Sobre la Declaración de M. Hardt y A. Negri: la emergencia de nuevas subjetividades para la propuesta y puesta en marcha de un proceso constituyente. Un análisis del nuevo ciclo de luchas en el contexto de la crisis actual.

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Sobre la Declaración de M. Hardt y A. Negri: la emergencia de nuevas subjetividades para la propuesta y puesta en marcha de un proceso constituyente. Un análisis del nuevo ciclo de luchas en el contexto de la crisis actual. Miquel Àngel Martínez i Martínez y Josep Artés Gil.

Introducción: materiales para cartografiar un nuevo ciclo de luchas. Durante la primera década del siglo veintiuno, los trabajos de Michael Hardt y Toni Negri –en especial la trilogía compuesta por los títulos Imperio, Multitud y Commonwealth– han constituido un referente inexcusable para los diferentes movimientos que, con sus luchas, dinamizan el campo social. Así como los conceptos creados por el trabajo filosófico, a la manera de fragmentos o retazos desiguales pero comunicantes, dan lugar a un plano de inmanencia donde articular el pensamiento y coordinar nuevas tentativas para la acción política, tal y como señalaron en su día Gilles Deleuze y Félix Guattari,1 la producción negri-hardtiana ha hecho las veces, durante este periodo de tiempo, de empedrado para la andadura de los nuevos ciclos de luchas. En este sentido, aunque la creación conceptual pueda contribuir a alumbrar nuevos espacios de realidad o, más bien, a llevar a cabo una tarea de captación de los acontecimientos que haga surgir nuevas formas de visibilidad y de enunciación acerca 1

Cf. Deleuze y Guattari, ¿Qué es la filosofía? Sobre la función de la filosofía, p. 11: “La filosofía […] es la disciplina que consiste en crear conceptos”. Sobre la constitución fragmentaria y a un tiempo articulada del concepto, p. 28-29: “Los conceptos son centros de vibraciones, cada uno en sí mismo y los unos en relación con los otros. […] En tanto que totalidades fragmentarias no constituyen ni siquiera las piezas de un rompecabezas, puesto que sus perímetros irregulares no se corresponden. Forman efectivamente una pared, pero una pared de piedra en seco”. Sobre la relación de los conceptos, como acontecimientos desvinculados del campo de efectuación en términos actuales –aunque incida en su configuración–, con el plano de inmanencia, y la definición de éste como la dimensión virtual donde se inscribe la imagen del pensamiento –sancionada y establecida o, al contrario, a punto de incurrir en nuevas condiciones para la teoría y la práctica–, p. 39-41: “Los conceptos filosóficos son totalidades fragmentarias que no se ajustan las unas con las otras, puesto que sus bordes no coinciden. Son más producto de dados lanzados al azar que piezas de un rompecabezas. Y sin embargo resuenan, y la filosofía que los crea presenta siempre un Todo poderoso, no fragmentado, incluso cuando permanece abierta: Uno-Todo ilimitado, Omnitudo, que los incluye a todos en un único y mismo plano. […] Es un plano de consistencia o, más exactamente, el plano de inmanencia de los conceptos. […] Los conceptos son acontecimientos, pero el plano es el horizonte de los acontecimientos, […] el horizonte absoluto, independiente de cualquier observador, y que traduce el acontecimiento como concepto independiente de un estado de cosas visible donde se llevaría a cabo. Los conceptos van pavimentando, ocupando o poblando el plano, palmo a palmo, mientras que el plano en sí mismo es el medio indivisible en el que los conceptos se reparten sin romper su integridad, su continuidad”; “el plano de inmanencia no es concepto pensado ni pensable, sino la imagen del pensamiento, que imagen que se da a sí mismo de lo que significa pensar, hacer uso del pensamiento, orientarse en el pensamiento”.

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de lo real, han sido los propios movimientos sociales los que han indicado las líneas de análisis, en un movimiento inmanente que iba creando el camino con cada nuevo paso. Con ello se atendía a lo que el propio Deleuze y Michel Foucault atisbaban a principios de la década de los años setenta del siglo pasado, acerca de las nuevas funciones que tendría que adquirir el intelectual.2 Desde esta perspectiva, el intelectual deja de actuar como representante de las masas, para cumplir una función bien distinta: la del “intercambiador” o la del “cruce privilegiado” que hace comunicar de manera transversal, sin jerarquías impuestas desde lo alto y sin pretensión de centralización o de unificación forzada, las diferentes líneas heterogéneas que arman el combate tratando de escapar a las estrategias del poder.3 Igualmente, la producción teórica –la obra de arte en general, dirá Deleuze– tiene valor en la medida en que resulta funcional para un propósito determinado. Lejos de la idea de utilidad que maneja la lógica mercantil, con ello se incide en el carácter subversivo que el trabajo intelectual debe asumir en relación a su entorno más inmediato: como unas “gafas orientadas al exterior”, o como una “caja de herramientas”,4 el intelectual ofrece con su obra la posibilidad de producir nuevos espacios de sentido –“producir el sentido, ésta es la tarea de hoy”, afirma Deleuze, en alusión a la revolución que sobre la imagen del pensamiento supuso la filosofía nietzscheana e incidiendo en la importancia de las nuevas “maquinarias”, como el poema y el aforismo, que pone en juego–.5 Este es, en efecto, el grado más alto de la creación artística y conceptual a los ojos de autores como Foucault, Deleuze y Guattari, pero también para Hardt y Negri: facilitar la creación de las condiciones que, a su vez, permiten configurar y constituir un nuevo sentido común o una nueva racionalidad emergente; esto es, analizar y hacer frente a los regímenes de visibilidad y de enunciación desde los cuales se conforma el discurso único y se trazan las perspectivas impuestas por el poder, en su afán por controlar las diferentes formas de pensar, de sentir y, en definitiva, de vivir. Por esta parte, el último libro escrito por Hardt y Negri –Declaración–, guarda similitudes importantes en cuanto al plan de trabajo a seguir; pero también se pueden detectar algunos cambios de fondo. Como señalan los autores para definir su propuesta, “esto no es un manifiesto”; puesto que “los manifiestos ofrecen un atisbo de un mundo 2

Deleuze, La isla desierta y otros textos, p. 267-276 [conversación con Foucault, publicada inicialmente en el número 49 de la revista L’Arc, titulada “Los intelectuales y el poder”]. 3 Deleuze, Foucault, p. 121. 4 Deleuze, La isla desierta…, p. 269. 5 Deleuze, Lógica del sentido, p. 103-104.

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por venir y engendran a su vez el sujeto que, no siendo más que un espectro, debe materializarse para tornarse en el agente del cambio”.6 Como ya hemos señalado, el análisis teórico no debe constituir sino el adoquinado que los propios sujetos, individual y colectivamente, construyen a su paso en la larga caminata que les lleva a coordenadas espaciotemporales alejadas de los instrumentos de control del poder. Al mismo tiempo, la producción conceptual debe estar dispuesta de manera que los fragmentos de que se compone se puedan levantar, arrancar, tomar en las manos con el fin de poderlos utilizar, en aquellas ocasiones en que no quede otra alternativa, como arma arrojadiza para resistir a la dominación del poder. En cualquier caso, lo más importante –y de hecho así se puede definir todo acto de resistencia desde la perspectiva que estamos poniendo en juego–7 no pasa tanto por contener los ataques del poder, según una esquema de tipo dialéctico basado en la contraposición, como por esbozar de manera autónoma un nuevo campo, en sentido amplio, donde relacionarse: “los agentes del cambio –afirman Hardt y Negri– ya han salido a las calles […], no solo amenazando y derrocando a los gobernantes, sino también haciendo aparecer visiones de un nuevo mundo”.8 Por lo que respecta a los cambios que podemos detectar, estableciendo una comparación inevitable con los trabajos anteriores, el último escrito de los autores –o “panfleto”, como ellos mismos dicen–9 se perfila como una suerte de bisagra entre dos ciclos diferenciados, aunque con múltiples infiltraciones. Cierra el ciclo que durante una década se ha desarrollado alrededor del movimiento por una globalización alternativa a la impuesta desde las instancias gobernantes y el poder financiero; abre, cuando éste aún no ha dicho sus últimas palabras –retomando, de hecho, los diferentes mensajes creados durante los años precedentes–, un nuevo ciclo de luchas que cristaliza en diferentes partes del mundo y que, a pesar de compartir el mismo enemigo que en el caso anterior, pone en marcha nuevos instrumentos de combate y propone nuevos enunciados. Como apuntan los autores, a lo largo de 2011, es decir, en el contexto de la crisis que ha

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Hardt y Negri, Declaración, p. 7. Sobre el carácter eminentemente creativo de cualquier acto que se lleve a cabo frente al poder, cf. Deleuze y Guattari, ¿Qué es la filosofía?, p. 110-112, donde los autores afirman la identidad entre crear y resistir. Éste es, de hecho, uno de los principales puntos de encuentro entre la filosofía y el arte, que deben confluir para “la constitución de una tierra y un pueblo que faltan [o, dicho de otro modo, nuevas subjetividades llamadas a crear y habitar un nuevo plan de inmanencia], en tanto que correlato de la creación”. 8 Hardt y Negri, Declaración, p. 7. 9 Ibídem, p. 12. 7

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sacudido el mundo y que el propio poder ha propuesto, no hay que olvidar, como una oportunidad de reestructuración de sus mecanismos de dominación a nivel político, económico y social, contra todo pronóstico, “una serie de luchas sociales hizo añicos el sentido común y empezó a construir uno nuevo”.10 Estas nuevas luchas sociales tienen su punto álgido y su máximo exponente, según indican los autores, en el movimiento de los indignados del 15M que tuvo lugar en las principales ciudades del Estado español. Sin embargo, estas movilizaciones se inscriben en un espectro más amplio, que habría empezado en Túnez y Egipto para desembocar en la ocupación de la plaza Syntagma de Atenas y, por último, en la acampada a las puertas del Wall Street. A pesar de las diferencias evidentes –en el caso de los países norteafricanos se trataba, en primer lugar, de rebelarse y de acabar con los regímenes represivos que detentaban figuras como Ben Ali o Hosni Mubarak, en el otro, de denunciar las duras condiciones impuestas por los recortes en el ámbito social bajo el pretexto de la crisis, así como las limitaciones de los sistemas parlamentarios y de la democracia representativa–, los autores detectan algunos aspectos que hacen comunicar los diferentes movimientos a nivel mundial, manteniendo “unidas sin contradicción sus condiciones singulares y las batallas locales con la lucha global común”.11 En primer lugar, a diferencia de los movimientos de la década anterior, los nuevos ciclos de luchas se caracterizan por actuar a nivel local, aunque con pretensiones globales. Hardt y Negri ven en las luchas llevadas a cabo por una globalización alternativa la expresión de un movimiento nómada, mientras que los nuevos ciclos de luchas serían de carácter sedentario. Aluden con ello a la acepción habitualmente asociada a estos términos: el movimiento anti(o alter-)globalización se caracteriza por su movilidad en la medida que establece asentamientos provisionales y hace coincidir la organización de manifestaciones con las grandes cumbres de los organismos que acaparan el poder político y económico a nivel mundial; el nuevo ciclo de luchas se caracteriza, en cambio, por establecerse –en la mayor parte de los casos practicando una desobediencia activa– en sus lugares de origen. No obstante, observemos que es en este segundo caso en que se puede hablar de un movimiento nómada en los términos que definieron al respecto Deleuze y Guattari. Desde este punto de vista particular, es nómada aquél que realiza un “movimiento en el sitio”, en intensidad, como una 10 11

Ibídem, p. 7. Ibídem, p. 10.

