Sobre la retórica en el Fedro

July 22, 2017 | Autor: Nicolás Cuevas | Categoría: Plato, Rethoric, Phaedrus
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Descripción

Pontificia Universidad Javeriana
Facultad de Filosofía
Seminario: Fedro, Platón-Sobre la retórica
Profesor: Franco Alirio Vergara
Estudiante: Nicolás Cuevas

Sobre la retórica en el Fedro
El presente texto tiene como objetivo pensar detenidamente el momento del diálogo que se presenta entre 257b -263b, el cual gira en torno al problema de la retórica. Para desglosar cada uno de los elementos que contiene esta sección es pertinente dividir el texto en tres partes: 1. La respuesta de Fedro a la palinodia de Sócrates, 2. El mito de las cigarras y 3. Investigación acerca de la retórica. Todo esto bajo la tesis propuesta en el seminario, a saber, que el Fedro es una práctica psicagógica.
Antes de iniciar conviene preguntarse cuál es el lugar de esta sección en el diálogo, puesto que en este punto parece perderse la unidad del mismo. Además, el lenguaje deja de ser ornado y poético para pasar a ser de tipo más analítico. Bajo la tesis de que el Fedro es una experiencia psicagógica, es posible afirmar que la unidad del diálogo no se rompe, porque el tema del eros ha sido completamente expuesto y dejado en el nivel más alto que puede adquirir, a saber, el nivel divino; después de haber recorrido la experiencia del amor en sentido mundano como en los dos primeros discursos y la purificación de los mismos en la palinodia. Ahora concierne hablar de la retórica, puesto que al parecer los discursos declamados son bellos, pero en realidad no se ha hablado sobre qué hace que un discurso sea bello. Así pues, es necesario examinar ese tema que es de gran interés para los personajes, mostrando cuál es el poder de la retórica en el alma y cómo esta es la que le guía.
En el comentario de Griswold en Self-knowledge in Plato's Phaedrus se anota que a pesar del cambio de lenguaje, la unidad del dialogo se encuentra en el tema general, es decir, el autoconocimiento. Puesto que este se hace por medio de discursos, es necesario hablar sobre la retórica, e incluso el tema estaba implícito desde el encuentro de los personajes cuando Sócrates se afirma como un amante de los discursos y Fedro se presenta como un amante de los discursos bellos también.
La respuesta de Fedro a la palinodia de Sócrates
A través del diálogo cuando uno de los personajes termina un discurso, se presenta una reacción del oyente y el discurso se convierte en tema de discusión. Sin embargo, es curioso que Fedro no quiere discutir acerca del contenido de la palinodia. Su única reacción hacia el discurso fue decir que estaba maravillado con la belleza del mismo y que temía que si Lisias quisiese componer otro discurso acerca del tema, no podría igualar la belleza de la palinodia. Este comentario hace referencia a la forma del discurso y abre un nuevo horizonte a discutir; el tema del eros pasa a segundo plano y el tema de la retórica se vuelve el tema central. Por el giro descrito anteriormente, parece que el diálogo perdiera su unidad temática, afirmación que se debe pensar con cuidado porque el eros y la retórica están ligados.
El comentario de Griswold explica la conexión entre eros y retórica. Este anota que en la palinodia ya estaba presente de manera implícita la relación entre los dos temas cuando Sócrates explica que el deseo del amante es seducir a su amado, ya que este proceso de seducción requiere de retórica, ya sea con propósitos meramente banales o para que al alma del amado le nazcan alas. Además, el retórico también actúa como un enamorado, puesto que quiere guiar a través del discurso a su audiencia a un objetivo deseado, este punto se hará más claro en el transcurso del texto.
