Sistemas productivos y movilidad indígena entre yaquis, mayos y guarijíos. 2012

May 24, 2017 | Autor: J. Moctezuma Zama... | Categoría: Etnografía, Migración, Sistemas Productivos
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Descripción

Movilidad migratoria de la población indígena de México: las comunidades multilocales y los nuevos espacios de interacción social / coordinadores Margarita Nolasco y Miguel Ángel Rubio. - México: Instituto Nacional de Antropología

e Historia, 2012.

484 p.: fotos, il.; 26 cm. - (Colección ISBN: 978-607-484-220-3 ISBN: 978-607-484-2t8-0

Etnografía de los Pueblos Indígenas de México. Serie Ensayos)

Volumen TI Obra completa

1. Migración rural-urbana - México. 2. Grupos indígenas- Emigración e-inmigración - México. 3. Etnicidad- México - Aspectos sociales. l. Nolasco Armas, Margarita, 1929-2008, coord. II. Rubio Jiménez, Miguel Ángel, coord. III. Serie. LC: GN370 M68

Primera edición: 2012 D.R.©

Instituto Nacional

de Antropología e Historia

Córdoba 45, Col. Roma, C.P. 06700, México, D.F. [email protected] ISBN: 978-607-484-220-3

Volumen II

ISBN: 978-607-484-218-0

Obra completa

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DEJAR LA TIERRA, BUSCAR SISTEMAS

INDÍGENAS

LA VIDA.

DE MIGRACIÓN

EN LA FRONTERA

SUR

Margarita Nolasco Armas (coord.), Marina Alonso Bolaños, Miguel Hernández Díaz. Rodrigo Megchún Rivera, Hadlyyn Cuadriello

Olivos y Ana Laura Pacheco Soriano

227

INTRODUCCIÓN

294

COMENTARIOS

FINALES

297

13IBL!OGRAFÍA

MAYAS EN MOVIMIENTO: MOVILIDAD LABORALY REDEFINICIÓN DE LAS COMUNIDADES MAYAS DE LA PENÍNSULA Ella Fanny Quintal Avilés, Juan R. Bastarrachea Manzano, Fidencio Briceño Chel, Pedro Lewin Fischer, Martha Medina Un, Teresa Quiñones Vega y Lourdes Rejón Patrón PRESENTACIÓN MIGRACIÓN INTERNA Y MOVILIDAD MOVILIDAD

POH. TRABAJO EN LA PENÍNSULA

POR MOTIVOS OCUPACJONALES

DE YUCATÁN

EN LA ZONA EX HENEQUENERA

305 307 310

MJGR.A.C!ÓN j\'[AYA INTERNACIONAL

378

ALGUNOS COMENTARIOS

409

BJBLIOGRAFÍA

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SISTEMAS PRODUCTIVOS Y MOVILIDAD INDÍGENA ENTRE YAQUIS, MAYOS Y GUARIJÓS José Luis Moctezuma Zamarrón, Hugo Eduardo López Aceves y Claudia Jean Harriss Ciare INTRODUCCIÓN MOVJL!UAD

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EN LA REGIÓN: ANTECEDENTES

LAS POSTRIMERÍAS TENENCIA

HISTÓIUCOS

DEL SIGLO XIX O EL CAMH!O DE LAS ESTRUCTURAS

DE LA TIERRA Y REFORJV!A AGRARIA

CENSOS Y MIGRACIÓN REDES MIGRATORIAS

428 430 434

CON FlL!ACJÓN ÉTNICA Y REDES MIGRATORIAS

NEUTRALIZANDO CONCLUSIONES.

422 REGIONALES

LA TDENTlDAD

PROCESOS DE CAMBlO EN LAS COMUNIDADES

460 462 463

BIBLIOGRAFÍA

TRASHUMANCIA Y TRANSFORMACIONES COMUNITARIAS DE LOS RALÁMULI DE LA BARRANCA Ana Paula M. Pintado

469

INTRODUCCIÓN

470

EL ENTORNO ANTECEDENTES

HISTÓRICOS Y CONTEXTO CULTURAL

LA COMUNIDAD

TARAHUMARA

DESCRIPCIÓN OTRAS FORi\lAS

DE LA TRASHUMANCIA DE MOVILIDAD

TRANSFORMt\CIONES REFLEXIONES llrBLIOGRAFÍA

FINALES

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SISTEMAS PRODUCTIVOS Y MOVILIDAD INDÍGENA ENTRE YAQUIS, MAYOS Y GUARIJÓS

José Luis Moctezuma Zamarrón Hugo Eduardo López Aceves Claudia lean Harriss Clare

INTRODUCCIÓN

El objetivo de este ensayo es ofrecer un panorama histórico general sobre las actividades económicas y las estrategias de movilidad entre los yaquis, mayos y guarijós, así como comprender los efectos resultantes en sus comunidades de origen. Sin embargo, a partir de la evaluación del estado que guarda la migración entre los pueblos analizados, trataremos de mostrar que en la región el fenómeno migratorio se entiende más bien como la facultad de apropiación que estas etnias ejercen sobre su territorio, es decir, de su capacidad de movilidad interna. Este fenómeno de ninguna forma es producto exclusivo de la llamada globalización; por el contrario, es el resultado de la suma de todos los factores constitutivos de la modernidad, mismos que se compaginan con la persistente refun cionalización de las estrategias de movilidad indígena, a la par de sus actividades económicas, las cuales incorporan selectivamente una gama de opciones ligadas al mercado de trabajo regional. No intentarnosnegar aquí la existencia de flujos migratorios como una alternativa en la vida de los yaquis, mayos y guarijós en tanto decisiones colectivas o individuales; más bien pensamos que los desplazamientos de población se han caracterizado históricamente por una movilidad tanto interna como regional. En este trabajo entendemos por movilidad interna el cambio temporal o permanente dentro del ámbito del territorio tradicional, culturalmente delimitado por una serie de mitos, factores ecológicos y económicos, prácticas ceremoniales y relaciones de parentesco, entre otros. Por su parte, la movilidad regional implica un movimiento de ida y vuelta a lugares fuera de su territorio tradicional, pero dentro de un área de influencia regional, sobre todo a los polos de desarrollo, como las ciudades agroindustriales de Obregón y Los Mochis, los puertos de Topolobampc y Guayrnas, o bien ciudades con industria rnaquiladora, por ejemplo Empalme, Hermosillo o Nogales, esta última ciudad fronteriza y de tránsito para quienes buscan trabajo en Estados Unidos. Finalmente están los valles agrícolas por temporada, como Caborca y el Valle de Culiacán, que permiten a los miembros de los grupos étnicos pasar un 419

