Sobre ´Cuervos de la memoria´[2014]

June 14, 2017 | Autor: Roberto Lépori | Categoría: Militancy, Militancia Política, Dictadura Militar Argentina, Leopoldo Lugones, Militancia Barrial
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Descripción

Tabita Peralta Lugones. Cuervos de la memoria [2014]. Familia, literatura, política y vuelta a los 70. [Roberto Lépori] A inicios de 2014, Tabita Peralta Lugones publica Cuervos de la memoria. Los Lugones, luz y tinieblas [Ediciones de la Flor] y repite, en apariencia, la ristra de glorias y de desdichas de la familia fundada por Juana y Leopoldo a fines del siglo XIX. En un rápido repaso, la familia Lugones fue tema de Eduardo Muslip en Fondo negro. Los Lugones: Leopoldo, Polo, Pirí [1997]; de Jorge Boccanera en Pasión de los poetas [2002]; de Marta Merkin en Los Lugones, una tragedia argentina [2004]; de María Seoane en Bravas. Alicia Eguren de Cooke y Susana Pirí Lugones [2014]; conoció la versión fílmica de Paula Hernández en Familia Lugones. Un viaje a la historia argentina del siglo XX [2007]; fue capítulo televisivo del programa Secretos de Familia [2008] conducido por Magdalena Ruiz Guiñazú; tuvo este año 2015, una versión teatral en base a la dramaturgia de Cristian Palacios y, finalmente, registra una serie de cuatro programas emitidos por Canal Encuentro bajo el título Juntapapeles y con Tabita como protagonista (en una suerte de réplica libre del propio Cuervos de la memoria). El patrón narrativo de esas intervenciones entrelaza historia familiar y nacional: los avatares ideológicos y amorosos del poeta Leopoldo; la sensibilidad gore de su hijo Polo, adicto a la picana en los subsuelos del Estado; la militancia de Pirí, su secuestro, tortura y desaparición; militancia que es también una carrera desesperada contra el dolor por haber perdido un hijo, Alejandro, joven suicida que se mimetiza con las muertes por mano propia de su abuelo Polo y de su bisabuelo Leopoldo; el exilio o huida hacia otros mundos de la veinteañera Tabita, hermana de Alejandro, hija de Pirí, nieta de Polo; etcétera. Cada una de estas instancias se tejió en la intimidad del hogar y fue exhibida en altares públicos. El libro que es memoria, testimonio, diario, novela, recoge el mandato de la estirpe femenina: ´aprendé historia porque la historia de nuestro país tiene mucho que ver con la historia de nuestra familia´. Cuervos de la memoria reafirma la especulación de que a la saga lugoniana la comienzan los hombres y la consolidan sus mujeres. Una foto familiar de 1925 encadena cinco generaciones desde una neonata Pirí hasta su tatarabuela, e invade la tapa del libro (“y no aparece ningún hombre, salvo quizás el fotógrafo”). En esa beligerante tradición femenina se inserta Susana Tabita Peralta, nacida en 1949, y hoy, por necesidad o por interés, exorcista de mieles y de miasmas familiares. Una de las versiones acerca del inicio de la escritura corresponde a un breve escrito, “Luz y tinieblas en mi familia, los Lugones” [Clarín, septiembre 2013]. Tabita rememora: “Todo empezó después del Juicio a las juntas militares con la reivindicación de Pirí Lugones, mi madre. Las periodistas Analía García y Marcela Fernández Vidal preparaban un libro homenaje a Pirí [Testimonios sobre Susana Pirí Lugones, editado por la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires, 1995] y me pidieron un texto. Aquellas tres páginas me hicieron recuperar mi propia historia y empecé a escribir Retrato de Familia, que entonces se llamaba La mort dans le miroir… Yo misma lo traduje y se publicó en 2009, muchos años después de haberlo escrito.” Fue Retrato de familia un híbrido entre testimonio, dramaturgia y novela que sirvió de base al mucho más extenso y, en algunos casos, documentado Cuervos de la memoria, en definitiva, una reescritura. La repercusión de ambos libros fue moderada. Al día de hoy en una búsqueda virtual básica, las reseñas, en conjunto, no superan la decena. ¿Saturación temática?

