Sobre las relaciones de ironía y simulacro

June 6, 2017 | Autor: R. Valdivieso Drago | Categoría: Philosophy, Plato, Sophists, Gorgias, Irony, Simulacrum, Philosophie Antique, Phainomena, Simulacrum, Philosophie Antique, Phainomena
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Descripción

Sobre las relaciones de ironía y simulacro Rosario Valdivieso Drago La búsqueda del sofista Hemos de advertir que pensar es un riesgo, advertir en el sentido más vertiginoso y lejano al reconocimiento. En cierto modo, esta es la dificultad que sale al encuentro del diálogo y es lo que hace de la ironía un modo de hacer al lenguaje hablar sobre las palabras. No toda ironía, debo decir; la que nos interesa se relaciona con una contrariedad que desactiva el reconocimiento y sigue una línea distinta de la ironía cuyo linaje pertenece al diálogo platónico. Estas ironías cabe buscarlas en los simulacros pues, si para reconocer debemos partir de una relación de semejanza o identidad con aquello que nos sirve de modelo, la tensión no es menor cuando se trata de los simulacros, imitaciones singulares, copias falsas y aparentes de algo que no son, y propias del mago y fabricante de imágenes. Estas ironías se despliegan haciendo proliferar los sentidos en diversas direcciones, llevando la contrariedad hasta la imposibilidad de una interpretación que restaure la unidad, afirmando sucesivamente la excepción sin dejarse atrapar por una simple sustitución de significados. De ahí que vuelven redundante la identidad entre pensamiento y ser, la vuelcan sobre sí para mostrar que el movimiento es anterior a la forma y que los géneros, bajo los cuales debían incluirse ciertas cosas, son un movimiento general que encierra las singularidades. Ironías que dicen la excepción y, en ese resquebrajamiento de las maneras en que nos representamos algo reconociéndolo, hacen de la identidad un residuo cristalizado de las tramas del lenguaje. Cuando nada es, o si es, es incognoscible, y si es y es aprehensible, no se puede expresar ni comunicar – parafraseo a Gorgias –, el discurso, respecto del conocimiento y de lo que es, deviene producción. Por eso no resulta extraño que Platón en El Sofista se enfrente metódicamente a que bajo la máscara existen infinitas máscaras, a la multiplicación de estas en diversas direcciones cuando intenta “buscar y demostrar, mediante definiciones, qué es [el sofista]” (218b). Examinando el diálogo, podemos ver que, una vez explicado el método de divisiones, Platón se interna en la caza del sofista como aquel que posee una técnica. Este comienzo no es menos arduo que la totalidad de la empresa, pues empezar por la técnica

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supone avanzar desde el predicado al sujeto. El ser no se predica, es subyacente al nombre porque también es nombre. Esta dualidad del ser que el lenguaje pone en marcha es lo que hace surgir la naturaleza disímil del fondo, contrariando la unidad con las múltiples singularidades, pero sin anularla, sino mostrándola casi desvaneciéndose. Ahora bien, como menciona Gilles Deleuze, El Sofista es un diálogo que pretende acorralar y “definir el ser (o más bien el no ser) del simulacro” (1989: 257), a diferencia de otros diálogos que se desarrollan evaluando lo que Deleuze llama los justos pretendientes, las copias. Por eso “la esencia de la división no aparece a lo ancho, en la determinación de las especies de un género, sino en profundidad, en la selección de un linaje. Seleccionar pretensiones, distinguir el verdadero pretendiente de los falsos”, como afirma Gilles Deleuze en “Platón y el simulacro” (1989: 256). Si lo que se busca es demostrar mediante una definición y esto es lo que el sofista resiste, es también el método dialéctico el que se ve en cuestión. Si del sofista sólo tenemos el nombre, la investigación avanza desde lo que de él se predica (analogía con la caza) hacia qué es. Pero, si bien advierte el extranjero que el sofista es “inaprehensible con una sola mano” (226a), el problema del predicado y el sujeto se desplaza a lo que concierne a los géneros y especies. He aquí que el método parece flaquear, pues en la división de las formas lo que hallamos son nuevas divisiones, donde las especies devienen conjuntos de otras formas que, a su vez, se siguen al infinito. La investigación no puede llevarse a cabo de un modo lineal, pero, aun siendo dialéctica, no puede ser dialéctica pues no hay correlación entre tal método y el sofista y, por la relación de pensamiento y ser, la única forma de “pescar” dialécticamente al sofista sería que este fuera un filósofo. Es Sócrates mismo quien se encuentra en problemas.

