Sobre la Aplicación Clínica de la Medicina Psicodélica

July 25, 2017 | Autor: Genis Onna | Categoría: Psychedelics, Psychedelic therapy
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AEDMP

Asociación para el Estudio y la Divulgación de la Medicina Psicodélica

Artículos y Noticias.

Condenados a ser revolucionarios. Sobre la aplicación clínica de la medicina psicodélica.

Durante las décadas de 1950 y 1960 se llevaron a cabo miles de estudios con substancias psicodélicas. Fueron los años de su apogeo. Los laboratorios las enviaban a universidades, centros de investigación o a centros psiquiátricos de todo el mundo con el fin de probar sus propiedades terapéuticas. Esta investigación no solo permitió un mayor conocimiento de las substancias y la generación de hipótesis sobre posibles aplicaciones clínicas, sino que desencadenó lo que acabaría siendo el pistoletazo de salida de la neuropsicofarmacología moderna. Después de que estas drogas traspasaran los ámbitos clínicos y académicos para acabar aterrizando en las calles, y que por consiguiente los gobiernos de todo el mundo ilegalizaran por completo muchas de ellas, se hizo el silencio. De repente ya no se podía investigar más. Algo que a ojos de todo científico era susceptible de ofrecer beneficios terapéuticos, y que por tanto tenía que ser investigado, de la noche a la mañana se había convertido en algo con lo que no te debían relacionar ni de lejos si no querías arruinar toda tu trayectoria profesional, o hasta tu propia vida, considerando las repercusiones legales. Esta persecución irracional y casi inquisitorial empezó a desvanecerse a principios de los años noventa, cuando Rick Strassman realizó una serie de estudios con DMT en la Universidad de México. Posteriormente más investigadores consiguieron los permisos necesarios para realizar estudios con psicodélicos, y desde el inicio del nuevo milenio, aproximadamente, se llevó a cabo un volumen importante de estudios con dichas substancias. Hasta llegar a nuestros días en que, si cumples los estándares metodológicos de cualquier estudio científico, es relativamente fácil que te permitan ensayar con psicodélicos. Pero no pequemos de optimistas. Muchos de los que se quieran dedicar a la investigación con psicoactivos, seguramente no se encontrarán con muchos problemas a la hora de realizar su trabajo. Diseñarán estudios, sacarán conclusiones, y con suerte darán con algún hallazgo relevante. Sin embargo, este artículo se refiere a los que quieren dar un paso más, y piensan en cómo se traducirá toda esta investigación en la aplicación clínica de los psicodélicos. A ellos se les abre un océano de problemas, o en el mejor de los casos, de incertidumbre. Se encontrarán con que las ciencias de la salud pertenecen a un paradigma que rehúye de casi

