Sociabilidad, asociacionismo y civilidad en la primera mitad del siglo XIX neo-granadino. Una aproximación conceptual

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Sociabilidad, asociacionismo y civilidad en la primera mitad del siglo XIX neogranadino. Una aproximación conceptual 1 Francisco A. Ortega, Ph.D. Universidad Nacional de Colombia I.

Sociabilidades tradicionales y la novedad asociacionista El informe oficial que Lino de Pombo redactó para el Congreso de 1835 sobre

las actividades de su ministerio el Secretario de Estado señalaba, con orgullo, que un nuevo espíritu asociacionista había comenzado a manifestarse en el país,

transformándolo poco a poco, sacándolo de la apatía y la pobreza. Según el Secretario de Estado,

Este espíritu no existía entre nosotros, pero de dia en dia se forma i adelanta.

Lo vemos ya trabajando en la esplotacion i beneficio del hierro, en fábricas de

loza, de papel, de vidrios i cristales, en la apertura de caminos, en el fomento de la enseñanza primaria, en la cultura de las ciencias i de las letras, en la

instruccion recíproca, i en otros objetos de mas ó menos importancia. 2

A pesar de su carácter particular, este nuevo espíritu asociativo lograba hacer

coincidir el interés particular con el general y se convertiría, de ese modo, en una

acción útil y patriótica; se volvía “el alma i la fuerza impulsiva de todas las empresas”, el motor “… que [ya] hace milagros en los Estados Unidos, en Inglaterra, en Francia, i

en todos los paises civilizados”. 3 Para el caso de la Nueva Granada el nuevo fenómeno

ayudaba además a solventar las dificultades de “una república recien constituida, cuya legislación es todavía por necesidad imperfecta, en donde ningun ramo de la

administración puede estar aun completamente sistematizado, en donde la rutina, la

falta ocasional de ajentes idoneos i los restos del espíritu de partido ponen continuos 1

- Agradezco el apoyo del Max-Planck Institut Für Europäische Rechtsgeschichte de Frankfurt para el periodo de junio-septiembre del 2014 para concluir este ensayo. 2

- Exposición del Secretario de Estado, en el Despacho del Interior y Relaciones esteriores del Gobierno de la Nueva Granada al Congreso Constitucional del año de 1835, sobre los negocios de su departamento (Bogotá: Imprenta de Nicomedes Lara, 1835), p. 50-51. 3

- Exposición …, p. 50-51.

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embarazos á la accion ejecutiva”. 4 La acción de este nuevo “espíritu” superaba, de ese

modo, los más grandes obstáculos en la constitución de la república: la ignorancia de muchos, la apatía de un sinnúmero, la oposición de suficientes; superaba incluso “los esfuerzos aislados de los ciudadanos” virtuosos que, por muy loable que fueran, resultaban “naturalmente débiles i poco productivos” (Ibid.).

Esta asociación de individuos aparecía, entonces, como la receta novedosa que

tenía efectos casi prodigiosos: su “espíritu creador, i que por otra parte liga i relaciona á los ciudadanos unos con otros para bien de la sociedad” (Ibid.). Su naturaleza y sus

efectos –su fin patriótico—contrastaban con otras formas de asociación que, en

cambio, obstruían o incluso revertían los progresos a los que estaba destinada la

nueva república. Algunas de estas otras asociaciones eran típicas de la vida patricia e incluso se habían convertido en objeto de crítica desde finales de siglo, cuando el

programa ilustrado se perfiló más claramente entre los novatores neogranadinos.

Para entender el contraste entre las asociaciones patrióticas5 y aquellas que no

cumplían con los objetivos esperados, examinemos brevemente una crítica temprana a otras formas de asociación que se percibían como gravosa de la felicidad común. En el número 8 del Correo Curioso, periódico editado en 1801 por Jorge Tadeo Lozano y Luis Azuola, aparecía descrita con visible ironía una tertulia que se reunía para

discutir el “Prospecto” del periódico. La tertulia estaba compuesta por un viejo “que pasa de setenta años, y parece espera vivir mucho más, según el cuidado con que

procura atesorar; una muger que aunque cincuentona, quiere pasar plaza de niña de quince …; un letrado de profesión que, por medio de los títulos de la Universidad,

encubre su profunda ignorancia, y una dama que si no fuera tan preciada de hermosa, 4

- Exposición del Secretario de Estado, en el Despacho del Interior y Relaciones esteriores del Gobierno de la Nueva Granada al Congreso Constitucional del año de 1834, sobre los negocios de su departamento (Bogotá: Imprenta de B. Espinosa, 1834), p. 3. 5

- El término “sociedad patriótica” tuvo alguna acogida durante los primeros años de la crisis política monárquica (1810-1812) para designar aquellas asociaciones de carácter político que buscaron incorporar diferentes sectores a la causa republicana. El caso de las sociedades patrióticas de Caracas y Cartagena son los más notables. En este ensayo, sin embargo, uso el término “asociaciones patrióticas” para designar el amplio rango de iniciativas desplegadas durante la primera mitad del siglo XIX que promovieron el vínculo entre ciudadanos privados, generalmente considerados notables e ilustrados, y que invocaban un ideario en favor de la acción útil con mira al perfeccionamiento del entorno y el fortalecimiento de la institucionalidad vigente.

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parecería bonita” a lo cual se les une un Petimetre, “apariencia de hombre, semejanza de muger y vilipendio de uno y otro sexo”. 6 Este particular grupo de tertuliantes se

había propuesto discutir el prospecto del Correo curioso que, dicho sea de paso,

comenzaba con un elogio a las asociaciones –academias y sociedades—como forma privilegiada de instrucción del público. 7 Pero estos asociados pronto revelan su

banalidad, ignorancia y egoísmo. El comentario inicial del Petimetre supone un cierto, aunque dudoso, interés en la aparición del primer número del periódico, auténtica

novedad si consideramos que éste era el primer papel público en el reino desde 1797: “no cuesta más que medio real, dice el Petimetre, y desde luego será muy bien dado si insertan en su Correo la noticia de todas la modas que se inventan, por ser este el

punto substancial, que se debe tratar, como que de el depende la civilidad, y brillantéz de un Estado” (Ibid.). El interés por la novedad supone una apertura al cambio –una

conciencia de la temporalidad del progreso—pero pocas líneas después, sin embargo, la señora cincuentona se encarga de dejar en claro el alcance de las palabras del

Petimetre: “las modas son el alma de la Sociedad, y la ocupación más digna de nuestro

sexo; no obstante no las nombran en todas estas zaranjadas, que aquí ofrecen” (Ibid.). 8

Si bien es cierto que la audiencia del ministro y los lectores del Correo Curioso hacían parte de dos universos morales y conceptuales muy diferentes –después de todo

mediaba entre ellos los trastornos políticos de 1810 y la posterior consolidación de la

república—tanto para unos como para otros las preocupaciones de estos contertulios,

los valores que inculcaban y los consensos a los que llegaban les resultaban contrarios e incluso repugnantes. La crítica compartida a la sociabilidad tradicional y la defensa 6

- Correo Curioso, Erudito, Económico, y Mercantil de la Ciudad de Santafé de Bogotá, número 8, 7 de abril de 1801; p. 30. 7

- A finales del siglo XVIII la noción de “instrucción pública” se refería al grado de instrucción del pueblo en general y se consideraba la primera causa de la prosperidad social. Si bien la educación es un factor importante en la instrucción pública, ésta se obtiene también a través del influjo de los cafés, las sociedades ilustradas, las tertulias, prensa, el comercio, la religión, etc. Para una aproximación conceptual, ver Eugenia Vera Roldán, “Instrucción pública, educación pública y escuela pública: Tres conceptos clave en los orígenes de la nación mexicana, 1780-1833”, en Alberto Martínez Boom y José Bustamante Vismara, eds. Escuela pública y maestro en América Latina. Historias de un acontecimiento, siglos XVIII y XIX. Buenos Aires: Prometeo, 2014, pp. 73-75. 8

- Para un perspicaz análisis del Correo Curioso a partir de los modelos de asociación que invoca y proyecta, ver “Formas de sociabilidad y producción de nuevos ideales para vida social. A propósito del Correo Curioso”, en Renán Silva, La Ilustración en el Virreinato de la Nueva Granada (Medellín: La Carreta Editores, 2005), pp. 149-196.

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del asociacionismo útil y patriótico indica una cierta continuidad entre los programas reformistas monárquicos y las primeras propuestas de institucionalización republicana.

Además de esas asociaciones existían otras formas de relacionamiento

tradicionales como las órdenes religiosas, las cofradías, las hermandades y otras

formas de sociabilidad piadosa. Estas asociaciones rara vez fueron objetos de crítica directa por parte de los promotores de la sociabilidad ilustrada (aunque sí las hubo,

en especial de parte de los liberales más radicales 9) una vez que sus valores –la fe, la

caridad y piedad—son igualmente centrales a la sociedad ilustrada, pero los objetivos terrenales de las asociaciones que Tadeo Lozano, Azuola y Lino de Pombo celebran contrasta claramente con la consagración a los valores espirituales propia de estas

otras sociedades. Desde estas últimas se gesta un ideal cuyo objetivo es el bienestar y la felicidad del reino y se elabora un léxico secular que encuentra su resorte en la noción historicista de progreso.

Finalmente, existe otra sociabilidad con la cual es posible establecer un

contraste. Podríamos llamarla plebeya y ocurre en la plaza, el mercado, las chicherías, los galpones para los juegos y las riñas de gallos y otros lugares de encuentro

popular. 10 Estas sociabilidades, aun poco estudiadas en el caso colombiano, con

frecuencia son objeto de críticas, burlas o rechazo. Pero ellas sólo se convierten en

foco de urgente atención cuando sus miembros desbordan su lugares habituales y se

transforman en lo que los contemporáneos llamaban manifestaciones tumultuarias, es decir, el conjunto de prácticas colectivas populares que se consideraban atentatorios del orden público. Más que borrarlas, el interés de la dirigencia ilustrada fue 9

- Ver, por ejemplo, los discursos anti-clericales, que no anti-religiosos, de los jóvenes Gólgotas de la Escuela Republicana en Un Amigo de la Ilustración, Una sesión solemne de la Escuela Republicana de Bogotá (Bogotá: Imprenta del Neogranadino, 1850). El tono exaltado encuentra un precedente memorable en las tesis anti-clericales del chileno Francisco Bilbao presentadas en su ensayo Sociabilidad chilena (Santiago 1844). 10

- Nótese el tono de indignación en el editorial “Juego de Gallos” del periódico de la Sociedad Democrática de Bogotá, El Labrador i el Artesano, número 16, 30 de diciembre de 1838, p. 6. Para una descripción burlesca de las riñas de gallos ver el cuadro de costumbres presentado por Manuel María Madiedo, Nuestro siglo XIX. Cuadros nacionales (Bogotá: Imprenta de Nicolás Pontó, 1868), pp. 29-34.

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controlarlas y regularlas y, por eso, aparecen muy pronto disposiciones prohibiendo asambleas populares y otras medidas contra la movilidad y la asociación popular. 11 Si el asociacionismo patriótico se entendía como expresión de una nueva

sociabilidad, fundamento del interés general y el perfeccionamiento social, esos otros modos se percibían como promotoras de la apatía o –en el peor de los casos—de la anarquía y la disolución de los lazos sociales. No sorprende, por lo tanto, que las

asociaciones patrióticas buscaran rediseñar los valores e ideales, las representaciones e imaginarios, y las prácticas y conductas existentes con miras a instalar un nuevo

modelo relacional, considerado necesario para darle vida a la república. En su interior se fueron dilucidando y perfilando las diferentes lealtades e identidades políticas del

siglo XIX. Algunas tuvieron carácter secreto y excluyente (como las logias masónicas) y aglutinaron lo más granado de la sociedad neogranadina. Con frecuencia, la

membrecía en estas asociaciones se consideraba reservada para aquellos llamados a dirigir los destinos de la nueva sociedad republicana. Otras asociaciones, en cambio,

procuraron ser visibles e incluyentes (las sociedades populares o las vinculadas a los partidos). 12 Con frecuencia estas últimas intentaron reproducirse en otros lugares,

impulsaron periódicos y buscaron incidir en la opinión pública.

