Sobre la muralla augustea de Emerita (defendida por un foso)

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Descripción

XVIII CIAC: Centro y periferia en el mundo clásico / Centre and periphery in the ancient world S. 14. Iberia y las Hispaniae Iberia and the Hispaniae Mérida. 2014: 1731-1736

SOBRE LA MURALLA AUGUSTEA DE EMERITA (DEFENDIDA POR UN FOSO) Miguel Alba1-2, Gilberto Sánchez1-2, Pedro Dámaso Sánchez1-2, Rafael Sabio2-3 Consorcio de la Ciudad Monumental de Mérida1, Grupo Cultura, Patrimonio y Arqueología2, Museo Nacional de Arte Romano3

ABSTRACT The section of wall that delimits the spectacles buildings has been questioned since the times of Augustus. However, the discovery of a defensive moat confirms its foundational origin, as it also happens with all the “pomerium” that encloses the 72 hectares that were originally envisaged for the colony.

Para la etapa fundacional se presenta una disyuntiva consistente en un planteamiento de la ciudad como un proyecto unitario, de gran envergadura, de forma que toda la muralla sería augustea como ya expusiese el mencionado autor británico y han defendido varios investigadores (Álvarez, 1983 y 2007; Calero, 1986 y 1992: 307; Hernández, 1998: 21 y Feijoo, 2000, entre otros) o, por el contrario, de crecimiento progresivo (Mélida, 1925; Gil Farrés, 1946, Almagro, 1961: 35; Álvarez Sáez de Buruaga, 1976, entre otros), mediante sucesivos impulsos, que incorporan espacios inicialmente fuera del perímetro amurallado, como pudo haber ocurrido con el cerro del Calvario (Mateos, 1995: 134; Palma, 2004: 45) y, en el extremo opuesto, con la zona donde se encuentran los edificios de espectáculos (Bendala y Durán, 1995; Mateos, 2004: 30 y 2011: 174). La muralla resulta clave para aportar información que clarifique de qué manera se concibe la fundación y el alcance que se quería dar al futuro de la colonia. Augusta Emerita se funda en la margen derecha del río Ana, vinculada a un vado en el que se va a construir un puente de vital importancia (Álvarez, 1983: 16) y donde el terreno es más elevado y propicio tanto para la defensa en caso de conflicto bélico como, sobre todo, en prevención de las devastadoras avenidas del río. La muralla posee unos cuatro kilómetros de recorrido, con tendencia rectilínea y necesarios requiebros para adaptarse a la topografía favorable, siguiendo sus puntos altos (Feijoo, 2000: 571). Así pues, el imperativo orográfico determina la forma trapezoidal-irregular del pomerium emeritense (Fig. 1) que delimita unas 72 hectareas.

La gran actividad arqueológica desarrollada en las últimas décadas, primero a cargo del Patronato, después acentuada a partir de 1996 con su conversión en el Consorcio de la Ciudad Monumental, ha proporcionado tal caudal de datos que nos permiten hoy valorar con mayor criterio algunas propuestas planteadas en la reunión científica con motivo de la conmemoración del bimilenario de la fundación de la Colonia (AAVV, 1976). En relación a la extensión de la fundación de la colonia, el debate sigue abierto en las últimas publicaciones que compendian el estado de la cuestión (AAVV, 2004 y 2011): si fue creada como un todo unitario o su crecimiento se realizó mediante impulsos inicialmente imprevistos. No obstante, la práctica totalidad de los investigadores aceptan la fecha del año 25 a.C. que apunta Dion Casio para la fundación de la colonia. El primer autor en plantear una fundación ex novo de grandes proporciones fue el británico Richmond en los años treinta del siglo XX, aunque su trabajo será básicamente conocido a partir del resumen que hizo Álvarez Sáez de Buruaga al final de su artículo publicado en las actas del citado bimilenario. Hasta entonces se había supuesto que la ciudad se habría creado en el lugar que había ocupado una citania celtíbera y que la ciudad romana primero tuvo una corta extensión y una planta rectangular (urbs quadrata), propia de los asentamientos militares (Álvarez Sáez de Buruaga, 1976: 20 y nota 4) con diferentes propuestas de extensión inicial; entre 15 y 30 hectáreas. e-mail: [email protected]; gilberto@consorcio merida.org; [email protected]; [email protected]

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Fig. 1. El trazado de la muralla fundacional se subordina a las elevaciones de la topografía, delimitando 72 hectáreas de suelo urbano. Indicación del hallazgo del foso (Plano del Departamento de Documentación del Consorcio de la Ciudad Monumental de Mérida).