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sacudida sísmica o un torbellino, es decir, sin necesidad de recorrer para ello una extensión determinada. Se hace referencia así a todos los dinamismos que hay implícitos en la destitución de los valores establecidos que tales movimientos llevan a cabo, pero también a la creación de nuevos valores con potencial suficiente para reemplazar a los anteriores.12 Para detectar este tipo de dinamismos se requiere reducir al máximo el foco de análisis, tal y como se puede observar en la microfísica del poder foucaultiana o en la micropolítica del deseo o de las formaciones subjetivas expuesta por Deleuze y Guattari. Asimismo, se trata de poner en juego un nuevo campo de condiciones materiales para la existencia, al fin y al cabo una nueva concepción del espacio y del tiempo y de las relaciones que se dan en estas nuevas coordenadas espaciotemporales. Una muestra de ello se ha podido encontrar en las plazas ocupadas por los movimientos sociales, en el sentido de buscar nuevos parámetros de valorización –o, más bien, cabría decir en este caso de autovalorización– fundados en la cooperación y en la articulación de afectos, tratando de evitar la mercantilización de la existencia que el poder pretende implantar a 12

Cf. Deleuze y Guattari, Mil mesetas, p. 384-391. El nómada aparece, en este caso, como aquél que subordina los puntos del recorrido o las paradas, así como el inicio y el final, al trayecto en sí mismo. De esta manera, se define un espacio abierto regido por un nomos particular, es decir, por un conjunto de reglas facultativas y ligadas a la experimentación concreta, que sirven para atribuir consistencia a un conjunto difuso, y no por la ley propia de la polis. En definitiva, se trata de un espacio liso de tipo inmanente, propio de la acción nómada, en contraposición al espacio estriado que define la organización estatal, relativo a una unidad transcendente. A partir de estos elementos, Deleuze y Guattari distinguen el movimiento de la velocidad. El primero –objeto del migrante– es relativo a una unidad mayor y, por lo tanto, supone el desplazamiento de un cuerpo particular que dentro del conjunto al que pertenece –unidad particular que pertenece a lo Uno general– va de un lugar a otro, en extensión y, en muchos casos, siguiendo trayectos predeterminados; la segunda –objeto del nómada– es absoluta, puesto que se constituye sin necesidad de salir de sí misma, es decir, a través de las relaciones y los encuentros que se producen entre grados de intensidad o simplemente entre los cuerpos y las singularidades que, con sus dinamismos no predeterminados, conforman un plano de inmanencia o una multiplicidad. Tal multiplicidad no es mayor que las singularidades que la conforman, al no estar fundada en el principio de identidad y, por lo tanto, en un modelo transcendente a partir del cual subsumir lo particular en lo general. De hecho, son las mismas singularidades las que constituyen la multiplicidad con su acción; hasta el punto de que cualquier cambio que se produzca entre ellas, relativo a los elementos o a las dimensiones que ponen en juego, implican una transformación de la naturaleza o de la composición ontológica del conjunto en términos globales: “Hay que distinguir –afirman Deleuze y Guattari– la velocidad y el movimiento: el movimiento puede ser muy rápido, pero no por ello es velocidad; la velocidad puede ser muy lenta, o incluso inmóvil, sin embargo, sigue siendo velocidad. El movimiento es extensivo, y la velocidad intensiva. El movimiento designa el carácter relativo de un cuerpo como uno , y que va de un punto a otro; la velocidad, por el contrario, constituye el carácter absoluto de un cuerpo cuyas partes irreductibles (átomos) ocupan o llenan un espacio liso a la manera de un torbellino, con la posibilidad de surgir en cualquier punto (no debe, pues, extrañarnos que se hayan podido invocar viajes espirituales que se hacían sin movimiento relativo, sino en intensidades in situ: forman parte del nomadismo). En resumen, se dirá por convención que solo el nómada tiene un movimiento absoluto, es decir, una velocidad”. Véase, también, Deleuze, La isla desierta y otros textos, p. 330: “El nómada no es necesariamente alguien que se mueve: hay viajes inmóviles, viajes en intensidad, y hasta históricamente los nómadas no se mueven como emigrantes sino que son, al revés, los que no se mueven, los que se nomadizan para quedarse en el mismo sitio y escapar a los códigos”.

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todos los niveles. Al mismo tiempo, la coordinación interna de tales movimientos ha servido no solo para plantear alternativas –que ya se habían ensayado en los casos anteriores– a nivel organizativo, privilegiando la decisión autónoma y directa de forma horizontal y asamblearia, sino también la propuesta de nuevos procesos de subjetivación basados en la multiplicidad, esto es, en la articulación de singularidades que pueden mantener y, de hecho, deben potenciar y construir sus diferencias en un diálogo continuo y compartido. Esto es lo que Hardt y Negri explican, como veremos más adelante, mediante el concepto –que toman prestado de Spinoza y renuevan a la luz del tratamiento deleuzo-guattariano– de multitud. Por último, los nuevos movimientos de lucha han desbordado las delimitaciones habituales entre lo público y lo privado e incluso entre lo individual y lo colectivo, para definir el nuevo espacio de acción que constituye lo común. En este sentido, si bien se desafía la propiedad privada de los medios de producción, que supone sin duda uno de los principales pilares del modelo neoliberal y del sistema capitalista, sin importar la tonalidad que éste adopte, no por ello se apuesta –al menos de manera exclusiva– por lo público, como expresión de la titularidad o de la propiedad estatal. Antes incluso de que cayeran en desgracia las experiencias de lo que se dio por llamar el socialismo real, autores como Negri o Guattari ya apostaban sin ambages por reivindicar el comunismo como propuesta capaz de articular las políticas basadas en la construcción de lo común y, en este sentido, como alternativa a través de la cual profundizar y radicalizar el ejercicio de la democracia, más allá de los sistemas de representación parlamentaria.13 Con ello se trata, en primer lugar, de poner en relación el poder constituido con el poder constituyente, subordinando el primero al segundo y dejando éste en manos, exclusivamente, de la organización autónoma de las nuevas subjetividades, y no de una élite de candidatos electos –con la connivencia del poder extractivo, económico y financiero– de manera más o menos indirecta. Esta es, según el parecer de Hardt y Negri, una de las principales consecuciones de los nuevos ciclos de lucha y la premisa mínima que debe respetar cualquier proceso constituyente que se pretenda llevar a cabo más allá de los márgenes impuestos por el poder, a saber: “el rechazo de la representación y la construcción en su lugar de planes de participación democrática”.14

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Cf. Guattari y Negri, Las verdades nómadas & [Negri], General Intellect, poder constituyente, comunismo. 14 Hardt y Negri, Declaración, p. 13.

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Lo dicho hasta el momento, desemboca en lo que constituye el aspecto crucial del análisis de Hardt y Negri: la necesidad de llevar a cabo un diagnóstico de la actualidad – de realizar una ontología del presente, por decirlo en términos foucaultianos–15 y, asimismo, de esbozar las líneas que permiten escapar a los escollos y a los mecanismos del poder, a través de los cuales el capitalismo senil rotura el campo social. Dicho de otro modo, la necesidad de poner en marcha nuevos procesos de subjetivación –pues los dos polos que acabamos de mencionar confluyen en este punto. En efecto, es a través de la construcción de un modelo de sujeto determinado que el capitalismo y el modelo neoliberal tratan de infiltrarse de manera imperceptible y efectiva entre los individuos y el grupo. Una colonización total a nivel extensivo pero también intensivo, exterior e interior, tratando de llegar hasta el último confín del planeta y constituyendo el sujeto a nivel corporal e incluso inconsciente. A esto se refería Guattari –en solitario y acompañado por Deleuze– al hablar de capitalismo mundial integrado –e integrador–, anticipando así muchos de los aspectos que más tarde se han dejado reunir bajo el rótulo de la globalización. A esto también se refería Foucault con el concepto de biopolítica, aplicada al sujeto que hay que disciplinar a través del cuerpo en un espacio delimitado –anatomopolítica–, así como a las poblaciones enteras que hay que controlar en un espacio abierto, ya no sólo a través del cuerpo, sino mediante dispositivos complejos de conformación de la subjetividad y del medio en que se conforma y lleva a cabo su actividad vital –biopolítica propiamente dicha–. En el caso que nos ocupa, Hardt y Negri señalan cuatro figuras subjetivas que han crecido alentadas por la crisis, alimentándola y permitiendo, al menos en un principio, su aceptación resignada. Estas cuatro figuras son las del endeudado, el mediatizado, el seguritizado y el representado. Por otra parte, para escapar a los efectos que se siguen de este modelo de subjetividad asimilada que produce el poder, se trata de seguir el camino que han marcado para el análisis los últimos ciclos de luchas, con la puesta en marcha de un proceso abierto, dinámico, experimental y sin ningún sesgo teleológico, estableciendo y restableciendo continuamente un conjunto de nuevas relaciones. Para tal efecto, hay que tener en cuenta una precaución de tipo metodológico: las formas de subjetividad existentes son,

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Cf. Foucault, “Qu’est-ce que les lumières”, Dits et écrits, p. 577: Foucault describe, de este modo, la “ontología crítica de nosotros mismos”, como la “crítica de lo que somos y a la vez el análisis histórico de los límites que nos son establecidos y la prueba de la posibilidad de franquearlos”.

