalogaba como parte de quien establece una R-P-R-CP expositiva no refirió ninguna emoción positiva. En próximas investigaciones habría que considerar ámbitos temáticos en los que las emociones positivas tengan una ventana de oportunidad para ser exploradas. Cuarto, otro criterio o característica de las emociones es el tiempo, emociones de corto o largo plazos. El mismo Gordon (1990) señala que las emociones de largo plazo son las que tienen particular interés para el análisis social. Solamente contando con la declaración enunciativa de las emociones, es difícil poder sostener el carácter temporal de las mismas, no obstante, considerando éste como un ejercicio para acercarse al fenómeno, me atrevo a señalar aquellas que, desde fuera, como un observador, le asigno el carácter temporal, mismo que debe ser explorado en estudios subsiguientes. Entre ellas se encuentran: la nostalgia, el resentimiento, la envidia, el odio, el orgullo, el rencor, la culpa, la preocupación constante. En cambio, otras son emociones intensas y de corta duración, entre las que destacan las relacionadas con el enojo.

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Género de los hombres y emociones: para pensar en sus intersecciones Un buen número de las emociones enunciadas en el cuadro 1 están relacionadas y podrían incluso considerarse como sinónimos, pero no sólo eso, sino que ofrecen una perspectiva de gradiente de intensidad; por ejemplo, el enojo tiene como sinónimo a la vez que gradiente las siguientes: sacar de onda, irritado, coraje, encabronado, encabronadísimo e ira. En el cuadro 2 agrupé aquellas que consideré hacían alusión a emociones similares y por tanto formaban parte de un grupo emocional. Se muestran las emociones predominantes de acuerdo con el número de menciones y si eran referidas por al menos dos de los cuatro casos. Las emociones que cumplieron con estos criterios fueron un total de 15. Las referidas por los cuatro casos fueron: enojo (33 veces), miedo (26), explosividad (12), culpa (7). Emociones que, como veremos más adelante, están asociadas a una diversidad de aspectos en la vida relacional de estos hombres; un ejemplo es el enojo como el coraje, el estar encabronado, irritado, la ira. El miedo como el temor, el estar aterrado, el pánico. La culpa como el arrepentimiento, remorder la conciencia. El número de menciones es elevado sobre todo en los casos de Pablo y Joaquín. Se pudiera pensar que está relacionado con la extensión de las entrevistas realizadas y como consecuencia una mayor ventana de oportunidad para que éstas aparezcan. Otra posible explicación es la de haber participado en grupos de Alcohólicos Anónimos, en los que se socializan las experiencias y se exponen a mensajes en los que las emociones tienen un peso específico importante. Por tanto, es una manera de aprender acerca de ellas, identificarlas y expresarlas.

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Veamos con detenimiento las cuatro emociones más mencionadas. Kaufman (1997), en su texto “Los hombres, el feminismo y las

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experiencias contradictorias del poder entre los hombres” y después en “Las 7 P’s de la violencia de los hombres”, (Kaufman, 1999) afirma que una característica de la configuración de los hombres en relación con las emociones es el control de las mismas, en particular de aquellas que pueden colocar al sujeto en una posición de vulnerabilidad, asociadas a la expresión de emociones consideradas como feminizantes. Un efecto de tal control es, entre otros, la acumulación de tensión que tarde o temprano se expresa de manera explosiva, como una peculiaridad de los hombres. Habría que preguntarse si éste es un fenómeno exclusivamente de acumulación de tensión o una forma socialmente aprendida que legitima el ejercicio de poder, el mantenimiento de relaciones asimétricas entre hombres y mujeres, o una combinación de ambas que tiene espacios y formas socialmente aceptadas y promovidas que sustentan ciertas formas de concebirse como sujetos de masculinidad. También hay que preguntarse si ésta es una característica generalizada entre los hombres o si es una práctica en ciertos grupos o sectores. De ahí surge la necesidad de cuestionar el componente ideológico que favorece la recreación de formas estereotípicas del género de los hombres. La explosividad tiene una línea de continuidad con el enojo. Éste a su vez tiene un gradiente que va de “sacar de onda” hasta la ira (véase el cuadro 2). Se ha documentado que los hombres que ejercen violencia contra sus parejas y participan en programas reeducativos identifican el enojo como un elemento de intimidación y control (De Keijzer, 2013). La observación del efecto que produce aparece como un aprendizaje individualizado, es una manera de chantajear a la pareja, una forma de manipulación, incluso como un acto performativo. Por ejemplo, Joaquín menciona “simular estar ofendido” (véase el cuadro 5) ante situaciones comprometedoras, dislocando la atención ante cuestionamientos hechos por la pareja, por ejemplo: relaciones extramaritales, alcoholismo, maltrato de los hijos e incumplimiento de acuerdos, por mencionar algunos. A pesar de ser producto de un aprendizaje individualizado, en el contexto de las relaciones de género asimétricas reafirma y potencia la dominaciónsubordinación, ya que a las mujeres se les enseña, ante situaciones de agresión, a comportarse con amabilidad y a adoptar una posición subordinada, en cambio a los hombres se les exige imponerse ante el cuestionamiento o el quebrantamiento de las normas reaccionando con enojo (Hochschild, 2003). En este sentido es una emoción creada y modulada que se intensifica para presentarse ante su contraparte, se conjunta un elemento cognitivo (conoce la reacción que genera: intimidación, miedo, etc.) y la experiencia so mática (tono e intensidad de la voz, rubor de la piel, etc.) (Gordon, 1990).

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El contexto familiar es uno de los espacios de relación social en el que el enojo se manifiesta de manera preponderante (otros son el laboral y el vecinal) (Schieman, 2007). Las responsabilidades con los hijos y las tareas domésticas descansan fundamentalmente en las mujeres y con frecuencia generan tensión en la pareja que llevan al enojo. El dinero es otra fuente importante de tensión de las relaciones en la pareja, generándose emociones de hostilidad, irritabilidad y enojo, especialmente para los hombres ya que cuestiona su mandato como proveedor. Johnson y Shulman (1988) documentaron las experiencias y expresiones emocionales en mujeres y hombres, las más frecuentes e intensas se registraron entre las mujeres, a excepción del enojo, que predominó entre los hombres. Enojarse parece ser una emoción no solamente aceptada sino estimulada entre los hombres y quizá, podría decirse, legitimadora de una forma de configurarse como sujeto de masculinidad. Otra emoción compartida es la “culpa”, “remorder la conciencia”, “estar arrepentido”. ¿Cuáles son los mecanismos de regulación de la culpa entre los hombres? ¿Cuáles son los elementos de tensión que no están resueltos y que contribuyen a que esta emoción permanezca por larg os periodos? ¿Con quiénes se comparte esta emoción y en qué espacios? ¿Cómo afecta las relaciones sociales, en particular las que se mantienen con distintos miembros de la familia? La noción de “gobierno”, ampliamente utilizada entre la población de La Consti, está asociada al ejercicio de la autoridad, el ejercicio de poder e incluso a ciertas formas de ejercicio de violencia considerada por los hombres como legítima, coligada esta última al “derecho de corrección”. Sin embargo, su ejercicio “legítimo”, aceptado y con frecuencia incentivado, en no pocas ocasiones genera “culpa”, que no puede expresarse porque es un signo de debilidad, porque entonces ¿quién será el que gobierne a la familia? La culpa se ha interpretado como resultado de transgredir la norma moral, es un atentado a las reglas establecidas socialmente (Turner, 2011). Las perspectivas estereotipadas sobre el género y las emociones asocian a las mujeres con emociones relacionadas a la vulnerabilidad, como la tristeza y el miedo, y a los hombres con aquellas re lacionadas a posiciones de poder y dominación, como el orgullo y el enojo (Shields, Garner, Di Leone y Hadley, 2007). Resulta paradójico que la segunda emoción enunciada con mayor frecuencia entre los hombres sea el miedo, que es un signo de vulnerabilidad, de feminidad. ¿Cómo entender esta paradoja? El miedo en sí mismo no aporta elementos de explicación sino en la medida en que se pone en juego con otras emociones y con el contexto en que éstas tienen lugar, en este caso las relaciones intergenéricas y familiares. Kemper (1990) considera las interacciones entre sujetos considerando tres

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componentes: poder, estatus y emociones, aplicable a las relaciones de género que nos ocupan. Las relaciones de poder son desiguales entre hombres y mujeres, y favorece a los primeros; el estatus, esto es, el reconocimiento social, también concede un plus valor a lo que hacen los hombres y su combinación tiene consecuencias emocionales. De esta manera, un hombre con un creciente poder le genera una sensación de seguridad frente a una mujer que pierde poder. Una situación contraria ocurre cuando la mu- jer in crementa su poder, entonces en el hombre generará ansiedad y miedo. Ahora bien, los efectos en las emociones no solamente están dados por situaciones fácticas, esto es, el constatar una pérdida o ganancia de poder, sino también como un efecto anticipado; en otras palabras, ante una situación que no ha ocurrido pero que es previsible que no llegue a ocurrir; por ejemplo, si un hombre anticipa la posibilidad de incrementar su poder o la disminución del poder de la mujer pero no ocurre ninguna de las dos, generará ansiedad y miedo. Otra posibilidad es que si el hombre anticipa que su poder disminuirá y el de la mujer se incrementará y no ocurre ninguna de ellas, esto podría generar en él sentimientos de calma y seguridad (Kemper, 1990). Por su parte, Barbalet (2001) propone tres contingencias ante la relación entre poder y miedo: a) cuando la falta de poder es atribuida a la propia incapacidad, entonces genera miedo y conduce a una lucha, a la confrontación con el otro; b) cuando el otro es visto como responsable de la pérdida de poder, el miedo conduce a la agre sión y la confrontación; c) cuando el miedo implica incertidumbre acerca del futuro, independientemente del origen de poder insuficiente, genera ansiedad, que conduce a la inacción.23Kaufman (1997) considera que el poder es contradictorio entre los hombres porque la autopercepción de carencia de poder genera miedo asociado a la vulnerabilidad femenina, y para acallarlo ejerce poder por medio de acciones destructivas, atentando contra el otro: 1) un primer blanco es la mujer, 2) contra otros hombres que no cumplen la ecuación de la heteronormatividad/heterosexualidad y 3) contra sí mismo (conductas autodestructivas) para acallar el propio miedo y autorreconocerse como sujeto de masculinidad. Estas posibilidades interpretativas sobre el miedo, aplicables a la configuración del género de los hombres, no son contradictorias ni excluyentes entre sí y dejan entrever que el miedo es una emoción que dispone a la acción con consecuencias para las relaciones de género más o menos previsibles.

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Cuando se toma conciencia del miedo y se reconoce una falta de poder, entonces puede transformarse en movimientos sociales que promueven el

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Emociones en relación con la familia Ahora quiero resaltar algunos aspectos particulares sobre las emociones enunciadas por estos hombres al referirse ya sea a la familia de origen o a la familia actual. Armando, quien ha establecido una R-P-R-CP expositiva, tuvo una infancia y adolescencia marcada por la violencia en su familia de origen. La molestia, la preocupación, el miedo, el explotar, el enojo, la impotencia y la desconfianza, esto es, todas las emociones expresadas, salvo la culpa, están referidas a ciertos aspectos de las relaciones con sus padres y hermanos, y en todas, la violencia es el eje que las articula (cuadro 3). Es el ejercicio de poder contenido y cuestionado por el propio Armando. La violencia que el padre ejerce sobre la madre, pero no sobre él y sus hermanos. Quien ejerce la violencia es la mamá, una violencia que se descarga sin existir un motivo que la justifique, como una manera de desquitarse de aquello de lo que ella es objeto por parte de su pareja. La violencia reiterada por el padre contra la madre choca contra el hartazgo de Armando. Primero les cuestiona su forma de relacionarse, le advierte a su padre que no tolerará más sus incursiones violentas y después cumple llevándolo a la policía para que lo detengan y encarcelen. La espiral de violencia en la que vive Armancambio y conducen a redistribución del poder, del dinero y en general de los recursos (Barbalet, 2001), lo que es aplicable a los movimientos de mujeres y feministas y también empieza a observarse en algunas movilizaciones de hombres.

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do no es un hecho aislado en la colonia donde vive, reconoce que es algo sabido pero enmarcado en un “silencio cómplice”, nadie habla de ello. El

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siguiente paso tomado por Armando es enfrentar a su madre, a la que no le permite que le siga maltratando. Después limita los lances de violencia que ejercía ella contra sus hermanos. Todo este proceso de resistencia transcurre cuando tenía aproximadamente entre siete y 14 años. Armando ha construido una forma alternativa de relación con su pareja y su hija basada en un proceso de autoformación, de reflexividad crítica en el que sus interlocutores no los encuentra necesariamente en la comunidad, sino en los libros y en particular en su pareja, Alejandra, que ha cuestionado el papel que le quisieron imponer en su casa, basado en una visión estereotipada de mujer “estación de servicios”. La molestia, la preocupación, el explotar, el enojo, siguen presentes, pero ahora no es la violencia el eje articulador, sino la construcción de autonomía y de acuerdos que tensionan pero no encuentran solución en la imposición, sino en la apropiación de una noción ciudadana, los derechos. De ahí que Armando mencione el derecho a enojarse, a explotar, pero nunca a imponer. La preocupación es constante por la manutención y el cumplimiento de las tareas domésticas, la conciliación entre el mundo laboral y familiar se torna en un eje de tensión y no tiene una solución permanente ni fácil. Por otra parte, las llamadas de atención a su hija y los castigos que le im pone le generan culpa, por lo que levanta las sanciones, lo que a su vez le origina conflictos con su pareja, quien le reclama que no sea firme y exija que la hija cumpla con el castigo impuesto. Pablo, desde los seis años de edad se avecindó en La Consti, nunca terminó la primaria. Ahí, en la cuadra donde vivía, conoció a la chica con la que se casó, Alicia, y procrearon siete hijos. Aunque tuvo distintos empleos, ha sido la pintura de casas habitación su principal medio de sustento, del que obtuvo ingresos considerables que despilfarró, anteponiendo su bienestar al de su familia. Con la edad el alcoholismo es un lastre del que está tratando de liberarse en un grupo de Alcohólicos Anónimos. Su infancia la vivió con distintos familiares porque su madre murió cuando él era un niño. Después su padre lo responsabilizaba de la vigilancia de la madrastra y le exigía que le informara de lo que ella hacía en su ausencia (era operador de camiones foráneos de carga), además de cuidar a sus medios hermanos, lo cual generaba mucha tensión en Pablo, ya que la consideraba una responsabilidad impuesta, lo exponía a castigos y vivía con miedo al padre y a la madrastra. Una vez casado y debido a su irresponsabilidad para cumplir como proveedor, la esposa empieza a trabajar, a tener ingresos propios y a generar autonomía y una posición desde la cual le llama la atención por su irresponsabilidad como proveedor, por su comportamiento dentro de la casa y por beber. Él mismo reconoce el temor que le ocasiona no poder solventar los gastos de la casa. Alicia le exige que se responsabilice de actividades domésticas, lo que Pablo

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considera una imposición que no está dispuesto a cumplir. La relación afectiva entre Alicia y sus hijos (la abrazan y besan) le genera a Pablo irritación, celos, envidia, coraje. JCRR: ¿A ti te gustaría hacer lo que ellos hacen?

Pablo: ¿Me gustaría hacer lo que ellos hacen? ¡No! ¡Yo eso lo hago! Llego y la apapacho y la abrazo, la beso. Eso no es un impedimento ni mucho menos, pero no me satisface que lo hagan ellos. La envidia es a lo mejor porque no me lo hacen a mí. JCRR: ¿Te gustaría que te lo hicieran a ti? Pablo: Me gusta y me siento bien cuando lo hacen, porque lo han hecho y me llena de satisfacción, un sentimiento, cómo se puede decir, me siento tranquilo, me siento bien. JCRR: ¿Te gusta? Pablo: Pero a la vez he ahí la cuestión, por ejemplo, cuando lo hacen me siento bien, halagado, me siento a todo dar, pero con eso hay momentos en los que no sé, muchas veces, cómo te puedo decir, de aprovecharme de esos lapsos de cariño que tienen para imponerles algo, para hacerlos a mi molde, según yo, pero pos no es posible, luego comienza el retiro de nuevo. Entonces pues, ahí es donde sufro y bastante, lo malo es que no puedo, no he podido o no he querido tratar de reprimir ese, ese sen timiento que sale de querer presionar. JCRR: ¿Y ellos optan por la retirada? Pablo: Sí, pues es lo más lógico, así es. JCRR: Y ¿tú les dices eso?, ¿les hablas de ello? Pablo: No, nunca he tenido la oportunidad, no me he dado la oportunidad de expresar eso.

Sin desconocer los diversos aspectos de la vida de Pablo (reproductiva, enfermedad de los hijos, violencia, alcoholismo) que se entrelazan con las emociones (véase el cuadro 4), aquí quiero des-

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tacar el vínculo con una faceta de la configuración de la masculinidad, la paternidad. Pablo identifica emociones que vive derivadas de la relación

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entre Alicia y sus hijos que le afectan de manera negativa: irritación, celos, envidia, coraje. Cuando ha tenido la oportunidad de tener una relación similar a la sus hijos y Alicia, que por lo demás le genera emociones placenteras, aparece el componente de control masculino, la imposición, “hacerlos a mi molde”, un sentimiento irrefrenable “querer presionar”, imposible de sostener por falta de legitimidad social, pues no ha sido buen proveedor, faltando a su compromiso como padre. Pablo no continúa en una escalada de la búsqueda de control, la coerción, la violencia, sabe que puede ser abandonado por su familia, pensar que no pudiera contar con su esposa, que ha dejado de depender de él desde hace tiempo. El poder disminuido de Pablo y el empoderamiento de Alicia lo coloca en una posición de inmovilidad, como lo sugiere Barbalet (2001). Joaquín es el caso más claro de R-P-R-CP impositiva. De niño y adolescente se sentía acomplejado frente a sus hermanos y amigos del barrio porque no sabía pelear. Adquiere esa competencia en un grupo paramilitar, a tal grado que fue un líder del mismo y luego del barrio. Su capacidad para controlar a otros y a sí mismo se vuelca hacia Gina, su pareja, una vez que se unen. De ahí que la molestia, el miedo, el enojo, los celos, la culpa y el rechazo articulan la relación de pareja (véase el cuadro 5). Joaquín es quien más veces menciona emociones de enojo (19 menciones) y de miedo (11 veces, al igual que Pablo). El control que pretende ejercer Joaquín sobre su pareja está fuertemente ligado al miedo de perder el mismo, evidencia una masculinidad frágil, basada en un nivel de tensión, de desgaste emocional intenso y continuo (véase el cuadro 5). Víctor, el hombre más joven (24 años) de los cuatro casos, no tiene hijos, ha vivido entre La Consti y Estados Unidos de manera continua. Su padre y madre y varios de sus hermanos también viven en Esta dos Unidos. Se dedica a la construcción, como maestro de obra, ofi cio que aprendió con su familia. Terminó la secundaria en Estados Unidos y luego entró a trabajar. Fue miembro de una pandilla, dice que era la misma aquí que allá (Estados Unidos). Algunos de sus relatos de violencia vividos en la pandilla que muestran su frialdad en el uso de la violencia son bien conocidos por su pareja. A ella le ha advertido de no meterse con su familia:

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Víctor: Yo delante de su mamá y su papá le he dicho, nunca se te vaya a olvidar, a salir decirme algo de mi familia, voy de acuerdo, de mis hermanos

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no hay problema, como quiera, digo ¡ah, pos ’tá bien! Si no le caigo o algo ¿vedá? pos ’stá bien, pero de mi mamá y de mi papá ¡uh!, ¡no! Ni se te vaya a ocurrir, entonces sí ¡se te aparece el diablo! JCRR: Esto que le has comentado a ella, ¿en qué circunstancias se lo comentaste? Víctor: Platicando, o sea, simplemente platicando, o sea, en una plática, como la de ’orita, así como estamos, de frente, ella así, yo así, o sea, una plática. O sea, es mejor hablar que pelear, peliando no llega uno a nada. Más vale platicar, y platicando se entiende la gente […] No yo el día que me falte el respeto, me recuerde a mi madre, ¡uh! ’ora sí haga de cuenta que me están quemando la piel. Yo le he dicho: ¿sabes qué m’hija? Que ni un día CUadro 6

emoCiones referidas Por vÍCtor en relaCión Con la familia familia

Emoción

Origen

Actual

Molestia

Me molesto y muevo la cabeza, entonces sabe que está mal

Explotar

Si ofendiera a mi madre, siento como si me están quemando la piel

Amor

La quiero bastante a mi mamá y a mi papá

Culpa

Arrepentirse por problemas ocasionados a sus papás por pertenecer a una pandilla

Confianza

Con su padre, madre, hermanos por apoyo mutuo. Base del matrimonio

Agradecido Orgullo

Se lo demuestra con detalles. Porque es mujer de hogar, amable, atenta, inteligente, responsable. Una señora. No batallo nada

Por la atención que recibe de su esposa De padres que se llevan bien

se te vaya a ocurrir decirme una cosa de mi madre, porque para mí, mi madre, es primero, te quiero mucho, pero quiero mucho más a mi madre, porque mi madre fue la que me parió.