El estudio de las sociabilidades patrióticas ha sido importante para

comprender la dramática implosión del antiguo régimen y la construcción penosa de una nueva institucionalidad política y cultural durante del siglo XIX –es decir, el

surgimiento de un entramado de instituciones, prácticas y valores que con frecuencia 11

- Así, por ejemplo, la Constitución de Cundinamarca de 1811contiene un artículo que reza “No podrá formarse corporaciones ni asociaciones contrarias al orden público; por lo mismo, ninguna junta particular de ciudadanos puede denominarse Sociedad popular (Título XIV, art. 5).Cuatro artículos después se lee “La reunión de gentes sin armas será igualmente dispersada, primero por una orden verbal, y si no bastare, por la fuerza”. La Constitución de Cartagena de junio de 1812 se presenta algo más liberal al respecto: “Pertenece a los ciudadanos el derecho de reunirse, como sea sin armas ni tumulto, con orden y moderación, para consultar sobre el bien común: no obstante, para que estas reuniones no puedan ser ocasión de mal o desorden público, sólo podrán verificarse en pasando del número de treinta individuos, con asistencia del Alcalde del barrio, o del Cura párroco, que invitados deberán prestarla” (Título 1, art. 26). Referencias tomadas de la compilación de Diego Uribe Vargas, Las constituciones de Colombia 2a. ed. ampliada y actualizada ed., 3 vols. (Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1985). Estas disposiciones se retomarán en las diversas constituciones y códigos penales del siglo XIX. 12

- Ver Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y política en la definición de la nación: Colombia,1820-1886 (Bogotá: Universidad del Externado, 2011), pp. 63-67.

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designamos con el término de modernidad. 13 Si bien el asociacionismo patriótico

ilustrado había empezado a existir bajo la monarquía, el tránsito a la vida republicana le da un nuevo lugar y lo convierte en un imperativo para el nuevo sistema político. Como bien señala Pombo en su mensaje al Congreso, la esperanza es que estas asociaciones se convirtieran en escenarios desde donde se elaboraran nuevas

posibilidades políticas. Estudiarlos permite –en palabras de una de sus mejores

intérpretes en el ámbito hispanoamericano-- “dar cuenta de cómo las nuevas reglas del juego de la política son producto de la interacción social y pueden dar lugar a

formas relacionales específicas que brindan … un conjunto de recursos organizativos relacionales e identitarios para el ejercicio de la soberanía”. 14 Pero no es sólo un interés anticuario, como diría Nietzsche, pues excavar la emergencia del

asociacionismo colombiano cuestiona las narrativas teleológicas y enriquece los

debates contemporáneos con una mirada de larga duración que define con mayor

precisión el terreno en el cual nos movemos y los recursos que históricamente hemos construido –o hemos evitado construir—para enfrentar los retos que nos ofrece la presencia de una sociedad civil heterogénea. II.

La sociabilidad, categoría de análisis y campo conceptual Ahora bien, el examen del fenómeno asociacionista se ha convertido en una

importante veta de investigación de la historia durante las últimas dos décadas. 15 Con

frecuencia el asociacionismo se estudia como una de las formas privilegiadas de la

sociabilidad y es bajo este último rótulo que se encuentran algunos de los estudios 13

- Aunque soy escéptico frente a la eficacia analítica de la categoría modernidad, en este caso la uso para designar el conjunto de problemas que han caracterizado la historia política de nuestra comunidad desde su institución y que operan bajo el signo de la soberanía popular y la forma republicana. Alguno de estos problemas son el de la representación, el sujeto y el lugar de la soberanía, el lugar y la naturaleza del pueblo, etc. En este rango de uso limitado, la modernidad no se refiere a un proceso, una norma, mucho menos a un desarrollo, ni adquiere su capacidad explicativa en contraste con la tradición u otras posibilidades de realización política y social. 14

- Pilar González Bernaldo, “La ‘sociabilidad’ y la historia política”, en Erika Pani y Alicia Salmerón, eds., Conceptualizar lo que se ve François-Xavier Guerra historiador, homenaje (México D.F.: Instituto Mora, 2004), p. 448. 15

- Para una identificación de las principales obras y problemáticas abordadas por la investigación sobre la sociabilidad en Colombia, ver la introducción a este volumen.

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más importantes. Aunque sus efectos se habían notado ya en los trabajos de historia

social, la sociabilidad ingresa como categoría de análisis a la disciplina de la mano de la historia política. 16 En efecto, al examinar la predisposición del hombre a

relacionarse, las formas de esa relación, y los códigos y prácticas que se elaboran y

sancionan al interior de esas relaciones, la sociabilidad ha resultado particularmente importante para comprender el signo de las transformaciones políticas, sociales y culturales de una sociedad.

Sin embargo, es necesario señalar que términos como asociación y sociabilidad

ya existían –como resulta evidente de los textos ya citados—en el periodo que nos ocupa. Así pues, se hace necesario distinguir la sociabilidad en tanto categoría

contemporánea de análisis social del concepto “sociabilidad” que los actores del siglo XIX emplearon para producir sentido y actuar. 17 Si la primera nos remite a un

principio de las relaciones entre sujetos sociales y ha sido esclarecida por algunos de los investigadores más juiciosos del fenómeno 18, el universo intelectual y moral dentro del cual las prácticas asociativas adquirieron renovada importancia y

particular significación a principios del siglo XIX neogranadino apenas ha sido 16

- La sociabilidad aparece en la historia política de la mano de Augustin Cochin y Maurice Agulhon inicialmente. Ver, en especial, Augustin Cochin, L’Esprit du jacobinisme (París: PUF, 1979); Maurice Agulhon, Le cercle dans la France bourgeoise, 1810-1848. Etude d'une mutation de sociabilité (París: Armand Colin, 1977); Maurice Agulhon, "Vers une historie des associations," Esprit 18(1978); Maurice Agulhon, "La sociabilidad como categoría histórica”, en Formas de sociabilidad en Chile 1840-1940 (Santiago de Chile: Fundación Mario Góngora, 1992). George Simmel y Norbert Elías se convierten en referentes igualmente importantes: Georg Simmel, "La sociabilidad 1910”, en Sobre la individualidad y las formas sociales, ed. Donald N. Levine (Buenos Aires: Universidad de Quilmes, 2002); y Norbert Elias, El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas. (México: Fondo de Cultura Económica, 1989). François-Xavier Guerra introduce la categoría en los estudios de historia política latinoamericana. Ver, François-Xavier Guerra, "Lugares, formas y ritmos de la política moderna," Boletín de la Academia Nacional de la Historia XXXI, no. 284 (1988). Pilar González Bernaldo ha continuado esa tradición con su notable estudio sobre el siglo XIX argentino. Ver Pilar González Bernaldo de Quirós, Civilidad y política en los orígenes de la nación argentina. Las sociabilidades en Buenos Aires, 1829-1862 (Buenos Aires: FCE, 2001). En Colombia destaca el trabajo pionero de Fabio Zambrano, "Las sociabilidades modernas en la Nueva Granada, 1820-1848," Cahiers des Amériques Latines 10(1990). y el más reciente de Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y política en la definición de la nación: Colombia,1820-1886.. 17

- Coincido con Pilar González Bernaldo cuando señala que algunos trabajos de interpretación han generado bastante confusión al no deslindar la categoría de análisis social del concepto histórico reproduciendo acríticamente la visión teleológica propia de las polémicas decimonónicas. Ver “La ‘sociabilidad’ y la historia política”, p. 424. 18

- Ver Maurice Agulhon, "La sociabilité est-elle objet d'histoire”, en Sociabilité et société bourgeoise en France, en Allemagne et en Suisse, 1750-1850, ed. Etienne François (Paris: Ed. Recherche sur les Civilisations, 1986), pp. 18. Ver también los trabajos ya citados de Guerra, González Bernaldo y Loaiza.

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abordado. En este ensayo me ocuparé de identificar algunos elementos fundamentales del complejo entramado conceptual de la sociabilidad republicana temprana, lo que permitirá entender la naturaleza e ímpetu del imperativo asociacionista que caracteriza al siglo XIX.

Señalemos en primer lugar que el término ‘sociabilidad’ aparece como una

novedad léxica en el siglo XVIII. 19 La innovación–generalmente en boca de los

ilustrados de toda la monarquía—acompaña y parece así refrendar el sentido de

novedad que expresaba Lino de Pombo con relación a la práctica asociacionista. Es una novedad, por otra parte, intensa y emotiva, es decir quienes invocan la

sociabilidad lo hacen de manera recurrente y con altos grados de entusiasmo, como quien se halla frente a la posibilidad de realizar un logro largamente anhelado y

encuentra al fin la senda para llevarlo a cabo. El ilustrado español Juan Meléndez

Valdés, tertulio de la Fonda de San Sebastián en Madrid durante la década de 1770, 20

definió en unos de sus más conocidos discursos la sociabilidad como

… este impulso del corazón ácia sus semejantes, constante, irresistible, que

nace con nosotros, se anticipa á la misma razón, y nos sigue y encierra en el

sepulcro, nos acercara y uniera mutuamente, no de otra suerte que los cuerpos gravitan y se atraen en el gran sistema de la naturaleza para formar concordes

este todo admirable en permanente sucesión, que nos confunde y asombra por su perfeccion é inmensas relaciones. 21

En el discurso de Meléndez la sociabilidad aparece como una pulsión anterior a la

razón y, sin embargo, perfectamente realizadora de su vocación y anhelo de cohesión 19

- Álvarez de Miranda señaló que el término apareció en el siglo XVI pero que su desarrollo semántico es del XVIII. Ver Pedro Álvarez de Miranda, Palabras e ideas: el léxico de la ilustración temprana en España (1680-1760), ed. Anejo del Boletín de la Real Academia Española 51 (Madrid: Real Academia Española, 1992), pp. 373 y ss. 20

- Para la evolución, composición y dinámica de las tertulias españolas del siglo XVIII, ver Jose Luis Urreiztieta, Las tertulias de rebotica en Espana (siglo XVIII-siglo XX) (Madrid: Ediciones Alonso, 1985); Antonio Espina, Las tertulias de Madrid (Madrid: Alianza Editorial, 1998). 21

- “Discurso sobre los grandes frutos que debe sacar la provincia de Extremadura de su Nueva Real Audiencia … 27 de abril, 1791”. En Juan Meléndez Valdés, Obras comlpletas, 3 vols. ( Madrid: Fundación José Antonio de Castro, 1996).Vol. 3, p. 260. El discurso fue publicado en 1821 y circuló ampliamente en Hispanoamérica.