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como ya hemos dicho, un producto del poder, una creación para hacer más llevadera –e incluso placentera– la carga y la explotación a las se ve sometido cada cual, sin distinción, en casi cada aspecto de su vida cotidiana; no se trata, en cualquier caso, de un origen necesario a partir del cual plantear de manera unívoca y por contraposición las líneas de acción a seguir, como tampoco un final inevitable al que nos veríamos abocados, sino un punto contingente y un umbral que debe marcar el límite que hay que cruzar para dirigirnos hacia una realidad bien distinta. De hecho, como veremos más adelante, han sido las nuevas subjetividades no asimiladas, que emergen al calor de las luchas de los movimientos sociales, las que permiten plantear un desafío y, al mismo tiempo, un objetivo para el análisis filosófico en el contexto actual –asumiendo la necesidad de construir armas teóricas que resulten útiles para la intervención práctica–, a saber: ¿cómo abrir un nuevo espacio de relaciones no sujetas a las exigencias del poder que, no obstante, sean susceptibles de quedar suspendidas en el tiempo, sin perder por ello el dinamismo y el carácter de ruptura que las ha hecho surgir en el campo social? O, por decirlo con Hardt y Negri, “la tarea no consiste en codificar nuevas relaciones sociales en un orden fijo, sino, por el contrario, en crear un proceso constituyente que organice esas relaciones y las haga duraderas al mismo tiempo que promueve innovaciones futuras y que permanece abierto a los deseos de la multitud”.16

1- Destituyendo las subjetividades existentes. Empecemos, pues, analizando esas cuatro figuras subjetivas carentes de singularidad, de autonomía y de potencia creativa, encuadradas y asimiladas en el sistema de valores y en el modo de producción del sistema capitalista, fabricadas bajo los auspicios del modelo neoliberal, a la vez como causa y efecto de la crisis.

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Hardt y Negri, Declaración, p. 13. Deleuze aborda esta cuestión a partir del ejemplo que ofrece la acción de los movimientos nómadas que hemos visto anteriormente. Por este lado, la acción de los nómadas debe tener como instrumento principal de realización lo que en Mil mesetas Deleuze y Guattari llaman la máquina de guerra. Cf. Deleuze, La isla desierta…, p. 330: “Sabemos que el problema revolucionario, hoy, consiste en hallar una unidad de las luchas puntuales que no reconstruya la organización despótica o burocrática del partido o del aparato de Estado: una máquina de guerra que no remitiría a un aparato de Estado, una unidad nomádica en relación con el Afuera, que no se sometería a la unidad despótica interna”. Deleuze y Guattari parten de la noción de guerrilla que definió Lawrence de Arabia, con ocasión del enfrentamiento entre las tribus árabes del desierto, que él mismo comandaba, y el ejército turco en el contexto de la Primera Gran Guerra. cf. T.E. Lawrence, Guerrilla.

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Una de las principales consecuencias que se siguen del contexto actual, al tiempo que una de las principales exigencias del poder, es la del establecimiento de la deuda, pública y privada, como principal instrumento de control y, en definitiva, como “condición general de la vida social”.17 Esto genera una primera transformación de peso en el sistema de protección social, que pasa de tener como principal razón de ser el mantenimiento del Estado del bienestar –el welfarestate– a aceptar sin remisión el nuevo modelo del Estado de endeudamiento –el debtfarestate–. A su vez, la configuración de la subjetividad se ve determinada de manera decisiva. En este sentido, es el carácter inmanente de la deuda lo que explica su efectividad; pues aunque procede del exterior, como construcción externa cuyas condiciones escapan a la voluntad y, en muchos casos, a la libertad de elección del individuo o del grupo, la deuda acaba invadiendo por completo y, por tanto, conformando de manera íntima cada aspecto de la subjetividad. Se alude, en primer lugar, a la dimensión moral de la deuda, que tiene por objetivo generar un sentimiento de responsabilidad, unido a la necesidad inaplazable de pagar lo que se debe y, en segundo término, un sentimiento de culpa en el caso probable –dadas las condiciones en que se ha concedido el crédito durante los años anteriores a la crisis– de que no se pueda realizar el pago en los términos establecidos. De hecho, aunque en un principio el objetivo sea cobrar la deuda, ésta resulta más poderosa en la medida en que es capaz de generar dosis de mala conciencia en el sujeto y, así, una mayor dependencia con respecto al acreedor. Asimismo, la deuda tiene el efecto de desenmascarar algunos aspectos a tener en cuenta. En primer lugar por lo que respecta a la lógica dialéctica basada en la relación entre el amo y el esclavo, tal y como la describió Hegel. Si en este caso se suponía que la contradicción, o la negación de la negatividad, podía revertir en términos positivos, conducentes a un estado de reconocimiento y, por tanto, de emancipación de aquel que se encuentra sometido, la deuda no deja, en cambio, ninguna salida: únicamente conlleva mayor pobreza y provoca una falta de potencia o de capacidad de acción. Por eso, como afirman los autores, “la figura del endeudado no puede ser redimida, sino únicamente destruida”.18 Por otra parte, saca a la luz uno de los principales cambios que se han producido, desde los años setenta del siglo pasado, en la base económica y social del sistema capitalista. 17 18

Hardt y Negri, Declaración, p. 17. Ibídem, p. 19.

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De la masa de trabajadores explotados, es decir, alienados del producto de su trabajo, se ha pasado en las últimas décadas a una multitud de trabajadores precarios; o, dicho de otro modo, el del precariado es el nuevo rostro que adopta hoy en día el proletariado. En este sentido, aunque la hegemonía de los procesos productivos ya no debe buscarse entre los muros de la fábrica, al menos en los términos en que se dieron tales procesos durante el siglo veinte –por eso se puede hablar de capitalismo postindustrial o del postfordismo como nuevo modo productivo–, las relaciones de producción no se libran de la explotación vinculada al trabajo asalariado. Esto se debe a lo que se puede enunciar como una subsunción real de lo social o de la sociedad por el capital, lo que conlleva una reducción completa de todo tipo de actividad a los mecanismos de atribución de valor y de extracción de beneficio por parte del sistema capitalista. En efecto, el poder de extracción del sistema capitalista –este poder que antes detentaban los propietarios de los medios de producción, hasta donde llegaban los límites de su propiedad, y ahora conservan aquellos que controlan los resortes del sistema financiero, que apenas conoce límites–, llega a colonizar el espacio entero de la vida. Hasta tal punto que, en muchos casos, se difuminan o desaparecen por completo las fronteras que debían distinguir el tiempo dedicado a la producción del tiempo que se dedica al cultivo de una existencia plena. De cualquier modo, tampoco en la actualidad se puede dejar de lado la explotación como elemento principal para entender las relaciones de producción y de reproducción social. De hecho, su poder de influencia parece aumentar en el mismo sentido que disminuye su presencia explícita encarnada en la figura del patrón. Así, si la relación de explotación se basaba anteriormente en la ganancia que el propietario de los medios de producción deducía de la plusvalía generada por la actividad del trabajador, como describe Marx mediante la ley del valor en la primera parte de El Capital, el endeudamiento generalizado debe permitir altos niveles de renta para unos pocos – muchos menos que antes– con capacidad para tomar partido en las operaciones que se producen en el mercado financiero. En este escenario, la deuda contribuye a mantener un orden social jerarquizado y basado en la sumisión de la mayor parte de la población, pero, sobre todo, a la posibilidad de

continuar extrayendo, una vez que se han

desdibujado las relaciones directas de explotación en el lugar de trabajo, el excedente de la producción, entendida ahora en términos sociales. Se entiende, por ello, la importancia que tiene el hecho de detectar estas nuevas relaciones basadas en vínculos 10

más sutiles e indirectos, pero no por ello menos perniciosos. Como indican los autores, “el endeudado está atado a cadenas invisibles que ha de ser capaz de reconocer, comprender y romper para ser libre”.19 Por este lado, un primer elemento a tener en cuenta es el carácter cada vez más accesorio e incluso parasitario de aquellos que antes tenían en su poder los medios de producción, y cuya aportación es ahora casi nula e innecesaria. Esto se ve acentuado por la autonomía que puede llegar a alcanzar el trabajador, cada vez más ligado a una actividad de tipo inmaterial e incluso intelectual, es decir, a un trabajo de tipo abstracto pero no por ello desprovisto del poder de generar riqueza en términos sociales. Además, no hay que olvidar otro valor asociado al trabajo en la actualidad que puede resultar positivo si se sabe orientar adecuadamente, esto es, su carácter eminentemente cooperativo, que hace que casi cualquier actividad se encuentre inmersa en una red mayor, de la cual no es sino un elemento particular. Por todo ello, en numerosas ocasiones Hardt y Negri se refieren –tomando prestado el término que utiliza Marx en el fragmento dedicado a la producción mecanizada en los Grundrisse– a la subjetividad colectiva como la intelectualidad de masas o el intelecto general.20 En segundo término, los autores aluden a la influencia que los grandes medios de comunicación, de tipo analógico y digital, pueden tener en la conformación de la subjetividad. En este caso –teniendo en cuenta únicamente la parte negativa–, por cuanto contribuyen a formar un discurso y una visión acerca de la realidad a través de los cuales, a pesar de las carencias que sufre, el sujeto pueda dotar de un sentido determinado a su vida e incluso encontrase cómodo y satisfecho con ella. Hardt y Negri hacen alusión, así, no tanto a la necesidad de liberar los medios de comunicación de las ataduras del poder, sino a la urgencia de detectar qué tipo de filtros se establecen para dirimir de antemano –y con esto hacer innecesaria la prohibición– qué se puede decir y qué no. Como se sigue de la lectura foucaultiana sobre la cuestión, el poder actúa mediante la creación de unos regímenes de enunciación y de visibilidad concretos. De

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Ibídem, p. 19. Sobre la subsunción real de lo social en el capital, como condición ontológica del capitalismo avanzado o postindustrial; el postfordismo como modo de producción de esta fase tardía; la explotación como elemento que perdura entre las relaciones de producción y, al fin, las transformaciones que afectan a la teoría marxiana de la ley del valor, cf. Negri, General Intellect, poder constituyente, comunismo, en especial el primero de los textos: “Interpretación de la situación de clase hoy: aspectos metodológicos” y el segundo: “La teoría del valor trabajo: crisis y problemas de reconstrucción en la postmodernidad”. 20 Ibídem (todos los textos recogidos contienen referencias a la intelectualidad de masas como nueva subjetividad emergente, ligada a las transformaciones que tienen lugar en los procesos productivos).