La cuestión de la ironía, la ironía en cuestión Al final del diálogo Platón cierra con una ironía, o más bien da con la fórmula que permitiría capturar al sofista. Casi y siempre casi, porque resulta paradójica la identificación con la figura socrática o, si atendemos a la inversión que se lleva a cabo, al fantasma de Sócrates a través del sofista. La técnica de hacer imágenes puede ser figurativa o simulativa, la última termina por dividirse en una imitación erudita (se conoce lo que se imita) o una imitación conjetural que, a su vez, puede ser por ingenuidad o creer saber, o por ironía. La

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sospecha cae sobre el segundo pues dice ignorar ante los demás lo que le da el aspecto de ser sabio. Hasta ahí, me parece justo proponer, se había desarrollado el método persiguiendo al sofista mediante definiciones que apuntaban al tratado de Gorgias, es decir, intentando afirmar la identidad y unidad del ser como lo mismo respecto de lo que pensamos, la posibilidad de conocer a causa de la semejanza de lo pensado con lo que es y, luego, la correspondencia con los modos de decir y comunicar lo que es. Por eso resulta necesario hacer la diferencia, la ironía que se presume socrática sería una técnica depurativa que consiste en liberar del conocimiento aparente para despejar el camino a la verdad. Así, esta ironía requiere la mayéutica para rescatar a Sócrates del sofista; sin embargo, aparece en la negatividad de la ironía un trazo de no ser, y es en el decir donde se sitúa el pivote que trama formas de conocer y de ser. Es la ironía simulativa un modo de producir nuevas relaciones de conocimiento, inversión de la división platónica, y desde el decir producir ser. Nos hemos topado con la paradoja de la división, a medida que dividimos, multiplicamos, paradoja que cuestiona la semejanza entre el modelo y las copias verdaderas. La ironía se vuelve un elemento peligroso en el que Sócrates se ve atrapado, porque si lo que no es fuera algo diferente de lo que es, el seguimiento de la especie a través de la división de las formas no sigue una dirección, subvierte las singularidades respecto de lo general y particular. La posibilidad de comunicar algo falso implica necesariamente que es posible pensar lo contrario de lo que es, es pensar la diferencia cuando aparece la excepción o bien el tercer elemento en la división. ¿Acaso no es esto el modo irónico de operar el lenguaje, de donar sentido a partir de la diferencia? Lo que se nos presenta en las ironías que analizaremos es la disparidad, la imposibilidad de coincidir del lenguaje con aquello que dice. Esta disparidad es inestabilidad, es el efecto de un fondo en movimiento. Lo anterior nos habla de la cualidad artística de la ironía cuando no se trata de mero adorno, tomo de Diferencia y Repetición, de Deleuze, una cita que da pie para pensar la ironía como algo más que un recurso retórico en que la combinación de los elementos produce efectos de sentido, combinación que por su singularidad no puede sino ser repetida, cito:

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Consideremos (…) la repetición de un motivo de decoración: una figura se encuentra reproducida bajo un concepto absolutamente idéntico… Pero, en realidad, el artista no procede así. No yuxtapone ejemplares de la figura, sino que combina, cada vez, un elemento de un ejemplar con otro elemento del ejemplar siguiente. Introduce en el proceso dinámico de la construcción un desequilibrio, una inestabilidad, una disimetría, una suerte de abertura que no serán conjurados más que en el efecto total (2009: 47-48).

Si bien hay ironías que comportan cierta estabilidad semántica, es decir, en que puede ser reemplazado un significado por otro o llegar a una interpretación con cierto grado de certeza; existen aquellas en que la lectura está siempre en tensión con algo que no puede aprehender sin recurrir a nuevas ironías. Es el aporte de Wayne C. Booth (1984) a una retórica de la ironía el que establece esa diferencia. Según este autor, interpretar las ironías suele ser una tarea de reconstrucción del argumento, en que el rechazo de lo literal, la ponderación de las posibilidades respecto de las verdaderas intenciones del autor y la determinación en una lectura concluyente acerca de qué realmente se quiso decir, presentan estabilidad acorde al criterio de una “buena lectura” y una lectura inadecuada. La estabilidad se basa sobre un asunto problemático: la idea de la finitud de la secuencia interpretativa; puesto que las ironías apelan a un extradiscurso, que puede ser el contexto literario, textual o cultural de una comunidad, podemos argüir que asentar la interpretación de la ironía en una certeza puede traer más de alguna trampa, ya que no sabemos cuando ponemos el pie en terreno pantanoso. La inestabilidad que, por su parte, puede ser de diversos tipos, se dice de las ironías cuya interpretación no puede sino suscitar infinitas ironías, sin saber ciertamente cuál es la posición del autor y en qué medida nos acercamos o alejamos de ella al interpretar. Aunque Booth determina que estos son dos grandes tipos de ironía, también es posible pensar que son dos regímenes o estrategias irónicas. Resulta claro que ambas resultan de la contrariedad, no obstante, el linaje de la ironía socrática sea diferente al de las ironías asociadas a los simulacros. En términos generales, esta figura es considerada dialéctica por antonomasia, un momento negativo, una forma depurativa del lenguaje para dar lugar a la verdad. Pero, ¿qué sucede cuando la operación es más bien de una combinación de elementos que se traman, potenciándose entre sí? Ello implica reconsiderar la inestabilidad como un modo de afirmación, en que todos los elementos están presentes, aunque sea casi desapareciendo. Lo que nos lleva a pensar eso es el hecho de que la ironía es una figura que muestra los 4