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Esther reconoce sus gestos y los interpreta correctamente: “Me molesto y muevo la cabeza, entonces sabe que está mal” (véase el cuadro 6). Las expresiones emocionales son evidentes para Esther. Él le demuestra su reconocimiento por la manera como se comporta con detalles, muestras de afecto: “Porque es mujer de hogar, amable, atenta, inteligente, responsable. Una señora. No batallo nada”.

reflexiones finales Esta breve y preliminar incursión sobre la relación entre el géner o de los hombres y las emociones en el marco de las relaciones en la familia y la violencia que tiene como base las R-P-R-CP, pone de relieve algunas de sus articulaciones. Las emociones entendidas como construcciones sociales adquieren sentido porque contribuyen a reforzar y legitimar el ejercicio de poder (Víctor y Joaquín), pero también a cuestionarlo (Armando y Pablo). Las emociones no son artefactos secundarios sino que influyen de man era impor - tan te en la práctica social, en las relaciones, en las decisiones. Las emo cio nes también se regulan, están sujetas al control de los sujetos. Son art iculadas discursivamente, lingüísticamente y se presentan con una intencionalidad específica; tal es el caso de Víctor, quien recurre a una representación corporal (“haga de cuenta que me están quemando la piel”) para advertir la dimensión que implica una potencial falta de respeto por parte de su pareja y sus consecuen cias: “entonces sí ¡se te aparece el diablo!”. Las emociones sujetas a las normas y creencias se pre sentan bajo discursos que legitiman posiciones contrapuestas: por una parte, justificando el ejercicio de poder aprendido y legitimado en los grupos de pares (Joaquín), y por otra parte, bajo nociones de ejercicio de derechos (Ar mando). La articulación de varias emociones, como el enojo y el miedo, que se encuentran estrechamente ligadas a las R-P-R-CP en que viven los hombres y sus parejas tanto en las familias de origen como en las que han formado como adultos, sugiere la importancia de pensar en la configuración de grupos de emociones más que en ellas de manera aislada. Adquieren particular relevancia en el marco de las relaciones de pareja y se extienden a miembros de la familia tanto de origen (padres y hermanos) como de descendientes (hijos). Las emociones enunciadas por los hombres en el presente estudio mues tran un repertorio amplio con una predominancia de aquellas asociadas al displacer (Elster, 2001). No resulta extraño en tanto la atención está puesta en una problemática social de primer orden: la violencia en la pareja, caracterizada por tensiones, conflictos, imposición, en un marco de

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relaciones de género desiguales y opresivas, con consecuencias negativas para todos los sujetos involucrados, en particular para quien es objeto de la misma. Las tensiones que involucran las emociones también se asocian con el mandato de proveedor y con el ejercicio de la paternidad, que si bien su puesta en práctica parece restringirse al ámbito de las relaciones familiares, en las condiciones actuales de nuestra sociedad no se puede ejercer si no se cuenta con los recursos suficientes que provienen del trabajo desarrollado por los hombres en los espacios públicos. La conciliación familiar y laboral es el marco más amplio que convendría analizar para tener una mejor comprensión del vínculo entre masculinidad y emociones, debido al panorama actual de desempleo, subempleo y precariedad laboral, cuyo horizonte tiene matices nada halagüeños y que, con mucha probabilidad, está impactando el ejercicio de la paternidad. El atisbo que se ha presentado sobre las emociones ligadas al género de los hombres y las relaciones de pareja, extendida a algunos aspectos familiares, apunta a pensar en la riqueza que puede aportar para la comprensión de las interrelaciones entre estos elementos como constitutivos de la cultura emocional (Gordon, 1990). Este marco no solamente permitiría una mejor aprehensión del fenómeno, sino que es muy probable que aporte elementos para diseñar estrategias de intervención que contribuyan a la construcción de una sociedad igualitaria entre los géneros.

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familia, emoCiones, ConfliCtos y Chistes Anna María Fernández Poncela*

La vida familiar es como un témpano de hielo: la mayoría percibe sólo la décima parte de lo que sucede —la décima parte que puede ver y escuchar. Algunos sospechan que ocurre algo más, pero no saben qué es y no tienen idea de cómo pueden averiguarlo. El desconocimiento puede llevar a la familia por un sendero peligroso; al igual que el destino de un marinero depende de su conocimiento de la masa de hielo oculta bajo el agua, la vida de la familia depende de la comprensión de los sentimientos y las necesidades subyacentes a los acontecimientos cotidianos. Satir (2002:16)

introdUCCión El objetivo de este capítulo es la revisión de conflictos familiares en íntima relación con el mundo emocional y las relaciones de género a través de chistes actuales. Se observan, presentan y analizan algunas de las problemáticas de pareja intergenéricas en nuestros días a lo largo de la evolución en el tiempo de la misma, así como la funcionalidad social de esta narrativa popular. Primero, es un acercamiento general al tema mediante el análisis de tendencias, no de generalizaciones, y segundo, no se pretende contextualizar fehacientemente la práctica del chiste o el estudio de la recepción del mismo, más bien nos centramos en mensajes, significados e interpretaciones sociodiscursivas. Lo mismo podría hacerse de todo tipo * Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, Departamento de Política y Cultura, División Ciencias Sociales y Humanidades, nivel 1 del Sistema Nacional de Investigadores.

FAMILIA, EMOCIONES, CONFLICTOS Y CHISTES

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[131] de relación de parentesco, pero por motivos de extensión seleccionamos ésta. El criterio de elección de los chistes fue el de ser oídos o leídos en 2013, o que hayan circulado en internet durante ese año en lengua española en Argentina, España y México, principalmente. De entre los existentes se seleccionaron varios que tienen que ver con el tema que nos ocupa en estas páginas. Lo interesante e importante es que, más allá de su creación socioespacial originaria, todos o una gran parte de las personas que los escuchan se ríen, esto es, los entienden, por lo tanto tienen sentido y funcionalidad, que es lo que interesa aquí.24 Se parte de la teoría del conflicto, del enfoque gestáltico de las emociones y del análisis del discurso, así como de la perspectiva de las relaciones familiares y del enfoque de género. Como resultado, y entre otras cosas, es posible afirmar que los chistes son expresión cultural y emocional de las relaciones familiares, muestran representaciones sociales toda vez que son también construcciones sociales, esto es, reflejo y producto así como proceso y productor a la vez. Por un lado, reproducen las tradicionales relaciones intergenéricas, intragenéricas, intergeneracionales e intrageneracionales en la familia, pero por otro lado en ocasiones también las transgreden. Esto es, reiteran la discriminación y el autoritarismo como tendencia, ya que a veces lo desdramatizan, ironizan, invierten e incluso se ríen de él, combinando reproducción y subversión. En resumen, se trata de una expresión —como decimos— cultural y emocional que es endoculturalizadora al introyec tar ciertos discursos en torno a roles y estereotipos, y a la vez relaja el cuerpo y la mente, las tensiones sociales, emocionales, culturales, físicas y psíquicas, lo biopsicosocial, mediante el recurso de la risa. Eso sí siempre hay un chiste —en general varios— para cada conflic to familiar: miembro, rol, relación, proceso, ciclo de vida y problemas concretos. Además, el conflicto y la risa parecen ir juntos, suavizando el primero, descargando la segunda, y así la familia y las relaciones intersubjetivas, en este caso intergenéricas y de pareja heterosexual, se reequilibran y mantienen, quizá con com ponentes distintos y con nuevos tipos de interacción, pero la familia pervive y sigue. Una advertencia: aquí se estudian las diferentes etapas y ciclos de vida de las relaciones de pareja y la familia, sin embargo no vam os a tratar la relación padres-hijas/os, hermanos/as, abuelos/as y otras por las razones de espacio antes señaladas. La exposición y ex plosión de chistes sobre el 24

Agradezco a Juan Carlos Ramírez Rodríguez el comentario y la aclaración al respecto.

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tema que nos ocupa en estas páginas tiene que ver directamente con los cambios en la sociedad en las últim as décadas y con el trastocamiento de ciertos roles sociales y sexuales, las transformaciones en las relaciones de poder y autoridad, el alargamiento de la esperanza de vida, las uniones más tardías, separaciones y divorcios, libertad sexual, movilidad ocupacional, entre otras cosas (Rabell, 2009; García y De Oliveira, 1994, 2003, 2007; Gutmann, 1996). Si bien esta contextualización de carácter general no la vamos tratar, existe y enmarca las experiencias actuales de las familias y las parejas, así como los chistes que sociodiscursivamente la producen, reproducen o trastocan. Aclaramos asimismo la implicación personal en el tema, en primer lugar y principalmente como persona humana, también como mujer, parte de una familia y como investigadora con un gusto especial por el tema emocional y la risa, así como desde hace años sobre las relaciones de género. 25

PreCisiones teóriCas

La teoría del conflicto 1) La crisis que hace surgir las conductas extremas que, en ocasiones, podrían llevarse a cabo. 2) La tensión que provoca cambios en las imágenes que tenemos de quienes nos rodean, de las acciones que realizamos y de las situaciones que vivimos. 3) Los malentendidos que son consecuencia de situaciones poco claras. 4) Los incidentes que son pequeños problemas, aunque podrían convertirse en problemas de mayores magnitudes. 5) La incomodidad que es el malestar producido por algo que no funciona (París, 2009:29-30).

El conflicto, al que en principio y a simple vista consideramos y estereotipamos como algo negativo por el dolor que ocasiona su no resolución o una salida disfuncional, también puede valorarse satisfactoriamente si es gestionado y si se considera como parte de la vida y el crecimiento. De hecho se piensa que toda crisis es una oportunidad y que aprendemos más de los errores que de los aciertos. Galtung (2003) afirma que la crisis es inherente al ser humano y a los sistemas sociales, tesis fácilmente

25 Confieso la tentación que tuve de trabajar sobre adolescencia y chistes por una coyuntura personal, no obstante, y al final por varias razones, decidí dejarlo para más adelante.

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comprobable si estudiamos historia, revisamos nuestra vida o miramos a nuestro alrededor en nuestros días. Para empezar y desde la gestalt, decimos que si no enfrenta- mos los conflictos éstos pueden enquistarse y corroernos, y por el contrario, abrirlos ofrece la posibilidad de verlos y transitarlos. Por su puesto, no todos los conflictos que se enfrentan se resuelven, pero es seguro que los que no se enfrentan no se resuelven nunca (Robine, 2005). Delacroix (2008) señala que cuando contactamos de alguna manera confrontamos y transformamos, el cambio y la ruptura im p lican conflicto e incluso cierta dosis de violencia. Sobre el tema afirman Perls, Hefferline y Goodman que “son los medios de crecimiento” (2006:169) humano, personal, interrelacional —y social, añadimos. El conflicto es parte de la vida social e intrínseco a ésta. Simmel afirma: Si toda interacción entre los hombres es socialización, entonces, el conflicto, que no puede reducirse lógicamente a un solo elemento, es una forma de socialización, y de las más intensas. Los elementos que sí pueden disociarse son las causas del conflicto: el odio o la envidia, la necesidad y el deseo. El conflicto en sí mismo ya es una resolución de la tensión entre los contrarios (Simmel, 2010:17).

Este sociólogo señala que el conflicto es ni más ni menos una forma de socialización, como decimos. Coser (1961) considera grosso modo que el conflicto es una lucha por valores y estatus, poder y recursos, entre oponentes que desean neutralizar o dañarse. Sin embargo remarca sus funciones integradoras y de cohesión, un ajuste o reajuste de las relaciones sociales. Tiene varias funciones: reafirma identidades individuales y sociales, cohesiona grupos; es necesario para liberar presión y mantener relaciones, contar con medios para evacuar hostilidad y expresar disentimiento y desplazar los sentimientos hostiles; los impulsos agre sivos requieren un objeto relacional; las relaciones íntimas con interacción y participación recíproca contienen sentimientos ambivalentes entremezclados e inseparables, de ahí que sean espacios de intensificación del conflicto; regula la relación, la integra al relajar la tensión que hay entre antagonistas; los conflictos estabilizan relaciones íntimas al desahogar la acumulación de sentimientos hostiles; los conflictos con grupos externos favorecen la cohesión interna y a veces son utilizados en dicho sentido; el enemigo fortalece la cohesión, los chivos expiatorios se buscan en grupos que no pueden trabajar el conflicto en lo interno; la lucha puede establecer y mantener equilibrios de poder, la relación y la sociedad misma, modificando la relación de fuerzas.

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Desde la antropología se llega al conflicto intergenérico (Rosaldo, 1990) o conflicto de roles sexuales, que invita a ver la problemática para reflexionar sobre el tema. Por supuesto que hay una relación íntima entre emociones y conflicto, pero también es lucha y energía y tiene que ver con el reconocimiento (Fraser, 1997). El reconocimiento físico y emocional como personas: el amor —que crea autoconfianza y seguridad—, el reconocimiento jurídico y el respeto —crea autorrespeto y liberación del miedo— y el reconocimiento moral o la solidaridad —crea autoestima y autorrealización— (Honneth, 2009). Hay que “percibir las situaciones conflictivas como situaciones de aprendizaje en el reconocimiento y el empoderamiento” (París, 2009:43). La reconciliación de las partes permite la reconstrucción de las relaciones, su fortalecimiento y mantenimiento. […] lucha, desacuerdo, incompatibilidad aparente, confrontación de intereses, percepciones o actitudes hostiles entre dos o más partes. El conflicto es connatural a la vida misma, está en relación directa con el esfuerzo por vivir. Los conflictos se relacionan con la satisfacción de las necesidades, se encuentran en relación con procesos de estrés y sensaciones de temor y con el desarrollo de la acción que puede llevar o no hacia comportamientos agresivos y violentos (Vinyamata, citado en París, 2009:129).

emoCiones, disCUrso y ConfliCtos Mucho se podría hablar de las emociones, sin embargo, aquí las definiremos brevemente: Las emociones son básicamente —si tuviésemos que elegir una definición— procesos físicos y mentales, neurofisiológicos y bioquímicos, psicológicos y culturales, básicos y complejos. Sentimientos breves de aparición abrupta y con manifestaciones físicas, tales como rubor, palpitaciones, temblor, palidez (Marina, 2006). Duran poco tiempo (Filliozat, 2007). Se acompañan con agitación física a través del sistema nervioso central. Mueven, dan o quitan ánimo (Figueroa, 2010). Los sentimientos son las emociones culturalmente codificadas, personalmente nombradas y que duran en el tiempo. Secuelas profundas de placer o dolor que dejan las emociones en la mente y todo el organismo (Fernández, 2011a).

Por supuesto, son parte del conflicto y también se derraman en el discurso que estudiamos: los chistes. Por motivos de espacio no ahondaremos en el tema, pero sí señalaremos que las emociones están en el

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orden intencional, ligadas a saberes de creencia e inscritas en la problemática de la representación psicosocial. En este sentido, se puede decir que “una representación es ‘emocional’ cuando describe una situación acerca de la cual un juicio de valor, compartido colectivamente y, por lo tanto, instituido como norma social, dice que esta situación es conmovedora” (Charaudeau, 2011:3). La afectividad y la interdependencia quedan de manifiesto en el conflicto y su resolución o no. El reconocimiento del cual ya hablamos, la energía de sentirse empoderados/as, la responsabilidad de lo que se hace o no, se dice o no. A todo esto, conviene añadir la teoría de los actos de habla en el sentido de que hay una “falta de responsabilidad de lo que nos hacemos mediante las palabras, gestos y silencios (actitud opuesta a la solidaridad comunicativa), puede provocar malentendidos y malas interpretaciones causante de nuevos conflictos o del incremento de las tensiones ya existentes” (Paris, 2009:86). En este sentido, el discurso como acto social hace al decir (Van Dijk, 2001), y en la interacción entran la pragmática y los actos de habla (Austin, 1971; Searle, 1980). Otra cosa por añadir es que en este caso la intención de los mensajes es clara en muchos chistes sobre la pareja y las relaciones familiares: atacar al otro sexo, burlarse, descalificarlo, desnudar el conflicto, recargarlo y a la vez descargarlo, compartirlo y quizás hasta intentar desactivarlo, eso sí, siempre para matizarlo y suavizarlo. Así que los chistes como entes sociodiscursivos representan, desnudan y muestran el conflicto, en este caso intrafamiliar; apuntan y disparan en dirección al mismo, no pretenden gestionarlo o transitarlo, sólo iluminarlo, reproduciéndolo culturalmente y, como decimos, descargando tensión emocional. Más que reconocimiento significa reiteración del desconocimiento, pero en ese mismo acto se relativiza todo y se descarga importancia. Por ello parece razonable afirmar que posiblemente colaboren de alguna manera a entender la realidad, acercarse, ironizar, a la vez que reflexionar, descalificar a veces, desdramatizar otras, al tiempo que aceptar o en un acto de magia simbólica transmutar sentidos, desestructurar significados y acariciar lo grotesco (Bajtin, 1995) sin daños colaterales en principio. En todo caso, queda claro su efecto liberador en un tiempo en el que la medicina no sana del todo, la religión no consuela lo suficiente y la ciencia no sólo parece huérfana de respuestas, sino que no innova las preguntas correctas. Los chistes siempre rozan una diversidad de emociones que desembocan en una expresión fisiológica y gestual: la risa. Finalmente, consideramos al género como la construcción social de la diferencia sexual (Lamas, 1996). En el estudio que nos ocupa sobresalen roles y estereotipos; resumidamente, sobre el tema diremos que el rol de género es la adjudicación según el sexo de determinadas tareas, funciones y

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comportamientos que se esperan y deben desempeñar de acuerdo con los estereotipos de género, que son a su vez una adjudicación sociocultural de características diferenciales construidas a partir del sexo, las actitudes y los valores histórica y socialmente construidos, y el conjunto de características físicas y psicológicas (Fernández, 2011b).

Un aCerCamiento al hUmor y a los Chistes El humor, dicen, es un fenómeno universal, es parte del mundo de lo cómico —un mundo paralelo que opera con reglas distintas donde no hay limitaciones y sí redención (Berger, 1999:11). Lo cómico y el humor provocan la risa y la sonrisa. Sobre la primera se ha dicho que “es la espuma de una ola desparramándose en la orilla de la playa” (Bergson, 2008:139). Pero es también, a veces, rebelión y amargura, una forma de enmascarar el miedo, sortear la tristeza y reconducir el enojo, entre otras cosas. “Y es que la risa no es sólo expresión de la emoción de alegría, puede contener, aliviar o evitar otras emociones menos placenteras. Incluso existe el hu- mor hiriente y agresivo, que nos puede hacer reír” (Fernández, 2012a:8). Sobre este otro tipo de humor es sobre el que trabajaremos en es tas páginas a través de los chistes reproductores y produc to de los con flictos familiares. Gritos expresivos de sufrimiento, insinuaciones ironizadas de desacuerdos, productos unos y otros de malestares e insatisfacciones que encuentran cauce en un chiste, explotando el desamor y la incomprensión en una carcajada, que si no exor ciza del todo, por lo menos lo intenta como válvula de escape en la vida. Lo cómico y el humor persiguen la risa, o en todo caso ésta es la primera impresión que de ellos tenemos. Sobre la risa, varios son los efectos benéficos —fisiológicos, psicológicos, mentales y emocionales, e incluso sociales y culturales—, como varias investigaciones han señalado (Fernández, 2012b). Si bien en el tema que desarrollamos aquí, más que risa se persigue una sonrisa cómplice, un señalamiento crítico, una mueca reflexiva a través de un discurso verbal que reitera estereotipos y conjuga burla e ironía, y crea y recrea, esto es, refleja pero también produce una narrativa social determinada sobre actores/as, instituciones, procesos, relaciones, situaciones e imaginarios sociales varios. Expresar y compartir parece la intención principal, explayarse y comulgar en complicidad colabora en el despliegue de sentires y en la obtención de reconocimientos, toda una estrategia sociodiscursiva pragmática y emocional. En cuanto a los chistes, se trata de relatos cortos que buscan hacer reír. Se dice que mitigan el sufrimiento, aligeran la vida (Berger, 1999).

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Producen un instante catártico, una explosión emotiva, suavizan límites, dejan la estructura social temporalmente suspendida, y todo se relativiza. Hay varios tipos. Los que provienen de un humor calificado de benigno, el más usual en el día a día, el que proporciona placer y distensión, reconforta el fluir de la existencia cotidiana, usualmente inofensivo. Sin embargo, hay otro tipo agresivo y hostil, denigrato rio contra la o el otro (persona, grupo, institución, idea o creencia). Entre éstos se pueden clasificar los chistes sexistas, que menosprecian a hombres y mujeres, discurso y risa son aquí un arma (Bergson, 2008). Los llamados chistes tendenciosos por Freud (2008). Se trata de los popularmente denominados chistes machistas o misóginos y los mal denominados chistes feministas. Y que sería positivo empezar a denominarlos a todos simplemente sexistas, que son ofensivos, burlones, maliciosos y en general muestran una caracterología negativa para cada sexo, a modo —como veremos— de guerra intergenérica o batalla de sexos. Éstos son los más usados en las relaciones familiares, inter e intragenéricas —más las primeras—, conjuntamente con las relaciones intergeneracionales —mismas que, como ya mencionamos, no vamos a desarrollar en este texto. Otra cuestión es su función, difícil de profundizar aquí, pero sí es posible destacar que se parte de que los chistes tienen cierta ambigüedad — como todas las narrativas de la cultura popular— o mejor dicho utilidades aparentemente opuestas: alivia las tensiones culturales, sociales y afectivas, pero también fomenta los miedos y las conductas sexistas; reitera estereotipos culturales, prejuicios sociales, pero también, insistimos, calma y alegra de forma compartida, quizás hasta explosiva y catártica. Triunfa el placer instantáneo, descarga resentimientos, desvía agresividad, explota la risa, se libera tensión corporal, física, energética y emocional y se puede recargar tensión cultural, mental, energética y emocional. En fin, esto es di fícil de probar y sopesar aquí, pero sí hay que dejar clara esta doble funcionalidad.