Se ha debatido si la muralla de Mérida fue de representación, una mera formalidad ritual, consustantiva al estatus urbano, con pretensiones más propagandísticas o de imagen que propiamente defensivas. Su anchura variable, en torno a 2,5 m (2,70 m en Morería y superior a 3 m en la zona del Anfiteatro), el núcleo de caementicium revestido con paramentos de opus incertum y una altura en torno a los 8 m, según las fuentes árabes que la describen (hasta el siglo IX estarían en servicio), exceden a los parámetros defensivos medievales de castillos y murallas urbanas (cuando se levantaban con una alta probabilidad de poner a prueba su eficacia). En el tramo de terreno más aplanado que abarcaba los edificios de espectáculos su defensa iba reforzada por torres de planta semicircular. A este respecto, hay un dato importante para discernir su eficacia funcional: la muralla iba defendida por un foso. Esta posibilidad fue planteada por Santiago Feijoo en un interesante trabajo en el que defendía asimismo la unidad de la extensión de la muralla a partir de la topografía que constituía el solar urbano

(Feijoo, 2000: 571 y lam 1 y 3). Presentaba varios datos para argumentar su existencia, como el arco con gárgola del acueducto de San Lázaro y noticias de cortes profundos cercanos a la muralla en informes de excavaciones antiguos. En una intervención posterior en el colegio Giner de los Ríos (en las traseras del Teatro) se documentó parcialmente dicho foso, aunque debido a las condiciones de la excavación no se pudo profundizar para conocer por completo sus características, aunque se identificó como tal (Pérez, 2005: 238). Recientemente se ha podido acometer en una nueva excavación arqueológica cercana a ese lugar. La evidencia es clara, un corte en “V” excavado en la roca, de 2,20 m de profundidad (desde la rasante del firme rocoso) y 3,75 m de ancho, a 3,80 m de distancia del pie de la muralla. Su perfil ataludado no deja lugar a dudas sobre su identificación e intencionalidad (Fig. 2). Se puede asegurar que su factura es fundacional augustea y no de otra época (medieval, por ejemplo) por tres razones: 1º) se encuentra seccionado por el acueducto de Cornalvo, 2º) contiene materiales cerámicos tempranos (de los que nos ocuparemos

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Fig. 2. Foso fundacional excavado en “V” (bajo sepulturas romano tardías).

en otra ocasión), hallados entre las basuras que lo colmataban y 3º) porque sobre el mismo aparecieron varias tumbas romano tardías (Fig. 2). Algo similar acontecía en la excavación acometida bajo el arco con gárgola antes mencionado, bajo la cual, en los niveles más profundos de la intervención arqueológica llevada a cabo por Álvarez Martínez en 1983, fueron hallados materiales tan elocuentes como varias monedas de la ceca fundacional, sigillatas itálicas y, muy especialmente, un fragmento de Campaniense C (Bustamante y Sabio, 2014). Dejando aparte sus connotaciones simbólicas en el rito fundacional implícito a una urbe romana, en el caso de Mérida testimoniado en la iconografía de la ceca local, el foso supone un recurso defensivo específico para impedir la aproximación de máquinas de asedio y para evitar posibles minas que pudieran ser excavadas bajo él (se trata de un firme compacto de dioritas). Muralla y foso se conciben como partes de un todo indivisible, también en la creación de ciudades (Vitruvio, libro I, cap. V). Está en el esquema defensivo habitual de los campamentos militares y es oportuno recordar que son legionarios los fundadores de la ciudad, en concreto veteranos de las legiones V y X, junto con abundante mano de obra esclava, hechos prisioneros en las guerras cántabras.

La muralla presenta paramentos de piedra de mampostería procedente de canteras exteriores de cuarcitas y canteras periurbanas de dioritas que permiten seleccionar la piedra careada, mientras que el macizado interior se rellena con cal y roca desmenuzada extraída de la excavación del foso (Feijoo, 2000: 572). En el tramo aledaño al Anfiteatro se aprecia el relleno de la muralla con la tosca desmenuzada (grisazulada) procedente del foso y el paramento de piedras de cuarcita ajenas al nivel geológico de dioritas que distingue al subsuelo urbano y, en consecuencia, extraídas de canteras exteriores al pomerium. Aquí la muralla presenta un ancho superior a la media, la mampostería está seleccionada y se economiza la cal, rasgos a favor de su factura temprana. En un extenso trabajo sobre técnicas constructivas de los edificios públicos de Augusta Emerita, se describen las partes conocidas de la muralla, registrándose las diferencias en su fábrica (Pizzo, 2010). Estas variaciones y su anchura diversa sirven de argumentos para poner en duda su coetaneidad, pero estas diferencias también pueden explicarse por su gran extensión y por cómo debió acometerse su construcción por tramos, de forma simultánea, con numerosos grupos de trabajo, por tiempo prolongado, mano de obra esclava (no especializada) y, dada su