contrarios, ya lo dice Quintiliano, y, como tal el efecto final, que podemos llamar ‘ironía’, sólo es posible si persiste esa tensión. Cuando Quintiliano en los libros VIII y IX de las Instituciones Oratorias, advierte que la ironía puede ser considerada como tropo y como figura, nos explica que su comportamiento como figura no es sino el de una trama de tropos. Dicha trama no es una secuencia que avanza en una sola dirección, se trata de un efecto combinatorio que multiplica sentidos y los hace surgir en distintos momentos sin anular lo anterior, sino diversificándolo. Nos volvemos a encontrar con el problema al que se enfrenta el método platónico para captar la esencia del sofista. Lo comprendemos desde la relación que habíamos mencionado con la repetición, al respecto Deleuze afirma “El verdadero sujeto de la repetición es la máscara. Porque la repetición difiere por naturaleza de la representación, lo repetido no puede ser representado, sino que debe ser siempre significado, enmascarado por lo que significa, enmascarando, a su vez, lo que significa” (2009: 45). ¿Y no es aquel el sujeto que buscaba Platón, al que intentó cercar mediante sucesivas divisiones de lo que de él se predica? En este enmascaramiento se ven envueltas las formas y especies, atravesadas por la singularidad que transita en todos los niveles, nómada, haciendo proliferar por doquier la contrariedad y contradicción entre sus elementos. Tomemos por ejemplo un poema de Leonard Cohen, titulado “Diálogo antiguo” - ¿Ha conseguido esta nueva vida hacer más profundas tus percepciones? - Supongo que sí. - Entonces estás siendo correctamente educado. - ¿Para qué? - Si lo supieras no podríamos educarte.

Advertimos en las dos primeras líneas una contrariedad entre profundidad y suposición, si se supone es porque la profundidad de la percepción no es tal; sin embargo, y aun cuando no sepa para qué, el personaje está siendo correctamente educado. Salta a la vista otra contrariedad entre educación y la ignorancia respecto de la finalidad. Finalmente, la frase “si lo supieras no podríamos educarte”, abre los antecedentes a un efecto irónico en que el desequilibrio persiste e insiste. Percepción y saber quedan en conflicto, en que podemos advertir los vínculos que se tejen entre educación, suposición e ignorancia. Pero de aquí se desprenden otras relaciones, como las que se advierten respecto de una “nueva vida”

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y una educación correcta que se basa en la ignorancia. Todo esto sobre la base de una suposición que va de la mano con el incremento de la profundidad de las percepciones. El trazado no es fácil y podríamos continuarlo al infinito, según cómo vayamos combinando los elementos que se distribuyen simultáneamente, en que todas las series divergentes coexisten.

Ironía y simulacros En Lógica del Sentido, Gilles Deleuze contrasta la ironía con el humor; también en Diferencia y Repetición, llama a la primera el arte de las alturas y profundidades, pues sube hasta los principios para derrumbarlos. Pero es el humor “el arte de las consecuencias y los descensos, de los suspensos y de las caídas” (2009: 27), y, como aclara en la serie que a él remite, lo que nos precipita al fondo para ser devueltos a la superficie, “allí donde se produce el sentido puro” (1989: 146). Deleuze apuesta por el humor para sostener acerca de él la suspensión de toda significación, designación y manifestación, que son tres relaciones distintas de la proposición a la que añade una cuarta: el sentido. He aquí que bien podemos asociar la ironía socrática y romántica a lo que propone Deleuze, pero también debemos recusar esta concepción de la ironía en tanto que única estrategia. No toda ironía desciende de la ironía socrática, no toda ironía comporta una dialéctica para la cual ella sería el momento negativo. En el ejemplo citado me propuse demostrar que la ironía sólo aparece como una efecto final de la afirmación de diversas series de sentidos cuyo reparto no descansa. Se trata de ironías que dicen de lo que es, la excepción, pero llevando la excepción a tal punto en que ya no es individuo o particular respecto de una forma general, sino solamente desequilibrio. La producción de imágenes mediante la repartición da cuenta de estas ironías cuyo efecto es irrepresentable, pues es la diferencia lo que opera como elemento constitutivo de este tipo de proposiciones. Cuando el sentido irónico no puede determinarse conforme a un fin y en una sola dirección, las relaciones entre ironía y simulacro son la posibilidad en estado puro que despliega un lenguaje que se dice a sí mismo, bajo sucesivas máscaras que ocultan lo que las enmascara.

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BIBLIOGRAFÍA

Ballart, Pere. (1994). Eironeia: la Figuración Irónica en el Discurso Literario Moderno. Barcelona: Quaderns Crema. Booth, Wayne C. (1984). Retórica de la Ironía. Madrid: Taurus. Cassin, Barbara. (2008). El Efecto Sofístico. Buenos Aires: FCE. Cohen, Leonard. (2001). Flores para Hitler. Madrid: Visor. Deleuze, Gilles. (1989). Lógica del Sentido. Barcelona-Buenos Aires: Paidós. ____________. (2009). Diferencia y Repetición. Buenos Aires-Madrid: Amorrortu. Gorgias. “Sobre el No Ser o la Naturaleza”. Sofistas. Madrid: Gredos.

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