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periodo específico en esos puntos y, al terminar la labor, regresar a sus comunidades de origen. Lo mismo sucede con algunos prestadores de servicios, como los albañiles o los trabajadores de la industria pesquera y quienes ayudan en el servicio doméstico; pasan una temporada en sitios a veces lejanos, pero al terminar su labor, o cada determinado tiempo, vuelven al seno de la comunidad. La movilidad interna como práctica cotidiana de los individuos puede involucrar amplios desplazamientos, ya sea en caminatas, a caballo, en bicicleta o, si son más largas, en camión o en raite, sin abandonar del todo su propio entorno sociocultural. Así, al poseer los indígenas una noción del espacio acorde al territorio que habitan y la separación que media entre sus pueblos y rancherías, y aun con las ciudades de su región, la percepción de las distancias funciona en torno a las necesidades colectivas e individuales, sin ser una preocupación en sí misma la distancia física; por ejemplo, entre los mayos y los guarijós no es raro que el alawasin (mayo) o el maynante (guarijó)1 tengan que trasladarse lejos de su comunidad municipio e incluso cruzar las fronteras estatales, para contratar a los danzante y músicos que en su comunidad o comarca no encontraron. Además de los desplazamientos que por razones de trabajo pueden implicar tanto las temporadas de pizca en campos de cultivo de enervantes, productos agrícolas o simplemente el mero aprovisionamiento de alimentos y demás insumos. Probablemente, en lo general, la noción de distancia para los indígenas del noroeste se considera por la relación entre las irregularidades del terreno y las horas necesarias para recorrer el trayecto de un punto a otro, de tal suerte que su medición en kilómetros no es del todo adecuado, ya que en ocasiones son los tiempos de viaje los que marcan sus travesías. Por ejemplo, independientemente del medio de transporte utilizado, un viaje de tres a ocho horas podría ser aceptado como "normal': especialmente si considerarnos las particularidades del territorio que habita cada grupo, caracterizado por extensas dimensiones entre las comunidades. En contraste, si bien en la movilidad regional existe el cambio de residencia temporal o permanente, ésta puede ocurrir fuera del territorio tradicional hacia otros puntos de atracción económica, independientemente de que sean rurales o no. En la movilidad regional los individuos encuentran una alternativa para satisfacer tanto sus necesidades económicas como de acceso a toda una serie de servicios, ofertas de trabajo e incluso aquellas gue les permiten fabricar nuevas expectativas de desarrollo personal; por ejemplo, la educación, una opción más entre las disponibles en ámbitos preponderantemente urbanos. Por otro lado, la comprensión contemporánea de la movilidad regional parte de la importancia histórica de la tenencia de la tierra, desde la formación de ejidos ligados a la reforma agraria hasta el desarrollo de la agroindustria de Sonora, Sinaloa y Chihuahua, y la presencia en aumento del rentismo. En su conjunto, estos aspectos impactan el flujo de movilidad entre las distintas subregiones, sin olvidar por supuesto las relaciones de poder y los conflictos interétnicos por el control de los recursos naturales.

Encargados

ceremoniales

de "enganchar"

( contratar)

a los músicos y danzantes

420

de paseo la y venado.

Sistemas productivos y movilidad indígena entre yaquis, mayos y guarijó

La movilidad regional, como fenómeno ligado directamente a los distinto factores estructurales del poder, se aprecia históricamente en la región mediante las rebeliones indígenas. A estas reacciones contundentes ante los abusos del poder gubernamental, se correspondió con masacres, deportaciones a regiones cercanas o lejanas, trabajo forzado en las minas locales y, aún en el siglo XX, con el peonaje, situaciones que entre los grupos de estudio impusieron distintas respuestas según su visión de vida y su relación con la tierra y sus territorios tradicionales, expresiones que se sintetizan en un fuerte arraigo al terruño que, por otro lado, explica un tanto la tendencia de estos pueblos a regresar a sus comunidades nativas. Gracias a la producción agrícola, en lo general la actividad preponderante en las comunidades de origen, la movilidad interna y regional sigue funcionando actualmente de manera estratégica, admitiendo tanto los cambios estructurales como la continuidad cultural. Sin embargo, es importante comprender los motivos y experiencias individuales encontrados en algunos testimonios y el auxilio de dos conceptos clave: la idea de la "neutralización de la identidad étnica" (cf O'Connor, 1989; Moctezuma, 1999) y el establecimiento de redes sociales (Moctezurna, 2001). Así, podemos distinguir entre las redes migratorias que mantienen su afiliación étnica y las redes migratorias con una neutralización de la identidad. Esto último representa espacios sociales donde los migrantes indígenas buscan incorporarse dentro del grupo nuevo sin obviar su etnicidad. Tal estrategia es evidente cuando viajan a las ciudades de la región buscando trabajo temporal, donde abandonan el uso de la lengua y adaptan su vestimenta al esquema regional típicamente norteño, de modo que el ejercicio de sus costumbres, identidad o lengua, lo volverán a manifestar hasta regresar a su territorio nativo. La habilidad de neutralizar la identidad frente a los "otros" posee una doble respuesta; por un lado, responde, según constatan los testimonios, a la discriminación y racismo latente que enfrentan los indígenas en las ciudades norteñas, corno se advierte entre los yaquis y mayos al notar que los jóvenes tienden a "neutralizar en ciertos momentos su identidad étnica" (Moctezurna, 1999: 56), y por el otro, al asumir y manejar los códigos ( que por otra parte pueden implicar prestigio para quien los usa) y vestimenta de la sociedad dominante norteña. Los indígenas se permiten ejercer una amplia movilidad regional sin ser el "otro" que los demás identifican; por ejemplo, los migrantes indígenas sureños, al no contraer las maneras locales, son identificados por términos como "oaxaquitas', o aún más, como "guachos", es decir, un término peyorativo que denomina a toda la gente que viene "del sur".2 Si la idea de la neutralización de la identidad posee cierta eficacia para quienes la practican, ésta parte un tanto de lo que implica su percepción de lo urbano, la

Al parecer, la noción "del sur" representa una síntesis para los "norteños" en general, que parte del aislamiento histórico que durante siglos, y particularmente a finales del XIX, vivieron respecto del centro del país entidades como Chihuahua y Sonora. Estados que padecieron las invasiones apaches afrontadas con sus propios recursos y sin auxilio del ejército federal (Alonso, 1995). A través del abandono que impuso el centralismo en la escala administrativa, económica y política, surgió esta idea, actualmente un tanto ambigua, que aglutina un sentimiento de diferenciación respecto del resto del país, a veces en términos de una pretendida superioridad, particularmente en el plano económico, así como su proximidad con la cultura norteamericana. 421