Ahora bien, para iniciar con el examen del tema que surge se plantean dos preguntas en el diálogo, la primera: ¿Por qué no debe dar pena dejar los discursos por escrito? Y la segunda es: ¿Cuál es la manera de escribir bien? La primera pregunta se hace porque Fedro dice que se le ha acusado a Lisias de escribe discursos (logógrafo) y que éste, a causa de esa acusación, podría dejar de hacerlo por vergüenza, puesto que la doxa dice que los hombres más sabios prefieren no dejar nada por escrito para que no se les acuse de ser sofistas. Sin embargo, Sócrates amplia el sentido de la palabra logógrafo al plantear el ejemplo de los políticos, quienes en búsqueda de reconocimiento y honor, lo primero que hacen al escribir es darle crédito a los panegiristas, diciendo cómo fueron elogiados por sus magnas palabras, es decir, no solo los discursos escritos como el de Lisias son discursos retóricos, la retórica está presente en todas las acciones políticas. De esta manera a nadie debería darle pena el dejar discursos por escrito, porque quien hace un excelente discurso se vuelve inmortal, casi como un Dios; por ejemplo Darío, el rey de Persia, lo que genera vergüenza es escribir discursos de manera incorrecta, parafraseando a Sócrates: cuando estos, los políticos, dicen magnas palabras son aclamados y les es dado honor por todos, por otra parte, cuando lo hacen de manera errónea deberán de dejar su oficio de escritores de discursos e irse a llorar con sus familiares (258 b). Griswold expone que Fedro está conectando la retórica con la política, los sofistas, la escritura, el honor y el reconocimiento del pueblo; elementos que, como se expondrá más adelante, hacen parte de la retórica vergonzosa o retórica sin arte.
Se dijo entonces que hacer discursos escritos no es ninguna vergüenza, pero sí es penoso hacerlo de manera incorrecta, por lo que se hace necesario examinar cuál la manera correcta de escribir un discurso. Cuando Sócrates pregunta a Fedro si es necesario examinar cómo sería la manera correcta de escribir, este le contesta con una interesante afirmación: dice que se vive por ese tipo de placeres y no por los placeres corporales. De lo anterior se puede deducir que el placer de la investigación, del dialogo o de hacer bellos discursos, es mayor que los placeres corporales, puesto que estos últimos traen dolor previo, tema ya discutido en la palinodia. Para el alma es más placentera la investigación, puesto que esta hace que le nazcan alas, no como los placeres corporales que, en exceso, evitan la elevación del alma. En esta sección se muestra la pasión por los discursos bellos de Fedro y Sócrates, como se mostró desde el inició de la obra en el "preludio". Por lo tanto se hace necesario dialogar acerca de la techne a la que le corresponde hacer bellos discursos.
El mito de las cigarras
Desde el comienzo del diálogo se ha descrito detalladamente el lugar en donde se encuentran los personajes: se dijo que se encontraban una mañana acostados bajo un plátano junto al río Iliso, y que las cigarras los escuchaban conversar. Además se mencionó que por aquel lugar rondaban las musas. Ahora bien, en esta parte del texto se hace una vez más alusión a las cigarras, las cuales dice Sócrates parecen estar conversando entre sí mientras cantan, y parece los estuviesen observando.
Es menester leer detenidamente el mito y prestar atención a sus elementos para comprender la función que éste cumple en esta sección del diálogo. El primer elemento es la hora del día, parece que es medio día, la hora donde hace más calor provocando que la gente caiga en la pereza dejando de lado sus tareas. El segundo elemento es el canto de las cigarras, el cual es comparado por Sócrates con el de las sirenas, es decir, que aturde a quien lo escucha, lo encanta. En el caso de las sirenas es una trampa donde quien queda encantado es asesinado, mientras que en el caso de las cigarras quien lo escucha entra en somnolencia, causando gracia a las cigarras. De alguna manera se está exponiendo lo torpe que es una mente sedada, no obstante, quienes filosofan a esa hora del día son escuchados por las cigarras, las cuales son las mensajeras de las musas. Las cigarras al morir le cuentan a las musas quien honró su música.
Ahora bien, parece existir una cierta jerarquía en cuanto a los temas que pertenecen a cada musa: las musas mayores, Calíope y Urania, son las de los asuntos más importantes, a saber, el cielo, los discursos humanos y los divinos; por ello es a ellas a quienes las cigarras les informan quienes las han honrado llevando una vida filosófica; una vida de autoexamen en búsqueda del autoconocimiento como anota Griswold. De esta manera, si Sócrates y Fedro dedican aquellas horas del día a la investigación filosófica de la retórica, las cigarras le contarán a las musas cómo estos les honraron, motivo que hace aún más pertinente filosofar a esa hora del día. Por tanto, Sócrates cuenta el mito de las cigarras para entusiasmar aún más a Fedro y llevarlo hacia la filosofía. Desde la palinodia se había dicho que lo primero antes de hacer un discurso es la disposición hacia el mismo, en este caso ocurre lo mismo; Sócrates debe hacer que Fedro esté en disposición para la investigación, por ello narra una imagen para entusiasmarlo.