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esta manera se pone el foco sobre lo que existe y lo que no, es decir, aquellos aspectos de la realidad que el ojo será capaz de observar y aquellos que quedarán inmersos en la penumbra; en paralelo, se establece aquello sobre lo que se podrá hablar y aquello que ni siquiera seremos capaces de enunciar por faltarnos los medios necesarios. En este contexto, en el que ya no resulta tan imprescindible como antes la represión directa del poder –lo cual no quiere decir que desaparezca–, las posibilidades de rebelarse se encuentran en el hecho de buscar resquicios a través de los cuales escapar a los regímenes impuestos, pero sobre todo en la capacidad creativa que permita buscar nuevos ángulos de visión y nuevos instrumentos para construir el discurso y orientar la acción. Como indican los autores por boca de Deleuze, más que palabras se necesitan, para empezar, espacios de silencio que permitan la creación de un medio enrarecido donde, de nuevo, pueda aflorar el pensamiento.21 Por otro lado, las nuevas redes de comunicación permiten actuar en tiempo real y sin necesidad de estar físicamente en un lugar. En este sentido, la mediatización de la existencia implica, al mismo tiempo, su mercantilización. La vida es entendida como una fábrica total donde no se detienen nunca los procesos de producción, y cuyos beneficios resultan necesarios, además, para satisfacer las deudas que se han contraído. Por ello, Hardt y Negri se refieren al nuevo tipo de producción con el apelativo de biopolítica, por cuanto se trata de administrar y de controlar la vida de una población de la manera más efectiva y económica posible, en este caso mediante los nuevos medios de comunicación aplicados al campo del trabajo.22 Lo cual no puede dejar incólume la manera de concebir la subjetividad. Si en periodos anteriores se hablaba de la alienación y, por tanto, del carácter escindido de la conciencia, ahora se trata más bien de una subjetividad constitutivamente fragmentada y dispersa, que debe ser susceptible de aceptar una atomización, una movilidad y una flexibilidad sin límites. Como señaló Deleuze, si antes se buscaba la identificación del individuo para su posterior inserción en la masa, ahora se trata, más bien, de definir al sujeto como una instancia dividual.23

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Ibídem, p. 22. La referencia a la cita de Deleuze, se puede encontrar en Conversaciones, p 206-207: “El problema no consiste en conseguir que la gente se exprese, sino en poner a su disposición vacuolas de soledad y de silencio a partir de las cuales podrían llegar a tener algo que decir. Las fuerzas represivas no impiden expresarse a nadie, al contrario, nos fuerzan a expresarnos”. 22 Hardt y Negri, Declaración, p. 23. 23 Deleuze, Conversaciones, p. 281: “Ya no estamos ante el par “individuo-masa” [Deleuze alude al paso a las sociedades de control, en relación a la fase anterior del capitalismo caracterizada por las sociedades disciplinarias]. Los individuos han devenido “dividuales” y las masas se han convertido en indicadores, datos, mercados o “bancos”.

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No obstante, también en este caso tenemos indicios de cómo traspasar los límites de la subjetividad mediatizada. En primer lugar, hay que llevar a cabo una criba para determinar en qué sentido los medios pueden actuar como un mecanismo de control y en qué sentido, al contrario, son capaces de contribuir a un proceso de liberación de la subjetividad. En segundo término, se trata de no quedar varados en las –múltiples– posibilidades de comunicación que ofrecen los medios digitales. Pues aunque no cabe duda de que las diferentes redes sociales puedan dan lugar a nuevos nexos de unión de los que se nutren las multitudes en su movilización, sin olvidar, además, que ofrecen la posibilidad de construir un discurso alternativo al de los grandes medios tradicionales, ello no quita que se deban confeccionar redes afectivas desde el contacto directo. Este es, en efecto, uno de los principales aspectos sobre el cual han llamado la atención –o han redescubierto– los últimos ciclos de luchas: el hecho de establecer la comunicación directa, cuerpo a cuerpo, como base de la inteligencia y de la acción política en términos colectivos. Como dicen los autores, “una ocupación es una especie de happening, una performance que genera afectos políticos”.24 La tercera figura subjetiva analizada por Hardt y Negri es la del seguritizado, que surge como efecto de una manera “omnicomprensiva” de ejercer el poder.25 En función de un régimen de control que se pretende total, lo que queda más allá del poder no es percibido como un posible espacio de huída en positivo y, por tanto, de creación, sino como un exterior inquietante y peligroso, precisamente porque los mecanismos de control del poder no llegan para garantizar la seguridad que sí se encuentra en el interior. Además, hay otro factor: la promoción del miedo a los otros o, mejor aún, a lo otro entendido como todo aquello que queda al margen del poder o que el propio sistema expulsa hacia sus bordes. De esta manera, en lugar de percibir en el otro la singularidad sin la cual resulta imposible entender la construcción de lo común; es decir, en lugar de encontrar en el otro el principal elemento de dinamización política y de construcción de la subjetividad, el poder nos lo presenta como la alteridad desconocida y abstracta y, sin embargo, capaz de actuar en el imaginario como una amenaza concreta. Queda lejos, sin duda, la imagen deleuziana según la cual lo Otro [Autrui] es la instancia conceptual a través de la cual se expresa todo un mundo de posibles y, en definitiva, el espacio virtual a través del cual llevar a cabo la captación de

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Hardt y Negri, Declaración, p. 25 Ibídem, p. 27.

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aquellos acontecimientos que, más tarde, se actualizarán o se efectuarán dependiendo de las condiciones particulares de cada caso.26 Un elemento sin el cual se está condenado – como Robinson antes de encontrar a Viernes– a vivir una existencia lineal y sin sobresaltos, pero sobre todo vaciada de contenido en tanto que falta ese mundo posible o esa dimensión virtual que constituye lo otro, como estructura previa donde, y a partir de la cual, relacionarse.27 En este punto, se hace patente una vez más la función de los medios de comunicación de masas, en un ejercicio que Guattari no dudó en llamar de sumisión semiótica, por cuanto se introduce el discurso del poder y su visión de la realidad –esto es, todo un conjunto de signos cuidadosamente elaborado– sin que el individuo o el grupo –incluso por parte de aquellos que se encargan de transmitir el mensaje– sean siquiera conscientes.28 De hecho, el miedo y, por consiguiente el régimen basado en la

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Deleuze, Diferencia y repetición, p. 386-388: “El Otro [Autrui] –afirma Deleuze– como expresión de un mundo posible”. 27 Cf. Deleuze, “Michel Tournier y el mundo sin el otro”, en Lógica del sentido, p. 348-369. 28 La sumisión o servidumbre semiótica alude a un conjunto de dispositivos de control de carácter híbrido, por cuanto conjuga los medios de coerción estatales –lo que Guattari llama los “equipamientos colectivos”– con un trabajo destinado a conformar la subjetividad a nivel individual y colectivo. Esto último se lleva a cabo mediante la imposición de un sistema de signos con capacidad para influir no solo en la conformación ergonómica o corporal, sino también en la parte más íntima del sujeto. Como explica Guattari, los medios de acción del capitalismo en fase avanzada, “no serán exclusivamente los instrumentos de poder del Estado, sino también los vectores que contribuyen a la formación de la fuerza de trabajo, al modelado de cada individuo, a la imposición de determinado estilo de vida, esto es, los sistemas de servidumbre semiótica que introducen la escuela, el deporte comercial, los medios de comunicación de masas, la publicidad o las técnicas asistenciales de todo tipo”. Cf. Guattari, Plan sobre el planeta. Capitalismo mundial integrado y revoluciones moleculares, p. 52; al respecto, también podemos leer lo siguiente: “El capitalismo es mucho más que una simple categoría económica relativa a la circulación de bienes y a la acumulación. Es una categoría semiótica que concierne al conjunto de los ámbitos de producción y al conjunto de los niveles de la estratificación de los poderes”. Ibídem, p. 60. Por otra parte, en un ejercicio similar al que podemos observar en el caso de Hardt y Negri, Guattari se centra en la búsqueda de alternativas, precisamente en el mismo campo en el que intenta operar el poder, es decir, mediante una apropiación por parte de los movimientos sociales de los procesos de subjetivación. Así, si el poder ha utilizado los medios de comunicación de masas, la respuesta puede venir –como en cierto modo se ha empezado a entrever durante los últimos años– de las posibilidades de construir un discurso propio que ofrecen las nuevas tecnologías. Esto debería marcar el inicio de lo que Guattari llama una era post-massmediática. De hecho, últimamente se ha señalado cómo los medios digitales han empezado a ganar terreno a la televisión, la prensa o la radio en lo que respecta a la promoción de las distintas opciones políticas, dentro y fuera del arco parlamentario. En este sentido, teniendo en cuenta que la información “es, esencialmente, producción de subjetividad, toma de consistencia de universos incorporales”, Guattari incide en “la actual crisis de los medios de comunicación de masas” y en “la línea de apertura hacia una era post-media” como aquello que constituye “los síntomas de una crisis mucho más profunda”. Este contexto de ruptura, hay que apelar al carácter singular y autónomo de la subjetividad como valores que el poder no ha sido capaz de ahogar por completo y que, por tanto, esperan la creación de nuevas condiciones materiales y simbólicas para su emergencia y puesta en práctica: “Lo que quiero subrayar –afirma Guattari– es el carácter profundamente pluralista, pluricéntrico y heterogéneo de la subjetividad contemporánea, a pesar de la homogeneización de la que es objeto a causa de su producción sometida a los medios de comunicación de masas”. Ibídem, p. 125. Véase, también, Las tres ecologías. Asimismo, se puede consultar Guattari y Rolnik, Micropolítica. Cartografías del deseo.

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seguridad, se fundamentan en el establecimiento de una instancia transcendente, aunque con capacidad para influir de manera directa en la población. En efecto, el miedo actúa como un “significante vacío” que el poder puede modificar, rellenándolo, saturándolo o, al contrario, sustrayendo parte de su contenido en función de sus intereses; al tiempo que asigna de manera aleatoria, y muchas veces sobre un mismo individuo, la función de sujeto de la enunciación y de sujeto del enunciado –o sea, vigilante y vigilado a la vez.29 Así pues, el modelo basado en la seguridad se apoya en un control difuso, que se ejerce gracias a los nuevos avances tecnológicos y a la imposición de un régimen de signos determinado, a partir del cual constituir la subjetividad desde el interior; sin dejar de lado el recurso del encierro, como máxima expresión del régimen disciplinario, cuando éste resulta necesario. Como señalan Deleuze y Guattari, el capitalismo es un régimen de semiótica mixta, puesto que no renuncia a ninguno de los elementos que puedan contribuir a aumentar su influencia.30 Su éxito se basa, en efecto, en la incorporación de todos aquellos instrumentos que puedan resultar funcionales para imponer las leyes del mercado. De hecho, la utilización del Estado como instrumento de aplicación concreta del sistema capitalista global en un territorio determinado, es una de los principales rasgos del modelo neoliberal. De esta manera se consigue construir una instancia compleja, caracterizada por esta condición ontológica híbrida que acabamos de abordar y, por lo tanto, difícil de reconocer y de combatir. A todo ello, se une la utilización de la crisis para generar nuevas inseguridades y hacer así de la precariedad un mal simulacro de orden y estabilidad. Además de la deuda, que obliga a mantener el empleo a cualquier precio o, en el caso del Estado, a aceptar los recortes en sectores sociales para la disminución del déficit, así como el índice creciente de desocupación que impone un régimen de subsistencia para buena parte de la población, la movilidad y la flexibilidad se promocionan como nuevos valores en el ámbito laboral. Como señalan Hardt y Negri, de esta manera se evita que los distintos tipos de trabajadores precarios puedan compartir sus experiencias e incluso organizarse para llevar a cabo acciones conjuntas. Así se consigue, por dispersión, tener un excedente de población bajo control, sin

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Hardt y Negri, Declaración, p. 31. Cf. Deleuze y Guattari, Mil mesetas, p. 117-153: “Sobre algunos regímenes de signos”.

