Sobre \"El parásito\" de Michel Serres

June 14, 2017 | Autor: Juan Gonella | Categoría: Filosofía, Psicoanálisis, Lectura
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Descripción

Sobre “El parásito” de Michel Serres por Juan P Gonella1

En rigor todos los libros nos ponen frente al desafío de leerlos. Digamos que los buenos libros nos ponen ante esa instancia única que es la lectura. No hay escritor que no haya hecho alguna consideración sobre la lectura, ya sea central o marginal, ya sea el motivo principal de lo escrito o un breve pasaje, una nota como caída de la pluma. Es que la lectura es un continente oscuro. Solemos conducirnos con cierta seguridad frente a los textos que leemos y ello no es reprochable, es más bien una decisión de lector o una costumbre: dejar la dificultad a distancia. Entonces entendemos lo que el texto dice. Usualmente ese trabajo de eliminación de la dificultad -trabajo fatigoso porque resulta incesante, y es lo que olvida aquella decisión de lector- va acompañado de una ritualización creciente y rígida, aunque el uso y la costumbre la invisibilicen en la cotidianeidad de lo conocido. Tanto en su aspecto de molicie, de placer, de despilfarro, como en su aspecto de detenido y perpetuo trabajo. Crear un ambiente propicio, una determinada disposición corporal, una extensión de tiempo preferentemente sin interrupción. Un contrato de soledad para acercarnos al libro. Un contrato de silencio para seguir el hilo. Trabajo de eliminación de la dificultad o, como lo llama Serres, eliminación del ruido; un trabajo que intenta establecer distancias con el ruido. Ignorándolo, espantándolo. Ahora bien, cuando en lo que leemos comienza a vislumbrarse más allá de lo ya conocido, más allá de nosotros mismos, un espacio oscuro, un objeto sordo, una instancia opaca y resistente es cuando se torna inminente y necesario el acto de leer. Leer, sin esperar entender, sólo para orientarnos en el desconcierto de la voces. En el fracaso de la armonía. Un paso más allá de la partitura o de la partición. Un paso más allá de la mónada y del director de orquesta. Se suele decir con frecuencia que la invención de la lectura en silencio ha sido consecuencia del nacimiento de la imprenta. Siempre existe la posibilidad de responder los problemas haciendo el camino más corto, aunque nos conduzca hacia callejones sin salida. Dead end es la voz inglesa para esos callejones. Según testimonia la pericia de Agustín fue San Ambrosio el adelantado que comenzará a leer sin mover los labios. Y no leía en silencio en la soledad de su celda, lo que evidentemente habría sido una catástrofe, sino en público para que no lo interrumpan. Dice Agustín: “Cuando leía sus ojos se desplazaban sobre las páginas y su corazón buscaba el sentido, pero su voz y su lengua no se movían”. Esto ocurría en el sigo IV en el ambiente romano del cual tenemos herencia directa. 1Este artículo fue escrito con motivo de la presentación del libro de Michel Serres, “El parástio” recientemente publicado por Colectora Editorial en la ciudad de Rosario en diciembre de 2015.

Otra cosa es la lectura a la que nos invita Maimónides. Me tocó encontrar hace algunas semana en la Guía de Perplejos la siguiente cita que traduzco para ustedes: "Si escuchamos a una persona hablar una lengua que no conocemos, indudablemente sabemos que habla pero no lo que significan sus palabras; puede sucedernos el oír alguna palabra la cual signifique una cosa en la lengua del hablante y exactamente lo opuesto en nuestra lengua y tomando la palabra en el sentido que tiene en nuestra lengua imaginamos que el hablante la uso en ese sentido habitual." Un abismo separa a ambas tradiciones. El primero rechaza la voz alta, la interpretación del texto, la puesta en escena por temor, por precaución frente al otro. Para que no interrumpa. Un soñador. Mientras el corazón busca el sentido es inevitable que la voz este quieta. El segundo, en cambio, está perdido en la búsqueda del sentido. Lo único que lo orienta es la perplejidad frente al otro. Es con el otro y por el malentendido con él como avanza el lector. El libro quizás esté escrito en una lengua que no conocemos y nos toca preguntarle puesto que no sabemos lo que significan sus palabras. Ápice del malentendido. Aquí los lectores están entre lectores hablando lenguas desconocidas e intentando una orientación. Aquí los lectores le hacen lugar, se dejan hospedar por lo desconocido, le dan lugar al parásito, al ruido que corroe la información. Aquí los lectores tropiezan con el texto, con las líneas resistentes, con los objetos sordos. Es necesario que escriban lo que leen, que se lo cuenten a otro, que se pasen. Pero eso funda otro nivel de organización. Serres escribe hacia el final del apartado que llama Música: “no dejen de escribir en el revés del azar, del desorden, del ruido, en el revés de las propias circunstancias y directo sobre su carne, una pequeña música-armonía, para el otro y con él.” Este libro es uno de esos libros que nos ponen inmediatamente ante la pregunta de cómo leerlos. El parásito, que no es un concepto sino una ebullición de depredación, nos llama a la interpretación, a inventar un artefacto que nos permita leerlo; orientarnos provisoriamente en el ruido y así sentarnos a la mesa hasta la próxima interrupción o hacia la próxima indigestión. Es también un libro musical que exige del lector buen oído o por lo menos buena predisposición para seguir la nota. Sigan la nota y no hagan teoría, nos sugiere Serres. Solamente ellas -las notas- y con suerte el acorde, el estremecimiento del grano de sal de las séptimas -hay quienes las censuran, esos son los devotos- y con suerte el acuerdo momentáneo hasta que la pluma cae de las manos. El mismo Serres insiste en que su libro está escrito a muchas voces. No, miento. Está hablado a muchas voces e incluso cantado a muchas voces. La cacofonía occidental. Llamemos a Hermes para que traduzca en las fronteras mientras Moisés lleva a cuestas por el largo desierto la caja de Pandora, el Tabernáculo, la cajita musical. El legislador escribe, copia y traduce trasnochado los sonidos, los ruidos. Escribe, copia y traduce auxiliado por la gramática universal, es más, por la

voluntad general. Luego verá, cuando con ayuda de los vientos las tinieblas se dispersen para luego retornar, que esa voluntad es atroz. Trata de ordenar los disjunto que aborrece y teme. Y Hermes le recuerda al legislador en la intersección vacía de su conversación que "si sólo hubiese orden, si sólo oyésemos acordes perfectos, nuestra imbecilidad caería pronto en un sueño sin sueños; si estuviésemos envueltos permanentemente en el ruido discordante, perderíamos el aliento y la consistencia, nos dispersaríamos en medio de los átomos danzantes del universo. Somos, vivimos, pensamos, en el límite, en lo probable alimentado por lo inesperado, en lo legal alimentado de información." Mi artefacto hoy llega hasta aquí donde las olas agitan nuevamente el murmullo, donde el ruido regresa y se hace lugar, alimenta un nuevo orden. De las circunstancias nace una organización, una lectura, como Afrodita sale de la ola.

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