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social. La sociabilidad resulta ser, por lo tanto, una suerte de ley natural que inclina al hombre al orden social aunque es susceptible de ser perfeccionada –en las tertulias y sociedades—por la ilustración y el lazo social cortés. No sorprende, por lo tanto, que los esfuerzos reformistas encuentren en el vocablo el mantra y el norte que abre las

puertas a un tiempo y una sociedad mejor. En efecto, en nombre de la sociabilidad se lleva a cabo toda suerte de críticas a la sociedad tradicional y plebeya, y las reformas

se hallan con frecuencia vinculadas a la “explosión asociativa” que marca buena parte del siglo XIX. 22

Por otra parte, las definiciones de sociabilidad aceptadas por los mismos

actores del siglo XIX varían muy levemente a lo largo de su historia. Así, el Diccionario de Autoridades, publicado en 1739 por la recién fundada Real Academia de la Lengua, definió sociabilidad como “El tratamiento, y correspondencia de unas personas con

otras. Lat. Sociabilitas”, y esa definición, con algunas ligeras variaciones, se mantuvo hasta la edición del mismo diccionario en 1822, cuando los editores se vieron en la

necesidad de aclarar que en realidad era una “Propensión, inclinación … al trato y

correspondencia”, para terminar simplificándose en la edición de 1884, cuando se

aclara finalmente que sociabilidad es la “calidad de sociable”. 23 Es, adicionalmente, una definición compartida por todos los diccionarios del periodo. 24 Más allá de las

ligerísimas variaciones que ocurren sorprende la estabilidad semántica de un término que –en boca de sus ideólogos—ha unido su destino a los avatares de la reforma y la

innovación. Apelar a textos menos esquemáticos –enciclopedias o tratados—tampoco ayuda mucho y, en cambio, hacen evidente un elemento adicional y muy curioso que parecería altamente paradójico. 22

- González Bernaldo de Quirós, Civilidad y política en los orígenes de la nación argentina, p. 214.

23

- El Diccionario de Autoridades y los otros diccionarios históricos de la Academia se encuentran alojados en el portal de la Real Academia de la Lengua Española. Disponibles en http://ntlle.rae.es/ntlle. 24

- A guisa de ejemplo, el Diccionario enciclopédico de la lengua española, con todas las vozes, frases, refranes y locuciones usadas en España y las Américas Españolas …, editado por Gaspar y Roig, señala que sociabilidad es la “propensión, inclinación de las personas, y aun de los animales, al trato y la comunicación con los demás”. (Madrid, Imprenta y Librería de Gaspar y Roig, editores, 1855), Vol. 2, p. 1121.

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La definición de la sociabilidad no sólo ha cambiado muy poco desde su

aparición en el siglo XVIII, sino que el tema de la sociabilidad del hombre –aun cuando no apareciera nombrado con ese vocablo-- en realidad era un asunto recurrente en la filosofía moral y política de occidente, una elaboración que no aparece de ningún modo con las llamadas modernidades política, económica o cultural. Basta

simplemente con regresar al primer capítulo de la Política de Aristóteles, texto que se convierte en el fundamento básico para la primera y segunda escolástica, para

recordar que la tradición filosófica de occidente comienza con el señalamiento que el hombre es, por naturaleza, un ser de irrevocable inclinación social. Esa misma

premisa se convierte en un principio rector de la filosofía política cristiana desde los escritos de Santo Tomás de Aquino hasta Jaime Balmes, pasando por Francisco de

Vitoria, Domingo de Soto y Francisco Suárez. 25 De ese modo, el reconocimiento de la sociabilidad del hombre –facultad y destino-- se había convertido un tópico tan

manido que aparecía en prácticamente todas las obras de filosofía política y moral del periodo. El constitucionalista cartagenero Antonio del Real, por mencionar sólo un texto popular del mismo periodo en que Lino de Pombo hacía su informe, abría su obra sobre el derecho constitucional señalando que:

El hombre no ha nacido para vivir solo y de hecho jamas se le encuentra

aislado de todo comercio con sus semejantes. Ademas de aquellas reuniones pasageras que el instinto de la reproduccion hace necesaria á todos los

animales, el hombre procura vivir constantemente unido a los de su especie, junta á ellos sus esfuerzos y se proponen en común objetos dirijidos al

bienestar de todos. Su idioma y su razón mas estendidos, mas capaces de

progreso que los de los demas habitantes de la tierra le dan la facultad de

adquirir en este mutuo comercio de ideas un aumento de poder tal, que llega á verse en posesión del dominio del mundo en que no lo habrían colocado su fuerza física, ni su destreza si se hubiera mantenido cada cual de por sí. 26

25

- Ver Restituto Sierra Bravo, El pensamiento social y económico de la escolástica, 2 vols. (Madrid: CSIC-Instituto de Sociología Balmes, 1975). 26

- Antonio del Real, Elementos de derecho constitucional seguidos de un examen crítico de la Constitución Neo-Granadina (Cartagena: Imprenta de Eduardo Hernández, 1839), pp. 1-2.

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Es fundamental insistir en el carácter manido de esta fórmula. 27 Para el mismo autor

resulta tan evidente que de Real la invoca para señalar precisamente su falta de

relevancia para deducir de allí los principios constitucionales de la Nueva Granada.

En este momento del argumento tenemos que preguntarnos en qué consiste la

notable novedad que le resultaba tan evidente a Lino de Pombo en 1835 pero que a

nosotros –en vistas de unas continuidades semánticas bastante notables—nos resulta opaca. Una posible forma de responder a esa inquietud sería señalar que las ideas y definiciones expuestas por estos autores constituyen un lugar precario para

comprender el mundo social que habitan. La distancia entre lo que dicen estos actores y lo que ocurre a su alrededor sería tan grande que el único verdadero modo de

comprender las asociaciones –y determinar si había un elemento novedoso o no-- es a través de su análisis como forma social. Sin duda, ese es un camino importante –como

varios excelentes estudios de sociología cultural ya lo han hecho evidente—pero no es el único y ciertamente no el que seguiré a continuación. Para el fin que me ocupa es importante insistir en la importancia de comprender el sentido de novedad que

expresaban los espectadores desde su propio lugar de enunciación. Toda estructura

social es fundamentalmente una vivencia, lo que quiere decir que su sentido se

produce para aquellos que la viven en el acto de vivirla, en la tensión entre un conjunto de experiencias desde las cuales se instituyen esa estructura y se le dota de

legitimidad y el horizonte de expectativas sobre el cual se proyecta y su propósito se

hace explícito. Espacios de experiencia y horizontes de expectativa constituyen, según Reinhart Koselleck, las categorías históricas a partir de las cuales los conceptos se

hacen históricamente inteligibles. Es allí, en esa tensión, donde podemos indagar la novedad de aquello que, en principio, se nos revela como mera continuidad.

Para ello tendremos que regresar a los enunciados de aquellos actores y

testigos que invocaron, rechazaron, vivieron o teorizaron la sociabilidad en su

momento. Sin embargo, resulta categóricamente cierto que el carácter de novedad no lo vamos a captar en el orden de las ideas ya que éstas no logran dar cuenta del 27

- Esa absoluta concordancia explica igualmente el escándalo que supuso las tesis de Hobbes, y en menor medida Rousseau, para quienes el hombre no era sociable por naturaleza sino por fuerza.

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sentido de un enunciado. Retomemos, para aclarar este punto, la distinción que el

filósofo del lenguaje John L. Austin establece entre la dimensión locutiva y la ilocutiva de todo acto de habla. 28 La dimensión locutiva de un enunciado se refiere al primer nivel del acto de habla por medio del cual se pronuncia la frase y se produce su

significado literal. Este acto comprende los aspectos sonoros o verbales, semánticos y sintácticos necesarios de todo enunciado con significado. Es decir, las definiciones,

tales y como las hemos presentado hasta ahora hacen parte del nivel locutivo. El nivel ilocutivo, por su parte, comprende todos aquellos elementos necesarios para que esa locución realice su sentido intencionado como una acción verbal socialmente válida. Es decir, hablamos de las convenciones, los códigos culturales, las situaciones

comunicativas, los protocolos y las expectativas, todo aquello que hace que la acción social —decir algo-- resulte mínimamente legible. Ese conjunto de elementos que

comprenden el nivel ilocutivo desplaza la atención del registro de las ideas al de los lenguajes políticos. 29 Esta aclaración nos permite comprender que diversos

enunciados –en este caso, aquellos que procuran definir sociabilidad a lo largo de dos siglos—pueden ser idénticos en el nivel locutivo –o de las ideas—y, sin embargo, adquieren sentidos muy diversos –incluso opuestos—al ocurrir en situaciones

comunicativas otras, cumplir con otras convenciones e incluir otros interlocutores. La definición de Antonio de Real de sociabilidad puede mostrar notables continuidades con la ya clásica de Aristóteles –e incluso insistir en que meramente la repite—pero cada una está inserta en lenguajes políticos diferentes y, por lo tanto, representa comunicaciones con sentidos y funciones sociales muy diversas. Así pues, para

comprender el sentido de sociabilidad y del imperativo asociacionista durante las

primeras dos décadas de la vida independiente neogranadina, no basta con examinar

sus definiciones a lo largo de los siglos; tenemos que identificar las problemáticas a la 28

- Para la siguiente discusión, ver John Langshaw Austin, Cómo hacer cosas con palabras, trad. Génaro Carrió y Eduardo A. Rabossi (Barcelona: Paidós, 1982). 29

- Tomo la definición de “lenguaje político” de John Pocock como el ensamble de idiomas, retóricas, vocabularios y gramáticas especializadas consideradas como una comunidad de discurso singular aunque compleja. "The Concept of a Language and the métier d'historien: some considerations on practice," The Languages of Political Theory in Early-modern Europe, Anthony Pagden, editor (Cambridge, UK: Cambridge University Press, 1987), pp. 21-25. Elías Palti complementa esta definición señalando que un lenguaje político se caracteriza fundamentalmente por su modo de producción. Ver Elías José Palti, El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2007), p. 17.

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que responde así como las motivaciones que ofrece, los usos a los que diversas

comunidades lo someten, así como su eficacia. Estas consideraciones nos permiten “penetrar la lógica que articula” el concepto al interior de un lenguaje político con

otros conceptos similares, así “cómo [la forma en que] se recompone el sistema de sus relaciones recíprocas”. 30

Regresemos momentáneamente a la tesis de Aristóteles sobre la sociabilidad

del hombre. Ya dimos cuenta de los contenidos semánticos. Identifiquemos ahora una estructura argumental, la cual si bien aún hace parte del nivel locutivo, explica en

parte la durabilidad del topos. 31 Para empezar es necesario notar que ésta tiene un

elemento adicional a la sencilla descripción de la naturaleza humana como ser social. Además de eso, señala Aristóteles, el ser humano sólo se realiza en sociedad. De aquí se desprenden dos conclusiones. En primer lugar, el hombre sin la sociedad no es

nada. No hay, en otras palabras, una naturaleza del hombre, anterior a la sociedad. Esto hace que –como él mismo señala—la polis sea una realidad primaria –el lugar

natural del ser humano-- y no el fruto de un supuesto acuerdo o pacto social: “está

claro que la ciudad es una de las cosas naturales y que el hombre es, por naturaleza,

un animal cívico”. 32 La sociedad es el único escenario para la realización del hombre;

estar por fuera de la sociedad –por antipatía o por vicio—sólo le es posible a quien es “bien un ser inferior o más que un hombre”. 33 No es simplemente –o incluso

fundamentalmente—una cuestión de supervivencia ya que es, debido al vínculo social, 30

- Cita en Elias Palti, El tiempo de la política, El siglo XIX reconsiderado, Buenos Aires, Siglo XXI Argentina, 2007, p. 17. Ver Reinhart Koselleck, "Introducción al Diccionario histórico de conceptos políticosociales básicos en lengua alemana," Revista Anthropos 23(2009), pp. 333-57; y el capítulo introductorio de Francisco A. Ortega Martínez y Yobenj Aucardo Chicangana-Bayona, eds., Conceptos fundamentales de la cultura política de la Independencia (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2012). 31

- Para un estudio que aborda la durabilidad de un topos con incidencia conceptual, ver Koselleck, “Historia magistra vitae”, en Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos (Barcelona: Paidós, 1993), pp. 41-66. 32

- Aristóteles, Política, traducción de Carlos García Gual y Aurelio Pérez Jiménez (Madrid: Tecnos, 2004), Libro 1,II, 1253ª; p. 117. Para una discusión sobre la sociabilidad natural del hombre en Aristóteles, ver C.D.C. Reeve, "The Naturalness of the Polis in Aristotle", en A Companion to Aristotle, ed. Georgios Anagnostopoulos (Malden, Ma: Blackwell Publishing, 2009), pp. 512-25. La tradición escolástica ibérica insiste en el contrato entre el Rey y los pueblos (pactum subjectionis) y no en el pacto social (pactum unionis), como sí lo hace la tradición contractualista anglo-germánica y, posteriormente, Rousseau. 33

- Política, Libro 1,II, 1253ª; p. 117.