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necesidad de recurrir al régimen carcelario y, por lo tanto, de una forma mucho más económica.31 Para acabar, hagamos referencia a una figura subjetiva de extraordinaria importancia: la del representado. De hecho, todas las figuras que hemos visto hasta el momento se entrelazan en esta última, que actúa como nexo de unión e, incluso, como matriz de la cual provienen el resto de expresiones de la subjetividad producidas por el poder. Hardt y Negri parten de una premisa clara: “la representación no es un vehículo de la democracia, sino un obstáculo para su realización”.32 Como apuntan los autores tomando a Rousseau como referente principal, el modelo representativo se fundamenta en la figura del contrato social. De esta manera, se trata de armonizar la democracia con la existencia de la propiedad privada y la desigualdad que de ella se sigue. El resultado es la construcción de un Estado que detenta la propiedad pública, definida por ser “de todos y de nadie a la vez”. Asimismo, esta manera de codificar las relaciones en el campo social implica, por delegación de poderes, pasar de la “voluntad de todos” a la “voluntad general”.33 Como ya avanzamos al inicio, de este modo se sustrae el ejercicio efectivo del poder de manos de la población, para traspasarlo a un grupo reducido de electos. Esta es la “paradoja de la representación”, el hecho de conectar al pueblo con las estructuras de poder para negar su apropiación efectiva; lo que da como resultado la existencia de una “democracia relativa”.34 Como ya señaló Deleuze, la democracia en su versión representativa se constituye como un modelo formal y abstracto, esto es, como una instancia transcendente basada en el principio de identidad. De esta manera, la posibilidad de participación solo se contempla en la medida en que cada particularidad esté dispuesta a insertarse en un conjunto general, mediante la aceptación de unas normas establecidas de antemano que, en muchos casos, escapan a su voluntad.35 No hay que olvidar que esta es una de las

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Hardt y Negri, Declaración, p. 30. Ibídem, p. 32. 33 Ibídem, p. 34-35. 34 Ibídem, p. 34. 35 Deleuze, “Un manifeste de moins”, en Bene y Deleuze, Superpositions, 123-124. La democracia, siguiendo la lógica de la representación, supone un “llamamiento” a las mayorías o al “hecho mayoritario”. Sin embargo, su carácter ambiguo responde al hecho de que no es el poder el que se constituye a partir de una mayoría social sino, al contrario, esta mayoría la que se aviene a un patrón establecido de antemano por una élite, necesariamente minoritaria, que detenta el poder institucionalizado. Con esto se produce una inversión semántica, que afecta al núcleo del sistema democrático como gobierno del pueblo, pues lo que debería ser un instrumento de expresión de la masa 32

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principales críticas que dirige Deleuze al modelo representativo en términos teóricos, la imposibilidad de pensar, a través de las vías que dispone, la diferencia en sí misma; o, dicho de otro modo, la imposibilidad de captar y de pensar la diferencia si no es de manera mediada.36 Por este lado, la alternativa se encuentra en la construcción de un devenir democrático, basado, al contrario que en el caso anterior, en la articulación de las singularidades en una multiplicidad inmanente. En lugar de la identidad definida de manera transcendente, en función de un modelo ya impuesto, determinado en muchos casos por una élite de elegidos, en este caso es la diferencia, construida en virtud de un ejercicio conjunto, el valor que se impone como principio motriz –como heterogénesis, por utilizar la palabra que el propio Deleuze y Guattari harán funcionar a lo largo de su obra. Traducido en términos concretos –y esto es lo que debe ocurrir, según Hardt y social se traduce finalmente en un modelo formal, abstracto y transcendente, como un cascarón vació, que solo representa los intereses de una parte de la población o, menos aún, de organismos que nada tienen que ver con el gobierno efectivo de un territorio concreto y cuyo mandato no ha estado sometido a elección alguna. Deleuze propone un ejemplo de innegable importancia para el análisis antropológico, político y social, según cual el sistema democrático representativo se definiría de forma semejante a como se caracteriza el modelo del ciudadano y del hombre verdadero en la Grecia clásica, esto es: a través de la figura de Ulises, entendiendo con ello el varón (no mujer), griego (no bárbaro), habitante de la ciudad (no salvaje), adulto (no niño), ocioso de clase acomodada (no esclavo). Este modelo, cuya herencia se puede encontrar en la actualidad en el patrón normalizado, es decir, de corte eurocéntrico, heterocentrado y patriarcal del “blanco cristiano cualquiera-macho-adulto-habitante de las ciudades-americano o europeo de hoy en día”, acaba representando, como ocurre en el caso de Ulises, no a una mayoría sino a “Nadie”. La alternativa, como hemos dicho, se encuentra en el hecho de articular un sistema de tipo inmanente y en variación continua, cuya consistencia se encuentre en las interacciones y en la afirmación recíproca de la propia heterogeneidad de los elementos que lo forman. Esto es lo que Deleuze llama un devenir democrático, en la medida que se expresa, esta vez sí, como un “devenir minoritario” pero “de todo el mundo”, es decir, de todas las categorías subjetivas que el patrón mayoritario trataba de integrar por subsunción de las diferencias o de arrojar a los márgenes del sistema de poder –las mujeres, los niños, adolescentes y jóvenes, los trabajadores precarios, los homosexuales, las personas migrantes, pero también los propios hombres que no se ven reflejados en la imagen que hemos descrito–. Como indica Deleuze, “¿no será precisamente la variación continua esa amplitud que no cesa de desbordar, por exceso o por defecto, el umbral representativo del patrón mayoritario? ¿No será la variación continua el devenir minoritario de todo el mundo, por oposición al hecho mayoritario de Nadie?”. Ibídem. Sobre la enunciación explícita de un “devenir democrático”, que habría que extraer de los límites del Estado de derecho, vinculado a las democracias representativas, mediante la acción organizada de manera autónoma por parte de los movimientos sociales, cf. Deleuze y Guattari, ¿Qué es la filosofía?, p. 114. 36 A este propósito consagra Deleuze sus primeros libros, tanto en aquellos títulos dedicados a comentar el pensamiento de otros autores de la historia de la filosofía –que toma como aliados para circunscribir su propuesta filosófica en una línea de ruptura con la tradición– como en aquellos otros –Diferencia y repetición y Lógica del sentido– en los que la filosofía deleuziana se expresa –por decirlo de manera un tanto simplista aunque ya establecida– de manera autónoma. Ofrecemos, simplemente, una pequeña muestra al respecto: “El error de la filosofía de la diferencia –afirma Deleuze–, de Aristóteles a Hegel, pasando por Leibniz, fue tal vez haber confundido el concepto de la diferencia con una diferencia simplemente conceptual, contentándose con inscribir la diferencia en el concepto en general. En realidad, mientras se inscriba la diferencia en el concepto en general, no tendremos ninguna Idea singular de la diferencia, permaneceremos tan sólo en el elemento de una diferencia ya mediatizada por la representación”; Diferencia y repetición, p. 58. Igualmente, podemos leer: “Mientras la diferencia esté sometida a las exigencias de la representación, no está pensada en sí misma, y no puede estarlo. […] Pensable, parece que sólo llega a serlo domada, es decir, sometida al cuádruple grillete de la representación: la identidad en el concepto, la oposición en el predicado, la analogía en el juicio, la semejanza en la percepción”. Ibídem, p. 389.

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Negri, con la puesta en marcha de un proceso constituyente–, en lugar de la consecución de consensos que se pretende a través del modelo representativo, como resultado de una suma de parcialidades o de particularidades que se subsumen en lo general, aceptando un contrato cuyos términos están redactados por anticipado, se potencia el disenso, al tiempo que se trata de explorar las vías a través de las cuales articular la heterogeneidad que lleva en sí cada singularidad autónoma.37 Asimismo, la estructura vertical, inherente al sistema representativo, debe ser reemplazada por mecanismos de participación basados en la horizontalidad. También a esto dedicó Deleuze una buena parte de su trabajo teórico, a surcar la historia de la filosofía en busca de ejemplos que permitieran construir una propuesta ontológica definida en términos de inmanencia y, por tanto, de participación directa en el ser –sobre todo a partir de Spinoza y del concepto de expresión, o de afirmación expresiva de la realidad por parte de los elementos, esto es, de los atributos que forman la substancia–, y no de emanación desde las alturas.38 Por otra parte, en función del modelo representativo la actividad política deja de ser la esfera en que se reúne el conjunto de las actividades del campo social, para ocupar un papel secundario –subordinado a los intereses del poder financiero– y apartado de su función original, esto es, la de construir el espacio de lo común de manera dinámica, participativa y continuamente abierta a nuevas transformaciones. Es en este sentido que el modelo representativo va asociado a un sistema económico como el capitalista, cuya razón de ser es el paso del ocio al negocio por parte del grueso de la población. Lo cual es válido incluso en períodos de altos índices de desocupación, pues ya hemos señalado

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Cf. Guattari, Plan sobre el planeta…, p. 131-132. Entre los aspectos que resultan influyentes en la dirección de fomentar el disenso como medio de expresión, afirmación e incluso de coordinación de las diferencias –elementos que, sin duda, forman parte del bagaje a partir del cual Hardt y Negri construyen su noción de poder constituyente, como instancia necesariamente dinámica y flexible, abierta a todo tipo de transformaciones– destaca, como desencadenante, la “escucha del otro”. Con esto se hace referencia a “la escucha de la disparidad, de la singularidad, de la marginalidad e incluso de la locura”. Lo cual constituye para Guattari “una propedéutica esencial, una relación permanente con el orden de la incertidumbre, una puesta al desnudo de las fuerzas del caos que siempre asedian a las estructuras dominantes satisfechas de sí mismas, autosuficientes”. En suma, un elemento de transformación o, al menos, de dinamización y, al fin y al cabo, de reapropiación de las instancias de poder, con el fin de dotarlas de un carácter autónomo y de hacer de ellas la plataforma para la creación de discursos alternativos y de nuevos espacios para la acción: “esta escucha –afirma Guattari– puede revocar tales estructuras, o conferirles un sentido nuevo, recargándolas con potencialidades y desplegando a partir de las mismas líneas de fuga creativas”. De hecho, lo que acabamos de decir debe tener aplicaciones concretas en la práctica, que Guattari trata de mostrar con ejemplos como el siguiente: “En una campaña política –afirma–, lo que importará no será tanto conquistar la adhesión masiva del público a una idea, sino ver cómo esta opinión pública se estructura en múltiples segmentos sociales vivos”. 38 Por poner uno de los ejemplos más destacados al respecto, véase el capítulo 11 del primer estudio que dedica Deleuze al pensamiento de Spinoza, titulado “La inmanencia y los elementos históricos de la expresión”, en Spinoza y el problema de la expresión, p. 164-180.