PreCisiones metodológiCas Ya en concreto, y para la realización de esta investigación, se consultaron chistes gráficos y verbales en varios medios, con el predominio de internet. Pues lo que está en la red de redes es algo real no virtual y es parte de la vida misma, sólo que tiene una difusión mayor que un libro o una publicación periódica, o que el compartir un chiste cara a cara y de forma oral en una reunión de amigas/os o familiares. De ahí la elección de dicho medio como una fuente de información, además de las otras, sobre los chistes, eso sí, muchos de ellos provienen de diarios o revistas,

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publicaciones impresas offline que alguien subió al ciberespacio o cuya fuente es directamente online. resUltados de la investigaCión

El ciclo vital relaciones de pareja y familia, emociones y conflictos Aquí tomamos las etapas del ciclo vital de las personas según Satir (2002) y las entrecruzamos con las relaciones intrafamiliares. Cada etapa presenta cierto nivel de desestructuración, caos y reordenamiento o reequilibrio. Los conflictos son amigos íntimos de estos tránsitos en el proceso de desarrollo y evolución de la vida y convivencia familiar. Todo ello según lo señalado con anterioridad sobre el conflicto (Perls, Hefferline y Goodman, 2006; Coser, 1961; Simmel, 2010; Rosaldo, 1990). Nos adentramos a la revisión de estas etapas y relaciones a través de los chistes, que las señalan como problemas y conflictos, un sociodiscurso emocional, familiar y cultural, que ilustra, toda vez que expresa preocupaciones, deseos, necesidades e intereses, sobre todo sentimientos, creencias y estrategias de liberación o adaptación, sobre el tema —como decimos— a través de los chistes.

Periodo de galanteo o emanCiPaCión del Joven y de la Joven adUlta

Creación de un nuevo hogar unipersonal, expectativas de futuro, primeras relaciones de pareja. En las relaciones de pareja y en gen eral se espera que seamos escuchados/as, valoradas y amados, entre otras cosas como la tendencia social del amor romántico nos reite ra en el discurso que va de los cuentos infantiles a los mod ernos medios de comunicación. Las personas se centran en lo positivo del cónyuge y no ven —no vio, enamora miento— olvidan o niegan aquellas cuestiones que no les agradan. Callan sentimientos o deseos pensando que eso es bueno para la relación. Mucho se podría profundizar sobre el tema (Alberoni, 1999; Fisher, 1994), pero aquí lo vamos a dejar. Una chica le pregunta al novio: —¿Qué te gusta más, mi belleza, mi sobrada inteligencia o mi sinceridad? Y el chico le contesta: —Tu sentido del humor, mi amor.

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Noviazgo: Cuando sus miradas se encuentran en una sala llena. Aventura: Cuando sus lenguas se encuentran en una sala llena. Matrimonio: Cuando sus niños se pierden en una sala llena.

matrimonio o ConvivenCia de PareJa

y sUs

ConseCUenCias

Si hay un tema que sobresale numéricamente en cuanto a los chistes, es sin lugar a dudas las relaciones de pareja y de forma especial el matrimonio, esposas y maridos, son las y los sujetos más abundantes que presentan su punto de vista respecto al cónyuge del sexo contrario y usualmente desde una crítica demoledora, des preciando y denigrando. Convivencia y acuerdos de pareja: primeras tensiones emocionales, satisfacción de necesidades y necesidad de llegar a acuerdos en relación con los padres, tareas domésticas, gustos, dinero, hijos, etc. En las parejas suele llegar un momento en el que empiezan las discusiones, el supuesto ideal se rompe y afloran desencuentros y desencantos. Así, a veces el inicial anhelo en el noviazgo se aterriza en la realidad descarnada de la pareja de facto y la convivencia. Los chistes lo muestran abiertamente, incluso en ocasiones de forma poco menos que desgarradora. Pasamos revista a algunos asuntos clave en torno al matrimonio.

la mala ComUniCaCión o ComUniCaCión agresiva Gritos, insultos, amenazas, intimidaciones, faltas de respeto. Los con flictos en buena medida son provocados por la falta de comunicación, mala comunicación, malentendidos o interpretaciones erróneas. Sobre todo el autoengaño y las elevadas y falsas expectativas. Después de una pelea, una esposa le dijo a su marido: —¿Sabes?, yo era una tonta cuando me casé contigo. Y el marido respondió: —Sí, querida, pero yo estaba enamorado y no me di cuenta. El novio: —¿Cuántos años has cumplido hoy? La novia: —25. —Pero si el año pasado me dijiste que también tenías 25.

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—¡Hombre, claro! ¿Te crees que soy de las que hoy dicen una cosa y mañana otra?

Reproches y mensajes: “tú”, “eres”, “¿me quieres?”: —Mariano, parece que quieres más al perro que a mí. —Que no, tonta, que los quiero igual. El marido celoso: —Confiesa, ¿a quién quieres más, al perro o a mí? —¡Qué pesado! Te he dicho mil veces que a los dos por igual.

Quejas: el otro/a causa nuestro problema o estado de ánimo, tiene lugar la defensa o el ataque: —Mi amor, hoy día estamos de aniversario de matrimonio, ¿por qué no matamos un pollo? —¿Y qué culpa tiene el pollo? ¿Por qué no matamos a tu hermano que fue el que nos presentó? —¿Sabes, querida?, cuando hablas me recuerdas al mar. —¡Qué lindo, mi amor! No sabía que te impresionara tanto. —No me impresionas... ¡¡¡me mareas!!!

Generalizaciones: “siempre”, “nunca” o “sin salida”: Hay dos opciones en la vida: quedarse soltero y sentirse desgraciado o casarte y desear estar muerto.

Sensación de pérdida de libertad: Va una pareja por la calle y le dice la mujer al marido: —¿Viste a ese hombre todo borracho? Pues hace diez años que lo dejé, empezó a beber y míralo ahora. El marido contesta: —¡Increíble! ¡Nunca vi a nadie celebrarlo tanto!

Intentar cambiar a la otra/o en su forma de ser o gustos: [...] y entonces, en mitad de la discusión, le dije a mi esposa que íbamos a hacer lo que yo dijera, porque para algo soy el hombre de la casa y soy yo quien lleva los pantalones.

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—Jo, ¡qué fuerte! Y dime, ¿cómo es que acabasteis haciendo lo que decía ella? —Es que me recordó que yo llevo los pantalones, pero es ella quien me los quita, y claro, ¿yo que iba a contestar?...

Reparto de tareas del hogar (equilibrado y justo): Primero compartir las tareas, cuestión ésta no del todo clara más allá del discurso de lo políticamente correcto en la práctica cotid iana de las experiencias de pareja. Segundo, la tolerancia o acep tación que otro/a lo haga bien o mal, con sus fallos y sus ritmos. ¿Qué hace un hombre cocinando? Explorando nuevos mundos. ¿Qué hace una mujer afuera de la cocina? Explora nuevos mundos. Pedro le dice a Juan: —Pienso hablar seriamente con mi mujer Juan: —¿Sí? Pedro: —Sí, pienso decirle que a partir de mañana compartiremos los deberes de la casa. Juan: —¡Vaya, eres un marido considerado! Pedro: —¡No, lo que pasa es que yo no puedo con todo!

Expresión adecuada de sentimientos y opiniones (no creer en la lectura de la mente): Un hombre llega y se sienta a comer y su mujer le dice: —¿Te sirvo? Y él contesta: —A veces.

Respetar costumbres y estilo de vida de la propia familia y la de la pareja (suegras): Un matrimonio, después de la visita de unos amigos: —Me fastidia que siempre estés hablando mal de las suegras. —¿De qué te quejas? Al fin y al cabo, no hablo mal de la tuya, sólo de la mía. —Suegra, ¿usted cree en la reencarnación? —Pues claro que sí. —Y dígame, si usted se muere, ¿en qué animal le gustaría reencarnarse? —Pues a mí siempre me han gustado las serpientes. —¡No vale repetir!, ¡no vale repetir!

Manejo del dinero, equilibrio:

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Un hombre exitoso es aquel que hace más dinero que el que su esposa pueda gastar. Una mujer exitosa es aquella que pueda encontrar un hombre así. Noviazgo: Se llaman por teléfono para decirse cuánto se extrañan. Aventura: Se llaman por teléfono para decidir el hotel de esta noche. Matrimonio: Se llaman por teléfono para discutir por dinero.

Sexualidad, confianza, sinceridad: Dos amigas: —Tengo que tener mucho cuidado con quedar embarazada. —¡Pero si tu marido se ha hecho la vasectomía! —Por eso mismo. —¡Brindo por nuestros 20 años de casados en total felicidad! —¿Y cómo hicieron para ser felices durante 20 años? —Muy fácil, mi mujer y yo salimos tres veces por semana a bailar, a cenar y a hacer el amor. —¡Qué buena idea!, ¿y qué días salen? —Ella los lunes, miércoles y viernes, y yo los martes, jueves y sábados...

Y el eterno tema de la infidelidad: Hoy en día la fidelidad sólo se ve en los equipos de sonido. —Tras 20 años de matrimonio sigo enamorado de la misma mujer. —¡Qué maravilla! —Sí, pero el día que se entere mi esposa...

Maltrato: Inquiere el juez: —¿Y cómo fue que le pegó usted a su esposa? —Por pura casualidad, señor juez —responde el reo—, siempre es ella la que me pega a mí. Le decía una amiga a otra: —Mi marido y yo somos inseparables. —¿Andan siempre juntos? —No, es que cuando nos peleamos se necesitan hasta ocho vecinos para poder separarnos.

retiro de la vida aCtiva y veJez

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(edad adUlta, veJez y mUerte) Replantearse la vida, la jubilación, enfermedades u otras limitaciones, la soledad (ante pérdida de la pareja, amigos y familiares) son fases de la vida. En la vejez en particular se dan también posible ajustes de cuentas. Una viejita le pregunta a su marido moribundo: —Muy bien, después de 40 años de casados, sácame de una curiosidad: ¿me has engañado alguna vez? —Sí, querida, una sola vez. ¿Recuerdas a la secretaria que tenía cuando trabajaba en Hacienda? ¿Margarita se llamaba? —Sí, la recuerdo. —Pues ese cuerpo fue todito mío. Segundos después, él le pregunta: —Y tú, viejita, ¿me has engañado alguna vez? —Sí, mi viejito, una sola vez. ¿Recuerdas cuando vivíamos en la calle Andrade frente al Cuerpo de Bomberos? —Sí, me acuerdo —contesta el moribundo. —Pues aquel Cuerpo fue todito mío. El marido le pregunta a su mujer: —Querida, cuando me muera, ¿vas a llorar mucho? —Claro, amor, sabes que lloro por cualquier tontería.

reflexiones finales Los elementos que componen la metodología de la transformación pacífica de los conflictos […] son: la cooperación, la percepción, el poder integrativo, productivo y concertado, el reconocimiento, el empoderamiento, la responsabilidad y la reconciliación. París (2009:176)

Aquí consideramos que los chistes son parte de la vida para, si no abordar directamente la resolución de conflictos, sí hacer un acercamiento, expresión, reconocimiento y posible parcial tránsito de los mismos, o por lo menos visibilización e intento con ello de comprensión. Quizá de manera ingenua y silvestre, práctica e intuitivamente, pero no cabe duda que relativiza emociones fuertes, distanciamientos grandes, importantes desencuentros en las relaciones familiares en general y en las de pareja en particular. Máxime en tiempos de cambio rápido y de crisis profunda como

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los actuales, donde este relato breve capta al instante el conflicto desde el humor. Conflicto (París, 2009) y emociones (Fernández, 2011a) van de la mano con los chistes en las relaciones intergenéricas, esta expresión narrativa de creación popular que es representación y construcción social, socializadora y trastocadora de estereotipos y sentimien tos. Expresión cultural, emocional, que tiene un relato y una historia para cada conflicto, para cada miembro y relación familiar, para cada circunstancia y ciclo de vida, para cada rol y problema part icular. Y que dando rienda suelta a la creación y expresión colectiva relaja cuerpos y mentes, tensiones de todo tipo, reproduciendo o transgrediendo, liberando siempre algo, como se afirmó desde el inicio de este trabajo. Los chistes, discurso y mensajes, actos de habla y pragmática (Van Dijk, 2001; Austin, 1971; Searle, 1980), transportan creencias y psicología (Charaudeau, 2011), comunican ideas e intenciones, complicidades, sonrisas y risas. Desnudan conflictos y los alumbran con los focos para que los veamos, solucionemos y transitemos. Y entre ese reproducir y liberar con insinuaciones y gritos, conforman toda una estrategia discursiva, pragmática, emocional y social. Deseamos concluir retomando la cita inicial (Satir, 2002), y añadiendo que los chistes como narrativas sociales populares son un camino para conocer y conocernos mejor, para escudriñar las relaciones intersubjetivas familiares, observar los conflictos, darnos cuenta y tomar la responsabilidad de qué hacer con ellos; comprender a las y los otros/as actoras sociales o sujetos familiares y comprendernos a nosotros/as mismas, sin juzgar, con el afán de gestionar problemas, reestructurar creencias, conductas, pensamientos, sentimientos y relaciones. Con el fin en fin de, como dicen Perls et al. (2006), crecer en los conflictos. Así desfilan problemas de mala comunicación en la pareja, reproches y quejas, la pérdida de la libertad, el deseo de cambiar al otro, el reparto de tareas domésticas, el manejo económico, la sexualidad, la infidelidad y el maltrato. Familia, género y emociones a todo lo que da. Finalmente, señalaremos que todo mundo hace lo mejor que puede hacer, que los chistes lo que aportan es la mirada, irónica y desenfadada en general o cargada de mucha ira a veces, sobre algo que pasa en nuestros días y que son un reflejo y su espejo, productores y reproductores de creencias, costumbres y estereotipos, toda vez que son liberadores de tensiones culturales, emocionales, fisiológicas y psicológicas. El mundo de las relaciones es más que complejo. Del conflicto se sale satisfactoriamente con cooperación, observar similitudes, reconocimiento, reconciliación, responsabilidad, solidaridad, comprensión, ampliar la percepción, acordar intereses, poder integrador (Rappoport, Fisher,

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Boulding y Lederach, citados en París, 2009). La ética discursiva es importante, pero como se vio no vendrá de los chistes, que son reflejo y reproducción así como procesamiento del conflicto mismo, aunque de forma intuitiva no reflexionada, hostil y agresiva a veces, irónica casi siempre. ¿Hay que censurar los chistes? Desafortunado sería intentarlo. Estas narrativas, como hemos defendido en estas páginas son pura sociología de la realidad (Berger, 1999), reflejan el infortunio de la incomunicación, el autoritarismo, los conflictos de roles intrafamiliares, en fin desajustes y desencuentros que desembocan en estallamientos de risa. Una forma de exorcizar la dura realidad social, la incomprensión relacional, la crudeza de la sociedad actual. Una manera de recordar, reproducir, mostrar situaciones y matizarlas, reírse de las mismas, descargando tensión fisiológica, mental y emocional, matizando y relativizando circunstancias, burlándose del otro y de la otra, de la vida misma, en un reconocimiento de la falta de responsabilidad propia y de la facilidad de culpar a los otros/as. Y si consideramos a los chistes narraciones sociales, si pensamos que son representaciones-construcciones sociales, si reflexionamos sobre sus funciones lúdicas y de descargar tensiones, qué duda cabe que el balance, lejos de remarcar el peso de la tradición y la fuerza de la costumbre en el discurso, subraya la catarsis a la que éste conduce. En todo caso, parece claro que cuando cambien las relaciones en la vida real, estos chistes irán desapareciendo y perdiéndose o muriendo. Cuando la familia se democratice, las conductas asertivas predominen sobre las agresivas, se negocien roles, se redistribuyan responsabilidades, se permita la libre expresión y acción, haya confianza y entendimiento mutuos, redistribución de poder y reconocimiento, aceptación más que tolerancia, respeto, comprensión y predomine la equidad entre géneros y generaciones, éstos, los chistes no tendrán razón alguna de ser, perderán su sentido y su función y se dejarán de usar. No es que los conflictos desaparezcan por arte de magia, es que la magia de la vida relativizará los conflictos, los pondrán en su lugar y servirán para el desarrollo humano, personal, interpersonal y grupal. Somos seres básicamente emocionales y los conflictos los llevamos a flor de piel, por lo que el papel del mundo emocional y de las necesidades y acciones que provocan los sentimientos es parte medular e insoslayable de la existencia. Además, y como —repetimos— nos recuerda Satir (2002) en la cita inicial, el desconocimiento de las relaciones familiares y de pareja no permite acercarnos y comprender sentimientos y sus necesidades derivadas que orientan ciertas acciones. En todo caso, los chistes sobre el tema vertidos en este texto son un intento de eso, de entender y externar,

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reflejar y relajarse, cuando se comparten intersubjetiva y grupalmente, misma acción que realiza, amigo lector y lectora, cuando lea este texto. La situación de la sociedad contemporánea también aporta sus dificultades intrínsecas —crisis económica, pobreza, exclusión, nuevas tecnologías de la información y comunicación, consumo, globalización, etc.—, todo lo cual no puede hacer más que afectar a nuestras familias y relaciones sociales en general (García y De Oliveira, 2007). En todo caso, para aligerar la existencia (Berger, 1999) bien vale la pena un buen chiste, y mejor si son muchos. bibliografÍa ALBERONI, Francesco (1980), Enamoramiento y amor, Barcelona, Gedisa. AUSTIN, John (1971), Como hacer cosas con palabras: palabras y acciones, Barcelona, Paidós. BAJTIN, Mijail (1995), La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais, Madrid, Alianza Universidad. BERGER, Peter (1999), Risa redentora. La dimensión cómica de la experiencia humana, Barcelona, Kairós. BERGSON, Henri (2008), La risa. Ensayo sobre la significación de lo cómico, Madrid, Alianza. COSER, Lewis (1961), Las funciones del conflicto social, México, Fondo de Cultura Económica. CHARAUDEAU, Patrick (2011), “Las emociones como efectos de discurso”, en Versión. Estudios de Comunicación y Política, núm. 26, pp. 97118. DELACROIX, Jean Marie (2008), Encuentro con la psicoterapia, Santiago de Chile, Cuatro Vientos. FERNÁNDEZ, Anna (2011a), “Antropología de las emociones y teoría de los sentimientos”, en Versión. Estudios de Comunicación y Política, núm. 26, pp. 315-339, disp onible en , consultada el 20 de febrero de 2013. (2011b), “Prejuicios y estereotipos, refranes, chistes y acertijos, reproductores y transgresores”, en Antropología Experimental, núm. 11, pp. 317-328. (2012a). “Huyendo del miedo, desterrando el enojo, escapando de la tristeza y cayendo en brazos de la risa: los chistes en México en tiempos de la Influenza 2009”, en Revista Latinoamericana de Estudios sobre Cuerpos, Emociones y Sociedad, núm. 8, pp. 7-16, disponible en , consultada el día 22 de febrero de 2013.

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las emoCiones y el CUidado en las familias enveJeCidos*

Con miembros

Rocío Enríquez Rosas** introdUCCión

El presente estudio analiza las emociones de las personas mayores que reciben cuidados y/o que son proveedoras de los mismos. Interesa también la dinámica de las relaciones de género y familiares teniendo como foco la práctica del cuidado en contextos urbanos de pobreza extrema. Las emociones se entienden como construcciones socioculturales (Coulter, 1989; Swanson, 1989; Hochschild, 1990; Gordon, 1990; Perinbanayagam, 1989; Rosaldo, 1989; Le Breton, 1999; Pinheiro, 2003; Hopkins et al., 2009; Kleres, 2009; Enríquez, 2005, 2008; Reguillo, 2006; Becker, 2009; López, 2011; Vázquez, 2010; entre otros); es decir, como proveedoras de sentido y orientación en el mundo (Döveling, 2009), como elementos centrales para la interpretación de lo social a través de códigos culturales particulares (Kleres, 2009). La pregunta central de esta investigación fue analizar de qué manera las emociones sociales reproducen o bien trastocan las formas contemporáneas de ejercer el cuidado en población envejecida, en un contexto de desigualdad y pobreza urbana. Los hallazgos mues* Este trabajo se elaboró a partir de los datos provenientes de la investigación realizada en el marco del Proyecto Latinassist, coordinado por la Universidad París I, a cargo de la doctora Blandine Destremau y la doctora Isabel Georges. Para el capítulo mexicano, la investigación fue coordinada por la doctora Magdalena Villarreal (Ciesas-Occidente) y la doctora Rocío Enríquez (iteso) y se contó con la participación de la doctorante Edith Carrillo, la doctora Karina Vázquez así como de las maestras María Martha Ramírez y Carolina Cuarenta. ** iteso, profesora-investigadora, Departamento de Estudios Socioculturales.