todos los principios que estarían explicando, en gran medida, los beneficios de la terapia psicodélica. Me explicaré. Para poder hablar de estos beneficios es necesario hablar de la experiencia, es decir, de lo mental y todo lo referente a lo cualitativo. Ninguna experiencia con psicodélicos puede quedar al margen de la consideración de las características del individuo, su intencionalidad, el espacio y contexto donde se desarrolle el consumo, la verbalización de la misma, etc. Se asumirá entonces que la experiencia personal es relevante en el ámbito clínico, superando los presupuestos actuales de que tan solo somos la suma de nuestras partes (neurotransmisores, hormonas, etc.), y que incidiendo en esas partes solucionaremos cualquier problema. Este conflicto puede remontarse a Descartes, al posterior monismo, o hasta al existencialismo si nos proponemos abordar la cuestión de la objetividad/subjetividad; pero mejor dejemos las lecciones de filosofía a los filósofos, y sigamos a lo nuestro. El paradigma científico actual, pues, ha generado una investigación con psicodélicos que se ciñe o se adapta a sus preceptos, y gracias a ello se han hecho importantes descubrimientos. Se han descubierto sorprendentes mecanismos de acción, que también serían parte importante de la terapéutica. Caso representativo es el de la MDMA en el tratamiento del trastorno por estrés post-traumático. Este trastorno conlleva una hipofunción de la corteza frontal, zona que inhibe impulsos, regula emociones, planifica, y una hiperfunción de la amígdala, el nido de las emociones más básicas, como el miedo o la ira. Esta situación provoca que la amígdala constantemente esté enviando señales de advertencia y de peligro, colocando al sujeto en una situación de ansiedad constante, la cual no puede controlar, pues la corteza frontal, que tendría que estar inhibiendo esas señales cuando los peligros no son reales, no está funcionando correctamente. Pues bien, la MDMA tiene un efecto totalmente contrario: inhibe la amígdala y activa la corteza frontal, de ahí su posible potencial terapéutico, centrándonos en lo fisiológico. Aunque estos descubrimientos, como se ha dicho, son necesarios y primordiales, no nos podemos quedar en la posición del reduccionista que ante estas evidencias ignora todo el amplio espectro de aspectos psicológicos de la experiencia. Sin ella, los beneficios mermarían o desaparecerían. Estamos hablando de experiencias que generan una profunda introspección, que confrontan al individuo con sus temores, con sus peores recuerdos, a la vez que facilitan los procesos de integración y maduración asociados a los estados expandidos de conciencia. Para ello hace falta en todo momento una mente presente, una evaluación y una mejora voluntaria y motivada por parte del sujeto, no se trata de recetar psicodélicos como si fuesen aspirinas. En el caso antes citado de la MDMA, es necesario procesar y elaborar la experiencia vivida con la substancia, realizando un proceso psicoterapéutico antes, mientras se esté bajo los efectos de la substancia, y a posteriori. Pues es muy común que el miedo y la ansiedad asociados al recuerdo de la experiencia traumática, y por ende a su integración, se debiliten temporalmente, lo que permite un trabajo mucho más productivo y eficaz. Para ello el profesional de la salud deberá ampliar su esquema derivado del paradigma actual sin miedo a prestar atención a campos que no sean estrictamente farmacológicos u objetivos. Estos requisitos llevan implícitas ciertas ideas, a saber, que la persona es más que la suma de sus partes, que es consciente y perfectamente capaz de tomar las riendas de su vida, y que por tanto su existencia es constructiva, que no es una máquina a merced del

determinismo, etc. Estas ideas resultan bastante cercanas al humanismo, y en él podemos encontrar muchas aportaciones valiosas para el asunto que nos ocupa. Una de ellas es la descripción que hace Abraham Maslow de las experiencias cumbre. Éstas, según el autor, se caracterizan por la vivencia de: Unidad, una fuerte emoción positiva, la trascendencia de la dimensión espacio-tiempo, sentido de lo sagrado, naturaleza paradójica, objetividad y realidad de las percepciones obtenidas, inefabilidad y efectos posteriores positivos. La describe como una especie de experiencia mística (profusamente descritas en textos religiosos de todos los tiempos), caracterizada por la disolución de las fronteras personales, lo que conduce al individuo a sentirse uno con otras personas, o con toda la existencia. Es decir, a “desindividualizarse”, para hallarse en armonía con todo lo que le rodea, pues uno es el Todo, y el Todo es uno. Pareciera que Maslow estuviera describiendo los efectos del consumo de una dosis de LSD o de ayahuasca, pues las experiencias que estos psicodélicos inducen son extremadamente similares a las experiencias cumbre. Cabe destacar que, si bien muy frecuentemente éstas se definen como “místicas”, también pueden darse en marcos donde hay una total ausencia de espiritualidad, sin que la intensidad o la significancia de la experiencia sean por ello menores, pues se produce igualmente una profunda introspección en relación a cuestiones de la propia vida o existencia. Por añadidura, es necesario recordar que tampoco es la experiencia lo único terapéutico, sino su correcta asimilación e integración, procesos en los cuales están directamente relacionados los circuitos cerebrales, y por ende, nuestra biología. La respuesta definitiva está en la reconciliación entre los dos polos, y la aceptación de que aquello que sana, lo hace por su influencia tanto en lo mental como en lo físico, ergo ninguno de estos campos debe ser ignorado. Se pueden encontrar estudios científicos que han constatado los beneficios de este tipo de experiencias, entre ellos uno realizado con psilocibina, principio activo de los hongos alucinógenos del género Psilocybe (Griffiths y cols., 2006). Maslow también enfatizó la autorrealización como motivación principal del ser humano, aquello que lo impulsa cada día a mejorar y a alcanzar una determinada plenitud y sentido de vida. En el eje principal que permitiría ese estado de autorrealización sitúa a las experiencias cumbre. En una palabra, las experiencias cumbre serían la puerta de acceso a un estado de paz y serenidad interior, señal de que estamos en proceso, o ya hemos desarrollado, todas nuestras potencialidades. También señala explícitamente que tienen una capacidad curativa, pues si partimos de la teoría humanista, lo que trastorna al individuo son situaciones enajenantes que impiden su desarrollo, sin embargo a través de estas experiencias uno tendría que reintroducirse en su tendencia natural de crecimiento. Hay que mencionar que Maslow trabajó bajo la idea de que estas experiencias acostumbraban a darse de forma espontánea, o gracias al contacto con obras de arte extraordinarias, paisajes naturales, o mediante la vivencia de intensos romances. No obstante, actualmente, mediante estas substancias, podemos inducir este tipo de experiencias a nuestra merced. Pueden convertirse en herramientas terapéuticas poderosísimas en la práctica clínica. Pero para ello es necesaria una ampliación de las prácticas actuales de las ciencias de la salud, especialmente de la Psicología.