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que uno de los rasgos distintivos del capitalismo en su fase avanzada es hacer de cada actividad de la vida cotidiana un ejercicio susceptible de producir beneficios –así se ha señalado, últimamente, en relación a la venta o, en cualquier caso, a la no protección de los datos de navegación de los internautas por parte de las redes sociales; datos a través de los cuales las grandes empresas son capaces de determinar los gustos y los intereses de cada cual y, en consecuencia, de seleccionar sus posibles clientes y de ofrecer sus productos de manera dirigida–. Asimismo, hay que llamar la atención sobre un par de aspectos que dificultarían, en la actualidad, la aplicación del modelo representativo. En primer lugar, su vínculo profundo con la estructura del Estado nación, que, si bien se conserva es, ya lo hemos dicho, como mero instrumento de aplicación de las leyes del mercado global en cada territorio concreto. El segundo está asociado a la quiebra de los términos en que se construyó el Estado del bienestar. Por una parte, es el propio sistema capitalista el que demanda su abolición o, como mínimo, su extrema reducción para mantener, en las condiciones actuales, unos índices elevados de beneficio y el control sobre la población. Además, hay que aludir a razones de tipo histórico, en concreto a la destrucción de la noción burguesa de ciudadanía que operó a lo largo del siglo veinte y que incluía, a pesar de su condición de explotado, al trabajador. Con esto se rompe el pacto constitucional que se empieza a forjar a partir de los años treinta y que se ve reforzado tras la segunda guerra mundial, por el cual la burguesía de cada nación daba la espalda al fascismo y aceptaba que una parte de sus ganancias –como resultado de la explotación del trabajador– se redistribuyera entre el conjunto de la población, al tiempo que la clase trabajadora renunciaba o aplazaba la revolución social a cambio de una red pública de servicios asistenciales.39

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Cf. Negri, General Intellect, poder constituyente, comunismo, p. 167-171: “A una burguesía financiera y multinacional (que no ve razón alguna por la cual debería de soportar el peso del Estado del bienestar nacional) corresponde un proletariado socializado, intelectual, tan rebosante de nuevas aspiraciones que es incapaz de proseguir su articulación con el compromiso fordista”. Esto se debe relacionar con el carácter cada vez más parasitario de los nuevos propietarios y, al mismo tiempo, con la autonomía de las nuevas fuerzas productivas –entendiendo la producción en sentido amplio– o de las nuevas subjetividades: “La burguesía internacional ha perdido a partir de este momento sus funciones productivas”, por lo que “se hace cada vez más parasitaria. […] Se expresa de ahora en adelante únicamente mediante el dominio financiero, lo que significa un dominio liberado completamente de las exigencias de la producción; se trata de dinero en el sentido postclásico y postmarxiano de la definición, del dinero en tanto que universo hostil y lejano, del dinero como principio y fin en sí mismo –lo contrario del trabajo, de la inteligencia, de la inmanencia de la vida y del deseo–”. Por lo tanto, “¿qué compromiso constitucional es todavía posible en una situación en que la cooperación proletaria llevada a su punto máximo se opone al dominio exterior y parasitario del capital multinacional llevado también a su punto

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Ante esta situación, una vez más, Hardt y Negri confían en la capacidad creativa, pero también en la consistencia de los procesos de subjetivación que se han empezado a ensayar en el seno de los movimientos sociales durante los últimos ciclos de luchas, cuyo discurso y campo de acción se apartan deliberadamente de los parámetros impuestos por el poder: “la democracia –afirman– solo se realizará cuando haya emergido un sujeto capaz de aferrarla y de promulgarla en acto”.40

2- Constituyendo las subjetividades emergentes.

En respuesta a lo que acabamos de ver, Hardt y Negri proponen una “inversión” de las subjetividades creadas por el capitalismo avanzado. Aunque, de hecho, más que hablar de un ejercicio de inversión o de contraposición, en este caso cabría apuntar a un proceso de constitución de las nuevas subjetividades emergentes, cuyos contornos empiezan a aparecer dibujados en las acciones de los movimientos sociales en los nuevos ciclos de luchas. Dicho de otro modo, la imagen de la subjetividad que produce el poder aparece como una madeja compuesta por un conjunto de hilos entrelazados, aparentemente homogénea y cerrada sobre sí misma que siempre deja, en cambio, un cabo suelto del cual estirar –no hay que olvidar, al respecto, la prioridad que otorgan los autores al potencial de creatividad y a la autonomía del individuo y del grupo, que el poder se encarga, posteriormente, de bloquear, disciplinar y controlar–. A este movimiento, encaminado a deshacer lo establecido por el poder –para lo cual resulta necesario un diagnóstico sobre la situación como el que hemos planteado en el primer punto–, debe seguir un trabajo de propuesta en positivo. Con esto se trata de ofrecer una nueva perspectiva no sólo en términos políticos sino también ontológicos –pues se trata de poner los procesos de producción de subjetividad en el centro del análisis–, a partir

máximo, en una situación en que, para decirlo rápidamente, se opone el dinero a la producción? ¿Todavía tiene sentido preguntarse cómo los derechos y los poderes pueden equilibrarse recíprocamente cuando obreros y capital ya no se encuentran en la dialéctica de la gestión de la relación productiva?”. Todo esto, además de cambiar por completo los términos del análisis “en materia de ciencia política y de doctrina constitucional”, como señala el propio Negri, abre la puerta, ya no a intentar una renovación de los términos de un contrato social ya caduco, sino a provechar las condiciones para crear un nuevo orden sobre las bases de un proceso constituyente. Como indica Negri, “si, en efecto, los que se hallaban en otro momento sometidos, son más inteligentes y están mejor armados que los monarcas y los patronos, ¿por qué deberían aquéllos buscar una mediación con estos últimos?”. Ibídem, p. 171. 40 Ibídem, p. 36.

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de la cual plantear la interacción en el campo social y, en definitiva, las diversas posibilidades de articular la vida en común. Uno de los principales caminos que nos llevan a apreciar la potencialidad de las subjetividades emergentes, lo encontramos en el análisis foucaultiano sobre la inmanencia del poder, opuesto al carácter trascendente que otorgan al mismo otros análisis políticos precedentes. Como indican Hardt y Negri, “la disciplina no es una voz externa que dicta nuestras prácticas desde las alturas, desplegándose sobre nosotros, como diría Hobbes, sino que se trata más bien de algo semejante a una compulsión interna indiscernible de nuestra voluntad, inmanente a nuestra subjetividad misma e inseparable de ella”.41 Este carácter del poder, que se funda en el hecho mismo de constituir al sujeto sobre el que tiene que ejercer su influencia, se ve acrecentado, más si cabe, con el paso que se produce de la sociedad disciplinaria a lo que Foucault y Deleuze llaman la sociedad de control, es decir, como ya hemos señalado anteriormente, a una sociedad propiamente biopolítica. Empezaremos, pues, por abordar la cuestión de la deuda con la que hemos abierto el primer apartado. De una forma similar a la distinción que se lleva a cabo en la teoría política clásica –en autores de corte liberal como Isaiah Berlin o Benjamin Constant, aunque también en autoras más contemporáneas como Hannah Arendt– entre la libertad negativa y la positiva, estableciendo el margen de maniobra que las instancias de gobierno dejan al individuo para actuar según su albedrío, así como el grado de implicación y de participación que se puede alcanzar en lo concerniente a los asuntos públicos, Hardt y Negri distinguen entre un carácter negativo y otro positivo asociados a la deuda. En el primer caso, como ya hemos visto, el carácter negativo de la deuda se puede definir en términos cuantitativos, como el margen de acción que las instituciones financieras otorgan al individuo en el ámbito económico. Por su carácter limitante y, aún más, por cuanto se utiliza la deuda contraída –no sólo por el individuo, sino también a nivel colectivo– como uno de los instrumentos de control social más efectivos en la actualidad, Hardt y Negri no dudan en referirse a este factor como un mecanismo encaminado a realizar una verdadera “desposesión de derechos”.42 En este sentido, no hay que olvidar que la deuda es uno de los elementos fundamentales en las dinámicas

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Hardt y Negri, Imperio, p. 351 Hardt y Negri, Declaración, p. 42

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actuales del capitalismo; pues toda la virtualidad de las operaciones financieras se sustenta en una superposición de deudas e intereses de diferentes rangos. La deuda positiva, en cambio, se puede definir en términos cualitativos y se refiere al grado de implicación más allá de lo estrictamente económico, esto es, por lo que respecta a las interdependencias comunitarias, a los vínculos sociales y a los procesos implicados en la construcción de lo común. Según Hardt y Negri, el camino hacia esta consideración de la deuda ya ha sido allanado por el carácter cooperativo del llamado trabajo inmaterial. 43 Los autores se refieren a esta mutación que se ha producido en el seno de los procesos de producción, esto es, al carácter “comunicativo”, “cooperativo” y “afectivo” del trabajo, así como al carácter “biopolítico” de la producción.44 De esta manera, al mismo tiempo que se ensanchan los términos de la definición del proletariado, vinculado durante largo tiempo a la figura del “obrero fabril masculino”,45 esta nueva concepción del trabajo inmaterial exige una reformulación de la teoría del valor marxista. Como ya hemos indicado, se trata de considerar una nueva forma de explotación basada en la extracción de lo común, y no sólo en la sustracción del excedente del tiempo trabajado o en la apropiación de la plusvalía por parte del propietario de los medios de producción. En este sentido, en la medida en que el 43

El trabajo inmaterial se asocia, principalmente, al llamado sector terciario, predominante desde la década de los 70. En concreto, se trata de aquellos trabajos centrados en el conocimiento (la educación y la investigación, pero también las finanzas) o vinculados a lo que los autores llaman, de manera laxa, el afecto (el personal sanitario, pero también «la labor de los asesores jurídicos, de las azafatas de vuelo o de los trabajadores de los establecimientos de comidas rápidas»); asimismo, se hace referencia al ámbito de la comunicación (la información, pero también el entretenimiento o la publicidad). Cf. Hardt y Negri, Multitud, p. 137. Por este lado, Hardt y Negri no niegan que los así denominados trabajos inmateriales impliquen en sus procesos la interacción con elementos de tipo material. De hecho, es más bien el producto final lo que justifica que se pueda hablar de trabajo inmaterial. Como indican los autores, “el trabajo que interviene en toda producción inmaterial […] sigue siendo material; involucra nuestros cuerpos y mentes, igual que cualquier otra clase de trabajo. Lo que es inmaterial es su producto”. Ibídem. Para deshacer esta ambigüedad, se tantea la sustitución del adjetivo “inmaterial” por el de “biopolítico”, entendiendo con ello toda aquella actividad que “no solo crea bienes materiales, sino también relaciones y, en última instancia, la propia vida social” en su conjunto. Ibídem. No obstante, también en este caso la producción deviene eminentemente inmaterial en el seno del común. De ahí que finalmente se opte por mantener la primera denominación a la que nos hemos referido. Por otra parte, también se admite que la preponderancia del trabajo inmaterial no se da, actualmente, en términos cuantitativos –este espacio lo sigue ocupando el sector agrícola– sino, más bien, cualitativos. En cualquier caso, esto no impide hablar de la hegemonía del trabajo inmaterial, del mismo modo que con el despunte del trabajo industrial, aún en fase incipiente y sin potencial para ocupar a la mayor parte de la población, ya se reconocía su hegemonía y su influencia con respecto al resto de trabajos. En este sentido, se trata de reconocer la incidencia que un tipo de trabajo determinado tiene en la comprensión del modo de producción y en la configuración de las relaciones en el campo social. Ibídem, p. 138. 44 Hardt y Negri, Imperio, p. 15. 45 Ibídem, p. 73-74.