¿Anecdotario conocido? ¿Estilo verborrágico? ¿Débiles contactos con el mundillo de los suplementos, de los mecenas, de los promotores culturales? (Ediciones de la Flor, vale decirlo, remite al antiguo vínculo entre Pirí y Daniel Divinsky.) Acaso la respuesta ronde todas esas causas. Por mi parte, intuyo que Tabita escribe desde una voz extemporánea, inclasificable, imposible de encausar en los carriles más o menos conocidos de los paradigmas ideológicos que, con sus lastimeras ortodoxias, fatigan el éter vernáculo. Y a ese rasgo de extrañeza dedicaré esta tardía reseña. Cuervos de la memoria supera apenas las doscientas ochenta páginas, está dividido en tres partes indicadas con números romanos y comprende treintaiún capítulos. La narración está modulada en tercera persona y, sin sistematicidad, mantiene un recorrido cronológico desde el momento en el que Pirí niña –y ya con la enjundia de una desbocada amazona- descubre en un periódico que su padre Polo es acusado de sádico torturador hasta una Tabita adulta quien, impulsada por el libro homenaje a su madre, acepta la necesidad de escribir. Hacia el final del libro dice Tabita: “Escribir entonces el pasado. Recordar desde atrás… Voces de mujeres, de otras mujeres que la hacen y la rehacen también a ella, voces que recordaron en otros momentos a otras mujeres… Escribir para que esta historia sea la propia y nadie se apropie de la historia que le corresponde escribir. Las voces de las mujeres de esta familia recorren más de un siglo silenciosas, despojadas de lo más importante, de sus propias vidas en nombre de. Todas han cometido errores, han –hemos, se dice Tabita- sido violentas, violentadas… Hoy, ahora, todos le quieren contar su propia historia… como si ella ya no estuviera para decir cómo fue en realidad.” [Capítulo 30, p. 253] Pero Tabita está. Su incesante memoria desborda la habilidad lectora haciendo imposible una reseña en sentido estricto. Un puñado de capítulos, retoño de libro dentro del libro, tal vez condense esa extraña voz disonante incluso en el desquiciado mapa ideológico argentino. El capítulo veinte de Cuervos de la memoria –“Tabita encuentra al ángel de la libertad”- comienza con la salvaje adolescencia: Tabita abandona su hogar, queda embarazada, aborta, conoce a un hippie fumón, se enamora, duerme en la calle, deambula, viaja a Brasil, pierde a su hippie, regresa a Buenos Aires sola para verlo salir de la cama de su madre, busca trabajo, se va a Córdoba, ve el Cordobazo, retorna entusiasmada y Pirí que le grita que qué revolución, que para cuándo, que se va a dar cuando ya no sirva. A partir de ese fulgor, la episódica militancia de Tabita. Primer episodio: “Una noche, le traen [al departamento] a un obrero gráfico, herido y quemado, porque ha estallado una bomba en un local donde imprimían.” [p. 159] Tabita lo ayuda y lo atiende, y cuando el obrero se siente un poco más vivo, avanza sobre ella para forzarla como tantos hombres en su familia hicieron con jóvenes y niñas. Tabita se niega a esa violencia y a la otra. “Sabe que algo está a punto de cambiar. Y también que ella no participará de ese cambio. La detiene la violencia. Esa violencia como solución ideológica, amparada por la inteligencia general. Baader, las brigadas rojas, las barbaridades, los secuestros, la muerte violenta siempre como bandera, la muerte de los otros… Tabita se asusta…” [p. 159]. Amigos que van al puerto a irse, Tabita que los despide, y el reencuentro con Diego, vecino del edificio del Hogar Obrero, un corto romance y un día –segundo episodio- “…la mandan a Uruguay a buscar armas de los Tupamaros en una zona apartada de Montevideo… Nunca, ni cuarenta años después podrá entender su inconsciencia… y pasarán años antes de que Tabita comprenda que fueron ellos, esa generación de desesperados, como sus padres, la que envió a la muerte a tantos chicos y chicas jóvenes.”