[153] tran las formas múltiples en que a través de las emociones sociales se re producen o bien se trastocan las formas contemporáneas de ejercer el

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cuidado en contextos de desigualdad y pobreza urbana. Se abordó el problema planteado a través de una metodología cualitativa centrada en la realización de observación etnográfica y de entrevistas en profundidad con adultos y adultas mayores (emisores y/o receptores de cuidados que residen en distintos arreglos fami lia res en la zona metropolitana de Guadalajara y que actualmente son beneficiarios del programa social federal “70 y más”). Se aplica ron al gunos elementos de la propuesta de Coffey y Atkinson (1996) para la categorización de los materiales empíricos resultantes y a partir de ello se planteó una primera formulación de categorías analíticas que tiene como centro el cuidado, y desde él se deriva la relación con las emociones, las relaciones de género y familiares en un contexto urbano de pobreza extrema. Las categorías propuestas son la feminización, la precarización y la familiarización del cuidado. Los hallazgos muestran las formas múltiples en que a través de las emociones sociales se reproducen, o bien se trastocan, las formas contemporáneas de ejercer el cuidado en contextos de desigualdad y pobreza urbana. También es posible encontrar las formas en que se reproducen cotidianamente los procesos de feminización y familiarización del cuidado. Los datos muestran la imprescindible necesidad de pensar el bienestar social desde relaciones complementarias entre los distintos agentes: las familias, las instituciones del Estado, el mercado y las organizaciones de la sociedad civil, a fin de lograr una redistribución equitativa de las cargas de cuidado, incluyendo también la división sexual del trabajo asociado al cuidado desde la equidad de género, así como de las relaciones que promuevan la solidaridad intergeneracional. De esta forma, se busca poner en el centro de la discusión, a partir de los hallazgos de este estudio, la necesaria colectivización del cuidado, que incorpore la dimensión institucional y que promueva un nuevo contrato de género e intergeneracional sobre la distribución de las cargas de cuidado y desde el entendimiento de este último como un derecho de todo ciudadano.

PreCisiones teóriCas Como señala Montaño: El cuidado no logra aún posicionarse como un tema de Estado. Esto se debe, en parte, a la persistencia de un modelo de sociedad androcéntrico y patriarcal donde el cuidado aún se vincula a la naturaleza femenina y se considera el deber principal de la mujer (primero madre y esposa y luego ciudadana, trabajadora remunerada, mujer pública; asimismo, en los mercados laborales aún persisten lógicas centradas en el orden paterno), el hombre trabaja y la mujer cuida la casa y, por tanto, no se

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considera que los trabajadores tienen familias; a su vez, el Estado suele estar ausente en materia legislativa orientada a medidas conciliatorias para la corresponsabilidad social del cuidado y las familias (Montaño, 2010:60).

La no participación de los hombres en las tareas del cuidado tiene que interpretarse a través de los mandatos socioculturales que han mantenido y reproducido una división sexual del trabajo tradicional. Sin embargo, la posibilidad de configurar nuevos contratos de género en relación con la distribución de las cargas de cuidado es hoy en día una posibilidad que se gesta principalmente a través de las nuevas generaciones y que implica cambios culturales importantes para lograr una transformación sostenida a favor de la equidad de género. El cuidado, en tanto objeto de estudio, requiere ser problematizado a partir de tres procesos centrales: de precarización, de feminización y de familiarización. Además, el envejecimiento poblacional (Ham-Chande, 2003) es un fenómeno sociodemográfico global en el presente siglo que refleja la necesidad de cuestionar en colectivo las formas convencionales de significar y ejercer tanto el autocuidado como el cuidado de los otros, así como las reciprocidades dadas y posibles. Las cargas de cuidado para las próximas generaciones, de acuerdo con las proyecciones demográficas para el caso de América Latina (CEPAL, 2009, 2009a), advierten sobre la urgente necesidad de generar políticas públicas incluyentes que favorezcan relaciones complementarias y equitativas en clave de género y generacional, entre las instituciones públicas, las organizaciones de la sociedad civil y las familias en su diversidad, para hacer frente a la población en proceso de envejecimiento. Organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (2002) advierten sobre el envejecimiento acelerado en los países en vías de desarrollo, acompañado además por procesos de reconfiguración en las estructuras familiares, en los roles de género y en los patrones de trabajo y migración. En este sentido, se reconoce una desproporción significativa entre las personas disponibles para cuidar de los adultos mayores y la población que estará en este grupo de edad, que a su vez requiere ser desagregado en términos analíticos dada su heterogeneidad, tomando en cuenta género, arreglo familiar, condición rural-urbana, segregación social y espacial, condición socioeconómica, participación social y política, acceso y participación activa en los procesos culturales, entre otros aspectos. Los cuidados informales, provenientes principalmente de las redes familiares (Lowenstein, 2003), presentan en las sociedades contemporáneas formas inéditas en sus dinámicas y configuraciones que

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advierten sobre el desgaste de los recursos tanto materiales como simbólicos y de la inminente necesidad de contar con apoyos formales complementarios que amortigüen las demandas y los requerimientos cotidianos y en situaciones de crisis asociados al cuidado del otro, especialmente cuando se trata de personas envejecidas y con distintos niveles de dependencia. Esa necesidad de desfamilismo latinoamericano del cual certeramente advierte Arriagada (2007), es también un proceso presente en la sociedad mexicana y especialmente en los estratos más empobrecidos y carentes de toda seguridad y protección social. Avanzar hacia el desfamilismo impli ca el fortalecimiento del sistema de protección social y de cada una de sus instituciones, así como mayores recursos por parte de los suj etos envejecidos y sus familias para solventar los gastos asociados al cuidado. Una perspectiva universalista y en una sociedad co mo la mexicana, marcada por grandes desigualdades sociales así como de género, debe apostar a la presencia y eficacia de las instituciones de gobierno encargadas de la procuración del bienestar de los ciudadanos con un enfoque de respeto a los derechos humanos a lo largo de la vida (Huenchuan, 2003; CEPAL, 2009). Así, el alargamiento en la esperanza de vida en la población latinoamericana, y específicamente la mexicana, el achicamiento del tamaño de los hogares, la coexistencia de tres o más generaciones corresidentes, la diversificación de los arreglos familiares, son sólo algunos de los factores que se deben tomar en cuenta cuando se busca abordar el proceso de envejecimiento en su relación con el cuidado y la necesidad de buscar relaciones complementarias desde los distintos agentes y actores sociales. El cuidado, problema social multidimensional, requiere acercamientos interdisciplinarios (Najmanovich, 2008). En este sentido, la ética del cuidado adquiere especial relevancia, y con ella el acercamiento a las vinculaciones asociadas a la práctica del cuidado y las emociones, en tanto constelaciones, que están presentes en las figuras múltiples del cuidado. En nuestro país hay riesgos centrales ante el envejecimiento y tienen que ver con la especificidad de género, es decir, con el proceso de feminización en la vejez (Chackiel, 2000), así como con el proceso de feminización del cuidado (Vara, 2006) y también con la desigualdad socioeconómica y de acceso al trabajo pleno en la población en general y en el sector envejecido en particular (Viveros, 2001). El nivel de envejecimiento que presentan México y la mayoría de los países latinoamericanos ha ocurrido en medio siglo, a diferencia de Europa, en la que este proceso tomó dos siglos. Esta velocidad en el proceso de envejecimiento está asociada a la baja en la mortalidad y al descenso en la fecundidad (Ham-Chande, 1999; Viveros, 2001; entre otros). Este

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envejecimiento acelerado no va a la par con las infraestructuras de cuidado que se requieren, ni con una cultura de cuidados intergeneracional que garantice procesos de bienestar en las etapas finales de la vida. En síntesis, en México hay muy pocas instituciones que se dediquen a atender y cuidar a las personas mayores y, en su mayoría estas instancias tienen enfoques muy limitados (Ham-Chande, 1999). Por otro lado, las personas están teniendo menos hijos y hay menos probabilidad de que éstos los cuiden cuando envejezcan (Guzmán, 2002; Robles, 2007; entre otros). El Estado ha delegado el cuidado y la asistencia económica de los adultos mayores a las familias y a las redes sociales informales (Viveros, 2001), este fenómeno tiene repercusiones especialmente graves en el caso de las personas mayores que experimentan cotidianamente la pobreza (Salgado y Wong, 2003). Así como resulta central la ética del cuidado, lo es también la economía del cuidado. La invisibilización de las acciones del cuidado que realizan cotidianamente las mujeres a lo largo de sus vidas y que van dirigidas a vínculos familiares pertenecientes a generaciones que les preceden y que les continúan —y que es sin lugar a dudas un aporte económico asentado en el trabajo reproductivo y no remunerado— son los argumentos centrales para nombrar y problematizar la economía del cuidado (Pautassi, 2010; Marco y Rodríguez, 2010). Es urgente el reconocimiento de la contribución de las mujeres a la economía en sus distintas escalas, y a partir ello elaborar alternativas de desarrollo con equidad donde las acciones de cuidado juegan un papel sustantivo (Pautassi, 2010). Es necesario hacer una revaloración del trabajo de las mujeres, una redistribución del trabajo y los tiempos de las personas, así como establecer estrategias que eviten la discriminación y favorezcan la corresponsabilidad social en el trabajo doméstico y de cuidados, que lleve a sistemas de protección social a favorecer el desarrollo social de los ciudadanos (Observatorio de Igualdad de Género de América Latina, 2012). Asimismo, señala Bazo (2002), es necesario cuestionar las posibilidades y las responsabilidades de las familias y de las mujeres en cuanto al cuidado de los distintos miembros. En el futuro próximo, la verdadera crisis de los Estados de bienestar será una crisis en la provisión de los cuidados. Este panorama social en relación con el cuidado advierte sobre la centralidad de las redes sociales formales e informales para hacer frente a la carga de cuidados desde un enfoque de respeto a los derechos, entendiendo el cuidado en sí mismo como un derecho de todo ciudadano. Esta preferencia hacia la ayuda familiar está íntimamente relacionada con factores socioculturales sobre la forma de entender la relación filial y la reciprocidad de largo aliento dentro del grupo familiar (Lowenstein,

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2003; entre otros). La escasa presencia de vínculos vecinales asociados al cuidado está relacionada con las condiciones actuales que presenta la pobreza en algunos contextos urbanos de las grandes ciudades, en los cuales se han mermado las posibilidades de reciprocidad vecinal, así como de la experiencia de seguridad y confianza social entre los pobres urbanos (González de la Rocha, 1999; Enríquez et al., 2008; Enríquez, 2008a, 2009, entre otros); además, las condiciones mismas de segregación socioespacial (Siqueiros, 2009) complican aún más los desplazamientos para las personas mayores en el entorno urbano actual y la activación oportuna de la red ante situaciones de adversidad, especialmente en aspectos relacionados con la salud. Esta centralidad de los lazos de parentesco a partir del modelo hegemónico de familia es cuestionada frontalmente por diversos estudios que dan cuenta de las múltiples demandas a las que las familias están expuestas, así como los cambios que han sufrido en su estructur a y configuración interna y en su dinámica cotidiana (Robles, 2003; Vara, 2006; Enríquez, et al., 2008; CEPAL, 2009; Montaño, 2010; entre otros). En este sentido, no es posible sostener la premisa de las familias como depositarias de los cuidados, sino construir nuevas narrativas que apuntalen la colectivización del cuidado (Montes de Oca, 2003), así como las prácticas responsables de autocuidado en cada una de las etapas del curso de la vida. También existen investigaciones e iniciativas ciudadanas que dan cuenta de las posibilidades de fortalecimiento de los lazos sociales en las zonas urbanas y de alternativas que favorezcan la construcción de una ciudadanía participativa y sensible a las necesidades del otro y al acto recíproco en favor del bienestar colectivo (Gómez, 2011).

el CUidado en sU relaCión Con las emoCiones Presentes en los vÍnCUlos

Existen solidaridades y conflictos en las relaciones de género e interge neracionales que dan cuenta de las múltiples ambivalencias en torno al cuidado, así como de las emociones sociales emergentes ante las demandas propias del cuidado de largo aliento de un miembro familiar dependiente en mayor o menor medida, y que ello ade más tiene que ver con la historia del vínculo a lo largo de los años. Las formas y matices en la reciprocidad de largo aliento están ínt imamente ligados a los contenidos afectivos construidos en el víncu lo y que se pondrán de manifiesto, de una u otra manera, en el intercambio en el contexto del cuidado entre generaciones, o bien entre miembros de una misma generación.

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Es por ello que resulta relevante la generación de conocimiento científico en relación con el cuidado y las emociones implicadas en ello. El cuidado es un problema de investigación de frontera que no puede descifrarse sin tomar en cuenta los componentes emocionales que están íntimamente asociados a las formas en que se expresan la emisión y la provisión del mismo. Describir y analizar las emociones que favorecen las prácticas de cuidado entre los seres humanos es una tarea central, así como dar cuenta de aquellas emociones que promueven la colectivización de los cuidados más allá de la esfera del mundo de lo doméstico/familiar. El construccionismo social de las emociones es la perspectiva teórica seleccionada para el presente trabajo. De acuerdo con Hochs child (2007), las emociones sólo pueden ser analizadas en relación con un contexto sociohistórico con coordenadas espaciotemporales claramente delimitadas. De esta manera, es posible abordar las emociones a partir de los factores de contexto centrales y que son el normativo, el expresivo y el político. El primero, el normativo, se refiere a la emoción y a las reglas vinculadas a las emociones que están socialmente construidas y que pueden generar tensiones y contradicciones diversas entre aquello que se siente y los parámetros preestablecidos sobre lo permitido y lo sancionado, lo apropiado y lo deseado. Para esta autora, existen tres formas de corrección de los sentimientos: la clínica, cuando lo que se espera es algo concebido como saludable y normal; la moral, que está legitimada desde el marco de la ética y la corrección en relación con las situaciones sociales, y la correspondencia con las expectativas de acuerdo con esas situaciones. El segundo contexto, el expresivo, está relacionado con aquello que siente el sujeto y la comprensión de ello por parte de los otros en un entorno específico. De acuerdo con el repertorio de expresiones y el predominio de unas y la escasez de otras, podemos descifrar las relaciones complejas entre las emociones y el contexto. Por último, el tercer contexto, el político, tiene que ver con las emociones y las relaciones/conflictos de poder. Para Hochschild (1990), existe un concepto central en el campo de estudio de las emociones sociales y éste tiene que ver con el trabajo emocional. Existen normas que orientan hacia aquello que debería sentirse en diferentes escenarios sociales y se conocen como zonas de regulación (líneas emocionales) que definen la intensidad, la duración y las formas en que es apropiado expresar cierta emoción en particular. En este mismo sentido, Perinbanayagam (1989) sostiene que las emociones se expresan de formas rituales y de esta manera el control, el manejo y las proporciones se mantienen dentro de una línea o un límite social preestablecido. En el manejo de las emociones se socializa al sujeto de tal manera que mantenga un equilibrio en el despliegue de sus prácticas de acuerdo con las

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prescripciones socioculturales sobre las fronteras simbólicas en la expresión de las emociones. Hochschild (1990) argumenta sobre las formas en que el sujeto se apropia de la ideología dominante. Esto lo lleva a expresarse y a actuar de maneras preestablecidas. En el caso de la ideología de género y su relación con las “reglas y normas del sentimiento”, la autora encontró tres tipos básicos de ideología: la tradicional, la igualitaria y la transicional. Ante dichas posiciones ideológicas, hay también estrategias de género, estrategias emocionales por medio de las cuales se evoca activamente o se suprimen varios sentimientos para perfilar una ruta de acción y de expresión apropiadas. De igual modo, hay estrategias de cambio activo y directo donde se presentan emociones asociadas a la confrontación directa y la búsqueda del cambio en las relaciones desiguales de género. Las estrategias de cambio pasivo e indirecto son aquellas en que se muestra un enfrentamiento mediante acciones paralelas que evitan confrontaciones directas. Para Armon-Jones (1986), hay una conexión importante entre género, emoción e ideología. En este sentido, el principio de lo femenino es culturalmente asociado con moderación y otras cualidades que son aprendidas desde la niñez, las cuales promueven los patrones de adscripción de las emociones de acuerdo con el gé nero al cual se pertenece. Crespo (1986) afirma que hombres y mujeres son considerados socialmente como sujetos con distintos tipos de emociones. Dicha diferenciación se halla profundamente institucionalizada y aparece como una dimensión de lo “natural”. Hochschild (1990) añade que así como se dispone de pautas y estrategias emocionales de género, también es posible encontrar estrategias que se desarrollan de acuerdo con el estrato social al que se pertenece. Cada contexto social exige una ruta y coordinación emocional específica; en tal sentido, el sujeto desarrolla una especie de sensibilidad protectora que le permite expresarse emocionalmente de manera apropiada, de acuerdo con esa realidad estratificada de la cual forma parte. La perspectiva teórica de las emociones que pone en el centro la búsqueda de relaciones entre las situaciones sociales concretas y los contenidos emocionales socialmente construidos, y que son expresados a través de las palabras y con diferencias y matices de acuerdo con las especificidades culturales (Lutz, 1986), es la que interesa en este estudio. A cada situación social le corresponde un nodo de emociones que se configuran/constelan de manera diferenciada. Así pues, en el caso de los procesos y tendencias sociales en el cuidado, tales como la precarización, feminización, familiarización o colectivización, existen ciertas emociones nodo que están íntimamente emparentadas con otras emociones, y

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conjuntamente dan cuenta de las formas en que las emociones reproducen o bien favorecen la transformación en las prácticas asociadas al cuidado. La culpa, la tristeza, la desesperación, en tanto emociones sociales, aparecen en las narrativas de los cuidadores familiares de personas con padecimientos crónico-degenerativos como la diabetes o el cáncer (Vázquez, 2010). Además, cuando abordamos la vejez en el contexto sociourbano marginal y desde el marco del construccionismo social de las emociones, emergen la tristeza, la desesperanza, el desamparo, la soledad y una profunda y persistente desprotección social ante un sistema social que la mayoría de las veces los excluye o atiende marginalmente y los mantiene invisibilizados, o bien asistidos bajo marcos médicos de enfermedad-salud-curación sumamente limitados y que requieren la intensificación de los procesos de humanización y colectivización del cuidado (Enríquez, 2010).

PreCisiones metodológiCas El estudio tiene como objetivo analizar las emociones de las personas mayores que reciben cuidados y/o que son proveedoras de los mismos, así como la dinámica de las relaciones de género y familiares con respecto al cuidado y en un contexto de pobreza urbana extrema. En este sentido, y para analizar el cuidado a través de tres ejes centrales —las relaciones de género, las relaciones familiares y las emociones—, he trabajado con las narrativas de mujeres beneficiarias del programa social federal Setenta y Más y el programa social estatal Vive Grande. Se seleccionó una colonia en situación de pobreza en cada uno de los seis municipios que conforman la zona metropolitana de Guadalajara. 26 Estos programas forman parte de la política social diseñada desde distintos niveles de gobierno con el objetivo principal de otorgar transferencias económicas a la población envejecida. Un análisis detallado sobre las lógicas de los actores implicados en este tipo de programas sociales, así como sobre las rutas y consecuencias de las transferencias, puede ser consultado en Enríquez y Villarreal (2014). A partir de ello, se realizó trabajo etnográfico en el periodo 20112012 y se llevaron a cabo entrevistas en profundidad con mujeres emisoras y/o receptoras de cuidados y que fueran beneficiarias de alguno de los programas sociales. En total se tuvieron entrevistas con 40 mujeres que 26 Se seleccionó esta muestra cualitativa por tratarse de un estudio que forma parte de una investigación mayor orientada al análisis de los programas sociales en varias ciudades de América Latina.

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pertenecen a escenarios familiares heterogéneos y que experimentan cotidianamente la pobreza en sus condiciones sociales y materiales de vida. Para este trabajo se realizó un proceso de categorización de acuerdo con la propuesta de Coffey y Atkinson (1996) y se seleccionaron analíticamente algunas de las narrativas relacionadas específicamente con el cuidado y los ejes se ña lados (género, familias y emociones), para mostrar las formas de precarización, feminización y familiarización del mismo.

haCia Una ProPUesta de CategorizaCión A partir del análisis de los materiales cualitativos, generados a través de las entrevistas en profundidad, se elaboraron tres categorías analíticas que dan cuenta de los procesos de feminización, precarización y familiarización del cuidado. En estas categorías se busca dar cuenta de las formas complejas en que se entrelazan las emociones con las construcciones de género y generacionales, así como con los procesos de empobrecimiento y precarización de la existencia. Destacan en este corpus las narrativas que surgen desde el ejercer el cuidado y desde el experimentar el cuidado, roles estos últimos que pueden emanar de un mismo sujeto envejecido en una acción más o menos recíproca y tomando en cuenta los niveles de dependencia y las demandas propias del cuidado. La mirada analítica está centrada en las emociones expresadas, que revelan por sí mismas, en el contexto de los relatos, las condiciones de precariedad en que acontece la práctica del cuidado para/desde las personas mayores en pobreza urbana. Surge desde quien cuida, principalmente mujeres (parejas, hijas, nietas, nueras), la desesperación, el cansancio, el miedo, el enfado, la flojera, la impotencia y la inacabable demanda de “estar al pendiente del otro”. Esta feminización del cuidado en un contexto por demás precario advierte sobre la inviabilidad de continuar depositando en los recursos materiales y humanos de las familias, funciones que les rebasan y claramente demandan vínculos complementarios para un sistema de protección social amplio y que resguarde desde la dignidad y el respeto a los derechos humanos, el proceso y las prácticas del cuidar y ser cuidado. Las narrativas de quien es cuidada o cuidado, como se mostrará en cada una de las categorías propuestas, muestran explícitamente el flujo de emociones tales como sentirse aplastada, con pena, atemorizada, aprisionada, amarrada… Se trata de cuerpos sociales que en términos metafóricos ponen en la mesa de discusión la ausencia o la incipiente cuota de poder para ejercer cierto control en la posibilidad de bienestar y acceso a los placeres mínimos de la existencia y los recursos que ello demanda. La

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vejez precaria implica un retraimiento en las posibilidades de desplazamiento en el espacio urbano inmediato, también precario, y condena a muchos hombres y mujeres mayores a permanecer, durante largas jornadas de tiempo, en posiciones estáticas que rigidizan aún más sus cuerpos y sus interacciones con los otros. Se trata también de las formas múltiples de violencia que en esta etapa de la existencia pueden ejercerse desde la omisión, la negligencia, la reclusión, el abandono y que, más allá de individuali zar las responsabilidades y de rastrear en la historia de los vínculos familiares, las emociones en interacción de quien cuida y quien es cuidado, lo que la ciudadanía empobrecida y envejecida requiere es un sistema de protección social que instale como eje transver- sal el cuidado y que sólo puede materializarse a través de políti- cas públicas para el envejecimiento a la altura de las innegables e impostergables necesidades de la población.