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que el hombre adquiere “el sentido de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, y las demás apreciaciones” (118). En ese sentido no cabe duda que “el conjunto [es]

anterior a la parte” (118-19) y constituye el escenario en el cual éste realiza su propia finalidad.

En segundo lugar, si bien es cierto que el hombre sólo se realiza moral e

intelectualmente en sociedad, también es cierto que el fin de la sociedad es garantizar esa realización. En, otras palabras, la sociedad existe para que el hombre realice su

telos; ella no es un fin en sí misma. Al contrario, el origen, causa eficiente y finalidad de la sociedad reside en la posibilidad de realización de la naturaleza humana.

Precisamente, el buen gobierno y las leyes justas son aquellas encaminadas a

garantizar la consecución de ese fin. Una sociedad donde esa realización no pueda ocurrir resulta despótica, injusta. En este doble esquema quienes conducen la

sociedad –sus líderes políticos-- deben hacer todo lo necesario para garantizar el bien común a la vez que permiten suficiente margen para que la naturaleza humana pueda realizarse en ella.

Como podemos observar estos dos elementos nos remiten a una densa

estructura teleológica que es a la vez comprensiva (en tanto, dicha formulación

teleológica tiene la capacidad de generar los elementos necesarios para suministrar la

argumentación y la prueba) y flexible (en tanto, ésta admite una enorme diversidad de variaciones de sentido que –valga la pena insistir—sólo se hacen evidentes en el

contexto argumentativo en el que aparece). Ese esquema teleológico fue retomado de manera integral por la primera escolástica, en particular Tomás de Aquino, cuyos

comentarios a la Política de Aristóteles circularon ampliamente en el siglo XV y XVI, y por la segunda, la llamada española, quien en cabeza de Francisco de Vitoria,

Francisco Suárez y Luis de Molina, sentaron las bases de la cultura política iber-

atlántica por casi tres siglos. 34 Finalmente, la fórmula es retomada por el llamado neo34

- Para un examen sobre la apropiación de la sociabilidad humana aristotélica por Tomás de Aquino, ver el ya clásico libro de Etienne Henry Gilson, El Tomismo. Introducción al a filosofía de Santo Tomás de Aquino, trad. Fernando Múgica (Pamplona, España: Ediciones Universidad de Navarra, 1978). Para trabajos más recientes, ver Mary M. Keys, Aquinas, Aristotle, and the Promise of the Common Good (Cambridge, UK: Cambridge University Press, 2008); y Nicholas Aroney, "Subsidiarity, Federalism and the

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escolastismo, ya en el siglo XIX, por autores tan influyentes como Luigi Taparelli

D’Azeglio y Jaime Balmes, como respuesta católica a las transformaciones sociales,

industriales y a las innovaciones conceptuales del derecho natural anglo-germánico.

De ahí la aparente inmutabilidad entre las nociones de sociabilidad del siglo IV antes

de Cristo, del XVI español o del siglo XIX neogranadino. Pero esa continuidad, como ya lo señalé, no quiere decir que el sentido sea el mismo.

Ahora bien, desde la segunda mitad del siglo XVIII esta estructura teleológica

estaba siendo sometida a una profunda re-elaboración a través de la notable

expansión del horizonte semántico relativo al campo de lo social. Durante ese periodo el repertorio de los términos relacionados con la sociabilidad –tales como civilidad, asociación, sociable, etc.—surgen como catalizadores de sentido para los actores

contemporáneos. 35 Notemos, por ejemplo, que para finales del siglo XVIII el término “sociedad” ha sumado a su sentido original –el de comunidad natural o relativo a la

familia—dos acepciones que nos resultan mucho más familiares e importantes pero que se constituían en confusas novedades en su momento: la de la política común

(colectivo de seres humanos en trato o relación mutua) y el mundo de las asociaciones (las sociedades comerciales o científicas, por ejemplo). 36 Esta agregación de nuevos

sentidos sugiere que el universo conceptual de la sociabilidad se había enriquecido de manera notable para finales del siglo XVIII, lo que resulta fundamental para entender el carácter novedoso del asociacionismo decimonónico.

En primer lugar, si bien la sociabilidad ibérica tiende a recusar la insociabilidad

natural propuesta por Hobbes y Rousseau, la expansión del horizonte social fisuró de manera efectiva la conexión entre naturaleza y sociedad presente en la fórmula

escolástica de la sociabilidad natural y acentuó las contingencias propias del plano Best Constitution: Thomas Aquinas on City, Province and Empire," en Aquinas and Modern Law, ed. Richard O. Brooks y James Bernard Murphy (Burlington, Vt: Ashgate, 2003). 35

- Álvarez de Miranda, Palabras e ideas, pp. 349-81. Este punto ya había sido señalado por Elias en El proceso de la civilización al trazar el origen del concepto civilización. 36

- Álvarez de Miranda, Palabras e ideas, p. 356. El historiador Daniel Gordon identificó para este periodo el surgimiento de una franja de interacción civil en la que los sujetos no están sometidos a la acción de la soberanía. Ver Daniel Gordon, Citizens without Sovereignty: Equality and Sociability in French Thought, 1670–1789 (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1994).

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social y político. A partir de ese momento se abrió una brecha entre la sociabilidad natural y los planos social y político y éstos se revelaron incompletos y no

complementarios. Así pues, la sociedad deja de ser el escenario acabado dentro del cual el hombre puede alcanzar la plenitud; ahora la sociedad necesita de la

intervención humana para que ésta pueda llevar a cabo su realización. La acción dirigida a fínales del siglo XVIII (mejor conocida en el mundo ibérico como

patriotismo) adquiere con el programa reformista ibérico que busca restaurar el

esplendor de la monarquía, un papel protagónico. Así pues, este conjunto de esfuerzos por transformar procedimientos y estructuras administrativas, fiscales y militares

descubre la sociedad (es decir, el conjunto de seres humanos en relación mutua) como perfectible y la convierte en objeto de acción, en el destinatario de los esfuerzos reformistas. Y es ese mandato reformista, igualmente, el que va a alterar

profundamente el presupuesto que supone la sociabilidad natural del hombre pues

ésta ya no es suficiente (después de todo los llamados “salvajes” también poseen una sociabilidad natural); ahora hay que transformarla en una civilidad. 37

En segundo lugar, señalemos que las asociaciones ilustradas se conciben como

los espacios apropiados de interacción a partir de los cuales la sociabilidad natural se transforma en una nueva civilidad. El imperativo asociacionista aparece porque las asociaciones se conciben como el vehículo ideal para actuar sobre la sociabilidad

natural del hombre para producir una nueva sociabilidad, está vez civil, definida por la urbanidad, la benevolencia, la ilustración útil y, también, la piedad. No es coincidencia que a partir de 1760 los términos sociabilidad y sociable designan, además del

carácter social del hombre, la civilidad y urbanidad característica del diez ocho. 38 Esta nueva civilidad adquirirá fuerza nuevamente a mediados del siglo XIX, cuando

experimenta una expansión prodigiosa a través del concepto de civilización. Mientras 37

- Para un desarrollo de los efectos de la ola reformista sobre los presupuestos conceptuales de la cultura política, ver Víctor Tau Anzoátegui, "Las reformas borbónicas y la creación de los nuevos virreinatos", en El gobierno de un mundo. Virreinatos y Audiencias en la América Hispánica, ed. Feliciano Barrios (Cuenca, España: Ed. de la Univ. de Castilla-La Mancha, 2004); y Carlos Garriga Acosta, "Los límites del refromismo borbónico: a propósito de la administración pública en las Indias hispánicas", en Actas del XVI Congreso Internacional de Derecho Indiano (Cuenca, España: Unviersidad de Castilla-La Mancha, 2002). 38

- Álvarez de Miranda, Palabras e ideas, p. 369. Ver Gordon, pp. 43-85.

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tanto, es importante resaltar que la sociabilidad aparece ahora como un atributo que debe cultivarse de acuerdo a un código de civilidad virtuosa. En otras palabras, la sociabilidad deja de designar el carácter social del hombre para designar el ideal normativo al cual se aspira; deja de ser el punto de partida del ser humano para

inscribir su punto de llegada. Por eso es importante señalar que si bien es cierto que la sociabilidad –en tanto categoría de análisis histórico contemporáneo-- da cuenta de

las relaciones propias de una sociedad, para los actores del XVIII y XIX la sociabilidad –en tanto concepto socio-político fundamental—designa “el objetivo que [estas relaciones de sociabilidad cotidianas] deben perseguir”. 39

Ahora bien, esta expansión del campo semántico de lo social y la consecuente

transformación de la estructura teleológica de la sociabilidad natural requieren una nueva antropología. Para finales del siglo XVIII aparece en el mundo hispano una

concepción que podríamos llamar, algo arbitrariamente, optimista y que está marcada por la convergencia de dos lenguajes políticos nacientes: el derecho público y la

economía política. Ambos lenguajes promovieron la identificación y crítica de aquello que se encontraba estancado o corrupto e impulsaron acciones transformativas del entorno, entendidas como útiles, y dirigidas por hombres ilustrados. Aún más, esta antropología concebía la naturaleza humana como naturalmente inclinada a

apropiarse de estas herramientas para su realización. En consecuencia comienza un

proceso de ensanchamiento del horizonte de expectativa que permite concebir, en el curso de la existencia histórica, la perfectibilidad social y moral del hombre como

consecuencia de la acción humana. 40 En la medida que el hombre progresaba en ese

camino civilizatorio se alejaba cada vez más de su sociabilidad natural.

Por otra parte, durante el mismo periodo se retoma una concepción agustina

de la naturaleza del hombre que podríamos denominar pesimista. Su elaboración más sintética –incluso más programática-- la hallamos en los sermones del obispo francés, 39

- González Bernaldo, “La ‘sociabilidad’ y la historia política”, p. 424.

40

- Koselleck denomina ese proceso temporalización. Ver Reinhart Koselleck, "The Temporalisation of Concepts," Finnish Yearbook of Political Thought 1(1997), p. 16. Según Koselleck la aparición a mediados del siglo XVIII de un horizonte de expectativa incapaz de encontrar respuesta en el existente espacio de experiencia, remplaza la temporalidad de la historia como magistra vitae por un tiempo progresivo en el que la razón humana se perfecciona a si misma (p. 17).