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extensión, con varios responsables de obra, con criterios propios aunque compatibles. Téngase en cuenta el grado de dificultad que impone el terreno y la lejanía o cercanía de las canteras para, entre otras posibles razones, motivar unas variaciones de la fábrica que, no obstante, a tenor del aspecto acabado de los muros, van a pasar inadvertidas a la población romana. La relación física de adosamiento del Anfiteatro a la cerca defensiva no deja lugar a dudas sobre la posterioridad del edificio de espectáculos respecto al pomerium, por muy ilógica que resulte condenar una de sus puertas principales. Una puerta que, sin embargo, daba acceso interior al graderío medio y alto, lo que no implica su total inutilidad. Este hecho inusual a los previsores constructores romanos y el hallazgo de una incineración en la zona del graderío (Marcos Pous, 1961) fueron claves para sostener la hipótesis de una ampliación de la ciudad por esta parte, rectificando el trazado de la muralla. El depósito funerario estaba compuesto por tres ungüentarios de vidrio y una “urna”, con una cronología post augustea, de avanzado el siglo I, lo que permitía retrasar la construcción del Anfiteatro y buscar una explicación a las inscripciones que lo contradecían (Bendala y Durán, 1995: 259). Abundando en esta idea, otros indicios en esta zona intramuros, fueron interpretados como tres incineraciones de igual cronología que parecían zanjar esta cuestión invalidando la idea de la fundación unitaria de la muralla, de la ciudad y de su organización urbanística (Mateos y Márquez, 1999: 309). Sin embargo, de una parte, el hallazgo de Marcos Pous resulta muy problemático: las vasijas que componían el supuesto depósito (Fig. 3) fueron encontradas en ausencia del arqueólogo, según detalla él mismo en la publicación que da noticia de la intervención, y sondeando en los almacenes del Museo, la pieza definida como urna (inv. MNAR 10562) resulta ser de factura altomedieval, identificándose más concretamente con una olla tipo A1 de cronología emiral, encuadrable desde muy avanzado el siglo VIII al IX (Alba y Feijoo, 2001: 340 y fig 11), con característica asa ascendente (Alba, Feijoo, 2003: 492 y Fig. 6). A la pieza identificada al final del mismo artículo como otra posible urna (inv. MNAR 10501), por sus rasgos formales y tecnológicos puede atribuírsele una nueva cronología post romana, en este caso se trata de un cántaro de época visigoda (s. VII-VIII) (Alba, Feijoo, 2003: 488). Respecto a las supuestas incineraciones localizadas por Márquez, los restos de carbones, cenizas, restos

óseos (lamentablemente perdidos) y algunos fragmentos cerámicos (no depósitos agrupados, ni piezas completas o reconstruibles), sin cajas, urnas, ni cubiertas, apuntan a que pueden ser restos de hogueras o vertidos y no de una extensa área funeraria que las intervenciones arqueológicas del Consorcio en la zona no han podido confirmar. Para resolver la paradoja temporal creemos necesaria la revisión de estos indicios que fundamentan erróneamente la argumentación post fundacional del Teatro, el Anfiteatro y la muralla. Entendemos por fundación una etapa de varios lustros, pese a la participación de abundante mano de obra esclava, en el esfuerzo de la magnitud que supone fundar toda una ciudad ex novo, pero con sus partes esenciales definidas y previstas en el proyecto primigenio: murallas, reticulado hipodámico, foro y edificios de espectáculos acorde al ideario gubernamental a comienzos del Imperio. La fundación tuvo necesariamente un desarrollo diacrónico atendiendo a prioridades, entre las que cuesta defender como esenciales los edificios dedicados al ocio. Su cronología es de casi una década después (Teatro) y diecisiete años más tarde (Anfiteatro), según las inscripciones, muestran una falta de inmediatez que parece razonable. Levantar la muralla, trazar el viario y habilitar las manzanas con las correspondientes viviendas debió concentrar el esfuerzo durante los primeros años. CONCLUSIÓN Según las pruebas aportadas, el tramo de muralla que flanquea al Anfiteatro, a la Palestra y al Teatro defendemos que ni es anterior ni posterior al resto del recinto amurallado, sino coetáneo al mismo, concebido en el proyecto urbanístico inicial por imperativos de la topografía, junto con el preceptivo foso que manifiestan ser obras funcionales y fundacionales, aunque hay que considerar esta etapa inicial como un proceso dilatado en el tiempo en que las obras se acometieron por fases, según estrategias de organización y operatividad. Precisamente, en esta parte de la ciudad es donde tenemos inscripciones que aluden a Augusto (Anfiteatro y Acueducto de Cornalvo) y a Agripa (Teatro) que permiten fechar los monumentos en época fundacional con una diferencia de años comprensible en la consecución de obras públicas en el contexto del ingente esfuerzo constructivo que supone crear una ciudad de nueva planta (Feijoo, Alba, 2008).

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Fig. 3. Recipientes cerámicos de época islámica (izquierda) y visigoda (derecha) interpretados como urnas cinerarias romanas por Marcos Pous (1961).

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