Investigación acerca de la retórica
El diálogo continúa con una disposición ideal para el examen que Sócrates y Fedro están por emprender. La pregunta con la que se empieza la investigación es la siguiente: "¿No es necesario que, para que esté bien y hermosamente dicho lo que se dice, el pensamiento del que habla deberá ser conocedor de la verdad de aquellos sobre lo que se va a hablar?" (Platón. Fedro. 259d). En contraposición a este postulado, Fedro trae a la conversación la misma tesis expuesta en el diálogo Gorgias, donde se dice que el orador no necesita de conocer la verdad de lo que está hablando, sólo debe decir lo que la doxa quiere escuchar, y no debe conocer lo que es bueno ni verdadero, simplemente debe decir lo que se le parece a ello, todo con el fin de persuadir a quien lo escucha.
Sócrates propone un ejemplo para mostrar que si la retórica sólo tratara de persuasión, sin que el orador conozca la verdad de las cosas que habla, podría llegar a ser un arte absurdo. El ejemplo consiste en imaginar que Sócrates tratase de convencer a Fedro que compre asnos para batallar en la guerra, sin embargo, no los llama asnos sino caballos. Como ni el orador ni su audiencia conocen la verdad acerca de lo que se está hablando, podrían convencerse de que los asnos son caballos, y que sirven para la guerra; los personajes coinciden en que la situación sería ridícula. Entonces, llevando un poco más allá el ejemplo, si un orador no conoce la verdad sobre lo que está hablando, y persuade a su audiencia de que lo bueno es malo y lo malo es bueno, este estaría cultivando la ignorancia en aquellos quienes lo escuchan, ya que estos podrían actuar de manera incorrecta creyendo que están actuando de acuerdo con el bien y la verdad.
Griswold expone que, cuando se tiene en cuenta el Fedro como un todo, Sócrates está mostrando cómo tener lo malo por bueno puede llevar a destruir la capacidad del alma de ser virtuosa y feliz, porque el confundir lo malo con lo bueno lleva a la destrucción de esas capacidades. Para respaldar esta idea es necesario conocer que el retórico es el guía del alma, tesis que será desarrollada más adelante, y sin embargo ya implícita en la palinodia. Un ejemplo pertinente es la relación entre amante y amado: puesto que el amante quiere que a su amado le salgan alas y trascienda, ha de saber qué es bueno, porque si llegase a confundir lo bueno con lo malo, podría llevar a su amado a la desgracia en vez de la bondad.
Lo que sigue al ejemplo en 260b, es un comentario de Sócrates que en primer lugar dice que se ha censurado en algún sentido el arte de la retórica al desligarla del conocimiento de la verdad. Después se personifica a la retórica, se le da voz, y ésta aconseja que quien quiera vérselas con ella primero adquiera la verdad. Sin embargo, hace dos aclaraciones, la primera es que ella no obliga a nadie que no conozca la verdad a aprender a dar bellos discursos, y la segunda es que quien conozca la verdad no por ello será diestro en el arte de la persuasión. Parece entonces que la tesis expuesta por Fedro acerca de la retórica no es lo suficientemente fuerte, puesto que no existe un arte retórico que sea simplemente persuasión si desconoce la verdad de las cosas sobre las que versa. De esta manera lo que se había dicho atrás, acerca de la retórica vergonzosa y sus elementos, se muestra como una retórica que se ha censurado, y en realidad eso que se había dicho era retórica es una retórica sin arte.