[p. 161]. Para Tabita compromiso político es suicidio colectivo. “Una idea mágica de una revolución que de todas maneras no funcionaría en ninguna parte…” [p. 162]. Tercer episodio: “…la acción era poner una bomba en el Círculo Militar… Llegó tarde a su casa y tembló en la cama, muerta de miedo pensando que quizás había matado a alguien. Y a partir de entonces su compromiso sería otro, definitivamente.” [p. 162] En ese espacio en el que medio siglo atrás el laureado Leopoldo sudaba esgrima para luego visitar a su jovencísima amante Emilia, el quiebre. El día de su cumpleaños número veinte, Tabita conoce a un hombre seis años mayor: “…no lo sabía aún, pero fue la posibilidad de dejar Buenos Aires, la militancia, las oscuras pasiones de sus padres, la terrible historia familiar, como si al alejarse pudiera evitar su propia historia para siempre. El viaje a la otra orilla era vital.” [p. 162] El tres de junio de mil novecientos setenta, deja el país. Días antes había bautizado a Montoneros el secuestro de Aramburu. “Juntapapeles”, capítulo número veintiuno, explicita el mecanismo. “Tabita ha recuperado en los últimos años y por razones especialmente dolorosas los papeles de los otros miembros de su familia… Las cartas de Pirí, el diario de Alejandro el suicida, el libro de oro de Carmela y Marcos, los rescatados pedazos de papeles escritos por su padre, la tristeza de los papeles ajados del Poeta…” [p. 163] Y nuevo mandato que es una nueva versión de su inicio de escritura: “Los papeles se han juntado y Tabita sabe que tiene una obligación de sobreviviente. Reunirlos, atarlos, dar a conocer una historia y un pasado, ordenadamente. Rescatar el olvido, la sucia realidad de cada época, de cada maldad o ignominia o renuncia o bajeza.” [p. 164] Sobreviviente que cuenta la sucia realidad de una época. A inicios de la década del setenta Tabita deja el país y admite como único consuelo recibir, desde Argentina, cartas de Pirí a quien nunca más verá. Entre carta y carta transcripta, las razones para ese imposible reencuentro. “Los hijos de Tabita no tendrán la abuela que se merecían… La ausencia fantasmal para explicar la muerte en los campos de detenidos…” [p. 168] Le cuesta comprender que ´los hombres hayan decidido organizar una matanza tan perfecta´, y “…de los dos lados”. Tabita habla y escribe con un doble descuido y por eso, acaso, la extrañeza y el carácter inclasificable de su discurso y de su postura. Escribe sin percatarse del tabú que merodea la ´teoría de los dos demonios´ y, en consecuencia (aunque se trate esta consecuencia de una falacia) escribe sin reconocer, en el país que dejó hace más de cuatro décadas, esa pose que es la grieta. Para Tabita, la lucha revolucionaria de los años setenta fue una guerra civil impulsada por los grupos de izquierda para alcanzar el poder. “De un lado, las razones que hicieron que Tabita se marchara. La decisión de aquellos ´hombres nuevos´, dispuestos a asesinar por sus ideas… No está dispuesta a matar. Y lo discute con los popes del pensamiento… que eran justamente los amigos o los amantes de sus propios padres. Porque aquella locura estaba en todos, de los dos lados, indiscutiblemente. Armar a una generación entera. De alguna forma, Tabita siente que la estaban engañando…” [p. 172]. Por mucho tiempo, creyó que era una cobarde que no quería un cambio revolucionario. Los capítulos subsiguientes están plagados de muertes y de muertos: el suicidio de su abuelo Polo (capítulo veintidós); una visita a los primeros desaparecidos-asesinados durante los setenta (capítulo veintitrés); el suicidio de su hermano Alejandro (capítulo veinticuatro) al atravesar una calle lateral de la militancia política, calle que también reverdece en los sesenta y que también culmina en el desastre. Alejandro se suicida en el Tigre: “Los muertos quietos contra el fondo del lodo de ese río de color sucio y marrón. Aguas quietas, calmas, movidas por las lanchas que pasan como si no fuera misterioso el