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capitalismo pivota alrededor del trabajo inmaterial, extrayendo sus potencialidades productivas, no puede pretender su completa destrucción. En cualquier caso, lo más importante es reparar hasta qué punto esto arrastra, también, un conjunto de potencialidades revolucionarias que destilan los nuevos sectores productivos.46 En primer lugar, con ello se hace patente la fragilidad y el carácter paradójico de las dinámicas más esenciales del poder en el sistema político, económico y social en la actualidad –de hecho, esto sirve para entender el carácter esquizofrénico que Deleuze y Guattari asocian al capitalismo, desde el principio de su andadura y más aún si cabe en su fase avanzada–: “el capital –señalan Hardt y Negri– se enfrenta a una situación paradójica: cuanto más obligado se ve a buscar la valorización mediante la producción de conocimiento, más se sustrae a su control el conocimiento (…). La producción biopolítica supone un problema para el capital y el neoliberalismo carece de respuesta”.47 Por otro lado, la estrategia consistiría en extrapolar el carácter de los procesos cooperativos, inherentes a los nuevos procesos productivos, a la totalidad del campo social. Buscando una forma de alejarse de la imposición de la lógica financiera y de las leyes del mercado a la totalidad del campo social –tal y como se refirió Foucault en El nacimiento de la biopolítica para definir la estrategia neoliberal–,48 se trataría precisamente de extender la influencia de los procesos cooperativos que de manera intrínseca se dan en el seno de las nuevas dinámicas de producción. Como pregonan los autores, en un tono deliberadamente desafiante, “las estructuras de relación y comunicación creadas en la producción biopolítica podrían ser reconvertidas para extender la forma asamblea a un plano social general”.49 De hecho, se puede considerar que algunos aspectos de esta transformación ya han sido ensayados e incluso llevados a la práctica en las diferentes manifestaciones multitudinarias y acampadas realizadas en todo el mundo a partir del punto de inflexión que supuso el año 2011, contra el yugo de las principales instituciones financieras productoras de deuda negativa como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Esta demostración de contrapoder, muy 46

Ibídem, p. 366 Hardt y Negri, Commonwealth, p. 273 48 Foucault, El nacimiento de la biopolítica, p. 280: “La ambición constante del neoliberalismo norteamericano es generalizar la forma económica del mercado […], generalizarla en la totalidad del cuerpo social y hasta en el sistema social completo que, por lo común, no pasa ni es sancionado por intercambios monetarios. La generalización de la forma económica del mercado, más allá de los intercambios monetarios, funciona en el neoliberalismo norteamericano como principio de inteligibilidad, principio de desciframiento de las relaciones sociales y los comportamientos individuales”. 49 Hardt y Negri, Declaración, p. 97 47

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presente en los países de la periferia de Europa, en los cuales los efectos de las políticas de austeridad son más notorios, se hizo patente asimismo en el fenómeno conocido como Occupy Wall Street, con los acampados poniendo en práctica nuevas formas de deuda positiva mientras rodeaban el epicentro de uno de los principales productores de deuda negativa. Asimismo, al tiempo que se lleva a cabo la creación de nuevas concepciones positivas de la deuda, la puesta en marcha de un proceso constituyente exige la creación de una nueva concepción de la comunicación y, con ella, de la verdad. Ya no una verdad impuesta de forma homogénea desde los medios oficiales de comunicación que, en el mejor de los casos, permiten ligeras variaciones de matiz, sino una verdad o, más bien, unas verdades surgidas, creadas en el seno de una multiplicidad de singularidades. Este proceso de creación de nuevas verdades o, mejor aún, de las bases materiales que permitan la irrupción de un nuevo sentido común, de una nueva racionalidad –en definitiva, de la experimentación de nuevos regímenes de enunciación y de visibilidad–, no excluye la interacción con las nuevas formas de comunicación y los nuevos medios que crecen al calor de las redes sociales y de Internet en general –tal interacción, sobre todo en lo que respecta a las redes sociales, se dio y facilitó el nuevo ciclo de luchas surgido en el 2011–. De hecho, esta nueva forma de tratar la comunicación entre subjetividades puede resultar muy beneficiosa siempre y cuando no se pierda de vista la importancia del procedimiento con que se lleva a término. En efecto, ya no cuenta sólo el contenido de la información sino el carácter horizontal y activo de su transmisión. Igualmente, las nuevas verdades no pueden surgir de individuos particulares integrados en una masa homogénea sino de singularidades interconectadas de manera autónoma en una multitud. Para ello, efectivamente, las actuales redes sociales ofrecen una estructura adecuada. Como muestra de ello, además de citar la forma en que tales instrumentos han favorecido a la constitución y difusión de las diferentes luchas del ciclo nacido en el 2011, también hay que ver el modo en que anteriormente sirvieron para la comunicación y formación de otros movimientos reticulares como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional,50 así como de los diferentes movimientos anti(o alter-)globalización.51 El concepto de Multitud al que acabamos de hacer referencia, es desarrollado por Hardt y Negri en la trilogía Imperio, Multitud y Commonwealth –de forma más específica y 50 51

Hardt y Negri, Multitud, p. 114 Ibídem, p. 115

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detenida, como indica el propio título, en el segundo tomo–, en relación conflictiva con otros conceptos que han resultado claves para la teoría política como los de pueblo, masa o clase. Con ello se trata de hacer hincapié en el reconocimiento de la pluralidad, de la singularidad y de la autonomía, es decir, del privilegio de la heterogeneidad por encima de la identidad, pero también de la posibilidad de establecer conexiones estables –sin que esto conlleve un proceso de totalización o de subsunción en la unidad–, como factores implicados en la definición de una nueva subjetividad, a nivel individual y como sujeto colectivo de las luchas y movilizaciones: “la multitud –indican los autores– sustituye el par contradictorio identidad/diferencia por el par complementario comunalidad/singularidad”.52 De esta manera, Hardt y Negri exponen las principales características de la singularidad, o de la multiplicidad de singularidades –al tiempo que indican las principales diferencias con respecto a la noción de identidad–. Para empezar, a) la singularidad hace referencia a una multiplicidad externa, es decir, que no puede existir de manera aislada sino que, por definición, existe por y junto a una multiplicidad de otras singularidades diferentes; la identidad, al contrario, acabaría subordinando las diferencias particulares a un principio general de unidad idéntica. Además, b) la singularidad apunta también hacia una multiplicidad interna, por cuanto está transida, ella misma, de diferentes singularidades; de ahí el carácter transversal de las luchas que lleva a cabo la Multitud.53 Por último, c) la singularidad ha de tener la capacidad de devenir (diferente) –al contrario que la identidad que, por definición, ha de permanecer igual–, precisamente por la interacción que lleva a cabo con el resto de singularidades y con sus diferentes singularidades internas. Es desde este punto de vista que tiene sentido un nuevo concepto de comunicación. En efecto, sólo en la medida en que las singularidades sean susceptibles de devenir diferentes, en su contacto con el resto de singularidades de una multitud, cabrá hablar de una comunicación realmente efectiva en al ámbito de lo común. Al contrario, la comunicación establecida dentro de una relación de identidad, supondría una reafirmación de lo igual –o, como ya hemos indicado en el apartado anterior, una búsqueda del consenso. En este sentido, la multiplicidad dispersa de singularidades que deviene la Multitud, impide construir la subjetividad colectiva dentro de una lógica 52 53

Ibídem, p. 255 Hardt y Negri, Commonwealth, p. 340.

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representativa y dependiente de una instancia transcendente, en cualquiera de las formas en que sí lo permitirían las respectivas tendencias vinculadas a la identidad –y por tanto a lo Uno, al Uno representante-trascendente del pueblo, la masa y la clase.54 Por otra parte, la creación y difusión de las nuevas formas de comunicación han de darse siempre desde un lenguaje común que no debe excluir sino, más bien, potenciar la creatividad, como demuestra el nivel de impacto y de difusión de los mensajes producidos –y estampados en las pancartas– en el nuevo ciclo de luchas. Esto supone una segunda forma de comunicación, junto con el aprovechamiento de las redes sociales, que cuenta con una enorme capacidad de síntesis y un gran potencial de difusión –véase el ejemplo de consignas tales como la del «99%»–.55 Por último, Hardt y Negri reconocen una tercera forma de comunicación entre singularidades: la de las asambleas de las acampadas, en las que la creación colectiva de nuevas verdades tiene lugar de una forma más próxima e inmediata. Por lo que a ello respecto, aquellos que menosprecian las potencialidades de las asambleas en las acampadas, dejan de lado la importancia que para Foucault tiene la puesta en circulación de nuevos enunciados en la creación de nuevas subjetividades y, por tanto, para el proceso de erosión de las diferentes estructuras de dominación. Desde este punto de vista, las nuevas formas de comunicación trabajan en la creación del espacio en que se desenvuelve lo común, al mismo tiempo que la creación de lo común genera nuevas formas de comunicación, en un proceso que no cesa de retroalimentarse. Como apuntan Hardt y Negri, “la subjetividad se produce mediante la cooperación y la comunicación y, a su vez, esa subjetividad origina nuevas formas de cooperación y de comunicación, que generan nueva subjetividad, y así sucesivamente”.56 Avanzando en el análisis, ya hemos visto cómo la imposición del seguritizado como figura de subjetivación capitalista responde a lo que Deleuze, basándose en una ampliación del concepto foucaultiano de la sociedad disciplinaria, llamó la sociedad de 54

Hardt y Negri, Commonwealth, p. 66. Uno de los principales ejemplos que exponen Negri y Hardt, sobre la forma-Multitud y sus dinámicas, es el de la Coordinadora de defensa del agua y la organización de las luchas que se dieron lugar en Cochabamba a lo largo del año 2000. Cf. Commonwealth, p. 123. 55 En una conferencia titulada «Lemas y consignas del movimiento 15M», realizada en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona en el 2011, Raúl Minchinela destacó la preponderancia del lenguaje informático en las pancartas, como principal novedad discursiva de estas nuevas luchas que se hace patente en eslóganes como «Democracia 2.0», «Error 404: Democracia no encontrada» o «Instalando democracia: 99%». Este carácter informático del discurso enlaza con un reconocimiento de las potencialidades de horizontalidad, interconexión y transparencia de las redes sociales y de que son capaces las nuevas tecnologías en general. 56 Hardt y Negri, Multitud, p. 224