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cual probablemente tiene una connotación distinta en el noroeste de México, pues los núcleos citadinos entran en la lógica de un proceso de "urbanización" del modelo llamado farmer. Dichos centros se conformaron a partir de las necesidades de los rancheros y agricultores, y en su turno, los pueblos manzaneros ( Sariego, 1999), lo que dio pauta a que estos núcleos rurales o pueblos se transformaran en centros urbanos que posteriormente vieron estimulados su desarrollo por la creación de sistemas de riego y la apertura de caminos que conectaron la sierra con los valles; por ejemplo, Navojoa y Ciudad Obregón en Sonora, Cuaúhtemoc, Jiménez y Delicias, entre otros, en Chihuahua, y Los Mochis y Guasave en Sinaloa. La urbanización de estas "ciudades agrícolas" (Sariego, 1999) ha permitido en lo general que los indígenas amplíen el alcance de su territorio en términos de redes sociales, e incluso de la reproducción de la organización cotidiana y doméstica, fácilmente percibida en la distribución de los espacios de sus viviendas. Por ejemplo, aun estando en la ciudad, mayos, guarijós y yaquis suelen separar el baño y la ducha de la casa, como se aprecia en los solares de sus rancherías, e incluso duermen al aire libre. Recapitulando, a pesar de que los indígenas residan, trabajen o estudien en otros sitios, ya sean urbanos o rurales, distantes o no, la movilidad interna y regional a la sombra de una cierta cultura mestiza regional' les ha otorgado un sentimiento de pertenencia en toda la región, sin, finalmente, considerarse migrantes en su propio terruño. Así, paradójicamente, a pesar del cambio de residencia o sus traslados porrazones de trabajo a puntos relativamente lejanos, la relevancia de las movilidades interna y regional reside en la identidad étnica indígena, es decir, en su aplicación. De tal suerte que el éxito de la movilidad regional repose precisamente en la neutralización de la identidad, que funciona conjuntamente con las redes sociales establecidas. Esto propicia la facultad de aprovechar el mercado de trabajo al asimilar el contexto de la cultura mestiza regional, lo cual permite, en algunos casos, la plena adaptación y explotación de los indígenas en distintos puntos de la geografía regional.

MOVILIDAD EN LA REGIÓN: ANTECEDENTES HISTÓRICOS

Desde la época colonial los movimientos migratorios han formado parte de las dinámicas económicas, poblacionales y aun identitarias de yaquis, mayos y guarijós. Tales procesos han dejado su rastro en las características actuales de estos tres grupos vecinos de Sonora, Sinaloa y Chihuahua. En la configuración histórica de nuestra región, donde la lejanía del centro político y nacional se construyó como un referente casi mítico, su desarrollo se ajustó al ritmo de sus propias reglas y circunstancias, que para los grupos cahitas Posiblemente una manera de comprender esta cultura mestiza regional parta de los estereotipos que ha proporcionado tanto el arriero como el vaquero, los cuales, a fin de cuentas, serían los elementos representativos de una cultura "ranchero-mestiza"

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requirió, desde tiempos prehispánicos e incluso coloniales, de un profundo conocimiento de los recursos y ciclos naturales de su entorno. La cotidianeidad antes de la Colonia, y aún después de ella, tenía en la relación de las personas con su entorno el referente primordial para la apropiación y lamovilidad interna en sus territorios. Sin embargo, si bien esta relación perduró para los yaquis y mayos probablemente hasta finales del siglo XIX y para los guarijós hasta mediados del XX, ciertamente la construcción de una perspectiva regional ya estaba en marcha por la relación que el sistema de misiones estableció como complemento obligado con otra de las instituciones que conformó, en su medida, las relaciones de poder y autoridad en el noroeste de México: los presidios. En un primer momento, los presidios apoyaron el avance del sistema de misiones, pues como institución militar se encargaron de asegurar su establecimiento. No obstante, una vez alcanzado este objetivo, los presidios tuvieron por cometido primordial el patrullaje permanente de los pueblos de misión para mantenerlos "en orden y policía", aun con el ejercicio de la violencia, lo cual ocasionó la movilidad forzada de yaquis, mayos y guarijós que implicaron las deportaciones en su contra como consecuencia de las frecuentes rebeliones indígenas. En el siglo XVII, los españoles establecieron en Chínipas las primeras misiones jesuíticas y sus satélites en la fracción serrana ocupada por los guarijós y otros grupos ya desaparecidos (González, 1987; Haro yValdivia, 1996), los cuales llegaron a sublevarse de manera conjunta, como sucedió en 1632 al estallar la rebelión de la Misión de Nuestra Señora de Uarojíos, en Tajírichi, donde participaron guazapares y guarijíos. La consecuencia de esta primera rebelión en la zona significó la masacre de 800 indígenas a manos de la soldadezca proveniente del presidio de El Fuerte, en Sinaloa. De este exterminio algunos escaparon y ello dio pie a la dispersión de sus sobrevivientes, entre los cuales 400 fueron deportados a diferentes pueblos sinaloenses, mientras que otros se refugiaron en las barrancas de la sierra, mezclándose con los tarahumaras y mayos, regresando a su región de origen pocos años después (Haro y Valdivia, 1996). Es importante señalar que además de la rebelión indígena de Chínipas hubo un periodo generalizado de resistencia indígena en la sierra que duró varios años; por ejemplo, secundados por los tarahumaras, los guarijós se sublevaron por última vez, según registros, en 1697, en la fracción este de su territorio en la misión de Batopilillas ( antes llamado Quecamuri). Al terminar el conflicto los indígenas fueron deportados a la misión de Chínipas para el trabajo forzado en las minas, abandonando Batopilillas durante varios años (Giner Rey, 1998). Al principio del siglo XVIII un grupo de guarijós desertó de las misiones de Loreto (Chínipas) y Cajurichi (Ocampo), uniéndose para formar la ranchería Iicarnórachi (Uruachi), pero al descubrir depósitos de plata en esta zona las autoridades obligaron a los indígenas a trasladarse de nuevo a las misiones de donde procedían. Una vez que los naturales fueron expulsados de Iicamórachi, uno de los fundadores del Real de Minas de Uruachi" presentó formal denuncia sobre las Para más información de los nombres de los gobernadores y autoridades locales y movilizaciones contra los indígenas de Uruachi, véase Giner Rey, 1998, cap. II. 423