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Jacques Benigne Bossuet, cuyas obras circularon en el mundo hispánico en múltiples traducciones y se volvieron esenciales para el reformismo monárquico. Con un

notable desagrado por la tradición escolástica, Bossuet insistió en la idea de que si bien el hombre es sociable por naturaleza esta sociabilidad no resulta de las

relaciones con otros hombres sino de la unión original con Dios. Es precisamente

porque el hombre es hijo de Dios que debe amar a los demás y, señala Bossuet, “…

debemos tener solícito cuidado los unos de los otros recíprocamente”. 41 El lazo social

nació de “nuestro común Padre” pero se rompió cuando el hombre pecó y, desde

entonces, el hombre tiende a la corrupción. 42 Tal situación da cuenta de una aparente

paradoja: “la sociedad humana, establecida con tan sagrados vínculos, esta violada por las passiones: y como dice San Agustín, no hai cosa mas sociable, que el hombre

respecto de su naturaleza, ni mas intratable, y contraria a la sociedad por causa de su

corrupción”. 43 El gobierno fuerte, según Bossuet, aparece como la condición necesaria

para combatir la debilidad de los hombres que, “haviendose hecho intratatables por la

violencia de sus passiones, è incompatibles por la variedad de sus humores, y

condiciones diferentes, no podían mantenerse unidos, sin sujetarse todos juntos à un mismo govierno, que à todos los regulasse". 44 Aquí la brecha entre la sociabilidad

natural y la civil se revela igualmente inevitable pues la ilustración o perfectibilidad humana resulta del sometimiento de la naturaleza corrupta del hombre y la construcción de una civilidad virtuosa.

Esta visión del hombre puede adquirir visos particularmente estridentes, en

especial durante periodos de crisis social. En 1781 un levantamiento popular estalla en la región del Socorro contra las medidas reformistas propuesta por el Visitador Regente Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres. La historia es bien conocida. El 41

- Jacobo Benigno Bossuet, Política deducida de las propias palabras de la Sagrada Escritura al sereníssimo Señor Delfín. Obra postuma, trad. Miguel Joseph Fernández, 4 vols. (Madrid: Antonio Marín, 1743), Vol. 1, p. 153. 42

- ibid., Vol. 1, p. 144.

43

- ibid., Vol. 1, p. 164.

44

- ibid., Vol. 1, p. 175. Para una discusión más puntual, ver François-Xavier Guerra, "“Políticas sacadas de las Sagradas Escrituras”. La referencia a la Biblia en el debate político, siglos XVI-XIX", en Elites intelectuales y modelos colectivos. Iberoamérica, siglos XVI-XIX, ed. Mónica Quijada y Jesús Bustamante (Madrid: CSIC, 2002), pp. 155-98.

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descontento lleva a cerca de 20000 comuneros a Bogotá, quienes obligan a firmar al Arzobispo Caballero y Góngora unas capitulaciones por las cuales se revindican sus

demandas a condición de una pronta y pacífica desmovilización. Sin embargo, una vez el grueso de los descontentos regresa a sus casas, las demandas comuneras son ignoradas por el Virrey Flores, quien envía el regimiento fijo de Cartagena para

restaurar el orden en la región. Poco después el capuchino Joaquín de Finestrad es

comisionado por el Arzobispo para pacificar la zona comunera. 45 En sus sermones,

Finestrad evidencia la concepción pesimista del hombre. Así, el estado general de

pecado es consecuencia y síntoma de que “por lo regular [estas gentes] viven en los

montes y sus honduras una vida silvestre, ociosa, incentivo propio del desenfreno de las pasiones brutales, expuestos a robos y rapiñas y otros abominables excesos…”. 46 La situación de insociabilidad –es decir, de pecado generalizado—es

comparativamente extraordinaria pues “… en este Reino no se guarda aquella

formalidad de vida sociable que se observa en la Europa”. 47 Reaparece con fuerza el viejo tópico del déficit civilizatorio de las Indias. En las colonias “Viven las familias

dispersas por el campo sin instrucción mayor ni de religión, ni de política … al abrigo

de su libertad…”. 48 Semejante estado no es sólo responsabilidad de la plebe; las elites

y autoridades locales han sido complacientes. Por eso, acá, en las Indias, el gobierno

debe controlar con mayor fuerza, reprimir y castigar pero debe, sobre todo, reducir “a sociable comunidad todos los que viven en los montes, en sus honduras y campos”. El capuchino continúa:

… fórmense nuevas poblaciones; véanse los ociosos y vagabundos; conténganse los revoltosos y atrevidos; hágase leva de malhechores y delincuentes y como miembros contagiosos, abrigados de superiores fuerzas, sean destinados al trabajo de las minas, a la apertura de los caminos, al cultivo de las tierras 45

- Ver John Leddy Phelan, El pueblo y el rey. La revolución comunera en Colombia, 1781, trad. Hernando Valencia-Goelkel (Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1980). 46

- Joaquín de Finestrad, Vasallo instruido en el estado del Nuevo Reino de Granada y en sus repectivas obligaciones, ed. Margarita González (Santafé de Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2000), p. 227. 47

- ibid., pp. 227.

48

- ibid., pp. 227.

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desiertas, al corte de las maderas preciosas, al beneficio de los aceites, y

precisados a las fábricas de nuevas poblaciones; y luego se hará sensible la utilidad inventada.

El gobierno represor, vigilante, regulador y administrador de las relaciones sociales, hará posible un reino en el que habrá “abundancia, se conocerá la política civilidad,

florecerá el comercio y se conservará sana la República de contagios tan temibles”. 49

Muchos años después, a mediados del siglo XIX, esta visión represora del gobierno volverá a ser protagonista como agente privilegiado de la civilización. 50

En síntesis, el concepto de sociabilidad neogranadino a comienzos del siglo XIX

adquiere especificidad al calor de dos concepciones del hombre. Ellas dotaban de

fuerza y autoridad moral los programas reformistas ibéricos durante el siglo XVIII. Pero, por más que promovieran valoraciones aparentemente opuestas de la

naturaleza humana, no resulta extraño encontrarlas en un mismo autor o enunciado. La expansión semántica del horizonte social las hizo necesarias a mediados del siglo XVIII y se mantendrán vigentes a lo largo del siglo XIX. Ambas insisten ahora en el

carácter incivil de la sociabilidad natural, la cual debe ser controlada o sometida por el proceso civilizatorio que permite y lleva al progreso. Las asociaciones ilustradas

surgen en esa coyuntura como las modalidades privilegiadas a través de las cuales se inculca y promueve un nuevo ideario de civilidad –la civilización en el lenguaje

decimonónico—por medio del cual se responde a la naturaleza incompleta de esa

primera sociabilidad. De forma esquemática podríamos afirmar que la imperfecta

sociabilidad natural reclama la asociación como forma privilegiada para producir una nueva sociabilidad civil o cristiana, cuyos valores se manifiesta en esa nueva civilidad ilustrada. El mandato asociacionista ilustrado surge, por lo tanto, de la mano del concepto de progreso.

49

- ibid., pp. 139-40.

50

- Ver, por ejemplo, el ensayo “¿Qué es la civilización?” de Mariano Ospina Pérez, publicado en el periódico La Civilización, Bogotá, jueves 9 de agosto, 1849.

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III.

Sociabilidades republicanas Saltemos de nuevo a la década en que Lino de Pombo lee su informe al

Congreso, poco después de la ruptura de la república colombiana en 1830. Señalemos que si bien es posible trazar algunas continuidades entre los últimos decenios de la

monarquía y la aparición de la república (fundamentalmente la cadena conceptual que lleva de la sociabilidad natural a la asociación, la civilidad, y a la sociabilidad civil), el escenario político e institucional ha cambiado radicalmente. Un nuevo escenario

político–la república—ofrece nuevos retos a los actores del periodo. Es un proceso de consolidación penoso y la institucionalidad del momento resulta bastante precaria. Para la década en cuestión el país ya no vive los sueños de gloria y libertad que animaron el comienzo de la república colombiana. No obstante, el retorno de

Santander, su presidencia relativamente calma, y la articulación de un grupo civilista ilustrado muy importante en torno a Vicente Azuero, Ezequiel Rojas, Lorenzo María

Lleras y Pombo, generan la esperanza de una estabilidad y progreso duraderos. 51 Esta

primera generación de líderes republicanos neogranadinos se había formado entre los dos universos conceptuales ya mencionados y enarbolaron el asociacionismo para

desarrollar “la sociabilidad … como el fundamento de la vida en común …”. 52 El punto

no es tanto que ellos vivieran intensa e irrevocablemente la oposición; 53 más cierto es

que ambas antropologías se integraron, en diferentes fórmulas, para ofrecer 51

- Desafortunadamente, el periodo corresponde a la década menos estudiada de la historiografía colombiana del siglo XIX, un siglo de por sí, aun bastante poco explorado, sobre todo en su historia políticointelectual. Entre la escasa bibliografía del periodo, se destaca León Helguera, "Ensayo sobre el General Mosquera y los años 1827 a 1842 en la historia neogranadina”, en Archivo epistolar del General Mosquera, ed. León Heguera y Robert H. Davis (Bogotá: Editorial Kelly, 1972); María Teresa Uribe de Hincapié y Jesús María Alvarez G., Poderes y regiones: problemas en la Constitución de la Nación colombiana. 1810-1850 (Medellín: Universidad de Antioquia, 1987); Victor M. Uribe Urán, Honorable Lives. Lawyers, Family, and Politics in Colombia, 1780-1850 (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 2000); James Sanders, Contentious Republicans: Popular Politics, Race, and Class in Nineteenth-Century Colombia (Durham, NC: Duke University Press 2004); y Fernán González, "La guerra de los supremos (1839-1841) y los orígenes del bipartidismo," Boletín de Historia y Antiguedades 97, no. 848 (2010). 52

- Pilar González Bernaldo, “La ‘sociabilidad’ y la historia política”, en Pani y Salmerón, Conceptualizar lo que se ve, p. 424. 53

- Aunque, sin duda, también se vivió intensamente. La llamada “Querella benthamista” fue el caso más ilustrativo de la emotividad de esos conflictos. Ver, Germán Marquínez Argote, ed. Benthamismo y antibenthamismo en Colombia (Bogotá: El Buho, 1983). y, sobre todo, Alfredo Gómez-Müller, "El primer debate sobre Bentham en la Nueva Granada (1835-1836): el valor y el sentido de lo humano”, en Miguel Antonio Caro y la cultura de su época, ed. Rubén Sierra Mejía (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2002).

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soluciones a los nuevos retos institucionales, frente a una población socialmente

heterogénea, analfabeta, dispersa en un territorio sin infraestructura y que vivía de una economía de subsistencia. Pero eso sí explica porque el asociacionismo

hispanoamericano de las primeras décadas oscila entre un gran entusiasmo por los beneficios y una marcada cautela por los inmensos peligros del asociacionismo no tutelado.

Ciertamente existe un encantamiento con las posibilidades transformativas

que la asociación promete. La práctica asociativa pasa a ser impulsada por los

gobiernos de turno e incluso aparece protegida por la constitución misma. En su

Tratado de la ciencia constitucional (1839) Cerbelón Pinzón reserva un apartado sobre la libertad de asociación:

Mientras estas asociaciones no turben el órden establecido, mientras no

úsurpen alguna funcion de la autoridad, ningun principio hai en toda la ciencia que las condene. Ellas entónces serán por el contrario unas instituciones

beneficas, solo temibles para el despotismo. Mas si escedieren aquellos limites, ya no serán sinó facciones, que el gobierno debe apresurarse a estirpar. 54

Notemos la aparición de un elemento novedoso. Como ya señalamos el asociacionismo decimonónico surge como expresión de la sociabilidad natural y como modo de perfeccionarla o corregirla. Tal y como ocurre en otras latitudes, la correcta

modelación de esa sociabilidad a través de las asociaciones contribuye a constituir

sujetos virtuosos. Pero, más allá de la utilidad ilustrada, en la formulación de Cerbelón Pinzón las asociaciones aparecen como motores de la república y garantes de sus libertades.

