Sobre la lucha de los monoteísmos

May 18, 2017 | Autor: L. Herrero Olivera | Categoría: Religion, Sloterdijk
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Sobre la lucha de los monoteísmos Laura HERRERO OLIVERA, David PASCUAL COELLO

En el año 2007 la editorial “Verlag der Weltreligionen” publicó el texto de Peter Sloterdijk: Vom Kampf der drei Monotheismen. La traducción que se ofrece a continuación del breve texto de Sloterdijk “Civilizaos de una vez”, gira en torno a la misma temática, las disputas entre las tres religiones de Abraham, a partir de una nueva interpretación de la parábola del anillo. El texto que hemos traducido apareció en el número de enero de 2008 de la revista Cicero, Magazin für politische Kultur. La interpretación de las tres grandes religiones monoteístas como herederas de un mismo padre es la clave para desfondar los motivos de conflictos entre ellas. La lucha a favor de la verdad que cada una representa es absurda en tanto que sus verdades en conflicto son las mismas. La nota que introduce la parábola del anillo en la versión original del artículo aclara lo siguiente1: “Esta parábola es el pasaje clave de la obra de teatro Natán el sabio de G. E. Lessing. Tiene lugar en los tiempos de la Tercera Cruzada. El musulmán Saladino pregunta al judío Natán por la religión verdadera. Natán responde con una fábula en la que tres anillos encarnan las tres grandes religiones”. La fábula referida tiene como hilo argumental el siguiente: Se dice que un hombre de Oriente poseía un anillo con la fuerza oculta de hacer al portador agradable ante Dios y ante los hombres. El anillo habría de pasar de generación en generación según este prinPara una versión completa de citada parábola: Natán el Sabio, G. E. Lessing, traducción española de Agustín Andreu, Madrid, Espasa Calpe, 1985.

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cipio: ofrecerlo siempre al hijo más amado. Así se hizo hasta que uno de los portadores decide, ante la duda de a cuál de sus tres hijos entregarlo, encargar dos copias que ni él mismo era ya capaz de distinguir. A la muerte del padre cada uno de los hermanos reivindica ser el auténtico beneficiario del amor de su padre y para probarlo deciden los tres presentarse ante un juez que dilucide la cuestión. El juez dictamina, por la evidencia de los hechos, que el padre de los tres hermanos no quiso tolerar en su casa durante más tiempo la tiranía del único anillo. Concluye su sentencia afirmando que cuando en mil años haya de surgir de nuevo la pregunta acerca de la autenticidad de la piedra, otro juez más sabio que él ocupará ya la silla para discernir el asunto. En la misma línea de este artículo apareció en marzo un artículo de G. Vattimo titulado, “¿Es la religión enemiga de la civilización?”2, que bien se podía leer como complemento, con sus grandes diferencias, al texto que presentamos. Augura y desea Vattimo en este breve texto que las religiones estén muertas, como estaba muerto el Dios moral de Nietzsche. Las religiones han de estar muertas en tanto que instituciones que detentan, defienden y luchan por un poder temporal, pues mientras dirijan sus fuerzas a ello no aportan nada a la actitud religiosa que deberían inculcar. La traducción que sigue ofrece un original punto de vista del conflicto entre religiones, y sobre todo un cuestionamiento del sentido del mismo. Laura Herrero Olivera Facultad de Filosofía UCM [email protected] David Pascual Coello Facultad de Filosofía UCM [email protected]

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Vattimo, G. ‘¿Es la religión enemiga de la civilización?’, EL PAÍS, Tribuna, 01/03/09.