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tierras de Jicamórachi, utilizándolas para la minería y el ganado con el nombre de La Concepción. Finalmente, La Concepción fue abandonada y los guarijós obtuvieron permiso de las autoridades para regresar, retomando su nombre indígena original. En los años posteriores, Jicamórachi funcionó como refugio para muchos indígenas, rebeldes y gentiles, reacios a asentarse en los pueblos mestizos, hasta que en 1771 las autoridades locales movilizaron una sección armada para desalojar a los nativos nuevamente, obligándolos a escapar remontándose a las barrancas o a resignarse a vivir en los pueblos ( Giner Rey, 1986). Otros estudios (Merrill, 200 l; Deeds, 2001) afirman que los desplazamientos de los indígenas serranos durante las rebeliones de los siglos XVII a XVlll fueron sucesos que posiblemente dieron por resultado uniones entre personas de distintos pueblos de mayos, tarahumaras y guarijós, u otras más que no lograron sobrevivir como identidades diferenciadas. Sin embargo, Deeds (2001) sugiere que muchos indígenas optaron por la vida en reducción, sitios donde, según ella, existía una línea moral que dividió las comunidades indígenas de las que no lo eran. Más aún viviendo cerca de los pueblos, los guarijós aparentemente mantenían una movilidad regional interna. Un informe de los misioneros del siglo XVIJJ confirma lo dicho de la siguiente manera: Las casas que habitan muchos son como las de los españoles; pero muy incómodas, unas de adobe y otras de piedra y lodo, otras de madera o pajizas y las más las tienen de perspectiva porque rara vez las habitan, pues su morada es en los montes y barrancas y cuando están en ellas ni para dormir les sirven, pues afuera a los cuatros vientos hacen su regalada recámara (Giner Rey, 1998: 25).

A partir del siglo XVIII se dispara en la sierra la presencia y dominio de las poblaciones blancas y mestizas sobre los guarijós, lo que originó su acasillamiento en la zona. A pesar de su condición subordinada, su acceso restringido a la mayoría de los recursos locales -incluyendo los mejores campos labrantíos y fuentes de agua- y su relegamiento a las áreas más secas de la zona, la movilidad interna, a la par de la caza y la recolección, dentro de una amplia área que iba del sur de Sonora hasta las cumbres de la sierra de Chihuahua, se mantuvieron como los ejes rectores de su marginal economía, la cual si acaso se complementaba con la agricultura de temporal y el peonaje. Por su parte, los yaquis, al igual que los guarijós, se han caracterizado por su intensa movilidad desde periodos tempranos de la Colonia. Su fama de buenos trabajadores se mantuvo desde esa época hasta los tiempos de la Revolución Mexicana, y eso les dio gran capacidad de desplazamiento en toda la región noroeste. Durante la Colonia, los yaquis trabajaron como pescadores en Baja California, mineros en Chihuahua y peones en diversas haciendas de varios lugares fuera de su territorio ancestral. De hecho, el primer levantamiento armado, ocurrido en 1740, se debió a la orden de los curas que impidió salir a los indígenas del Valle del Yaqui, quienes buscaban mejor remuneración a su trabajo en otros sitios, fuera de la influencia jesuita. Además de considerar que los indígenas debían guardar distancia de los españoles, por considerar que sus vicios los adquirían debido al contacto 424

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permanente con éstos, estaba la necesidad de contar con-una gran fuerza de trabajo para llevar a cabo la intensa labor en las misiones del Yaqui, las cuales surtían de avíos a las misiones que se gestaban en Baja California y la Pimería Alta. En función de sus constantes movimientos en forma individual y grupal, en algunos casos los yaquis se asimilaron a los blancos y mestizos de los lugares donde llegaban a laborar, pero cierta cantidad regresaba a sus regiones de origen y con ello incorporaban no sólo nuevos elementos culturales sino lingüísticos, tal y como la nomenclatura adquirida por la lengua yaqui para ciertos términos mineros. Desde los primeros contactos, gracias a su fama laboral en la región, los yaquis fueron contratados por décadas en diferentes actividades productivas, pero especialmente como peones en las haciendas. Fue en esos lugares donde los yaquis desarrollaron una estrategia de movilidad específica que les permitió sobrevivir a los largos periodos de luchas armadas contra quienes trataban de asimilarlos para quitarles su territorio. El intercambio de trabajo entre quienes se mantenían en el frente de pelea y aquellos que migraban para trabajar en diferentes sitios, sólo era posible por las compactas redes al interior del grupo que se convertían en complejas y bien organizadas redes migratorias. Los yaquis que permanecían en su territorio sin tener una posición hostil, o que trabajaban en las haciendas y otros lugares, eran llamados "mansos". A los que peleaban con las armas los llamaban "broncos". Lo cierto es que realmente no existía una diferencia tan tajante. Si bien algunos sectores del grupo se mantuvieron al margen de la lucha armada y hasta tuvieron una posición contraria a los llamados broncos, la mayoría participaba de diferentes maneras en la resistencia contra los cambios promovidos por los sectores privilegiados que trataban de colonizar el Valle del Yaqui, cosa que en parte finalmente lograron a través de un largo proceso que duró desde los albores del México independiente hasta después de la época revolucionaria. La aparente distinción entre mansos y broncos se borraba al intercambiar actividades en ciertos momentos. Cuando algún yaquí estaba agotado o herido para continuar luchando, se integraba a los grupos de trabajadores de las haciendas ( que por otro lado se convirtieron en una suerte de refugios temporales), mientras otro tomaba su lugar en el movimiento armado. Tal tipo de migración permitió a los yaquis cierta movilidad y disposición de recursos para financiar su causa, amén de dar descanso a sus militantes. Por otra parte, permitió a los hacendados contar con una fuerza de trabajo muy eficiente y de bajo costo. En tan extensa región la mano de obra escaseaba, por lo que requerían contar con aquella que pudieran enganchar, particularmente si el desarrollo productivo de la región la demandaba por estar a la alza. Dicha situación permitió a los yaquis contar con ciertos aliados que sin patrocinar directamente la lucha, lo hacían en la medida que ignoraban las advertencias del Estado de no contratar a los yaquis rebeldes, aun a sabiendas de que existía un permanente flujo de ellos entre sus peones, debido ,11 tipo de migración de intercambio que permitía continuar una larga y desgasrantc lucha por el territorio tradicional yaqui. Ante una lucha tan larga, las autoridades federales, en complicidad con Lis estatales, buscaron terminar la guerra contra los yaquis escudriñando una solución