Para entender la densidad conceptual de esta formulación vale la pena

examinar un libro que aparece en Paris el mismo año del informe de Pombo y que pronto se convertirá en fenómeno editorial de gran repercusión en toda

Hispanoamérica: La Democracia en América (1835) de Alexis de Tocqueville. El texto, que llega en traducción escasos dos años después, sintetizó el valor de las 54

- Cerbelón Pinzón, Tratado de Ciencia constitucional, 2da, revisada ed. (Bogotá: Imprenta del Neo-Granadino, 1852), p. 169.

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asociaciones para la república. Para Tocqueville, el asociacionismo en Norteamérica

resulta de los esfuerzos individuales por resolver problemas comunales. Esa iniciativa individual, es decir, independiente de las acciones propias del Estado y como expresión de una autonomía profundamente individualizada en la que la

responsabilidad cívica constituye un deber ser, constituye –según Tocqueville—un poder mayor que cualquier “poder político” pues ninguno “es suficiente a la gran

cantidad de empresas pequeñas que los ciudadanos norteamericanos realizan todos los días con ayuda de la asociación…” (Lib. I, Parte II, capt. 5, p. 474). Destaquemos

esos dos elementos. Por una parte, la actividad constante de los individuos en función de objetivos comunes hace del asociacionismo el motor social; por otra, la

independencia de la sociedad frente al estado produce un sentido de igualdad cívica, pues en ese caso la asociación sólo puede ser el resultado de la acción coordinada entre pares:

En los pueblos democráticos … todos los ciudadanos son independientes y

débiles; nada, casi, son por sí mismos, y ninguno de ellos puede obligar a sus

semejantes a prestarle ayuda, de modo que caerían todos en la impotencia si no aprendiesen a ayudarse libremente. 55

La tendencia asociacionista, por lo tanto, emerge naturalmente en una sociedad civil

emancipada del Estado a la cual, a su vez, le imprime su carácter dinámico. Y, por otra parte, se convierte en el garante de las libertades republicanas debido a que una

ciudadanía activa, individualizada y celosa de sus intereses es el mejor bastión contra el despotismo.

Sin embargo, en la Nueva Granada –y me atrevería a decir que en buena parte

de Hispanoamérica—los contemporáneos no encontraron entre sus ciudadanos los

elementos existentes para una ciudadanía virtuosa ni para una sociedad civil vigorosa. Dos alternativas aparecieron entonces como posibles a los contemporáneos: o bien transformar las condiciones sociales sin democratizar el sistema político, lo que permitiría mayor latitud a la acción de un gobierno fuerte, o aceptar que la 55

- Libro I, Parte II, capítulo 5, “El uso que hacen los norteamericanos de la asociación en la vida civil”, p. 474.

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participación ciudadana resultaba inevitable en una república y, por lo tanto, intentar producir las condiciones necesarias para la civilidad republicana dentro de los

inevitables límites de un sistema republicano popular representativo. En ambos casos, pues ambas opciones fueron acogidas a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, el

asociacionismo no surge como esfera diferenciada del Estado sino como expresión de un mandato institucional; no constituye –para quienes lo observan como Pombo—la expresión de una sociedad civil vigorosa sino un síntoma de su debilidad y de la

impotencia de sus instituciones para llevar a cabo sus tareas correspondientes. Un

buen ejemplo de esta situación lo constituyen las asociaciones que surgen en torno al temprano proyecto educativo republicano. Por una parte, existía la convicción

generalizada que la republica exigía una nueva sociabilidad y, en consecuencia, la

educación formal adquirió un papel protagónico. Es por eso que en la década de 1820 se entretienen planes ambiciosos de llevar una escuela a cada pueblo del país. Sin

embargo, los primeros decretos sobre educación hacen evidente la oposición de los

grupos más conservadores o tradicionales; la insuficiencia de los recursos existentes;

y la falta de maestros preparados. Para subsanarlo, el Congreso Colombiano adoptó el método lancasteriano y apeló insistentemente a la iniciativa ciudadana para que

asuman esas responsabilidades. Incluso, se diseñó un artículo que buscaba “Promover en cada parroquia, el pronto establecimiento i conservación de la junta Curadora de la educación primaria, i que ella Cumpla los deberes que se le imponen por … el decreto

de 3 de octubre de 1826”. 56 El mismo Lino de Pombo se refería a la importancia de las

juntas o sociedades e educación en su informe al Congreso de 1835 al señalar que:

El establecimiento de sociedades de educacion elemental primaria en Popayan, Bogotá i Pasto, que imitarán desde luego todas las provincias, merece sobre

56

- Junta Curadora, Gaceta de Colombia, Número 359, parte 493, página 19. El código de instrucción de 1834 mandaba que el gobierno “excitará a los gobernadores de la provincia a que promuevan en la capital y en las cabeceras de los cantones el establecimiento de sociedades de amigos del país y de especiales de instrucción primaria”. Artículo 212 del proyecto de Instrucción pública de 1834. Citado en Otto Morales Benítez, Historia de la Universidad del Quindío (Armenia: La Universidad 2000), p. 158.

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todo una atencion particular, como que ellas multiplican los recursos para las

escuelas, las crean, mejoran su sistema, i las supervijilan con escrupulosidad. 57

En efecto, a lo largo y ancho del país se organizaron juntas civiles que deliberaron

sobre la forma más pertinente de implementar el plan educativo. Durante la década de los treinta se crean –entre muchas otras-- la Sociedades filológica de Bogotá (1831), de Instrucción recíproca (1831) de Educación primaria (Bogotá y Popayán 1833 y 34), Amigos de la educación (Barranquilla 1834), Profectiva (Málaga 1836), Filotécnica

(Bogotá 1835 y 39). 58 Estas asociaciones con frecuencia comparten sus reflexiones,

celebraciones y tribulaciones a través de impresos destinados al público general. En

1836 la Junta Curadora de la Provincia de Pamplona publica sus cavilaciones sobre el

plan en la parroquia de Molagavita y anuncia con orgullo: “…la junta curadora de esta villa, en reunión de antier, trató con madurez los asuntos de su resorte, y en especial sobre la conclusión de un nuevo local por Lancaster, en que se trabaja activa y

eficazmente, y estará concluido dentro de dos meses”. 59 No resulta exagerado decir que el conjunto de estas publicaciones configuran un género discursivo de carácter público que aborda la construcción de la civilidad a través de la celebración de los logros de las asociaciones y lamenta sus dificultades ante una institucionalidad

precaria y un campo social entendido como apático, por no decir hostil, a sus acciones y propuestas. Sin duda, era éste un género trágico-heroico.

Este ejemplo --el más diciente del primer asociacionismo republicano por

tratarse de uno de sus proyectos medulares-- nos permite insistir en la percepción

compartida de buena parte de la elite ilustrada: el asociacionismo no se percibe como la conquista de la autonomía frente al gobierno sino como un mecanismo

suplementario para que éste pueda llevar a cabo sus tareas institucionales. La 57

- Exposición del Secretario de Estado, en el Despacho del Interior y Relaciones esteriores del Gobierno de la Nueva Granada al Congreso Constitucional del año de 1835, sobre los negocios de su departamento (Bogotá: Imprenta de Nicomedes Lara, 1835), p. 50-51. Mis cursivas. 58

- Ver Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y política en la definición de la nación, pp. 63-67; 322-

29. 59

- Gaceta de la Nueva Granada, núm. 251, septiembre 17, 1836. Re-impreso en Luis Horacio López Domínguez, Obra educativa de Santander, 3 vols. (Bogotá: Fundación Francisco de Paula Santander, 1990), Vol. III, p. 96-97.

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carencia de una ciudadanía virtuosa potencia los elementos más pesimistas de las

antropologías disponibles. El asociacionismo, en breve, no aparece como expresión de la individualización de sus miembros y de una ética de la responsabilidad del

ciudadano ante los obstáculos sociales, es decir de una lógica social propia de la

sociedad civil, sino, paradójicamente, como una modalidad privilegiada por la elite para producir un nuevo ordenamiento social de manera ordenada. Por eso, la

asociación también constituyó el escenario en el que la elite se re-articuló y

restableció su preeminencia social frente a otros sectores sociales. Todo este cuadro

nos ofrece una representación singular, también paradójica (incluso para los propios

observadores), pero no por eso menos potente y compleja del temprano asociacionismo republicano neogranadino. IV.

El asociacionismo neogranadino y la cohesión social Recordemos, antes de cerrar este último aparte, los elementos que

fundamentan la percepción de los beneficios y peligros del asociacionismo entre los

dirigentes neogranadinos a mediados de la década de 1830. En primer lugar señalar que el campo semántico social pasaba desde finales del siglo XVIII por un

extraordinario proceso de expansión a la vez que la antigua estructura teleológica de la sociabilidad natural se revelaba incompleta. En ese contexto la práctica asociativa

emerge como la forma privilegiada para producir la civilidad ilustrada y se convierte

en la expresión patriótica que acompaña e incluso acomete las reformas necesarias a lo largo y ancho de la monarquía. En segundo lugar, el mandato asociacionista opera en la Nueva Granada sobre dos antropologías o concepciones del hombre: por una

parte, el ser humano como agente dinámico y creativo en el mundo de los intereses comerciales y sociales y, por otra, una concepción de la naturaleza humana como

corrupta e incapaz que requiere de un gobierno fuerte y una tutela constante. Más que una oposición entre unidades semánticas indisolubles, lo que tenemos es una

coexistencia imprecisa de elementos de ambas antropologías en diversos autores y actores del periodo. En tercer lugar, el ideal republicano del asociacionismo –

cristalizado por la lectura de Tocqueville—indicaba que la asociación es tanto

26

producto de una sociedad civil vigorosa como motor y garante de sus libertades. Sin

embargo, en la Nueva Granada, la percepción generalizada de una población corrupta

le asigna al ideal asociacionista nuevas funciones: construir una ciudadanía funcional; asistir al gobierno e incluso asumir algunas de las responsabilidades más onerosas en la construcción de la comunidad; y, finalmente, producir cohesión social que mantenga el orden.

Para entender este último punto vale la pena regresar al texto de Tocqueville.

Para éste la asociación produce cohesión social de tres maneras. En primer lugar,

produce un lazo intelectual dado que la asociación es una “adhesión pública … a tales o cuales doctrinas, y [acarrean] el compromiso … de contribuir … a hacerlas

prevalecer”. 60 En ese sentido las asociaciones tienen más poder que la prensa en el

intercambio de ideas pues, “cuando una opinión es representada por una asociación,

está obligada a tomar una forma más clara y precisa. Cuenta con sus partidarios y los compromete para su causa”. 61 De ese modo, la asociación re-organiza la

heterogeneidad intelectual en una nueva unidad de intenciones coherentes: “La

asociación reúne en un haz los esfuerzos de los espíritus divergentes, y los empuja con vigor hacia un solo fin claramente indicado por ella”. 62

Adicionalmente, las asociaciones servían para construir lazo social pues

funcionaban como “focos de acción” a través de la cual la actividad “se vuelve mayor y su influencia más extensa. Allí, los hombres se ven, los medios de ejecución se

combinan y las opiniones se desarrollan con esa fuerza y ese calor que no puede

alcanzar nunca el pensamiento escrito”. 63 Finalmente, existe una tercera función,

aunque ésta es particular a las asociaciones políticas: éstas producen el lazo político pues son el medio a través del cual “los partidarios de una misma opinión pueden

reunirse en colegios electorales y nombrar mandatarios para ir a representarlos a una 60

- Alexis de Tocqueville, La democracia en América, trad. Luis R. Cuéllar (Mexico: Fondo de Cultura Economica, 2009), Libro I (1835), tomo II, capítulo 4. “La asociación política en los Estados Unidos”, pp. 206-07. 61

- ibid., Libro I (1835), tomo II, capt. 4. “La asociación política en los Estados Unidos”, p. 207.