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¡Civilizaos de una vez! (Zivilisiert euch endlich!)1 Peter SLOTERDIJK

Salta a la vista, desde la perspectiva actual, la acabada postmodernidad de la parábola del anillo de Lessing, celebrada con buenas razones como el sermón de la montaña de la Ilustración: Aúna en sí misma el pluralismo primario, la positivación de la simulación, la suspensión práctica de la pregunta por la verdad, la eskepsis civilizatoria, la inversión de causas por efectos. Lo que Lessing propone se encamina directamente hacia una transformación de la religión desde el punto de vista de la estética de la recepción. Esto anuncia el advenimiento de la cultura de masas al terreno religioso. ‘Ilustración’ no significa en este contexto otra cosa que una palabra clave para el convencimiento de que, algún día, tras la superación de una alienación históricamente desarrollada, las élites y la multitud coincidirán en percepciones y juicios de valor comunes. Si el poder llegar a ser popular se convirtiera en el criterio de verdad, se podría prever el desplazamiento de la disputa entre las religiones al campo humanitario. Irónicamente las religiones monoteístas, sin excepción, no salen especialmente airosas ante el tribunal del gusto popular, ya que el criterio de la consecuencia redunda por lo general en su perjuicio. No se precisa mucha perspicacia para darse cuenta de que entre el monoteísmo y la discordia en el mundo se da una correlación significativa. 1 Publicado por vez primera en alemán en la revista Cicero, Magazin für politische Kultur, pp. 52 y 54, Enero, 2008. En esta misma revista se pueden encontrar otros artículos del mismo autor en los números correspondientes a julio de 2009, enero de 2009, noviembre de 2006, agosto de 2006, octubre de 2005.

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¿Quien nos puede garantizar que la cualidad de ser agradable a Dios sea la misma que la de inspirar simpatía a los hombres? En realidad no se expresa la esencia del monoteísmo en otro rasgo tan claramente como en la disposición de los fanáticos para hacerse odiar por los hombres. Con su descuidada equiparación entre ‘agradable a Dios’ y ‘amado por los hombres’ es erróneamente guiado Lessing por el temprano optimismo ilustrado, que quería dar por supuesta la convergencia de intereses de élites y masas que el progreso había de proporcionar. El desarrollo real de la Modernidad ofrece una imagen totalmente diferente, en este desarrollo se hace más profunda en cada nueva generación la separación entre la alta cultura y la cultura de masas y deja aparecer cada vez más claramente lo odioso de la alta cultura, o al menos su carácter sospechoso para la multitud, como rasgo elemental del más actual acontecer civilizatorio. Si se extraen de ello las consecuencias se entiende claramente por qué el monoteísmo se verá obligado algún día a poner las cartas de la alta cultura sobre la mesa, y si él mismo no reconoce su tendencia elitista voluntariamente (y también indirectamente su naturaleza polemogénetica) se arriesga a que otros lo hagan en su lugar. Un monoteísmo que agrada es una contradicción en sí misma. En una versión corregida de la parábola el padre debería encargar dos nuevos anillos completamente iguales, que tendrían que demostrar en una prueba práctica si poseían la fuerza inherente de hacer odioso al portador. La historia de los monoteísmos de hecho existentes encaja inequívocamente en una imagen claramente contorneada, si se pusiera a su base la referida segunda versión de la parábola del anillo como un guión oculto. De hecho las religiones monoteístas se necesitan hoy mutuamente demasiado como para poder seguir luchando entre sí. Para pasar de la coexistencia hostil al diálogo deben borrarse de la lista de los hate provider, en la que hasta ahora ocupaban unas para otras los lugares más importantes. Este gesto es concebible sólo bajo dos presupuestos: o bien se unen a medio plazo los monoteísmos moderadamente fanáticos en una política exterior común frente a los no monoteístas, o bien cada uno de los monoteísmos reclama para sí el lado zelote del universalismo y se transforman en religiones de cultura no fanática -como se puede observar desde el s. XVIII en el judaísmo liberal, desde el s. XIX en la gran mayoría de las iglesias protestantes y desde el Concilio Vaticano II en las corrientes más liberales del catolicismo romano. Desarrollos análogos conoce también el Islam, sobre todo en Turquía desde 1924, así como en la diáspora occidental, donde es siempre recomendable presentarse como dialogante. Esta opción no requiere más que el paso de un universalismo militante a un universalismo del como-si. Un movimiento insignificante que supondría un cambio radical. Si sólo el camino civilizatorio está aún abierto, hay que poner en la agenda la trasformación de los colectivos extremistas en partidos políticos.