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final, en la que intervenían aspectos de tipo político, económico y militar. Lo que se ha llamado la "diáspora yaqui" tiene que ver con ese proceso. Por un lado, estaba el genocidio hacia los yaquis y otros grupos cuyos movimientos reivindicativos involucraban la lucha armada. Ser yaqui implicaba un enorme peligro, así que una cantidad considerable de yaquis buscó neutralizar su identidad e integrarse a la sociedad mayor, buscando refugio en ciudades como Hermosillo o en lugares lejanos a la arena de lucha armada por la tierra. Otro sector cruzó la frontera con Estados Unidos, en Arizona; primero en varios lugares y después en dos comunidades: Pascua, cerca de Tucson, y Guadalupe, en las inmediaciones de Phoenix. Por otro lado, cuando las autoridades buscaron la conclusión de cualquier resistencia a la colonización del Yaqui, sobre todo de compañías transnacionales, vieron en la necesidad de mano de obra en los campos henequeneros del sureste de México, una posibilidad para acabar con el llamado problema yaqui y al mismo tiempo obtener ganancias con la venta de los indígenas sonorenses a las haciendas ubicadas al otro extremo de la República Mexicana (Padilla, 1995). Por varios lustros hubo una migración forzada de yaquis, incluso de quienes se les parecieran, hacia el sureste, hasta contabilizar unos 15 000 individuos vendidos casi como esclavos, mientras a principios, del siglo XX quedaban en la zona tradicional únicamente alrededor de 3 000 miembros del grupo étnico. Después de años de penurias por la deportación, muchos yaquis regresaron a su territorio tradicional, algunos vagando por todo el territorio mexicano durante años, hasta lograr su anhelo de volver a su territorio, con su familia y al interior de uno de los grupos más persistentes a nivel mundial (Spicer, 1962). Con la deportación de los más activos participantes en la resistencia yaqui, el estado y las compañías transnacionales comenzaron el fraccionamiento de su territorio, que con el tiempo ha creado uno de los lugares más fértiles de México, el Valle del Yaqui, donde han llegado miles de trabajadores de diferentes partes del país, algunos golondrinos y otros más que se han establecido en la región. La resistencia de los hacendados locales no impidió la migración masiva a otros lugares, ya que con la búsqueda de subversivos a las políticas gubernamentales, llegó un momento tan álgido que los yaquis eran buscados aun en haciendas lejanas al lugar de las hostilidades. Los cambios culturales a partir de la diáspora se dejaron sentir al regreso de un número considerable de deportados. La comida, el vestido femenino y la nueva organización del pueblo de Pótam -siguiendo un tanto el modelo de un poblado mesoamericano-, donde se asentaron muchos de los que regresaron, fueron algunos aspectos absorbidos durante su estancia en el sureste de México, sobre todo en su relación con los mayas. La diáspora implicó el desarrollo de nuevas comunidades yaquis fuera del territorio tradicional. Mientras los yaquis de Hermosillo únicamente lograron establecerse como comunidades étnicas en los diferentes barrios donde se asentaron, como el Coloso, La Matanza, El Ranchito, etc., los yaquis de Arizona lograron el estatus de grupo nativo, lo que les ha permitido tener ciertas ventajas económicas y sociales a los descendientes de los que huyeron del genocidio y las deportaciones, la mayoría de los cuales nunca regresó a radicar a su territorio ancestral. 426

Sistemas productivos y movilidad indígena entre yaquis, mayos y guarijó

El hecho de que los yaquis de Arizona hayan sido reconocidos como grupo nativo no ha implicado que un número importante de yaquis mexicanos traten de establecerse en Estados Unidos, ni siquiera para trabajar de manera temporal, pues las leyes norteamericanas les impiden migrar fácilmente, a diferencia de otros grupos fronterizos como los kikapú, los cucapá, o los tohono o'odham (pápagos), que en la mayoría de los casos cruzan la frontera aun teniendo su residencia en México. Ante tal situación, los yaquis se mantienen en buena medida en su territorio comunal, mas si un número reducido buscara emigrar hacia Estados Unidos, lo haría de manera individual y en menor medida a título familiar, a diferencia de otros grupos indígenas del sur de México, que migran de forma grupal. En relación con los mayos, su expansión ocurrió a expensas de otros grupos cahitas o yutoaztecas, incluso al grado de incidir posiblemente en más familias lingüísticas y culturales, un caso excepcional en el noroeste de México. Durante los primeros tiempos de la Colonia desaparecieron varias etnias de origen cahita en la sierra de Sonora, como los conicaris, baciroas, macoyahuis y tepahues, las cuales cedieron su lugar a los mayos. En la actualidad, en esa zona sus habitantes originales se reconocen como mayos y no tienen idea de que formaban parte de otros núcleos emparentados a ellos. Mientras en el norte de Sinaloa otros grupos cahitas, como los sinaloas, tehuecos y zuaques resultaron asimilados, otro grupo yutoazteca, los ocoroni, además de los guasaves y ahornes, desaparecerían igualmente, ocupando ese espacio lo que en la actualidad se conoce también como mayo. La única herencia de esa diversidad se observa en la diferenciación dialectal al interior de la lengua mayo de esa región, un tanto diferente a la variación encontrada en las comunidades del valle y la sierra de Sonora (Moctezuma y López, 1991). Mientras los mayos de Sonora se autonombran yoreniem, los de Sinaloa se reconocen como yolemern. Junto con una falta de datos históricos, los mayos han estado sujetos a los procesos de los yaquis, lo que impide seguirles la pista, como se ha hecho con sus vecinos más cercanos tanto lingüística como culturalmente, además de participar en muchos de los movimientos junto a ellos hasta casi finales del siglo XIX. Mientras en el caso yaqui existen muchos datos, en el mayo observamos una falta de documentos que caractericen de mejor manera su devenir histórico y el papel que han jugado en la conformación del noroeste de México y de las migraciones a las que han estado sujetos, casi siempre a la vera de los yaquis,

Los yaquis de Arizona

A partir de 1884 comienzan a llegar a Arizona los primeros yaquis, inicialmente como trabajadores del ferrocarril y posteriormente para huir de las deportaciones ocurridas entre finales del siglo XIX y principios del XX. En esa época ocurrió el éxodo más importante, aunque algunos más fueron llegando después, como fue durante 1916 y 1917, cuando Obregón continuó con otra campaña militar en contra de quienes se oponían a su posición política y militar (Spicer, 1994: 299), o cuando en 1927 algunos miembros del grupo detuvieron en Vícam el tren en 427