62

- ibid., p. 207.

63

- ibid., p. 207.

27

asamblea electoral”, función particularmente importante en las repúblicas representativas.

Ahora bien, esa potente novedad conceptual presentó dos grandes retos que la

dirigencia neogranadina tenía que resolver en el contexto de lo que el filósofo y

pedagogo venezolano Simón Rodríguez llamó repúblicas sin pueblo. 64 En primer

lugar, los promotores y detractores del asociacionismo procuraron comprender la

diferencia en naturaleza y objetivos que existe entre las asociaciones que convocaban a la ciudadanía ilustrada y aquella que buscaba vincular amplios sectores sociales para construir ciudadanía. La tematización de esta diferencia –entre un

asociacionismo de elite y uno popular—surgió a raíz del mandato republicano por dotar de ciudadanía a todos sus habitantes. La asociación se presentaba –ya lo

señalamos—como el vehículo ideal para inculcar en sus miembros una civilidad

republicana virtuosa. Sin embargo, una asociación mal compuesta podía conducir al

tumulto y a la anarquía, a la instauración de una insociabilidad temeraria. Esa tensión la vivieron los protagonistas de los movimientos juntistas a comienzos de la crisis política (1810-12), cuando algunos sectores de las elites apelan al asociacionismo incluyente para convencer a amplios sectores sociales de la justeza de la causa patriota y de movilizarlos en aras de la nueva institucionalidad.

Rápidamente buena parte de la elite patricia inculpa estas sociedades de

jacobinismo, es decir de promover la radicalización de los sectores populares que conducía a la violencia innecesaria y a la anarquía. Tras diez años de guerra, con

peligrosos desbordes populares, esa actitud cautelosa estará presente entre algunos

de los más importantes republicanos de la nueva Colombia. El abogado neogranadino

Vicente Azuero, editor del periódico La Indicación, expresa cautela ante la noticia de la creación de una sociedad popular en Caracas en 1822. Esa cautela pasó a la alarma

cuando en la nueva Sociedad se llegó a discutir la idea de que el pueblo era soberano. Azuero, uno de los máximos exponentes de la soberanía capacitaría, se preguntaba incrédulo: 64

- Simón Rodríguez, Luces y virtudes sociales (Valparaíso: Imprenta del Mercurio, 1840). Reproducido en Sociedades americanas (Caracas: Biblioteca de Ayacucho, 1990), p. 247.

28

Y esta corta porción de particularidades ha de tomar la voz del pueblo, y decir que este pide, quiere, desea, aprueba ó reprueba esto ò aquello? ¿De que pueblo

hablan? ¿Del auditorio que los rodea, compuesto por la mayor parte de artesanos y jornaleros, y hasta de mujeres? ¿Son estos jueces idòneos para dar su voto sobre materias de gobierno? ¿Y cuando lo fuesen, hay ley que los autorice para decidir

tumultuariamente con aplausos y palmadas, y acaso sin saber à punto fijo de que

se trata, cuestiones de las cuales depende tal vez la salud del estado? ... Las arengas de las reuniones no son a propósito para ilustrar y rectificar la opinion, sino mas

bien para extraviarla; porque no hablan à la razon, sinó à las pasiones; foguean los ánimos y exaltan la imajinacion; pero no enseñan ni alumbran el entendimiento. 65

Para Azuero, quien establecía una diferencia categórica entre asociaciones ilustradas

o patrióticas y populares, las relaciones que se establecían al interior de estas últimas no constituían ni fomentaban expresiones republicanas sino que potenciaban los impulsos apasionados, poco virtuosos o incluso salvajes de la plebe. Por eso, las

asociaciones “deben contraerse à ciertos y determinados objetos y estar sujetos o reglas que protejan sus abusos” (89).

La ampliación asociacionista sólo se discutirá de nuevo durante la segunda

mitad de la década de 1830. Con la amenaza de una invasión española ya muy lejana y una institucionalidad republicana relativamente consolidada, el ideal de expandir la ciudadanía a amplios sectores sociales vuelve a ocupar un lugar importante entre

algunos sectores patricios. Lorenzo María Lleras y el círculo civilista en torno suyo,

decide crear en 1838 un periódico que lleve los beneficios asociativos a los labradores y artesanos. Nace de ese modo la Sociedad Democrático-Republicana de artesanos y

labradores de la Provincia de Bogotá y su periódico El Labrador i Artesano. Su objetivo era “el sostenimiento de la doctrina democrática, i la instruccion política de las

masas” (p. 1) al “difundir … los conocimientos útiles de todo género, i especialmente

los políticos i los morales, á fin de que puedan desempeñar i cumplir con intelijencia i

celo los derechos i deberes de los ciudadanos de esta república”. 66 El editor aclara que 65

- “Sociedades populares”, La Indicación, Bogotá, número 23, 28 de diciembre, 1822, p. 98.

66

- El Labrador i Artesano, Bogotá, número 1, 16 de septiembre, 1838, pp. 1; 3.

29

si bien la asociación era popular estaba “lejos de ser este un club revolucionario” (p. 2). La convicción de Lleras y sus colaboradores era la de modelar profunda y

duraderamente vastos sectores sociales pues no era suficiente tener una constitución republicana:

Todavía no son, en rigor, instituciones i leyes de un pueblo, aquellas que por efecto de entusiasmos transitorios, ó por el triunfo acaso efímero de ciertas

opiniones políticas, hayan sido acordadas por las asambleas de sus próceres i, compiladas en libros; las verdaderas instituciones i leyes son las que están

constantemente escritas en el pensamiento i en el corazón del pueblo, las que

están confundidas con sus usos i costumbres, i aquellas, en fin, que siendo bien comprendidas i diariamente practicadas, forman en sus habitantes un hábito imperioso, i como una segunda naturaleza. 67

El modelo pronto es adoptado en otros lugares del país. Lleras señala que es lisonjero

“que las ideas i conatos de asociaciones democráticas … hayan tenido eco i pululados en otras províncias de la república”. 68 Para cumplir con este ambicioso objetivo el editor propuso:

… manifestar á los miembros de la Sociedad, i tambien a los que no lo son, cual es la regla de la conducta que deben observar, qué obstaculos se oponen á su felicidad, i cual es el giro que deben dar á su voluntad para que siempre

prefieran lo verdaderamente bueno, virtuoso i útil, á lo que examinado a fondo, es malo, injusto ó perjudicial. 69

La sociedad ofrecía conferencias de manera regular sobre la constitución política y los “conocimientos morales que son los mas importantes” (Ibid.), y en el periódico

aparecía de manera regular artículos sobre la república, la democracia, la igualdad, la libertad, etc. 67

- Labrador i artesano, número 15, 30 de diciembre, 1838, p. 59.

68

- Labrador i artesano, número 12, 2 de diciembre 1838, p. 46.

69

- Labrador i artesano, número 11, 25 de noviembre, 1838, p. 42.

30

El éxito asociacionista entre esos sectores intermedios resultaba notorio en

todo el país. El diálogo “Los sastres”, que circuló como papel impreso en Bogotá en noviembre 1839, patentizaba la manera en que la nueva sociabilidad popular

trastornaba los órdenes sociales. La conversación –que ocurre entre varios artesanos- identifica como nueva característica de la vida social neogranadina la necesidad que todos sentían de leer los periódicos y de comentarlos en los corrillos o en el taller. En el proceso la “política –dice uno de los artesanos—[se convierte en] una enfermedad tan contagiosa como la cólera morbo”. La transformación es tal que el taller “ha

convertido [al sastre y, por extensión, al artesano] en hombre de gabinete”. 70 Esta

politización de la sociedad resultaba profundamente inquietante para muchos otros y al detonarse la primera gran guerra civil del país (1839-42), que en algunos casos

contó con el apoyo de sectores populares, reforzaron la idea que la sociabilidad debía ser vertical y controlada por la elite pues la civilidad es propiedad de unos pocos. 71

La distinción entre sociedades patricias y populares nos remite de ese modo a

una segunda frontera, igualmente problemática: la que media entre las asociaciones

civiles y las políticas. Si bien es cierto que ésta es una distinción tan antigua como la primera, su carácter es mucho menos axiomático y sólo adquiere vigencia con la

aceptación del concepto de partido como vehículo de intereses particulares legítimos en una sociedad. Es precisamente durante el periodo que nos ocupa, a finales de la década de 1830 y a lo largo de la década siguiente, cuando la idea de los partidos

políticos adquiere legitimidad como representante de aquellos intereses particulares

considerados lícitos. Precisamente la creación de la Sociedad Democrática de Bogotá,

70

- Reproducido en Carlos José Reyes Posada, ed. Teatro colombiano del siglo XIX (Bogotá: Biblioteca Nacional de Colombia, 2000), p. 119. 71

- Esto se hará aún más evidente después de la proliferación de sociedades democráticas artesanales con una agenda política propia que desemboca en el golpe de estado de 1854. A partir de ese momento el discurso civilizatorio se afianzará como el modelo privilegiado para articular e integrar el pueblo a la nación. El texto obligado de referencia es Loaiza, Sociabilidad, religión y política en la definición de la nación. Para un excelente ensayo que aborda la relación entre las acciones subalternas y las reacciones de la elite del periodo, ver Víctor Uribe-Urán, “Sociabilidad política popular, abogados, guerra y bandidismo en Nueva Granada, 1830-1850: respuestas subalternas y reacciones elitistas”. Historia y sociedad 9 (2003), pp. 89-116. Ver también el ya referenciado James Sanders, Contentious Republicans.

31

de la cual El Labrador i Artesano era su órgano, ocurre en el contexto eleccionario del

periodo y sus actividades contribuyen a definir la identidad del partido en oposición. 72 Por otra parte, no siempre resultó fácil hacer una distinción entre la acción civil

y la política durante buena parte del siglo XIX. Valga la pena advertir que la distinción incluso resulto confusa para los actores del momento. En 1812 un volante proclama gozoso la creación de una “Sociedad de buenos patriotas”, la cual señala como una

“institución saludable en la crisis actual de nuestros negocios”. 73 El volante continuaba señalando como la legislatura aprobó con entusiasmo el proyecto y había acordado

prestar apoyo para la operación de la Sociedad. Pero el entusiasmo no debió ser muy

generalizado porque pronto apareció otro volante, éste en forma de diálogo, en el que se controvertía la idea de crear una sociedad patriótica. “Soy patriota, temo la

anarquía”, señala el autor conocido como “Ciudadano Preocupado”, quien anuncia que la Sociedad patriótica es el camino más seguro para el faccionalismo y la división: “La Sociedad Patriótica es perjudicial, por que puede criticar, y desaprobar las acciones

del Gobierno”. 74 Con la memoria fresca por los escándalos ocasionados en 1811 por la Sociedad patriótica de Caracas (que admitió pardos entre sus miembros y se convirtió en foco de republicanismo jacobino 75), el Ciudadano Preocupado señala que “Esta es 72

- Para una genealogía del problema sobre los partidos en la coyuntura de la década de 1830 tardía, ver el ensayo de Zulma Rocío Romero, “Ministeriales y oposicionistas. La opinión pública entre la unanimidad y el ‘espíritu de partido’. Nueva Granada, 1837- 1839”, en Disfraz y Pluma de Todos: Opinión Pública y Cultura Política, Siglos XVIII y XIX. Editado por Francisco A. Ortega y Alexander Chaparro. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2012). Ver también el ensayo de Claudia Viviana Arroyo Chicaiza, “Sociabilidades en los inicios de la vida republicana. Nueva Granada 1820-1839”, Historia Critica, No. 54, (2014), 145-168. Para un panorama conceptual sobre la transformación de los sentidos, ver el tomo “Partido”, coordinado por Cristóbal Aljovín de Losada, del Diccionario político y social del mundo iberoamericano, dirigido por Javier Fernández de Sebastián (Madrid: Universidad del País Vasco-Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2014). 73