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Con ello retornamos a la parábola del anillo en su versión original. Aunque el primer juez habla discretamente de un colega posterior que habría de saber mucho más que él mismo –lo que aparentemente señala a un hombre–, la figura del segundo juez se puede equiparar sin duda alguna con Dios. ¿Pero de qué Dios trata el discurso entonces? ¿Es que puede ser, de hecho, todavía el segundo juez de la parábola del anillo el dios de Abraham, que presuntamente había sido también el dios de Moisés, el de dúo Jesús-Pablo y el del profeta Mahoma? Debe permitírsenos dudar de estas identidades en dos direcciones: a) retrospectivamente porque la equiparación del El de Abraham con el YHWH de la religión mosaica, con el Padre de la Trinidad cristiana y con el Alá de Mahoma no puede ser más que una convención piadosa, más exactamente, un eco que rebota bajo las retumbantes cúpulas de la semántica religiosa, y b) prospectivamente porque la Historia de las religiones al completo demuestra que, también dentro de las religiones monoteístas, el Dios posterior conserva sólo una lejana semejanza con el de los primeros tiempos. Con ello resulta incierto si el Dios que juzga en el momento del juicio final aún puede ser el aliado de sus primeros fieles. Los diálogos interreligiosos serían fructíferos sólo si de ellos se siguiese que cada religión organizada asumiese sus errores apocalípticos antes de acusar a otras religiones de los errores correspondientes. Con ello observarían los moderados que sus correspondientes fanáticos y luchadores del fin de los tiempos son sólo por lo general activistas semicualificados para los cuales la ira, el resentimiento, la ambición y la búsqueda de razones para la insurrección preceden a la fe. El código religioso sirve exclusivamente como trama de una tensión de ira existencial socialmente condicionada que exige una liberación. En raros casos se habrá de obrar sobre ella mitigadamente con palabras religiosas de advertencia. Lo que parece ser una nueva cuestión religiosa es en realidad la repetición de la cuestión social al nivel de una biopolítica global. Ésta no se puede abordar ni con una mejor religión ni con las mejores intenciones. Esto deberían saberlo los europeos que recuerdan las nada extrañas revueltas políticas mesiánicamente engalanadas de los siglos XIX y de comienzos del XX. Los instrumentos del momento son la ilustración demográfica y una política de desarrollo actualizado que importe el conocimiento acerca de la producción y reparto de la riqueza a los países que hasta ahora permanecían aislados por la pobreza, el resentimiento y las maquinaciones de las élites perversas. Los monoteísmos no entienden de ninguna de las dos, por el contrario son sospechosos de contraproductividad tanto en uno como en otro frente. En tal situación deben las religiones razonables, transformadas en su actual estadio de emulación, buscar el enlace con la civilización secular y sus compendios teóricos en las ciencias de la cultura. Sólo gracias a esta alianza se pueden conseguir las fuerzas cuyo establecimiento y purificación se convierten en necesarias para neutralizar a los directores de la escena apocalíptica. Para ello hay que crear

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simbólicos puntos de llegada que den a todos los actores de la campaña monoteísta la impresión de haber salido victoriosos. Sólo los no-perdedores pueden transitar por el vestíbulo de llegadas de la historia para buscar luego su papel en el mundo sincronizado. Únicamente ellos estarán preparados para asumir la responsabilidad de tareas que exclusivamente se pueden llevar a cabo con grandes coaliciones. Globalización significa que las culturas se civilicen entre sí. El juicio final desemboca en el trabajo cotidiano. La revelación se convertirá en informe ambiental y actas sobre la situación de los derechos humanos. Así regreso al leitmotiv de estas meditaciones, que se basa en el ethos de la ciencia general de la cultura. Lo repito como un Credo y le deseo que tenga la fuerza de expandirse con lenguas de fuego: el camino civilizatorio es el único que queda abierto.

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