Ahora bien, habiendo desmontado la tesis de Fedro acerca de la retórica, es necesario investigar qué es la retórica, buscar argumentos que atestigüen que es un arte. Para encontrar esos argumentos Sócrates suplica a las "bien nacidas creaturas" que hagan caer en cuenta a Fedro de que la filosofía es el camino para poder hablar sobre las cosas. Esta súplica muestra una vez más el carácter de enamorado de Sócrates, quien desea llevar a su amado hacia la filosofía y hacer de lo suyo un amor filosófico, un amor de bellos discursos. Para continuar con el examen, Sócrates pregunta a Fedro:
Sóc: - ¿No es cierto que, en su conjunto, la retórica sería un arte de conducir las almas por medio de palabras, no sólo en los tribunales y en otras reuniones públicas, sino también en las privadas, igual se trate de asuntos grandes como pequeños, y que en nada desmerecería su justo empleo por versar sobre cuestiones serias o fútiles? (Platón, Fedro 261b)
En la pregunta de Sócrates está la respuesta a la pregunta ¿qué es la retórica? La retórica es el arte de guiar las almas a través de los discursos y puesto que el verdadero arte retórico busca guiar las almas, entonces el retórico debe conocer la verdad sobre las cosas que versa, para poder distinguir lo verdadero de lo falso. Esta respuesta va acorde con la tesis propuesta en el seminario, que el Fedro es una experiencia psicagógica, donde Sócrates es el conductor del alma de Fedro, esto querría decir que el maestro de Platón es sabio en el arte de la retórica, a pesar de que diga que no posee ningún arte de la palabra.
Por otra parte, Griswold agrega un nuevo elemento partiendo de la tesis de que el Fedro se trata del autoconocimiento, sabiendo que el retórico siendo el guía del alma es quien la conduce al bien, ya que este debe conocer la verdad de las cosas. Entonces el filósofo es su propio guía, es decir, al filosofar el filósofo conversa consigo mismo, él es quien se persuade de que algo es verdad o no. Por lo tanto, Sócrates, quien había dicho que su propósito es conocerse, lo que busca en realidad es guiarse a sí mismo hacia la verdad. La imagen de guiarse a sí mismo tiene dos partes, la parte del alma que conoce la verdad de las cosas, y la parte que aún no las conoce; la primera quiere guiarla hacia el bien, por lo tanto lo hace con bellos discursos, como un enamorado que seduce a su amante, mientras que la otra parte está dispuesta a investigar hasta concluir que lo que se le dice es verdad.
Ahora bien, se podría postular la siguiente tesis acerca de lo que es el Fedro: entendiendo el filosofar como un diálogo consigo mismo, el Fedro podría ser la representación de la experiencia del lector o de cualquier persona que busca conocerse a sí misma, el diálogo sería la exposición de la investigación de un alma que filosofa, en este caso acerca de la verdad sobre el eros y la retórica. En la escena, Sócrates sería la representación de la parte del alma que conoce la verdad y quiere guiar a la parte del alma que aún la desconoce, representada en el diálogo por Fedro. Para argumentar la tesis es necesario revisar cada uno de los momentos psicagógicos del diálogo, para al final saber si Fedro ha sido persuadido por Sócrates y en qué temas.
Continuando con el análisis del texto, Fedro le responde a Sócrates que no había escuchado lo que Sócrates había dicho acerca de la retórica específicamente en esas palabras, dice que había escuchado que la retórica era lo que se practicaba en los tribunales y no en otros lugares, tal como se dice en el diálogo Gorgias. Entonces Sócrates se dispone a examinar qué es lo que se hace en los tribunales, en los cuales quienes discuten hablan acerca de lo justo y lo injusto; de esta manera quien pueda hablar con retórica acerca de estos asuntos puede hacer pasar unas veces por injusto lo justo y otras por justo lo que en realidad es injusto.
Sin embargo, el maestro de Platón muestra que no solo en los tribunales surgen este tipo de problemas, expone que el arte de la palabra con el que hablaba Palamedes era capaz de hacer discursos sobre las cosas y que parecieran únicas y múltiples, iguales y distintas, inmóviles y móviles. Esta característica sobre el arte con el que hablaba Palamedes muestra que no solo en los tribunales se presenta la retórica, ese arte se aplica a todo lo que se dice, quien lo practica es capaz de hacer semejante todas las cosas entre ellas. Además, también es capaz de desenmascarar a quien practica el mismo arte que él (261 d-e). ¿Acaso Sócrates no desenmascaró a Lisias en su primer discurso?, esta pregunta apunta a que probablemente el maestro de Platón es un retórico, y puesto que practica aquél arte fue capaz de desenmascarar a Lisias, quien también es un retórico.