- “Sociedad Patriótica. Virtus unita fortior” (Cartagena: En la Imprenta del Gobierno. Por el C. Manuel González, 1812). 74

- “Diálogo entre el Ciudadano Preocupado e un Patriota Verdadero”. Cartagena de Indias: En la Imprenta del C. Diego Espinosa, 1812; pp. 1-2. 75

- Para un acercamiento a los efectos de la Sociedad Patriótica en Caracas 1811-12, ver el ensayo de Leal Curiel, Carole. 2007. "Tensiones republicanas: de patriotas, aristócratas y demócratas: la Sociedad Patriótica de Caracas." In Ensayo sobre la nueva historia política de América Latina, siglo XIX, edited by Guillermo Palacios, 231-263. México: El Colegio de México. Adicionalmente, ver Gómez Pernia, Alejandro Enrique. 2008. La Revolución de Caracas desde abajo. Impensando la primera independencia de Venezuela desde la perspectiva de los Libres de Color, y de las pugnas político-bélicas que se dieran en torno a su acceso a la ciudadanía, 1793-1815. Nuevo Mundo – Nuevos Mundos (8), http://nuevomundo.revues.org/

32

una Sociedad política que expone el país á los horrores que experimentó Francia…” (4). Esta sociedad se pone “en público a decir á un pueblo ignorante verdades que

serán muy perjudiciales, desacreditando un gobierno naciente que no está todavía bien cimentado” (4). Para el Ciudadano Preocupado el problema de la sociedad patriótica radica en que aun cuando aparece con la pretensión de defender las

autoridades constituidas, ésta rápidamente adquiere la capacidad de influir en los proceso de legitimación política.

La objeción del Ciudadano Preocupado no es muy diferente a la que presenta

Tocqueville, quien distingue claramente entre el asociacionismo político y civil. Para Tocqueville la asociación política también genera graves peligros a la sociedad, los

cuales resultan aún más serios en una república, pues la “imaginación de la multitud” pone en riesgo el orden social (Lib. I, Parte II, capt. 4, p. 207). Sin embargo, en los

Estados Unidos –señala Tocqueville—el derecho de asociación política ha resultado

beneficioso; aún más, las asociaciones políticas han servido como “fuerza moral” a los grupos minoritarios para defenderse del despotismo de las mayorías en el poder. Allí no parecen contraer el carácter faccioso que adquieren en otros lugares, donde la

asociación se convierte en “un arma de guerra” (Lib. I, Parte II, capt. 4, p. 210). Esa

experiencia le dejaba en claro a Tocqueville que en “los países donde las asociaciones son libres, las sociedades secretas son desconocidas” (Lib. I, Parte II, capt. 4, p. 209). El punto de Tocqueville es sutil y por eso vale la pena elaborarlo de manera

más explícita. Para éste en aquellos lugares en donde las asociaciones políticas “se “consideran … el consejo legislativo y ejecutivo de la nación, que no puede por sí

misma elevar la voz” (Lib. I, Parte II, capt. 4, p. 211), es decir, donde se arrogan las funciones del soberano, éstas resultan bélicas y amenazantes. Allí la asociación

política elabora y ratifica convicciones que no son negociables y, por lo tanto, instala una lógica de la fuerza donde debería prevalecer la política. 76 Ese es, según

Tocqueville, el caso de Europa y, en particular, Francia. Por otra parte, aquellos

lugares, como la naciente república norteamericana, donde las asociaciones sirven

para “sacar fuera de sí mismos, a toda una multitud de individuos a la vez” y, una vez 76

- Reconocerá el lector la misma crítica que ya había hecho Azuero en sus artículos de 1822.

33

fuera de sus espacios domésticos, “los pone en contacto, y una vez que se encuentran y conocen, aprenden a hallarse siempre” bajo el signo del interés particular construido (Lib. II, Parte II, capt. 7, p. 481), allí las asociaciones compiten sin destruirse. El

alcance de lo que Tocqueville señala no se limita al escenario político pues él mismo se apresura a señalar la interdependencia entre la asociación civil y la política:

En todos los pueblos donde se prohíbe la asociación política, la asociación civil es rara y no es probable que esto sea el resultado de un accidente, sino más

bien se debe llegar a la conclusión de que existe una relación natural y quizá

necesaria, entre estas dos especies de asociaciones. (Lib. II, Parte II, capt. 7, p. 480)

En otras palabras, la asociación política no sólo resulta útil (allí donde se asume más

allá de los faccionalismos intransigentes) sino que hacía posible la asociación civil. En suma, las asociaciones políticas son “grandes escuelas gratuitas, donde todos los

ciudadanos aprenden la teoría general de las asociaciones” (Lib. II, Parte II, capt. 7, p. 481).

Una vez más vale la pena contrastar la descripción de Tocqueville con el sentir

de las dirigencias neogranadinas. Poco después de la creación de la Sociedad

Democrática de Bogotá se desata la “Guerra de los supremos” (1839-42), el primer conflicto nacional desde las guerras de la independencia y uno de los más

devastadores del siglo XIX. La guerra tuvo como causa inicial una disputa nimia en torno a los privilegios eclesiásticos de los conventos menores pero esta adquirió

fuerza y legitimidad a través del alindamiento producido al calor de las nacientes disputas partidistas y pronto dio paso a la iniciativa de los caudillos, quienes

movilizaron grupos populares, en especial artesanos, indígenas y esclavos, contra el

régimen centralista. En el nadir del conflicto el país estuvo a punto de fragmentarse. 77 77

- Para una interpretación histórica de la Guerra de los Supremos, ver Luis Ervin Prado Arellano, Rebeliones en la provincia: la guerra de los supremos en las provincias suroccidentales y nororientales granadinas 1839-1842 (Santiago de Cali: Universidad del Valle, 2007); y el más reciente, Fernán González, "La guerra de los supremos (1839-1841) y los orígenes del bipartidismo", Boletín de Historia y Antiguedades 97, no. 848 (2010).

34

Los lectores neogranadinos de Tocqueville no encontraban para entonces

razones para el optimismo. Leopoldo Borda, abogado neogranadino cercano al grupo

de Lleras, produce en el exilio una traducción de La democracia en América en 1842 y

señala en el prólogo que las condiciones que dieron pie a la democracia en los Estados Unidos no están presentes en la América hispana. La experiencia le había demostrado

que la participación popular en política desembocaba en fanatismos, faccionalismos y anarquía generalizada. “Lo único que hasta hoi ha podido descubrirse … es que los gobiernos que sin separarse abiertamente de las leyes han sido bastante fuertes y enérgicos para prevenir ó para sofocar los trastornos, son los que han logrado sostenerse. A esto se reduce la ciencia política, y todo lo demás es precario e

incierto”. 78 En sus lacónicas palabras reconocemos la concepción pesimista del

hombre corrupto y del gobierno fuerte presente desde el comienzo del asociacionismo neogranadino.

El pesimismo de Borda –generalizado entre sus contemporáneos—da cuenta

de la incapacidad de la dirigencia republicana para resolver la tensión entre las

experiencias que nutren el concepto asociativo y las expectativas que genera entre los diferentes grupos sociales del periodo. Será ésta una tensión que atraviesa todo el

siglo XIX –y que incluso está aún presente—y que si bien marca la inclusión de

importantes sectores poblacionales a la vida política del país, lo hace con frecuencia de manera nominal a través de un ideario republicano anti-democrático que

yuxtapone la elite moral e ilustrada al pueblo fanático y semi-salvaje y que apela a la

represión como recurso legítimo de autoridad. Ese ideario político que se gesta en esa década de 1840 contribuirá posteriormente a lo que un cronista del país llamará una “política egoísta e incivil [que] ha matado, de años atrás, la sociedad entre nosotros…”. 79

78

- Leopoldo Borda, «El traductor», De la democracia en América (Paris: Librería de Vicente Salvá, 1842), p. xii 79

- Rafael Pombo, “Prólogo” al Tomo III y IV de Reminiscencias de Santafé y Bogotá (Bogotá: Fundación Editorial Epígrafe 2006; original publicado en 1895), p. 340.

35

V.

CONCLUSIÓN En primer lugar, la novedad asociacionista del siglo XIX –la pregunta inicial de

este ensayo-- sólo se hace comprensible cuando se examina la cadena conceptual que surge a finales del siglo XVIII pero que sólo adquiere vigencia en la Nueva Granada a principios del siglo XIX. Esa cadena parte del tópico común y milenario de la

sociabilidad natural para entenderla ahora como una naturaleza inacabada que

necesita ser perfeccionada o corregida a través de unas prácticas modeladoras. Esas

prácticas modeladoras inculcan unos valores –la civilidad—que busca operar sobre la sociabilidad primitiva para transformarla en una sociabilidad civil o política.

En segundo lugar, el fenómeno asociacionista adquiere un ímpetu notable en el

antiguo virreinato de la Nueva Granada con la crisis política de 1810 y la adopción de la república pocos años después. Por una parte la asociación retoma la noción clásica de la vida activa republicana y le ofrece un escenario propicio para su escenificación; por otro, se convierte en vehículo ideal por medio del cual la institucionalidad

propicia y prepara la civilidad necesaria para la ciudadanía virtuosa. Dos directrices organizan este ímpetu y se tranzan en una tensión constante. Por una parte, el

principio que la república se distingue por la participación activa del ciudadano, la

cual es necesaria para salvaguardar su régimen de libertad; por otra, el mandato que el verdadero sentido de la ciudadanía significa –ante todo-- obediencia a las leyes. El

nudo político constituye una de las aporías fundamentales del siglo XIX colombiano. En tercer lugar, el asociacionismo surge y adquiere legitimidad --a diferencia

de lo que explica Tocqueville y buena parte de la teoría social contemporánea—

debido a la precariedad institucional y como extensión de las tareas de gobierno. No es el resultado, por lo tanto, de una autonomía de la inter-acción civil frente a las esferas del poder político, sino que funciona como una extensión de la

institucionalidad. El asociacionismo, en breve, no aparece como expresión de una lógica social propia, cada vez más autónoma, emancipada y producto de la

individualización de sus miembros. Sino, paradójicamente, como una modalidad privilegiada por la elite para producir esa autonomía, emancipación e individualización de manera dirigida.

36

Cuarto, el asociacionismo neogranadino privilegia de esa manera el carácter

benéfico de las asociaciones civiles en contraste con un gran escepticismo y eventual

rechazo generalizado contra el político. Igualmente si bien la república presuponía la

participación activa de todos los ciudadanos, el modelo asociacionista –entre ellos los partidos políticos—seguirán el modelo de inclusión vertical y dirigido. De manera similar las elites –conservadoras y liberales—rechazan la autonomía del

asociacionismo popular y terminan acusándolo de llevar a la violencia y la anarquía. A

partir de la segunda mitad del siglo XIX, el pueblo será incorporado a la vida asociativa de manera controlada a través de sociedades religiosas, de ilustración o beneficencia. Finalmente y en relación estrecha con esta retirada de la vida asociativa, la cadena

conceptual de la sociabilidad decimonónica se somete cada vez más decididamente

sobre la estructura teleológica de la formulación original. Esta estructura teleológica

re-dinamiza el sentido de la sociabilidad anclándolo de manera cada vez más decisiva

en el concepto de civilización. Este último concepto se posiciona como eje central de la cultura política local a partir de este momento.

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