Ésta pugna constantemente por mostrarse metódica y rigurosa debido a su imperiosa necesidad de que se considere una ciencia legítima, y así dejar atrás un pasado que muchos tildarían de “turbulento”. En ese deseo de incorporarse en el terreno de las ciencias duras está dejando atrás muchas de sus posibilidades terapéuticas, tanto en el abordaje clínico como en los postulados teóricos que formula. Y más allá de eso, se está llegando al absurdo en cuanto a tratamientos basados en el modelo actual. Varios ejemplos de ello: El 85% de la varianza entre los resultados terapéuticos de la psicoterapia en general dependen de los factores no específicos, es decir, de todo lo que queda al margen de la terapia (Cooper, 2008). Un meta-análisis reciente sobre ensayos clínicos controlados y aleatorizados que investigó la efectividad de los fármacos antipsicóticos encontró que en el mejor de los casos se encontraron “mínimas mejoras” evaluadas por dos escalas distintas (Lepping et al, 2011). En este caso es particularmente preocupante la influencia del paradigma actual, pues bajo su convencimiento de que el problema era esencialmente biológico, se ha cometido un exceso de confianza en la psicofarmacología, y no solo estamos viendo que su eficacia sea cuestionable, sino que además es uno de los factores que hacen disminuir la calidad de vida de los pacientes, así como su misma esperanza de vida. La Psicología se tendría que servir de otras perspectivas para conseguir llegar a la realidad íntima de cada cual, y a través de esa experiencia interna y de la atención a las relaciones y contextos, no solo comprender procesos básicos como los anteriormente nombrados, sino intentar aprovecharlos en beneficio individual y de toda la comunidad. La aplicación de una psicoterapia asistida con psicodélicos afecta a todos los elementos de cualquier psicoterapia dada. Hay que formar psicólogos en este campo como especialistas tanto en el acompañamiento de los pacientes en dichos estados como en su posterior integración; hay que delimitar un espacio apropiado para la realización de las sesiones; hay que cambiar la concepción de salud mental, y que ésta implique no solo el cese de la sintomatología, sino estabilidad, serenidad, felicidad, satisfacción personal y emocional, realización, etc. Todos estos cambios vienen a suponer una importante revolución. Necesaria, pero detestada por todos los que participarán en ella. Unos porque creerán que nos hemos vuelto locos y que no podemos poner a alguien en una habitación y darle a continuación una dosis de LSD; otros, porque les parecerá absurdo tener que presionar tanto para poder instaurar este tipo de tratamiento. Como se puede deducir por el título de este artículo, no creo que ninguno de los que esté impulsando este tipo de cambios en el paradigma sanitario encuentre algún tipo de placer o satisfacción en sus protestas, más bien se encuentran condenados a promoverlos tan solo para que les permitan hacer lo que creen que es más correcto.

En resumen, en los próximos años se publicarán más estudios sobre el uso terapéutico de las drogas psicodélicas, e inevitablemente, desde varios sitios se seguirá proponiendo su inclusión en los tratamientos actuales. Veremos entonces distintas propuestas específicas sobre cómo construir ese espacio controlado y terapéutico en el que realizar terapias psicodélicas de forma segura, y quizá con un poco de suerte, veremos algunas de ellas en funcionamiento.

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