Feminización del cuidado El relato de Sandra, una mujer de 74 años, muestra el desgaste sufrido ante las prácticas cotidianas de cuidado de su pareja enferma y a lo largo de varios años. El material evidencia claramente la forma contundente en que se naturaliza en la mujer la responsabilidad del otro y la situación de angustia constante ante la posibilidad de una crisis mayor de salud y la escasez de recursos para hacer frente a ella. El vínculo familiar, en este caso Sandra, es entonces el ancla casi exclusiva que sostiene la posibilidad de bienestar ante la enfermedad de su pareja. El cuidado es naturalizado y en esa medida permanece como una práctica incuestionable y legitimada por un orden social que le feminiza. La desesperación y el cansancio están íntimamente ligados a situaciones sociales que implican cuidados de larga data y de niveles de dependencia avanzados. Estas marcas afectivas están ligadas al desgaste emocional de quien cuida cotidianamente del otro. La obligación moral de permanencia como vínculo principal para cuidar, campo de estudio de la ética del cuidado, permite reconocer también una emoción central y que tiene que ver con el miedo a una erosión mayor en el estado de salud de quien es cuidado. Sin embargo esta tríada de emociones (desesperación-cansancio-miedo) también nos lleva a considerar los riesgos cotidia nos y acumulativos que experimentan principalmente las mujeres ante las cargas crecientes de cuidado del otro. La visibilización de los trabajos relacionados con el cuidado debe ir acompañada con el reconocimiento económico (Pautassi, 2010; Marco y Rodríguez, 2010; CEPAL, 2012) y también con la formulación de nuevos contratos de género que busquen la equidad en las car gas de cuidado,

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asuntos centrales abordados por la economía del cuidado (Espejo, Filgueira y Rico, 2010). E: ¿Pero cómo se siente usted cuando se pone así de mal [su pa reja] y lo está atendiendo? S: Pues me siento mal, me siento desesperada, siento desesperación, siento cansancio, y pues sí me siento mal, cómo no me voy a sentir mal. De verlo [a su pareja], sí me siento mal, porque tengo miedo de que un día se me quede así de mal, entonces ¿qué voy hacer? [...] (Sandra, 74 años, entrevista realizada el 18 de junio de 2012).

Presento el relato de Pamela, una mujer de 88 años que es cuidada por su hija, esta última trabaja, es madre soltera y cuida a su vez de sus hijos. Este cuerpo narrativo, de acuerdo con la propuesta de Riessman (1993), nos conduce a la forma en que una mujer de más de 80 años y aprisionada en una silla de ruedas refiere el acontecer diurno, vespertino y nocturno de su existencia. Su relato refleja los vacíos, las ausencias, las esperas y los malestares cuando el cuidado es individualizado, en este caso en su hija, que simultáneamente cumple diversos roles sociales. La connotación social del cuidado advierte sobre la imprescindible necesidad de romper las fronteras del ámbito del parentesco y comprender que solamente a través de relaciones solidarias entre los distintos actores que conforman las sociedades contemporáneas es posible garantizar el bienestar social. Los estudios sobre preferencias en el cuidado muestran hoy en día, en contextos como el mexicano, las reconfiguraciones en las subjetividades principalmente femeninas sobre la inviabilidad de seguir sosteniendo a la(s) hija(s), la(s) nuera(s), la(s) sobrina(s) como cuidadoras centrales o exclusivas ante el proceso de envejecimiento. La participación económica de las mujeres en el mercado laboral principalmente informal en este sector de la población, el achicamiento de los hogares, el incremento de las jefaturas femeninas, van gestando procesos reflexivos, en quien envejece, sobre las posibilidades reales de ser cuidado de tiempo completo y, de manera progresiva y prolongada, exclusivamente en casa. El cuidado social de la gente mayor, principalmente de aquellos que viven en pobreza, demanda escenarios con infraestructuras adecuadas de acuerdo con niveles de dependencia y que posibiliten la estancia de día y, cuando es necesario, la estancia permanente. Esta realidad y desde la ética feminista del cuidado no trastoca la posibilidad del intercambio afectivo y del acompañamiento en el proceso de envejecer y de morir, pero sí confronta sobre las formas de entender, enfrentar y distribuir las cargas de cuidado en las sociedades. La constelación de emociones que se encuentra en este cuerpo narrativo está conformada por la desesperación, la pena, la tristeza, la soledad y el

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miedo. Aparece como emoción nodo la pena y ella devela el sentir de quien se ve imposibilitada físicamente para hacerse cargo de sí misma y queda a expensas de los cuidados que recaen de manera central en la hija. La pena, como construcción social, define también fronteras simbólicas sobre lo que se le pide al otro (a la hija) y lo que se silencia y afecta las condiciones físicas y emocionales en la vejez. En el recibir, de acuerdo con la propuesta de Mauss (1974), se encuentra presente el espíritu del retorno. La reciprocidad de largo aliento, y sus implicaciones en el contexto contemporáneo, adquiere especial relevancia para comprender la dinámica que se gesta en torno a los cuidados. La pena de Pamela está vinculada con la experiencia de sentirse en deuda ante la imposibilidad cotidiana de poder reciprocar a través de las tareas cotidianas de reproducción doméstica. Los tiempos que vive Pamela en soledad en su vivienda son también tiempos de riesgo ante posibles accidentes, o bien ante la presentación de una crisis de salud. La casa no puede ser entendida como el espacio de resguardo y de seguridad para quien envejece enfermo y la mayor parte del tiempo en soledad y con experiencias de tristeza, como lo muestra claramente el relato. Este aislamiento traspasa las esferas de lo individual y nos pone de frente ante el riesgo social que un sector de la población cada vez mayor puede llegar a experimentar y que está estrechamente ligado a la vulnerabilidad social (Moser, 1996). El miedo, especialmente el que acontece en la noche, despierta en Pamela pensamientos que exacerban el malestar, y también formas de regulación emocional a través de la negociación con la hija, para la instalación de artefactos (un timbre) que pueden favorecer la comunicación y la posibilidad de protección social exclusivamente desde el ámbito de lo doméstico y desde los límites de la relación filial. La desesperación está íntimamente ligada a la imposibilidad de autonomía para el despliegue de las prácticas de autocuidado, así como de desarrollo de las tareas del hogar. Esta desesperación también está referida a las pérdidas, en términos de identidad, cuando las tareas tradicionalmente femeninas no pueden ser sostenidas más y el deterioro se torna progresivo. Mi hija es la que va a traer la dispensa, porque yo no puedo, me desespero pero pos qué hago. Por eso digo “ya no puedo”, pos ya estoy aquí como el que dijo “ya estoy amarrada” [risa]. Pero a mí me encanta de hacer de comer. A veces me dice [mi hija]: “me la ha de dar pa’ lavarla” [mi ropa]; me da pena andar molestando. Yo lavo, como Dios me da licencia. Ya nomás le pido a Dios que me dé fuerzas y me pongo a lavar. A veces cuando no viene [a verme] me tiene con pendiente. Le digo [a mi hija]: “mira, has de venir aunque sea a decir buenos días, madre, ya me voy”. Y se te quita el pendiente [a uno], ¿verdad?, y así ya

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queda uno como desahogado. “Siquiera que vino a verme”, eso piensa uno, ¿verdad?. […] nomás me duermo, ya cuando se llega la hora de comida ya me levanto: “vente a comer” [dice la hija], veces me da pena, ‘ta uno como los muchachos, ahí aplastada en la silla y sin hacer nada. Y yo estaba impuesta a levantarme, barrer, hacer de comer, hacer un atole. [Ahora] tengo que esperarme hasta que me da [mi hija]. Porque yo tampoco puedo seguir. Cuando yo ponía [dinero] entonces yo madrugaba a hacer de almorzar, mis padres me lo enseñaron así. En la noche y pues no creas, claro que me da miedo y claro que pienso muchas cosas, lo que yo he pensado es que ella me ponga un timbre y cuando lo necesite tocarlo y así ella sabe que necesito algo o me pasó algo, así me sentiría más tranquila, eso es lo que le pediré, no le hace que lo pongan con mi dinero. Por eso digo qué triste es estar uno solo, por eso a la hora de quedarse uno dormido, uno no sabe si va a despertar, pero no, yo sola me quedé en este cuarto y por eso te digo que es triste estar uno solo, ya no sabe uno. Me cabe preocupación, porque la pieza ésta es sorda, les hablo y no me oyen y yo le pido a Dios que me muera rápido para no sufrir […] (Pamela, 88 años, entrevista realizada el 11 de julio de 2012).

Precarización del cuidado Adriana, una mujer de 70 años y con un alto nivel de dependencia, expresa las consecuencias posibles e imaginables de no contar cotidianamente con los apoyos necesarios para responder a las demandas de cuidado que su cuerpo envejecido y enfermo requiere. En este caso, se muestra con nitidez la impostergable necesidad de contar con espacios dignos para la población mayor, especialmente en pobreza, que puedan atender cotidianamente las demandas de cuida do y de acuerdo con los niveles de dependencia. Envejecer en condiciones de pobreza y precariedad, en dependencia exclusivamente de la ayuda familiar y especialmente de las mujeres, no es viable en el México contemporáneo y atenta directamente contra las posibilidades de vida y vejez digna. Esta situación alarmante y que será cada vez mayor conforme el proceso de envejecimiento avance, no puede ser resuelta con el retorno de las mujeres al ámbito exclusivo de lo doméstico, sino con una ética del cuidado que comprometa a nuevos contratos de género y también intergeneracionales en los que la sociedad, en tanto colectivo y sus instituciones, en lo particular, asuman responsabilidades que generen relaciones complementarias para la distribución de cargas de cuidado.

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[…] Me preocupa que no puedo moverme yo sola, porque me pega una soltura, y a veces no alcanzo a llegar al baño […] (Adriana, 70 años, entrevista realizada el 12 de junio de 2012).

Pamela muestra con nitidez en su relato los riesgos cotidianos que enfrentan las personas de edad avanzada en el entorno urbano marginal. El enfado está vinculado, por una parte, a un cuerpo atrapado en una silla. Con ello Pamela resalta, en la presentación de sí misma, la vulnerabilidad de su cuerpo dependiente y necesitado. Aparecen también las formas de agencia limitada con que ella busca negociar en un entorno urbano que le segrega y excluye para transitar de una forma digna. El desplazamiento urbano, forma de mediación para la activación y el mantenimiento de los vínculos, está fuertemente constreñido a aquellos que envejecen en pobreza en el contexto de las grandes ciudades. El miedo, regulador emocional del riesgo, promueve entonces el cuidado de sí a través del no movimiento, la permanencia estática y el aislamiento social. P: Sí, que me saque a dar la vuelta [la hija]. No es igual estar aquí en esta prisión de la silla. E: ¡Sí!, pues sí. P: Me enfado, me enfado de ir en el camión y luego bajarme, y tengo que ir con la carreta esta. Tengo miedo de que nos vayan a atropellar. Les digo: “mejor no nos mueva” (Pamela, 88 años, entrevista realizada el 8 de julio de 2012).

Familiarización del cuidado Margarita, una mujer de 74 años y quien cuida de su pareja, la cual presenta actualmente un alto nivel de dependencia que le impide hacerse cargo de sí mismo, da voz a aquellas mujeres que han interiorizado los discursos institucionales sobre los deberes de las mujeres para enfrentar hasta el tramo final las demandas de cuidado del otro. Los apoyos y las ayudas para el cuidado de la pareja son recibidos esporádicamente por parte de las hijas (principalmente) y de los vecinos. La naturalización del cuidado en la cultura familiarista ha confinado a muchas mujeres al aislamiento cotidiano, a la asunción del cuidado como una marca identitaria, a la reproducción una y otra vez de un orden social que legitima sobrecargas e individualiza una responsabilidad eminentemente social. Cuando además esta cultura tradicional y sexista sobre el cuidado transcurre en contextos de pobreza extrema, las transferencias económicas de programas como Setenta y Más y Vive Grande no resuelven la problemática y exclusivamente permiten, en

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algunos casos, mitigar el hambre y algunas de las necesidades propias del padecimiento o los padecimientos que se experimentan. El Estado, de acuerdo con Palier (2010), continúa centrado en una lógica familiarista que está asentada en los recursos y posibilidades de los grupos domésticos y que muestra el vacío en un campo de pro tección cuyas demandas crecen aceleradamente. En este sentido, hay un efecto paradojal pues las políticas sociales familiaristas favorecen la ausencia de servicios a la familia y ejercen una presión en las mujeres para mantenerse activas o no en el mercado laboral, de acuerdo con las cargas de cuidado de menores o, como interesa en este caso, de personas envejecidas. En el relato de Margarita aparece con nitidez la ambivalencia en las emociones ante la situación de cuidados prolongados. Está la tristeza propia ante el dolor experimentado por la pareja y las formas tradicionales de regulación emocional (Hochschild, 1990) asociadas con el tomar un baño, dormir, visitar esporádicamente a la familia y sin generar un cambio en el orden social que mantiene y reproduce la individualización y feminización del cuidado. Está también la flojera, la pesadez, emociones sociales cercanas entre sí y que muestran, en el contexto del relato, la reproducción de prácticas de cuidado que afectan el bienestar emocional de quien las ejerce. E: ¿Usted, cómo se distrae [del cuidado de su esposo]? M: Me meto a coser ahí con mi esposo, aquí en la pura esquinita ése es mi lugar, tengo una costura, una empezada, otra, y no acabo ni una costura. Con eso me distraigo, a donde más, a veces me salgo un ratito ahí pero me enfado no estoy impuesta a andar visitando, mi mamá nunca nos enseñó así, decía cuando tengan sus campos libres métanse a bañar o métanse a dormir pero no estamos impuestos a andar visitando, que voy que con mi hija que vive aquí adelante pero cuando voy a mandado, pero así que digamos hay voy un ratito, no […] Yo al contrario siento tristeza de verlo que le duele, que me dice ay déjame, que le muevo sus pies que le duelen, ay me duele, siento tristeza, siento no sé, ¿verdad?, yo quisiera ¿cómo te diré?, que no le doliera nada o poder agarrarlo como niño y sentarlo pero pues no puedo. E: ¿Pero qué siente usted cuando le está hable y hable [su pareja] en la noche? M: Pos siento feo de no poder ayudarlo pero luego me levanto y a ver “¿qué quieres?”, “¿estás orinado?”, no, “¿te cambio?”, no, “¿entonces qué quieres?”, ya le doy un vasito de leche y ya se vuelve a quedar, pero necesito levantarlo para darle la leche, vieras qué flojera siento, flojera de levantarme, pesadez, eh, ya te digo (Margarita, 74 años, entrevista realizada el 07 de junio de 2012).

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He incorporado también la voz masculina de un hombre de 83 años que a través de su narrativa me permite dar cuenta de las formas en que el discurso religioso es interiorizado para, a manera de “mandato divino”, hacerse de una mujer que pueda resolver las necesidades cotidianas ante la vejez. También incorporo la narrativa de un hombre mayor que refleja en unas líneas la condición extrema de vulnerabilidad social a la cual puede llegar un ser humano cuando, al perder a su pareja por fallecimiento, se acentúa una cultura del no cuidado de sí mismo y de feminización del mismo. El desafío es, entonces, confrontar estos constructos socioculturales que reiteran la familiarización del cuidado en el ámbito de lo privado y repensar las formas posibles de hacerle frente a este desa fío a partir de una cultura del cuidado que busque la colectivización del mismo mediante las contribuciones de los distintos agentes so ciales y de un sistema de protección social incluyente, que incorpore la transversalización del cuidado y lo posicione como un derecho de toda y todo ciudadano. La narrativa masculina construida por Luis, un hombre de 83 años, muestra los beneficios de contar con una mujer en esta etapa de su vida. Sentirse atendido permanentemente genera gusto y bienestar. Ella es, entonces, la fuente “infinita” emisora de cuidados, y él, receptor de esos cuidados que tornan viable el proceso de envejecer. El bienestar es un estado con contenidos emocionales centra les, y también con formas de producción y de reproducción altamente precarias que están suspendidas en el hilo del quehacer femenino y desancladas de toda forma de seguridad social. […] manda el pastor que las personas que estén viudas o solas tienen que juntarse con alguien más y de esa manera no estoy solo, la verdad, yo ya no hubiera buscado a alguien, pero Dios me mandó a Mary y eso me hace sentir bien, todo el tiempo está al pendiente de mí, de lo que necesito y eso me gusta […] (Luis, 83 años, entrevista realizada el 8 de junio de 2012).

Ricardo, un hombre de 78 años, muestra en su narrativa los juegos del destino en cuanto a cuidados se trata. Ese cálculo masculi no de contar con la mujer para las etapas finales de la vida, se trastoca en la trayectoria de este hombre y afloran emociones ligadas a la soledad y al desencantamiento ante la fuerza divina que toma la fuente “inagotable de repertorios de cuidado”. Esa mujer, como posesión y destinataria última y única de las tareas de cuidado, desaparece del entorno de lo posible para Ricardo y nos permite revelar nuevamente la vulnerabilidad extrema a la que puede llegar el sujeto cuando el bienestar es acotado y esperado

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exclusivamente en el ámbito de lo doméstico y en particular, desde una división sexual del trabajo, que arroja una y otra vez a muchas mujeres a cargar prioritaria o únicamente con las tareas de cuidado que corresponden a la sociedad entera a través de sus instituciones y sus formas múltiples de organización social. […] Se me hace a mí muy duro estar ahí solo, estaba muy engreído con mi señora pues Dios se la llevó [...] (Ricardo, 78 años, entrevista realizada el 13 de enero de 2012).

La siguiente y última narrativa busca mostrar la connotación moral del cuidado y la forma en que ésta permea la cultura y condiciona la reciprocidad de largo aliento en la relación filial. Un régimen de bienestar predominantemente familiarista se asienta y reproduce a través de los vínculos de parentesco y se particulariza en las acciones y omisiones de las mujeres. Los afectos construidos a lo largo de la historia de los vínculos se despliegan finamente en esas relaciones de cuidado a través de emociones como la culpa, el remordimiento, la satisfacción, la vergüenza, el rencor, el amor. Los vínculos familiares son coparticipantes de cuidados y también de no cuidados, hombres y mujeres participan en contratos de género inequitativos que agotan recursos y advierten desgastes. Las familias, en su heterogeneidad, son instituciones sociales condicionadas a estructuras mayores que reproducen desigualdades de género, que se objetivan en prácticas tradicionales de cuidado de sí mismo y del otro y que son insostenibles en un país que avanza vertiginosamente hacia el envejecimiento poblacional y que demanda nuevas formas de construcción y concreción del bienestar social. […] hay hijos que son buenos y otros que no son agradecidos, cuántos hijos yo he visto que no ayudan a sus padres, hasta en las noticias se ve que hay viejitos que piden ayuda y que les preguntan: “¿Cuántos hijos tiene?”. “Tantos, pero pues se fueron, no me dan, no vienen”. Y siempre se ve mucho descuido en esas cuestiones. Y no debería de ser porque si uno valorara todo lo que sus padres hicieron sería muy bueno que estuviéramos al pendiente, entonces sí hace falta (Leticia, 71 años, entrevista realizada el 11 de noviembre de 2012).

reflexiones finales La provisión de cuidados es una cuestión ética y política, un derecho de todo ser humano que requiere acciones colectivas y públicas

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(Pinheiro y Araujo de Mattos, 2008a, 2008b, 2009). Un punto cen tral en la agenda social es la necesidad apremiante de “otorgar al cuidado el carácter de derecho universal con sus correlativas obligaciones. Y para ello, como para cualquier instancia de cambio, es fundamental contar con voluntad política para iniciar el proceso de transformación” (Pautassi, 2010:81). Los procesos de precarización, feminización y familiarización del cuidado requieren abordarse también a partir de las formas posibles de colectivización del mismo. Me refiero principalmente a la participación de las instituciones del Estado en cada una de las tareas relacionadas con el cuidado y la protección social, especialmente en la población envejecida. El acercamiento etnográfico a casos paradigmáticos que muestren estas formas alternativas de cuidado social será central para instalarlas cada vez más como situaciones deseadas y no de excepción. Considero central el análisis de las emociones que están asociadas a la colectivización e institucionalización del cuidado. Este análisis detenido sobre aquellas emociones que favorecen transformaciones en los códigos culturales sobre el cuidado, será central para dar respuesta a los procesos de envejecimiento poblacional en México. Me refiero al acercamiento a escenarios de investigación en los cuales el cuidado sea ejercido desde distintos actores sociales provenientes de la familia, de las instituciones del Estado, de la sociedad civil y que favorecen experiencias emocionales ligadas al bienestar social, así como a nuevas formas de significar el cuidado y de distribuir las cargas del mismo. Las emociones y el cuidado muestran las diversas formas relacionales en las que el género y los vínculos familiares intergeneracionales se en carnan cotidianamente en los procesos de envejecimiento en entornos marcados por la desigualdad social y la pobreza urbana.