momento de las muertes. Los desaparecidos duermen con los ojos abiertos de pánico en el fondo de ese río.” [p. 206] Y en ese río tal vez estén también Pirí y Walsh quien se refugió en el Tigre, así como por un tiempo entre los brazos de la madre de Tabita. El capítulo veinticinco se titula “El principio del final”. Cuenta: “En todo caso, entre 1971 cuando se mató Alejandro y 1977 de su desaparición, Pirí entra a militar en Montoneros. Algo que nunca dijo en ninguna carta que recibiera Tabita pero que el tiempo ha demostrado. Aún hoy le cuesta comprenderlo.” [p. 207] Tabita intenta creer que el propio compañero de su madre, que el antiguo amor por Rodolfo Walsh (a quien, por otro lado, favoreció en su carrera literaria), la amistad por Paco Urondo, condujeron a Pirí a la lucha armada. “Y es difícil concebirlo ahora ella tan antiperonista en mi recuerdo. ¿Qué le hizo pensar que aquellos ´cuadros´ podrían ser tan inteligentes como ella?” [p. 207] Algo semejante piensa sobre la ´honestidad´. “La directiva de Montoneros que también estaba residiendo en Madrid y en Roma, a salvo, decidió que no había que agitar desaparecidos, que hasta que no tuvieran unos cinco mil muertos… no se podía negociar con los militares… y había amigos de Pirí de toda la vida en aquella directiva de Montoneros.” [p. 212] Inconcebible: “Para darse un esbozo de explicación, se ha pasado los últimos años recuperando manuscritos, escritos, cartas de los muertos, papeles y papeles que se hacen montañas y Tabita quisiera contarlo.” [p. 209] El interrogante: “Lo que Tabita se pregunta es qué pasó en esos siete años entre que ella se marchó de Buenos Aires y su madre desapareció. Lo increíble, todo lo increíble que pudiera saber ella de Pirí, hasta entonces, no contemplaba que entrara en ese disparate ideológico.” [p. 208] Tabita, la sobreviviente, quiere y se ha propuesto ´reunir, atar, dar a conocer una historia y un pasado ordenadamente´, sin embargo, Cuervos de la memoria no es nada de eso. No hay orden, no hay (casi) cronología, hay acumulación y no ataduras, hay repeticiones y vueltas concéntricas como si se tratara de una escritura esquizo que intentara dar cuenta de lo inenarrable del desquicio familiar. “Ella sabía que sus padres vivían en un cóctel, en un gran recipiente, mucha psicología, un poco de lisérgico aconsejado por el médico de cabecera, un egocentrismo sin límites, mucha lectura y sus autores, mucha guerrilla y a beber, que son dos días.” [Capítulo 12, p. 97] Perdida en esa familia poco convencional, recupera y reivindica lo que es suyo, y sabe que “…está interviniendo, inventando, que su recuerdo lo ensucia todo, lo modifica, lo hace arder en las llamas del infierno”. [Capítulo 12, p. 97] Cuervos de la memoria es una cartografía del infierno familiar: violentos, perversos, sádicos, adictos, tullidos del alma. La lectura del caos en episodios conduce al abismo, facilita ser presa del vértigo y de las náuseas de andar sin eje, ni centro. Escribe ella con la marca de la expulsión en la tensión del desorden: “Muchos años después Tabita comprenderá que no se exilió de un país, ni de la historia de un país: ella fue una exiliada de la familia.” [Capítulo 12, p. 97] Caos organizativo y disonancia ideológica. Tabita lo dice mal a los oídos locales -su antiperonismo acuñado en los cincuenta, atrasa-, lo dice sin la pátina de corrección política que barniza el discurso de quienes revisitan el pasado nacional. Descreída de la familia, lo es también de esa otra entelequia, la ´nación´. Escribe desde afuera de ambas. La contratapa de Cuervos de la memoria –que incluye la deliciosa hipérbole de hacer de Leopoldo director de la Biblioteca Nacional, cargo que, en realidad, rechazó cuando se lo ofrecieron por sus servicios declamatorios a favor del golpe de Estado comandado por Uriburu-, esa contratapa reincide en los inicios de la escritura desde el exilio: “Con una pesada herencia cuyo peso aumentaría con los años, Tabita Peralta Lugones hizo su vida en París, escribió novelas que otros firmaban, dirigió revistas…, crió cinco hijos… Y un día,

sedimentado el recuerdo, domados los cuervos de la memoria, frente al mar de Vilanova i la Geltru, se sentó a escribir.” Tabita firma Cuervos de la memoria con la doble prosapia de los apellidos Peralta (paterno) y Lugones (materno). En su libro anterior, Retrato de familia, solo aparece el ´Peralta´ heredado de un padre artístico que se hacía llamar Carlos del Peral. Hacia atrás, en sus actividades literarias, el anonimato o la confusión pulp: fue lectora para editoriales, tradujo decenas de autores franceses, hizo de ´negro´ (ghostwriter) de algún novelista, editó revistas eróticas y fue autora de novelas de quiosco, Las violadoras y La mujer inmediata. En el erotismo, en las perversiones disimuladas, en la indagación y en la defensa del deseo femenino frente o junto a la rapiña, en los ocultamientos, en las mentiras, en los silencios, en lo espectral de su voz, en el recorrido desde escribir sin firmar hasta la inserción del sacrosanto apellido en la tapa de su último libro, Tabita juega a convertirse en escritora: “La película [de Paula Hernández] sobre su familia… le trae lo único que su familia puede movilizar a la distancia. Imágenes. Porque vivimos de ellas, porque la literatura sobre la familia ya se la puede montar ella solita.” [Capítulo 30, p. 258] Por acumulación, por repetición, por tergiversación y explicitación, trabaja Tabita el informe material del anecdotario familiar. Escribe enfrentándose a mentiras, a secretos, a trampas. Escritura esquizo que entronca con la tradición oral de su madre Pirí que, pequeña, descubre en la estirpe femenina de los Lugones el mandato y la estrategia: “…la manera de ocultar sus propias taras, consiste en contar las de los otros”. Tabita es una sobreviviente y, al borde de la necrofilia, escribe mientras los dedos largos y los brazos largos de los esqueletos la llaman, mientras los fantasmas convertidos en esqueletos salen del río y se mezclan en la orilla con ella y ella entonces no es ella sino quien fue [p. 178]. Tabita escribe desde aquel lejano límite en el que, alambrado de por medio, la locura invita a charlar a la razón. Su escritura es un abismo repleto de esqueletos que invita a leer hasta donde la sangre de cada uno lo permita.

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