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donde viajaba Obregón para dialogar, lo que ocasionó la última campaña militar en contra de los yaquis que culminó con las últimas deportaciones (Spicer, 1994: 314). Realmente pocos yaquis regresaron a Sonora, aunque siempre ha existido un constante ir y venir entre ambos territorios ocupados en la actualidad por los ya-

quis: los ocho pueblos yaquis y los pueblos de Pascua y Guadalupe, en Arizona. A pesar de haber vivido por mucho tiempo en Arizona, los yaquis no tuvieron un territorio propio sino hasta la década de 1970, cuando el Congreso de la Unión Americana las dotó de 200 acres en el sur de Tucson, llamado New Pascua, pues antes habían tenido un terreno de 40 acres cerca del centro de la ciudad llamado Pascua Village, el cual pasó a llamarse Old Pascua a la entrega de los nuevos lotes (Spicer, 1994: 304). Con la llegada de un número considerable de yaquis, hasta tener la cantidad necesaria para realizar sus ceremonias religiosas, comenzó a desarrollarse en esos lugares todo tipo de rituales, muy semejantes a los que realizaban y siguen realizando en los pueblos de origen. Eso dotó a los yaquis de Arizona de una organización comunitaria y de un sentido de identidad tan arraigado que a pesar de todos los cambios que han experimentado, incluyendo muchos cambios culturales, mantienen su sentido de identidad totalmente arraigado. Eso les permitió enfrentar la dura prueba de mantenerse como grupo étnico y luchar por su reconocimiento ante las autoridades norteamericanas, el cual lograron después de décadas de movimientos políticos a favor de sus reivindicaciones como grupo nativo de Arizona. Sin embargo su organización comunitaria ha estado más ligada al aspecto ceremonial que a la actividad política, en ese sentido muy diferente a la actividad que han realizado sus congéneres que se quedaron a radicar en las riveras del río Yaqui. AJ recibir el reconocimiento como grupo nativo los yaquis comenzaron a recibir ciertos apoyos por parte del gobierno norteamericano. Entre otras cosas, en la actualidad el grupo de Pascua cuenta con un casino, administrado por ellos a partir de las regulaciones hechas por el Congreso norteamericano, que les permite a los llamados nativos americanos manejar ese tipo de empresas; sin embrago, su situación socioeconómica sigue siendo tan baja como para mantenerse en el último eslabón de la escala social de la Unión Americana.

LAS POSTRIMERÍAS DEL SIGLO XIX O EL CAMBIO DE LAS ESTRUCTURAS REGIONALES

A finales del siglo XIX las familias dominantes de la sierra construían su independencia económica y política local a partir, en gran parte, de la explotación de la mano de obra indígena y de su asociación con las oligarquías de los Terrazas-Cree! de Chihuahua, quienes ofrecían autodeterminación local a cambio de su apoyo frente al gobierno federal (Piorunsky, 1977; Wasserman, 1984). Durante el Porfiria to y hasta la segunda mitad del siglo XX, las familias dominantes obligaron a sus obreros guarijós a abandonar la crianza de chivas, imponiendo en su lugar el ganado de potrero y el peonaje, donde el patrón pagaba apenas un litro de maíz por día laborado, situación que duró hasta los años sesenta en la región. 428

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productivos y movilidad indígena entre yaquis, mayos y guarijó

Gracias al amplio conocimiento que en general poseían los nativos serranos sobre su ecosistema, éste siempre representó un recurso que facilitó la vida al margen de los pueblos mestizos, cuando los indígenas huían a los distintos nichos de la sierra (Merrill, 2001 ). En el caso guarijó, a pesar de su condición de peonaje y extrema pobreza, muchos optaron por permanecer en sus rancherías o en los pueblos de misión, resistiéndose al desalojo de sus tierras, quedando así en las orillas de las poblaciones mestizas que controlaban la economía y la política local (Pirounsky, 1977). Hasta ahora poco se sabe sobre los detalles laborales de los guarijós u otros trabajadores en las minas serranas. Sólo podemos imaginar que las malas condiciones de trabajo eran similares a las de otros peones durante el Porfiriato. Sin embargo, a fines del siglo XIX el descontento detonó la huelga de la mina de Pinos Altos (Uruachi), que evidenció el clima de resentimiento hacia las condiciones laborales y las relaciones de producción despóticas características de la época porfirista (Wasserman, 1984). Los testimonios indican que aún en los años cuarenta, los terratenientes locales mantenían la prohibición de sembrar maíz y criar chivos, de ahí que podamos suponer que en este periodo los guarijós seguían complementando su economía de peonaje con la recolección de plantas comestibles y de uso medicinal, las temporadas de pitahaya, la caza de animales, la pesca en los arroyos y en el río Mayo, y el escaso acceso a bienes en la tienda del terrateniente, a cambio del polvo de oro recolectado en los riachuelos de las barrancas.' Al igual que los guarijós, yaquis y mayos han mantenido contacto directo con su entorno natural, lo cual privilegió sus vínculos con los ríos Yaqui y Mayo en Sonora, y El Fuerte en Sinaloa. La presencia de los ríos ha sido un factor fundamental para el desarrollo de la producción agrícola en los vastos valles que ocupan dichas corrientes, las cuales, por otro lado, poseen un fuerte valor cultural para los grupos mayo y yaqui, además de ser, desde tiempos inmemoriales, un elemento articulador entre espacio e historia, el cual puede ser tanto un rasgo físico como uno cultural (García Martínez, 2004: 12). En tanto el elemento articulador cubrió las necesidades de los grupos, fundamentalmente materiales, el "equilibrio" entre espacio e historia continuó acaso hasta los primeros años del siglo X.X; sin embargo, posiblemente la lógica regional comenzó a cambiar cuando el río transfirió su función referencial, tanto en Sonora como en Sinaloa, a la vasta red de canales de riego dependientes de las grandes presas que se levantaron en la región, y al establecimiento de demarcaciones municipales, algunas surgidas por el reajuste sobre las tierras que impuso la reforma agraria, lo que en conjunto detonó o aletargó el potencial de las distintas zonas fisiográficas, con la repercusión que en sus pobladores trajo la manera como estos factores se combinaron. La congruencia que los cahitas guardaban con el río hacía posible la operación de la estructura social basada en las rancherías, aún vigentes a finales del siglo XIX En 1993 había personas mayores en Arechuvvo ( Uruachi ) que recuerdan al pueblo para comprar mercancías con oro recolectado en los arrovos.