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CUando el Cambio ClimátiCo nos alCanzó: emoCiones, género y familia Virginia Guadalupe Reyes de la Cruz* Edith Guadalupe Pérez Chávez*

introdUCCión El cambio climático es un fenómeno que cada día nos preocupa, pues escuchamos hablar de inundaciones, deslaves, tsunamis, terremotos, migraciones de aves y personas por diversos eventos relacionados con la naturaleza. Los especialistas, por su parte, señalan que las temperaturas se incrementarán, los glaciares se irán descongelando paulatinamente y algunas especies de animales se extinguirán porque al elevarse las temperaturas en sus hábitats no podrán reproducirse, lo mismo sucederá con algunas plantas y, con respecto a la especie humana, investigaciones recientes revelan que entre otras afectaciones debidas a las temperaturas cada vez más extremas se multiplicarán los casos de abortos y aparecerán nuevas enfermedades. Ante todas estas manifestaciones de la naturaleza en nuestro planeta, que no sólo debemos observar desde una visión científica, surgen algunas preguntas como las siguientes: ¿cómo estamos enfrentando estos fenómenos los seres humanos? ¿Sabemos lo que sucede? ¿Podemos evitarlos? ¿Las comunidades indígenas, que se han caracterizado por conocer la naturaleza y sentirse parte de ella, conocen lo que en realidad está aconteciendo? ¿Cómo lo enfrentan? ¿Viven de la misma manera estos eventos hombres y mujeres, niños y ancianos?, etcétera. Éstas son algunas interrogantes planteadas por los integrantes del proyecto “Educación y género ante el cambio climático”, desarrollado por el Instituto de Investigaciones Sociológicas de la Univer* Instituto de Investigaciones Sociológicas de la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca.

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[181] sidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca (IISUABJO) y financiado por el Fondo Mixto-Conacyt Oaxaca, con la finalidad de analizar si la población indígena y mestiza, que vive en espacios rurales y urbanos, enfrenta de la misma forma estos fenómenos, si el espacio hace que se produzcan diferentes situaciones de riesgo y cómo hombres y mujeres reaccionan ante ello, tomando como base la educación de la vida cotidiana. En este sentido, el objetivo esencial para este trabajo es conocer las acciones sociales que viven hombres y mujeres ante una situación de riesgo y hasta qué punto éstos pueden llegar a afectar y modificar sus estilos de vida, sus emociones, sus familias y su condición de género. Para lo anterior, una perspectiva que nos permite aproximarnos más de lleno al estudio de las situaciones de riesgo de desastre es el análisis de las emociones, específicamente de la sociología de las emociones y la teoría de los sentimientos, propuesta por Heller (1980), ya que estas posturas dan cuenta de cómo las personas interactúan y cuáles son sus relaciones sociales con los demás, sobre todo después de experimentar una situación de riesgo. Se observa además que al no solucionarse pronto los problemas, empieza a vivirse una serie de situaciones conflictivas y problemáticas entre los miembros de la familia, la comunidad, la relación con el municipio y las personas que llegan a la población. Es importante señalar que para estos pobladores de comunidades indígenas, el tiempo para la solución de sus demandas es fundamental, pues los espacios donde viven les generan incertidumbre, riesgos y la probabilidad de riesgos mayores, sobre todo porque hablamos de fenómenos naturales en espacios geográficos de alta vulnerabilidad. De este modo, el tiempo y el espacio en el ámbito de la vida cotidiana ante una situación de desastre se convierten en un binomio determinante para la vida de los seres humanos que la padecen. Es aquí donde cobra relevancia la articulación entre género, familia y emociones, elementos que convergen en un mismo espacio y que pueden detonar relaciones de conflicto por los niveles de tensión provocados por causas externas, entre otras, las afectaciones a la vivienda, la pérdida de seres queridos, las enfermedades y la falta de soluciones efectivas. En este trabajo nos centraremos en analizar lo que acontece en dos comunidades rurales con población indígena de las culturas zapoteca y mixe, quienes construyen de diferente manera la relación con la naturaleza y presentan contextos geográficos diferenciados, por lo que desde la perspectiva de las emociones la construcción de conocimiento permite ir más allá de una visión mestiza, con tendencias a la occidentalización.

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A partir de ello, el trabajo se ha estructurado en cuatro apartados; el primero describe el origen del problema de investigación, dando pie al segundo apartado, que es la construcción del marco teóric o, donde se muestra de manera general la discusión que ha existido al hablar de emociones y cómo se ha venido manejando el concepto desde diferentes disciplinas; como tercer momento tenemos la descripción del planteamiento metodológico, y posteriormente el análisis de los resultados obtenidos en la investigación, para cerrar con algunas consideraciones finales.

PosiCionamiento del sUJeto frente

a sU investigaCión

Oaxaca es hoy uno de los estados en el país con mayor incidencia de desastres naturales, con un promedio de 24 emergencias ambientales por año, lo cual ubica a la entidad como la cuarta en el nivel nacional con mayor riesgo ante estos eventos. Nuestro acercamiento como equipo académico a este tipo de fenómenos fue a partir de las inundaciones que se vivieron en 2007 en el estado de Tabasco, las cuales impactaron en los estados vecinos y se constituyeron en uno de los mayores eventos a escala nacional considerados ya como efectos del cambio climático en una fase aguda. Oaxaca tuvo una primera experiencia en 1996 con el huracán Paulina, pero el efecto fue de menor trascendencia, tanto en el nivel nacional como en el internacional. Tabasco (RASDET) nos movió a organizarnos y a tratar de entender cómo enfrentaron los sobrevivientes este fenómeno, cuáles eran las acciones que llevaron a cabo para regularizar sus vidas en el aspecto biológico, físico, social, etc., acciones que nos hicieron adentrarnos en este tipo de reflexiones y percatarnos de que todas y todos debemos conocer y estudiar circunstancias de este tipo a fin de aminorar los riesgos y sus consecuencias. En el año 2010, el huracán Matthew golpeó Oaxaca y varias de las comunidades donde trabajamos con migrantes internacionales se vieron afectadas; la noticia que se difundió en el país fue que la comu nidad de Santa María Tlahuitoltepec había sido sepultada por el deslave de un cerro, lo cual colocó a muchas personas en un es tado de conmoción. Para el equipo de investigación del Cuerpo Académico de Est udios sobre la Sociedad Rural del Instituto de Investigaciones Sociológicas de la UABJO, este hecho no fue menor y nos dedicamos a indagar lo sucedido. Algunos se trasladaron al lugar referido y otros enviaron ayuda. Sentíamos que la gente debía ser apoyada en esos momentos, además de que había estudiantes de nuestras li cenciaturas en la zona. Por su parte, los migrantes

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que radican en Estados Unidos hicieron lo propio y se generó una sinergia para brindar apoyo. En el año 2011 el Fondo Mixto del Conacyt emitió una convocatoria para estudiar este fenómeno, decidimos participar para profundizar sobre los mecanismos de prevención y llevar a las y los pobladores de comunidades rurales y urbanas un modelo de prevención basado en educación y género. Fue entonces cuando nos sentimos implicados y conmovidos a corresponder a la sociedad oaxaqueña con nuestros conocimientos y a la vez posicionar al IISUABJO como un instituto con responsabilidad social.

PreCisiones teóriCas En el ámbito de la sociología, una forma de estudiar las interacciones caracara de los individuos, donde se manifiestan plenamente sus modos de pensar y sentir, es en el de la vida cotidiana, centrada en el individuo y sus actividades sociales. Weber (2002:13) considera que “la acción social, como orientación subjetivamente comprensible de la propia conducta, sólo existe para nosotros como conducta de una o varias personas individuales”. En este sentido, estudió lo que motivaba al individuo para actuar en sociedad, lo que dio como resultado la tipología de la acción, en la cual se manifiestan las motivaciones que mueven las diferentes acciones de los individuos. Uno de los motivos de la acción estudiados en Weber (2002:24) es la acción afectiva la cual “[…] está determinada por el estado emocional del actor”, pero debido al contexto del positivismo no se le dio importancia, pues lo subjetivo era eliminado de tajo de las explicaciones sociales y se buscaba que la razón fuera la que diera cuenta de los fenómenos sociales que imperaban. No obstante, dados los cambios de los paradigmas interpretativos de la sociedad, con el transcurso del tiempo surge la atención a las emociones que estaban permeadas en los estudios de la sociología clásica. Durkheim (1982), por ejemplo, con la noción de “conciencia colectiva” trata de explicar a la sociedad la manera en que la moral articula a los individuos y al mismo tiempo señala que la sociedad debería interpretar, por medio de la psicología, lo que pasa con los individuos en las relaciones sociales. Sin embargo, es en 1975 cuando se inician estudios concretos entre los científicos sociales, tomando como asunto medular las emociones. Una de las propuestas iniciales la genera Kemper (1990, cit. en Bericat, 2000), quien explica que las prácticas emocionales son moldeadas por las estructuras sociales; es decir, dependiendo de las culturas y sus prácticas los individuos controlan sus emociones (cit. en Bericat, 2000:151); por

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ejemplo, en diversas comunida- des, cuando ocurre una situación de riesgo, los actores realizan ri tuales, pues sus emociones detonan la acción, como veremos más ade lante. Otro de los pioneros en este campo es Scheff (1990), quien plantea que todas las teorías sociales contienen, más o menos explicitados, presupuestos metateóricos acerca de la naturaleza humana y de sus fuentes de motivación. En su teoría sociológica de la vergüenza, propone que “el mantenimiento de los lazos o vínculos sociales es el más crucial de los motivos humanos” (Scheff, 1990, cit. en Bericat, 2000:166); en las comunidades estas prácticas se pueden visualizar en los rituales de agradecimiento a la tierra que se llevan a cabo antes de prácticas como la siembra, la construcción de casas y la matanza de animales, entre otras, y donde participan varias personas. Por otro lado, Hochschild (1990, cit. en Bericat, 2000), quien tiene sus bases en los planteamientos realizados por Heller (1980), nos muestra que las emociones no son un absoluto biológico, sino que están condicionadas por las normas sociales y participan de la reflexividad característica de todo fenómeno social. Asimismo, la autora desarrolla los conceptos de feeling rules y emotional labor, señalando que cada cultura determina los contextos y roles en los que debemos expresar un cierto tipo de emociones, y las reglas que determinan el manejo de las mismas (cit. en Bericat, 2000:159). Por ejemplo, en el taller “Gestión Integral de Riesgo de Desastres con perspectiva de género”, llevado a cabo por el Instituto de las Mu jeres (Inmujeres), el tallerista comentaba que, de acuerdo con experiencias recopiladas ante situaciones de riesgo, los hombres no expresan sus emociones en público, tales como llorar, gritar, tener miedo, etc., en cambio las mujeres que enfrentan esta situación expresan sus emociones en mayor medida, lo que ocasiona que los hombres, al contener todo este cúmulo de emociones, no puedan actuar de manera eficiente; por otro lado, las mujeres, al liberar dichas emociones, pueden realizar acciones que les permitan apoyar a la comunidad, disposición que en muchas poblaciones es propia de los hombres. Esta visión de hombres y mujeres interactuando de manera tradicional se ha visto modificada en algunos momentos por actos contingentes, lo que nos indica que los eventos no se viven de la misma manera entre los géneros. Otro aspecto importante dentro del estudio de las emociones con siste en tratar de definir qué son, pues algunos conciben emoción y sentimiento como conceptos distintos. Desde la psicología, al gu nos autores como el neurólogo Damasio (2006) consideran que la emoción y las reacciones emocionales están alineadas con el cuerpo y los sentimientos con la mente (citado en Fernández, 2011); de acuer do con Maslow (1982) y Muñoz (2009), ambos psicólogos hu manistas, quienes hacen referencia a que las

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emociones están relacionadas con necesidades fisiológicas y los sentimientos con necesidades psicológicas y de trascendencia; en este mismo sentido, Filliozat (cit. en Fernández, 2011), psicoterapeuta, menciona que las emociones son biológicas, pulsionales, mientras que los sentimientos son elaboraciones llamadas secundarias porque se les somete a un proceso de mentalización. Desde la filosofía tenemos a Roberts (2003), quien hace una diferenciación entre emoción y sentimiento al señalar que las emociones están relacionadas con cambios corporales y de comportamiento, pero su manifestación no garantiza la emergencia del sentimiento, que necesita de un procesamiento consciente (cit. en Guedes y Álvaro Estramiana, 2010:36). A partir de los conceptos descritos podemos advertir que desde el estudio de estas disciplinas existe una diferencia notable entre las emociones y los sentimientos, atribuyendo a las primeras reacciones breves, espontáneas y corporales, y a los segundos un proceso cognitivo relacionado con la conciencia y que perdura más tiempo. Otro aspecto que podemos notar en este debate suscitado entre emo ciones y sentimientos es que ambos se limitan a estudiar los procesos mentales de las personas. Como parte de este artículo, no es de nuestro interés entrar en este debate, por lo cual definimos sentimientos y emociones como procesos sociales. Sin importar las diferencias y las diversas discusiones teóricas que se han generado, es importante reconocer que las emociones son parte de la vida cotidiana y nos permiten entender los motivos que mueven nuestra vida; asimismo, son el reflejo de estados afectivos personales y colectivos, influyen en las relaciones interpersonales y grupales y expresan nuestras reacciones ante valores, costumbres y normas sociales que dan cuenta de las diferencias sociales (Guedes y Álvaro Estramiana, 2010). Para el estudio de las emociones, abordamos esta investigación desde un enfoque social, tomando como referencia central la postura de Heller (1980), quien en su libro Teoría de los sentimientos nos menciona que sentir significa estar implicado en algo, ese algo puede ser otro ser humano, un concepto, yo mismo, un proceso, un problema, una situación, otro sentimiento (Heller, 1980), pues las comunidades estudiadas se rigen bajo el principio de reciprocidad no sólo con la tierra y el territorio, sino también entre sus integrantes, como un todo. Continuando con esta línea planteada por Heller (1980), podemos identificar que el sentir no es algo lineal, por el contrario, es una variante donde el ser humano se encuentra implicado en diversas circunstancias a lo largo de su vida, ya sea de manera positiva o negativa, directa o indirecta, activa o reactiva; es decir, Heller (1980) entiende los sentimientos como una totalidad dentro de la cual existen diversos componentes de acuerdo

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con el tipo de situación que se viva en ese momento. La clasificación que esta autora realiza de los sentimientos es la siguiente: sentimientos impulsivos, sentimientos orientativos, emociones en sentido estricto (a las cuales también llama sentimientos cognoscitivos-situacionales), sentimientos de carácter y personalidad, y por último, las predisposiciones emocionales; pero todos se construyen a partir de las relaciones sociales entre individuos. Entonces, a partir de estos planteamientos no negamos la naturaleza biológica de las emociones; sin embargo, consideramos al igual que Heller (1980:28) que “toda acción está codeterminada socialmente y por lo tanto, las emociones son construcciones sociales en las que el espacio-tiempo jugará un papel importante para el desencadenamiento del actuar y pensar de los individuos”. En este sentido, eventos de gran magnitud, como la tormenta Matthew, llevaron a las comunidades a actuar de acuerdo con sus cosmovisiones. Tomando como referencia lo descrito anteriormente, podemos identificar tres perspectivas clásicas para el análisis de las emociones: la perspectiva biológica, la cognitiva y la social. En primera instancia tenemos la perspectiva biológica, desde la cual se plantea que las emociones se activan a partir de procesos cerebrales como productos bioquímicos del cerebro límbico, que forma parte de la evolución humana en un sentido darwiniano, se ha constituido como elemento de la vida psíquica y desencadena reacciones físicas. De acuerdo con la teoría de James-Lange (cit. en Ramos et al., 2009:229), el sistema nervioso informa de algo al cerebro y luego surge la emoción; es decir, los investigadores que adoptan esta perspectiva conciben las emociones como estados fisiológicos específicos que responden a estímulos internos y externos, y sus análisis están orientados a la externalización de las emociones: expresiones faciales, gestos, postura corporal, tono de voz, etc.; entre sus defensores destacan investigadores como James (1884), Lange (1984), Papez (1937), McLean (1949, 1958, 1969, 1975), Lindsey (1951), Malmo (1959), Duffy (1972) y Henry (1986, cit. en Ra mos et al., 2009:229-233). Aquellos que consideran esta postura como el eje central de sus análisis se limitan, desde nuestro punto de vista, al estudio individual de cada persona, dejando de lado todos los aspectos socioculturales en donde las personas se ven implicadas. La segunda es la perspectiva cognitiva. Este modelo dirige su atención hacia dos funciones importantes de las emociones: evaluar un evento y desencadenar una acción, es decir, conocer cómo la persona evalúa la situación permite prever qué tipo de emociones ex perimentará. Por lo tanto, se toma en cuenta que las emocion es varían en función de lo que nos ocurre y de los estímulos que percibimos; así, un mismo

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acontecimiento puede generar emociones distintas en los individuos. Entre los autores que defienden este enfoque se encuentran Wukmir (1967), Marañón (1924), Mandler (1975), Schachter y Singer (1962), y Lazarus (1966, cit. en Ramos et al., 2009:233-235). Estos autores le otorgan mayor relevancia a los procesos cognitivos que al desencadenamiento de las reacciones fisiológicas, por lo cual se critica a este planteamiento de ser demasiado cognitivista y no considerar el hecho de que las personas evalúan sus emociones y sentimientos a través de los conocimientos que adquieren en los procesos de aprendizaje social (Guedes y Álvaro Estramiana, 2010). Uno de los principales debates de estas dos perspectivas se generó entre autores como Lazarus (1984) y Zanjoc (1984, 2001); mientras que el primero defendió que la emoción precede a la cognición, el segundo afirmó lo opuesto (cit. en Guedes y Álvaro Estramiana, 2010). Sin embargo, estudios más recientes revelan que emoción y cognición mantienen una relación compleja, poniendo en tela de juicio que estos conceptos sean antagónicos y que, por el contrario, se necesita de ambos para crear una realidad mucho más extensa. Actualmente se ha mostrado que existe una interdependencia entre biología (neurofisiología cerebral), psicología social (procesos mentales) y cultura (lenguaje, procesos de socialización, aprendizaje social, relaciones sociales, normas y valores sociales) en la construcción de nuestras respuestas emocionales, por lo tanto cognición y emoción no se pueden estudiar por separado, ni tampoco al margen del contexto sociocultural de donde emergen, ya que las emociones y las personas se van construyendo a partir de las interacciones sociales. Es desde este reconocimiento que las emociones comienzan a tener un nuevo posicionamiento dentro del campo de lo social y surge una nueva perspectiva para el análisis de las emociones, a la que nosotros identificamos como una perspectiva social y que otros, de acuerdo con la clasificación que realizan, llaman perspectiva construccionista (Fernández, 2011:10) (Niedenthal, Krauth-Gruber y Ric, 2006, cit. en Guedes y Álvaro Estramiana, 2010:38). Esta perspectiva social de las emociones se centra en el papel que juegan las emociones en el mantenimiento y/o otra información de la realidad social a partir de las relaciones interpersonales; integra influencias de la antropología, la sociología, la filosofía y la psicología social, que rechazan las concepciones innatas sugiriendo que nuestras emociones y sentimientos se construyen socialmente. Las investigaciones basadas en esta perspectiva reconocen que las emociones son estados parcialmente internos y, por lo tanto, se debe tomar en cuenta el contexto social y cultural en el que se manifiesta, dado que las

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emociones son interpretadas y comprendidas a partir de los espacios y contextos socioculturales específicos, donde el actor social es al mismo tiempo consciente y sentiente (Hochs child, 1990:117), y por ello los sentimientos conscientes participan en la vida cotidiana del actor y en su interacción social (veremos esto más adelante en la forma como las y los pobladores de las comunidades indígenas enfrentaron la situación de riesgo de desastre). En este sentido, se entiende como perspectiva social de las emociones aquella que, a partir de la vida cotidiana, en la que los individuos a través de las relaciones sociales cara a cara permiten el encuentro de las subjetividades que los caracteriza, construyen relaciones intersubjetivas en las cuales el otro es yo y yo soy el otro, mediados por una producción simbólica que se construye en el espacio-tiempo de cada contexto sociocultural. Este entramado nos permite hacer un estudio de las emociones mucho más amplio, pues integra no solamente la individualidad de las personas sino también toma en cuenta todos los demás escenarios donde se desenvuelven para la construcción de su realidad social, a diferencia de las otras perspectivas, biológica y cognitiva, donde se hace un estudio de las emociones de manera individual, dejando de lado estos aspectos fundamentales. A partir de esta perspectiva, pretendemos mostrar cómo es que después de las lluvias ocurridas en el año 2010 en el estado de Oaxaca, las y los habitantes de diferentes comunidades indígenas se enfrentaron de manera distinta a la que se asume en el medio urba no en situaciones de riesgo. La diferencia radica en que en el ámbito urbano el comportamiento tiende a la individualización, mientras que en el medio rural se enfrentan al riesgo con base en los conocimientos y saberes que el entorno les provee en ese momento, de acuerdo con su construcción sociocultural. Otro aspecto importante de esta investigación es la perspectiva de género, misma que abordaremos desde la interculturalidad, debido a que se enfoca en las ideas y representaciones que se tie nen de mujeres y hombres en las comunidades indígenas conforme a los referentes culturales de cada comunidad, la manera en que éstas y éstos enfrentan y se ven implicados ante acontecimientos de gran magnitud, los roles de género, las actividades que realizan y las responsabilidades que se tienen según su sexo ante este tipo de situaciones. El género como categoría de análisis, de acuerdo con Scott (1990: 12), “es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos” y “una forma primaria de relaciones significantes de poder”. El género tiene, en la definición de Scott (1990), cuatro aspectos o dimensiones en que es útil: 1) lo simbólico, 2) la