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control. Con ello se da nombre a un tipo de organización social en ciernes –en el momento que es expuesto por los autores–, en que las dinámicas disciplinarias trascienden los muros de las instituciones o de los dispositivos de poder para impregnar la totalidad del campo social. De esta manera se delimita el campo de acción de un biopoder elevado a su máxima expresión, que se ejerce directamente sobre la subjetividad. Uno de los principales efectos que comporta una operación de este calado, en la cual el sujeto es constituido en relación directa a los propios intereses del poder, se encuentra no sólo en la dificultad de resistir o de atenuar los límites de la dominación y de la explotación sino, además y sobre todo, en la imposibilidad de reconocer las propias potencialidades de la subjetividad autónoma. En este sentido, se nos impide ver que, ante la producción en serie de subjetividad por parte del capitalismo avanzado, también existe la capacidad de crear espacios propios y referentes alejados del poder, a partir de los cuales construir formas de subjetividad alternativas. En definitiva, se elimina la posibilidad de observar la imagen del poder, con todos sus matices, tal como fue descrita por Foucault, es decir, como una relación y, aún más, como un conjunto de vínculos cuya secuencia es susceptible de ser invertida, teniendo en cuenta que su disposición actual sólo se sustenta en un beneplácito condicionado por parte del individuo y del grupo. Lejos de esta concepción, el capitalismo trata de transmitir la imagen dual de un poder que es poseído por la clase dominante y, con ello, resulta inasible para la clase dominada. En este sentido, el reconocimiento de las potencialidades de que son capaces las nuevas subjetividades emergentes, debe acabar con el vínculo y, sobre todo, con la paralización que se sigue del miedo inoculado por parte del poder. Así se ha querido hacer patente en algunas de las consignas del nuevo ciclo de luchas, que se ha hecho oír al grito de “ya no tenemos miedo” o, de manera más combativa y desafiante, con el mensaje ya extendido según el cual “el miedo está cambiando de bando”. Asimismo, para tratar de transformar la relación que se encuentra incardinada en la figura del seguritizado, puede resultar útil hacer alusión a la noción deleuzo-guattariana de deseo. La disposición actual de las relaciones de poder en el seno del capitalismo avanzado responde a una faceta únicamente negativa del deseo, que se traduce en la aceptación de lo que los autores –siguiendo a La Boétie y a Spinoza– enuncian como la “servidumbre voluntaria”; dicho de otro modo, se trata de aquello que lleva al individuo y al colectivo a luchar por su esclavitud con tanta furia como si lo hicieran por su propia 27

libertad.57 Así pues, para cambiar los términos de esta relación haría falta abrir la puerta a la aparición del aspecto más original del deseo, es decir, liberar su lado positivo o creativo como principio inmanente de producción de lo real. Además, los autores proponen una nueva estrategia de lucha centrada en buscar vías de escape por parte de las nuevas subjetividades. Este aspecto –que se relaciona, una vez más, con la noción deleuzo-guattariana de la línea de fuga–, tiene su precedente en el concepto de éxodo que Hardt y Negri ya habían enunciado en sus trabajos anteriores. Como ya hemos indicado, se trata de sustraerse del poder mediante las potencialidades cooperativas exhibidas por la nueva fuerza de trabajo, es decir, virando hacia un proceso constituyente de lo común que permita escapar de los procesos parasitarios de extracción que ejerce el capital en esta nueva fase de explotación propiamente biopolítica. En cualquier caso, en esta huída hay implicado un alto grado de compromiso y, de este modo, una nueva comprensión –antes que un abandono absoluto– de la lucha de clases, en un contexto igualmente biopolítico. Como explican Hardt y Negri, “la lucha de clases en el contexto biopolítico cobra la forma del éxodo”, es decir, de “un proceso de sustracción respecto a la relación del capital mediante la

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Cf. Deleuze y Guattari, El Anti Edipo, p. 36: “El problema fundamental de la filosofía política sigue siendo el que Spinoza supo plantear […]: ¿Por qué combaten los hombres por su servidumbre como si se tratase de su salvación?”. Véase también Deleuze, Spinoza: filosofía práctica, p. 18, en que se apuntan las principales cuestiones que plantea el Tratado teológico-político de Spinoza, a saber: “¿Por qué el pueblo es tan profundamente irracional?, ¿por qué se enorgullece de su propia esclavitud?, ¿por qué los hombres luchan por su esclavitud como si se tratase de su libertad?, ¿por qué es tan difícil, no ya conquistar, sino soportar la libertad?”. La referencia exacta del citado pasaje de Spinoza, se puede encontrar en el prefacio al Tratado teológico-político. En primer lugar, se denuncia el uso que lleva a cabo el poder de la religión, con el objetivo de mistificar las relaciones de dominación: “no hay medio más eficaz para gobernar a la masa que la superstición”, indica Spinoza. Asimismo, en el curso de la distinción que realiza el autor entre los diferentes sistemas de gobierno –monárquico, aristocrático y democrático–, se apunta lo siguiente: “El gran secreto del régimen monárquico y su máximo interés consiste en mantener engañados a los hombres y en disfrazar, bajo el especioso nombre de religión, el miedo con el que se los quiere controlar, a fin de que luchen por su esclavitud, como si se tratara de su salvación, y no consideren una ignominia, sino el máximo honor, dar su sangre y su alma para orgullo de un solo hombre”. Spinoza, Tratado teológico-político, Introducción 8, 9 y 10, p. 65. Igualmente, Deleuze y Guattari tienen presente el análisis de La Boétie al respecto, por cuanto saca a la luz la naturaleza del poder y los mecanismos a través de los cuales se implanta la obediencia en el ser humano, aun en aquellos casos en que el sistema de gobierno es claramente abusivo, tomando la forma de una tiranía absoluta en manos de un solo rey o soberano. Dice La Boétie: “Quisiera tan sólo entender cómo pueden tantos hombres, tantos pueblos, tantas ciudades, tantas naciones soportar a veces a un solo tirano, que no dispone de más poder que el que se le otorga, que no tiene más poder para causar perjuicios que el que se quiera soportar y que no podría hacer daño alguno de no ser que se prefiera sufrir a contradecirlo. Es realmente sorprendente –y, sin embargo, tan corriente que deberíamos más bien deplorarlo que sorprendernos– ver cómo millones y millones de hombres son miserablemente sometidos y son sojuzgados, la cabeza gacha, a un deplorable yugo, no porque se vean obligados por una fuerza mayor, sino, por el contrario, porque están fascinados y, por así decirlo, embrujados por el nombre de uno, al que no deberían ni temer (puesto que está solo), ni apreciar (puesto que se muestra para con ellos inhumano y salvaje)”. Étienne de La Boétie, El discurso de la servidumbre voluntaria, p. 45-46.

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actualización de la autonomía potencial de la fuerza de trabajo”; de tal manera que “el trabajo biopolítico, sustrayéndose de su relación con el capital, debe descubrir y construir nuevas relaciones sociales, nuevas formas de vida que le permitan actualizar sus potencias productivas”.58 Por último, como ya hemos indicado, la demanda de un proceso constituyente pasa, en primer lugar, por el cuestionamiento de la forma política de la representación parlamentaria –así se ha hecho patente en consignas como el “¡Que no nos representan!”–, sin olvidar la exigencia de una mayor implicación por parte de la ciudadanía en la toma de decisiones. A este respecto, según Hardt y Negri la transformación de las tres figuras –el endeudado, el mediatizado y el asegurado– a través de las cuales el capitalismo da forma a la subjetividad, deviene la condición material o el sustrato en el cual puede tener lugar el proceso de constitución de lo común; dicho de otro modo, el surgimiento de una subjetividad implicada en un proceso constituyente. Asimismo, otra condición para dicho proceso se encuentra en la concepción que define el propio poder constituyente como un “dispositivo de producción de subjetividad”.59 De la misma manera que Foucault definió los dispositivos como un haz de relaciones de poder que, a su vez, establecen un vínculo con otras relaciones y con elementos heterogéneos –enunciados, leyes, comportamientos, elementos arquitectónicos y, en definitiva, creación de subjetividades–, el dispositivo constituyente que proponen Hardt y Negri se desarrollaría en paralelo a la inversión o al proceso de transformación de las relaciones de fuerza y de las subjetividades. Con esto se hace referencia a la regla de doble condicionamiento –o de causa inmanente–; es decir, si bien el dispositivo de subjetivación condiciona las relaciones de poder que aglutina en su haz, es este mismo dispositivo el que es condicionado, a su vez, por las relaciones de poder que lo han formado al aglutinarse. De este modo, la relación causal o de condicionamiento deviene biunívoca o inmanente, ya que entre el dispositivo y las relaciones de poder que lo forman, dan lugar a una serie de causas que se actualizan en sus respectivos efectos; en otras palabras, las relaciones de causalidad acaban derivando hacia un conjunto de

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Hardt y Negri, Commonwealth, p. 165. Hardt y Negri, Declaración, p. 52.

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relaciones de coimplicación.60 A esto es a lo que se refieren Hardt y Negri cuando afirman que “los procesos constituyentes revisan constantemente las estructuras e instituciones políticas, al objeto de que estas sean más adecuadas al tejido social y los fundamentos materiales de los conflictos, necesidades y deseos sociales”61.

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Sobre el principio de causalidad inmanente, cf. Deleuze, Foucault, p. 63-64: “¿Qué quiere decir aquí causa inmanente? Es una causa que se actualiza en su efecto, que se integra en su efecto, que se diferencia en su efecto. O más bien, causa inmanente es aquella cuyo efecto la actualiza, la integra y la diferencia. Existe, pues, correlación, presuposición recíproca entre la causa y el efecto (…). Si los efectos actualizan, es porque las relaciones de fuerzas o de poder sólo son virtuales, potenciales, inestables, evanescentes, moleculares, y sólo definen posibilidades, probabilidades de interacción, mientras no entren en un conjunto macroscópico capaz de dar una forma a su materia fluente y su función difusa”. Respecto a la regla de doble condicionamiento, cf. Foucault, La voluntad de saber, p. 121: “Ningún “foco local”, ningún “esquema de transformación” podría funcionar sin inscribirse al fin y al cabo, por una serie de encadenamientos sucesivos, en una estrategia de conjunto. Inversamente, ninguna estrategia podría asegurar efectos globales si no se apoyara en relaciones precisas y tenues que le sirven, si no de aplicación y consecuencia, sí de soporte y punto de anclaje […]. Hay que pensar en el doble condicionamiento de una estrategia por la especificidad de las tácticas posibles y de las tácticas por la envoltura estratégica que las hace funcionar”. 61 Hardt y Negri, Declaración, p. 52.

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