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en su infancia haber visto guarijós

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y quizás incluso la noción del huya anía, como opuesta a la de pueblo, lo cual ya no parece en la actualidad tan evidente, especialmente cuando la constitución de nuevos centros de población indígena reproducen la organización social y religiosa sin ninguno de estos elementos, lo cual a la larga permite la regeneración étnica en condiciones que antaño serían consideradas adversas. En buena medida, hasta la primera década del siglo pasado los yaquis y mayos en Sonora, al igual que los mayos sinaloenses, destinaban los frutos de la agricultura al consumo directo, al ser entonces una actividad reservada a los rancheros, pequeños hacendados y campesinos. No obstante, desde fines del siglo XIX, a la par de su forma tradicional de explotar el campo, yaquis y mayos vivirían los efectos de la agricultura a gran escala al modo de empresas capitalistas, cambio alentado en parte por la formación de vastas propiedades a expensas de las tierras desamortizadas, anteriormente en manos de las comunidades indígenas, amén de la roturación de parcelas antes sin labrar. Al tiempo que se importaba tecnología para sistemas de riego y despuntaban las industrias azucarera y de granos, fluyeron también los capitales extranjeros, principalmente estadounidenses, para su inversión en empresas agrícolas y agroindustriales, que en los valles del Yaqui, Mayo y El Fuerte lograron activar amplias extensiones de tierras eriales. La agroindustria azucarera despuntó notoriamente (por ejemplo en Los Mochis) gracias a la fusión de tecnología e inversión, lo cual permitió a estas empresas producir y procesar la caña en sus propios ingenios, auge asimismo notorio en Sonora gracias a los amplios volúmenes de granos, en particular del trigo. En contraste con los hacendados locales, los empresarios no requerían de la aparcería o del peonaje para pactar con sus trabajadores, pues procuraban contratarlos y pagarles en metálico, lo cual facilitaría en su momento la movilidad indígena regional, como bien aprovecharon los yaquis durante su guerra con los ejércitos federales. La producción emanada de estas empresas se complementó con la creación de amplias redes de distribución tanto en la región como en otras entidades del país y, por supuesto, el extranjero, estrategia que seguirían otros productos como el jitomate y el garbanzo, cuyo consumo ocurrió tanto en los grandes mercados como a escala local. En síntesis, en el periodo revolucionario se incrementó tanto el cultivo de productos para la exportación como la relación con la economía estadounidense, pues hacia allá se enviaban las hortalizas producidas en gran medida en los ancestrales valles cahitas.

TENENCIA DE LA TIERRA Y REFORMA AGRARIA

En la década de 1930 Sonora y Sinaloa vivieron la reorganización de la tenencia de la tierra y la desaparición de la gran propiedad acumulada durante el Porfiriato, dando paso al reparto entre los agricultores particulares y el ejido, el régimen preponderante en las entidades. Sin embargo, aunque a partir de 1935 el presidente Cárdenas impulsó la reforma agraria, ciertamente ya existían pequeños propietarios que formaban un activo grupo de empresarios agrícolas. 430

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El crecimiento más notorio de la población en las entidades inició después de 1930; si bien la que se empleaba en actividades agropecuarias en los municipios mineros decreció en la misma década, aumentó considerablemente en los municipios donde hubo reforma agraria; por ejemplo, en el norte de Sinaloa la población ocupada en actividades industriales y comerciales creció y se concentró en el municipio de Ahorne, el único con grandes posibilidades de crecimiento económico diversificado (Ortega, 1999: 283 y 284). Ciertamente la movilidad regional originada por la reforma agraria fue un fenómeno a escala local, mas resulta preciso indicar que el aumento exponencial de la población se concentró sobre todo en los ejidatarios provenientes de distintas partes del país; por ejemplo, en Sinaloa, el valle El Carrizo alojó a migrantes oriundos de entidades como Michoacán y Guanajuato, mientras que en Sonora, la población de Obregón ha crecido desde principios del siglo XX de manera acelerada, cuando apenas un puñado de personas lo habitaban durante el Porfiriato. Los valles del Yaqui, Mayo y El Fuerte fueron un poderoso polo de atracción para pequeños propietarios y ejidatarios durante el reparto ejidal, dado el acelerado impulso que permitió el gran crecimiento de la agroindustria en esa época, lo cual a su vez trajo como consecuencia la invasión de tierras indígenas, y con ello la lucha por su retención. La importancia del repartimiento de tierras tuvo un antecedente con el gobernador constitucionalista de Sinaloa, Manuel Rodríguez Gutiérrez quien, convencido de que las rebeliones mayo tuvieron su origen en el despojo de sus terrenos, trazó un plan de reforma agraria e inició el reparto el 20 de julio de 1915; sin embargo, los terratenientes pidieron su remoción a Venustiano Carranza, quien lo retiró del estado. Así, en Sinaloa el problema agrario tuvo ciertas peculiaridades, pues el despojo solamente ocurrió en el valle de El Fuerte y no en el resto de la entidad, al no existir ya comunidades indígenas, además de que aquí los latifundios no sólo producían sino que eran propiedad de compañías o particulares estadounidenses (Ortega, 1999: 278, 285). A la luz de este panorama, muchos aspiraban a ser dotados de tierras, pues aunque carecían de la infraestructura para el riego y la falta de mercado para sus productos, la gran disponibilidad de agua hacía posible la explotación de tierras agrícolas. A pesar de que la reordenación de la propiedad de la tierra era la solución a la demanda de abrir nuevas parcelas labrantías para dotar a ejidatarios y pequeños propietarios, lo cierto es que los jefes revolucionarios, no obstante que apoyaban la gran propiedad si su explotación era eficiente, se oponían al reparto de tierras y aun a la restitución que exigían los indígenas, a pesar de que su devolución se convino por participar en la Revolución. Bajo este supuesto y finalmente engaño, la lucha de los mayos que apoyaron a Obregón a cambio de ver cumplidas sus reivindicaciones resultó frustrada dado el incumplimiento del caudillo, quien además permitió la continuidad del acaparamiento de la tierra por parte de los hacendados mestizos, situación que también ocurrió a los yaquis, a pesar de haber peleado durante la Revolución e incluso antes para que les restituyeran su territorio, solamente recuperaron menos de la mitad, aunque a la postre con el decreto de Cárdenas ello les permitía ejercer su 431