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dimensión conceptual normativa, 3) nociones políticas, instituciones y organizaciones sociales además de la 4) dimensión subjetiva del género. De acuerdo con algunos datos de la Organización de las Mujeres para el Ambiente y el Desarrollo (WEDO, por sus siglas en inglés), en los ciclones de 1991, en los que perdieron la vida 140 mil personas en Bangladesh, 90 por ciento de las víctimas fueron mujeres. También en el tsunami asiático de 2004, cerca de 80 por ciento de las muertes fueron de este género. Por otro lado, el huracán Mitch en Centroamérica, ocurrido en 1998 y considerado por sus características uno de los de mayor intensidad del siglo, murieron más hombres que mujeres debido a que tuvieron actitudes temerarias al tratar de salvar cultivos y animales (Gallardo, 2012). De acuerdo con los datos de campo y el informe antes mencionado, cada género actuó conforme a la construcción social que hay de ellos: las mujeres en un ámbito y los hombres en otro; las mujeres hicieron referencia a la falta de alimento para sus hijos, el dolor por la pérdida de sus cultivos y casas; en cambio los hombres manifestaron su impotencia ante la naturaleza y atribuyeron su sentir al distanciamiento con “la tierra”. Por lo anterior, para este tipo de revisión es importante tomar en cuenta dos cuestiones: la primera relacionada con las desigualdades sociales entre hombres y mujeres que los lleva a desarrollar diferentes roles, y la segunda, que tiene que ver con la vulnerabilidad ante los efectos de desastres naturales. Sin embargo, resulta importante mencionar que la condición de pobreza en que se sitúan las familias dentro de estas comunidades es un factor determinante para el apoyo que puedan recibir por parte de los diferentes niveles de gobierno, sobre todo cuando sucede algún percance de este tipo, aunque es oportuno señalar que la ayuda que se les otorga en mayor cantidad procede de familiares que se encuentran fuera de la comunidad. Se observa que ante la falta de alimentos, medicinas y agua en un ambiente de destrucción, se desencadena una serie de emociones que posicionan a las y los afectados en situaciones límite, como el estrés, la angustia y la desesperación. Lo anterior hace ver que, más allá del género, existen diversos factores sociales que generan mayor vulnerabilidad frente a los eventos naturales de gran magnitud; en caso particular de las poblaciones de la Sierra Norte de Oaxaca afectadas por el fenómeno natural de 2010, las autoridades gubernamentales no las apoyaron en la recuperación inmediata de su vida cotidiana, lo que originó situaciones no deseadas cuyas consecuencias se sufren hasta hoy en día, entre otras, la destrucción de algunas viviendas.

PreCisiones metodológiCas

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Para comprender la realidad social de los diferentes grupos de población que forman parte del proyecto de investigación, se recurrió a la recuperación de los saberes locales, a analizar de qué manera interpretaban el cambio climático y, a partir de allí, indagar cuáles eran sus medidas de acción ante tales sucesos. Particularmente nos llamaron la atención los saberes locales, debido al perfil de las comunidades con las que estamos trabajando (con población indígena en las zonas rurales y urbanas). Desde los saberes locales se diseñaron mapas de riesgo, se trabajaron grupos focales, entrevistas en profundidad y observaciones de campo. Por lo tanto, podemos decir que el diseño de la investigación está basado en un estudio desde la vida cotidiana de las personas, en donde el ser humano se presenta con todas sus capacidades y habilidades; cabe decir que también es allí, en la vida cotidiana, donde el cambio climático provoca que las emociones cobren su mayor dimensión, que han salido a relucir en actos contingentes derivados de los fenómenos hidrometeorológicos. Son, entonces, las técnicas cualitativas las que sirven para la recolección de la información. Hemos elegido la Sierra Norte por ser una de las principales regiones que sufrió graves problemas a raíz de las precipitaciones pluviales que se vivieron en 2010; incluso dentro de los lugares que necesitan ser reubicados se encuentran Santa María Tlahuitoltepec, San Andrés Solaga, Talea de Castro y Villa Hidalgo Yalalag; además estos lugares presentan indicadores de vulnerabilidad por la zona geográfica en la que se sitúan. Son comunidades denominadas indígenas por las lenguas que hablan, tales como mixe y zapoteco. En el caso particular del estudio de emociones, familia y género, consideramos que desde los grupos étnicos se pueden plantear algunos aspectos que permitan enriquecer esta perspectiva. Con base en esta metodología, a continuación se presentan los principales hallazgos derivados solamente de esta perspectiva social de las emociones, pues como se ha señalado, el proyecto involucra aspectos de otras dimensiones que no serán abordados aquí.

El cambio climático en el medio rural El trabajo realizado en el medio rural con dos grupos étnicos importantes en la Sierra Norte de Oaxaca (mixes y zapotecos), por las características que presenta, permitió, a la luz de una situación de riesgo, visibilizar que las emociones se construyen y manejan de diferente manera, dado que el tiempo y el espacio juegan un papel fundamental en la construcción social de las emociones vinculadas a la cultura de las poblaciones indígenas. Estas emociones que se presentan y que han afectado de manera diferenciada a las comunidades indígenas, tienen que ver con sus

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particulares posicionamientos ante el medio ambiente y la relación estrecha que guardan con la naturaleza, pues ellos piensan que la tierra merece respeto por el valor simbólico que le otor gan, llamándola “Madre Tierra” y considerándola como un ente vivo que les provee de lo necesario para subsistir. A partir de estos referentes culturales, los mixes han sistematizado la visión del hombre en el mundo con tres dualidades que manifiestan sus saberes locales y a través de las cuales reproducen las prácticas sociales que organizan su vida cotidiana: la primera dualidad es vida-tierra, tiene relación con la geografía, sus cultos y sobre todo el respeto hacia la tierra; la segunda se denomina humano-pueblo, haciendo referencia a los aspectos demográficos y socioculturales que se les presentan, y la tercera llamada trabajotequio, que tiene que ver sobre todo con cuestiones económicas y políticas. Aunque los zapotecos de la Sierra no hayan elaborado escritos o literatura sobre ello, su forma de vida también encaja dentro de esta visión del mundo. Estos esquemas interpretativos de los sujetos y su entorno no se pueden ver de manera aislada en la vida cotidiana, ni se pueden separar de las emociones de los individuos, ya que todas estas situaciones e implicaciones en las que se sitúan los hacen pensar y actuar de maneras determinadas. Desde la dualidad vida-tierra ubicamos a las comunidades de estudio, mismas que se enclavan en la Sierra Norte de Oaxaca, territorio que se caracteriza por una accidentada orografía y que presenta los mayores niveles de vulnerabilidad debidos a la posición geográfica an te fenómenos hidrometeorológicos. La descripción orográfica nos señala que estas comunidades rurales se encuentran rodeadas de cerros, ríos y arroyos, provocando que las vías terrestres para llegar a ellas se hallen accidentadas, al igual que el territorio físico por el cual atraviesan. Esta sit ua ción se agudiza en periodos de lluvia, cuando los deslaves de los cerros acarrean lodo, piedras y troncos de árboles que hacen intrans itables los caminos. Otro elemento importante en esta dualidad es la ubicación de las viviendas establecidas en zonas irregulares, es decir, en pendientes, sobre cauces de ríos u ojos de agua, provocando mayor vulnerabilidad ante fenómenos hidrometeorológicos. Un hallazgo importante es la forma en que las comunidades han ido supliendo paulatinamente los materiales tradicionales de construcción: el adobe, la madera y el carrizo, por tabique, varilla, ladrillo y otros materiales pesados, provocando que la tierra se debilite y en temporadas de lluvias de gran intensidad se hunda, ocasionando derrumbes. Los casos

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más palpables en el estudio son los de Santa María Tlahuitoltepec, Santo Domingo Yojovi y Villa Hidalgo Yalalag.

Villa Hidalgo Yalalag, Oaxaca, 2012

Estos hechos son parte de lo que conocemos como el “desarrollo”, el cual exige tener casas construidas con materiales diferentes a los tradicionales, pero que con los cambios en el clima se han convertido en un elemento de riesgo para la gente. Otro factor que incide en los cambios constructivos es el fenómeno de la migración, con el cual las personas reproducen en sus comunidades modelos de construcción ajenos. Ambas causas vulneran el medio ambiente, provocando efectos no deseados. En este sentido, el jefe del barrio El Santuario nos comenta en una entrevista qué fue lo que pasó y cómo vivieron el momento en el que sucedió el incidente: En ese tiempo estaba lloviendo, esa noche precisamente […] mucho aguacero, sin pensar, pues, que iba a haber ese derrumbe, entonces […] como a las doce de la noche se oyó un ruido y era precisamente que empezó el derrumbe, esa vez estaba el señor que falleció […] como regidor de salud, andaba voceando diciéndole a la gente que tenga precauciones por tanta agua que estaba cayendo y terminó como esa hora de las doce y llega a su casa y va casi a la muerte ahí; él preparando a la gente y cuando llega a su casa se acuesta, y él es que murió precisamente con toda su familia en la noche, y ya cuando se oyó

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digamos ese sonido, el derrumbe se hizo. Se empezó alertar la gente […] en la noche y ya cuando nos dimos cuenta […] ahí había sido el derrumbe grande. Nadie se dio cuenta de eso […] porque fue de noche y nadie tampoco pensó nunca que se iba a derrumbar ahí […] al otro día amanece y las autoridades empezaron a informar […] Hubo mucho ambiente [movimiento] esa noche, se fue la luz […] algo triste esa noche negra porque no hubo nada, pues, con lamparita de mano y al amanecer empezamos a notar todo lo que había sucedido, y ya cuando se dieron cuenta las casas ya estaban ahí en el río, todo por Santa Ana. El río crecido por todos lados, no había paso, ya había llovido bastante tiempo […] y al otro día se dieron las informaciones a nivel nacional, bienes comunales dio también su informe reportó que había muerto mucha gente, pero ya después por el susto […] dijo que se cayeron varias casas, muchas casas se fueron, pero los que se murieron fueron 11 […] hubo dos familias y otros, pues, lograron escapar o no estaban, afortunadamente no estaban, como trabajan fuera de aquí [...] Y ahí inicia ese derrumbe y ya viene protección civil, viene la policía, vienen los soldados y la retro [retroexcavadora] a buscar la gente, pues estuvo varios días, no lo encontraban tampoco, pasaron como tres días para que encontraran los muertitos, como cayeron muy bajo, entonces, toda la tierra que les cayó encima, pues, hizo mucho trabajo para levantar o para encontrar a los muertos, no, a partir de ahí empezó la información de que la tierra no estaba bien, que había mucho riesgo, pero hasta la fecha tampoco nos han dado los resultados como deben de ser, por ejemplo, nadie ha informado cómo realmente se encuentra, si hay riesgo o no hay riesgo, dijeron que iban a dar estudios, pero como salen costosos también, pero hasta ahí ha quedado todo, no ha habido diga- mos un apoyo de parte del gobierno […] (jefe de barrio, Santa María Tlahuitoltepec, 2012).

En este fragmento de entrevista podemos advertir el miedo y otras emociones que se suscitaron ante esta situación; también nos damos cuenta de que las medidas de precaución que tomaron las autoridades no fueron suficientes para evitar el desastre. Las viviendas se encontraban ubicadas en una cañada y los materiales de construcción eran pesados, además, la falta de conocimiento de los habitantes contribuyó a la tragedia. Otro aspecto que podemos abordar desde esta narrativa es en relación con los ritos y costumbres que se realizan en esta cultura y que ayudan a los procesos de resiliencia ante un fenómeno natural, es decir, la manera en que las personas hacen uso de sus capacidades a fin de recuperarse lo antes posible de las adversidades. Después de lo ocurrido, los habitantes de la comunidad se encontraron en una situación de incertidumbre porque no sabían qué hacer, no podían

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rescatar a sus paisanos ni a sus familiares; sentían impotencia pues dependían de otras personas e instancias ajenas a la comunidad. Tampoco daban crédito a lo sucedido pues nunca pensaron que el cerro fuera a derrumbarse, un hecho que colocó a la gente en situación de incertidumbre, dolor, tristeza y miedo, pero también de culpa, pues sintieron que estaban perdiendo esta relación cercana con la naturaleza. En un acto comunitario, las personas buscaron una solución a la problemática y desde su cosmovisión trataron de “sanar” al pueblo a fin de recuperar su relación ser humano-naturaleza. La celebración de rituales fue una forma de pedir perdón, contrarrestar y “curar” los males que había dejado el desastre. En Santa María Tla huitoltepec los habitantes comentaban que llevaron a cabo una procesión de carácter religioso, la cual consistía en recorrer con la Virgen todo el pueblo; también oficiaron misas y colocaron cruces bendecidas por el sacerdote en los lugares donde hubo derrumbes; asimismo, las familias de la comunidad visitaron el cerro sagrado del Zempoaltépetl para realizar rituales. Esta manera de contrarrestar lo sucedido por medio de rituales también ocurre en otros lugares y culturas, pues como menciona Heller (1980), cuando nuestras emociones llegan al límite, buscamos regular su intensidad a través de prácticas que normalmente toman la forma de costumbres o ritos. Tal fue el caso en Obidos, Portugal, donde los pobladores, después del terremoto ocurrido en 1755, decidieron construir un retablo colocando un oratorio dedicado a la virgen de Nuestra Señora de la Piedad como protección para el pueblo. En este sentido, nuestras emociones se ven permeadas por las prácticas sociales y sobre todo por las creencias que cada grupo decide adoptar ante situaciones de riesgo. Esto indica que las emociones se presentan de manera general en todas las culturas, pero cada una las enfrenta conforme a sus propios procesos formativos a partir de sus prácticas sociales particulares. En el ejemplo de Obidos, las emociones se canalizaron hacia la realización del retablo, mientras que en Tlahuitoltepec sus habitantes acudieron a su cerro sagrado a depositar ofrendas para restaurar la relación con sus dioses. En relación con esto, las personas manifestaron que las lluvias comenzaron a ser menos frecuentes, por lo cual su nivel de tensión disminuyó. Aquí podemos notar cómo cada grupo responde conforme a sus propios procesos culturales.

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Santa María Tlahuitoltepec, Oaxaca

El fenómeno sucedido en la Sierra Norte de Oaxaca nos muestra situaciones con emociones encontradas, pues no tenían referentes inmediatos para dicho evento. La lluvia más dañina que recuerda la gente fue “la lluvia serpiente” de 1960, que recibe este nombre porque viene acompañada de ráfagas de aire que al caer producen un efecto en forma de serpiente. Sin embargo, como ya se dijo, cuando se presentan fenómenos de impacto considerable los pobladores revalorizan sus saberes y se apoyan; así, en esa ocasión las comunidades se organizaron para limpiar sus caminos y sus casas y para poner a salvo a sus enfermos. Una persona comentó que caminó dos días para rescatar a un familiar que se encontraba en silla de ruedas, para lo cual solicitó el apoyo de los helicópteros que llevaban despensas. Otros entrevistados señalan que mientras las mujeres hacían filas para obtener comida, los hombres se ocupaban del rescate en la comunidad, lo cual revela que las personas se organizan y se asignan actividades que les permiten suplir sus necesidades inmediatas, sean biológicas o sociales, principalmente de acuerdo con su género. Cabe señalar que hacer filas también tiene un efecto en las emociones, pues las personas afectadas platican, se relajan y socializan sus vivencias durante el proceso, por lo que de estar sentados se agudizaría la situación. La segunda categoría, relacionada con la dualidad humano-pueblo, hace referencia a los cambios socioculturales y demográficos que se han generado dentro de las comunidades. De acuerdo con la información recabada, los abuelos son los que conocen a profundidad la historia de la comunidad y quienes hacen uso de las prácticas y saberes locales en su vida cotidiana, como la construcción de casas, la siembra, la medicina tradicional, la gastronomía y la lengua, entre otros. Sin embargo, todo este bagaje de saberes locales se va perdiendo entre las generaciones jóvenes. Tal como lo señala un profesor de danza de Villa Hidalgo Yalalag, “la

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enseñanza a través de la oralidad y práctica que se trasmitía de padres a hijos se ha ido perdiendo por causa de la modernidad” (entrevista realizada a profesor de danza, Villa Hidalgo Yalalag, 2013). Es este mismo sentido, podemos decir que el conocimiento de las comunidades se concentra en las personas que representan mayor edad, pero también en los hombres; estas dos situaciones colocan a las personas en condiciones de vulnerabilidad, ya que por un lado el conocimiento recae únicamente en un núcleo específico de la población, y por otro lado el ser hombre ofrece un posicionamiento diferente dentro de la comunidad. Sin embargo los movimientos migratorios han orillado a la separación de las familias, de manera que las mujeres, niñas y niños son los han permanecido en situación de vulnerabilidad, pues no saben cómo actuar ante eventos no previstos. Un ama de casa nos comenta: Nosotros no podíamos hacer nada, nada más ver […] te digo que mi esposo no estaba aquí esa vez, nos espantamos porque yo acá con uno de mis hijos […] No aquí en mi casa no [hubo afectaciones graves], pero ya todos teníamos miedo también porque llovía mucho […] porque se cerró la carretera, no podían salir ni entrar, mi esposo estaba en Oaxaca esa vez (ama de casa, San Juan Tabaá, 2012).

Las mujeres aceptan que la situación de riesgo les genera miedo. La entrevistada refiere que ella y su hijo no sabían qué hacer y sólo miraban. Este tipo de emociones confronta a las personas y las de sestabiliza; una de las características del miedo como emoción, de acuerdo con la teoría de los sentimientos (Heller, 1980), es que se contagia socialmente y puede volver a evocarse si se presentan situaciones similares, tal como sucedió con varias familias de estas comunidades. En este mismo sentido, fueron las mujeres las que presentaron mayores niveles de angustia en 2010, imaginando que era “el fin del mundo”: No, pues [es] que no habíamos visto eso, pensábamos que era el final del mundo; porque no habíamos visto las lluvias así. Mi casa ya es vieja, […] pero nunca se había goteado, nunca se había filtrado el agua en la pared y ese año […] pasó eso […] Bueno, muchas personas pensamos así, decían creo que ahora sí es el fin [del mundo], ya estábamos ahora sí asustados porque nunca habíamos visto una lluvia tan tardada, porque tardó muchos días la lluvia y luego que ya no había camino ¿cómo íbamos a salir de acá?, en caso de que teníamos que salir ¿cómo?, el agua día y noche, día y noche estaba, caía la lluvia (ama de casa, San Juan Tabaá, octubre de 2012).

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Estas emociones se presentan porque las personas rompen con la cotidianidad de su vida, surgen momentos como los que señala la entrevistada. Cuando no se da información adecuada o se toman las medidas tardías, cuando el problema ha avanzado, aparecen conmociones sociales como la que se refiere a continuación: […] En esa ocasión […] fue una situación muy drástica, y […] todo mundo sí se espantó porque dijeron: es el fin del mundo o se va a acabar Tlahuitoltepec; porque al día siguiente cuando sucedió todo eso, cuando estuvieron anunciando que se va a derrumbar toda la tierra de Tlahuitoltepec a altas horas de la noche, a las dos de la mañana cuando nos levantamos vimos que estaba lloviendo muy feo, entonces ya nos subimos en el segundo piso y empezaron alborotar a toda la gente gritando, y los perros aullando, algo así medio espantoso y entonces quiere decir que algo sucedió allí, hubo un miedo así tremendo toda la gente, y movilización total de todos (ama de casa, Santa María Tlahuitoltepec, 2012).

Estos estados de ánimo y percepciones comunitarias se generalizan a medida que las personas socializan la emoción; al respecto un joven señala: […] como a las doce de la noche fueron a tocar la puerta de mi cuarto, yo dije cómo molestan, pero era para que saliéramos del cuarto para ir a otra casa […] fuimos a otra casa pero todavía estaba lloviznando, todos con miedo, pero yo no tenía miedo, porque no son personas de mi pueblo […] amanecimos en la casa sentados con lumbre ahí, eran como a las seis de la mañana […] dormimos una hora y ya nos regresamos otra vez [a mi casa], de ahí vimos el derrumbe […] yo no sentí nada pero a mi hermana sí le afectó porque la que se murió fue su amiga, a ella sí bastante […] la gente de Tlahui sí se asustó, porque nunca había pasado eso […] las personas se asustaron, lloraron, se murieron personas, familias enteras, para las personas fue algo muy fuerte […] mi hermana fue al centro [de Tlahuitoltepec] y vio que no había gente, todo estaba en silencio, todos estaban asustados […] yo apoyé a mi hermana, le di un vaso de agua […] porque llegó, le pregunté: “¿Qué te pasó?”, y me dijo: “Se murió mi amiga”. Nadie comió ese día (en el albergue) yo tampoco comí nada ese día, porque no antojaban, tal vez por eso tampoco comí […] (adolescente de ranchería de Tlahuitoltepec, 2013).