Después, Fedro pide que se desarrolle la idea de la retórica como arte de todo lo que se dice. Por lo tanto Sócrates explica paso a paso que la oportunidad de engañar a alguien a través de la retórica se presenta en las cosas que se parecen unas a otras, porque es difícil establecer diferencias entre ellas. El que domina el arte de la palabra, es capaz de distinguir entre las opiniones y la verdadera naturaleza de la cosa sobre la que versa. Puede engañar a quien lo escucha haciendo relaciones poco a poco entre las cosas a partir de sus semejanzas; porque si el orador no conociese la verdad de las cosas podría salir engañado por las semejanzas de las mismas. Así queda demostrado que no existe algo así como un retórico que no conozca la verdad de las cosas que habla.
Además de conocer la verdad acerca de las cosas de las que habla, el orador debe saber a qué tipo de alma se está dirigiendo; es decir, el retórico debe conocer el campo de acción donde su arte posee más poder. Como se había expuesto anteriormente, tiende a haber más discusión en las cosas que se parecen unas a otras, como por ejemplo lo justo y lo injusto, y no se presentan problemas en cosas que son evidentemente diferentes unas de las otras. A partir de lo anterior, se puede deducir que la retórica tiene más poder en los discursos acerca de las cosas que fácilmente se confunden, siendo así, el retórico debe ser capaz de dividir sistemáticamente las cosas donde no se presentan confusiones y las cosas en las que sí. Si el retórico conoce los temas en los cuales su audiencia tiene mayor confusión, es decir, si el retórico conoce la naturaleza del alma a la cual quiere dirigir, es de mayor facilidad para éste persuadirla.
Siguiendo una vez más la tesis de que el Fedro es una serie de eventos psicagógicos, se hace evidente que el psicagogo debe practicar la retórica, entendida como un verdadero arte de la palabra, porque es esta la que trata acerca de los discursos, los cuales afectan el alma. El psicagogo debe poseer las características que se han mencionado para un retórico, si las posee puede guiar el alma de quien le escucha. Vuelve a surgir la pregunta por si Sócrates ya conocía la naturaleza de las cosas que ha venido dialogando con Fedro. Si es así, podría afirmarse que en efecto Sócrates es el psicagogo del joven mancebo. También podría pensarse que Sócrates, en busca de autoconocimiento, se encuentra él mismo en una experiencia psicagógica, dejándose llevar por los discursos inspirados en las musas, y por la investigación de la retórica para ver si ellos son realmente bellos.
Para concluir y recoger todos los elementos expuestos, es pertinente decir que la retórica es el arte de hacer bellos discursos, ya sean escritos u orales, y persuadir con ellos; guiar el alma de quien los escucha. Esto no quiere decir que sea simplemente seguir una técnica formal, donde primero se componga un preludio luego un argumento etc. El arte de hacer bellos discursos va más allá del formalismo de los mismos, no es suficiente conocer la estructura formal de un discurso para que este sea bello. Los discursos son como organismos vivos, están compuestos de partes internas y externas; estos deben tener consciencia de sí mismos y poderse defender. Además, para poder practicar el arte de la retórica se debe conocer la naturaleza del objeto que se va a tratar, siendo capaz de distinguir si el objeto pertenece a las cosas en las cuales la gente divaga o si es de los objetos que la gente fácilmente distingue del resto. También se debe conocer la naturaleza del alma de quien va a escuchar el discurso, y generar una disposición para que este se deje guiar por las palabras del orador.
Bibliografía
Platón (1988). Fedon, Banquete, Fedro. (C. García Gual, M. Martínez, E. Lledo Íñigo, Trads.) Barcelona: Editorial Gredos.
Grisswold, C (2007). Self-knowledge in plato's Phaedrus. Pennsylvania: Editorial Penn State University Press.






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