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derecho a la tierra como comunidad, al contrario de la mayoría de los pueblos indígenas del país, incluyendo a los mayos sonorenses y de Sinaloa. En los hechos, así como las demandas indígenas nunca se cumplieron acabalidad, era igualmente impostergable la afectación de los latifundios y el reparto de tierras, de modo que la aplicación de la reforma agraria comenzó su periplo al mismo tiempo que se impulsaba el trabajo político de la Confederación Revolucionaria de Obreros Mexicanos ( CROM) entre las distintas organizaciones estatales de trabajadores agrícolas, a fin de organizarlos y darles peso político. El impulso de la reforma se apoyó en movimientos como el de los trabajadores de los ingenios azucareros -particularmente en el norte de Sinaloa-, quienes fueron los principales benefactores de la expropiación de los latifundios cañeros, no obstante que muchos de estos ejidatarios continuaron su nexo con los antiguos patrones al surtirles caña de azúcar para los ingenios. El fenómeno de la reforma agraria afectó a muchos de los latifundios propiedad de extranjeros, sin que esto significara la eliminación definitiva de la propiedad privada, la cual, por otro lado, repercutió más en los valles irrigables y no en las tierras altas, donde la dotación de tierras fue menor. En suma, la reforma agraria no se encaminó a suprimir la propiedad privada de la tierra, al contrario, la fomentó distribuida en pequeñas posesiones y ya no acumulada en latifundios ( Ortega, 1999: 28 7, 2 91). Con el gobierno cardenista comenzaría la parcelación, y tras esto la dotación ejídal, permitiendo así el surgimiento de nuevos asentamientos a partir de los pobladores de los antiguos pueblos de misión y sus congregaciones, lo cual implicó su reubicación no siempre en las mejores condiciones, transformación por lo visto impulsada por los comisarios ejidales, quienes agilizaron la entrada de los indígenas al régimen ejidal. Antes de la dotación ejidal, la cotidianidad de yaquis y mayos transcurría en poblados hasta cierto punto de cuño colonial, repartidos especialmente a lo largo de sus ríos ancestrales, cuyos cauces sostenían una población probablemente en equilibrio. No obstante, el reparto de tierras trajo consigo el aumento de poblados frente a los antiguos asentamientos, particularmente los ejidales. La nomenclatura de muchos pueblos tenía que ver con el nombre del ejido, siempre utilizando el español, corno el 5 de Mayo o el Genovevo de la O, en Sonora, o el Gabriel Leyva Solano, 2 de Abril y Flor Azul en Sinaloa, mientras que en los más tradicionales continuaron nombr,índolos en lengua indígena. Si bien algunos asentamientos surgieron durante el periodo del reparto agrario, otros tal vez eran viejas rancherías, de ahí que poseyeran nombres en mayo. Con la instauración del ejido, los pueblos en estudio comenzaron a experimentar una serie de cambios que a la larga redefinirían no sólo las condiciones de su identidad étnica, sino también la percepción de su sentido de movilidad tanto interna como regional, todo lo cual se reflejó en cada caso según su especificidad; por ejemplo, mientras los yaquis han disfrutado un relativo aislamiento, producto de la propiedad colectiva sobre el territorio, lo cual ha restringido notoriamente la intromisión de mestizos conviviendo en sus comunidades, a partir de 1938, con la reintegración de parte de su territorio por parte de Lázaro Cárdenas, los mayos han padecido lo contrario. Con el reparto de tierras de forma ejidal, hacia finales

Sistemas productivos y movilidad indígena entre yaquis, mayos y guarijós de 1930 una gran cantidad de inmigrantes llegó a los valles del Mayo y de El Fuerte, seguida, a su vez, de migran tes golondrinos que se mueven buscando trabajo como jornaleros agrícolas, muchos de los cuales se quedan a vivir permanentemente en las comunidades mayos. Desde ese momento la presencia de un número creciente de hispanohablantes, con una cultura diferente a los autonombrados yoremes, supuso una ruptura al interior de todos los pueblos mayos. Aquí podemos observar un tipo de migración diferente al de otros grupos étnicos del país. En esta zona hay menos migración que en otros lugares; un número creciente de jornaleros agrícolas del sur se va estableciendo al interior de las comunidades mayos o forman nuevos asentamientos dentro de lo que ha sido considerado el territorio tradicional mayo, incluyendo la región del norte de Sinaloa. En estos valles conviven mestizos y miembros de diferentes grupos indígenas de México, junto con ejidatarios y jornaleros agrícolas mayos. Su integración a la vida social de las comunidades tradicionales ha producido muchos cambios al interior de la cultura e identidad mayo. Los integrantes de otros grupos sociales han impactado de manera extraordinaria entre los mayos, lo que ha provocado que en la actualidad en los poblados tradicionales no exista una gran diferencia entre los migran tes campesinos y sus descendientes, y aquellos que todavía se consideran y

son considerados como parte del grupo mayo. La indiscutible repercusión que tuvo el reparto de tierras en ejidos no sólo modificó las condiciones de la convivencia cotidiana, especialmente donde la oferta de tierras atrajo a un sinnúmero de migran tes de distintas partes del país y de la región, sino que además sentó las bases de una nueva manera de vincularse con la territorialidad más allá de los límites comunitarios y tradicionales. No obstante, la reforma agraria en algunas partes no apareció como un fenómeno emblemático del gobierno de Lázaro Cárdenas, sino más bien como un suceso tardío, como bien ilustra el caso guarijó. Efectivamente, entre los guarijó la situación de extrema asimetría productiva y los monopolios sobre la tierra duraron hasta la reforma agraria ocurrida entre 1964 y 1976, la cual otorgó parcelas a aproximadamente 1 500 miembros de la etnia en Chihuahua (INEGI, 1995: 378).6 Testimonios indican que durante los años anteriores a la reforma agraria de la década de 1960, familias enteras, mujeres solteras y hombres jóvenes, migraban por temporadas a los campos de tomate y algodón en Sonora y Sinaloa, para lo cual llegaban intermediarios en avionetas para la contratación de guarijós y otros campesinos pobres, quienes al terminar la temporada regresaban a la sierra por sus propios medios. Mientras las familias vivían en los campos de los valles, habitaban casas-bodegas ofrecidas por los dueños, donde compartían espacios con indígenas del sur, indicando que, por la falta de compresión entre lenguas, generalmente evitaban el contacto social. Al constituirse dos ejidos (Silayvo e Ignacio Valenzuela) con guarijós y otro tanto más de campesinos mestizos, la reforma agraria propició un periodo de

Cuadro "Reforma Censos Generales

Awaria, dotación de tierras por periodos presidenciales de Población v Vivienda. JNF
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