De esta manera, podemos señalar dos aspectos importantes de las emociones: son situacionales y cognoscitivas. Es decir, el hambre es algo que tenemos que satisfacer porque es una necesidad biológica y en algún

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momento el cuerpo lo va a manifestar. Sin embargo, algo que queda en el imaginario del adolescente es que cada vez que llueve siente tristeza, porque ve a las personas de la comunidad temerosas y angustiadas al pensar que aquello puede volver a suceder. Entre los comentarios vertidos destaca que las personas nunca imaginaron que algo así pudiese ocurrir, pues en un periodo aproximado de cinco a siete días, que fue el tiempo en el que se reactivaron las carreteras que habían presentado derrumbes, transitaron de un ambiente de tranquilidad en el que vivían a uno donde el lodo, la miseria, la falta de alimentos, la pérdida de bienes materiales, de animales que utilizaban para vender o para consumo fue lo “normal”. De esta manera, la mayoría de las familias damnificadas, se mantuvieron en sus viviendas, trasladándose después a los albergues. Por otro lado, algunas mujeres reaccionaron de forma contraria, dándose cuenta que podían realizar algunas acciones para ayud ar a su comunidad. Por ejemplo, en 2010, mujeres, niñas y niños, prin cipalmente se trasladaron a realizar tomas de carretera para presio nar al gobierno con la ayuda. Este hecho permitió ver que las mujeres organizadas pueden generar alternativas, como las que en este momento se presentaron y que en su condición de género no se habían dado cuenta que podían realizar, porque las gestiones dentro de estas comunidades indígenas, siempre recaía en manos de hombres. Las comunidades rurales de Villa Hidalgo Yalalag, Santa María Tlahuitoltepec y la agencia de Santo Domingo Yojovi, perteneciente a San Andrés Solaga, fueron los lugares que de acuerdo con el diagnóstico de daños elaborado por geógrafos, geólogos y expertos de diferentes instituciones, necesitaban ser reubicadas, no obstante, ante esta propuesta se presenta una situación un tanto particular: en primera instancia está todo el bagaje de ideas, costumbres, tradiciones que caracterizan a las comunidades rurales y su estrecha relación con el territorio donde habitan que les da identidad y sentido a sus vidas, por lo cual no aceptan ser reubicadas. Por otro lado, la agencia de Yojovi ha insistido en solicitar a las autoridades un mayor apoyo para reconstruir el lugar donde viven, pues éste sufrió afectaciones en toda la comunidad; sin embargo, cuando el apoyo del gobierno llega a las comunidades se concentra en la cabecera municipal, que es la principal beneficiada. En este caso San Andrés Solaga, la cabecera municipal de Yojovi, fue a donde llegó la ayuda para la reconstrucción; pero esa ayuda ya no se reflejó en la agencia, mientras tanto los habitantes de la agencia se encuentran a la espera de soluciones. Por lo anterior podemos inferir que los apoyos destinados a situaciones de desastres se ven truncados en diferentes sectores al no existir una

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política eficiente de seguimiento y al entrar en juego las relaciones de poder. Una vez sucedido el evento se presentan los reacomodos y la solidaridad se desvanece, no importa si se trata de desastres. Desde la perspectiva social de las emociones, podemos ver cómo el ser humano, con todas sus capacidades y habilidades, no siempre tiene un comportamiento constante. Weber (2002) ya había señalado estas situaciones desde sus primeros estudios, en los cuales aludía que la acción afectiva era irregular y los estados de ánimo influían para mover al individuo a la acción con arreglo a fines, valores y/o tradiciones. Esto sucedió en Tlahuitoltepec cuando llegaron especialistas a capacitar y a formar equipos de protección civil; sin embargo, al instalarse una nueva administración municipal se disolvieron estas comitivas, perdiéndose todo el conocimiento generado como consecuencia del evento ocurrido. Lo mismo sucede con las familias que pretenden recuperar su vida “normal”, quienes sin la ayuda del gobierno vuelven al mismo lugar de la afectación, ya sea porque no quieren ser reubicados o porque no tienen otra opción al no contar con el dinero suficiente para construir otra casa a la cual mudarse. Cabe decir que esta situación también se presenta en otros estados del país, por ejemplo, cuando la tormenta Ingrid afectó a una población importante del estado de Guerrero en 2013; de acuerdo con diferentes notas periodísticas (La Jornada, CNN México, Proceso), las personas comentan que no es la primera temporada de lluvias fuertes a las cuales se enfrentan, sin embargo siguen viviendo en el mismo sitio. Ante estos hechos podemos afirmar que los habitantes de estos lugares viven a la expectativa, en un estado de tensión y relajamiento constante (Heller, 1980), es decir, por temporadas viven tranquilos, pero en cuanto la temporada de lluvias se acerca recuerdan aquellas experiencias negativas y sus emociones vuelven a estar al límite. No obstante, debido a la falta de apoyo pertinente y no parcial, como el que normalmente les ofrecen, no pueden cambiar de residencia, lo que trae como consecuencia que en estas comunidades indígenas donde históricamente ha prevalecido la inequidad social se incrementen el dolor, el miedo y la frustración ante situaciones de riesgo, sobre todo cuando el apoyo que recibieron por parte del gobierno no es suficiente. Esta información difiere de la que ofrecen otras investigaciones respecto a que existen poblaciones que viven en lugares de riesgo para obtener los apoyos emanados de las política federal, como los recursos del Fondo de Desastres Naturales (Fonden), ya que en las co munidades de estudio las vivencias descritas anteriormente indican que las situaciones no son utilizadas para obtener benefi cios, por el contrario, éstas sólo exigen a las autoridades corres pondientes recuperar su vida cotidiana.

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Es importante comentar que dentro de estas comunidades indígenas, las personas prefieren morir en el lugar que les da identidad, si esto algún día llega a suceder, a renunciar a sus espacios de recreación cultural, dado que desde su cosmovisión la muerte es un proceso natural. Esta percepción ha ayudado a aminorar el sufrimiento de las familias que perdieron a sus hijos, esposos y hermanos en los acontecimientos de 2010, pues la muerte es sólo un paso para llegar a otro nivel de vida en la cual el cuerpo ya no forma parte del mundo terrenal, sino sólo el espíritu. De este modo una señora, con tranquilidad, comenta sobre lo sucedido: “[...] aquí murieron algunas personas [...] eran mi hijo, mi esposo [...]” (señora damnificada, Santa María Tlahuitoltepec, 2012); esta expresión hace ver que para ella los fallecidos siguen formando parte de su vida y no se han ido completamente, por lo cual merecen respeto. En este sentido, los muertos continúan siendo parte de la vida cotidiana de las personas, pues les hacen ofrendas, les piden permiso para sus actividades y sus principales decisiones. Éste es un hallazgo dentro de la dimensión de las emociones que se generan dentro de las comunidades indígenas, particularmente de las dos que analizamos, porque en el caso de estas comunidades la implicación de la muerte no trasciende al fondo de la conciencia, como lo menciona Heller (1980), sino por el contrario sigue siendo una implicación “figura”, como la autora la denomina, al seguir brindándoseles a los muertos un lugar y un tiempo importante dentro de las prácticas sociales, familiares y comunitarias. Todas estas formas de actuar son parte de su idiosincrasia social, de cómo van construyendo sus relaciones con los demás y de la forma en que expresan sus emociones para regular todo lo que implica encontrarse ante situaciones extremas. Es de este modo como las construcciones sociales que han hecho de la muerte, la ayuda mutua, su sentido de pertenencia a la tierra, les dan sentido. Cuando se les cuestiona por qué no se desplazan a otros territorios, es precisamente porque estos territorios físicos de los pueblos indígenas constituyen un elemento indispensable para la recreación de sus prácticas. Por último, la tercera categoría en sus procesos formativos es la dualidad trabajo-tequio, que analiza las cuestiones económicas y políticas de la comunidad, de la cual haremos la revisión a la luz de los desastres ocurridos en 2010. Son las personas en mayor situación de pobreza las que se encuentran en mayor vulnerabilidad. Como menciona Sen (2000), la pobreza priva de todas las capacidades a las personas, pues desconocen cuáles son los apoyos que se les pueden brindar en situaciones de desastre y sobre todo los mecanismos para gestionar esta ayuda. Debido a los acontecimientos que se viven actualmente, estos lugares han quedado

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abandonados, siendo otros escenarios los que demandan atención y recursos, posicionándose como prioridad para el gobierno. Tal como sucedió con los estragos que causaron las tormentas Ingrid y Manuel (septiembre de 2013), el apoyo por parte del gobier no se concentró en primera instancia en Acapulco, Guerrero, lugar de gran atractivo turístico, después fueron atendidas las comunidades urbanas y en menor medida las comunidades rurales. Las situaciones descritas ponen de manifiesto la forma en que se priorizan los diferentes territorios de atención; por ejemplo, en Acapulco, la desaparición de los turistas al querer abordar un avión, debido a que las líneas aéreas se saturaron y la comida de las tiendas se estaba agotando (Martínez, 2013), hizo que la atención se centrara en este sitio, mientras que las personas que habitan las zonas de la periferia tuvieron que salir a las calles para pedir ayuda e ir directamente a los albergues o instituciones a solicitarla, e incluso en su desesperación robaron alimentos de las tiendas comerciales, con lo cual el gobierno reaccionó otorgándoles despensas. En este mismo sentido, a las comunidades rurales, para que las instituciones gubernamentales les brinden el apoyo solicitado, se les exigen evidencias de lo que sucede o sucedió. Por ejemplo, en Acatepec, Guerrero, murieron seis personas por un alud; ante este hecho, un grupo de personas acudió a la cabecera municipal para que les brindaran apoyo por los derrumbes e inundaciones que se estaban suscitando en su comunidad, sin embargo, las autoridades les negaron la ayuda hasta que les mostraran evidencias para acudir al lugar. Una nota periodística anuncia: […] la mala fortuna los cercó cuando acudieron al llamado del comisario que los citó para fotografiar a las milpas que se habían ido a un precipicio, y a las casas destruidas por lluvia y tierra, porque en la cabecera municipal les dijeron que sólo con esas pruebas les harían caso (Turati, 2013).

Es evidente que el apoyo a las comunidades indígenas se ve truncado entre los diferentes estratos de gobierno, sin embargo éste se presenta en menor medida para las agencias, rancherías y/o poblados con menor población y se les da prioridad a las cabeceras municipales, o en su defecto a las comunidades que se convierten en foco publicitario, como sucedió con el alud de tierra en La Pintada, Guerrero, donde murieron varias personas, o con el derrumbe de Santa María Tlahuitoltepec, que dio la nota periodística durante el año 2010 y recibió apoyo de manera casi inmediata: […] el presidente de la República, el gobernador, todos los funcionarios, nos visitaron muchas gentes, todos los políticos, aquí cayeron todos, sindicatos, bueno, ofrecieron mucho apoyo, incluso a nivel internacional

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vinieron unas organizaciones, unos grupos, a preguntar y a ver qué pasaba, si Tlahuitoltepec existía o ya no existía […] (entrevista a jefe de barrio, Santa María Tlahuitoltepec, 2012).

En cambio, en comunidades como Santo Domingo Yojovi, el enojo y la desesperación que externan a las autoridades es evidente, ya que a más de tres años del evento no se les ha enviado el apoyo necesario para reparar sus casas. Si bien los sentimientos pueden ser universales, la ubicación y la falta de apoyo recibida por cada población hace que las emociones se manifiesten de maneras distintas en cada contexto y que las personas actúen de la forma en que fueron socializados desde sus referentes culturales. Otro aspecto de las zonas rurales de Oaxaca en las cuales realizamos el estudio es la organización política, que al estar permeada por una jerarquía patriarcal provocó que las acciones diseñadas por los hombres no integraran las necesidades de las mujeres, situación que llevó a las mujeres y los niños a pedir ayuda en las calles. En las comunidades de Villa Hidalgo de Yalalag y San Andrés So laga las mujeres no pueden asistir a las asambleas comunitarias, pues únicamente los hombres tienen voz y voto. Las decisiones son tomadas desde el interior de la familia y es el hombre quien la expre sa públicamente. Al respecto, un hombre con funciones de auto ridad comenta cuáles son las funciones de las mujeres en la comunidad: En lo que participan ellas es en la iglesia. Cuando hay una fiesta ellas van a estar ahí, pues nada más en eso participan; solamente que las nombren secretarias pues ya les pagan, pero ésos son los dos cargos que pueden desempeñar […] participan en las fiestas […] nada más un día […] se van turnando y ya, [esa] parte del servicio [es la] que hacen ellas […] Son auxiliares de cocina, lavan trastes y eso, y también en la iglesia participan un año, lim pian los floreros y les echan flores (presidente municipal, Solaga, 2012).

A pesar de que las mujeres aún se encuentran relegadas de los cargos públicos dentro de la comunidad, es importante notar cómo ante situaciones de riesgo y emociones como el dolor, la pérdida y la desesperanza, las mujeres muestran solidaridad y empoderamiento; es ahí donde surgen liderazgos inesperados, dado que las decisiones se tienen que tomar rápido, las personas se organizan, se apoyan y las familias buscan dónde refugiarse, así lo comenta una mujer que tuvo que ir al albergue el día que ocurrió el alud:

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Nosotros nos fuimos al Cecam [Centro de Capacitación Musical y Desarrollo de la Cultura Mixe], donde está la escuela de música y, ahí pasamos la noche y ya nos venimos como las seis, las seis media […] y le digo [a mi hijo]: “vamos a ver si ya no está la casa”, y el derrumbe está muy grande y ya mucha gente allá arriba con sus herramientas, pero era tan grande que la gente que estaba con su pala, su pico […] ya no se veía nada; y como hay señores que tienen su retroexcavadora, ya llegó [uno de ellos]. El señor empezó a trabajar, pero lo bueno, porque para mí fue bueno […] casi el mismo día, sí vimos que llegó mucha gente a apoyar […] mandaron más tractores, volteos (señora damnificada, Santa María Tlahuitoltepec, 2012).

En el primer momento se recibió el apoyo de los habitantes de la comunidad y de comunidades aledañas, y después de familiares que viven fuera de las comunidades, sobre todo de los mig rantes. Por otro lado, el apoyo gubernamental se ve truncado entre los diferentes niveles de gobierno, principalmente reciben despensas y en menor medida dinero o material para construcción. Todas estas circunstancias provocan que las emociones se vayan agudizando; por ejemplo, para el caso de Santo Domingo Yojovi, la angustia no sólo se observó de manera individual, el hecho de que no se solucionara la situación de las viviendas provocó que se fueran acumulando emociones de desesperanza y se presentara un enojo generalizado por la falta de apoyo del gobierno. El manejo discrecional que hacen los servidores públicos ante un fenómeno natural provoca que los desastres tengan consecuencias sociales y no sólo físicas, como se ha hecho referencia, en tanto que las tensiones hacen de un acontecimiento que vulnera a todos los seres humanos un hecho político, en el cual todas las personas despliegan sus relaciones sociales y su estatus para ejercer poder. Incluso si nuestras emociones se encuentran al límite y no son controladas o se genera algún mecanismo de defensa, se puede llegar a la muerte, porque la tensión no se reguló ni biológica ni socialmente.

reflexiones finales Estudiar la situación que viven las comunidades indígenas a la luz de un fenómeno o situación de riesgo de desastre, como es el cambio climático, nos lleva a plantearnos las problemáticas que se suscitan dentro de la comunidad y cómo a partir de ello no sólo entran en conflicto las relaciones interpersonales, sino también las emociones individuales y

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colectivas, pues como hemos visto a lo largo de este trabajo los conocimientos se construyen de maneras diferentes en cada contexto. Así, de acuerdo con los esquemas interpretativos que hemos planteado, sentir significa estar implicado en algo, y al encontrarnos implicados en algo las acciones que realizamos estarán codeterminadas social y culturalmente; por tanto, específicamente en este estudio, los mixes y los zapotecos se encuentran implicados en el mundo a través de tres dualidades: vida-tierra, humano-pueblo y trab ajo-tequio, lo que nos hace advertir que somos seres integrados en un entramado complejo, que involucra desde lo físico, lo biológico y lo psíquico, hasta lo cultural, lo social y lo histórico. A partir de ello se recuperan las siguientes reflexiones. Desde la dualidad tierra-vida, las implicaciones que se originan dentro de las comunidades indígenas están orientadas a la conservación de sus saberes locales. De este modo, cuando ocurrieron los eventos naturales de 2010 los habitantes, para poder regular sus emociones negativas y contrarrestar lo que estaba sucediendo, lleva ron a cabo misas y rituales dirigidos a sus deidades, de acuerdo con sus procesos históricos de formación como sujetos sociales, que son una parte importante de su cultura. A partir de esta dualidad, podemos notar que las emociones son procesos sociales construidos a partir de sus saberes locales, relaciones cara a cara y situaciones que están viviendo, a diferencia de las comunidades urbanas, donde al ocurrir este tipo de eventos las personas regulan sus emociones a partir de procesos individuales; es decir, si bien las emociones se construyen socialmente, su regulación puede ser de manera colectiva o individual. Desde la dualidad humano-pueblo, el manejo de los conocimientos locales está desapareciendo debido a que la existencia de grupos etarios generó una división de la comunidad; esto también tiene un impacto dentro del ámbito de las emociones, pues las generaciones jóvenes, principalmente, van dejando de lado los saberes locales, mismos que les dan identidad pero también son un vínculo importante con la naturaleza que puede ayudarles en sus procesos de resiliencia ante eventos de gran magnitud, como el cambio climático. Por ejemplo, actualmente en las comunidades las nuevas generaciones de jóvenes realizan construcciones con materiales pesados, sin importar los costos físicos o sociales que pueda traerles construir en zonas de riesgo. De la misma manera, el aumento en la utilización de paquetes tecnológicos ha contribuido al deterioro del medio ambiente, ya que es uno de los causantes de la erosión del suelo y de la alteración de los productos alimenticios, los cuales ocasionan enfermedades poniendo en

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vulnerabilidad a toda la comunidad; esta situación es importante ya que ha cambiado toda la forma de vida anterior. Algo importante de resaltar en estos procesos son los estereotipos sexuales tradicionales que las mujeres y los hombres siguen re produciendo en función de los referentes culturales que han interiorizado, donde las familias adoptan comportamientos variados ante una situación de desastre. Si bien las mujeres son las que sufren en mayor medida estas situaciones de riesgo, a partir de estos eventos surge su empoderamiento al resolver problemáticas que normalmente recaen en manos de los hombres. Así pues, el estudio de las emociones nos lleva a visualizar que a la luz de sus propias prácticas sociales, y sobre todo de sus creencias, se desarrollan diferentes escenarios. Por último, desde la dualidad trabajo-tequio podemos mencionar que, en un primer momento, el apoyo y la solidaridad entre vecinos surge en un ambiente de destrucción y caos, por lo cual las actividades de hombres y mujeres llegan a modificarse a partir de la situación y las decisiones que se van presentando. En esta dualidad es donde podemos notar cómo las emociones se socializan a partir de lo que se está viviendo y lo que está sintiendo el otro, así como el apoyo no sólo comunitario sino también emocional que se genera dentro de las familias, a diferencia de las localidades urbanas, donde no se genera esta sinergia de apoyo. En un segundo momento, el apoyo brindado por familiares fuera de la comunidad es también un aspecto fundamental para su recuperación, dado que dentro de la perspectiva de las emociones, aunque estas personas no vivan en la comunidad, sean familiares o no, se sienten implicadas y reaccionan de manera directa, lo cual en estos casos se traduce en apoyo a través de donaciones de víveres, dinero o desplazamiento de grupos de rescatistas. Por tanto, analizar el cambio climático desde las emociones y los esquemas interpretativos de las personas involucradas permite advertir que no todo el daño ocurre en el plano de la naturaleza, pues los grupos sociales que enfrentan esta situación también son vulnerables, sin importar la condición de género y raza; no obstante, los referentes culturales de cada población son un punto medular para enfrentar estos acontecimientos y regular sus emociones. En este sentido, nuestras emociones nos brindan los pilares para pensar y enfrentar los retos que presenta el cambio climático, ante los cuales no estamos preparados como sociedad, pues tal como se pudo constatar en estas comunidades de estudio, representa un desafío en materia educativa en todos los ámbitos de nuestra vida. Aún más, en la búsqueda por comprender estas situaciones y posicionarse frente a ellas, surgen la creatividad y la esperanza del ser humano para poder regular las

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CUANDO EL CAMBIO CLIMÁTICO NOS ALCANZÓ

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Familias, género y emociones. Aproximaciones interdisciplinarias se terminó en diciembre de 2014 en Imprenta de Juan Pablos, S.A. 2a. Cerrada de Belisario Domínguez 19 Col. del Carmen, Del. Coyoacán México 04100, D.F. 1 000 ejemplares

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